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762: A saber, la manera justa de contestar a la pregunta: ¿Quién habla?

cuando se trata del sujeto


del inconsciente. Pues esta respuesta no podría venir de él, si él no sabe lo que dice, ni siquiera
que habla, como la experiencia entera del análisis nos lo enseña. Por lo cual el lugar del inter-
dicto, que es lo intra-dicho de un entre-dos-sujetos, es el mismo donde se divide la transparencia
del sujeto clásico para pasar a los efectos de fading que especifican al sujeto freudiano con su
ocultación por un significante cada vez más puro: que estos efectos nos llevan a los confines
donde lapsus y chiste en su colusión se confunden, o incluso adonde la elisión es hasta tal punto la
más alusiva para reducir a su reducto a la presencia, que se asombra uno de que la caza del Dasein
no la haya aprovechado más. Para que no sea vana nuestra caza, la de los analistas, necesitamos
reducirlo todo a la función de corte en el discurso; el más fuerte es el que forma una barra entre el
significante y el significado. Aquí se sorprende al sujeto que nos interesa, puesto que al anudarse
en la significación, lo tenemos ya alojado bajo la égida del preconsciente. Por donde se llegaría a la
paradoja de concebir que el discurso en la sesión analítica no vale sino porque da traspiés o
incluso se interrumpe: si la sesión misma no se instituyese como una ruptura en un falso discurso,
digamos, en lo que el discurso realiza al vaciarse como palabra, al no ser ya sino la moneda de
cuño desgastado de que habla Mallarmé, que la gente se pasa de mano en mano “en silencio”.
Este corte de la cadena significante es el único que verifica la estructura del sujeto como
discontinuidad en lo real. Si la lingüística nos promueve el significante al ver en él el determinante
del significado, el análisis revela la verdad de esta relación al hacer de los huecos del sentido los
determinantes de su discurso. Es la vía donde se cumple el imperativo que Freud aplica a lo
sublime de la gnómica presocrática: Wo Es war, soll Ich werden, que hemos comentado más de
una vez y que dentro de un momento daremos a entender de otra manera. Contentándonos con
dar un paso en su gramática: allí donde eso estuvo... ¿qué quiere decir? Si no fuese sino “ello” que
hubiese estado (en aoristo), ¿cómo llegar allí mismo para hacerme ser allí, por el hecho de
enunciarlo ahora? Pero el francés dice: Là où c’était... [allí donde eso estaba]. Utilicemos el favor
que nos ofrece de un imperfecto distinto. Allí donde eso estaba en este mismo momento, allí
donde por poco eso estaba, entre esa extinción que luce todavía y esa eclosión que se estrella, Yo
[Je] puedo venir al ser desapareciendo de mi dicho. Enunciación que se denuncia, enunciado que
se renuncia, ignorancia que se disipa, ocasión que se pierde, ¿qué queda aquí sino el rastro de lo
que es preciso que sea para caer del ser?

Mío: El sujeto de la palabra es el sujetado a la vida, o sea a los significntes del otro. El que le teme
a la muerte, el que se convence de que el otro, como amo, tiene el saber absoluto sobre su propia
verdad. El de la discontinuidad es el de la libertad, para usar términos hegelianos. El de la
discontinuidad es el que lo extrae de ser representado por otro sgte, es el que lo reduce a lo
mínimo, es el sujeto en sí mismo. A donde algo se escapa pongo otra palabra, donde ello era yo
debo advenir. El yo es una superficie construida a partir del reconocimiento que se tiene en el
lugar faltante del otro en tanto el otro se promueva como deseante de un deseo incierto para el
sujeto, el cual va a interpretar que es el lugar para ser, en tanto objeto, algo en el campo del otro.

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