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Material de trabajo para los pernos

de comunidades locales
Febrero 2017

Fecha: agosto 2010


Cuaderno núm. 2-17

Queridísim@s tod@s:

Un gran saludo de parte nuestra para este nuevo mes que empieza.

Les tenemos muy presentes en la oración para todas las actividades y diferentes
encuentros que se están realizando en estos próximos meses.

El cuadernillo de este mes contiene:

 En profundidad. (pág. 2)
 Palabra de Vida mes de Febrero 2017 (pág. 3-4 )
 Algunos puntos para profundizar y dinámica del encuentro (pág. 5)
 Chiara Lubich: Familia, misterio de amor (pág. 6 )
 Experiencia (pág. 7)

Con toda nuestra unidad,

Martita y Regno

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25.05.2002

Chiara, tú nos dijiste que el dolor nos conduce a la verdadera


felicidad. ¿Podrías explicarnos por qué?

Chiara: así es.

Miguel pregunta: “¿Es verdad que un gran dolor puede producir una gran
felicidad?”

¡Es verdad, es verdad, es verdad! Yo tengo una experiencia de años, de muchos,


muchos años, y mis compañeros también.

Es así: antes les dije que Jesús vino a la tierra, El Verbo de Dios se hizo carne,
hombre, y vino a la tierra, por lo tanto asumió la naturaleza humana, tomó nuestra naturaleza.
Era un hombre que pasaba por acá, como todos los demás, pero no asumió solamente la
naturaleza humana, sino también todos los errores de la naturaleza humana: nuestros límites,
nuestros defectos, nuestras divisiones, nuestros pecados. Tomó todo sobre sí para liberarnos,
para liberarnos. Nosotros durante el día, cuando encontramos alguna de estas cosas, un dolor,
una separación, un remordimiento, … recordamos que eso Jesús lo tomó sobre sí; entonces,
detrás de ese dolor, lo vemos a él, vemos su rostro, está él porque él lo asumió. Entonces en
lugar de decir: “No quiero el dolor, no…” decimos: “Jesús, yo te quiero, quiero eso… te amo,
te amo así”. Y apenas decimos así ¡tac! Por una alquimia divina – alquimia quiere decir que las
cosas se cambian – el dolor desaparece y queda el amor.

Lógicamente, esto sucede si seguimos amando, sin quedarnos a esperar para ver si
desaparece o no, hay que seguir amando… y te das cuenta de que el dolor no está más.

Yo siempre doy un ejemplo: santa Teresita del Niño Jesús era joven, tenía 20 años,
cuando se fue al cielo era un poco más grande, y tenía esa enfermedad tan grave, la
tuberculosis, que hace vomitar sangre, tienen vómitos de sangre, y ella dijo: “Llegó el
Esposo”.(...) Detrás de ese vómito, de esa sangre, vio a Jesús que ella había elegido desde
chiquita.

Entonces uno se pregunta: ¿cuál es la verdad? ¿Es cierto que tuvo el vómito de
sangre, o es cierto que era Jesús? Son verdaderas las dos cosas. Desde el punto de vista
humano, es sangre. Desde el punto de vista de nuestra fe, es Jesús. Jesús que se asumió esa
sangre, porque asumió sobre sí todas las cosas.

Prueben, queridos chicos, prueben, prueben y podrán constatar que hasta los
dolores más grandes, abrazados, te dejan el amor en el corazón.

Chiara

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«Les daré un corazón nuevo; infundiré en ustedes
un espíritu nuevo» (Ez 36, 26).

El corazón remite a los afectos, a los sentimientos, a las


pasiones. Pero para el autor bíblico es mucho más: junto con el
espíritu, es el centro de la vida y de la persona, el lugar de las
decisiones, de la interioridad y de la vida espiritual. Un corazón
de carne es dócil a la Palabra de Dios, se deja guiar por ella y
formula «pensamientos de paz» hacia los hermanos. Un corazón
de piedra está cerrado en sí mismo, incapaz de escuchar y de
tener misericordia.

¿Necesitamos un corazón nuevo y un espíritu nuevo? No hay


más que mirar a nuestro alrededor. La violencia, la corrupción,
las guerras nacen de corazones de piedra que se han cerrado al
proyecto de Dios sobre su creación. Incluso si miramos dentro de
nosotros con sinceridad, ¿no nos sentimos movidos muchas
veces por deseos egoístas? ¿Es efectivamente el amor el que
guía nuestras decisiones; es el bien del otro?

Observando esta pobre humanidad nuestra, Dios se compadece.


Él, que nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe que
necesitamos un corazón nuevo. Así se lo promete al profeta
Ezequiel, pensando no sólo en las personas individualmente,
sino en todo su pueblo. El sueño de Dios es recomponer una
gran familia de pueblos como la concibió desde los orígenes,
modelada por la ley del amor recíproco. Nuestra historia ha
mostrado en muchas ocasiones, por un lado, que solos somos
incapaces de cumplir su proyecto; y por otro, que Dios nunca se
cansa de confiar en nosotros e incluso promete darnos Él mismo
un corazón y un espíritu nuevos.
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Él cumple plenamente su promesa cuando manda a su Hijo a la
tierra y envía su Espíritu en el día de Pentecostés. De ahí nace
una comunidad –la de los primeros cristianos de Jerusalén– que
es icono de una humanidad caracterizada por «un solo corazón y
una sola alma» (Hch 4, 32).
También yo, que escribo este comentario, y tú, que lo lees o lo
escuchas, estamos llamados a formar parte de esta nueva
humanidad. Es más, estamos llamados a formarla a nuestro
alrededor, a hacerla presente en nuestra vida y en nuestro
trabajo. Fíjate qué gran misión se nos encomienda y cuánta
confianza pone Dios en nosotros. En lugar de deprimirnos ante
una sociedad que muchas veces nos parece corrupta, en lugar
de resignarnos ante males que nos sobrepasan y encerrarnos en
la indiferencia, dilatemos el corazón «a la medida del Corazón de
Jesús. ¡Cuánto trabajo! Pero es lo único necesario. Hecho esto,
está hecho todo». Es una invitación de Chiara Lubich, que dice a
continuación: «Se trata de amar, como Dios la ama, a cada
persona que se nos acerca. Y dado que estamos sujetos al
tiempo, amemos al prójimo uno por uno, sin conservar en el
corazón ningún resto de afecto por el hermano con el que
acabamos de estar»1.

No confiemos en nuestras fuerzas y capacidades, inapropiadas,


sino en el don que Dios nos hace: «Les daré un corazón nuevo;
infundiré en ustedes un espíritu nuevo».

Si permanecemos dóciles a la invitación de amar a cada uno, si


nos dejamos guiar por la voz del Espíritu en nosotros, nos
convertimos en células de una humanidad nueva, artesanos de
un mundo nuevo en medio de la gran variedad de pueblos y
culturas.

FABIO CIARDI

1
C. LUBICH, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1964, 20069, p. 19.
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1) La Palabra de Vida de este mes nos dice que el corazón es el centro de la vida y de la
persona, el lugar de las decisiones, de la interioridad y de la vida espiritual.

2) Necesitamos un corazón nuevo y un espíritu nuevo… pero… ¿no nos sentimos movidos
muchas veces por deseos egoístas? ¿Es efectivamente el amor el que guía nuestras
decisiones; es el bien del otro?

3) El sueño de Dios es recomponer una gran familia de pueblos como la concibió desde
los orígenes, modelada por la ley del amor recíproco. ¿ Cómo puedo yo contribuir para
la realización de este sueño ?

(Tiene como finalidad facilitar la comunión, el diálogo entre todos. La duración no tendría que ser
mayor de 30 min.)

1) Para vivir esta Palabra de Vida, tenemos sentirnos también nosotros llamados a formar
parte de esta nueva humanidad. Es más, estamos llamados a formarla a nuestro
alrededor, a hacerla presente en nuestra vida y en nuestro trabajo.

2) Qué gran misión se nos encomienda y cuánta confianza pone Dios en nosotros. En
lugar de deprimirnos […] tenemos que dilatar el corazón «a la medida del Corazón de
Jesús como nos dice Chiara…

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3) Qué lindo que la Palabra nos dice… no confiemos en nuestras fuerzas y capacidades,
inapropiadas, sino en el don que Dios nos hace: «Les daré un corazón nuevo;
infundiré en ustedes un espíritu nuevo».

Chiara Lubich: Familia, misterio de amor

En 2017 se celebra el 50º aniversario de la fundación de la Rama de los Focolares


dedicada a la familia. Un año para detenerse y reconocer esta célula base de la
sociedad en su designio original.

[…] Cuando Dios creó el género humano, modeló una familia; cuando el Verbo
de Dios vino a la Tierra, quiso nacer en una familia; cuando Jesús inició su vida
pública, estaba festejando una nueva familia.
Dios amó tanto a la familia, la consideró una realidad tan importante, que
imprimió en ella su propia huella: de hecho, ella refleja la misma vida de Dios, la
vida de la Santísima Trinidad […].

Pero, Dios, ¿cómo concibió a la familia?


Dios, que es Amor, la ideó como un entramado, un engranaje de amor: amor
nupcial entre los esposos, amor materno, paterno hacia los hijos, filial hacia los
padres. Amor de los abuelos por los nietos, de los nietos por los abuelos, por los
tíos y viceversa. La familia es pues un tesoro, una joya, un misterio de amor.

Fue así como Dios la pensó, la creó. Y su Hijo, redimiendo al mundo, sublimó
todo este amor natural, del que están impregnados todos los miembros de la
familia, con el amor divino que Él trajo a la Tierra, con el fuego que quiere que
arda por todas partes. Por eso, la familia ha llegado a ser, además de la célula
básica de la Humanidad creada por Dios, la célula básica de la Iglesia fundada
por su Hijo.

Gracias al amor sobrenatural que le otorga el Bautismo y los otros


sacramentos, especialmente el matrimonio, los componentes de la familia están
llamados en efecto, personalmente y juntos, a la sublime y vertiginosa tarea de
edificarla como pequeña iglesia, como “ecclesiola” […].
[Jesús] quiere que el esposo vea y ame en la esposa no sólo a aquella con la que
comparte su vida, sino que en ella lo ame a Él, a Cristo mismo. En efecto,
considera hecho a sí mismo lo que le hace a ella y viceversa. A Jesús en la esposa
y a Jesús en el marido hay que amarlos con la medida que Jesús pide y que
expresó con estas palabras: “Ámense como yo les he amado” (Jn. 13, 34). Es
decir, ámense hasta estar dispuestos a dar la vida el uno por el otro.
Si durante todo el día, los padres tienen presente esto, ya sea cuando rezan o
trabajan o se reúnen para comer, cuando descansan o estudian, o ríen o juegan
con sus hijos… todos los momentos serán oportunos para dar testimonio de
Dios.
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EXPERIENCIA.

Tener el coraje de tomar decisiones.

Todas las mañanas, antes de ir a la escuela, voy brevemente a la Iglesia


para decir “hola” a Jesús y confiarle todo el día.

En diferentes momentos pensaba: “Si mis amigos me ven ¿Quién sabe lo


que van a decir?” Por temor a que me vieran trataba de entrar a hurtadillas
asegurándome de que no había nadie alrededor, hasta que un día me di cuenta
de que mi forma de hacer esto, no estaba de acuerdo con mi elección en la vida.

Me acordé de las palabras de Jesús: “El que se avergüence de mí y de mis


palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y la
gloria del Padre y de los santos ángeles” (Lc 9,26). Así fue que entendí que tenía
que estar dispuesto a dar testimonio de Jesús, incluso si eso significaba que se
rieran. Y la ocasión llegó lo suficientemente pronto.

Un día, al salir de la Iglesia, me encontré con un amigo, que


inmediatamente me preguntó si yo hacía esto todas las mañanas. Le dije que sí,
pero dentro de mi pensé: “Y ahora, ¿Qué va a decir de mí? seguramente que mi
actitud está pasada de moda.” En cambio, para mi gran sorpresa, después de un
momento de silencio, exclamó” Sabes, ¡para mi tú estás haciendo algo bueno!”

Experimenté una gran alegría, sobre todo porque vi que él también


deseaba tener una relación con Jesús y quien sabe cuántos de mis otros amigos
tienen este mismo deseo, tal vez un poco escondido, pero a la espera de salir a
luz.

Cristina

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