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Mientras México se encontraba suspendido al borde del fracaso debido a la guerra con Estados Unidos, Lucas Alaman, en su prosa
típicamente olímpica, sostenía que en México no había mexicanos. Con ello quería decir que el fraccionamiento político endémico, la
búsqueda del propio interés y del poder delos hombres públicos, la debilidad del Estado central y las instituciones y el acentuado localismo
habían minado la unidad e identidad nacional. A pesar de su evidente hispanofilia y su idealización del pasado español, el gran estadista e
historiador conservador reconoció que la independencia de España había sido prácticamente inevitable, resultado de la madurez de la colonia
y la divergencia de intereses entre la Vieja y la Nueva España. Lo que habría llevado por mal camino a México fue la forma en que se logró esta
independencia.
El estallido del movimiento independentista mexicano en el otoño de 1810 fue precedido por conspiraciones abortadas en la capital
virreinal y en algunas ciudades de provincia desde por lo menos la década de 1790, y fue precipitado por la situación política en Europa. En la
nueva España el nudo se cortó cuando en 1808 un grupo de poderosos españoles peninsulares depuso al ambicioso y corrupto virrey José de
Iturrigaray, quien parecía inclinarse hacia la facción criolla y cierta forma de autonomía respecto del imperio español. La conspiración
provincial de salón que habría de resultar en la independencia de la colonia once años más tarde se centró en el padre Miguel Hidalgo y
Costilla. Preparado para diciembre de 1810, el plan para separar la colonia de España fue develado por las autoridades realistas. El movimiento
rápidamente gano el apoyo masivo de la gente del campo, ocupando y saqueando importantes ciudades mexicanas. Para el verano siguiente,
Hidalgo y la mayoría de sus lugartenientes habían sido capturados y ejecutados. Por casi lo siguiente cinco años, las banderas del liderazgo
revolucionario fueron esgrimidas por el padre JoséMaría Morelos. A lo largo de este periodo, el gobierno rebelde, nacional y peripatético,
emitió una declaración de independencia y una Constitución mexicana (1814) pero su autoridad nunca unifico efectivamente las decenas de
bandas guerrilleras y satrapías militares locales que seguían resistiendo al régimen colonial. Morelos fue capturado y ejecutado por las tropas
realistas a finales de 1815. En 1820, los oficiales liberales de un ejército español que estaba a punto de embarcarse hacia las colonias para
suprimir la insurrección en las Américas se rebelaron. Aunque a corto plazo los militares fracasaron, el apoyo a su programa por parte de varias
ciudades españolas desafectadas a Fernando lo obligo a restaurar la constitución de Cádiz.
Retornemos brevemente al ejército del padre miguel Hidalgo en los últimos días de octubre de 1810. A pesar de haber vencido a una
fuerza realista mucho menor pero bien entrenada en Las Cruces, el generalísimo insurgente rehusó atacar o aprovechar su ventaja estratégica.
La composición racial de las fuerzas rebeldes refleja la participación popular en la insurrección mexicana. La constitución étnica de los
insurrectos arrestados contradiga la visión tradicional según la cual la rebelión estaba compuesta principalmente por mestizos, por otro lado,
el vislumbre que tenemos de elementos ideológicos apunta en una dirección diferente a la de fraguar una alianza entre clases y etnias con los
criollos mexicanos para lograr la independencia.
Por supuesto que hubo una variedad de formas de violencia en este periodo, que abarco desde batallas campales en las que miles de
hombres participaron del lado realista cuanto del insurgente, pasando por estallidos más localizados de violencia colectiva, hasta bandidaje
con tintes políticos y criminalidad común. Hasta donde las evidencias nos permiten conocer sus motivos para adherir a la insurrección, la
mayoría de las personas de origen humilde era arrastrada a la violencia por una previsible amplia gama de motivos inmediatos, que incluían la
venganza, el amor, la amistad, la curiosidad, la codicia, pero rara vez por convicciones ideológicas identificables.
Liderazgo
Otro saber convencional sobre el movimiento independentista mexicano afirma que dependió de una alianza entre clases y razas que
perseguía la meta de lograr la independencia de España y que tras los primeros años de insurrección quedaba en evidencia que el régimen
colonial era inflexible en su resistencia a hacia cualquier tipo de proyecto semejante, incluso a aflojar sustancialmente los lazos que ataban a la
metrópoli. Sin embargo, en el caso particular de la gente del campo rara vez encontramos comunidades enteras alzándose para seguir
inequívocas declaraciones programáticas sin mostrar signos de parcialidades internas ni conflictos prolongados en la arenal local amalgamados
con la más amplia lucha política y militar, o una praxis política de línea ideológica racionalizada.
Falcón
El difícil panorama
Dar forma a la republica liberal no era una empresa fácil. Además de invertir grandes recursos políticos y militares en “pacificar” el
territorio de revueltas políticas y rebeliones sociales, los gobernantes tuvieron que reconstruir instituciones, reacomodar las diversas ramas de
poder y crear o precisar leyes fundamentales que permitieran encauzar la administración. Lo relativo a la llamada “cuestión social” quedo
entonces relegado. Se pensaba que el poder público no solo debería estar alejado de toda ley o acción que regulase los factores de producción
y el libre juego del mercado, sino que cualquier intromisión dañaría una evolución social sana y armónica. Al adentrarse en la compleja
realidad de la República restaurada resalta la enorme efervescencia social, surgida de las capas más profundas de la sociedad y que agitó
muchos rincones del país.
Estrategia de dominio
Una respuesta clave de la elite política a los retos que implicaron estas rebeliones de los subalternos consistió en solidificar y hacer
más operativa su unión con los principales afectados: los acaudalados de la región. A pesar de que por su carácter reservado es difícil conocer
esta relación entre las clases propietarias y los encargados del gobierno y el orden público, constituyo una pieza clave en la contención de las
grandes insurrecciones de la época.
Represión
La respuesta del gobierno de Juárez y de Lerdo a todos los grandes levantamientos armados populares fue, básicamente, de orden
militar. Se trataba de un patrón centenario que continuaría al largo del porfiriato. De 1867-1876 el sojuzgamiento castrense de los rebeldes
populares fue severo y desemboco en matanzas tan tristemente memorables como las que ocurrirían en el ocaso porfirista.
La apacheria
No sería, sino hasta la rendición del grupo chiricahua comandado por Jerónimo en los años ochenta, que se apagaría la lucha contra
los seminomadas en la franja norte del país. Los particulares, en unión con funcionarios locales y caudillos, fueron pieza clave para controlar
las “correrías apaches”.
Conclusiones
Desde la óptica de los hallazgos que aquí se presentan, lo primero que sorprende al acercarse a la Republica del liberalismo
triunfante es la profundidad del descontento, efervescencia y violencia de campesinos e indígenas, así como la respuesta sistemáticamente
represiva por parte del Estado nacional. Uno de los principales hilos conductores es la propiedad y posesión de la tierra y el agua. En la
republica de Juárez y la de Lerdo se intentó poner en prácticalas leyes de desamortización y deslinde, se atacaron las formas corporativas de
organización social y de pensamiento que para muchos constituían el obstáculo central para el desarrollo del país. Debe notarse que, aun
cuando en todas las sociedades agrarias existe una disputa por la posesión y el usufructo de los escasos recursos naturales, no fue esta la
matriz única, y en ocasiones ni siquiera la principal, de estas rebeliones. En especial fueron importantes los intentos de estos actores colectivos
por preservar o aumentar sus cuotas de independencia política, económica y religiosa.
Knight