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RESISTENCIAS, SILENCIOS Y SUMISIONES

EXPERIENCIAS DE TRÁNSITO DE LAS PERSONAS TRANSGÉNERO ANTE


LA HOMOFOBIA Y LA TRANSFOBIA

Sandy Triviño Moreno

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

BOGOTÁ

Junio 2012
RESISTENCIAS, SILENCIOS Y SUMISIONES

EXPERIENCIAS DE TRANSITO DE LAS PERSONAS TRANSGÉNERO ANTE


LA HOMOFOBIA Y LA TRANSFOBIA

Sandy Triviño Moreno

Trabajo de grado para aspirar por el titulo de Antropóloga

Directora

Mara Viveros Vigoya

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

BOGOTÁ

Junio 2012.

2
CONTENIDO
CONTENIDO ..................................................................................................................................... 3
1. DESCUBRIENDO COLORES ................................................................................................ 5
2. EL CUERPO NO ES DESTINO ........................................................................................... 16
3. REALIDADES DIVERGENTES ............................................................................................ 30
FRANÇOISE ............................................................................................................................... 30
LAURA ......................................................................................................................................... 38
SANDRA ...................................................................................................................................... 46
LINA .............................................................................................................................................. 53
ISABELLA .................................................................................................................................... 62
PALOMA ...................................................................................................................................... 71
4. RESISTENCIAS, SILENCIOS Y SUMISIONES ................................................................ 79
5. LA INVESTIGACIÓN COMO INVOLUCRAMIENTO ........................................................ 95
6. BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................................... 98

3
A las personas transgénero que luchan cada día

por otros mundos posibles.

A mi familia,

a Jhon y a Leonardo.

4
1. DESCUBRIENDO COLORES

“La investigación debe ser un involucramiento no una invasión”


Paulo Freire, 19851

Personalmente no me gusta adherir citas de extraños a mi propia vida, pero


cuando la gente me pregunta sobre el por qué decidí trabajar con transgeneristas
son las palabras de Freire las que se me vienen a la mente como una introducción
a mi propia historia de involucramiento o a mi encuentro con la discriminación. Un
relato largo que da justo en una parte aún confusa, difícil y a veces dolorosa: la
relación con mi familia y mi consiguiente reto personal, pues durante estos últimos
seis años me propuse descubrir otras formas de amar, sentir y vivir que yo como
heterosexual no experimentaba en mi vida diaria o por lo menos no quería ver.

Yo nací y viví durante 15 años en Ibagué. Una pequeña ciudad, capital del Tolima,
que mi mamá y mi papá describen como “un buen vividero” a pesar del intenso
calor y las escasas oportunidades de empleo. Como una mujer más en la familia
Triviño Moreno, me criaron para ser responsable, dócil, delicada, obediente y en el
largo término casarme con un buen hombre y tener descendencia. Recibí una
educación en que siempre me dejaron en claro que los hombres y las mujeres
somos diferentes; existían algunas cosas que los primeros podían hacer y que si
las segundas hacíamos sería mal visto y generaría el repudio social; por ejemplo
no era propio de una mujer decente emborracharse, ser polígama, llegar tarde a la
casa, tener relaciones sexuales antes del matrimonio, estar sola en la casa con un
hombre que no es su pariente o vestir de forma vulgar.

Los principios que me infundieron en mi familia estuvieron acompañados por mi


formación en un colegio religioso femenino y concordaban con una sociedad
conservadora en la que los comportamientos eran vigilados por el fuerte lazo entre
vecinos y vecinas, la tendencia al chisme2 y las facilidades que ofrecía el reducido

1
Citado en Flores, Carlos. 2007. La antropología visual ¿distancia o cercanía con el sujeto
antropológico? Revista Nueva Antropología, vol. XX, No. 067, p. 84.
2
En la década de los noventa, había una panadería muy famosa en Ibagué llamada Mateus. Un
empleado que salió disgustado con los dueños difundió en la ciudad el rumor que los panes eran
5
tamaño de la ciudad. Pese a las advertencias, y en parte por rebeldía y en otra
por lealtad a mí misma, desde muy temprana edad me opuse a esas “leyes
naturales” que mi madre me transmitía y señalé que yo era igual a mi hermano, lo
cual acarreó muchas discusiones familiares, castigos y una fuerte sospecha,
infundida por los comentarios de mis compañeras de colegio o de mi familia
extensa, de que yo era lesbiana por no tener novio conocido y era satánica por no
asistir a misa.

Si bien mi trabajo con las personas transgénero está en parte alentado por mi
intención de mostrar otras formas posibles de ser mujer o ser hombre, fue lo que
sucedió años después lo que me haría encontrarme de frente con la homofobia y
ante sus consecuencias reales3 plantearme la necesidad de hacer algo para que
esto no siga sucediendo. El cómo y el cuándo se fueron revelando durante los
años de manera espontánea.

Cuando tenía dieciséis años mi hermano me prestó un libro de Jaime Bayly,


llamado “No se lo digas a nadie” y después me confesó que era gay. Entonces yo
le pregunté: ¿Tú te sientes como una mujer? Y él me dijo: ¡No! Sandy eso es
diferente. Desde ese día entré a cuestionar mi falta de información y cómo a pesar
de querer ser una persona de mente abierta, había construido una imagen de los
otros y las otras que estaba intervenida por los prejuicios de mis padre y mi madre

hechos con grasa de muerto; desde entonces las ventas bajaron y casi llevan a la quiebra a este
negocio.
3
Mientras mi hermano y sus amigos caminaban por Chapinero, después de una noche de rumba,
un grupo de hinchas de Millonarios empezaron a gritarles: “Roscones de mierda” y uno de ellos les
respondió: “Dígamelo en la cara”. Entonces el grupo de hinchas empezó a perseguirlos y ellos
tuvieron que huir hacia una estación de bomberos cercana para evitar una probable paliza.
6
cristianos4, por los estereotipos de la televisión5 y por algunos comentarios que
escuchaba en la calle6.

Lo que vino después fue el sentimiento colectivo –el de mi familia- de culpa y el


surgimiento de múltiples teorías sobre el por qué mi hermano “de repente” se
había convertido en un ser extraño. Mi papá culpaba a mi mamá por haber sido
muy sobreprotectora y ella, a su vez, lo responsabilizaba por estar ausente y
dedicarle más tiempo al trabajo que a su familia. Ambos no descartaban que mi
hermano hubiera sido violado por otro hombre, o que esto sucediera por tener
malas compañías y mucha libertad cuando vivía solo en Armenia durante sus
estudios universitarios, o finalmente aseguraban que mi hermano era víctima de
un maleficio.

Mientras para mí significó todo un acto de liberación y un voto de confianza que


nos acercó más como hermanos después de vivir durante varios años en ciudades
distintas. Yo me convertí en su polo a tierra, una de las pocas personas con las
que podía hablar de su vida apenas revelada. Sin embargo al tiempo que él salía
de su clóset, yo me metía en uno, donde debía mentir y evadir las preguntas sobre
la sexualidad de mi hermano, sus proyectos a futuro y sus relaciones de pareja.
Por respeto a él yo le hacía el cuarto de mantener su versión de hombre
heterosexual ante una sociedad conservadora como la de Ibagué.

La homosexualidad de mi hermano no cambió la imagen o el cariño que yo sentía


por él; para mí fue un regalo, fue la oportunidad de salir de mi ignorancia y
descubrir toda una gama de colores, de identidades, de realidades, de gustos y de
sentires donde el ser homosexual es apenas una parte de la diversidad sexual, y

4
Mi papá y mi mamá comentaban que las personas homosexuales estaban poseídas por el
demonio y vivían en pecado y fuera de las leyes naturales pues Dios había hecho hombre y mujer
para la reproducción.
5
En octubre de 1999 se estrenó en Colombia la telenovela “Yo soy Betty la fea”, que incluía a un
personaje homosexual llamado Hugo Lombardi, el cual era afeminado, bullicioso, chismoso y se
desempeñaba como estilista en una empresa de modas. Cabe desatacar que la difusión y
popularidad alcanzadas por esta telenovela le hicieron ganar un lugar en el libro de los Guinness
World Records, además ha sido emitida en más de 100 países, doblada a 15 idiomas y cuenta con
unas 22 adaptaciones alrededor del mundo. Fuente: Wikipedia (Consultado el 1 de junio del 2012).
6
Entre las burlas y comentarios que se escuchaban en la calle estaban: “Pártete galleta”, “Se le
moja la canoa” o ¿Usted es de Mariquita?
7
tan solo un aspecto de la personalidad de los hombres homosexuales o las
mujeres lesbianas.

Pero para ese entonces yo ataba un cuerpo masculino, con el sentirse hombre y
tener una atracción hacia las mujeres. Estos conceptos fueron desafiados cuando
vine a vivir a Bogotá y vi por primera vez a una persona transformista7 en un show
de Theatron8 .Me intrigaba no tanto observar cómo el cuerpo podía construirse y
modificarse al antojo humano, sino enterarme que un hombre que se vestía como
mujer podía sentirse atraído por las mujeres, tener esposa e incluso
descendientes. Esto es apenas normal en alguien que como yo fue formada en
una sociedad en que las personas son predestinadas a ser hombres o ser mujeres
conforme sus cuerpos masculinos o femeninos, y donde se les asignan unos roles,
sensaciones, gustos y placeres específicos (hacia el sexo opuesto) sin dejar
espacios para puntos medios. Esto es lo que se conoce en las teorías feministas
como sociedad heteronormativa y con una hegemonía del binarismo de género.

Sin contar que mi único contacto con personas transgénero había sido a metros
de distancia, cuando el Transmilenio transitaba por la 19. Yo las veía del otro lado
de la ventana, allá, lejanas, paradas en las puertas de las casas, caminando semi-
desnudas sobre tacones altísimos, haciéndole frente al frío en noches de trabajo.
No obstante, una vez empecé a acercarme al mundo del transgenerismo y
específicamente a personas transformistas, me enteré que no todos estaban allá
en la calle; muchas estudiaban y tenían diversos trabajos. Con estos nuevos
conocimientos también llegaron malas noticias, para mí fue cada vez más
frecuente escuchar historias de muertes, golpizas o amenazas. Los preocupantes
crímenes hacia la comunidad LGBT9 de los que casi nunca se habla en los

7
Las personas transgénero denominan a las personas transformistas como aquellas que viven
cotidianamente con el físico con que nacieron y asumen una identidad de género conforme a este,
pero ocasionalmente se visten, tomando la postura y comportamientos del género opuesto, para
desempeñar actividades especificas, generalmente relacionadas con el espectáculo.
8
Theatron es el bar gay más grande de Bogotá y Latinoamérica; sin embargo allí también pueden
entrar personas heterosexuales, bisexuales y lesbianas, mientras las personas transgénero solo
entran en casos excepcionales como por invitación de los dueños, realizar un espectáculo artístico
o participar en un concurso de belleza o talento.
9
En español esta sigla se utiliza como un término colectivo que se refiere a las personas lesbianas,
gays, bisexuales y transgeneristas. En algunos países se adicionan otras letras como la I para
hacer referencia a las personas intersexuales o la Q para referirse a las personas queer.
8
noticieros nacionales, me mostraron que este mundo apenas descubierto de
colores, arte y espectáculo podía ser cegado por el odio.

En el 2009, mi hermano me invitó a hacer parte de un proyecto ideado por él y su


novio, orientado a construir un medio de comunicación alternativo donde las
personas lesbianas, gays, bisexuales, transgeneristas y heterosexuales pudieran
visibilizar su participación en Bogotá y contrarrestar los estereotipos negativos que
se han tejido en torno a sus identidades de género y orientaciones sexuales
diversas. Desde entonces y hasta hoy he trabajado como voluntaria en este portal
web llamado Bogotárosa. A partir de esta posición no sólo he podido llevar a la
práctica lo que he aprendido en mi carrera, sino también obtuve un boleto de
entrada a las vidas de estas personas, de tal modo que mi trabajo con ellos y ellas
podía ser retribuido con artículos, reportajes y diversas publicaciones que
apoyaban su lucha política como movimiento social LGBT 10 y trascendían la
difusión entre el ámbito académico.

Durante estos tres años he conocido y simpatizado con muchas personas de la


comunidad, lo cual me ha hecho ganarme la confianza de líderes y lideresas;
además empezar a frecuentar sus espacios, como el Centro Comunitario Distrital
LGBT11, y compartir sus lenguajes12 y sus luchas me ha llevado a dotar de sentido
lo que hago . Para mí fue primero el activismo y luego la labor académica, pues
para la época tenía un proyecto distinto de tesis, pero mis condiciones económicas
no me permitían viajar a hacer el trabajo de campo respectivo y luego todo pareció
evidente cuando mi hermano me preguntó: ¿Y Por qué no haces la tesis con la
comunidad?

10
En términos generales la lucha política del movimiento LGBT consiste en el reconocimiento de su
ciudadanía plena, de acceder a los mismos derechos y recibir el mismo trato que las demás
personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género diversa.
11
Yo empecé a asistir al grupo de familiares LGBT; allí conocí a una importante líder Trans y
obtuve las primeras herramientas para ayudar a que mi mamá y mi papá entendieran y aceptaran
la homosexualidad de mi hermano. Hasta el 2011 mi mamá asistió a la primera reunión del grupo
donde confluyen madres, padres, hermanos, hermanas, y otros familiares de personas lesbianas,
gay, bisexuales y transgeneristas que buscan orientación y apoyo.
12
Mis conocimientos sobre orientación sexual e identidad de género los adquirí después de hablar
y preguntarle a las personas de la comunidad LGBT; sólo hasta el segundo semestre del 2010
tomé una clase de inicio a los estudios feministas y de género en la Universidad Nacional de
Colombia.
9
Hace dos años, durante la clase de Técnicas de Investigación en Antropología II,
el profesor Carlos Miñana nos expuso la propuesta de pensar la autonomía y la
legitimidad en la universidad latinoamericana, entonces por mi parte surgió la
necesidad de incluir a las personas transgénero en un panorama que no se puede
limitar a las experiencias de personas mestizas, heterosexuales y de clase media
en la educación superior. Para mí era pertinente entrar a cuestionar la autonomía
que una persona puede tener en estos contextos educativos cuando está
expuesta a la discriminación y a múltiples rechazos por manifestar en su cuerpo
otro orden del mundo, de la sexualidad y de las relaciones interpersonales.

Entonces poniéndome en la tarea de buscar voluntarios y voluntarias, personas


que quisieran contarme sobre sus vidas y sus experiencias, afiancé mis relaciones
con los y las transgeneristas que conocía y en mayo del 2010 empecé a asistir al
GAT (Grupo de Apoyo a Transgeneristas) que se reúne todos los martes en el
Centro Comunitario Distrital LGBT, sede Chapinero.

Mi ingreso a este grupo sólo fue posible una vez la coordinadora del GAT, Lorena
Duarte, y el coordinador del centro comunitario, Daniel Verástegui, evaluaron y
aprobaron mi proyecto de investigación. Normalmente las personas que desean
asistir al grupo deben pasar por consulta psicológica como una manera de
garantizar que sus intereses están orientados a buscar y brindar apoyo a las y los
asistentes, más no se trata de fetichistas que ven en estos espacios una
oportunidad para ligar. Desde el 2009 el GAT ha recibido a personas
trangeneristas residentes en Bogotá y provenientes de otras ciudades y países
con la misión de consolidarse como un “grupo de reflexión y acción que invita a la
participación de la comunidad que transita y trasciende en el género.
Construyendo un discurso que permita mostrar a la sociedad (su) sentir”13.

Así que mi trabajo de campo inició con la observación participante de las


reuniones y sus actividades, tales como exposiciones, cine foros y salidas de
visibilización. Yo me interesé en conocer los debates desarrollados durante las

13
Así lo manifiesta una pieza informativa que es distribuida en el Centro Comunitario Distrital
LGBT.
10
sesiones, la forma en que cada persona participaba en estos y sus percepciones e
inquietudes frente al tránsito, la discriminación y sus propios proyectos de vida.
Mis observaciones y experiencias cotidianas con estas personas las registré en mi
diario de campo y a partir de dicha información pude diseñar entrevistas semi-
estructuradas que se hicieron a una persona intersexual y cinco mujeres
transgénero asistentes. Además concertamos algunas reuniones en sus casas,
sitios de trabajo o en el mismo centro comunitario para que cada una de ellas, de
manera libre, me contara su historia de vida.

Estas personas están entre los 24 y los 48 años de edad y tienen en común haber
finalizado sus estudios de bachillerato. Luego realizaron estudios técnicos o
universitarios y ahora se dedican a trabajos en que generalmente no se
desempeñan personas transgénero, con excepción de una de ellas que es
estilista.

Ante este panorama consideré relevante cuestionar cómo ellas logran mantenerse
en los ámbitos educativos pese a percibir o sufrir la discriminación, ya sea porque
son leídas como personas homosexuales y/o como transgénero. Quise conocer
cómo ellas no sólo perciben o sufren la homofobia y/o transfobia sino también
cómo la enfrentan, cuáles mecanismos de resistencia desarrollaron para lograr
sobrevivir en estos espacios y cómo sus condiciones de clase social, grupo étnico,
tipo de institución educativa a la que asistieron y sus relaciones familiares y entre
pares pudieron hacer más fácil o más difícil esta resistencia.

Sin embargo, luego de dos años de haber iniciado este trabajo de investigación e
indagar en la bibliografía existente sobre el tema, dicho planteamiento inicial ha
sufrido varias modificaciones. He empezado a explorar las resistencias ante la
homofobia y transfobia más allá de los espacios educativos ya que hay una
percepción general del tránsito como algo prohibido en los distintos círculos en
que se mueven estas personas. Sus historias hablan de la tensión entre asumir o
no una identidad no normativa y sus costos sociales. Cómo enfrentar a la familia, a
los pares en la escuela, el trabajo y el barrio, y a sí mismas y su proyecto de vida.

11
A continuación elaboro un esbozo del por qué es pertinente e importante para la
comunidad y la academia responder a la pregunta que guía esta investigación:
¿Cuáles han sido las experiencias de tránsito de las personas transgénero
integrantes del GAT ante la homofobia y la transfobia?

En primer lugar este sector de la comunidad LGBT es sobre él que más


incomprensión recae y él más vulnerable. En el libro “Los rostros de la homofobia
en Bogotá” (2007), Eric Cantor hace un trabajo pionero al recopilar información
sobre el estado de los derechos humanos y sexuales de las personas
homosexuales, lesbianas y transgeneristas, comparando las perspectivas de éstas
con los de la ciudadanía bogotana en general. Los resultados del estudio
revelaron que los mayores índices de victimas de agresión física (39.1%), ataques
verbales (83.3%), agresión policial (45,5%), agresión por parte de su pareja (25%)
y discriminación en sitios públicos (95,8%) se encuentran en la población
transgenerista.

Dicha situación se mantiene y se extiende a lo largo del país, así lo demuestra


“Todos los deberes, pocos los derechos. Situación de derechos humanos de
lesbianas, gay, bisexuales y transgeneristas en Colombia 2008-2009”, el informe
nacional presentado en marzo del 2011 por la ONG Colombia Diversa como una
denuncia de los casos de violación de derechos de las personas LGBT. Durante
este período, pese al subregistro en la información conocida por las entidades
investigadoras, las mujeres transgeneristas fueron las más amenazadas por la
violencia por prejuicio (50%) y el abuso policial (78.7%). Además las personas
transgénero en situación carcelaria fueron privadas de la libre construcción de su
identidad, sufrieron la ausencia de protección de su integridad sexual y cuando
denunciaron el atropello a sus derechos se enfrentaron a la impunidad y
negligencia del sistema judicial.

Las anteriores cifras dan cuenta de una realidad en que las personas transgénero
no sólo son blanco de la homofobia o la bifobia por su orientación sexual, incluso
cuando son heterosexuales. Sino también sufren una discriminación específica
denominada: transfobia, de la cual es difícil escapar porque llevan inscrito en su

12
corporalidad el tránsito entre el género masculino y femenino, y en muchos casos
se autodenominan como el tercer sexo.

Esta doble discriminación es justificada por la necesidad de mantener un orden


social y sexual. En esta sociedad al nacer se revisan nuestros órganos genitales
para determinar si somos hombres o mujeres, y conforme a ello recibir una
educación determinada en que históricamente y culturalmente ser hombre se
asocia con la fuerza, la valentía, la virilidad, el desempeñar el rol de proveedor en
la familia y el sentir atracción por las mujeres. Mientras ser mujer se ha
relacionado con comportamientos dóciles, la obediencia, la sensibilidad, la
maternidad, la atracción por los hombres y pese a la incursión de las mujeres en el
mundo laboral, perviven los imaginarios que la circunscriben al ámbito del hogar o
a actividades de cuidado como la enfermería, el servicio doméstico o la docencia.

Entonces la existencia de transgeneristas trasgrede dicha división de la


humanidad en hombres y mujeres a partir de sus sexos biológicos, la cual se ha
asumido como natural. Estas personas al estar por fuera de la regla, de lo
legítimo y lo considerado normal, pasan a compartir un espacio marginal y son
confundidas en el imaginario de la sociedad con los otros y otras que tampoco se
ajustan al orden impuesto, como las personas homosexuales y bisexuales. Es
decir que una persona que nació con un cuerpo femenino pero que se
autoidentifica como hombre y le gustan las mujeres, es percibida por los y las
demás como una mujer lesbiana en vez de como un hombre transgénero
heterosexual.

Ante este problema de desconocimiento general en que priman los prejuicios, es


preciso realizar más estudios sobre este grupo poblacional desde diversas
perspectivas de investigación que no sólo aborden sus experiencias en el mundo
del espectáculo y el performance. Por ejemplo en el libro “¡A mí me sacaron
volada de allá! Relatos de vida de mujeres trans desplazadas forzosamente hacia
Bogotá” (2011), las investigadoras utilizan una perspectiva biográfica, feminista y
fenomenológica para aportar a la construcción de la memoria histórica de Bogotá

13
a través de las voces de mujeres trans que fueron desplazadas por el conflicto
armado y actualmente residen en esta ciudad.

El enfoque biográfico también es asumido en esta investigación, en tanto son las


personas transgénero quienes narran sus propias experiencias de tránsito
mediante un proceso de recuerdo y olvido en que se buscan y reconstruyen los
sentidos de sus vidas (Desmarais 2009/2010: 33-34). Tal como lo explica Donna
Haraway, la experiencia nunca es anterior a los hechos sociales particulares, los
discursos y las practicas mediante los que se genera y articula con las de otras y
otros sujetos, permitiendo la construcción de experiencias colectivas y sentidos de
pertenencia. “La experiencia como la conciencia es una construcción intencional,
un artefacto de primera importancia. La experiencia también debe ser
reconstruida, re-recordada y rearticulada” (1995:190).

Así mismo es fundamental reconocer que existe una dinámica de poderes e


identidades, pues el que estas personas sean víctimas de la discriminación no las
excluye de que en ciertos contextos puedan convertirse en las victimarias que
discriminan a otros y otras diferentes a ellas (Foucault 1992:34). Además, si bien
conceptos como la orientación sexual y la identidad de género son clave para
entender sus experiencias, estos a su vez se interceptan con la integralidad del
ser humano y la influencia que tienen en su vida y relaciones sociales aspectos
como la clase, la religión, la edad o el grupo étnico (Cantor 2007: 25-27).

Por otra parte, la existencia de la discriminación hacia las personas transgénero


permite cuestionar la efectividad de una política pública para la ciudadanía plena
de las personas LGBT en el Distrito. Visibilizar estos casos de transfobia y
homofobia en lugares como la escuela, la familia, el trabajo o el barrio no sólo
informa sobre cómo sucede, que sentidos se le confieren y cuales reacciones y
percepciones suscitan estos tipos de discriminación, sino que además provee al
movimiento social LGBT, en general, de herramientas para denunciar y exigir
cambios en las normas.

Finalmente considero que reconocer la relación entre la discriminación hacia las


personas transgénero y el abandono del hogar, los estudios y/o el trabajo, con
14
actividades como el trabajo informal, la prostitución y la indigencia, promueve la
ruptura de estereotipos que consideran que estas personas tienen una disposición
natural para dichos oficios y empieza a problematizar el tipo de educación que se
da en las escuelas, la influencia de las redes de apoyo y cómo las vivencias de
estas personas en dichos espacios de formación ciudadana afectan su proyecto
de vida y la perpetuación de un orden social excluyente.

15
2. EL CUERPO NO ES DESTINO

Mi intención al mostrar las situaciones de discriminación a las que están expuestas


las personas transgénero que asisten al GAT no es la de que sean identificadas
como víctimas. Lo que intento es que quien lea este trabajo de investigación logre
ponerse en los zapatos de estas personas y conozca la complejidad sus
experiencias, pueda verlas más allá de una moda o un capricho de muchos y
muchas, para descubrir que son formas de sentir, vivir y percibir el mundo tan
válidas como las otras identidades.

Alguien en alguna ocasión me dijo que las personas transexuales son un alma mal
empacada, pero para usted, tal como lo fue para mí, eso es difícil de entender. Así
que le invito a hacer el ejercicio de mirar atentamente esta hoja y empezar a
imaginar que ha intercambiado su cuerpo con la persona del sexo opuesto que
tiene más cercana. Entonces sorpréndase, sienta que todo es tan extraño, que
usted es un extranjero o una extranjera en su propio ser, pero aún peor piense
todo eso sabiendo que eso es imposible, pues le han enseñado que la gente no
anda por ahí intercambiando cuerpos.

Ahora imagine que ya entendió que esto no es un sueño. Usted va a dormir y a


levantarse en ese mismo estuche, nada que hacer, no fue un problema de
sugestión. ¡Ya puede empezar a desesperarse! Sienta la misma claustrofobia de
quien se ahoga o la angustia de quien se quema en vida. Siéntase inconforme y
trate de frotarse la cara a ver si cambia, pero ¡no! esto seguirá así hasta el final de
sus días.

Luego, haga el ejercicio de decirle a alguien que ese no es su cuerpo ni sexo


biológico y observe las reacciones. No faltará quien lo crea enfermo o enferma
mental, quien intente practicarle un exorcismo o quien simplemente opte por
manifestarle que usted no debe vivir, porque es un(a) anormal.

Tenga en cuenta que alguna de esas personas serán sus familiares o amistades,
pues ellos y ellas están viviendo ese período en que tratan de entender si usted
está bromeando, si lo tomó por moda, está atravesando una etapa o si realmente
16
se va a convertir en la oveja negra de la familia. Sentirán el miedo de lo que pueda
ocurrir si usted anda por ahí diciendo esas sandeces, la preocupación de lo que
murmurarán en el vecindario, e incluso le advertirán que si sigue con ese cuento
va a ser un solterón o una solterona.

Entonces si usted aún no había pensado en eso, empiece a considerar que hasta
ahora lo que ha aprendido es que la gente debe casarse y tener descendencia,
pero ¿cómo va a hacer usted si no se siente bien con su cuerpo?, así que
pregúntese si alguien le puede entender, desear y amar, tal y como usted se
siente.

Eso no es todo, imagine que usted se cansó de tener que ceñirse a un cuerpo
sexuado que no siente como suyo y que le obliga a actuar de una forma que usted
no quiere. Piense que opta por moldearlo de acuerdo a lo que usted considera es
su cuerpo, de tal manera que pueda identificarse con él. Pero mientras lo hace, la
gente le pondrá mil trabas para que usted no se salga de lo estipulado, le
señalarán, se le burlarán en la cara y hasta correrá el riesgo de sufrir una agresión
o incluso ser asesinado o asesinada.

Y si usted busca ayuda profesional, serán frecuentes los exámenes y los


diagnósticos para determinar si lo suyo es real, una vaina de estética o un
capricho pendejo. Si resulta que sí, la condición para el cambio es que usted
acepte ser un enfermo o una enferma y que la única forma de curarse es volverse
a meter en un cuerpo sexuado con todos los detalles y aditamentos que
consideren necesarios, para que usted pueda llegar a un lugar sin que le vean
raro, para que pueda copular satisfactoriamente y para que a nadie se le ocurra
salir otra vez con la historia del cuerpo equivocado.

Ahora puede dejar de imaginar, y si se ha metido mucho en la historia: relájese, no


es su caso, ¿o lo es?; pero si es el de muchas personas transexuales durante sus
primeros años o una buena parte de su vida.

17
La mayoría de quienes asisten al GAT se identifican como mujeres transexuales,
ellas hacen parte de un conjunto de identidades que transitan por el género y son
cobijadas bajo el nombre de transgenerismo.

Las personas transgeneristas o transgénero se definen a sí mismas como


personas que transitan, conductual y/o físicamente, entre los géneros femenino y
masculino. Según la frecuencia de esos tránsitos y el grado de modificación de los
cuerpos pueden ser transformistas, travestis o transexuales.

A diferencia de las personas transexuales, las transformistas viven cotidianamente


con el físico con que nacieron y asumen una identidad conforme a este. Pero
ocasionalmente se visten, tomando la postura y figura del sexo opuesto, para
desempeñar actividades especificas generalmente relacionadas con el
espectáculo.

Mientras las personas travestis son aquellas que viven a diario como el género
opuesto, consumen hormonas y algunas se han realizado operaciones para
modificar sus cuerpos pero conservando los órganos genitales con que nacieron.
Generalmente las personas travestís son relacionadas con oficios como la
prostitución y la peluquería, entonces el término suele tener un carácter
peyorativo.

Es decir que no existe una forma única de desplazarse entre los géneros, esto sin
considerar que cada persona vive su tránsito en espacios y situaciones sociales
determinadas. Actualmente las asistentes al GAT están ubicadas dentro de un
rango etario entre los 23 y los 60 años, pertenecen a los estratos socioeconómicos
2,3,4 y 5, se consideran a sí mismas personas mestizas o sin ninguna marca de
raza y profesan la religión católica y en un caso el judaísmo. Además atraviesan
por momentos diferentes en sus procesos de tránsito, mientras algunas hasta
ahora inician su hormonización con o sin el acompañamiento del sistema médico,
unas asisten al psiquiatra en busca de un aval para ponerse implantes de senos y
otras ya se han realizado la cirugía de reasignación sexual.

18
Algunas se arriesgaron a asumir costumbres y apariencias femeninas desde muy
jóvenes a costa de su formación académica, la aceptación familiar y/o la promesa
de un exitoso futuro laboral; otras han empezado a mediana edad luego de haber
completado su formación profesional y deben optar por contextos laborales menos
hostiles a su nueva identidad, y unas pocas lo hacen a sus cincuenta o sesenta
años cuando han consolidado sus proyectos de vida y en varios casos ya se han
casado y conformado una familia.

El GAT como grupo de apoyo y discusión que reúne esta gran diversidad de
personas, es un escenario en que se desarrollan distintos debates sobre el
tránsito, la identidad, la discriminación y los proyectos de vida individuales y
colectivos. A través de dichos debates hablaré de las preocupaciones,
percepciones e incertidumbres de estas personas aunadas a los estudios de
género para lograr mayor claridad sobre conceptos como género, sexo,
sexualidad, identidad de género y orientación sexual.

En primer lugar cuando llegué al GAT me encontré con la barrera de la diferencia.


Yo como una mujer heterosexual, mestiza y que había nacido en un cuerpo
femenino tenía pocos puntos en común con este grupo de personas. Al inicio
fueron frecuentes las preguntas sobre mis motivos para estar en ese lugar, se
cuestionó mi orientación sexual, mi ética profesional y sobretodo la forma en que
legitimaba mi presencia entre ellas. Esta fue una búsqueda gradual de la mejor
manera para comunicar mis intereses en esta investigación, mi historia personal y
cómo entre ellas y yo compartíamos una existencia mediada por prejuicios y
conceptos del deber ser mujer, en relación a un cuerpo que se construye femenino
y que mediante actos cotidianos y el manejo de ciertos códigos asume un rol que
históricamente y culturalmente se considera femenino.

Entonces empecé a ser asimilada dentro del grupo como una mujer biológica,
mientras ellas se denominaban como mujeres transexuales. En nuestras
conversaciones las diferencias entre ellas y yo generaban preguntas como: ¿Nos
denominamos mujeres, mujeres transgénero o el tercer sexo? ¿Qué nos impide
ser consideradas mujeres?
19
Tal como lo había nombrado previamente, en nuestra sociedad existe una división
antagónica y binaria de los seres humanos en hombres y mujeres de acuerdo a
sus cuerpos sexuados, la cual se asume como natural. Cuando existen personas
que teniendo cuerpos masculinos no se identifican necesariamente como
hombres, sino que hacen un tránsito para asumir comportamientos, apariencias y
códigos típicos de las mujeres o simplemente ir y venir entre los géneros, este
desplazamiento pone en duda un orden social y sexual en que debe existir una
correspondencia entre sexo y género, el cual además afirma la hegemonía de la
heterosexualidad. Lo esperado y lo legítimo es ser mujeres en cuerpos femeninos
que se sienten atraídas por hombres o ser hombres en cuerpos masculinos que se
sienten atraídos por mujeres.

Gabriela Castellanos señala que el género “Es el sistema de saberes, discursos,


prácticas sociales y relaciones de poder que dan contenido específico al cuerpo
sexuado, a la sexualidad y a las diferencias físicas, socioeconómicas, culturales y
políticas entre los sexos en una época y en un contexto determinados” (2008: 48).

Para las personas transgénero es difícil sustraerse de este sistema pues están
inmersas en el. A través de un proceso de entendimiento de su realidad a la luz de
dicha norma, ponen en cuestión su existencia como mujeres o como hombres, por
ejemplo para muchas de las asistentes al GAT hay preguntas constantes sobre
cómo conciliar su historia previa en un cuerpo masculino y su actual vida conforme
las costumbres y la imagen femenina. Esta negociación es expresada por algunas
en su concepción de sí mismas como mujeres pero con el agregado de la palabra
transexual o transgénero y la consiguiente diferenciación con las mujeres que no
vivieron esta experiencia, nombrándolas como mujeres biológicas.

En esta postura se reúnen las que piensan que por más empeño que le impriman
a sus tránsitos ellas jamás llegaran a ser verdaderas mujeres pues no pueden
cambiar el hecho biológico de haber nacido como hombres y las que opinan que
visibilizarse como mujeres transgénero es asumir una posición política desde la
cual pueden exigir derechos y abrir camino a las futuras generaciones.

20
Estas últimas se han reconciliado con sus historias y las usan de ejemplo y
estímulo frente a otras personas transgénero. Ellas consideran que ser mujer no
puede estar determinado por tener o no una vagina, es por esto que alientan a
cada quien a elegir hasta donde va su tránsito sin temer a que serán más o menos
mujer que otra.

Mientras tanto, hay otras que no están interesadas en llevar la palabra


transgénero como bandera de su identificación. Afirman que el tránsito solamente
fue una etapa para poner su cuerpo de acuerdo con su sentir. Ellas hacen un
tránsito desde puntos fijos de partida y de llegada sin entrar a cuestionar el
binarismo de género. En muchos casos rompen los vínculos con familiares y
amistades para volver a empezar en otros países o ciudades con un nuevo
nombre y un nuevo sexo tras hacer varias modificaciones corporales y los trámites
respectivos de sus documentos.

“A veces pienso que chévere sería irse a otro país y llegar nueva. Conocer a
alguien, casarte y tener una vida sin llevar la etiqueta trans, porque siempre te van
a ver así. Cuando a una la ven así de bonita y luego se enteran que es trans, es
como ʽV, la batalla finalʼ que llegan como humanos y se quitan la piel y quedan
como un alien. La gente se imagina eso, sólo con decir esa palabra”14.

A simple vista pareciera que el género fuera la construcción cultural que se hace
con base en una realidad material: el sexo. Según Macionis y Plumier (1999:34) el
sexo biológico se refiere a la diferenciación biológica de los seres humanos como
machos y hembras. Por lo general, se distinguen seis componentes principales del
sexo: la composición cromosómica, los órganos reproductores, los genitales
externos, el componente hormonal y las características sexuales secundarias
(Cantor 2007: 22).

Sin embargo, Anne Fausto-Sterling en su libro “Cuerpos sexuados” (2006) señala


que esta base material ya está teñida de ideas preexistentes sobre las diferencias

14
Tomadas textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de octubre y el 16 de
noviembre del 2011.
21
sexuales, las cuales le dan más importancia a cierto rasgos que a otros; dicha
designación es histórica y varía según las culturas.

Monique Witig agrega que la categoría de “sexo” al tener sentido solamente en


términos de un discurso binario en el cual “hombres” y “mujeres” agotan las
posibilidades del sexo y se relacionan entre sí como opuestos complementarios,
está siempre incluida en el discurso de la heterosexualidad (Citado en Butler,
1996: 317).

Es decir que tanto el sexo como el género son construcciones culturales


determinadas por contextos específicos, pero aún cuando las personas
transgénero se dan cuenta de lo poco necesario que es ser los géneros que han
llegado a ser, esta libertad de elegir cuál será y cómo construirán su género se
convierte en una carga por el constreñimiento social. Hay un miedo de perder un
puesto y un lugar sólidos, unos privilegios y unas garantías (Butler 1996: 310).

En esta búsqueda de equilibrio y lugares propios de enunciación surgen preguntas


como: ¿El tránsito culmina? ¿Hasta dónde debe ir el tránsito? ¿Para ser mujer es
necesario tener una vagina?

En las experiencias de las personas trangénero que he logrado conocer sobresale


la percepción del tránsito como un viaje o un camino que se hace al andar, pues
pese a tener un punto fijo de inicio es a lo largo de este proceso que se van
definiendo los limites, los retornos, los puntos de llegada y las compañías. Ellas
admiten que una vez le cuentan a sus familias y círculo cercano sobre su tránsito,
inevitablemente estas personas empiezan a desplazarse con ellas y ser parte de
esas negociaciones entre su pasado, presente y futuro.

Las mujeres transgénero viven un proceso diario en que se construyen una y otra
vez a sí mismas, puliendo el manejo diestro de códigos y convenciones sobre lo
que es ser mujer. Judith Butler señala que desde el principio somos nuestros
cuerpos y sólo posteriormente llegamos a ser su género, dicho movimiento que
nos lleva del sexo al género es interno a la vida corporeizada, tal como “esculpir el
cuerpo original dándole forma cultural” (1996:308). Para ella el género es “una

22
forma contemporánea de organizar las normas culturales pasadas y futuras, una
forma de situarse en y a través de esas normas, un estilo activo de vivir el propio
cuerpo en el mundo, es un proyecto tácito para renovar la historia cultural en los
términos corpóreos de uno” (1996:308).

Entonces para las mujeres transgénero asistentes al GAT ¿Cuál es el modelo de


feminidad que se quiere alcanzar tras el tránsito?

Muchas de ellas optan por la hiperfeminidad y en varias ocasiones me han


reprochado sobre por qué yo como mujer biológica no exploto al máximo mi
feminidad ni me he definido sobre si deseo o no casarme y ser madre.

Estas personas experimentan cambios en su estética a lo largo del tránsito,


generalmente al inicio visten con minifaldas y ropa que marca sus cuerpos, usan
pelucas y un maquillaje muy bien logrado y calzan tacones altos, pero a medida
que van asumiendo un rol femenino en su vida cotidiana empiezan a usar prendas
menos llamativas y más informales; aparecen otras opciones de vestir como los
jean ajustados o los leggins, el maquillaje se hace más suave y las pelucas son
reemplazadas por largas cabelleras naturales. Cada una va definiendo su estética,
la cual la mayoría de veces es muy similar a la de las mujeres de clase alta:
femeninas, elegantes y sobrias en el vestir. Ellas afirman que ya no tienen el
tiempo necesario para un maquillaje muy elaborado o el despliegue de vestidos
con los que es difícil moverse, entonces realizan sus cambios por comodidad,
disposición de tiempo y lo que ellas mismas consideran es una apariencia más
propia de las mujeres biológicas, pues “las mujeres comunes y corrientes no se
visten así”15, haciendo referencia a sus anteriores estéticas.

Pero la construcción de estas identidades no se limita a la identificación como


hombres, mujeres o el tercer sexo. En nuestra sociedad la identidad de género se
encuentra en una relación de dependencia con la orientación sexual. Es decir que
se espera que una vez una persona se identifique como hombre o mujer debe
dirigir su atracción sexual y amor romántico hacia personas del sexo opuesto.

15
Tomadas textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de octubre y el 16 de
noviembre del 2011.
23
Esto nos conduce a otro par de preguntas: ¿Las trans deben ser heterosexuales?
¿Lo nuestro es cuestión de identidad de género o de orientación sexual? ¿Cuál es
la diferencia con las lesbianas y los homosexuales?

La identidad de género se refiere al estado psicológico que le permite a la persona


autoidentificarse con lo masculino, lo femenino u otro género diferente y afirmarse
a si mismo diciendo “soy hombre”, “soy mujer”, “soy andrógino”, “soy hombre en la
cotidianidad y mujer en una presentación artística, como ocurre con algunos
hombres transformistas (Cantor 2007:24). Sin embargo, en nuestra sociedad rara
vez dicha autoidentificación es tenida en cuenta al momento de referirse a las
personas transgénero, pues lo que prima es la matriz sexo-género-deseo en que
las mujeres trangénero son leídas como hombres homosexuales y los hombres
transgénero son asimilados como mujeres lesbianas. Esto oculta que el
transgenerismo es una cuestión de identidad de género más no de orientación
sexual, es decir que ser transgénero no implica cierta atracción emocional, erótica
y afectiva hacia las personas del mismo sexo, del sexo opuesto o de los dos
sexos. Sino que es posible ser homosexual, heterosexual o bisexual, según cada
caso personal.

Al momento de construir su propia feminidad las mujeres transgénero tienen varias


inquietudes sobre sus relaciones de pareja. Consideran difícil encontrar una
persona, por lo general un hombre, que pueda aceptarlas tal y como son, que
desee tener una relación heterosexual y seria con ellas la cual supere el fetichismo
o la curiosidad por un cuerpo femenino que la mayoría de veces aún conserva el
pene.

Para muchas es un reto establecer relaciones cuando no se sienten cómodas con


sus cuerpos, algunas prefieren obviar esta parte de sus vidas; en vez de buscar un
compañero están más interesadas por construirse a sí mismas. Ellas piensan que
tras todo un proceso de sufrimiento, de sacrificios, de inversión de dinero y de
negación de su propio ser durante tanto tiempo, no vale la pena resignarse a tener
relaciones con hombres que sólo las consideran objetos sexuales, que se

24
avergüenzan de ellas en público, que las niegan como sus novias o que las
maltratan.

“¿Qué gano con tener unas tetas gigantes mientras los hombres te miran y
después? Porque estoy poniendo mis metas en lo que los hombres me dan pero
no en mi misma. Me empiezo a preguntar ¿que más puedo hacer como Lina? Lina
no se queda en la construcción del cuerpo, ser mujer no te asegura nada, no te
consigue un trabajo o un marido”16.

Mientras tanto las mujeres trangénero que tienen relaciones erótico-afectivas con
personas de su mismo sexo suelen ser juzgadas por la sociedad y sus familias por
haber realizado todo un proceso de adecuación corporal para terminar siendo
lesbianas. Se les reprocha no haberse mantenido como hombres heterosexuales
cuando desde esta posición podrían tener relaciones exitosas con mujeres y
satisfacer plenamente a sus parejas.

La asociación de personas transgénero con una sexualidad exacerbada, es decir


su reducción al aspecto sexual hace que en la sociedad solamente sean vistas
como personas promiscuas, portadoras del VIH, con vidas descontroladas,
vulgares e inmorales. Esta percepción no es únicamente externa, muchas de ellas
han asimilado que ese es su único lugar en el mundo, por ende es tan importante
la discusión sobre: ¿Somos simples objetos sexuales? ¿Cómo nos deshacemos
del estigma? ¿Existe un lugar en la sociedad para nosotras? ¿Estamos solamente
destinadas a la prostitución y la peluquería?

Las mujeres transgénero cuestionan sus propias capacidades para desenvolverse


en la sociedad y generalmente deben hallar la fortaleza para continuar adelante
pese a que en la mayoría de situaciones no cuentan con la aprobación de su
familia o redes de apoyo más allá del grupo.

Tal como lo afirma Mara Viveros: “El mecanismo de producción de la diferencia


opera por naturalización, deshistorización, universalización y biologización”

16
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de octubre y el 16 de
noviembre del 2011.
25
(2004:174). Varias de ellas sólo después de llegar al GAT empezaron a cuestionar
que su identidad no las conducía de manera inevitable a ejercer la prostitución o la
peluquería, que no eran las únicas con deseo y necesidad de transitar entre los
géneros y que existían otras formas posibles de ser transgenerista en la sociedad.
Para algunas combatir el estigma implica mostrar otra cara de sí mismas como
colectivo, evitar que la gente haga generalizaciones arbitrarias de este sector
poblacional cuando las únicas personas visibles son las chicas paradas en la
esquinas o las que trabajan en salones de belleza. Consideran que hacerse notar
es una manera de contrarrestar esa sobre exposición que ha llevado incluso a
denominar estas actividades como trabajos transexualizados (Prada, Galvis, Ruiz
& Goméz, 2012:150).

“Para la sociedad seguimos siendo travestis espelucadas, hombres que se visten


como mujeres. Creo que los cambios no van a venir de afuera sino de nosotras.
Yo les digo a las chicas que es importante visibilizarnos porque cuando nos
escondemos le damos motivos a la sociedad para que cuando salgamos a la luz
nos vean como cosas exóticas”17.

Dolors Comas d´argemir en “Trabajo, género, cultura” hace un proceso de análisis


de la opresión de las mujeres en distintas culturas y concluye que “no es la
división del trabajo lo que ocasiona las asimetrías sexuales, sino que estas
asimetrías se incorporan como elemento básico para la perpetuación de
determinadas relaciones de producción”(1995:29), es decir que las personas
transgénero no desempeñan estos trabajos por una predisposición natural sino
porque la sociedad ha limitado sus opciones.

La transfobia e incluso la homofobia como conjuntos de actitudes de miedo,


reproche, burla, desagrado o rechazo que experimentan los hombres o mujeres
homosexuales y que por extensión se suele aplicar a transgeneristas, perpetuán
un orden social en que estas personas son relegadas a espacios y actividades
marginales.

17
Tomado textualmente de la historia de vida contada por Laura el 17 de diciembre del 2011.
26
Mara viveros señala que uno de los aportes principales de los estudios de género
al análisis de las interacciones entre las distintas clases de diferencias existentes
en la vida social humana (género, clase, raza orientación sexual, etc.) fue mostrar
que “estas se construían, se experimentaban y se canalizaban conjuntamente y
que esta simultaneidad dependía de las estructuras sociales en las cuales estaban
inscritos” (2004:181). Si bien no hay una hegemonía de un tipo de diferencia sobre
las demás en determinadas situaciones existen diferencias más importantes que
otras, por ende hay que mirar sus interacciones en contextos históricos y
culturales determinados.

El debate sobre aceptar o no la patologización de la transexualidad como disforia


de género sirve como ejemplo para ver las diferencias al interior del sector
transgenerista. Actualmente la transexualidad se considera una enfermedad
mental caracterizada por la insatisfacción que siente la persona al entrar en
conflicto su identidad de género y el sexo biológico con el que ha nacido. Aquellas
mujeres transgénero con menos recursos económicos para costear sus propias
modificaciones corporales, con un reducido capital cultural que les permita
presentar una acción de tutela exigiéndole al servicio médico cubrir los gastos de
su tratamiento o incluso carentes de cualquier tipo de bienestar social, están en
una posición de desventaja a comparación de una mujer transgénero que conoce
sus derechos, cuenta con una estabilidad económica y una formación académica
que le permite asumir una postura crítica ante dicha situación.

Sin embargo, muchas se adhieren al protocolo como un uso estratégico de los


discursos y procesos médicos a favor de sus metas personales: Realizar las
modificaciones corporales necesarias para sentirse plenas. Ellas se someten de
forma aparentemente pasiva a la vigilancia y acompañamiento del sistema médico
que a la final decide quién es apta y quién no para tener senos y vagina. Permiten
ser diagnosticadas como enfermas mentales luego de haber asistido al psiquiatra
y hablar de sus “síntomas” que las perfila como pacientes con disforia de género,
dándoles el aval para comenzar la terapia hormonal, después asumir el test de la
vida donde deben empezar a vivir cotidianamente en el género opuesto y
finalmente ser candidatas a la reasignación sexual.
27
Pero en estos procesos el control no lo tiene exclusivamente el sistema médico.
Las mujeres transgénero comparten consejos sobre lo que deben decir y lo que
deben omitir al momento de hablar con sus psiquiatras, refieren a otras chicas a
hospitales donde es sabido que los y las profesionales se encuentran
sensibilizados frente al tema y encuentran menos resistencias a sus procesos y
hablan de marcas de hormonas, dosis y efectos, existiendo toda una red de
intercambio de píldoras e inyecciones fuera de la regulación médica. Las personas
transgénero de escasos recursos ven esto como única opción para llevar a cabo
sus tránsitos, además entre aquellas que no están afiliadas al sistema de salud es
común la automedicación y las inyecciones de aceite de cocina o silicona líquida,
poniendo en riesgo su bienestar a cambio de formar senos y glúteos prominentes.

“Critico la despatologización, se están despegando de la realidad. La ciencia gira


alrededor de hechos centrales y si no tienes nada, si te despatologizan, lo que
tienes es un deseo y las cirugías plásticas fruto del deseo no las cubre la EPS. Yo
financio una cirugía de senos a una mujer a la que se le fue amputado, eso no
nació del deseo, eso es reconstructivo y es para que esa persona se siente bien
consigo misma, sería cruel que no se la hagan (…) Si puedes transformar tu
cuerpo como quieres hazlo pero ¿si no tienes plata?”18

Por otra parte hay quienes asumen una actitud opuesta pues consideran
inadmisible que las personas transgénero deban reconocerse como enfermas
mentales cuando el tránsito es parte de su identidad y su sentir. Piensan que sus
procesos deben ser cubiertos por el servicio médico sin necesidad de un
diagnostico de disforia de género e incluso adelantan movilizaciones a nivel
internacional bajo el slogan “Stop a la transpatologización”.

Este movimiento tiene como su principal demanda que la transexualidad sea


retirada de los manuales de enfermedades mentales CIE-10 (Clasificación
Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud) y DSM-IV-

18
Tomadas textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25 de octubre del 2011 y el
20 marzo del 2012.
28
R (Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales de la Asociación
de Psiquiatría Norte-americana).

Otro argumento que surge en torno a este debate es el de tener la posibilidad de


llevar los tránsitos al borde de la medicalización, pues algunas de ellas ven esta
como una forma en que el Estado se mete en sus cuerpos, regulando sus vidas,
sus deseos y sus sexualidades. Esta postura recuerda la afirmación de Mara
Viveros: “Los científicos más que descubrir la realidad, la construyen activamente
y las ciencias biomédicas –como técnicas discursivas – construyen, reconstruyen
y reflejan nuestra comprensión del género y del cuerpo” (2004:176).

29
3. REALIDADES DIVERGENTES
FRANÇOISE
“Llegué a la conclusión (a los 15 años) de que no importa lo que yo quiera
ser, como yo lo quiera tomar, no importa lo que yo haga, yo me siento como
una niña. No sé por qué, pero así me siento. Esa fue la primera vez que lo
acepté, antes como que lo sabía, tomaba roles femeninos en muchas cosas
pero nunca me había dicho ʽeres una niña y pare de contarʼ ”19.

A Françoise la conozco desde el 2008, cuando aún se llamaba Francisco.


Ella compartía un dúplex en Pablo VI con uno de mis compañeros de
carrera; ellos habían estudiado juntos Ingeniería Mecatrónica antes de que Jhon
se cambiara a Antropología. En esa época ella era un joven costeño de contextura
mediana, que me parecía una persona amable y con un buen sentido del humor. A
medida que mi relación con Jhon pasó de ser la de dos buenos compañeros de
estudio, para convertirse en mi mejor amigo y mi pareja por más de tres años,
Françoise empezó a estar cada vez más presente en mi cotidianidad.

En nuestro círculo de amigos y amigas mi trabajo con la comunidad LGBT es muy


conocido, incluso muchas veces la invité a eventos de este tipo; sin embargo,
nunca expresó su identidad femenina ni dio motivos para pensar que fuera una
persona transgénero.

En marzo del 2011 ella fue a visitar a Jhon a su nueva casa y coincidió que yo
también estaba allí. Después de ponernos al día con nuestras experiencias y
expectativas para el año, en medio de risas y uno que otro comentario en broma,
nos dijo que tenía disforia de género. Françoise usó el término médico con el que
son diagnosticadas las personas transexuales para comunicarnos cómo se sentía.
Para mí esto hablaba de su intención por legitimar su identidad de género desde
un discurso con el que está familiarizada al hacer su maestría en ingeniería
biomédica, pero también me hizo pensar, tal como lo comprobaría después, que
ella consideraba el tránsito como una situación incómoda pero necesaria para

19
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Françoise el 3
de octubre del 2011.
30
corregir un error en su nacimiento y construir el cuerpo de la mujer que ella es por
dentro.

Tras recibir la noticia Jhon pensó que ella no hablaba en serio y yo dije: “Vea
pues, no imaginaba que fueras una mujer, pero bueno”. Cuando confirmamos que
esta no era una más de sus bromas habituales, le comenté sobre el GAT;
quedamos en ir juntas a la siguiente reunión y me ofrecí a acompañarla en todo el
proceso.

La valentía y confianza que tuvo Françoise para compartir conmigo sus


sentimientos e inquietudes nos hizo cada vez más cercanas. Muchas veces nos
hemos reunido en mi casa para que ella se pruebe mi ropa o para hacer una
pijamada, pese a mis pocos conocimientos en la materia, la he maquillado cuando
salimos juntas de fiesta, hablamos constantemente por facebook, vamos a las
reuniones del GAT y compartimos experiencias, enseñanzas y todas las vivencias
que pueden tener dos amigas.

Esta breve historia de Françoise se basa en nuestras conversaciones cotidianas y


en una reunión que tuvimos el 3 de octubre en el campus de la Universidad
Nacional durante la cual ella me contó su vida. Para mí, en general, escribir estas
historias consiste en poner en conversación las anécdotas que he escuchado y
mis opiniones al respecto, pero en esta ocasión hablar sobre Françoise es un reto
por reconocer mis sesgos para dar paso a un ejercicio de análisis, pues su tránsito
ha hecho que reorganice nuestra propia historia. Busco que aquí escriba más la
Sandy antropóloga, que la Sandy amiga.

Françoise tiene 23 años de los cuales 16 los ha vivido en su ciudad natal


Cartagena y los otros los ha pasado en Bogotá. Su familia también es costeña y le
ha brindado cierta comodidad económica a lo largo de su vida, pues tanto su
padre como su madre son profesionales. Él es abogado pero se dedica a la
pedagogía en la Universidad de Cartagena; ella se graduó como enfermera y
organizó un negocio enfocado a la salud ocupacional.

31
En su familia le inculcaron la fe católica, desde temprana edad estuvo vinculada a
la infancia misionera y hacía sus veces de monaguillo en la iglesia. También le
enseñaron un rol masculino claramente diferenciado del de su hermana mayor,
pues ella era la “mujercita” de la casa a quien él, como todo hombre, debía
proteger. Esta herencia cultural se pondría en conflicto con lo que Françoise
recuerda que empezó a sentir desde los 3 años y que sólo hasta los 15
reconocería: ser una mujer atrapada en un cuerpo masculino.

“Me acuerdo que en esa época me dolía, me reventaba, me agrrrrrr daba ganas
de romper las cosas cuando mi hermana o alguna prima hacían planes de ʽ¡ay
eso es sólo para niñas!ʼ, porque aparte como no quería, no entendía la
discriminación, no tenía primos de mi edad, yo no tenía amigos de mi edad, no
habían cosas de ʽsólo para niñosʼ”.

Durante su niñez le llamaba mucho la atención las prendas que utilizaban las
mujeres de su familia. Ella recuerda que en una ocasión se puso unas hombreras
y al ser regañada por su madre entendió que esto lo debía hacer a las escondidas.
Por mucho tiempo Françoise se dedicó a trasvestirse mientras tuviera acceso a
ropa femenina, ya sea porque compartía su habitación con la empleada de
servicio o con alguna prima que estuviera de visita. Ella lo hacía cuando estaba
sola en su casa, se miraba en el espejo del baño y asumía roles femeninos que en
la cotidianidad de su familia estaban prohibidos.

Ella pasó sus primeros años en Crespo y el resto de su adolescencia en Manga;


ambos son barrios de clase media alta en Cartagena, los cuales ofrecen
ambientes seguros, lejos de problemas como las pandillas e incluso con poca
afluencia de turistas. Françoise recuerda que para ella era difícil hacer amistades
pues en los edificios en que vivió había pocos niños y niñas, además las continuas
mudanzas hacían que perdiera el contacto con sus amigos y amigas. En general,
ella se describe en esta etapa como un niño solitario con una gran imaginación
que le ayudaba a compensar su soledad.

Cuando entró a primaria fue promovida inmediatamente al grado segundo y al año


siguiente se cambió a un colegio privado, mixto y de enseñanza precoz y
32
personalizada. Allí le era más fácil entablar amistad con las niñas y durante
nuestra charla expresó que eso seguramente influyó en su vida porque continúa
siendo una persona con pocas amistades. Uno de sus comentarios sobre que
ponía las manos en el fuego si el otro niño del grupo en el que andaba no era gay,
pues tenía letra bonita y usaba lápices de colores, me hizo pensar que para ella
los roles de género siguen estando muy bien diferenciados y cualquier
transgresión hace que estas personas se ubiquen en la periferia como la
homosexualidad o el transgenerismo, en su caso.

Françoise cuenta que en la primaria se burlaban de ella porque lloraba mucho,


pero dice que nunca tuvo manerismos sino actitudes infantiles; por eso concluye
que no sufrió tratos homofóbicos o transfobicos. Ella recuerda que a esa edad
sabía que ser gay estaba mal y como siempre ha sentido la necesidad de ser el
centro de atención, no estaba dispuesta a perderla por manifestar sus
sentimientos. Evitaba que se le notara al máximo; para ella expresar su feminidad
se reducía al uso de su imaginación y a los lugares privados donde podía
trasvestirse. Era su secreto, algo que sólo se lo guardaba para ella y que no se
arriesgaba a compartir ni siquiera en un diario.

Aunque ella no fue discriminada por sus compañeros y compañeras de clase al


ser una persona trans, en muchas conversaciones que hemos tenido me ha
llamado la atención expresiones como “viví 22 años torturándome o fui muy buena
fingiendo”, las cuales muestran que el miedo al rechazo y a perder esa atención
tan importante para ella, la hizo llevar una doble vida y autodiscriminarse.

A sus 13 años ella cambió de colegio. Está institución también era mixta y privada,
con un alto estatus académico pero que ofrecía un ambiente menos personalizado
y más juvenil. Para Françoise fue difícil perder a sus amigos y amigas, y ver que
en este nuevo lugar había mayores barreras entre estudiantes y docentes. Ella
recuerda que atravesaba un momento de tensión donde aún no quería abandonar
su parte infantil. La convivencia con compañeros y compañeras de 15 años o más
la hacía sentirse sola, tenía mucho tiempo para pensar y así empezó a cuestionar
quien era y que quería para su futuro.

33
“Yo no conozco a nadie, ningún niño que le guste vestirse de niña. Todos mis
amigos bromean con eso y lo tratan como si fuera algo malo, entonces ¿por qué
me gusta? Me empecé a cuestionar eso y pasó el primer incidente”.

En el 2001 mientras Françoise estaba en sus prácticas habituales de trasvestismo


en el baño de su casa, su hermana abrió la puerta y la vio. Ella dice que lo que
cometió fue una estupidez pues no debió arriesgarse de esa forma, sabiendo que
había alguien más en la casa. También cuenta, con su voz un poco ahogada, que
se sintió terrible, para ella fue tan vergonzoso que tenía deseos de morir.

Cuando su hermana la vio entró en shock y corrió a contárselo a su mamá y a su


papá. Para sortear la situación, Françoise dijo que lo hacía para llamar la atención
pues a su hermana le ponían más cuidado que a ella.

“Mi mama fue la primera en hablar conmigo, fue lagrimas pa´arriba y lagrimas para
abajo. Fue como si yo hubiera hecho algo terrible (…) Y con mi papá fue peor, yo
creo que al le dio durísimo, durísimo, durísimo y se convencieron de eso, creo,
pero el tema no se volvió a tocar”.

Después de ser descubierta Françoise mantuvo un bajo perfil, pero ella dice que
luego de un tiempo sus ganas pudieron más y continuó con su “mal hábito”. Esta
expresión da a entender que ella aún no termina de aceptar esta parte de su vida;
además hubo algo que aumentó su sentimiento de culpa, pues el travestismo
empezó a estar acompañado de prácticas de autoerotismo en las que se
imaginaba en roles femeninos y teniendo relaciones con hombres, aunque en ese
momento no sentía una atracción evidente hacia ellos.

Hoy en día esto le causa bastante curiosidad, pues me ha comentado que nunca
ha tenido experiencias con hombres; por el contrario, durante su vida ha tenido
varias novias.

A los 14 años se enamoró de una muchacha de su colegio que hacía parte del
grupo, mayoritariamente femenino, al que pertenecía. Tras un año de amistad se
hicieron novios e inició su vida sexual. Para Françoise este fue el comienzo de la
tragedia y el drama porque la relación con esta chica le hizo descubrir que no
34
estaba conforme con esa parte de su sexualidad ni se sentía muy a gusto con su
cuerpo masculino.

Sin embargo se jactaba de ciertas características de él como ser alto, de


contextura mediana y atractivo; además se encargó de trabajarlo mediante el
ejercicio.

Esto parece bastante contradictorio a primera vista, en algunas conversaciones


con Françoise me ha confesado que muchas veces el motivo de sus depresiones
es saber que como chica nunca va a ser tan atractiva como cuando era hombre.
Pensaba que sus habilidades para conquistar mujeres son muy superiores al éxito
que tiene con los hombres. En este sentido su necesidad de llamar la atención
junto a su vanidad se han convertido en obstáculos para su tránsito.

Por otra parte, ella me ha comentado que tanto este como sus siguientes
noviazgos le hicieron darse cuenta que ella en el fondo quería ser para sus novias
el novio perfecto que a ella misma le gustaría tener. Durante un buen tiempo,
principalmente al inicio de sus noviazgos, cuando todo era color de rosa, pensaba
que podía seguir viviendo como hombre, que era capaz de aguantarse esta
situación o que quizás lo que sucedía era que le gustaban tanto las mujeres que
quería vestirse como ellas.

Recordando a su segunda novia, Françoise dice: “Estar con ella era muy
gratificante pero me llenaba de mucha envidia. Era pequeñita y compacta,
entonces yo la podía cargar, ponerla aquí en el regazo mientras se quedaba
dormida, entonces yo decía yo quiero algo así, yo no tengo que estar
haciéndoselo a ella, alguien me lo tiene que estar haciendo a mí. Yo quiero, yo
quiero”.

Françoise recuerda como algo estúpido, que a esa edad ella le pidiera a Dios que
las cosas cambiaran. Recurrir a esta opción cuando ella previamente ya había
puesto en duda todas las cosas que dice la religión católica, como la Biblia, Jesús
y María, y había entendido el mensaje de rechazo hacia personas como ella,

35
muestra que para sí misma su situación requería de una intervención divina, luego
de que otras posibilidades más mundanas ya habían sido agotadas.

A los 15 años ella no sabía que existían las personas trasngénero, sólo que
habían “maricas” y ya. No se ponía etiquetas, sólo tenía la certeza que hubo un
error en algún momento de la repartición de los cuerpos para las almas y que la
suya había quedado mal empacada.

Ese mismo año Françoise se graduó y viajó a Bogotá para estudiar Ingeniería
Mecatrónica en la Universidad Nacional. Al ser una carrera en la que se inscribe
una mayor cantidad de hombres que de mujeres ella dice que cayó en una fase de
depresión pues los grupos de hombres, las charlas pesadas y las cosas
masculinas que hacían le generaban un sentimiento de extrañeza, pensaba que
nada de eso era lo suyo y por ende se aislaba. Consideraba que no podía
confiarle sus problemas a nadie y entonces llevaba dos vidas paralelas: Un mundo
externo y público, el de la calle donde mostraba una personalidad chévere y otro
que era el interno y privado, el de su habitación en donde se encerraba a llorar
durante horas.

“Lamentaba mi pobre existencia, haber nacido así para mí era lo más anormal del
mundo, como hasta los 22 no sabía quién era una persona trans, ni las
posibilidades que tenía”.

Toda su carrera mantuvo las apariencias, tuvo varias novias, se travistió con la
ropa de ellas y simultáneamente llevó una relación de amistad con un chico por
internet a quien le dijo que era una mujer. Esta situación además de ser un escape
para ser todo lo femenina que quería y ser tratada como tal, le ayudó a descubrir
que si la ponía en comparación con toda su vida como hombre no tenía nada que
envidiar, entendió quien quería ser, qué era lo que la satisfacía y lo que ya no
estaba más dispuesta a tolerar.

Finalmente, tras su grado empezó a ir al psiquiatra e inició un tratamiento


hormonal que está feminizando su cuerpo para una posterior cirugía de
reasignación de sexo.

36
“Mi depresión se fue cuando empecé el tratamiento, como de los 18 a los 22 yo
evadía cualquier contacto real, casi nunca mostré eso por miedo al rechazo, de
por sí que mis amigos eran poquitos. El que me vayan a rechazar eso para mí es
terrible”.

Actualmente Françoise continúa con su tránsito y a partir del primero de enero del
2012 ha asumido un rol permanente como mujer. Sale sola a la calle, ha
comprado suficiente ropa para uso diario y ha dado rienda suelta a su feminidad
en los espacios académicos.

Ella considera que sus amistades han sabido afrontar mejor su tránsito que su
propia familia. Sus compañeros y compañeras de carrera lo han tomado de forma
positiva y su director de tesis y jefe del laboratorio en que trabaja le ha dicho que
puede ser lo que quiera siempre y cuando haga bien su labor.

Por el contrario, cuando se lo contó a su familia en diciembre del 2010 recibió


reacciones de decepción y por mucho tiempo no se habló del tema. Para sus
parientes ha sido un proceso de avances y retrocesos, negaciones y conquistas,
pues ocasionalmente le dicen Francisco y la tratan en masculino. Sin embargo,
desde que su mamá y su papá la visitaron en semana santa y vieron lo que ha
logrado en su aspecto físico y cómo este se diferencia del estereotipo de las
personas transgénero como grotescas y vulgares, han abandonado muchos de
sus miedos y se han involucrado más con su proceso.

Françoise se siente tranquila porque las personas que le importan la han


aceptado. Opina que no ha sido discriminada y que las burlas y comentarios que
recibe en la calle son problema de las personas que las hacen. Para ella es
cuestión de no dejarse afectar, de no guardar esas cosas, todo anda bien siempre
y cuando la gente no asuma acciones ofensivas de forma directa contra ella.

Es decir que para Françoise la discriminación es algo mucho más personal y


directo, que proviene de personas cercanas que han dejado de dirigir su atención
hacia ella y que de esa forma pueden afectar su sensibilidad. El resto puede ser el

37
resultado de la curiosidad de la gente por considerarla una persona exótica o
habrá quienes puedan opinar que es algo malo y aún así no discriminarla.

“Yo no estoy haciendo nada malo. Durante mucho tiempo creí que era algo malo,
pero por qué voy a ser yo la persona que estoy haciendo algo malo si a mí fue la
que me sucedió la situación mala, para empezar y yo solo quiero corregir y tener
una mejor vida. No creo que sea malo buscar una solución para ser feliz, luego de
estar en lo profundo sé que no vale la pena vivir así solo porque a alguien le
parece inmoral”.

LAURA
“Soy una mujer transexual. Hago parte de esta comunidad (la LGBT) y me
siento orgullosa de lo que soy y amo lo que hago. Las experiencias de vida
pueden ser difíciles, pero creo que han sido el detonante para llegar a ser lo
que tú ves hoy en día”20

La primera vez que vi a Laura fue a inicios del 2010, cuando coincidimos en una
reunión del grupo de madres y padres de personas LGBT al que yo solía asistir
dos sábados al mes en el Centro Comunitario LGBT de Chapinero.

A primera vista Laura tenía un aspecto andrógino que contrastaba con un tono de
voz y unos gestos suaves que me llamaron la atención, pues me planteaban otra
forma de ser una persona trans, alejada de una estética ultra-femenina que yo
estaba acostumbrada a ver.

Sus intervenciones a lo largo de la reunión expresaban los pensamientos de una


mujer transexual que se oponía a que las personas LGBT fueran privadas de
profesar una religión; ella hablaba con una gran seguridad sobre la Biblia y sus
erróneas interpretaciones, defendía sus ideales de una sociedad más incluyente y
revelaba una vasta experiencia en trabajo con personas transgénero.

20
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Laura el 17
de diciembre del 2011.
38
Una vez finalizada la reunión no pude evitar buscarla y hablarle sobre el proyecto
que para esa época adelantaba como parte de la clase de Técnicas de
Investigación en Antropología II y que consistía en una etnografía sobre las
implicaciones de la discriminación de género en la educación superior de Bogotá,
la cual fue la base para plantear esta tesis.

Debido a sus múltiples ocupaciones sólo hasta el 9 de marzo del 2010 logré
concertar mi primera entrevista con ella y algunas de sus amistades
transgeneristas. En esa oportunidad ellos y ellas me hablaron sobre sus
principales preocupaciones en torno a la discriminación que sufren las personas
transgénero, además me compartieron algunas de sus experiencias en distintos
espacios educativos. Después organizamos una salida al Centro Comercial
Andino y una cena en Crepes & Waffles para el 18 de abril de ese año, con la
intención de que yo pudiera observar las reacciones de las y los transeúntes ante
la presencia de estas personas, y cómo ellas reaccionaban a las actitudes de la
gente.

Al año siguiente Laura tomó la coordinación del GAT, así que pasamos de vernos
esporádicamente en espacios donde confluían nuestros intereses comunes como
reuniones, plantones, marchas o salidas de visibilización, a compartir una vez por
semana en el grupo. Luego el 17 de diciembre del 2011 nos reunimos para hablar
específicamente de su vida.

Así que esta historia de vida está basada en más de dos años que llevó de
conocer a Laura. Tiene en cuenta tanto nuestros encuentros esporádicos en
distintos espacios y situaciones que compartimos como activistas LGBT y en las
dos reuniones que hemos organizado con la finalidad de aclarar mis dudas y
ahondar más en las experiencias de Laura.

Ella es una persona reconocida en la comunidad LGBT por sus más de 13 años
de labor como defensora de los derechos de las personas sexualmente diversas.
Actualmente es una de las voceras de la Mesa de Trabajo LGBTI de Bogotá, lidera
varias acciones en contra de la patologización de la transexualidad y la
discriminación de género, trabaja con el IDPAC (Instituto Distrital para la
39
Participación y Acción Comunal) e incluso ha aparecido en varios medios de
comunicación nacionales, como el noticiero CM&, para hablar sobre las demandas
de los sectores LGBT y su situación de vulnerabilidad en el país.

Pese a que es una cara conocida, ella es una persona muy reservada con su vida
privada. Durante nuestras conversaciones siempre salen a relucir sus posturas
ideológicas frente a la diversidad sexual y de género; no tiene inconveniente en
darle consejos a las chicas que asisten al GAT o en hablar de sus experiencias
ante grandes públicos universitarios, pero admite que muchas partes de su
infancia no me las cuenta porque aún le producen dolor y prefiere no revelar su
edad exacta.

Entonces me atrevo a aventurar que Laura nació aproximadamente hace 43 años


en Bogotá. Ella pertenece a una familia de inmigrantes judíos que llegó a la ciudad
en los años 20, sus abuelos ayudaron a consolidar la comunidad judía y a
construir las primeras sinagogas.

Su padre fue un alemán con un talento innato para el comercio y su madre, quien
aun vive, es una mujer rusa de cerca de 80 años que dedicó su vida al hogar y la
educación de sus hijos e hijas, mientras su esposo daba el sustento económico,
conforme la tradición judía.

Ante mis pocos conocimientos sobre judaísmo, Laura quiso aclararme que esta no
es una religión machista, sin embargo, sus palabras dejan ver un marcado
sexismo: “No hay cultura más matriarcal que la judía empezando porque el
judaísmo se hereda por la madre. Ella se encarga de la educación (…) No puede ir
a rezar, si la mujer se va a rezar ¿qué pasa? Sus hijos pierden su judaísmo. No
hay quien los eduque, quien les enseñe. Las funciones de rezar se la dejan al
padre, pero quien decide y quien da las órdenes es la mamá y generalmente por
eso es que las mujeres judías son de carácter tan fuerte. Es la que maneja,
organiza y hace cumplir todas las leyes”.

Generalmente las familias judías son muy unidas y numerosas. En su caso Laura
creció junto a seis hermanos de sangre, cinco hombres y una mujer, y un hermano

40
adoptivo que es homosexual; igualmente ha sido muy cercana a sus demás
parientes. Esta importancia que le inculcaron por los lazos afectivos entre
familiares y allegados le generó desde pequeña un sentido de comunidad que
permanece en su interés por trabajar con las personas LGBT.

Su familia, al igual que el común de las familias judías, goza de ciertas facilidades
económicas que le brindaron a Laura comodidades tales como vivir su infancia y
su adolescencia en un reconocido sector de la ciudad conocido como la zona rosa,
estudiar en uno de los colegios más costosos de Bogotá y realizar sus estudios
universitarios en Israel.

Ella admira la fe que ha existido en su hogar, si bien su familia no es tan religiosa


y se podría considerar goím, es decir no judía, las muestras de fervor son
constantes y tienen reglas claras a seguir. Sin embargo, la fuerte división de roles
entre hombres y mujeres que es típica de la comunidad judía le generó fuertes
conflictos con sus sentimientos e impidió que expresara su feminidad de manera
libre, sin consecuencias negativas.

Laura desde muy pequeña sentía que algo no andaba bien pues no era igual a los
otros niños ni tampoco podía ser una niña. Cuando tenía 5 años se puso un
hermoso vestido de flores que era de su hermana y empezó a jugar al lado de una
pileta que había en el patio de su casa, pero este momento de gran alegría fue
interrumpido cuando su papá llegó y la castigó encerrándola en un cuarto oscuro.

“Recuerdo que tenía unas boticas muy bonitas que me habían regalado y me las
puse con el vestido y un sombrero grande que mi mamá tenia, yo era feliz así;
entonces llegó mi papa y me castigo ese día. Yo no entendía por qué me castiga
pero me encerró en un cuarto oscuro y eso automáticamente marcó en mi como el
hecho de no le puedes decir esto, no te puedes sentir así, tienes que vivir las
cosas como yo te digo, porque si no vas a recibir algo que te produce miedo,
porque para mí la oscuridad era tenebrosa”.

La infancia y el paso por el colegio fueron para ella etapas muy difíciles de su vida.
Al ser un niño afeminado fue blanco de la discriminación expresada en rechazo,

41
burlas, miradas despectivas y comentarios hirientes. Su resistencia a estas
acciones estuvo condicionada por dos ambientes que vigilaban estrictamente la
división sexual de roles: su familia y el colegio, siendo que cualquier violación al
deber ser hombre era sentenciada con castigos severos, llamados de atención y
un aislamiento social que la sumía en la profunda soledad.

Laura estudió en el Colombohebreo, un colegio judío de clase alta que para la


época sobresalía por sus amplias instalaciones, zonas verdes y ser el único que
contaba con club. Allí se replicaban las tradiciones que Laura aprendía en su casa,
teniendo la costumbre de rezar todos los días, consumir sólo alimentos tipo
Kosher21 y mantener la división entre hombres y mujeres en todos los espacios y
actividades de la institución educativa.

Ella recuerda que en los salones de clase los niños se sentaban a un lado y las
niñas al otro; esto permanencia durante la hora del descanso, incluso en las
clases de natación los niños debían esperar que las niñas salieran antes de poder
meterse a la piscina; es decir que Laura no tenía la oportunidad de relacionarse
con sus compañeras de estudio y acceder así de forma indirecta al mundo
femenino.

Laura señala que uno de los motivos para evitar el contacto entre hombres y
mujeres, es que según el judaismo “un hombre no le puede dar la mano a una
mujer porque no se sabe si la mujer está en nidad, es decir, impura, se refiere a su
periodo menstrual, entonces, si la tocas de una vez puedes quedar impuro”.

Todas estas prohibiciones hacían que Laura sintiera que no podía permanecer en
ese lugar, se consideraba ajena y olvidada en el silencio cómplice de los y las
docentes que permitían la discriminación hacia ella: “Sentí mucha discriminación,
a los profesores no les importaba, entonces el colegio nunca fue para mí el
territorio, el lugar bueno y bonito. Pensaba que quería terminar esto, ya irme, pero
siempre se hacía largo, entonces siempre hubo la desmotivación por el estudio”.

21
Son los alimentos que siguen los preceptos judíos de no combinar cárnicos y lácteos, y no
consumir cerdo.
42
Pero ella también se imponía un silencio hacia su propia inconformidad. Pensaba
que sufrir sola y empeñarse en ser una estudiante aplicada eran la mejor manera
de ser agradecida con el gran esfuerzo que su mamá y su papá hacían para darle
educación, algo que es muy valorado en la comunidad judía.

Sin embargo, recuerda que todos los años reprobó la materia de educación física
porque para ella era un martirio participar en lo que hacían los niños y cuando
intentaba jugar fútbol sus compañeros se burlaban porque ella no lo hacía como
ellos. Inclusive en alguna ocasión llamaron a su papá para que se encargara de
ella y le dedicara más tiempo porque de continuar así podría tomar “otro camino”.

Sus esfuerzos por ser masculina eran un intento fallido que siempre la conducían
a la conclusión de que su experiencia escolar, en vez de ayudarle a ser una mejor
persona, sólo le generaba conflictos; la llevaba a cuestionarse constantemente
sobre qué le sucedía y qué había de malo en ella como para no poder ser como
los otros niños y relacionarse con la gente. Unos pensamientos que la hicieron
sentir muchas veces tentada a suicidarse.

“No tenía amigos ni amigas, a nadie le interesaba tener una relación de cercanía
con una persona como yo. Me hubiera encantado tener a quien decirle y que me
hubiera creído por lo que estaba pasando y lo que sentía. Hasta tu propia familia
se burlaba de ti”.

Eventualmente Laura encontraría con quien hablar sobre sus sentimientos. A sus
14 años ella tuvo su primer contacto con las personas trans que se paraban en la
carrera 15 entre calle 93 y calle 100, muy cerca de su casa. Una noche cuando
ella iba en el carro con su papá vio a las mujeres trans que se prostituían en el
sector y sintió mucha curiosidad por esa feminidad tan distinta a la que ella estaba
habituada.

“Yo las miré y pues ʽson mujeres, pero estas mujeres tienen algo diferenteʼ
pensaba yo, eran muy grandes. No entendía que era lo que pasaba, pero sí había
esa feminidad explícita y absolutamente majestuosa de lo que uno concibe es la
feminidad. Mujeres con ligero, el corsé y todas esas vainas y yo ʽ¡ve!ʼ y mi papá

43
me dijo: ʽEs que son maricas, son travestisʼ, entonces yo tampoco entendía el
termino; de marica sí, de travesti no.”

Después de esa noche Laura regresó al lugar donde se ubicaban las chicas y con
el tiempo se convirtió en parte de su cotidianidad. De tal manera que hizo varias
amigas y empezó a hablarles sobre sus inquietudes y su deseo de ser como ellas.

“Me escapaba de mi casa y me iba a hablar con ellas. Les decía: ʽ¡Yo quiero ser
como tú!ʼ entonces me decían: ʽ¡No te vayas de tu casa!, mira yo lo hice, ¡espera!,
¡estudia!, tú puedes ser una mejor persona, puedes lograr muchas cosas. Mira
vives en un buen sitio, tienes muchas posibilidades, termina eso y comienza ya a
hacer lo que quieres llegar a serʼ.”

Estos encuentros influyeron considerablemente en su vida, pues le hicieron ver


que existían más personas como ella y que aún quedaba mucho por trabajar pues
ese no era el tipo de vida que quería tener. Luego, a sus 17 años su familia la
envió a Israel con la intención de que se convirtiera en rabino, pero después ella
optó por estudiar historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Este viaje le permitió conocer un país donde existía un mayor avance en el


reconocimiento de las personas LGBT; tuvo la oportunidad de travestirse en
espacios privados y estar lo suficientemente lejos para empezar a considerar que
su felicidad también era importante y reflexionar en cómo conciliar su religión y su
identidad.

Estando en Israel Laura acudió a donde un rabino para cumplir con el objetivo
central de su viaje que era hacer una serie de ejercicios orientados a corregir
quien era. Ella esperaba finalmente poder sentirse a gusto consigo misma, pero al
no obtener éxito con su terapia el rabino le ofreció una alternativa que le llevaría a
tener una nueva perspectiva sobre sí misma:

“Él dijo: ʽHe llegado a la conclusión que Dios no mira qué llevas puesto sino mira
qué ser humano eres; tú puedes hacer con tu vida lo que quieras desde que seas
un ser humano bondadoso y generoso con los demás; tener claro que tu condición
no daña a nadieʼ. Entonces, si él que tiene conexión tan directa con Dios me da
44
permiso eso demuestra que no estoy tan mal, que puedo hacerlo. Así surge de
alguna manera mi tránsito”.

Con estas palabras el rabino le dio la aprobación que ella necesitaba por parte de
su religión y la hizo reconocer que podía ser quien quería y continuar siendo una
buena judía.

Laura ha encontrado en el judaísmo una fuente de esperanza para su proceso.


Estudiar el antiguo testamento en hebreo le sirvió para ver que hay cosas de las
que no se suele hablar como la importancia de las personas transexuales,
conocidos como eunucos, durante la época bíblica o la referencia a Dios como
shaddai que traduce “el que amamanta” o “el de los pechos”. Esto le ha permitido
poner en duda paradigmas como el que Dios es hombre y la ha hecho consciente
de que “la religión no puede ser usada para fomentar el odio (porque) no cumpliría
su función de mostrar un poco de la gracia del amor divino”.

Tras terminar su carrera Laura regresó a Colombia y empezó clandestinamente su


trabajo como activista LGBT a través de los foros y grupos de Yahoo.

Desde hace cuatro años Laura inició su tránsito. Vive hace dos años como mujer y
ha intentado ir sensibilizando a su familia sobre su identidad de género diversa,
pero haciéndolo desde una construcción de mujer muy relacionada con la que
percibió en su hogar; es decir una mujer recatada, responsable, hogareña y
estable emocionalmente, de esta manera ha logrado que sus parientes abandonen
sus miedos de que ella tendría una vida desordenada o indecente y afiancen la
seguridad que tienen en su futuro.

“Tengo muy claro que quiero que ellos transiten conmigo, no quiero forzarlos a
nada. Ellos decidirán el momento que quieran verme y reconocerme como soy”.

45
SANDRA
“Comencé a explicarle a ella que lo mío no era vestirme sino que yo me
sentía totalmente como una mujer, que el vestirme era también algo propio
de mi identidad, que así como me veía vestida, así quería verme siempre” 22

Sandra tiene 35 años, se identifica como una mujer transexual y hace 20 meses
frecuenta las reuniones del GAT. Yo la conozco desde entonces y he podido
apreciar cómo ha cambiado por dentro y por fuera.

Al inicio ella puede ser una persona tímida y reservada, pero luego cuando
adquiere confianza resulta ser agradable y muy buena conversadora. Sandra ha
ido feminizando su figura gradualmente mientras se vincula al movimiento social
LGBT.

Durante este año largo he visto muchas transformaciones en su aspecto, se ha


dejado crecer el cabello, su barba es casi inexistente y ha cambiado las minifaldas
por los jeans ajustados al cuerpo. Ahora ella habla con mayor propiedad acerca de
su identidad y los derechos de las personas sexualmente diversas y ha construido
una estrecha amistad con Lina.

Esta historia de vida está basada en las conversaciones cotidianas con ella, en
nuestros encuentros casuales en fiestas, eventos, marchas y otras actividades
relacionadas con el activismo LGBT y finalmente en una reunión que tuvimos el 21
de diciembre del 2011.

Para esta ocasión fui invitada a la casa de Sandra. Antes estuve allí de paso,
cuando la acompañe a ella, a Françoise y a Mariana a una fiesta en la Primero de
mayo; pero esta vez pude recorrer junto a Sandra el barrio en el que vive y luego
nos sentamos a hablar de su vida mientras mirábamos sus álbumes de fotos.

Desde que Sandra llegó a Bogotá hace 11 años, siempre ha vivido en El Garcés
Navas. Este es un barrio popular ubicado en el noroccidente de la ciudad y
conocido por sus altos índices de homicidios, robos y consumo de drogas. Pese a

22
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Sandra el 21
de diciembre del 2011.
46
esta mala fama, Sandra me dice que allí se siente segura y que como en toda
parte lo único que hay que tener es cuidado, para ella la actividad comercial y el
flujo de transeúntes, tanto en las calles principales como en los callejones, crea un
ambiente bastante vivo que inspira confianza.

Sin embargo, cada vez que la he visitado, ella se ofrece a recogerme en la parada
del alimentador y siempre lo hace vestida con ropa masculina, pues en el
vecindario la gente hace comentarios negativos sobre su aspecto, la miran con
desprecio o le chiflan; entonces se cuida mucho de no dejarse ver así. Ella sólo
usa prendas femeninas en público cuando le es imposible cambiarse en otro lugar
y preferiblemente lo hace durante la noche, ser Sandra en el barrio es para ella
una actividad clandestina.

Antes de mudarse a Bogotá, Sandra vivió durante 24 años en su ciudad natal:


Ibagué. Los barrios en los que pasó su infancia y adolescencia no se diferencian
mucho del Garcés Navas, la pobreza y la inseguridad también caracterizaban
estos ambientes. No obstante ella recuerda con cariño que tanto en Calarcá como
en Córdoba las casas humildes, las calles y los negocios eran el escenario de
juego de los niños y las niñas del vecindario. Pero ella rara vez hacía parte.
Siendo la mayor de cuatro hermanas y un hermano, desde los seis años trabajó
para ayudar a cubrir las necesidades económicas que existían en su familia.

Su mamá se dedicaba al hogar y hacía otros trabajos que le permitían asegurar el


sustento mensual, solía ir a las casas de familia a hacer oficio por días o cocinaba
empanadas y pasteles que Sandra ayudaba a vender en la calle. Mientras tanto,
su papá se gastaba el poco dinero que ganaba como obrero en trago y mujeres;
además era una persona violenta que golpeaba a su esposa y en algunas
ocasiones a Sandra.

A lo largo de su vida, él ha sido una figura que le ha inspirado miedo, repulsión e


impotencia: “Yo nunca me llegué a manifestar ante él como mujer o transexual,
porque yo sabía que si él me veía, él me mataba. La vida era tan dura e
insoportable con mi papá que yo prefería que él estuviera muerto. Es malo hacerlo
pero yo le deseaba la muerte porque trataba muy mal a mi mamá, a mis
47
hermanitas, a mi hermano. De pronto las que sentimos más esa violencia fue mi
mamá y fui yo (…) Éramos las que respondíamos por la familia”.

Ella me cuenta que además del maltrato físico que sufría, su padre más de una
vez la trataba de “marica” porque no tenía novia; eso la hacía pensar en la
reacción que podría tener si se daba cuenta de sus comportamientos femeninos,
su temor llegaba hasta el punto no sólo de travestirse a escondidas, sino también
de planear abandonar su casa e irse a vivir sola.

Mientras tanto, Sandra esperaba a diario que su mamá y su papá la dejaran


cuidando a sus hermanas para ponerse la ropa de ellas. Algunas veces usaba
como pretexto un juego en el que vestía y actuaba como la mamá de las tres
niñas, y en otras las dejaba entretenidas con sus muñecas, entraba a su cuarto, se
medía la ropa frente a un espejo y se maquillaba. Pero estas oportunidades se
hicieron cada vez más escasas luego de que su mamá descubriera que ella se
travestía.

“Mi mamá subió (a la azotea) y me vio vestida me dijo: ʽQuítese esa ropa que no
se quéʼ, me miraba y yo me sentía re mal. A pesar que yo tuve el reproche de mi
mamá yo me seguía vistiendo, tenía como unos 8 años”.

Sandra recuerda que aunque su mamá no le dijo que lo que hacía estaba mal, ni
intentó confrontarla con preguntas sobre su comportamiento, permanecía una
vigilancia constante de sus actitudes para evitar que eso se volviera a repetir. Ella
le decía a sus hijas que no dejaran su ropa interior en el baño donde podía quedar
al alcance de Sandra y todas las noches se aseguraba que llevara puesto su
pijama en vez de alguna prenda de sus hermanas.

Esta reacción pasiva, según Sandra, podía deberse al miedo que su mamá tenía a
desarticular su hogar, ya sea porque su esposo se enterara o porque ella al
regañarla pudiera ocasionar que Sandra quisiera emanciparse. Además en su
ambiente familiar este era un problema más entre tantos; su mamá no tenía el
tiempo ni la energía necesaria para abordarlo de una forma más represiva.

48
Cuando Sandra me hablaba acerca de estas anécdotas, me recalcó que
travestirse nunca ha sido un fetiche para ella, sino que era una forma de expresar
esa feminidad que sentía propia y que al vestirse con las prendas de sus
hermanas la podía exteriorizar y eso le agradaba: “Yo pues no tenía la idea de que
me sentía mujer transexual ni nada, lo hacía porque sentía la necesidad de
hacerlo. En ese tiempo yo me vestía y me quería ver así y de pronto el susto tan
tenaz de que llegara mi mamá y me viera vestida”.

En esa época ella no sabía que existían personas transgénero, es hasta el


bachillerato que conocería a un profesor gay y se acercaría a un bar donde hacían
shows de transformismo.

Sandra estudió tanto la primaria como la secundaria en instituciones públicas y


mixtas. Allí nunca se mostró como una persona afeminada; para ella esta no era
una posibilidad pues si llegaba a tener problemas disciplinarios podían llamar a su
papá y la paliza sería terrible. Ella prefería ser una persona solitaria y conservar
las distancias, es decir que trataba a todas las personas por igual sin establecer
vínculos muy estrechos. Sin embargo, le gustaba pasar más tiempo con sus
compañeras y aunque nunca sintió la burla o el rechazo explicito de sus
compañeros, percibía que le sacaban el cuerpo para actividades como jugar fútbol
o verse después de clases.

“Yo nunca vi un pelado homosexual, solo al profesor. No era como de pronto


ahora, que un pelado ya tiene su sexualidad y lo demuestra, ya; en ese tiempo no
era tan común”.

En el colegio la única persona abiertamente homosexual era su profesor de inglés.


Sandra recuerda que a sus espaldas los estudiantes hacían bromas sobre la
forma como él hablaba y se comportaba; entonces ella pensaba que si esto
ocurría con un maestro ella no estaba dispuesta a ser descubierta. El docente era
un joven de veinte años que tenía un salón de belleza donde llevaba a algunos de
sus estudiantes. Si bien Sandra reconoce que esta actitud era inapropiada porque
él mantenía relaciones con menores de edad, para ella fue una oportunidad de
conocer a sus doce años este estilo de vida que tanto le llamaba la atención.
49
Incluso considera que ella misma creó las situaciones para acercarse a él y
convertirse en una de sus parejas: “Yo quería ver cómo era la vida de él como
homosexual, porque yo como que me sentía identificada con la vida de él (…) De
pronto no tenía la noción de mujer transexual, pero sí me sentía mujer; no sabía
cómo era todo el cuento y de pronto era homosexual.”

Luego de unos meses el profesor le presentó a un colega con quien Sandra


empezó a salir. Él y ella frecuentaban un bar en Ibagué llamado “Azabache” donde
se hacían shows de transformismo y asistían travestis y transexuales. Allí Sandra
descubrió que había más personas como ella y empezó a sentir ganas de
travestirse en público.

Cuando ella comenzaba a absorber toda esta información encontró varios


obstáculos para materializar sus deseos. En primer lugar no quería generarle más
problemas a su familia ni tenía el dinero suficiente para comprar ropa femenina.
Ella considera que si se lo hubiera pedido prestado a su pareja de ese momento,
él podría molestarse pues a quien quería era a un hombre homosexual no a una
mujer; sin mencionar que era una persona mucho mayor que ella y solía tener
comportamientos violentos cuando consumía drogas y alcohol.

A los 17 años, mientras cursaba noveno, Sandra decidió irse a prestar servicio
militar como una vía de escape a la situación que vivía en su casa. Pero no tomó
en consideración el ambiente machista del ejército ni las situaciones incómodas
que pudiera vivir, tales como tener que compartir la habitación con varios
hombres, bañarse en público o ser acosada por sus compañeros. Este no era un
lugar idóneo para personas homosexuales y menos para transgeneristas, si
alguien se daba cuenta les podían forzar a mantener relaciones sexuales, les
agredían o incluso les obligaban a dejar el servicio, así que ella nunca dio
“papaya”.

“Tener una relación homosexual en el ejército era muy complicado porque casi
siempre que yo veía lo pelados que de pronto accedían a tener algo con los
mismos soldados, sufrían mucho, en el sentido de las enfermedades, de pronto se

50
aprovechaban y querían que lo hicieran a las malas, los obligaban. También se
metían mucho con ellos y eso me frenó”.

Para Sandra esta decisión ha sido motivo de tristeza y frustración. A lo largo de


este relato ella hizo varias pausas para recobrar el aliento y en su actitud nerviosa
era evidente lo difícil que es para ella reconocer que al irse dejó a su mamá sola
afrontando el abuso de su papá; le duele sentir que la abandonó y la defraudó en
el momento que más la necesitaba. Mientras la escuchaba hablar, pensaba en las
dimensiones de su desesperación como para ver en el ejército un espacio donde
podía estar mejor y más siendo tiempos de guerra. Considero que en ese
momento lo primordial para Sandra era irse al lugar más lejano e incomunicado
posible y esa opción se le presentó cuando fue llamada a prestar servicio.

Sandra no percibe su experiencia en el ejército en relación al conflicto armado que


atraviesa el país sino que la ve en función de su propio tránsito y cómo este pasó
de ser un escape a volverse un obstáculo para consolidar su identidad diversa.

Ella concluye que ese año y medio como soldado regular en el batallón Liborio
Mejía de Caquetá fue tiempo perdido, que bien pudo haber aprovechado para
estar más cerca de hacer su tránsito. Muchas veces le pasa por la mente que
quizá en vez de hacer ejercicio y anchar su espalda mientras esperaba que los
días pasaran o hubiera algún combate, ella pudo haber trabajado, ahorrado y
logrado ser Sandra desde mucho antes.

Al terminar el servicio se sentía inconforme con su vida y vio la urgencia de hacer


un cambio, por ende regresó al mismo colegio pero en la jornada nocturna para
poder trabajar durante el día en una ferretería. Por esa época le dieron un cuarto
independiente en su casa. Entonces tenía más libertad para travestirse y con el
dinero que ganaba compró ropa femenina que escondía cuidadosamente para que
su mamá no la botara.

Finalmente Sandra se graduó a los 22 años y cuando la oferta laboral disminuyó


en Ibagué optó por mudarse a Bogotá. Acá ha compartido apartamento con un
primo, luego con un amigo y por último con su hermana como una forma de

51
equilibrar gastos y tener compañía en una ciudad que para ella era desconocida.
Durante este tiempo ha trabajado en ferreterías y cuando compró una moto pudo
empezar a laborar como mensajera.

Inicialmente la convivencia de Sandra con su hermana era sencilla pues se


respetaban mutuamente sus espacios privados, pero los problemas comenzaron
cuando ella dejó crecer su cabello y empezó a consumir hormonas para atenuar
sus rasgos masculinos. Sandra recuerda que todo empeoró el día que su hermana
entró sin tocar la puerta y la vio vestida con ropa femenina, en ese momento se
sintió muy culpable y le quiso explicar por qué lo hacía; entonces su hermana le
confesó que sabía que ella era travestí y le reclamó por su descaro al dejarse ver
así sin pensar en la reacción de su familia y del resto de la gente.

“Me dijo que pilas, que no me dejara ver así, que si me dejaba ver así qué iba a
decir la gente, que no metiera tipos a la casa, que pilas con lo que hacía, que la
gente hablaba(…) Para ella era más importante como lo que iban a decir los
demás que lo que yo quería ¿sí?”

Así que Sandra intentó seguir con su tránsito a escondidas, pero los choques con
su hermana eran frecuentes. En esa época su hermana se casó y se fue a vivir a
la casa de al lado. Sin embargo le seguía insistiendo que abandonara ese estilo de
vida.

Luego su mamá, quien ya llevaba varios años separada de su papá, vino a vivir a
Bogotá y al notar la transformación de Sandra se sintió muy afectada. Le dijo que
la encomendaba a Dios y le advirtió que si no cambiaba iba a regresar junto a su
hija y su yerno a Ibagué.

“Yo me volví como la mala de la película, me eché prácticamente a mi familia de


enemiga simplemente por el hecho de decirle a mi familia lo que yo quería.
Entonces hace como unos 8 meses que mi mamá se fue a Ibagué (…) Mi mamá
vio finalmente cómo era yo y que no iba a cambiar, entonces me puso algo así
como el ultimátum. Pues, si yo iba a vivir con ellos y siempre iba a ser a las

52
escondidas, lo mejor es que se fueran y yo llevara mi vida como ahora yo la llevo,
normalmente, ¿sí?”

Desde que su familia se fue, Sandra ha tenido varios episodios de depresión,


aunque siente que se quitó un peso de encima pues finalmente tiene el espacio y
la libertad de llevar su vida como quiere. Ha optado por dejarse ver
ocasionalmente como una mujer transexual ante los ojos de quienes las rodean,
pero reconoce que queda mucho camino por delante.

Actualmente labora como mensajera en la Secretaría de Movilidad y ha tenido


algunos inconvenientes con sus compañeros del trabajo que bromean sobre su
supuesta homosexualidad. La situación con su familia sigue siendo complicada,
pues la excluyen de fiestas, ceremonias y actividades porque les avergüenza que
ella vaya como Sandra. Incluso le han prohibido el trato con su sobrino y sus
sobrinas por considerarla una mala influencia y en algunos casos la contactan
para persuadirla a que cambie.

LINA
“Mi infancia fue de una niña en un mundo azul que me toco vivir. Vivía un
mundo que no quería y no entendía”23

Lina nació en un cuerpo de hombre pero nunca se sintió como tal. Consideraba
que era diferente a los otros niños de su barrio porque le gustaba ser delicada y en
cada juego asumía un rol femenino. A los 7 años su mamá le regaló un pantalón
rosado y unas “mafalditas”, ese día Lina se sintió identificada con la ropa que
llevaba puesta y no se la quiso volver a quitar. Su siguiente recuerdo es el de ella
a los 13, cuando parada frente al espejo calzaba los tacones de la vecina, unos
de 12 centímetros de alto que le encantaban y la hacían sentirse bonita.

Yo conocí a Lina hace más de un año. En agosto del 2010 esta chica de
contextura mediana, sonriente y un poco tímida llegó al GAT y se presentó como

23
Tomada del diario de Lina: “Los sueños de una vida rosa”.
53
una mujer trans. Durante este tiempo la he visto convertirse en lo que ella define
como su sueño. La he acompañado en la cotidianidad de las reuniones, en
plantones y en algunas fiestas. De cierta manera podría decir que he visto nacer
por segunda vez a Lina.

Este relato lo escribo nutriéndome de las distintas conversaciones que he tenido


con ella y lo que he escuchado sobre su vida en las reuniones del GAT y en las
dos ocasiones en que nos juntamos para que me contara su historia. La primera
vez fue el 18 de octubre del 2011 en el Centro Comunitario Distrital LGBT de
Chapinero. Fue una conversación en la que ella de forma libre me habló de sus
recuerdos mientras esperábamos que iniciara la reunión.

La otra fue casi un mes después, el 16 de noviembre, pero esta vez Lina me invitó
a su casa. En esta oportunidad pude conocer el barrio donde creció, hojear
algunos de sus álbumes familiares y adquirir en calidad de préstamo un libro que
ella está escribiendo sobre sus sueños: “Los sueños de una vida rosa”.

Mis expectativas de ampliar la historia que ella me había dejado entrever en la


reunión anterior sólo fueron posibles después de casi dos horas de viaje en un
transmilenio hasta el portal del sur y luego en un colectivo, para finalmente llegar a
Soacha Compartir. En búsqueda de la dirección caminé por varias calles
estrechas donde no es posible que transiten los autos. Era un barrio concurrido
con una arquitectura variada que mezclaba los talleres mecánicos, las
misceláneas y otros negocios, ubicados en su mayoría sobre calles principales,
con las casas que podían estar aun en obra negra o ya terminadas.

Después de caminar por varios minutos buscando la dirección llegué a una casa
de aspecto modesto; sin embargo, una vez Lina abrió la puerta y me invitó a
seguir descubrí que la fachada no le hacía justicia. Estaba muy bien organizada,
tenía algunas plantas colgando y sus paredes eran de colores vivos. Sobresalía la
habitación de Lina por sus tonos rosas, algunas mariposas adornando las paredes
y varios estantes que contenían ropa, productos para el cuidado personal y otros
instrumentos necesarios para su trabajo como estilista.

54
El primer nacimiento de Lina fue en esta misma ciudad: Bogotá, en una familia
humilde y de origen tolimense. Su abuelo tenía mucho dinero, era el dueño de
varias propiedades en San Antonio; allí su mamá se enamoró del que sería su
papá, un hombre casado que iba eventualmente a trabajar a la finca como peón y
que tenía fama de mujeriego. Cuando su mamá cumplió 23 años se escapó con
este hombre quien la trajo con engaños a vivir a Bogotá y se asentaron en el
barrio Chile donde vivía una de las tías paternas de Lina.

Luego su papá las dejó para ir a trabajar en las minas de esmeralda en Muzo
(Boyacá) y aunque solía gastarse parte del dinero en trago y mujeres, le dio a la
mamá de Lina 500 pesos con los que ella pudo pagar el lote sobre el que está
construida actualmente su casa.

En esa época Soacha Compartir era conocida como El porvenir, un barrio de


invasión que era de la Unión Patriótica. Su casa, como la mayoría, estaba cubierta
con una tela negra llamada paroi y teja de zinc. Ella recuerda que aunque todos
dormían en una pieza y eran frecuentes las inundaciones durante el invierno, fue
“muy bonito vivir ahí porque era como vivir en el campo, todo era lleno de matas y
de flores”24.

Lina es hija única, aunque estima que tiene más de diez hermanos fruto del
matrimonio de su papá con su primera esposa y de las relaciones con otras
mujeres. Fue criada por su mamá quien debió encargarse de los oficios
domésticos y de traer el sustento al hogar, pues su papá las abandonó cuando ella
tenía tres años.

Al principio su mamá la llevaba a los lugares donde laboraba como empleada de


servicio pero cuando consiguió un trabajo como ayudante de cocina en un
restaurante del Restrepo, su jornada laboral se hizo más larga y optó por dejar a
Lina encerrada en la casa. Para prevenir un incendio le quitaba la luz y la
recomendaba a las vecinas, quienes le calentaban la comida y estaban pendientes

24
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de
octubre y el 16 de noviembre del 2011.
55
de ella hasta su regreso alrededor de las 11 de la noche. Esta fue la rutina de
ambas, hasta que Lina cumplió 14 años y recibió una copia de las llaves.

Su papá sólo reapareció momentáneamente cuando ella tenía 15 años; a los


pocos meses murió de una enfermedad en los pulmones que había desarrollado
mientras trabajaba cultivando coca en el Caquetá.

A lo largo de estos 33 años de vida, Lina conoció otras figuras masculinas que le
han hecho desarrollar un miedo a los hombres y considerar que por naturaleza
son personas violentas y abusivas, con las cuales para ella aún hoy en día es
difícil relacionarse y casi un reto llegar a establecer un noviazgo. Ella recuerda que
durante su niñez tuvo un padrastro que fumaba marihuana, maltrataba a su madre
y odiaba a los niños, pero especialmente la detestaba a ella por su parecido físico
con su padre. La convivencia de su mamá con este hombre terminó un día que él
las golpeó, las encerró en una habitación y ellas lograron escapar e ir a llamar a la
policía.

Luego un tío y algunos de sus primos se mudaron temporalmente a su casa. Sus


primos solían hacerle bromas por sus comportamientos femeninos, mientras su
tío, quien era homofóbico, le decía a modo de burla que ella iba a ser como
Roberta Close. A esa edad Lina no conocía a esta famosa modelo transexual, sólo
sabía que le gustaban los hombres y que los hombres que les gustan los hombres
son gays. Ella no tenía idea de la transexualidad, aunque en el fondo quería ser
una mujer y creía que lo lograría si trabajaba mucho hasta reunir 20 millones de
pesos para hacerse la cirugía de cambio de sexo.

A medida que fue creciendo sus inquietudes aumentaban. Durante su infancia


buscaba la manera de escaparse de su casa para ir a jugar con sus vecinos entre
los potreros y las lagunas del barrio, pero cuando ellos llegaron a la adolescencia
y empezaron a hablar de mujeres y sexo, ella se fue apartando. Lina recuerda que
era un niño afeminado y con una visión estereotipada de la homosexualidad dice
que “hacia todas las cosas que hacen hoy en día los gays”, como caminar
moviendo la cola y saludar con un eufórico “¡Querida!”. En la cuadra solían gritarle
“marica”, “loca” o una versión femenina de su nombre de chico.
56
Sin embargo, Lina dice que en la escuela no notó un trato discriminatorio, pues le
parece que la mayoría de los niños no le daban importancia a sus
comportamientos. Para ella su problema inició en el colegio cuando empezó a
sufrir el acoso y la burla de sus compañeros, entre otras situaciones que llama sus
karmas: “Es algo que tiene uno que pagar en esta vida por hacer algo malo en la
otra. Siento que yo hice algo malo en la otra vida por ser mujer y entonces me
hubiera tocado en esta vida ser hombre”.

El primero de ellos fue la pubertad que la estaba convirtiendo en un hombre y ese


aspecto cada vez más masculino le molestaba. Lina veía que sus compañeras se
convertían en mujeres bonitas, mientras ella se cubría de pelos que rasuraba con
afán.

Su segundo karma fue la creciente atracción que empezó a experimentar por los
chicos y que la hacía sentirse impotente porque ella quería gustarles, pero ellos no
podían ver la mujer que ella era por dentro. Entonces pasó el colegio sin vivir nada
más allá que un amor platónico por uno de sus compañeros, sólo varios años
después tendría su primera relación homosexual pero se sentiría inconforme por
ser tratada como un chico gay y no como una mujer.

El último karma fue la segregación que vivió en el colegio distrital en que estudió
todo el bachillerato. Sus compañeros se burlaban de ella y la rechazaban al punto
de no querer darle ni la mano, haciéndola sentir como una “leprosa o una persona
portadora del VIH”.

En octavo ellos mismos dividieron el salón en dos partes: una para los hombres y
una para las mujeres, y dejaron a Lina en el medio. Una situación similar ocurría
durante los desfiles e izadas de bandera, pues Lina era retirada del grupo de
hombres y no podía hacerse en el de mujeres, por eso ella solía escaparse de
estas actividades o no ir ese día a estudiar.

Pero el trato que recibía de sus compañeras era muy distinto, las niñas eran sus
únicas amigas y siempre se hacía con ellas en los trabajos en grupo. Lina
recuerda que una de sus compañeras, quien solía tener algunos “rasgos

57
masculinos” como la rudeza, era la que se encargaba de defenderla de los
abusos de sus compañeros.

Ellos no perdían ninguna oportunidad para feminizarla y así manifestarle su


desprecio. Durante la celebración del día del amor y la amistad, muchos de ellos
se acercaron a regalarle flores cuando esté presente sólo lo tenían con las
mujeres.

En otra ocasión le cerraron el paso para entrar al salón y Lina tuvo que armarse de
valor e ir a buscar a la coordinadora de grupo. Tras explicarle que ellos la
acosaban, la coordinadora le hizo señalar a quienes la molestaban, entonces Lina
en medio del temor, las ganas de llorar y el pulso alterado por los nervios terminó
señalando a todos sus compañeros, quienes fueron advertidos de que si seguían
metiéndose con ella iban a recibir matricula condicional. Pero esto no impidió que
mediante pequeños actos, miradas y eufemismos la siguieran discriminando.

En medio de este ambiente Lina recuerda que pudo participar en algunas obras de
teatro. Ella se travestía, salía al escenario como un personaje femenino y lograba
un fuerte impacto entre sus compañeros que no podían descifrar si era un hombre
o una mujer. Eso le permitía retomar fuerzas pero al mismo tiempo la deprimía
pues muchos de sus compañeros le comentaban “Ay lástima que no fueras mujer”.
Esas palabras la hacían odiarse a sí misma. Cada día detestaba más sus
genitales pues ella pensaba: “Esto es lo que a mí me impide ser mujer” y en varias
ocasiones estuvo tentada a cortárselos con una cuchilla.

Cuando Lina tenía 13 años pensaba mucho en el suicidio, quería morir a los 18
años, no quería vivir más así. Hoy en día Lina explica que todo “era precisamente
por eso, por no poder ser lo que uno quería ser, entonces la única forma de
escapar de pronto es esa”. Pero su religión también parecía ser un camino. Lina
siempre ha sido devota al niño dios y a la virgen, entonces hacia novenas y le
pedía a “diosito lindo” que se la llevara para no hacerle daño a nadie, incluso le
pedía cambiar su vida por la de una prima que tenía una enfermedad terminal.

58
Para Lina cultivar su mundo interior la ayudó a resistir. Ella decidió refugiarse en
su casa, allí confeccionaba vestidos a partir de la ropa vieja de su mamá, entonces
se hizo un uniforme y lo usaba durante las tardes aprovechando que estaba sola.
Se sentaba a hacer sus tareas y a escuchar música. Además ahorraba de sus
onces para comprar maquillaje.

Este refugio se volvió adverso cuando hacia los 17 años su mamá la llevó con
engaños a la psicóloga, diciéndole que iban a visitar a una tía. Allí la doctora y su
madre llegaron a la conclusión que todo se debía a una supuesta violación y que
la solución era evitar los manerismos de Lina, pues la doctora tenía varios amigos
gays que no se les notaba y “así la gente no decía nada”.

Esa fue la primera vez que Lina le dijo a su mamá que era gay, desde ese
momento fue obligada a comportarse como un joven de su edad. Su madre
empezó a esconderle o botarle el maquillaje, guardó su ropa en un clóset que
mantenía bajo llave y le prohibió volverse a depilar las cejas. Ante esta nueva
situación Lina descubrió la forma de abrir el armario de su madre sin que ella lo
notara, así que cada vez que iba a usar su ropa le quitaba las puntillas y calculaba
el tiempo preciso para dejar todo en su lugar antes que su madre regresara del
trabajo. A medida que pasaron los años Lina fue mejorando sus tácticas para
aprovechar al máximo esas horas de soledad.

En una ocasión, una vecina que tenía su casa en remodelación arrendó una de las
piezas de la casa de Lina. Mientras la vecina, que era una mujer muy femenina,
estaba de vacaciones en otro lugar, Lina se media sus tacones y sus hermosos
vestidos de coctel y trajes ejecutivos. Luego cuando la vecina se fue, Lina siguió
confeccionando ropa no sólo para ella sino también para sus barbies, que tenía
bajo la excusa de ser modelos para elaborar muñecas de tela que su mamá le
ayudaba a vender. Por supuesto, este era un pretexto para poder jugar con ellas.
Sus otros juguetes eran unos muñecos grandes que hacía con retazos y a los que
guardaba en una casa de madera que ella misma había construido.

Pero hubo otras situaciones que Lina no pudo evitar, como asistir al examen del
servicio militar. Ella lo recuerda como una de las peores experiencias de su vida,
59
no sólo por tener que desnudar su cuerpo en público, sino también porque al estar
acostumbrada a refugiarse en el grupo de niñas, está vez tuvo que estar sola.
Sentada durante todo el día en un andén esperando a ser llamada y que un militar
al verle las cejas depiladas la descartara con un rotundo: “¡No! Usted es marica”.

A sus 18 años Lina obtuvo el título de bachiller. Nunca perdió un año y siempre
ocupó los mejores lugares. Terminada esta etapa ella se olvidó de ser Lina por un
tiempo, aunque para ese entonces no tenía un nombre femenino. Nunca lo había
necesitado para aceptar que en el fondo siempre había sido mujer.

Cuando Lina se graduó del colegio tuvo muchas dificultades para conseguir
trabajo por su aspecto femenino y su voz suave. Después de tomar un curso de
administración hotelera en el SENA empezó su práctica en un club militar donde
se sintió vulnerada de varias formas. Ella nunca había dormido en la misma
habitación con un hombre, debía levantarse dos horas antes que el resto para no
exponer su cuerpo ante todos en la ducha que compartían, y aunque
cotidianamente sus compañeros de trabajo le hacían bromas y comentarios
homofóbicos, en la noche algunos le proponían que los visitara en sus
habitaciones, a lo cual ella se negaba.

Ya a sus 23 años Lina dejó este trabajo y se volvió a refugiar en su casa por cerca
de cuatro años, durante este tiempo pudo volver a vestirse por las tardes y vivir
una vida “chévere” en que no tenía que aparentar ser un hombre. Tras la
insistencia de su madre y de sus familiares consiguió un trabajo “heterosexual” en
CAFAM, donde según ella volvió a recibir comentarios homofóbicos de sus
compañeros, pero logró reunir el dinero suficiente para empezar la construcción de
su casa y pagar sus estudios de estética, aunque su madre se oponía por
considerarlo un trabajo de “maricas”.

Para Lina la peluquería era la única labor en la que ella podía ser, pues pese a
que intentaba ocultar su feminidad siempre sus movimientos la delataban y
generaban burlas. En el primer salón que trabajó sólo había travestis; ella me
explica que allí tuvo que afrontar su deseo por transitar pero que al mismo tiempo

60
sentía temor porque no se identificaba con el prototipo de las mujeres trans que
trabajan como estilistas.

Sólo hasta que su mamá sufrió de cáncer y empezó a compartir diariamente con
ella en su hogar, Lina se sintió presionada a empezar a hacer el tránsito.

“Empecé a pensar ¿Me voy a pasar maquillándome y desmaquillándome frente a


la cámara y Lina nunca va a existir? Yo quiero existir”.

Luego trabajó en un salón junto a varios hombres gays y conoció ese mundo que
durante tanto tiempo había ignorado, al punto de creer que ella era el único gay en
el planeta. Pero tras una larga convivencia con hombres homosexuales confirmó
que definitivamente no se identificaba con ninguno de ellos porque lo suyo no era
una cuestión de orientación sexual, sino de identidad de género.

Actualmente Lina sigue dedicándose a la peluquería, trabajando parcialmente en


su casa y en un salón de belleza. Desde hace dos años vive como mujer las 24
horas del día y ha logrado una apariencia que la hace pasar desapercibida en la
sociedad y ser tratada como “señora” o “señorita”, de tal manera que la relación
con su mamá ha mejorado considerablemente. Ella ha podido ver que Lina se ha
construido como una mujer juiciosa y que deseos como los de ahorrar 20 millones
de pesos para hacerse el cuerpo quedaron en simples fantasías de la infancia.
Ambas comparten nuevas actividades como salir a comprar ropa femenina y
planean en un futuro mudarse a otra ciudad.

Lina sabe que el tránsito es un proceso largo no exento de conflictos y dudas,


entonces en su tiempo libre se ha dedicado al activismo LGBT y a capacitarse en
derechos humanos, buscando constantemente ayudar a otras transgeneristas y
superarse a sí misma.

61
ISABELLA
“Yo no me comprometo con ninguno de los dos lados, no soy niño lo tengo
que reconocer; nunca he sido el macho machote, el ejemplar así como
masculino, pero tampoco me la vengo a dar de niña (…) Para mí es algo de
respeto, los niños son niños, las niñas son niñas y los que somos de la
mitad, pues somos de la mitad; mi postura es esa que hay un tercer sexo,
intersexual, es decir que estoy en la mitad” 25

Alrededor de las 6:40 pm de cada martes, llega al Centro Comunitario Distrital


LGBT de Chapinero un hombre adulto de contextura mediana. Viste un traje
formal y saluda con amabilidad a las personas que reconoce como visitantes
asiduos, para luego entrar al baño del primer piso.

Luego de varios minutos quien abre la puerta es una mujer. Ella tiene una
cabellera castaña que le cae sobre los hombros, la silueta ajustada de su vestido
le dibuja un sensual escote mientras enseña unas piernas que aparentan ser aun
más largas gracias al alto de sus tacones. El maquillaje le resalta la mirada y los
accesorios hacen perfecta combinación con su ropa; para quien no ha estado
pendiente de la situación, esta mujer nada tiene que ver con el hombre que antes
había entrado al baño, pero él y ella son la misma persona.

Isabella es el rol femenino que ha asumido Fernando durante la última década. Yo


le conozco hace dos años, pero mi interacción con él se reduce a esos cortos
momentos antes y después de cambiar su aspecto para las reuniones. La
mayoría del tiempo a quien me he acercado es a Isabella, que a diferencia de las
otras mujeres transgénero que asisten al GAT, se define a sí misma como una
persona que no es completamente mujer ni totalmente hombre, sino que
pertenece al “tercer sexo” y conforme las situaciones transita entre los géneros
femenino y masculino; es decir, que cambia su imagen, vestimenta y
comportamientos para producir el rol de Isabella o el rol de Fernando.

25
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Isabella el 24
de marzo del 2012.
62
Por ende, a lo largo de este relato hablaré tanto de él como de ella, tratando de
mostrar el dinamismo de esta identidad que se genera entre idas y venidas por las
construcciones que en nuestra sociedad se han hecho sobre lo que es ser un
hombre y lo que es ser una mujer. Para su escritura ha sido de gran ayuda
conocer una copia de su libro autobiográfico “El tercer sexo: La historia de un
unicornio azul”, donde le revela a su hija adolescente la existencia de Isabella;
además tomo como base nuestras conversaciones cotidianas y la reunión que
tuvimos el pasado 24 de marzo durante la cual me habló sobre su vida.

Nuestra reunión fue acordada para un sábado, día en que Isabella estaba fuera de
la rutina de su trabajo como arquitecta y podía invitarme a conocer su hogar y el
barrio San Francisco, donde ha vivido por varios años. Después de casi dos horas
de viaje en trasporte público yo llegué al centro comercial Metrópolis, aguardé a
que la lluvia cesara antes de empezar a buscar la dirección, pero pasados varios
minutos ella se ofreció amablemente a recogerme en su carro y me llevó hasta su
casa. A través de las ventanas empañadas del automóvil pude ver algunas calles
que me recordaron al barrio 7 de agosto; los talleres de mecánica, varias tiendas,
misceláneas y panaderías contrastaban con las casas modestas de estrato tres.
Su actividad comercial atraía durante el día a los y las transeúntes mientras en la
noche este mismo lugar lucía desolado, oscuro y peligroso.

El recorrido terminó cuando Fernando, así lucía ese día, dejó el carro en un taller,
no sin antes saludar con bastante confianza a los trabajadores y hacerles algunas
recomendaciones. Este trato amistoso llamó mi atención, pues me ha contado que
más de una noche ha salido de su casa como Isabella y es posible que en el
vecindario la hayan reconocido; no obstante me ha dicho que en el barrio nunca
se ha sentido discriminada por esta razón.

Luego de caminar dos cuadras llegamos a un edificio con un gran portón metálico
por donde se podía ingresar a una fábrica de puertas de Transmilenio. A su lado
había una pequeña puerta blanca que daba acceso a tres pisos de oficinas y
consultorios, en el último y cuarto piso vive Isabella.

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La decoración de su casa, que califica como “la casa de los espejos”, deja ver su
vocación de arquitecta y su gusto por la fotografía. Es un lugar completamente
diferente al ambiente tosco y bullicioso de afuera. Su habitación sobresale por sus
tonalidades rosa y el arsenal de objetos que la hacen lucir como una tienda
dedicada a la belleza femenina. Desde la entrada hasta el extremo de la pared hay
una fila de tacones de distintos diseños, el guardarropas es un tubo de acero del
que cuelgan vestidos, abrigos y bufandas, mientras el tocador con un gran espejo
contiene toda clase de productos para el cuidado personal.

Una vez Fernando me invitó a seguir a su casa, él empezó a hablarme de aquellas


cosas que creía haber olvidado, pero que recientemente gracias a la escritura de
su libro había tratado de recordar y organizar en el tiempo. Él nació hace 48 años
en la Clínica San Ignacio de Bogotá y fue criado por su tía paterna y su esposo en
el barrio San Francisco. Cuando aún era un bebé su padre y su madre se
divorciaron; ella se fue a trabajar a Venezuela y él formó otra familia y tuvo tres
hijos. Sin embargo, siempre se encargó de la manutención económica de
Fernando y su hermana menor.

Durante cerca de dos años, ambos niños estuvieron rotando por las casas de sus
parientes hasta que se mudaron definitivamente al hogar de su tía. Fernando
considera que pese a estas dificultades tuvo todo lo necesario para llevar una
infancia feliz. Su tía-mamá fue una mujer con vocación de cuidado que los acogió
como a su hijo e hija, mientras su tío-papá se dedicaba a administrar un negocio
familiar de muebles y artículos en madera.

La separación de su papá y su mamá lo acercó mucho a su hermana menor, no


sólo por ser la única persona que le quedaba de su hogar anterior, sino que
también sentía gran admiración por su belleza, simpatía y cualidades artísticas.
Siempre la buscaba para jugar y trataba de andar con sus mismas amistades.
Esta cercanía sería muy importante para que empezara a usar prendas femeninas
y se interesara por el mundo de las mujeres.

Mientras él estudiaba en un jardín que quedaba en el mismo barrio donde vivía, su


hermana asistía a un colegio católico ubicado pasando la autopista, en un sector
64
de clase alta. Ese mismo año la institución se volvió mixta y Fernando fue uno de
los primeros que entró a estudiar allí; según recuerda en un inicio tan sólo eran
diez niños y más de cien niñas.

Sus compañeros solían aislarse de ellas para jugar fútbol o enfrentarse en peleas
clandestinas que imitaban a Rocky Marciano y otras glorias del boxeo de la época,
pero como Fernando era delgado, débil y no le gustaba usar los golpes para
demostrar “quien era más hombre que todos” tuvo muchos problemas con los
demás niños. Ellos se le burlaban llamándolo “nena” o “afeminado”; en muchas
ocasiones su hermana salía a defenderlo, tenía que quitarle a los niños de encima
pues se venían de a tres o de a cuatro a golpearlo.

Uno de los juegos de la infancia que Fernando recuerda era cuando sus
compañeros de primaria lo metían contra su voluntad al baño de las niñas: “Entrar
al baño de las niñas era un sacrilegio (…) eso era como la burla, la mofa y a mí
me lo hacían muchas veces. Era como una forma de menospreciarme, ellos
decían que yo era una niña porque me la pasaba con las niñas y me zampaban
allá entre todos”.

Mientras él me cuenta esta anécdota no puede evitar sonreír; me explica que todo
se debía a su aspecto poco varonil y a la envidia que despertaba entre sus
compañeros. Si bien sabe que era malo ser rechazado por los otros niños, su
reacción no fue la de sentirse inferior o cambiar su personalidad. De hecho le
agradaba refugiarse en el grupo de las niñas y se sentía privilegiado porque a esa
edad ya tenía novia. Para él la discriminación que recibía era muestra de su
superioridad frente a los otros, que en su ignorancia no podían entender que no
había nada malo en que fuera diferente a ellos.

La primera vez que Fernando se vistió como mujer fue por un accidente. Cuando
él cursaba segundo de primaria olvidó ir al baño antes de entrar a clase y como su
profesora no le dio permiso para salir del aula él se orinó en sus pantalones, como
castigo la docente lo llevó al baño de las niñas, lo duchó con agua helada, lo vistió
con una jardinera y lo puso a secar al sol en un altar a la Virgen que estaba
cercado de tal forma que no pudiera escaparse.
65
Al contrario de lo que la maestra pensaba, ser vestido como una niña no lo hizo
sentirse avergonzado. Él estaba muy a gusto, consideraba que había sido puesto
en un lugar especial como si fuera una virgen más. Allí de pie, rodeado por flores,
el sol lo calentaba y su única preocupación era la reacción de sus compañeros
cuando salieran a descanso y lo vieran así.

Pero el miedo a las burlas de los niños perdió importancia cuando su hermana y
sus amigas saltaron la reja y entraron al pequeño jardín para hacerle compañía. Él
se sentía una más en el grupo de niñas: “(Ellas) me acompañaron durante todo el
recreo, se pusieron a hablar conmigo como si fuéramos las mejores amigas (...)
nunca en ningún momento me dijeron te ves mal, trataron de protegerme de los
niños y resultamos que pasó el recreo en un momentico y lo disfruté mucho
porque hablamos de todo, o sea como niñas, como amigas”.

Al ver la reacción de Fernando, su maestra mandó a llamar a su familia y les


sugirió que lo llevaran al psicólogo, pues no era normal que el castigo se hubiera
convertido en un premio. Entonces sus parientes buscaron asesoría profesional.

Sin embargo durante el resto de la primaria él continúo usando ropa femenina. Lo


hacía a las escondidas cuando jugaba con su hermana al papá y a la mamá
intercambiando roles y prendas. En una ocasión que su mamá los visitó y trajo
juguetes de Venezuela, él cambió su camión por una muñeca de su hermana, su
fascinación por esta fue tal que la conservó durante muchos años y se la regaló a
su hija quien lleva el mismo nombre: Michelle.

“¿Por qué? no sé, pero jugábamos a eso, a mi me encantaba ponerme la ropa de


ella y a ella le gustaba ponerse mi ropa. Yo sentía que ella era la que me cuidaba
a mí y no yo a ella, eso me hacía sentir bien. Era agradable sentir que ella era el
niño”.

También durante esa visita, él y su hermana le robaron a su mamá un saco y un


babydoll de su clóset. Entonces se los turnaban en la noche para dormir tocando
la textura de la tela y sintiendo el olor de su mamá que impregnaba la ropa, así
creían que ella les acompañaba.

66
Para Fernando travestirse y asumir actitudes femeninas tenía un doble significado.
Por una parte consideraba que lo acercaba a su mamá, pero también en ese
momento se sentía más identificado con esta ropa porque estaba más acorde con
su personalidad delicada, tierna y sentimental, “lo que se supone son las niñas y
no deben ser los niños”, pues para él cuando lo vestían con prendas masculinas lo
obligaban a interactuar y a pertenecer a un mundo que no le agradaba, debía
jugar con los niños y ser uno más de ellos.

“Siempre me han fascinado las niñas, las amo, es por eso que yo digo que quiero
ser una de ellas, me parece tan lindas, tan bellas y tan hermosas que uno no
puede darse ese gusto”.

Como su hermana era su punto de medida, cuando empezó la pubertad


experimentó fuertes depresiones al ver que cada vez eran más diferentes. Ella se
convertía en una mujer hermosa mientras él sentía que se quedaba atrás; veía
cómo ella obtenía los privilegios de ser la niña de los ojos de su papá y él por el
contrario recibía malos tratos.

Fernando tiene una concepción esencialista de las mujeres y los hombres, a ellas
las considera superiores ya que, según él, su capacidad natural para concebir
hijos les impide atentar contra la vida, en cambio ellos son los malos que
empiezan las guerras y no tienen el privilegio de expresar sus sentimientos. Por
ende piensa que son las mujeres las dignas de imitar y en la medida que él asume
un rol femenino puede ser una mejor persona. Es por esto que durante su infancia
ser feminizado no fue motivo de humillación o vergüenza, sino de orgullo y alegría.

“Siempre la vi a ella que volverse mujer era algo importante, que te hacia
especial, que te hace más bella, más agradable al mundo de los demás. A los ojos
de los demás empecé a sentir que me quede estancado y ella me ha superado por
mucho y de pronto lo que yo tengo en mi cabeza, mi anhelo es eso, que yo tengo
que ir evolucionando para alcanzar esa perfección que yo tengo imaginaria, no de
mi hermana, sino de la mujer en general”.

67
Después de asistir a varias sesiones con el psicólogo, los médicos, las
autoridades del colegio e incluso su familia consideraron que su comportamiento
continuaba siendo inadecuado y el convivir entre niñas solo afianzaba esta “mala”
costumbre. Entonces decidierron que lo mejor era enviarlo a un colegio masculino
de los hermanos de la Salle.

Para el inicio de sus estudios de bachillerato Fernando hizo el cambio de colegio.


Además se fue a vivir con su papá y comenzó un tratamiento de hormonas para
desarrollar masa muscular y en general obtener una apariencia más varonil que lo
ayudara a “aprender a ser hombrecito”. Él recuerda que su papá tenía un método
de enseñanza militar, era estricto, lo trataba a los gritos, en varias ocasiones lo
insultaba y lo golpeaba, de tal forma que él se refugiaba en su estudio para evitar
compartir tiempo con su papá.

“Si yo no estudiaba me tocaba irme con los buses, con los conductores y eso;
entonces mi único escape era: o estudiaba o estudiaba, si no me tocaba irme a
manejar un bus, a hacer mecánica, a lavar un bus, desde que estuviera ocupado
haciendo tareas, no me pedía nada”.

Fernando detestaba la forma de ser de su papá, él era conductor de un bus y se


movía en ese gremio machista en que los hombres mostraban su masculinidad
siendo violentos, mujeriegos, borrachines y holgazanes. Esto era completamente
opuesto a la educación y el ejemplo que había recibido de su tío-papá pues era un
hombre emprendedor que usaba la razón para resolver los problemas y ayudaba
con las tareas del hogar.

Ante estos grandes cambios en su vida, Fernando se concentró en su estudio y el


travestirse fue olvidado junto a sus otros juegos de la infancia.

Según él, estudiar en un colegio masculino eliminó la competencia por las chicas
que había experimentado en su escuela anterior; allí ser aplicado y juicioso fue
una forma de compensar su falta de aptitudes para el deporte. Considera que el
ambiente religioso basado en valores de respeto y amor hizo que su personalidad,
más allá de su aspecto afeminado, fuera apreciada entre sus compañeros y no se

68
sintió discriminado; por el contrario pasaba gran parte del día en las aulas. Para él
la mayor prueba de la aceptación y calidez que se vivían en este lugar era que uno
de sus compañeros abiertamente homosexual llevaba una convivencia armónica
con el resto de estudiantes, docentes y directivas: “William se llamaba, y el era de
los chicos que se tinturaba el cabello de mono, se le partía el hablado y todo; él
era uno de los mejores amigos de todos. Sabíamos que tenía su forma muy
femenina de manifestar las cosas, fue tan amigo como cualquiera, no había burla”.

En esta época él descubrió que profesar la religión católica implica un estilo de


vida orientado al servicio y el respeto por los demás; es algo más que asistir a
rituales y leer la Biblia. Opina que su identidad diversa no es contraria a esos
principios, pues si Dios hizo a las mujeres y a los hombres a su imagen y
semejanza, sin duda es transgenerista como él.

Se graduó con honores y ganó una beca para ser hermano lasallista, la cual
rechazó porque debía hacer votos de castidad y en ese momento tenía novia.
Luego entró a estudiar arquitectura en la Universidad Nacional, pero como el
dinero no le alcanzaba debió cambiarse a la Universidad Católica que tenía
horario nocturno y le permitía trabajar de día.

Durante toda su carrera recorrió los distintos oficios relacionados con la


construcción; desde obrero hasta arquitecto. Para 1988 obtuvo su título y se
enfocó en ser el mejor en su profesión, logrando una estabilidad económica que le
permitió comprar un apartamento y un auto propios. Cuatro años después se
convirtió en padre cuando tras un encuentro casual con la que había sido su novia
de toda la carrera nació Michelle.

Él se hizo responsable de su hija y asumió un rol de padre dedicado y amoroso.


Sin embargo, continuó con su vida de soltero a lo largo de la cual ha tenido varias
parejas, por las mujeres siempre ha sentido atracción y no recuerda haber
considerado alguna vez ser gay. Fernando me aclara que su identidad de género
no condiciona su orientación sexual, es decir que asumir un rol femenino no
implica sentir gusto por los hombres. En su caso Isabella es lesbiana y Fernando
es heterosexual.
69
Cuando tenía 30 años volvió a travestirse. Durante una fiesta de disfraces se vistió
como mujer mientras su novia iba con un traje de caballero. Esta actividad pasó a
ser una costumbre en su relación, pues al llegar del trabajo dejaba la actitud de
“macho machote”, usada para manejar a sus subalternos y asumía un rol
femenino en la intimidad de su hogar.

“Ella reencontró esa parte femenina mía, la volvió a sacar a flote y volví a
encontrarle ese gusto tan íntimo, tan personal de mis recuerdos de niño, la volví a
dejar salir y me ha hecho tan feliz eso, me di cuenta que casi pierdo algo que
podía ser tan agradable.”

Tras la ruptura con su novia y sufrir una enfermedad en el hígado que lo tuvo al
borde de la muerte, Fernando reevaluó su vida y cuestionó si su éxito profesional
lo hacía sentir pleno. Entonces hizo un viaje a New York donde dada su condición
de migrante terminó vendiendo ropa interior femenina en los bares de striptease y
clubes que tenían como protagonistas a transformistas que emulaban a divas
como Cher y Madonna. En este ambiente tuvo la confianza para modelar la ropa
que vendía y empezó a llamarse Isabella; luego el negocio decaería por las trabas
para prolongar su visa, así que regresó a Colombia.

A pesar que su familia no conoce su identidad diversa, durante estos últimos 10


años Isabella se ha hecho visible como una persona transgénero participando en
documentales, campañas publicitarias y concursos donde ha hablado sobre los
problemas que afronta este sector de la comunidad LGBT. Desde hace tres meses
el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, la animó a vincularse a la Caja de Vivienda
Popular donde labora como Isabella. Esto ha cambiado considerablemente su
vida, por primera vez ejerce su profesión desde su rol femenino y ahora es
Fernando sólo los fines de semana.

70
PALOMA
“Depende de con quién esté, con el equipo médico pues hay que
identificarse como trans pero digamos que en sociedad, en general, soy una
mujer común y corriente”26

Paloma se identifica como una mujer que nació en un cuerpo masculino. Prefiere
no hablar sobre su experiencia de tránsito en los ambientes que frecuenta
regularmente; sin embargo, asiste al GAT como una forma de ayudar a otras
personas que pasan por lo ve no tanto como una enfermedad si no como una
“patología” que ha hecho “ruido” en su existencia.

A Paloma la conocí durante una reunión del GAT hace más de un año. Ella es una
joven reservada, no registra su nombre dentro de la planilla de asistencia al grupo,
no le gusta ser grabada mientras habla en las reuniones y suele construir una
barrera a la hora de socializar con otras personas. Sobresale entre el grupo por su
apariencia de una mujer de clase alta, siempre está muy bien vestida, es delicada
con sus gestos y la forma en que habla da cuenta de una rica formación intelectual
y el hábito de la lectura. Sus intervenciones suelen referirse a la importancia de
hacer un tránsito bien planeado, valerse de estudios científicos que hablan de la
transexualidad como disforia de género, hacer un uso estratégico de las
instituciones y normas para lograr la adecuación corporal y otras tácticas que más
que transgresoras buscan acoplarse a una realidad social que no las ve con
buenos ojos.

Dada su postura frente al tránsito, he modificado su nombre y algunos detalles de


esta historia de vida que podrían revelar su identidad. Ella es la única entre las
seis personas que participaron en esta tesis que accedió a ser entrevistada sólo
bajo estas condiciones.

Nosotras nos reunimos en dos ocasiones, octubre y marzo, para hablar sobre su
vida y las opiniones que tiene respecto a las experiencias de tránsito, sus
obstáculos y desafíos. A lo largo de este proceso Paloma se ha preocupado por

26
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25
de octubre del 2011 y el 20 marzo del 2012.
71
mostrarme esa otra cara del transitar por los géneros, pues para ella en los
estudios que se han hecho al respecto sobresalen las historias de quienes se
enorgullecen de su identidad y salen a las calles a visibilizarse; pero se ignora a
las personas que como ella prefieren no hablar del tema, que no sienten orgullo
por haber vivido esta situación, que no creen que su problema sea de identidad
sino sexual y que reclaman ser tratadas con indiferencia como una mujer más.

Razones por las cuales esta historia de vida muestra otra forma de resistir la
discriminación y plantea una manera de vivir el tránsito como un evento temporal
más no como un proceso que marca la trayectoria personal, el lugar de definición
y la percepción de sí.

Paloma nació en la ciudad de Bucaramanga hace 27 años. Su familia la


conforman su mamá que se ha dedicado al cuidado del hogar, su papá un
ingeniero electrónico quien trajo a casa los primeros computadores con los que
ella descubrió su pasión por los sistemas, una hermana y dos hermanos. Cuando
tenía tres años se mudaron a Bogotá en busca de mejores oportunidades pues
estaban pasando muchas dificultades económicas. Aquí ella ha crecido en barrios
de clase media y ha debido combinar el estudio con el trabajo para satisfacer sus
propias necesidades y las de sus familiares.

Ella recuerda que durante su infancia prefería los juguetes de su hermana a los
propios. Pensaba que era una niña y afirma que hasta en sus sueños se percibía
como tal, entonces cuando era tratada como un niño creía que las otras personas
estaban equivocadas. Luego se empezó a dar cuenta que quien estaba “mal” era
ella, sin embargo, durante mucho tiempo usó su imaginación para oponerse a esta
idea: “Cuando tu descubres las diferencias empiezas a creer (e) imaginarte que el
cuerpo va a cambiar mágicamente por no sé qué, hasta te inventas cuenticos de
hadas mágicas.”

Cuando inició la escuela primaria en un colegio mixto cerca al barrio en el que


vivía, era muy espontánea con sus compañeros y compañeras. Ella no estaba al
tanto de las risas y las burlas por sus comportamientos afeminados, pero uno de
sus hermanos que tenía casi su misma edad, era quien le llamaba la atención, la
72
orientaba sobre lo que debía y no hacer, convirtiéndose en un modelo a imitar. De
tal manera que muy pronto se convirtió en una estudiante que sobresalía
exclusivamente por sus buenas calificaciones pues no se metía con nadie,
conservaba las distancias y se había ganado el respeto de estudiantes y docentes.
No obstante, ella dice que esta situación tuvo varios efectos negativos en su
personalidad pues se tornó en una joven introvertida que vivía a la defensiva.

Ella afirma que a lo largo del bachillerato siempre hubo una constante: La gente
murmuraba que ella era un persona rara, si bien no tenía manerismos el estar
siempre al margen de actividades y de los grupos sociales generaba sospecha. En
varias ocasiones su madre y su padre fueron citados por el colegio ante la duda de
si se trataba de problemas familiares que afectaran su forma de relacionarse.

A medida que fue entrando en la pubertad el conflicto incrementó pues sus


compañeros empezaban a salir a fiestas, a tener noviazgos, a ser los edecanes en
los reinados del colegio y en general a participar en situaciones donde se hacía
cada vez más notoria la diferencia entre hombres y mujeres, cerrando de a pocos
los espacios en que Paloma sentía que podía ser. Incluso acciones cotidianas
como bañarse y mirarse al espejo le resultaban cada vez más incomodas, ni
siquiera las prácticas de travestismo en la intimidad de su habitación la liberaban
de una gran frustración por no poder alcanzar la imagen deseada.

“Si antes a ti medio te aceptaban en el grupo, ya no. ʽEs que tú no eres como
nosotros, tú eres a este ladoʼ. Eres la persona nerda que cuando hacen un deporte
y empiezan a escoger, eres la última a la que eligen. Eso genera problemas,
conflicto, porque tú estás buscando aceptación, estás buscando pertenecer,
formando tu personalidad y no encuentras cómo.”

Ella afirma que haber estudiado en colegios mixtos no significó una ventaja para
su situación pues no buscó la compañía exclusiva de las niñas, sino que
interactuaba con todos pero manteniendo las distancias. Por otra parte, su fugaz
paso por un colegio militar lo recuerda como una experiencia amarga
caracterizada por el exceso de control y disciplina.

73
Paloma vivió una adolescencia en que reprimió su gusto por los hombres, ella
lidiaba de la mejor forma posible con su nerviosismo al hablar y el deseo de estar
cerca a la persona que le atraía. En una ocasión su hermano le preguntó si era
homosexual y ella reaccionó sorprendida e indignada, así que dentro de sus
estrategias para no ser discriminada estuvo la de invitar a salir ocasionalmente a
sus compañeras de estudio y sugerir que podría tener una novia. Al mismo tiempo,
trataba de acercarse con sutileza a personas homosexuales hasta que se animó a
visitar un reconocido bar de ambiente en Chapinero para probar suerte y enterarse
de primera mano de qué se trataba ese mundo y si ella hacía parte de él.

“Yo pensaba que uno podía ser gay, yo quiero ser gay, si bien no podía ser como
mi hermano podía ser como ese señor y hacerlo todo a la escondida”.

Su encuentro con las personas transgénero ocurrió de una forma más


espontanea. Desde los 13 años ella trabajó para ayudar a su familia y
eventualmente costear la educación superior de sus hermanos y hermana, ya que
su padre sufrió una enfermedad que lo excluía del mercado laboral. En su
recorrido cotidiano hacia el trabajo, ella debía pasar por la zona de prostitución de
travestis próxima al parque de la 93.

“La gente las trataban mal y las corrían de todo lado. La forma en que se vestían,
como hablaban, me parecían violentas, para mí era un choque muy grande pues
pensaba que yo tenía que ser eso porque no había otra opción, entonces más
rabia me daba”.

Para ella era aterrador imaginar que podía ser una más de esas personas, ella
visitaba bibliotecas y navegaba por internet como una forma de conocer más
acerca de lo que le ocurría pero le resultaba descabellado y aberrante pensar que
podía tener algo en común con esas historias de transgeneristas que habían sido
echadas de la casa, que habían quedado desempleadas y hasta habían intentado
en repetidas ocasiones quitarse la vida.

Su deseo por no generar discordia ni levantar sospechas era tal que al tener una
compañera de curso que era aparentemente lesbiana, se unió al grupo de

74
compañeros que la molestaban. Hoy en día se avergüenza de su actitud, reconoce
que fue cruel y cobarde pero para ella primaba su temor a ser discriminada,
entonces su estrategia para evitarlo era unirse a los victimarios, no dar lugar a
ambigüedades y dejar en claro que estaba de su lado.

Por esa misma época Paloma hacia parte de un entorno exclusivo y muy
conservador: El Opus Dei. Ella estaba intentando alcanzar el éxito y ser como
aquellas personas respetadas que frecuentaban este ambiente, tales como Luis
Carlos Sarmiento Angulo27 quien asistió en una oportunidad, pues las percibía
como ejemplos de realización personal con sus hogares, sus descendencias y sus
prometedoras carreras.

Entonces Paloma quería estudiar, trabajar y ser una persona respetable de la que
nadie podría poner su reputación en duda. Consideraba que para reafirmar sus
buenos valores debía unirse a una persona buena y correcta para luego construir
un hogar donde hacer crecer intelectual, social y emocionalmente a sus
descendientes para que fueran mejores que ella. Pero este sueño era cada vez
más insostenible al no poder negar el malestar ante algunos preceptos de esta
religión que entraban en conflicto con sus sentimientos, recuerda advertencias
como: “Si Dios te hizo así es porque tenía un plan para ti, si tú te cambias,
cambias el plan de Dios, más o menos, si estas en contra de Dios, recibes las
consecuencias y al infierno vas a dar”.

Actualmente Paloma reconoce que las vidas de estas personas no eran tan
perfectas ni estaban exentas de escándalos e inmoralidad. En ese momento ella
tenía un proyecto de vida diseñado para protegerse de la controversia, pero
después de varias experiencias ella ha tomado una postura agnóstica.

Una vez se graduó del bachillerato y vio como sus compañeros y compañeras de
estudio empezaban a formalizar sus relaciones e incluso pensar en el matrimonio,
Paloma descubrió que la vida no se trataba de un juego y empezó a plantearse
qué iba a hacer con su futuro y cómo lograría una estabilidad económica y social

27
Gustavo Sarmiento Angulo es el multimillonario más rico de Colombia, un exitoso empresario
colombiano y presidente de la junta directiva del grupo Aval acciones y valores.
75
que le garantizara una situación idónea para tomar decisiones. Dada su habilidad
con los computadores, eligió estudiar ingeniería de sistemas en la Universidad de
los Andes, pero ante los persistentes problemas económicos en su casa debió
cambiarse a la Universidad Nacional; luego cuando logró cierta estabilidad optó
por finalizar la carrera en ambas instituciones, una con un enfoque gerencial y la
otra con una vocación más técnica.

Mientras adelantaba sus estudios universitarios ella empezó a hacer sutiles


modificaciones en su cuerpo, comenzó a “tomarse sus libertades” como una forma
de mandar señales, es decir, dejarse crecer el cabello, usar topitos y adoptar una
estética andrógina que regulaba según las respuestas negativas o positivas de las
personas que hacían parte de su entorno. Ella considera que la sutileza en sus
cambios le evitó ser discriminada, de hecho la llevó a incursionar en ambientes
bohemios y tertulias de gente intelectual y alternativa.

Al mismo tiempo continuó con las investigaciones sobre lo que le sucedía y obtuvo
varias certificaciones médicas. Con el apoyo de estos documentos le habló a su
familia sobre cómo se había sentido a lo largo de su vida. Inicialmente la reacción
de su madre fue la de encomendarla a los santos para que le quitaran “eso”,
mientras su papá recibió la noticia de una manera más serena y le ayudó a calmar
al resto de sus parientes.

Cuando Paloma cuenta esta parte de su vida se esmera por explicar la reacción
de su madre, considera que era apenas lógica porque ella no había dado señales
de que algo “raro” ocurría. En un esfuerzo por entender a su familia me aclara que
al darles a conocer por lo que pasaba les generó un sentimiento de incertidumbre
y volcó radicalmente los planes que habían construido para ella. Ahora intenta ser
comprensiva con las reacciones de su círculo cercano ante sus cambios, pues le
importa lo que piensan de ella y tiene la intención de hacer la situación lo menos
traumática posible.

Paloma eligió su profesión no sólo por gusto sino también como una forma de
protegerse de la discriminación. Sabía que siendo un oficio solitario no tendría
mayor contacto con el público y así podría hacer su tránsito con tranquilidad. En
76
este entorno laboral nuevamente se valió de estudios y estadísticas para instruir a
sus jefes y colegas sobre lo que ella estaba atravesando. Organizó una
presentación con diapositivas a través de las cuales explicaba de manera clara las
causas, consecuencias, tratamientos, alternativas, ventajas y desventajas de su
identidad diversa, de modo tal que nadie tuviera excusas para hacer de su
situación un chisme de pasillo. De hecho reconoce que aunque esta situación
nunca ocurrió si notó que algunas personas, principalmente los hombres, la
empezaron a tratar de una forma fría.

Ella señala que para transitar hay que saber hacer bien las cosas y cultivar la
paciencia. Aconseja asumir una estrategia inteligente que reconozca su campo de
acción según su entorno particular, de tal manera que avance con paso lento pero
seguro hacia la obtención de sus propios intereses: Ser una mujer plena, formada
integralmente como un ser humano y sobre quien la experiencia de tránsito pasa a
un segundo plano. Para ella los cambios se hacen de forma gradual y confiesa ser
más amiga de las evoluciones que de las revoluciones, pues según ella estas
últimas ocasionan choques, rupturas y desencuentros con quienes se debería
promover vínculos y conciliaciones.

Paloma no confía en la falsa aceptación de quienes dicen valorar a las personas


transgénero pese a ser de esa manera, pues cuestiona que en esta sociedad a
una persona heterosexual jamás la aceptarían “pese a su orientación sexual”. Ella
prefiere la prudencia y sólo en situaciones que realmente lo ameriten habla de
esta parte de su vida ya que su experiencia le ha demostrado que no importa lo
bonita, amable, educada y preparada que seas “cuando la gente se entera de
quien fuiste automáticamente cambian la forma en que te tratan”. Además para
Paloma su vida no gira en torno a su tránsito, es un tema superado que sin
embargo, aún despierta en ella sentimientos de desprecio que son evidentes en el
uso de palabras como “eso” y “cáncer”, las cuales le dan una connotación
negativa a su tránsito:

“No me interesa hablar de eso ni mi vida gira alrededor de eso. Si quieres hablar
de eso para mí es un borrón y cuenta nueva, así funciona más o menos. Esto es

77
como la quimio, tu superas todo eso ¡Ya sanaste! ¿Por qué seguir cargando con la
enfermedad? ¿Por qué seguir cargando el cáncer? ¿Por qué seguir hablando del
cáncer? Mejor ayudar a las personas que lo tienen que superar pero decir ʽYo soy
cáncerʼ y ¿Estoy orgullosa de ser cáncer? Es que yo no soy eso, yo pase por esto
pero no soy eso”.

78
4. RESISTENCIAS, SILENCIOS Y SUMISIONES

Las personas transgénero no asumen un rol pasivo ante la discriminación. Según


los límites y posibilidades de sus propios contextos sociales han desarrollado
formas variadas de resistir entre los silencios, las sumisiones, la acción política y
el uso estratégico de las herramientas de las y los discriminadores a su favor. Para
conocer a fondo estas dinámicas entre el consentimiento y la resistencia a la
homofobia y la transfobia, me basaré en las teorías de Maurice Godelier, Elisabeth
Cunin y Michel Foucault.

Godelier afirma que “Las categorías de género, raza o etnia son una especie de
pantalla a través de la que se proyecta una imagen de la realidad”(Citado en
Comas d´argemir,1995:43), para las personas transgénero esto tiene como
consecuencia que se les atribuyan arbitrariamente ciertas cualidades y
capacidades diferenciales que son aprehendidas como naturales; mediante dichas
representaciones ideológicas, señala el autor, se cumplen tres funciones: la
interpretación de la realidad, la organización de pautas de interacción y la
legitimación de las relaciones entre las personas. En esta última función es
fundamental el consentimiento, lo cual implica que estas personas internalicen
bajo el condicionamiento de la socialización su propia diferencia, considerando así
que por ser transgénero están destinadas a prostituirse o dedicarse
exclusivamente a la peluquería y desde esa posición asuman relaciones
particulares (Ibídem,1995: 41). Esto también significa “la definición a nivel social
de lo que es justo o injusto, bueno o malo” (Ibídem, 1995: 43) de manera que la
discriminación no sea percibida como tal sino como una consecuencia natural y
esperada del ser transgenerista.

Entonces para entender el potencial contradictorio que posibilitaría la resistencia y


la lucha, Godelier pone como ejemplo a los trabajadores que salen a protestar por
la mejora de las condiciones de trabajo e indica que es preciso entender los
fundamentos en que se basa el consentimiento, sin dejar de lado la estructura
ocupacional, clasificada en los valores, los recursos y las motivaciones, las
comunidades ocupacionales y las culturas de trabajo (Ibídem, 1995:56-76).
79
En el caso particular de las personas transgénero el enfoque biográfico, usado en
esta investigación, permite conocer sus experiencias de tránsito y la forma en que
su socialización en contextos específicos favoreció o no el consentimiento de una
imagen estereotipada de sí mismas y del transgenerismo.

A continuación se aborda la complejidad de sus experiencias desde la


identificación y caracterización de las y los actores que hacen parte de su entorno,
la descripción de sus reacciones y/o mecanismos de resistencia utilizados frente a
la homofobia y transfobia y el análisis de cómo sus situaciones particulares crean
ventajas o desventajas para dicha resistencia.

Estas historias de vida, a excepción de la de Isabella, comparten un formato oficial


que busca legitimar la existencia de una identidad trans o una experiencia de
tránsito de larga data; se habla, por ejemplo, de un gusto por las prendas
femeninas y una atracción en general por el mundo de las mujeres, los cuales son
rastreados hasta un evento o un recuerdo de la infancia.

En algunos casos, como los de Françoise y Paloma, se acude a un discurso


médico que patologiza y da su aval a la persona trans para regular, corregir y
reinstaurarse en la regla del género. Sobresalen expresiones como: “Yo pasé por
esto pero no soy eso”28 o “A mí fue la que me sucedió la situación mala (…) Yo
sólo quiero corregir y tener una mejor vida”29.

Mientras cada una narraba sus experiencias le iban confiriendo un sentido a sus
actuaciones, sus decisiones y principalmente a la forma en que reaccionaron ante
los múltiples obstáculos para asumir su tránsito. Personas como Lina y Sandra,
pertenecientes a clases sociales bajas, destacan cómo la falta de recursos
económicos y los conflictos en sus hogares machistas, caracterizados por padres
violentos y madres dóciles y abnegadas, cambiaron su orden de prioridades de tal
manera que evitaron a toda costa generar nuevos motivos que empeoraran el
ambiente familiar y se preocuparon por mejorar sus calidades de vida: “Quería

28
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25 de octubre del 2011 y el
20 marzo del 2012.
29
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Françoise el 3
de octubre del 2011.
80
mejorar el nivel de vida que teníamos, mejorar la casa, tener un espacio donde
vivir mejor, una tranquilidad. Quería ayudarle a mi mamá”30

Tanto Sandra como Paloma asumieron la manutención de su familia mientras


estaban cursando sus estudios de bachillerato. Ellas alternaban el colegio con el
trabajo como una forma de asegurar las condiciones básicas de existencia y tener
una cierta independencia económica. Pero los costos sociales de asumir tantas
responsabilidades a temprana edad les implicaron perder espacios y tiempos para
disfrutar plenamente su infancia y adolescencia. Esto unido a la necesidad de
ocultar sus sentimientos frente a sus cuerpos e identidades, las llevó en varias
ocasiones a aislarse, ya sea porque establecían barreras en la socialización con
sus pares o porque formaban vínculos superficiales con estos.

Negarse a la posibilidad de construir buenas amistades no sólo las dejó


desprovistas de redes de apoyo necesarias en esos momentos, también afectó
sus personalidades pues crecieron como jóvenes tímidas y solitarias: “Eso implica
que la personalidad no se desarrolle (…) Si te cierras es porque temes algo, no te
sientes bien, piensas que eso que sientes es malo, sientes que si tienes contacto
con alguien se va a dar cuenta (…) Luego resulta hasta natural frenarse”31.

Isabella también asumió esta responsabilidad en una etapa posterior de su vida,


cuando estudiaba su carrera de arquitectura pero más como una manera de
acumular experiencia y ayudarse con sus estudios, pues su papá asumió su
manutención durante su infancia y adolescencia. Para ella provenir de un
matrimonio disuelto podría haberle significado sentimientos de inseguridad y
abandono, sin embargo, al formar un segundo hogar junto a su hermana, a quién
admiraba profundamente, su tía y su tío político recibió cariño, cuidados y una
formación que han sido su soporte a lo largo de su vida.

Por otra parte, aquellas mujeres transgénero que contaron con mejores
condiciones económicas, crecieron en espacios seguros y tenían hogares

30
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de octubre y el 16 de
noviembre del 2011.
31
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25 de octubre del 2011 y el 20
marzo del 2012.
81
relativamente estables también aplazaron sus tránsitos, en sus casos hasta la
culminación de sus estudios universitarios. Ellas reconocen que su situación fue
privilegiada, aunque no significa que estuvieran exentas de depresiones, miedos y
conflictos entre lo que sus familias esperaban que fueran y lo que ellas sentían y
anhelaban para sí mismas.

En general las y los actores que intervinieron en sus ambientes escolares y


familiares no significaron para ellas redes de apoyo importantes con las que se
pudiera hablar explícitamente de lo que ocurría, pues primaba el temor a dar a
conocer sus identidades diversas, aún precariamente definidas, ante
consecuencias como la burla, el rechazo, el aislamiento social y el maltrato físico
en los distintos círculos sociales en que interactuaban.

En las vidas de Lina, Sandra, Isabella y Francoise las mujeres y los hombres
tienen roles y actitudes distintas frente a ellas. Las primeras han sido sus
compañeras de estudio y de trabajo que han tenido una postura más permisiva y
tolerante ante sus comportamientos femeninos. Ellas han preferido relacionarse
con los grupos de mujeres porque logran una mayor identificación con sus temas
de conversación, sus gustos y sus actividades, por ejemplo Francoise afirma que
es más “natural” interactuar con ellas que con los chicos.

También las mujeres han sido sus madres dedicadas a labores domésticas y
oficios de cuidado, constituyendo ideales de mujeres fuertes que en los casos de
Lina y Sandra debieron sacar a sus hijos e hijas adelante asumiendo a cabalidad
las responsabilidades del hogar ya sea por ser madres solteras o esposas de
hombres mantenidos que despilfarraban el dinero. Para Isabella su madre fue una
trabajadora en otro país que ocasionalmente aparecía con regalos para ella, pero
también fue una tía que construyó un hogar que a pesar de algunas dificultades
económicas, fue ideal para crecer como una persona feliz.

El acceso al mundo femenino para Paloma y Laura estuvo troncado por sus
dificultades para relacionarse con sus pares ya sea por una elección personal de
no dar lugar a dudas sobre su supuesta masculinidad o por la fuerte división de
roles en los espacios en que crecieron. Especialmente para Laura la escasa
82
interacción con niñas de su edad estaba basada en los preceptos de su religión
que creaba y vigilaba estrictamente la distribución de comportamientos y
actividades entre hombres y mujeres.

Mientras los hombres fueron los principales autores de la discriminación. Lina


desarrolló una fobia hacía ellos y al igual que Isabella piensa que por naturaleza
son agresivos, malos, adictos al sexo e incapaces de entender la sensibilidad
femenina. Para Sandra han sido su padre maltratador y violento, y sus
compañeros de trabajo que no pierden oportunidad para poner en tela de juicio su
orientación sexual.

En sus vidas son ellos el reverso de la imagen que tienen de sí mismas. Para ellas
haber sido obligadas a vestir prendas masculinas y a tener comportamientos
bruscos fue un atentado a su feminidad. Sin embargo, eran conscientes de que
tampoco correspondían a lo que socialmente y culturalmente se espera sea una
mujer, así que en sus procesos de identificación, como la hablaré más adelante,
para algunas hubo un cuestionamiento sobre si eran homosexuales y en la
mayoría de casos descubren tardíamente la existencia de otras personas
trangénero.

Frecuentemente ellas hacen una lectura esencialista de los géneros en que


hombres y mujeres son opuestos que se repelen como el agua y el aceite;
entonces como personas que llevan un proceso de tránsito y como mujeres
heterosexuales, a excepción de Isabella, afrontan la disyuntiva entre asumir unas
feminidades tradicionales que han visto a lo largo de sus vidas o construirse como
nuevas mujeres. Piensan cómo relacionarse con ellos cuando muchas de sus
referencias han sido la violencia y el abuso. De tal manera que la concepción de
sus parejas en algunas ocasiones pasa por la idealización del príncipe azul hasta
la creencia de que no existe alguien para ellas.

Para estas personas uno de los principales obstáculos a la hora de asumir sus
tránsitos desde temprana edad fue no tener muy en claro lo que les pasaba o
relacionarlo con estereotipos negativos de homosexualidad; esta confusión se
agudizó al pertenecer a hogares con una marcada división sexual de roles que en
83
más de una ocasión daba pie a situaciones de violencia intrafamiliar. También fue
una desventaja crecer en condiciones económicas difíciles que las obligaba a
trabajar y estudiar al mismo tiempo, pues este junto al miedo fueron factores que
las excluyeron de espacios de socialización propicios para construir redes de
apoyo con sus pares y poder confiar sus sentimientos e inquietudes.

Mientras tanto hacer parte de familias unidas que brindaban espacios de


socialización amorosa y respetuosa, no tener privaciones de tipo económico y
poder acceder al mundo femenino mediante relaciones con mujeres de su edad,
hacían sus situaciones más llevaderas. En ninguno de los casos estas personas
revelaron un sentido de pertenencia a un determinado grupo étnico ni que eso
fuera para ellas un aspecto determinante en el aplazamiento de sus tránsitos.

El tipo de institución educativa en que estudiaron fue relevante en el sentido de


permitirles o no acceder al mundo femenino mediante las relaciones con mujeres
de su edad. Pero no necesariamente los colegios de un solo sexo fueron espacios
de discriminación como lo demuestra la experiencia positiva de Isabella durante su
bachillerato, ni todos los colegios mixtos fueron los más favorables para este tipo
de socialización, como se puede ver en el paso de Laura por el colegio judío.

Así que a partir de estos contextos es preciso conocer cómo cada una de ellas
desarrolló mecanismos propios de resistencia.

Estas personas al transgredir la norma de un continuo entre sexo y género


tuvieron que afrontar el descubrimiento de su existencia como anómala, ilegitima o
errada según el orden social y sexual vigente. Lina, Laura, Francoise, Sandra y
Paloma recuerdan que desde muy pequeñas se sentían niñas y luego tras la
socialización y la comparación con otros y otras se dan cuenta que deben ser una
persona con la que no sienten ninguna afinidad; la forma en que lo asumieron
varió en cada una de ellas.

Paloma pensaba que eran las y los demás quienes estaban equivocados, pero
después de hacer comparaciones con sus pares descubrió que ella era la que
estaba “mal”. Sin embargo, imaginaba cuentos de hadas y hechizos que

84
mágicamente cambiarían su cuerpo. Françoise también señala que su imaginación
le hizo creer que ella nunca tendría que vivir como hombre cuando fuera adulta.
Para Laura fue el encierro en un cuarto oscuro, al que la sometió su padre, el que
la hizo creer que no podía ser ella misma porque sería castigada y atemorizada;
entonces optó por pasar el tiempo leyendo, mientras se decía a sí misma que
algún día iba a poder ser quien quería y que esto no iba a ser para siempre.

Sandra por su parte jugaba a ser la mamá de sus hermanas y aprovechaba para
travestirse. Ella cuidaba cada detalle para evitar ser descubierta pues pensaba
que su masculinidad era realmente esa vestimenta que usaba cotidianamente y no
le dejaba proyectar su ser interior. Lina construyó un santuario en la intimidad de
su casa, allí usaba prendas femeninas y se sentaba a hacer tareas, para luego
jugar con las muñecas y los vestidos que ella misma confeccionaba.

Cada una de ellas pasó por la práctica del travestismo sin ser ajenas a sustos e
incidentes. Cuando Françoise fue descubierta por su hermana lo explicó todo bajo
la excusa de querer llamar la atención y luego desarrolló mejores estrategias para
no volver a ser sorprendida. Sandra recibió la mirada de desaprobación de su
madre al ser tomada por sorpresa en la azotea de su casa y tuvo que sortear la
vigilancia severa que ella imponía sobre sus comportamientos y la ropa de sus
hermanas. Lina aprendió a desarmar el armario de su mamá y se volvió una
experta en ocultar maquillaje y vestidos, además aprovechaba las obras de teatro
del colegio para protagonizar roles femeninos. Mientras Laura y Paloma lo hacían
rara vez pero siempre con la frustración de no sentirse a gusto en sus cuerpos ni
siquiera cuando llevaban puestas ropas femeninas. Por su parte, Isabella vivió dos
etapas del travestismo, la infancia en que era un juego más con su hermana y la
edad adulta cuando lo practicaba junto a su pareja. Actualmente es parte de su
identidad como persona intersexual.

Una vez ellas iniciaron sus tránsitos el travestismo dejó de ser una práctica
privada y ocasional para empezar a desarrollarse de manera más pública y
constante. Generalmente este proceso va acompañado por la adopción de un

85
nombre femenino que es utilizado al principio sólo en los contextos del travestismo
y luego en la vida ordinaria.

Ellas comenzaron a usar prendas femeninas en espacios como las instituciones


de salud donde adelantan sus terapias psicológicas o el centro comunitario.
Inicialmente se cambiaban en esos mismos lugares y después optarían por salir
vestidas con prendas femeninas desde sus propias casas. A medida que esta
actividad se hizo más cotidiana sus estéticas se fueron modificando de acuerdo al
tipo de feminidad que cada una quiso construir, en algunos casos esta se fue
haciendo cada vez más sutil como una forma de pasar desapercibida alejándose
de la imagen de la súper modelo para emular a “mujeres más comunes y
corrientes”. Por ejemplo Laura ha asumido una apariencia recatada donde las
faldas y los tacones están prohibidos, pues su intención es acomodarse al
estereotipo de mujer judía y hacer que su aspecto genere un menor impacto entre
sus parientes.

Para la mayoría de ellas construirse como buenas mujeres, dedicadas a sus


deberes académicos y sus trabajos, y evitarles cualquier dolor de cabeza a sus
familias fue una manera de perfilarse como niñas o jóvenes juiciosas en las que se
podía confiar. Este es el caso de Isabella, para quien el estudio era la alternativa al
mundo masculino y machista en que se desempeñaba su padre, para Lina fue un
escape que estaba acompañado por el gusto de ponerse un uniforme femenino,
escuchar música y ser ella misma en la soledad de su casa. Laura si bien
detestaba ir a estudiar porque lo relacionaba con los episodios de discriminación
que sorteaba a diario, estuvo interesada en la lectura e investigación de variados
temas. Y Paloma aún considera que la formación académica es fundamental para
desarrollar otras dimensiones de la personalidad y ganar el respeto de los y las
demás.

“Me concentré tanto en formarme, como decía alguien tu puedes verte como te
veas pero si tienes un Premio Nobel encima no importa, ¡vístete cómo quieras! Te
aceptan como sea. Uno también tiene que ver si la sociedad es así, pues a ver me

86
voy a concentrar en consolidar en ese campo para que no se me compliquen las
cosas”32.

Laura, Paloma, Françoise e Isabella lograron acceder a la educación superior


como una forma de asegurar su futuro profesional y tener, con excepción de
Isabella, la suficiente solvencia económica para empezar a efectuar sus tránsitos.
En estos espacios educativos no sintieron la discriminación directa de sus pares,
consideran que las personas con un mayor nivel de educación son más
respetuosas ante las diferencias, no obstante, como en el caso de Paloma, se
preocuparon por no generar fuertes impactos en este entorno para lo cual fueron
muy cuidadosas con su apariencia y comportamientos afeminados u optaron por
aislarse de los grupos masculinos.

En el mundo laboral ellas, menos Isabella, eligieron profesiones donde sus


identidades no generaran mayor conflicto con el desarrollo de sus actividades, ya
sea porque no implicaban un trato excesivo con el público, sino eran oficios a
realizar en soledad como la ingeniería y la historia, o porque se trataba de trabajos
transexualizados como la peluquería donde existe el supuesto que las personas
transgénero están naturalmente calificadas para la ejecución de estas tareas.

Por lo general cultivar la vida interior en contraposición a un ambiente hostil, fue


para ellas una estrategia que además formó su carácter y les enseñó a ser
pacientes. Laura señala que tanto tiempo estuvo en soledad que ahora precisa de
espacios para estar consigo misma y pensar un poco: “Te digo que no fue tan
malo porque aprendí a valorarme y a quererme sin que otra persona lo hiciera por
mí”33.

Esas soledades autoimpuestas u obligatorias, ya sea por el miedo a hacer


amistades o por el rechazo experimentado en el barrio, el colegio o el trabajo, ha
permitido que estas personas desarrollen talentos como la habilidad de Lina con la

32
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25 de octubre del 2011 y el 20
marzo del 2012.
33
Tomadas textualmente de la historia de vida contada por Laura el 17 de diciembre del 2011.
87
costura, la gran imaginación de Françoise, el gusto de Laura por la pintura y las
destrezas de Paloma con la programación de computadores.

La diferencia entre un mundo privado donde podían ser ellas mismas e incluso
travestirse en la intimidad de sus casas en contraste con un mundo público donde
estaban expuestas a la homofobia y la transfobia, hacía que ellas lidiaran con
vidas paralelas y aprendieran a actuar según cada espacio y grupo con el que
interactuaban. Así mismo, cuando las mujeres transgénero inician su proceso de
adecuación a lo que se espera es una mujer en esta sociedad desarrollan una
hiperconciencia de la norma de género y una gran capacidad performativa y
plástica para comportarse de acuerdo al guión de la feminidad en cada contexto
específico. Ellas manejan códigos y desarrollan competencias mestizas pues se
mueven entre lo homo y lo hetero, lo femenino y lo masculino.

Elisabeth Cunin habla de la competencia mestiza como “La capacidad de conocer,


movilizar, aplicar las reglas y los valores requeridos en cada situación, de pasar de
un marco normativo a otro, de definir el papel de sí mismo y el de los otros de
manera interdependiente”(2003:106), es decir que mientras las personas
transgénero expresan su sentir desarrollan esta competencia como una forma de
resistir poniendo a su favor los propios elementos del orden que las excluye y
sacándole el mayor provecho a cada situación.

“Entonces te vuelves un poco manipulador porque te muestras al mundo de la


forma adecuada para que el mundo crea lo que tú quieres que crea. Te la pasas
actuando toda la vida”34.

Por otra parte, la misma autora retoma el término passing de la literatura


norteamericana para hablar de ese “pasar al otro lado del espejo”, haciendo
referencia a las personas afroamericanas que cruzan la línea del color y se hacen
pasar por blancas (2003: 108). En el caso de las personas transgénero, como
Paloma, que hacen desplazamientos entre puntos fijos de llegada y partida,
“pasar” por mujeres gracias a su estética y comportamientos es una forma de

34
Tomada textualmente de la historia de vida contada por Paloma el 25 de octubre del 2011 y el
20 marzo del 2012.
88
obtener el prestigio de la indiferencia o de la invisibilidad, haciendo usos
estratégicos de “lo que es dado a ver” (Ibídem, 81) a las y los demás.

Además elegir muy bien con quien se comparte sus historias de tránsito es una
manera de evitar que su identidad de género diversa sea asumida como la
totalidad de su personalidad, opacando sus aptitudes en otros aspectos como el
estudio, el trabajo o el hogar.

No obstante, en experiencias como la de Isabella que se considera a sí misma del


“tercer sexo”, este término adquiere el carácter de “una ida y regreso incesantes”
(Ibídem, 108), siendo que el tránsito se constituye en un cruce cotidiano de las
fronteras de los géneros.

Durante la infancia de estas personas esos pasajes eran actos cotidianos en que
había un gran esfuerzo por mantener la imagen masculina para evitar la
discriminación, pero al mismo tiempo se adelantaba una búsqueda de medios de
expresión para sus feminidades. La pubertad fue una etapa que para la mayoría
de ellas significó un recrudecimiento de su conflicto interno, pensamientos suicidas
y autodiscriminación; pues no sólo sus cuerpos se desarrollaban hacia una
apariencia que no querían, sino también las diferencias entre hombres y mujeres
se hacían cada vez más marcadas se reducían los espacios en que era posible
ser sin tomar partido de dicha división sexual. La reconfiguración de las relaciones
de los géneros les exigió cambiar sus propios mecanismos de resistencia y
actualizar en su performance el paso de la infancia a la adultez. Antes eran niños
percibidos como introvertidos o afeminados, ahora como jóvenes debían
demostrar su interés por el sexo opuesto y su habilidad para ser proveedores del
hogar y defenderse a sí mismos.

En los casos de Lina y Laura pese a que ellas fueron niños afeminados no
llegaron a afirmarse como homosexuales ante su familia y amistades, por el
contrario ellas intentaban asumir actitudes masculinas, obligándose a sí mismas a
participar en juegos como el fútbol o las charlas entre chicos pero no lograban
integrarse exitosamente. Mientras Paloma tuvo como modelo a su hermano menor
y aprendió de manera diestra unos códigos de comportamiento que le ayudaban a
89
no generar sospechas sobre su orientación sexual, sin embargo, su
distanciamiento de las demás personas incitaba a la gente a cuestionarse sobre
por qué era tan diferente, cuál era su problema y por qué actuaba de una forma
tan hermética, siendo que era confundida con el grupo de personas marginadas
por su aspecto físico, por tener problemas familiares o ser nerdas.

Isabella también fue discriminada por sus actitudes femeninas pero en su caso
particular contó con la ventaja de que mediante juegos con su hermana y amigas
pudo expresar su feminidad de manera libre, de tal manera que ser feminizada era
para ella un orgullo o un motivo para sentirse mejor que sus compañeros que sólo
se dedicaban a la fuerza bruta y que por naturaleza no podían alcanzar la
perfección de las mujeres.

Francoise por su parte dice que su forma de actuar era leída como falta de
madurez más no era tildada como homosexual. Ella estaba al tanto de las
consecuencias que le llevaría ser gay en una sociedad conservadora como la de
Cartagena: “Yo siempre sabia que ser gay estaba mal y yo siempre he tenido una
necesidad de atención, entonces sabía que mal era diferente a atención entonces
mejor no. Quería atención de la buena.”35

Finalmente, Sandra no generó una sospecha explícita sino hasta el momento en


que empezó a frecuentar a un maestro homosexual, entonces sus compañeros de
colegio la empezaron a excluir de los grupos y actividades masculinas.

Lina, Sandra, Francoise y Paloma atravesaron momentos en que las preguntas


sobre su identidad les hacía cuestionar si eran heterosexuales, así que cada una
tuvo sus propias formas de acercarse a personas gay, bares de ambiente y el
mundo homosexual en general.

Sandra se relacionó con su profesor de inglés como un medio para saber si


lograba identificarse con la homosexualidad de esta persona, Lina pensó durante
muchos años que era gay porque así se lo gritaban los del barrio pero sólo al

35
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Francoise el 3
de octubre del 2011.
90
llegar a trabajar a un salón de belleza descubrió que sus actitudes eran femeninas
más no homosexuales, Paloma prefería ser un gay de clóset pero no se sintió a
gusto en este ambiente y Françoise sospechaba que su miedo a las personas
sexualmente diversas podía ser una señal de que era una de ellas. Además sus
incursiones en un mundo que compartía ciertos rasgos con los que pensaba
podían identificarse hacían parte de su estrategia de investigación y la búsqueda
de una asesoría y un nombre que pudieran definir el sentimiento de una vida.
Incluso ansiaban encontrar personas que lograran comprenderlas y/o que
estuvieran afrontando lo mismo. Estos hallazgos fueron utilizados para legitimar
sus identidades diversas frente a sus familiares, colegas y amistades, tal como lo
hizo Paloma.

En el caso de Laura ella conoció desde muy joven a las personas trangénero que
se dedicaban a la prostitución y logró entablar una relación de amistad y apoyo
con algunas de ellas, mientras Paloma aunque tuvo esta misma posibilidad de
encuentro, cuando debía pasar por la zona de prostitución rumbo a su trabajo, el
miedo a tener algo en común con estas personas que vendían sus cuerpos
semidesnudos y actuaban de manera vulgar evitó cualquier acercamiento.

De allí la importancia de grupos como el GAT pues les permite descubrir que
definitivamente ellas no son las únicas y que no todas las personas trans ejercen
la prostitución. A través de sus reuniones han conocido a otras personas que
están transitando por los géneros, lo cual les ofrece, como lo nombra Lina, un
abanico de posibilidades sobre lo que es ser trans y los roles que puede asumir en
la sociedad. Además les ayuda a consolidar una red de apoyo desde donde
organizarse para hacer exigencias puntuales de derechos.

“Agradezco inmensamente al GAT y a Dios de haberme mostrado esos espejos


que vi, todas esas personas que conocí, escuchar y descubrir lo que les gustaba y
compararlo con mi vida (…) Me dieron un panorama único, haber empezado a ir a
todas esas reuniones y a todo lo que había, haber conocido del Santa fe, de
REDEtrans, los chicos, transexuales ya operadas, algunas que no se quieren
visibilizar, las que parecen hombres todavía, la que se ven, la que aún no se ven,

91
las que se les nota. Todo. Uno se da cuenta que es un abanico de posibilidades y
piensas en cual te quieres ubicar”36.

El activismo se convierte en un espacio en que las personas trangénero empiezan


a enterarse que tienen derechos y que parte de ellos han sido vulnerados.
Reconocen que merecen ser tratadas con respeto y que existen más personas
unidas a esta lucha generando sentimientos de comunidad y solidaridad.

Foucault señala que “en cualquier sociedad múltiples relaciones de poder


atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social. Estas relaciones de poder
no pueden disociarse ni establecerse ni funcionar sin una producción, una
acumulación, una circulación, un funcionamiento de los discursos” (1992:34) .Es
decir que las personas transgénero están involucradas en el juego de poder
cuando hacen uso estratégico de los discursos que tradicionalmente han
promovido la matriz sexo-género-deseo, para cuestionar desde adentro las
dinámicas que producen sus cuerpos, sus deseos e identidades. Por ejemplo,
para Laura leer el antiguo testamento en hebreo ha sido una oportunidad de
conocer personajes alternos a la historia bíblica oficial como los eunucos y entrar a
cuestionar paradigmas tan arraigados como la identidad de género de Dios, así
como lo hace Isabella que no duda en considerarlo una persona transgenerista
como ella.

Para Lina su devoción en el niño dios le ha permitido sobrellevar las dificultades a


lo largo del tránsito, inicialmente pedía por su pronta muerte y ahora tras un
proceso de hormonización de un año se refugia en Dios para que la ayude a
construirse de la mejor manera como mujer transgénero. La noción del Karma
como balance por los errores en la vida pasada hace parte de un discurso que le
ayuda a conferirle sentido a su vivencia, ella al igual que Françoise no cree que
sea coincidencia haber llegado al mundo de esta manera, sino que todo hace
parte de una lección que debe ser aprendida.

36
Tomadas textualmente de la historia de vida contada por Lina el 18 de octubre y el 16 de
noviembre del 2011.
92
“Siempre he creído que esto es un karma o simplemente una lección que tengo
que aprender. Puede que sea una ayuda un poco disimulada para poder encontrar
personas que me acepten como soy, creo que tiene un significado”.37

Mientras tanto, Isabella rescata los valores de amor, respeto y solidaridad vividos
durante su paso por el colegio lasallista y que han quedado en ellas como pilares
para aprender a ver en los y las demás su ser más allá de las apariencias, las
identidades de género, las orientaciones sexuales o las pertenencias materiales.

También la política es un espacio desde el cual se puede poner en debate la


situación de las personas transgénero. En su caso particular unirse a la campaña
de Gustavo Petro, actual alcalde de Bogotá, y luego ser nombrada funcionaria
pública en la Caja de Vivienda Popular ayuda a proyectar una imagen diferente de
este sector poblacional y le confiere una visibilidad que puede ser usada
estratégicamente para denunciar la homfobia y transfobia y exigir acciones
orientadas a prevenir y contrarrestar estos tipos de discriminación.

En general, los mecanismos usados por estas personas para resistir a la


homofobia y transfobia comprenden el uso estratégico de una estética y un
nombre femenino que las ayuda a pasar por mujeres, reafirmar su nuevo género y
modular el efecto de su apariencia ante los demás. Construirse a sí mismas como
mujeres juiciosas y hogareñas, excelentes alumnas y profesionales, hermanas
amorosas e hijas comprometidas con el futuro de sus parientes, les sirvió para
generar tranquilidad en sus familias y combatir miedos como el destino inevitable
de la prostitución, una sexualidad promiscua o una modificación grotesca y
agresiva de sus cuerpos. Así mismo elegir una profesión con poco contacto con el
público o donde no hubiera tanta vigilancia de los roles de género les brindó
espacios más permisivos y favorables para sus tránsitos. Utilizar a su favor los
discursos religiosos, médicos y académicos les permitió dar sentido a sus
experiencias de tránsito, explicar sus identidades diversas y llevar a cabo sus
modificaciones corporales. Y finalmente conocer otras personas transgénero les

37
Las palabras o frases son tomadas textualmente de la historia de vida contada por Francoise el 3
de octubre del 2011.
93
posibilitó crear redes de apoyos entre ellas parar compartir consejos, anécdotas y
puntos de vista, al tiempo que favoreció su organización para la defensa de sus
derechos.

Estas personas debieron aprender a reconocer su entorno, las relaciones con sus
pares y la autoridad y la norma de género para poder efectuar su poder de
agencia dentro de las tensiones entre lo que ellas quieren construir de sí mismas y
lo que la sociedad, sus familias y círculos cercanos esperan de ellas. Resistencias
desde contextos particulares en que se aprende a hacer un uso consciente de
códigos y se reconoce que hay una mirada vigilante sobre sus cuerpos y
existencias que es posible modular para que vea lo que ellas desean mientras
hacen una búsqueda de sus propias identidades. En este proceso reaccionar así
como callar y saber esperar o cuando desesperar hacen parte de sus capacidades
mestizas, de su ir y venir por los géneros, la aceptación o el rechazo propios y la
resignación o la resistencia.

94
5. LA INVESTIGACIÓN COMO INVOLUCRAMIENTO

Quisiera pensar este final más como el paso que le precede a un nuevo comienzo.
Una despedida breve de una actividad que exigió un desafío constante a mis
capacidades para investigar, analizar y comunicar mi experiencia compartida con
estas seis personas que inevitablemente se han vuelto parte de mi vida.

Es un adiós al gusto de escucharlas con los oídos abiertos y las pupilas dilatadas,
sin poder quitarles la vista de encima porque cada detalle y cada recuerdo iban
construyendo en mi mente una historia de luchas, tensiones, triunfos, derrotas y
esperanzas. Hasta hoy me duró la excusa de visitarlas para vivir eso que me
enamoró de la antropología: Descubrir que otros mundos y otras formas son
posibles.

De ahora en adelante seguiré encantada ante la opción de poder ponerme en sus


zapatos, cuando muy seguramente hago algo más parecido a lo que dice Clifford
Geertz, mirar por detrás de sus hombros; con la intención no de perderme a mi
misma en la perspectiva de ellas, sino de encontrar lo que hay de mí en cada una
y permitir que ellas también hallen un poco de sí en mí, para intercambiar las ideas
y los sentidos que le damos al mundo. Esa fusión que hace la gente cuando
comparte un secreto, una promesa o una meta es una de las mayores
satisfacciones de este trabajo que es sobre todo una vocación.

Realmente me atrae conocer personas con otras visiones y otras experiencias,


descubrir cómo han afrontado situaciones adversas que quizá yo nunca vaya a
vivir y nutrirme de sus enseñanzas para así tener un panorama más amplio de lo
que somos como seres humanos y lo que estamos en la capacidad de hacer. No
quiero perder ese chance de poder salirme un poco de mi misma y compartir
historias para imaginarme la infancia de Lina, entender la ternura de Françoise, la
reserva de Laura, la astucia de Paloma, el coraje de Sandra o el optimismo de
Isabella.

95
Ellas tienen en común idas y venidas por los géneros pero lo hacen de maneras
tan disímiles, con puntos de vista propios, testimonios y recuerdos, dándome a
entender que las formas de la lucha pueden ser muy diversas y tienen el potencial
de contagiársele a la gente aún cuando un mar de diferencia podría distanciarlas.

Me sentiría satisfecha si usted abandona esta tesis con una pregunta, una
curiosidad o una duda sobre la manera en que hasta ahora ha visto el mundo. Por
mi parte desde hace dos años empecé a calibrar mis gafas; no negaré que es un
reto cotidiano no pensar dicotómicamente e intentar entender cómo puede ser que
algo tan “natural” como la propia identificación con nuestros cuerpos es el
resultado de relaciones sociales, discursos y contextos que cambian con el tiempo
mientras crean, reciclan y transforman sus reglas.

Culmino este trabajo con la certeza que mi forma no es la única forma, no es la


superior, universal e infalible, sino que cada día me puedo topar con la sorpresa
de ver, oler, escuchar, tocar y probar algo con lo que no me había encontrado
antes. Me voy con los sentidos habidos de sensaciones no por el morbo de lo
exótico y lo raro, sino con la convicción de que es viviendo, practicando y
cuestionándose a diario la mejor manera de ejercer esta carrera.

Un agradecimiento infinito a mi directora de tesis Mara Viveros y a Ruth Marina


por su apoyo incondicional a lo largo de esta investigación. A mis profesores
Jaime Arocha, Carlos Miñana y Carlos Páramo por su acertada guía durante este
proceso. A mi mamá por enseñarme perseverancia y disciplina, a mi papá por su
habilidad para calmarme y a mi hermano por ser valiente y hacer que su vida me
inspirara de tantas maneras. A Jhon por ser mi compañero en estos años que me
interesé por los estudios de género y el activismo. A Leonardo por ayudar a
plantearme tantas preguntas y construir tantas soluciones y por sus días y sus
noches a mi lado apoyándome mientras escribía esta tesis. A Lina, Françoise,
Sandra, Laura, Paloma, Isabella, Daniel Verástegui y a todas las personas que
construyeron junto a mí este trabajo y depositaron su confianza en mi proyecto. Mi
principal lección es la de descubrir nuestro poder de agencia.

96
Los mecanismos de resistencia que vi en estas seis personas me ayudaron a
ponerle carne a la teoría de Foucault. Me mostraron cómo el poder circula entre
todos nosotros y todas nosotras, víctimas y victimarios, que a su vez
intercambiamos estos dos roles según los contextos y las relaciones que
establezcamos. La dominación que se ejerce sobre los cuerpos y las vidas de
Lina, Françoise, Sandra, Laura, Paloma e Isabella no es sólida, aplastante y
estática, sino que ellas están activamente presentes logrando influir en los
impactos, las dinámicas y los significados que la homofobia y transfobia acarrean
sobre sus experiencias de tránsito.

Ellas pueden colaborar en su reproducción cuando asimilan la perspectiva de las y


los subordinadores logrando justificar su propia situación de victimas, haciéndose
cómplices de las leyes, aparatos e instituciones que discriminan y consolidando la
mirada de la diferencia sobre sí mismas o pueden subvertirlo desde sus contextos
particulares, ser luchadoras que resisten agenciando las posibilidades y los límites
de sus propias existencias, construyendo redes de apoyo entre ellas, haciendo
circular conocimientos sobre el tránsito al margen de las instituciones médicas,
religiosas y académicas, y creando discursos propios sobre sí mismas a partir de
sus cotidianidades.

Las palabras de Gabriela Castellanos constituyen una esperanza para el destino


de estas luchas: “Las estructuras de poder se reacomodan, es cierto, tratando de
asimilar y así de neutralizar cualquier resistencia, pero ese mismo esfuerzo por
cooptar o por contrarrestar la oposición implica desplazamientos que tarde o
temprano producen grietas en las estructuras existentes , grietas que pueden ir
agrandándose” (2008:47).

¡Vamos a romper este mundo!

97
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