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Pensamiento y Acción: la Apuesta de Wittgenstein

Joaquín Jareño Alarcón

Cómo surgen los conceptos, y la relación de los mismos con el lenguaje humano fue una
de las principales preocupaciones de Wittgenstein en lo que se ha venido denominando
su Segunda Filosofía. El giro lingüístico protagonizado por el filósofo austríaco atrajo
los problemas de significado como eje de la reflexión filosófica, dejando tras de sí como
recuerdo una larga tradición de pensamiento, que resultaba obsoleta con la aparición de
nuevos motivos para la atención escolar. Primero fue el Tractatus la obra que dio un
aldabonazo serio en una intelectualidad de posguerra, planteando la exigencia de
entender el lenguaje como reflejo preciso de los hechos, pero manifestando así la
profundidad de sus limitaciones a la hora de tratar aquellos asuntos que, por su
profundidad, más interesaban al ser humano. Cuando Wittgenstein apostó por lo que se
ha llamado silencio místico, la mayor parte de sus seguidores anclados en el positivismo
lógico, se escandalizaron de lo que consideraban la excentricidad de un genio.

Con las Investigaciones Filosóficas llevó a cabo Wittgenstein un acercamiento distinto


al mismo problema de fondo, planteando su reflexión en los términos de la relación
entre lenguaje y acción. En el tema que nos ocupa, es particularmente relevante
determinar qué tipo de conexión se establece entre ambos. Para hablar de conceptos
tenemos que hablar del lenguaje donde se expresan, y entender éste como acción
lingüística. El análisis de aquéllos sólo puede establecerse en razón de nuestro análisis
del lenguaje, de cómo usamos el lenguaje. Es preciso recordar que ha quedado como un
tópico del pensamiento wittgensteiniano considerar el significado de una palabra en
función de los usos que puedan hacerse de ella. Decir que sabemos qué significa una
palabra concreta es lo mismo que decir qué usos la caracterizan, esto es, en qué juegos
de lenguaje aparece y cómo lo hace. Algunos de los términos más problemáticos en el
trabajo de Wittgenstein son los que reflejan los conceptos psicológicos. Entre ellos, el
propio concepto “pensar” ocupa un lugar particularmente destacado. La reflexión acerca
del valor de dicho término es lo que centra el presente trabajo, donde se tratará de
debatir la importancia que posee en la filosofía de Wittgenstein.

Para poder entender el papel que juegan los conceptos psicológicos debemos acercarnos
a la comprensión de su gramática, es decir, aquellos elementos que componen las pautas
a seguir durante su utilización. Se trata de conceptos particularmente complejos y
ambiguos, dado el singular lugar que ocupan en relación con el resto. De algún modo, el
propio sentido común nos los sitúa en un terreno sustancialmente distintivo, y ya antes
de profundizar en el tipo de análisis que Wittgenstein despliega al respecto, nos
encontramos con la dificultad de acotar el dominio en el que podamos tratarlos con un
cierto grado de rigor. “Alegría”, “temor”, o cualesquiera estados de ánimo, difícilmente
pueden medirse con cierta objetividad o determinar sus contornos de manera precisa, o
siquiera estereotipada. Solemos decir que su significado adquiere formas y fórmulas
diversas en dependencia de los individuos particulares. Llegados a un extremo crítico,
podríamos preguntarnos si los términos en los que dichos conceptos son expresados
poseen realmente significado. ¿A partir de qué momento una vivencia es alegre o triste?
¿Existe coincidencia en los grados de “alegría” de los diferentes individuos, como para
que podamos hablar de algún tipo de identificación o identidad subyacente? Las
respuestas de Wittgenstein proceden de un terreno en el que un cierto pragmatismo y
algunos –aunque no excesivos- resabios conductistas se dan de la mano.
Wittgenstein nunca defendió un behaviorismo al modo skinneriano, en el que lo
“subjetivo” era tabú, y había que comprender a la idea de lo interior propia de la
psicología tradicional como denominación de una especie de “caja negra” en la que todo
nos quedaba oculto. Cuando Wittgenstein afirma que los conceptos carecen de entidad
mental, está tratando de configurar el carácter público tanto de su reconocimiento como
de su comprensión. Y el elemento público que utiliza para explorar el significado es la
actividad lingüística. Actividad típicamente pública que se caracteriza por su
funcionamiento pautado y regular. Con su célebre argumento acerca del lenguaje
privado, Wittgenstein dejaba clara la importancia de lo que él denominaba "externo"
para referirse a lo "interno", puesto que para él no había forma lógica posible de
configurar las múltiples posibilidades del significado si no era recurriendo a dicha
relación. La pregunta acerca del acceso a los, por así llamarlos, "estados mentales" de
los individuos, únicamente obtiene respuesta a partir de la comprensión del
comportamiento de los demás; comportamiento simbólico a cuyo entendimiento
accedemos merced al carácter reglado de nuestras coincidencias en las reacciones
conductuales.

Una afirmación de Wittgenstein nos puede situar perfectamente frente al problema de


nuestro interés, a la vez que reflejar de modo gráfico el particular sentimiento que puede
acompañar a una duda bastante singular, planteable desde el punto de vista filosófico en
nuestra relación con los demás: quienes nos rodean, ¿son simplemente máquinas?
¿Poseen vida interior? ¿Piensan? Por resumirlo en una frase altamente significativa:
¿tienen alma? [2] Habitualmente tratamos con nuestros interlocutores sin que, por así
decirlo, se despierte en nosotros sospecha filosófica alguna. Pero el reto queda ahí; el
problema de las otras mentes ha suscitado una controversia a la que un filósofo como
Wittgenstein no fue ajeno. ¿Cómo justificar, pues, que los otros piensan? La propuesta
wittgensteiniana transformaba esta cuestión en otra bastante relacionada: ¿qué significa
el término "pensar"? Para poder conocerlo habremos de fijarnos en los usos que
hacemos del mismo, y descubrir a través de ellos los elementos que nos permiten
codificar dichos usos en lugar de otros.

La gramática del término "pensar" es compleja. Lo es en tanto que dicho concepto está
dentro del terreno de los conceptos psicológicos, con los cuales experimentamos la
dificultad inevitable de acercarnos a un estudio pormenorizado de los mismos. Decimos
de las personas que piensan, pero no lo decimos de las sillas o los automóviles. ¿Por qué
no podríamos descubrir un día que estamos rodeados de máquinas? Para Wittgenstein,
no podría existir tal descubrimiento. La gramática de estos conceptos está en relación
con determinadas actitudes fundamentales. La consideración de un ser humano como
tal, con alma, no es cuestión de justificación o demostración empíricas. Es algo que se
fundamenta en nosotros de un modo muy particular, pues es a partir de ello que
podemos hablar de "estados mentales" de un tipo u otro. La idea de Wittgenstein en este
sentido, es la de que a través de la relación con los demás se incardina en nosotros una
actitud peculiar hacia los seres humanos, que no tenemos hacia el resto de los seres. Dos
son los asuntos fundamentales para determinar el alcance de la cuestión central en
relación con los intereses de este artículo. Uno es aclarar en qué consiste dicha actitud;
qué la caracteriza y qué implicaciones tiene. El otro es ver cómo en la gramática de los
conceptos desarrollamos sus usos y las relaciones que se establecen entre ellos,
destacando el papel de la acción en todo el asunto.
Como señalamos anteriormente, "pensar" es algo humano. ¿Por qué no podemos decir
que un muñeco piensa? En realidad, este uso es posible, y la propia gramática del
concepto "pensar" nos indica el valor derivado de dicho uso. Para Wittgenstein, no lo
olvidemos, pensar es algo que forma parte de la historia natural de los seres humanos.
El que los individuos de nuestra especie podamos pensar es el fondo sobre el que se
erigen las consideraciones de que sea o no posible y cómo lo sería para otros seres,
terrestres o alienígenas. Precisamente aprendemos el significado del término en cuestión
merced a que vivimos con otra gente. De una forma muy gráfica, no exenta de ironía,
escribe Wittgenstein:

"'Los seres humanos algunas veces piensan'. ¿Cómo aprendí lo que significa "pensar"?
-Parece que sólo puedo haberlo aprendido al vivir con gente" [3] .

De alguna manera, aprendemos que los seres humanos piensan. Se arraiga en nosotros
la certeza de que esto es así al relacionarnos con los demás, en ese proceso de
aprendizaje en el que se sitúan como fundamento de nuestra acción usos lingüísticos
centrales. Uno de ellos es precisamente el de la palabra "pensar" como apropiada sólo
para individuos de la especie humana. La regularidad que se nos ofrece en este uso
concreto actúa como patrón de comportamiento para perpetuarlo, así como para
justificar el valor de usos derivados. El aprendizaje presupone la confianza, e
igualmente, como aprendizaje humano y de lo humano que es, lleva consigo esa
incardinación de actitudes básicas que se manifiestan en los usos lingüísticos que
hacemos. A través de dichos usos podemos reconocer el alcance de tales actitudes. Por
decirlo de alguna forma, el acuerdo sobre el concepto "pensar" es fundamental. Es un
acuerdo que no se da en las opiniones.

El propio uso del término nos da la clave para entender su importancia y el tipo de
compromiso al que pertenece. Nosotros aprendemos aquellas actividades lingüísticas en
las que tiene sentido utilizarlo, donde se manifiesta la actitud general que tenemos hacia
los demás, pero podríamos, incluso, decir que quien no jugara nuestro juego de lenguaje
a tal efecto, sería un tipo de individuo radicalmente distinto a nosotros, porque no se
trata de un término trivial. Es cierto que entre los usos del término pensar incluimos
usos ficticios, fantásticos, imaginarios, etc. Pero en las reglas de uso de dicho término
aparecen las posibilidades de usos derivados con respecto al valor sustancialmente
humano de dicha actividad:

"¡Pero seguro que una máquina no puede pensar! -¿Es ésa una proposición empírica?
No. Decimos sólo de seres humanos, y de lo que se les asemeja, que piensan. Lo
decimos también de muñecas y sin duda también de espíritus. ¡Mira la palabra "pensar"
como un instrumento!" [4]

En esta afirmación destaca Wittgenstein el carácter instrumental de las palabras


indicando, no obstante, que la regulación del uso de dichos instrumentos determina el
valor de lo que es central con respecto a lo que es derivado o secundario. En este
sentido, podemos preguntarnos por qué el que una máquina no pueda pensar no es una
proposición empírica. ¿Quiere decir eso que el significado de las palabras no atiende a
ningún tipo de realidad que les pueda garantizar su valor? ¿Qué todo se reduce al tipo de
conexiones lingüísticas que se den, con independencia de que ocurra algo al margen de
dichas conexiones? ¿Desaparece la realidad para beneficio de las construcciones
lingüísticas? Nada de eso se deriva de las palabras de Wittgenstein. Lo único que el
autor quiere resaltar es que nuestro acercamiento a dicha realidad es lingüístico, y que
sólo a través del conocimiento de cómo funciona dicho acercamiento podemos hablar de
la realidad y saber lo que ésta supone para nosotros.

¿Es, por tanto, un descubrimiento el que sólo los seres humanos (en principio)
"piensen"? Determinar la circunstancia del pensar humano no es resultado de
descubrimiento ninguno. Si ya en su obra Sobre la Certeza Wittgenstein señalaba la
importancia de aquellas certezas básicas que, en forma de proposiciones, caracterizaban
de modos fundamentales la acción humana, aquí nos encontramos con una certeza de
valor bastante especial. En el juego de lenguaje con dicho término, ocupa un lugar
singular. Expresa, como dijimos, la actitud que tenemos hacia los demás en tanto que
humanos. Detengámonos ya en la reflexión acerca de en qué consiste dicha actitud, y si
Wittgenstein le adjudicó un sitio importante en su trabajo.

La obra Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología [5] resulta de particular interés
en este momento. Precisamente el subtítulo del volumen 2 reza de una forma muy
expresiva: "Lo Interno y lo Externo". Recordemos que la adecuada comprensión de la
relación que existe entre dichos términos es la que nos puede ayudar a entrar en la
psicología humana, lo cual es lo mismo que decir saber cómo usar, comprender y
justificar los conceptos psicológicos.

Wittgenstein diferencia entre actitud y opinión, resultando esta distinción una clave no
circunstancial para poder llegar a alguna claridad en relación con lo que estamos
discutiendo. Wittgenstein llama actitud a una disposición general de comportamiento.
Disposición que, de alguna manera, establece el marco de reconocimiento de los
conceptos que se usan en relación con dicha disposición. Se trata, en el sentido de Sobre
la Certeza, de una certeza básica. En términos lingüísticos decimos que se trata de un
uso central de los conceptos a partir del cual desarrollamos nuestras reflexiones en
relación con ellos. Sólo a partir de la certeza podemos comprender la existencia y
significado de la duda. Ésta viene siempre después de aquélla y, en relación con la
discusión que nos ocupa, "el ser capaces de atribuir vida interior a los demás es el
prerrequisito de su comprensión (...). Allí donde no podemos atribuir vida interior a los
demás, simplemente no somos capaces de entenderlos" [6] . De este modo, la proposición
"el ser humano posee alma", es el punto de partida para todo tipo de reflexiones acerca
de los seres humanos, sus emociones, sentimientos, expectativas, etc. No hay razón
alguna para explicar por qué tenemos dicha certeza a la base de nuestro comportamiento
en relación con los demás. Es verdad que su valor está en estrecha conexión con el resto
de posibilidades para jugar con el concepto "pensar", pero la fuerza del arraigo de dicha
certeza tiene que ver con, por así decirlo, nuestras inevitables necesidades naturales de
entendernos con otros y vivir con ellos.

En nuestro aprendizaje aceptamos de un modo particularmente irracional la regularidad


del uso de este singular concepto. No es algo que busquemos; simplemente se da y, en
términos generales, no podemos evitarlo. No ponemos dicho uso fundamental en
cuestión, puesto que la duda tiene que alcanzar un término y, haciendo uso de
terminología cartesiana, dicho término es la certeza de que pensamos. Certeza que
refleja una actitud, no una opinión. En la diferencia entre actitud y opinión señala
Wittgenstein que una precede a la otra, "la actitud viene antes de la opinión" [7] . Es el
fundamento sobre el cual ésta se levanta. La duda presupone la certeza, la opinión
requiere fundamentos para poder expresarse.
A través de cómo actuamos, por tanto, podemos analizar el significado de las palabras y
el valor que les damos. Cuando Wittgenstein relacionó uso y significado, estaba tratando
de devolver el alcance de la reflexión filosófica a la práctica cotidiana. El resultado de
su análisis abocaba a la consideración de los elementos, por así decirlo, fundamentales
para justificar el propio proceso de construcción y fluidez semánticas. Dichos
elementos, en tanto que fundamentales, daban pie a Wittgenstein para hablar de forma
de vida. La forma de vida humana, caracterizada por el lenguaje. Esa conducta común
de la humanidad [8] , ese comportamiento típico del ser humano, tiene entre sus
caracteres el hecho de que los seres humanos piensan, de que conceden sentido a sus
actos. Aquello que, como resultado de nuestra relación con los demás [9] , acabamos
asimilando y asumiendo sin crítica, es lo que precisamente nos permite tratarlos como
seres humanos. No podemos, por así decirlo, entrar en el "interior" de los demás. Pero,
en realidad, tampoco es algo que necesitemos. Dicho "interior" es algo público, en tanto
que su contenido está determinado por la existencia de reglas para que pueda poseer
significado; y las reglas tienen carácter público. ¿Cómo, si no, sabríamos si alguien nos
engaña o está fingiendo? La conducta de los demás es la que nos permite acceder a ese
"interior"; y una conducta cuyo sometimiento a reglas en el plano de su expresión
lingüística -para determinarla, para hablar de ella, para codificarla- nos hace accesible lo
que a priori pudiera resultarnos oculto. Esta accesibilidad se manifiesta en el modo
como usamos los conceptos psicológicos. Wittgenstein se pregunta: "¿No ha de ser
reconocible en absoluto el hecho de tener un alma?" [10]

A las reacciones básicas y naturales en relación con sentimientos elementales -dolor,


tristeza, alegría- se le suman reacciones más complejas que desarrollan el simbolismo
de las mismas, pudiendo dar lugar, por ejemplo, incluso al fingimiento como parte de un
lenguaje más elaborado en relación con tales sentimientos.

Al aprender los usos estamos aprendiendo la distinción. No se trata de que tengamos


evidencia al respecto. Ésa no es la cuestión, ya que no podemos entrar lógicamente en
los demás. No podemos medir su interior. Esto es lo que hace que los conceptos
psicológicos sean vagos e imprecisos. Pero, a partir de nuestra reflexión acerca del uso
que hacemos de ellos -y, en cierto modo, precisamente por su uso-, sacamos a la luz
aquellos elementos que estamos dando por sentados en nuestra relación con los demás
en tanto que seres humanos. Este fundamento humano es el que nos permite concebir
una cierta lógica en la fluidez con la que concebimos el significado. No sabemos si los
demás piensan o no; pero tampoco dudamos de que lo hagan; y esto es algo que queda
muy claro en la acción lingüística, en la manera como hacemos uso de nuestro
lenguaje.

El conocimiento: ya no exclusivamente explícito, definible y


formalizable. Buena parte de nuestro conocimiento para jugar
los juegos es tácito. No es exigible que, para ser legítimo, deba
tener un tipo determinado de fundamentos, como las evidencias
científicas, sino que se funda en diversas prácticas o "formas de
vida".
_ El sujeto ya no es ahistórico, como el sujeto pensante
cartesiano, monologando encerrado en su razón, dueño de los
significados y autotransparente en sus procesos. Ahora los
sujetos son múltiples, están inmersos en prácticas situadas,
contextualizadas, interactúan y dialogan entre sí.
_ Se pasa de una razón monológica, única, universal y necesaria
(característica de la modernidad) a una multiplicidad de
racionalidades. La razón se fragmenta, se torna plural y, como
refiere a contextos y prácticas de vida, toma carácter local. No
hay una Razón con mayúscula, un superorden al que todos los
juegos tengan que reducirse.

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