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El Difícil Bobadilla
Juan Ochagavía, de la provincia de Chile

Introducción
Por lo general los jesuitas conocemos bien a San Ignacio, pero poco a sus
primeros compañeros. El libro de John O’Malley, Los Primeros Jesuitas1, nos los
ha acercado mucho, pero no terminamos de asimilar su riqueza. La reciente
canonización de Pedro Fabro algo ha ayudado, pero nos falta mucho.
En el caso concreto de Bobadilla la cosa es aún peor porque no sólo lo
desconocemos sino que nos hemos quedado con una imagen negativa suya: el
desatinado, el rebelde, el apegado a los príncipes, el que con sus maniobras con
el papa Pio IV casi hundió a la naciente Compañía. El artículo sobre Bobadilla de
Alderico Parente, en el reciente Diccionario de Espiritualidad Ignaciana2, no
contribuye mucho a cambiar esta impresión.
En estos días acaba de aparecer un estudio de Juan Cristóbal Pasini titulado,
Nícolás de Bobadilla. Recuperación de un personaje de la primera Compañía de
Jesús, que cambia las cosas3. Es un bien logrado intento de rehabilitar a este
“compañero difícil” de San Ignacio, como hasta ahora a muchos les ha gustado
llamarlo. Este estudio abre puertas y penetra en cosas muy de la quintaesencia de
la Compañía de Jesús. Cayó en mis manos después de haber terminado de leer y
tomar notas de los escritos de Bobadilla en Monumenta Historica Societatis Iesu, y
veo que concordamos en nuestros hallazgos. Pero Pasini desarrolla elementos
distintos de los que a mí más me interesaron. Por esto no me parece inútil escribir
estas páginas, que se centrarán en la vivencia espiritual del palenciano.

Datos biográficos esenciales


Aquí me limito a recordar que nació en el pueblo de Bobadilla del Camino, en
Palencia, en el año 1509. Era hijo de padres cristianos, devotos y modestos de
bienes. Estudió las primeras letras en la escuela del pueblo. Becado, pudo
continuar sus estudios, primero en Valladolid y después en Alcalá de Henares,
aficionándose a las lenguas clásicas. En su autobiografía él recuerda sus locuras
de niño, cuando una vez se cayó a un lago, otra vez a un pozo y otra en que lo
arrastró la corriente de un río4.

1
Colección Manresa, N° 14, Ediciones Mensajero y Sal Terrae
2
Colección Manresa N° 37, (2007) Ediciones Mensajero y Sal Terrae
3
Madrid, Colección Manresa N° 60, (2016) Ediciones Mensajero y Sal Terrae
4
Autobiografia, (B 631). Todas las referencias a Monumenta Bobadillae serán abreviadas, poniendo entre
paréntesis B+número de la página.
2

En 1533 viaja a Paris donde se encuentra con Ignacio, que lo ayudó a financiar
sus estudios teológicos y a conseguir un puesto como docente de filosofía en el
Colegio de Calvi, “la Pequeña Sorbonne”. Allí conoció a Fabro, Javier, Laínez,
Simón Rodríguez y Claudio Jayo. En 1534 hace los Ejercicios Espirituales y desde
entonces Ignacio será, para él y sus compañeros, “el líder”5.
En Paris trabaja muchos temas teológicos, especialmente la Escritura, padres y
concilios, como también los escritos de los reformadores. Recopila cantidades
ingentes de apuntes de estudio, que después llevará consigo. El 15 de agosto de
1534 los compañeros suben a la iglesia de San Dionisio y hacen sus votos con los
cuales se comprometen a ser sacerdotes y predicar en pobreza, yéndose a
trabajar en Jerusalén. En 1538 él y sus compañeros fueron ordenados sacerdotes
en Venecia.
Cuando no resultó el proyecto de Tierra Santa los compañeros se pusieron bajo
las órdenes del Papa para ser enviados en misión adonde la necesidad fuese más
imperiosa. Desde entonces comenzó para Bobadilla un intenso y perpetuo ir de
una parte a otra enviado en misión: Ischia, Roma, Viterbo, Innsbruck, Nuremberg,
Espira, Viena, Flandes, Praga, Worms, Colonia, Regensburg, Augsburgo,
Nápoles, Italia del sur y del norte, Valtelina, Eslovenia, Ragusa en Croacia, Roma
y, finalmente, Loreto, donde falleció en 1589.
Seguramente, Bobadilla fue el “más mandado” de los primeros compañeros. El
papa lo mandaba a veces directamente; otras, por medio de Ignacio o algunos de
los cardenales legados. Lo pedían los reyes como consejero y capellán de corte,
las ciudades, los obispos de Alemania, Austria y los reinos y ciudades de Italia.
Por todas partes quería hacer la reforma de la Iglesia y de la cristiandad.
Ejercitaba los ministerios de la Fórmula del Instituto: explicar libros de la Sagrada
Escritura (a esto se lo llamaba “leer” o “lecciones”), predicar en los templos la
Palabra, en especial en tiempos de cuaresma, dar Ejercicios Espirituales, hacer
paces y reformar monasterios y diócesis, consolar y animar a condenados a
muerte, pedir limosna para los pobres en tiempo de escasez. Además estudiaba y
escribía en defensa de la Iglesia y en respuesta a las posturas de los
reformadores. En las cortes era consejero y capellán. Otra preocupación suya fue
la promoción de vocaciones para la Compañía. Junto a todo esto, fue un impulsor
infatigable de los colegios, que de todas partes eran solicitados a la Compañía.
Tanto es así, que los otros compañeros lo embromaban por los colegios6.

Cristo es todo

5
Ibid, “ductor eorum”,
(6) (B XV), con referencias a textos de Javier, Salmerón y Polanco.
3

Tanta acción brota de un amor apasionado a Jesucristo. Sus cartas comienzan


con el saludo: “Que la gracia y paz de Cristo Señor esté siempre con nosotros”.
Esto es más que un saludo protocolar. Cristo está siempre presente en sus cartas.
Bobadilla es un hombre expresivo, que no acalla sus sentimientos profundos y los
saca afuera. Cristo le da la salud en sus viajes (B 3). Por gracia suya se pone en
camino (B 118). Toda su afán misionero es para mayor gloria de Cristo nuestro
Señor (B 13). Va como capellán a la guerra esmalcáldica por voluntad de Cristo,
dispuesto a morir por él y el bien de las almas (B 34). En complicadas situaciones
espera que “Cristo lo provea todo” (B 34).
Al cardenal Morone, legado papal, le obedece en todo “como si me lo mandara
Cristo” (B 35). Los favores y buena acogida que le dan Fernando rey de romanos y
la reina le vienen “por la gracia de Cristo” (B 37) y los recibe “a mayor servicio y
gloria de Cristo” (B 38). En carta desde Nuremberg a sus compañeros de Roma
les dice que los sacerdotes pasados a los luteranos “ruegan a Cristo”; lo que hace
que él espere que Cristo “haga la concordia y reformación de la universal iglesia y
cristiandad”. Pero tiene sus dudas y añade: “si Cristo no provee, toda Alemania se
pierde”. Termina pidiéndoles que rueguen a Cristo que le da gracia de hacer algún
fruto, “aquí entre los lobos” (B 43).
A Fernando, rey de romanos, le aconseja que para conseguir tributos de los
bienes eclesiásticos no actúe por autoridad propia, y que le deje el asunto a los
prelados, “buscando primero la gloria de Cristo, el cual proveerá en las
necesidades temporales” (B 43).
Cuando tiene que asistir a la dieta de Espira, escribe a Ignacio que ruegue por él
para que Cristo le dé gracia ante la corte del emperador Carlos V, como ya la tiene
ante el rey de romanos. Y termina reiterando su petición: “rogad a Cristo me dé su
gracia para todo” (B 45).
Pese a estar en la corte, andaba siempre muy escaso de dinero para sus gastos,
porque no pedía a nadie a fin de mantener su libertad apostólica. Se desahoga
ante sus compañeros de Roma, refugiándose en Cristo: “cada día gasto sin tomar
de esta corte ni de monseñor el nuncio, que está más pobre que yo,…Cristo en
quien tengo toda mi esperanza, lo remediará, pues los hombres faltan. No digo
más, sino que Cristo sea con todos” (B 54).
Desde Bruselas escribe al cardenal Farnese las dificultades personales que
encuentra en su ministerio en Alemania. Se explaya: “Estoy obligado a recorrer
Alemania, o por las dietas o siguiendo a las cortes, cargando siempre conmigo sus
preocupaciones. Es difícil, reverendo señor, en medio de tanta gente y ambiente
de cortes, máxime en Alemania, mantener el espíritu cristiano. Todo sabe a carne
y mundo. Que Cristo me dé fuerza para que, en medio de esta nación mala, con
mi trato pueda edificar a otros y que yo no pierda el espíritu de mi vocación.
Estaría con gusto fuera de Alemania si fuese del agrado de Cristo y de su
santidad” (B 59).
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En enero de 1546, desde Colonia, escribe a su “muy querido amigo” Pedro Fabro,
sobre la situación de esa diócesis, donde el arzobispo tomaba posturas luteranas:
“Las cosas públicas van muy mal; y si Cristo no las remedia, cada día peor. El
arzobispo no cesa en su negocio, y dice que nunca cesará, porque tiene
revelación (que) su causa sea de Cristo. Que Cristo le dé un mejor sentir”. Pero ve
que Cristo estaba ya dando algún remedio en la persona del joven jesuita Pedro
Canisio (B 76 y77).
En 1546, desde Regensburg, a propósito de críticas que le han hecho y que él no
respondió, escribe a Ignacio: “Doy gracias a Cristo, que, callando yo, mueve los
corazones de los hombres a sentir bien de mí. Dame ocasión para que yo crezca
en el servicio de Cristo cada día más”. Y pide a su maestro que ruegue a Cristo
“me dé gracia, para que haga aquel fruto que será a mayor gloria de Dios nuestro
señor” (B 89).
Inventa títulos cristológicos para referirse a Cristo. En carta a Leonardo Kessel lo
llama el “buen Recompensador” (B 97). Al arzobispo de Viena, estando ya por
declararse la guerra contra los protestantes, lo tranquiliza diciéndole que Cristo
hará que las cosas salgan bien (Christus bene fortunet) y que no les faltará “Cristo
auxiliador” (B 98).
Fue llamado al ejército como capellán y tuvo a su cargo los hospitales de
campaña. Desde el ejército escribe a Fernando, rey de romanos, y le comunica
noticias y sus propios sentimientos: “Nunca estuve tan alegre en mi corazón como
ahora, viendo que estos (=los combatientes) son verdaderos doctores para la paz
y tranquilidad de Germania, expulsión del turco, y reformación de toda la iglesia,
ocasión y causa; la cual Cristo nos conceda presto, amén, como yo espero.
Entretanto hagamos todo lo que debemos, y dejemos hacer a Cristo, el cual dé a
Vuestra Majestad gracia para todo lo que será a su santa gloria” (B 108).
Con fecha 25 de agosto 1547, desde Augsburgo, Bobadilla escribe al papa Paulo
III dándole cuenta de los resultados de la Dieta que allí se tuvo. Son promisorios
para restaurar la unidad cristiana. Pero se requiere que el emperador Carlos V
trate con los alemanes en forma amistosa, a fin de que la religión y los demás
asuntos alemanes se resuelvan en amigable concordia. Por eso “ruega a Cristo
que le dé al emperador un sentir cristiano, a fin de que junto con Su Santidad, vea
a la iglesia católica de Cristo restituida y reformada, lo que Cristo se digne
conceder para gloria suya y para la paz y tranquilidad del orbe cristiano. Amén” (B
124).
Una muy repetida expresión suya es “que Cristo lo remedie todo” (B 129). O que
“Cristo lo enderece todo a mayor gloria”. O que “Cristo lo haga como sabe que
tenemos necesidad” (B 130).
Bobadilla tenía mucha confianza con el rey Fernando. Le comunica sus
sentimientos íntimos después que Carlos V lo expulsara de los territorios de su
imperio por haber contradicho su famoso Interim, documento imperial que hacía
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concesiones a los luteranos. Le dice “nunca me moví ni procedí con pasiones, ni


con espíritu de contradicción, sino que siempre dije mi sentencia cándidamente…”.
Resiste con entereza este golpe tan fuerte y –en el espíritu de la tercera manera
de humildad (EE 167) - declara al rey estar “contentísimo y alegrísimo” y le pide
alegrarse con él “de esta mi alegría en Cristo nuestro Señor” (B 148).
Contra los que lo acusan de imprudencia y desatino, se defiende ante el rey,
diciendo: “por gracia de Dios estoy sano (se refiere a las cuartanas, que lo
aquejaban con frecuencia), y hago oficio cristiano con la verdad y sinceridad que
siempre en mí conoció. Lo demás déjolo a Cristo, que nos ha de juzgar el día del
juicio, donde se verán claramente las hipocresías y la verdad” (B 155).
En noviembre de 1558 escribe a Polanco de sus andanzas en el norte de Italia,
una zona difícil, muy trabajada por los luteranos, a la que había sido enviado a
misionar. Va “con gracia de Cristo” y espera que “Cristo haga el fruto, como me da
buen ánimo para trabajar” (B 238). Le añade que se alegra de recibir cartas de sus
compañeros, en especial las de África, y de “que el Padre (Ignacio) esté contento
que tomo calor en las cosas de los colegios”.
A esto sigue un verdadero himno a Cristo, a quien remite las críticas recibidas:
“Espero en Cristo que cada día estará (Ignacio) más contento, considerando,
primero, que donde he sido mandado he procurado la gloria de Cristo y la de la
Compañía y el fruto de las ánimas…Cristo nos dé a todos sentir su santa voluntad.
Yo tengo a Cristo por mi meta, y a su gloria haré cuanto sabré y podré. Del resto
siempre lo remitiré a su juicio universal, que será justísimo a todos, porque
padecer es la gloria de los cristianos. Y doy gracias a Cristo, que me da alegría en
todos trabajos por su amor. Pero de esto basta. Y Cristo nos dé su gracia a
todos…” (B 239s).
En enero de 1559 escribe al general Laínez desde Valtelina, en los Alpes. Le
cuanta su compasión por la enfermedad de Salmerón, añadiendo: “Cristo lo sane
para mayor gloria suya, al cual me saludará”. Reacciona a la noticia de la muerte
del emperador Carlos V y de la reina María de Inglaterra, diciendo: “Cristo les dé
su santa gloria, y remedie las cosas de Inglaterra, que gran temor les tengo”. Debe
partir a Como a arreglar problemas pastorales con el vicario y se encomienda:
“Que Cristo nos ayude, que las cosas van mal” (B 251ss).
En otra carta desde Bormio cuenta a Laínez que la gente de esas tierras pide con
insistencia maestros de escuela de primeras letras. Sienten gran amor a la
Compañía, lo que es cosa de Cristo: “es cosa lo que Cristo ha obrado en tan poco
tiempo, que me darían y pondrían la vida por mí”. Ante las amenazas de los
señores luteranos se limita a decir, “dejo hacer y obrar a Cristo” (B 265).
En Dalmacia también encuentra dificultades. Lo hiere especialmente la traición de
Antonino, joven al que confió muchas responsabilidades y que lo engañó. “Cristo
lo perdone, que yo se lo perdono y he perdonado con demasiada caridad y
paciencia” (B 295).
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En Ragusa (=Dubvronik) Bobadilla estaba optimista con las posibilidades que se


abrían para la misión de la Iglesia. Escribe a Laínez: “Veo cada día tantos turcos
con cristianos…y gitanos, que son otras Indias, y deben ser favorecidos más que
los germanos”. Los de Ragusa aman tanto su tierra, que los padres no envían a
sus hijos a estudiar a otras partes, y piden que la Compañía abra allí un colegio.
Como siempre, termina diciendo, “Cristo ordenará lo que sea a mayor gloria suya”
(B 320).
En junio de 1560 escribe a Laínez sobre su afición a los colegios: “yo en la manga
llevo los colegios por donde voy, que ni en enfermedad ni sanidad no me falta
Cristo, y con grandeza” (B 342). Había dificultades económicas para fundar el
colegio de Ragusa, y escribe: “Hay gran pobreza para fundar; mas super omnia
est Christus. Resolveremos lo que Cristo ordenará ser más expediente” (B
369sm). En cuanto a su persona, le dice, “podéis hacer buen mercado en todas
partes; mas Cristo sabe más que los hombres. Doy gracias a Dios que me
favorece más que yo podría desear, porque no deseo nada sino la gloria de Cristo,
y la salud de las ánimas, y ando donde no se sabe nada de la Compañía” (B 342).
Como era usual entre los jesuitas, en febrero de 1561 da cuenta a Polanco de sus
ministerios en Ragusa. Le dice que está con su cuartana, y que esta cuaresma no
podrá predicar, pero sí explicará algunos libros de la Escritura. Relata que “no
faltan contradicciones” de parte de algunos frailes celosos de la Compañía. Añade,
“yo callo y hago del sordo…Todo lo remito a Cristo, que haga su voluntad”. Y
termina pidiendo, “Rogad a Cristo por mí, que la mía cuartana no me quiere dejar”
(B 367).
En diciembre de 1565 Bobadilla recorre misionando la Apulia. Desde el pueblo de
Bidrunto da cuenta de sus andanzas a Francisco de Borja, entonces general de la
Compañía. Escribe: “he visto una buena parte de la Apulia, y al duque de
Seminara, virrey de esta provincia, y he visitado muchos obispos, y me han
hablado de sus seminarios y colegios, que desean hacer a su tiempo. Yo veo y
siembro, y Cristo fructificará cuando parecerá y como a su divina majestad”. No
sabe dónde predicará esa cuaresma, porque las iglesias ya están provistas de
predicadores, “mas no faltará lugar donde Cristo ordenará, y de todo lo que
sucederá avisaré a usted, a quien Cristo conserve en su santa gracia” (B 456s).
El 7 de agosto de 1566 escribe al provincial desde Amatrice, en los montes
Abruzos, contando una incursión de los turcos (¡digna de una serie de Netflix!).
Bobadilla tuvo que hacerse cargo de la duquesa del país y de su hija y de un
grupo de monjas. Escaparon a las montañas, plagadas de forajidos, pero se
salvaron por la gracia de Dios (B 468). En cuanto a su futuro, “Cristo dirá lo que
hay que hacer” (B 469)7.

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La misma idea se repite en las cartas siguientes: “Y después seguiré el correo para Calabria y para
Catanzaro, y allá ayudaré lo que Dios ordenare” (B 472). “Cristo haga lo que será más para su gloria” (B 474).
“haré lo que Cristo me inspirará” (B 491).
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En carta al general Borja sopesa las ventajas y desventajas de hacer un colegio


en Catanzaro. Fiel a la escuela de Ignacio, discierne las señales de Dios, que le
hacen decir: “No dudo que el colegio de Catanzaro lo haya ordenado Dios” (B
486). Pero había dificultades serias para lanzarse a la obra. Ante esto recurre a
cosas aprendidas con Ignacio: “Como decía Maestro Ignacio, hemos de confiarnos
en Dios, que proveerá en todo, máxime tratándose del bien común y del fruto
espiritual de esta ciudad” (B 487).
A Polanco escribe desde Reggio de Calabria en abril de 1570 y le da cuenta de su
vida y trabajos. Nunca en una cuaresma había trabajado tanto, predicando cada
día y haciendo prédica nueva y lecciones, y cada día celebrando, y ayunando
siempre, pese a un catarro mayúsculo, no pudiendo cambiar sus sábanas hasta la
Pascua. Con humildad dice: “Sea la gloria a Cristo, que me dio tantas fuerzas con
tener un catarro que me trabaja, con peligro de ahogarme” (B 311).
El general Everardo Mercuriano le había pedido opinión acerca de reenviar a
España algunos jesuitas españoles ya muy instalados en Italia. Bobadilla lo anima
a hacerlo, sin mirar tanto a los gustos de ellos sino a lo que es conveniente hacer.
Y le dice que proceda en el Señor, que Cristo producirá el fruto y le dará su gracia
(B 533).
Este es Bobadilla. Un apóstol de Cristo. Mejor, un hombre que se vacía de sí para
que sea Cristo quien sienta, enseñe, predique, estimule, aconseje, reprenda, actúe
a través suyo. Deja que su dolor de Iglesia y cristiandad sea el de Cristo. Que sus
alegrías le vengan de Cristo. Un corazón bueno, luchador, habitado por Cristo y
servidor suyo.
Considero que la pasión con que en todo momento habla de Cristo es una gracia
para la espiritualidad ignaciana. Es un fruto maduro del “encontrar a Dios en todas
las cosas” de la Contemplación para alcanzar Amor de los Ejercicios: él encuentra
a Cristo, gozándose en borrarse a sí mismo.
Su relación a Cristo es distinta a la del P. Hurtado, cuando éste se preguntaba:
“¿Qué haría Cristo en mi lugar?” Bobadilla se borra a sí mismo y deja que Cristo
sea el que haga, dé fruto, muestre, ordene, ayude, recompense. Es la vivencia del
“instrumento unido” a Dios de la Parte décima de las Constituciones de la
Compañía.

Las peculiaridades de un tipo notable


Es bien sabido que Bobadilla en varios aspectos fue un hombre peculiar. Valga de
ejemplo lo que sucedió comiendo con el cardenal Hosio, presidente del Concilio de
Trento y muy amigo de los jesuitas. En carta al humanista Latinius Latinus, relata
Hosio que habló a Bobadilla sobre la conveniencia de que más jesuitas trabajaran
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en Alemania, que era tan necesitada como las Indias. Éste reaccionó con furia,
atacándolo con gran ímpetu: “Id más bien vosotros, los cardenales, que vosotros
lleváis el bonete rojo. Este es oficio propio vuestro, que lo tenéis olvidado y no
hacéis más que entregaros a las delicias y placeres; y cuando hay alguna carga
de trabajo, la echáis toda a las espaldas de los pobres jesuitas”. Hosio comenta a
su amigo: “¿Qué haré? Tengo que perdonar a Bobadilla porque lo amo” (B 520,
nota).
Ignacio fomentaba entre sus compañeros la comunicación de sus vidas y trabajos
apostólicos, por carta u otros medios. Lo usual era que las cartas se difundiesen a
los conocidos, para mantener así la unión y mutua ayuda. Pedía Ignacio que las
cosas más delicadas se escribiesen en “hijuelas” aparte, con lo cual las cartas
tomaban el carácter de “cartas edificantes”.
Bobadilla tomaba muy en serio el escribir y recibir noticias de sus compañeros.
Pero talvez demasiado en serio, porque una de sus peculiaridades era el ser
ingenuamente exitoso, hablando mucho de sus logros y del amor con que era
acogido. Pero lo hacía desposeyéndose de sí, siempre refiriendo los triunfos a
Cristo: “gracia de Cristo”, “bendito sea Cristo”. En este sentido, era humilde y
capaz de ver sus cualidades y también sus limitaciones.
Valga como ejemplo, y por muchas más, la siguiente carta a Polanco del 30 de
noviembre de 1557, desde Fulginio: “La gracia y la paz de Cristo el Señor esté
siempre con nosotros. Amén. Estos días pasados he estado un poco enfermo,
pero no he dejado de leer y predicar todos los domingos antes de la fiesta de
Todos los Santos. A partir de la octava de esta fiesta comencé a leer después de
vísperas los casos de conciencia y, por gracia de Cristo, el auditorio siempre
crece. Es tanto, que yo me maravillo al verlo, sabiendo la poca gracia y falta de
dominio del italiano que tengo. Bendito sea Dios. Fuera de esto, estoy tan
ocupado en hacer paces entre los ciudadanos, que no me dejan vivir. Además me
dedico a ayudar a los pobres necesitados y a llevar a monasterios a muchachas
casaderas. Veo en forma manifiesta que Dios opera y produce frutos tanto en
Fulginio como en la abadía y monjes de esta orden religiosa. Deseo saber las
noticias suyas y nuestras, pero avísenme” (B 189).
Sus compañeros lo conocían bien y lo tomaban con cierto humor, como por
ejemplo Salmerón, cuando desde Nápoles escribe a Borja que llegó Bobadilla “con
su caballo blanco… y nos ha alegrado con su presencia y palabras, porque en la
mesa siempre nos predica y somos sus auditores” (II, 28).
Otro rasgo muy peculiar suyo es que se juega por la verdad exacta de las cosas.
Sobre esto hay una carta muy curiosa de Bobadilla a Laínez, escrita desde Roma
el 15 de octubre de 1555, en que aquél se defiende y rectifica ciertas correcciones
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que le hizo Laínez. La escena tuvo lugar en Roma misma, comiendo con el padre
Ignacio, en una especie de disputa teológica que allí se tuvo, cosa no extraña en
esa época. Se ve que después que Bobadilla expuso su parte, Laínez lo contradijo
en cuatro puntos concernientes hechos y doctrina de San Agustín. No vale la pena
quedarse en estos puntos, porque son cosas menores y de poca importancia.
Pero sí vale la pena notar con qué espíritu polemiza Bobadilla. Después del saludo
habitual de desearle la paz de Cristo, añade: “Determinado tenía que nos
hablásemos largo en caridad para que mirásemos cómo hablamos delante de
otras personas sin errar”. O sea, le dice a su amigo que ha errado y se lo prueba
con datos fehacientes. Pero se lo dice “en caridad”. Al despedirse le pide que él, a
su vez, está deseoso de recibir correcciones: “Esta son las cosas que escribí
rápidamente hoy, rogándoos que me advirtáis y aviséis a mí de todo lo que me
debo guardar, pues todo se hace con caridad” (B 179).
Otro rasgo muy suyo era la amistad. Era un hombre muy amistoso. Despertaba
comunicación y amistad, al igual con personas grandes que con gente sencilla. El
príncipe Hércules de Ferrara lo trata de “amigo muy querido” (B 26). Para el
arzobispo de Viena la amistad de Bobadilla es beneficio singular de Dios (B 62).
Era muy amado por la gente de las cortes, con que tenía que tratar en consultas,
prédicas y confesiones. Él se daba cuenta de esto y lo refiere con sencillez en una
carta a Fabro: “somos amados de todos, y se han servido de mí en sus
adversidades estos señores, escribiendo frecuentemente a la corte cesárea” (B
74).
El nuncio en Viena, Verallo, afirma que los motivos por los cuales fue promovido al
cardenalato se deben en gran parte a Bobadilla, con quien pasó tantas fatigas y
desventuras en sus trabajos en Alemania (B 156). La república de Ragusa,
“deseando mostrarle todo nuestro amor”, le regala para el viaje de despedida
“vino, pollos, cabritos, queso, huevos, fruta y otras cosas”, además de cuatro
escudos, que él rehusó aceptar, apelando a la gratuidad de los ministerios de la
Compañía (B 380 y 381). Ya anciano, en un intercambio epistolar con el cardenal
del Este, ambos se alegran y consuelan del intenso mutuo amor que Dios les ha
dado (B 543). En carta a Fabro valora mucho al joven Pedro Canisio, y se
preocupa de que se está excediendo en sus trabajos (B 77).
Bobadilla era una persona alegre, de trato cercano, capaz de beber una copa y
jugar ajedrez con sus amigos, por mucho que se escandalizara Salmerón (MSal I,
22). Conservó toda su vida algo de la candidez de los niños. El mismo se describe
como siempre contento: “En cuanto a mí, de todo estoy contento, y donde quiera
que voy hallo maná y consolación espiritual” (B 251).
Otra peculiaridad muy suya era no ser rencoroso. Esto lo refleja muy bien la carta
del 7 de enero de 1559 a Laínez, en que se defiende de las acusaciones recibidas.
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Le dice, “he visto su carta, a mí gratísima y cordialísima: y porque nos amamos en


Cristo, podemos ser más libres entre nosotros, siempre con caridad. Y así se ha
todo de tomar lo que se escribe, sin punto de espíritu de amargura, o de hiel, que,
cierto, no la hay en mi ánima, sino entrañas limpias: y con esta sinceridad y
cristiana libertad digo lo que entiendo con el intelecto, sin desabor del afecto,
porque soy cierto que no quiero mal a ninguno, ni tengo pensamiento que ninguno
me quiera a mí mal, sino que todo lo que se hará sobre mi persona será para
mayor servicio de Dios y salud de las ánimas y provecho mío particular” (B 254).
Se goza con Laínez “viendo la unidad de la caridad del espíritu de Dios en
nuestros corazones, la cual Cristo aumente a gloria suya y beneficio de las
ánimas” (B 292).
Dos años más tarde, en carta a Polanco desde Ragusa, y a propósito que lo
criticaban por establecer allí un colegio, escribe: “Yo camino poco a poco con las
contradicciones, dando tiempo al tiempo, esperando en la verdad y buena
intención con la misericordia y omnipotencia de Dios, que hará lo que será mejor.
Me parece que estoy satisfecho y contento” (B 369).
Este es Bobadilla. El jesuita directo y franco, que no calla sus pensamientos ni
ante sus amigos ni ante sus enemigos ni ante Ignacio ni ante el mismísimo papa
Paulo III o el emperador Carlos V.

La obediencia de un batallador de Cristo


Para Bobadilla la obediencia es para dar gloria a Dios ayudando a los prójimos. En
marzo de 1559, desde Bormio, en una posdata al general Laínez, escribe: “Sería
gran salud de las ánimas, si dos de casa estuviesen aquí, dado que amenazan
muertes y cosas grandes” (B 266). Esta frase lo retrata de cuerpo entero. Es el
apasionado hasta, dar su vida, por la salud de las ánimas. Todo su afán es Cristo
y la salud de los prójimos. Servirlo para su gloria, dejarse guiar por él a gloria de
las almas: “Cristo ordenará donde será más para su gloria y salud de las almas.
Esto basta para el que más sabe” (B 445). O esta otra: “Me dejo gobernar por Dios
nuestro Señor, que dispone todas las cosas para su gloria y salvación de las
almas” (B 446).
Por su entrega total a Cristo y la ayuda de los prójimos Ignacio lo había escogido
para enviarlo a la India y al Extremo Oriente. Pero enfermó y tuvo que permanecer
en Europa, y Francisco Javier fue enviado en su lugar (B 618). Desde entonces
empieza a circular por todas partes. En Alemania va como capellán a la guerra de
Esmalcalda, “aparejado a morir por Cristo y la salud de las almas. Y no estuvo tan
lejos de morir, ya que le partieron la cabeza de un golpe de alabarda (B 103). En
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Roma, con las fiebres de cuartanas, profesa “tomar la cruz hasta la muerte” (B
168). En Italia del norte, corre serio riesgo de su vida, haciendo por amor a Cristo
una brillante exposición y defensa de la Eucaristía ante los señores grisones,
luteranos aguerridos contra los católicos (B 272ss). En 1560 desde Ragusa, en
Dalmacia, cuando el arzobispo lo quiere hacer su Vicario, escribe a Polanco para
que frene este nombramiento, y termina pidiendo: “Allá lo considerad todo, y
proveed como la razón demanda. Yo me remito en todo a Cristo, el cual me
gobierna y me ayuda en mis enfermedades y trabajos, también en tierra pobres,
como es esta Eslavonia, llena de gente y poco pan” (B 346).
El sistema jesuita de la obediencia es para la misión, para el bien de los prójimos,
en que estriba la gloria de Dios. Bobadilla lo piensa y lo vive así. Profundicemos
más en este aspecto de la vida de Bobadilla, desde el punto de vista de su
obediencia apostólica. Se le criticó de buscarse él mismo sus trabajos, de poca
disponibilidad. Vale la pena escucharlo defenderse de esta acusación en carta al
P. Miguel Torres, fechada desde Regensburg el 16 de julio de 1546. Escribe:
“Dicen que no tengo de procurar misión directa ni indirectamente, conforme a la
regla. Dicen verdad; mas, informar a mis superiores, que me pueden mandar, no
es contra la regla. ¿Quién puede mejor saber lo que pasa, que el que lo trata? Y
como soy obligado a obedecer, así soy obligado a informar del fruto mayor o
menor. Y esta es la verdadera inteligencia; de otro modo sería impía” (B 100s).
Esta doctrina la practica en los hechos. Estando mandado por el papa al servicio
del cardenal Morone, le reitera que está a sus órdenes: “…he hecho y hago todo lo
que Vuestra Señoría me ha mandado, como si me lo mandara Cristo” (B 35). Al
cardenal Alejandro Farnese le pide que obtenga del delegado del papa que le den
mandato de obediencia “para estar consolado a los ojos del Señor” (B 59).
Hay una hermosa carta al Maestro Ignacio, de abril de 1548, desde Augsburgo, en
que Bobadilla le representa sus vacilaciones acerca de su trabajo en Alemania. En
tiempo de las famosas dietas se siente útil, por estar él muy bien informado de las
cosas de religión. Pero luego añade: “pero a mí todo esto no me satisface,
creyendo que en otra parte sería más fructuoso”. Comprueba que la gente en
torno suyo es poco receptiva al evangelio. Otra razón para desear un cambio es
que en Alemania resulta muy difícil vivir la pobreza de la Compañía. Pero al fin de
cuentas, termina haciéndose disponible a lo que Ignacio decida: “En todo me
remito a la obediencia, y a lo que allá ordenaréis de estar o quedar (B 134ss).
La Compañía, a través del secretario Polanco, sigue de cerca los desplazamientos
de Bobadilla, se consuela con sus logros, le pide que no se exceda en sus
trabajos y le deja mucha libertad para concretar su misión, “según le pareciere
más a propósito a su devoción” (B 258). Es notable cuánto espacio dejan las
cartas de Roma a la discrecionalidad del que es mandado. Polanco dice a
12

Bobadilla, que si él estima que es mejor salir de la Valtelina, lo diga: “Si a V. R.


parecerá deber salir de esa tierra, se le ordenará que salga; y si no dice a dónde
se inclina, acá lo mirará nuestro Padre” (B 262).
El cambio de destino, dejar el norte de Italia e ir a Dalmacia, lo trasmite Polanco
con estas suaves palabras: “Nuestro Padre estará contento que acompañe al
arzobispo de Zara, donde se espera habrá ocasión de servir a Dios nuestro Señor”
(B 268). Bobadilla recibe esta misión como “una obediencia gratísima”,
lamentando tan solo estar enfermo, cosa que le obliga a retrasar su partida (B
274).
Para Bobadilla el sistema de la obediencia pide mucha creatividad por parte de los
súbditos para proponer al superior cosas que sean para la gloria de Dios y bien de
los prójimos. Por esto, al despedirse de Bormio escribe una carta al general
Laínez, en que le propone muchas cosas para el bien del norte de Italia, y le dice,
“En todo me remito a V.R. Sólo que veo la gran necesidad que tienen estas
ánimas de ser ayudadas, y no se deberían abandonar” (286).
En carta de 1560 al general Laínez expresa su disponibilidad a la obediencia en
frases muy bien logradas: “Cuanto a la obediencia mía, no hago dificultad, porque
toda patria me es buena. …Con mi persona podéis hacer buen mercado en todas
partes; mas Cristo sabe más que los hombres. Doy gracias a Dios, …porque no
deseo nada sino la gloria de Cristo y la salud de las ánimas, y ando donde no se
sabe nada de la Compañía (B 341s)”.
Poco después, desde Venecia, pedirá a Polanco que lo defienda de que lo
nombren Vicario del arzobispo de Ragusa, ofreciéndose en cambio a realizar por
un mes “una visita del clero…porque lo desea aquella república, y me tiene
autoridad y crédito. En todo me remito a la obediencia, porque no sé qué será de
mí: ni fatigo la mente en cosas futuras. Basta la obediencia” (B 349).
Después de la muerte de Ignacio, en un momento de conflicto y una situación muy
compleja (1557 al 58), Bobadilla sostuvo que el cargo de Vicario temporal debería
ser nombrado por los primeros compañeros. Propuso además que el generalato
en la Compañía no fuese vitalicio, sentencia que el Papa Pio IV hizo suya y la
impuso, junto con la recitación del divino oficio en coro.
Nadal y Polanco reaccionaron con fuerza, tratándolo con términos muy duros8, por
esta contravención al diseño ignaciano. Que Bobadilla se arrepintió y cambió de
parecer lo prueba su respuesta a una consulta acerca de la duración del
generalato que envió Laínez a varios jesuitas el 5 de mayo del año 1561: “El voto
mío en cuanto al generalato es que sea siempre perpetuo ad vitam, como dicen

8
Ver en John W. O’Malley, Los Primeros Jesuitas, Sal Terrae, 405-408.
13

las constituciones”. Luego, con una ironía que sólo se pueda dar entre viejos
amigos, prosigue: “Y que en V. R. sea tan firme que dure cien años; y que, si,
muriendo, tornase luego a resucitar, mi voto es que le sea confirmado hasta el día
del juicio universal, y le suplico se digne aceptarlo por amor de Jesucristo” (B 378).
En cuanto al coro, piensa que no es del espíritu del instituto, sino contrario a él en
los días de la semana. No rechaza que en las fiestas y domingos se tenga el coro,
si esto fuere inspirado por Cristo para gloria de Dios y salud de las ánimas (Ibid).
Y, para alejar cualquier duda o acusación por su anterior postura, añade que “todo
esto escribo de todo corazón, y con verdad, y con la mente, y con la propia mano,
ad perpetuam rei memoriam” (B 378)9.
En notable el cariño que le demostraban a Bobadilla los superiores de Roma y la
amplia libertad de decisión que le dejaban. Cuando en julio de 1561 estaba
enfermo, le escribe el Vicario de la Madrid por encargo del general Laínez: “puede
irse a Peruggia, si quiere; y si no, a Camerino, o Fabriano, o a cualquier otro lugar
que más le agrade y que más le ayude a la salud, o donde encuentre mayor
consolación en el Señor. Puede hacer lo que le resulte mejor.” (B 385). Lo mismo
Salmerón, cuando asumió de Vicario, en reemplazo del general Laínez, que se
había ausentado enviado por el papa. Le deja total libertad para escoger donde
pasar el invierno, si fuera de Roma o en Roma, y le añade: “su consuelo será
consuelo para el P. Vicario y de todos los otros padres; y también del P. General
que a su partida lo dejó especialmente recomendado” (B 393). Lo mismo Polanco,
que le dice que vaya a donde quiera “solamente por descansar de otros trabajos y
consolarse con los hermanos; y de pagar, no es menester tratar entre hermanos”
(B 416). Francisco de Borja lo trata de la misma forma, sugiriéndole posibilidades,
pero dejándole a él la decisión concreta (B 458).
En 1567, cuando Bobadilla por sus enfermedades se sintió cerca de su muerte,
escribió al P. General, de quien recibió esta respuesta por medio del P. Polanco:
“El P. General y todos se consuelan y edifican de su entrega y fatiga en el servicio
de Dios, ayuda al bien común y también de nuestra Compañía”. Le dice que puede
venirse a Roma, o a Frascati o a Tívoli, “para retirarse y recogerse en este último
acto de la comedia de esta vida,… preparándose a la partida. Nuestro Padre
General se contenta con todo aquello que más lo consuele a usted, y esto mismo
nos consolará a todos” (B 490). Pero lo divertido del caso es que, después de
estas frases tan desprendidas, le da como misión ir a ayudar, cerca de Nápoles, al
obispo de Melito.

9
No comprendo lo que dice O’Malley, op. cit. 407, de que Bobadilla nunca pidió perdón ni se retractó de
nada de lo que había dicho. Estos textos parecen indicar lo contrario.
14

Pero Bobadilla era un hombre “duro de matar”. Por nada quería dejar de trabajar, y
para esto pidió un coadjutor que le ayudase. Borja lo urge a que le diga con
claridad si tiene fuerzas o no. Si no las tiene, que escoja un colegio, y él se lo
asignará para descansar allí por los días que le resten, sin que esto sea obstáculo
a desempeñar alguna misión de las encargadas por el papa o según las urgencias
de los tiempos (B 496s). Bobadilla le responde muy efusivo, lleno de
agradecimientos por su “carta larga y bendita”. Le dice “es tan gran gracia, que me
ha hecho besar la tierra y alabar a Cristo y su bendita madre, y bendecir y
agradecer a Vuestra Paternidad Reverenda, que tal gracia me ofrece, y más aún,
me la da”. En seguida, con argumentos sacados de Aristóteles y de la Biblia,
apoya el ofrecimiento de Borja de asignarle para su descanso preparatorio a la
muerte un lugar y un compañero (B 498s).
Hasta el fin de su vida no fue un hombre que dejase pasar las cosas. Cuando al
colegio de Reggio en Calabria le quitan los maestrillos y un sacerdote, dejando
solo al rector, se queja a Polanco y le dice que eso así no funciona, y que “le
parece mal”. Más todavía si se había abierto dicho colegio a pedido del papa, sin
aguardar los tiempos necesarios para que la obra se consolide. “Porque, ¿dónde
se usa que, a furia, se lleven con ímpetu los maestros y sacerdotes, sin dar tiempo
al tiempo, o tregua con admonición paterna: ‘si no hacen esto, que es necesario,
sacaremos los maestros’?” (B 506). La contraorden no tardó en llegar, ya que, a la
invocación al papa, desde Roma se dio orden al provincial que los maestrillos
volviesen al colegio (B 508).
El general Borja debió partir a Portugal en misión a pedido del papa y, en su
ausencia, pidió a Nadal que fuese Vicario de la Compañía. Con ocasión de esto
Nadal escribe a Bobadilla pidiéndole oraciones para que el Señor le dé fuerzas
para llevar ese peso (B 513). Al poco tiempo Bobadilla le responde que está muy
consolado de que esté de Vicario, “porque si bien será de trabajo, será también de
gran mérito, y, Dios, que lo ha puesto en ese cargo, dará fuerzas para ejecutarlo,
máxime con tantas oraciones de la Compañía, en las cuales se ha de confiar más
que no en las mías, que son frías y de poco valor” (B 515). En seguida, a una
consulta de Nadal acerca de las Constituciones, responde Bobadilla con una
sentencia llena de sabiduría: “dado que las reglas generales ordenen una cosa, la
epikeia y la razón, que es el ánima de la ley, interpretan que alguna vez en
particular es mejor la excepción por muchas buenas circunstancias” (B 515).
El 1 de agosto de 1580 muere el general P. Mercuriano y es elegido el P.
Acquaviva, que será el quinto general de la Compañía en la vida de Bobadilla.
Impresiona en las cartas de Acquaviva el respeto y amor que le tiene. Lo cuida,
que no vaya a Malta para que no agote sus fuerzas; y le añade que todos se
alegran y consuelan que esté sano (B 542). Escribe una patente a toda la
15

Compañía invitándolos a que lo acojan como “padre común” y que lo reciban y


traten con toda caridad, alojándolo todo el tiempo que él desee (B 545). Lo
mantiene al tanto de las noticias de la Compañía, por ejemplo la fundación del
Colegio Romano por el papa Gregorio XIII, que le asignó una abadía de seis mil
escudos. En otra carta le pide que haga loby en favor de abrir una casa profesa en
Palermo, cosa a que se oponían algunos padres pusilánimes, con poca confianza
en la providencia. Y, como la cosa resultó bien, en una nueva carta le agradece
sus gestiones, y comenta: “Bien veo que nuestro Señor se va sirviendo para
perfeccionar la Compañía de los mismos instrumentos de que se sirvió para darle
principio” (B 552).
Da mucho gusto ver el cariño que en la Compañía de entonces le tenían al padre
Bobadilla. Eran muy afectuosos en su trato. Cuando él decidió pasar la cuaresma
de 1583 con Salmerón en Nápoles, para después ir a Roma, Acquaviva le escribe
que lo esperan y que a su llegada será bien venido y abrazado de cada uno, de él
en particular (B 557). Respecto a las cosas del pasado, que algunos todavía
recordaban, el nuevo general había pedido a todos en la congregación general
que quedasen sepultadas, conforme al deseo de Su Santidad. El modo de sanar
las heridas es no andar refrescándolas. La mutua caridad vivida en el tiempo las
va curando. El buen estado de la Compañía, insistía Ignacio, depende de la unión
(B 555).
Entre marzo y septiembre de 1590, fecha de la muerte, Acquaviva escribió varias
cartas a Bobadilla, todas llenas de reconocimiento y afecto. Le manifiesta el amor
que le tiene y lo que le consuelan sus cartas. Se preocupa de que esté bien
cuidado y no le falte nada. Le aconseja abstenerse de rigores de ayunos y otras
cosas que dañan su salud. Le escribe: “No puedo, sin faltar al amor que le tengo, y
a mí mismo, dejar de recordarle estas cosas con el respeto que siempre he tenido
a su persona” (B 607). Por último, por mucho que todos quisieran que estuviere
presente en la próxima congregación general, le aconseja que cuide su salud y no
vaya a Roma en el tiempo de los calores de verano (B 607).

Su amor a la Compañía
Impresiona ver cómo se querían los primeros compañeros. De Ignacio decían que
“era todo amor”. La Compañía la definían por el amor: “Compañía de Jesús,
Compañía de amor”10. El mutuo amor era en ellos una realidad viva y palpable. Ya

10
“Societas Iesu, societas amoris”, de Francisco Javier (buscarla en el Dicc SJ).
16

el papa Paulo III, al enviar a estos Maestros parisienses, los recomendaba por la
unión, paz y amor que se tenían11. Veamos ahora cómo lo vive Bobadilla.
El día 15 de agosto de 1534, fecha de los votos de Montmartre, se le había
quedado grabado en su vida. Da fe de ello una hermosa carta a Francisco de
Borja del 31 de agosto de 1569. Le dice: “No sin misterio escribió tan largo su
Paternidad la carta que me mandó de Frascati, escrita el día de la Asunción de
Nuestra Señora María Virgen, devotísima mía, porque en tal día comenzó la
nuestra Compañía, en Montmartre, junto de París, donde hicimos los primeros
votos para ir en Jerusalén los diez…Cristo y su santa Madre nos tomaron por hijos
suyos, y padres de tan gran Compañía. Bendito sea Dios y su santa Madre por los
siglos de los siglos. Amén” (B 498)12.
Ya viejo, en carta al P. Acquaviva del 11 de agosto de 1589, le dirá:
“Recordándome, como a menudo me acuerdo, de esta santa fiesta de la asunción
de la gloriosa Señora, máxime ahora en mi vejez, no puedo dejar de escribir a
V.R. Paternidad, considerando como en este día los primeros padres de nuestra
Compañía, en Montmartre de Paris, hicimos voto de andar a Jerusalén. La divina
providencia, con su abismal profundidad, lo conmutó en otros votos mejores y más
fructíferos de peregrinar en una orden religiosa, y la ha extendido por todo el orbe;
y que cada día crece más, para su gloria. Bendito sea Jesucristo” (B 602).
Era una comunidad de dispersos por diversas tierras. Pero la distancia geográfica
no les impedía la cercanía y la intimidad de la amistad. Estaban siempre unidos
por el afecto y se lo expresaban por cartas. En éstas se comunicaban sus logros
personales y sus dificultades apostólicas, su estado de salud y sus enfermedades,
lo que acontecía en el mundo y en la Iglesia. Se gozaban “del aumento de la
Compañía por todas partes”, logros que con gozo y constancia comunicaba el
secretario Polanco a todos los dispersos (B 319). Especial consuelo sentían todos
con las cartas de Javier desde el Oriente (B 75). Bobadilla transformaba estas
noticias en alabanza a Dios: “Sit Deus benedictus. Amen” (B 368).
Los encuentros en los viajes servían para intercambiar el afecto y saber de los
progresos de la Compañía. Bobadilla cuenta desde Mesina a Borja sobre
Salmerón en Nápoles: “Cuanto a Maestro Salmerón, triunfa con el virrey de
Nápoles y con todos, con su mula y gualdrapa de cuero por excelencia. Creo que
gustan de él todos, y tiene crédito y autoridad. Cristo se la mantenga en el espíritu
de nuestra religión…Somos grandes amigos” (B 455). Se ayudan a difundir sus

11
Paulo III a Bobadilla, 28 marzo 1540: “mutuam inter vos pacem et dilectionem habendo”, en MB 24:
12
La fiesta del 15 de agosto mueve a Bobadilla a comunicarse con el superior general. Con Mercuriano (MB
523 y 533), con Acquaviva (MB 602).
17

escritos, por ejemplo el Catecismo de Pedro Canisio, que Bobadilla propaga en las
regiones de habla alemana de la Italia del norte (B 458).
El corazón grande de Bobadilla se extiende a los salidos de la Compañía, que
acuden a él por ayuda y consuelo “como las moscas a la miel”. Le comenta a
Polanco: “a todos deseo bien y procuraré siempre de favorecerles in Domino con
los superiores, remitiéndome siempre (=a los superiores), porque no tomo por
empresa de salir con la mía favoreciendo, mas dejo hacer a Dios y a los
superiores, y contento a todos, bien, se entiende” (B 471).
Por poner otro caso, el P. Luis Maselli, provincial de Nápoles, en una sentida carta
anuncia a Bobadilla la muerte de Salmerón y le insta a que vaya de Génova a
Nápoles. “Padre mío, padre mío, aquí te esperamos ávidamente” (B 569).

Los colegios
La idea de los colegios se extendió como reguero de pólvora a los pocos años de
la fundación de la Compañía. Respondía a muchas de las necesidades de la
ansiada reforma de la Iglesia emprendida por el concilio de Trento. Estuvo
conectada con la idea del concilio de fundar seminarios de vocaciones
sacerdotales, y que muy pronto se hizo extensiva a la educación de alumnos
laicos. Los obispos, los príncipes y los municipios de las ciudades tomaron a
pecho la idea del concilio y urgieron a los jesuitas a tomar colegios. Bobadilla, si
bien no el iniciador de la idea, fue uno de sus más entusiastas promotores.
Si no me equivoco, en la correspondencia de Bobadilla la idea de hacer un colegio
aparece por primera vez el año 1548, en carta del 9 de julio escrita desde Roma al
cardenal Otto de Augsburgo. Escribe a nombre de Ignacio, contestando al pedido
del cardenal de que en la persona del P. Claudio Jayo la Compañía abriera un
colegio en Dillinger. Le dice que tenga por cierto que, tanto por parte del papa
como de Ignacio y la Compañía, existe la mejor disposición de ánimo de
agradarlo. Pero que falta aclarar algunos elementos para dar el pase definitivo. Se
trataba de discernir dónde el maestro Jayo podría dar mayor fruto: si en Ferrara o
si en Dillinger. Para esto le pedía explicar más cómo sería la relación de los
escolares no jesuitas con la Compañía. Le expresa el deseo de que todos, jesuitas
y no jesuitas, estén bajo el gobierno y cuidado de la Compañía, y todos a la vez
sujetos a él. Así se aprovecharían todos y nacería una sana emulación para crecer
en virtud y letras, todo para bien de Alemania y de la diócesis de Augsburgo (B
150-152).
Dos meses más tarde escribe a Fernando, rey de romanos, solicitando su ayuda
para financiar un colegio donde se educarían futuros apóstoles de Alemania.
18

Encareciendo su pedido, le dice: “Cierto será cosa gratísima a Cristo, y a nosotros


grandísima gracia, y además espero en Dios se seguirá gran fruto a las ánimas y a
los súbditos de su Majestad. Hay en nuestros colegios algunos germanos doctos y
de óptima vida, los cuales presto, con la gracia de Cristo irán por allá a predicar la
palabra de Dios a satisfacción de muchos. Y cuánta necesidad tenga Germania
sobre todas las naciones de predicadores doctos y católicos, su Majestad lo sabe:
y quien quisiere palominos buenos, tenga palomar” (B 155).
En abril de 1551 escribe al arzobispo de Viena, Federico Grau, recomendando al
grupo de jesuitas que iban allá a fundar un colegio. Le dice, “sé que le agradarán
porque usted es amante de los estudios y por ser ellos personas de calidad e
inteligencia” (B 168).
Fue el fundador del colegio de Nápoles, donde llegó con doce jóvenes de muy
varias nacionalidades, todos imberbes, menos uno. Pero, como él lo reconoce, él
sólo plantó; Salmerón, con su gran autoridad, fue quien lo regó con sus lecciones
de Sagrada Escritura y predicaciones, Y el Señor es el que lo hace crecer (B 625).
Por donde misionaba, la gente le pedía a Bobadilla que obtuviese de sus
superiores la fundación de un colegio. En 1567 escribe desde el sur de Italia al
provincial que en todas las ciudades donde ha estado “la gente brama por tener un
colegio de la Compañía”. A lo que él les responde que “por ahora no hay gente,
pero con el tiempo, creciendo la generosidad de ellos y la cantidad de jesuitas, se
podrá satisfacer sus deseos” (B 474). La cosa llegó hasta tal punto en la Italia
meridional, que el general Laínez le extendió a Bobadilla una patente para tratar
sobre fundaciones de colegios en Regio de Calabria, Catanzaro y Mileto (B 441).
De los colegios salían vocaciones sacerdotales para la Compañía y para el clero,
aunque algunos de los candidatos no resultaron aptos (B 274-5).
Varias veces el gobierno de la Compañía pidió a Bobadilla que no se dejara llevar
por el entusiasmo y fuera prudente en aceptar las condiciones para fundar
colegios (B 218). Salmerón ironizaba acerca del fervor de su amigo:
“escalentándose en materia de hacer colegios” (Mon. Sal. I, 254-5); y lo mismo
Polanco, cuando hablaba de “colegios bobadillanos” (B 218). Pero también recibió
alabanzas, como cuando, cercano a su muerte, el general Acquaviva, en carta del
4 de noviembre de 1589, a raíz de su propuesta de hacer otro colegio más, lo
elogia, diciéndole: “Usted nos consuela con sus cartas y nos edifica por su mucho
celo por la salud de las almas y el progreso de la Compañía” (B 605 y 607).
En la Valtelina, donde era difícil abrir un colegio, aboga hasta el cansancio para
que se envíen maestros de primeras letras. Así, por ejemplo, en carta del 9 de
abril de 1559 al P. Laínez, le dice: “Lo que veo más necesario será mandar
19

maestros de escuela a los campos para enseñar la juventud con doctrina sana” (B
274).
En cuanto a su aptitud personal, Bobadilla no lo hizo bien en el apostolado de
colegios y se reconoce no idóneo para ello. Sus cualidades iban por otros lados.
Mientras Javier en el Oriente se desvivía por bautizar, Bobadilla sostiene la tesis,
muy atrevida para esos tiempos, que los niños que mueren sin bautismo se
salvan. Y la difunde entre sus conocidos de Nápoles y la hace llegar al cardenal
San Severino. Esto le valió una carta comprensiva pero a la vez muy severa del
general Acquaviva del día 28 de febrero de 1587, en que le pide no sólo callar
sobre el tema sino retirar de la circulación sus escritos y en lo posible cambiar de
parecer (B 594).

Los últimos años


Al final de su vida Bobadilla vivió en Loreto, lugar muy de su devoción, rodeado del
cariño y delicadeza de todos, especialmente del general Acquaviva, que en
frecuentes cartas le manifestaba el consuelo y amor que por él sentían todos los
jesuitas (B 603-607). Era el último de los primeros compañeros, el último de los
fundadores de la Compañía, hombre notable por su transparencia, amor a Cristo y
celo infatigable de la gloria de Dios y bien de las almas.
El 16 de septiembre de 1590 escribe sus últimas disposiciones. Entre otras cosas,
pide que de sus libros y escritos disponga el padre provincial. Ruega al padre
general que de su parte “bese los pies” del Santo Padre, Gregorio XIV, que en un
tiempo fue su hijo espiritual. Agradece a Cristo y a Nuestra Señora de estar en el
lugar santo de Loreto, y pide a ella “que lo haga acompañar de los ángeles y de
los santos ante Cristo a la gloria del paraíso”. Elogia al hermano coadjutor que lo
ha acompañado y servido con gran caridad y diligencia: “Los dos nos entendimos
muy bien y contentos. Gracias a Dios”. Por último, dispone que su caballo sea
enviado a Roma y que el padre general y el ministro de la casa hagan de él lo que
les pareciere en el Señor (B 608-609). La última palabra que pronunció al morir fue
“Jesús” (B 610).

El juicio sobre Bobadilla


En general, la Compañía de después de la restauración no ha sido capaz de
valorar a Bobadilla en todo su mérito. Nos hemos quedado pegados en el conflicto
que tuvo con Laínez, Nadal y Polanco. O en sus imprudencias, como cuando se
20

enfrentó con el emperador Carlos V, a raíz del documento Interim. Muy otro fue el
proceder de la antigua Compañía.
Partiendo por Ignacio mismo, es sabido el gran aprecio que le tuvo. Lo estimaba
como persona “docta y muy versada en teología y ayuda de las ánimas”. Es
verdad que de él y Salmerón dijo una vez que eran hipócritas, pero se refería a
una “santa hipocresía”, de la cual querría que muchos otros de sus compañeros
estuvieran impregnados (B ix).
El prólogo de Bobadillae Monumenta acumula testimonios de Laínez, Borja,
Mercuriano y Acquaviva, que muestran la enorme estima que de él se tenía. San
Bernardino Realino, que lo trató mucho en Nápoles, habla de él como un hombre
“muy docto y transparente”. Lo mismo San Pedro Canisio; y el mismo Polanco,
pese a los conflictos que ambos tuvieron. Igual cosa, grandes hombres de Iglesia,
tales como el papa Paulo III, varios cardenales y superiores religiosos. Era muy
querido y solicitado en la corte del rey Fernando de Romanos y en la del
emperador Carlos V. Así mismo por comunidades civiles, como la de Ragusa y
Bormio, y varias ciudades de la Italia meridional (B ix-xii).
Mucho se ha hablado de los defectos de Bobadilla, y es bueno no callarlos: su
sinceridad a toda prueba se tornaba a veces imprudente y ofensiva. Su animosa
vitalidad pudo pasar la raya y transformarse en audacia temeraria. Su constancia
lo llevó a veces a ser duro, rudo y terco de juicio (B xii-xv). Estos y otros defectos
eran reales.
Pero por otra parte, era el hombre que no conocía el rencor. Se defendía de los
ataques que no se ajustaban a los hechos, pero sin resentimiento de corazón. En
esto era verdaderamente humilde y lleno de amor. Por lo mismo fue un hombre
muy querido por todos.
Pienso que es un desafío para la actual Compañía superar la imagen del Bobadilla
“indeseable” y “difícil”. Olvidando cosas puntuales del pasado, conviene volver a la
magnanimidad de los antiguos para que lo valoremos en toda su grandeza. Y
sacar de ello provecho espiritual y apostólico, a gloria de Dios y bien de los
prójimos.

Santiago, 10 de mayo 2017

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