La línea de trabajo más conocida de Althusser tiene que ver con sus
estudios de la ideología. Se trata de Ideología y aparatos ideológicos de Estado su
obra más conocida en este campo. Este ensayo establece el concepto de ideología y lo relaciona con el concepto gramsciano de hegemonía. Si bien la hegemonía en Gramsci está en última instancia determinada por fuerzas políticas, el concepto althusseriano de ideología se apoya en los trabajos de Sigmund Freud y Jacques Lacan sobre lo imaginario y la fase del espejo, y describe las estructuras y los sistemas que nos permiten tener un concepto significativo del yo (moi en Lacan). Estas estructuras, según Althusser, son agentes represivos inevitables (y necesarios). Es bajo la influencia de Lacan que define la ideología como la representación de una relación imaginaria con las condiciones reales de existencia. Para Althusser la ideología es ahistórica, pues, al igual que el inconsciente freudiano, es eterna. Es decir, siempre habrá ideología. Para Althusser ésta no es una forma de "engañar" o de "conciencia falsa" sino más bien una relación normal de individuos con la sociedad. La ideología, como ya vimos, es la relación imaginaria (sucede en la mente) de los sujetos con sus relaciones sociales. Quizá la tesis central de toda la filosofía de Althusser es que la historia es un proceso sin sujeto ni fines, cuyo motor son las fuerzas productivas (y la lucha de clases determinada por ellas). La historia no tiene sentido. Para Althusser todos somos sujetos, y en calidad de éstos, marionetas de la historia, pero esta historia no es movida por alguien, lo que desemboca en su famosa tesis de que todos somos marionetas de algo que no va a ningún lado, de algo sin sentido. Otra famosa tesis de Althusser en filosofía es que, al contrario de lo que comúnmente se piensa, la filosofía siempre viene después de la ciencia. Esta tesis rechaza que la filosofía haya sido la madre de todas las ciencias, sino que, más bien, la filosofía es la hija de las ciencias. Esto quiere decir, la filosofía no es una ciencia, sino una reacción a las ciencias en el campo teórico. De esta forma, la matemática (Tales de Mileto) engendró la filosofía de Platón, la física (Galileo) engendró la filosofía de Descartes, la ciencia de la historia (Marx) engendró su propia filosofía y el psicoanálisis (Freud) comienza hasta ahora a engendrar su propia filosofía. Lo interesante de este proceso es que la filosofía marxista, engendrada por la ciencia de la historia es, para Althusser, "correcta" (no verdadera, pues la filosofía no dice verdades, no es una ciencia, sino una ideología). Esto quiere decir, la filosofía se ubica correctamente en posiciones que defiendan a las ciencias, ya que la ciencia de la historia le permite el conocimiento científico de la producción filosófica e ideológica, le permite el conocimiento científico de la producción de sí misma. En esto consiste "la inmensa revolución teórica de Marx". La contribución althusseriana al marxismo del siglo xx fue la de señalar que Marx no habría descubierto las leyes de la historia, sino que habría estudiado las leyes del capitalismo, descubriendo así “leyes en la historia, leyes de las cosas históricas, pero no leyes de la historia” (p. 21). Toda la relación que tiene el objeto de estudio de Marx con la historia es que el capitalismo es algo histórico: Marx ha estudiado las leyes del capitalismo, no las leyes de la historia. Con el seminario de Althusser se sientan las bases para separar la propuesta teórica (e inevitablemente política) de Marx de las filosofías de la historia, sobre todo para separar a Marx de Hegel; el seminario de Althusser acercó a Marx a lo que se denominaba como “estructuralismo”. El francés consideró que la revolución teórica de Marx residía en el descubrimiento de una estructura, en dar con la esencia del capital. Todo el objetivo de Marx en El Capital no es otro que tratar de esclarecer aquello que hace capital al capital, esto es, la búsqueda de las condiciones necesarias para que pueda darse el modo capitalista de producción. Tras todas estas apreciaciones, el autor repara en el supuesto “antihumanismo” del marxismo, señalando que no es el marxismo lo antihumanista sino que es el capitalismo, el objeto de estudio de Marx, lo que rezuma antihumanismo. Basándose en la obra de historiadores franceses no positivistas y de filósofos de la ciencia, en especial Bachelard, Althusser proclamó la existencia de una «fractura epistemológica» en la obra de Marx, ruptura que tiene lugar en torno a la mitad de la década de 1840. Lo que precede a esta ruptura es una etapa caracterizada, según su punto de vista, por un humanismo teórico y precientífico que procede de Feuerbach y en última instancia de Hegel. Lo que sigue a tal ruptura, según Althusser, es una ciencia de la historia, un movimiento de tanta importancia, al menos potencialmente, como la que tuvo la aparición de las nuevas ciencias durante el siglo XVII. Althusser sostiene que la naturaleza e incluso la propia existencia de este nuevo tipo de ciencia está aún por reconocer, y esto es vale también para el propio Marx. Esto obliga a una reconstrucción de la misma a partir de los escritos de Marx, en especial de El Capital, y a partir también de la práctica política de Lenin y de otros revolucionarios de esa misma orientación, los cuales parecen haber entendido de forma implícita lo que Marx pretendía. Althusser hizo poco, sin embargo, para elaborar los contenidos de esta nueva ciencia. En lugar de ello, se dedicó a defender incansablemente este punto de vista ante otras interpretaciones rivales del marxismo. Procediendo de este modo, mostró una especial dedicación a los puntos de vista neohegelianos y «humanistas» de la cultura marxista imperante e implícitamente en la propia del Partido Comunista Francés, al cual perteneció durante su madurez. Nos encontramos ante una situación política en la que nuevas organizaciones políticas de izquierda han dado una patada al tablero revolucionando la estabilidad política de años atrás, como puede ser Podemos en España o Syriza en Grecia. Sin duda estas formaciones conectan todavía, de alguna manera, con el marxismo, a través de la figura intelectual de Gramsci. El marxismo con el que se están produciendo los cambios políticos en la Europa actual es heterodoxo, las fórmulas utilizadas por Gramsci no encajan muy bien con lo que ha venido siendo la tradición marxista. El marxismo escolástico afirmaba que lo superestructural no tenía autonomía alguna, mientras que, por el contrario, el pensamiento gramsciano dio cuenta de que hay que conceder algo de autonomía a lo superestructural para que la lucha política no se confunda de derroteros derivando en alguna versión meramente economicista del marxismo; se debe llamar la atención sobre el hecho de que, ante todo, la lucha política es una lucha ideológica, y en la lucha de clases, para conseguir revertir la situación, hay que conquistar la hegemonía, sobre todo cuando la pelea por las ideas se da en los medios de comunicación y en los programas de tertulia política que consumen las clases populares que, a día de hoy, conforman el proletariado. Para conquistar eso que Gramsci ha conceptualizado como hegemonía “la clave está en lograr que los intereses particulares de una clase social puedan presentarse como los intereses generales de la sociedad en su conjunto. Gramsci fue el teórico que hizo ver al marxismo la importancia de crear la ficción de una voluntad general, dándose cuenta de que la lucha política es la lucha por la hegemonía, una pelea que el marxismo tiene que dar saliendo de la endogamia militante de la izquierda y del sectarismo para instalarse en el centro de atención de lo que se llama el sentido común de la población, haciendo pasar los intereses particulares de las clases populares por los intereses de toda la población en su conjunto, esto es, disputarle la hegemonía a lo que tradicionalmente el marxismo denominó como “burguesía”. MARXISMO, filosofía de Karl Marx o cualquiera de los diversos sistemas o desarrollos dentro de la crítica social que derivan de Marx. El término se aplica también, aunque incorrectamente, a ciertas estructuras sociopolíticas creadas por los partidos comunistas dominantes a mediados del siglo XX. El propio Marx, habiendo tenido noticia de la existencia de ciertos críticos franceses que invocaban su nombre, afirmó que él tenía clara al menos una cosa, y es que no era marxista. El hecho de que su colaborador, Friedrich Engels, un popularizador de su pensamiento con mucho más interés en ciencias naturales que el propio Marx, sobreviviera a su muerte y escribiera, entre otras cosas, una «dialéctica de la naturaleza» que pretendía descubrir ciertas leyes naturales universales, añade aún más confusión. Lenin, líder de la revolución comunista rusa, descubrió, ya hacia el final de su vida, una serie de conexiones entre El capital (1867) de Marx y la Ciencia de la lógica (1812-1816) de Hegel, concluyendo (en sus Cuadernos de filosofía) que los marxistas habían estado malinterpretado a Marx durante al menos medio siglo. Marx nunca escribió una exposición sistemática de su pensamiento, el cual, en cualquier caso, cambió mucho de objetivos a lo largo del tiempo, incluyendo elementos de historia, economía y sociología, así como de otros asuntos filosóficos más tradicionales. En una carta advierte específicamente contra el riesgo de considerar su tratamiento histórico del capitalismo occidental como un análisis transcendental de un desarrollo histórico supuestamente necesario de alguna sociedad en un cierto momento. Resulta así paradójico que el marxismo haya sido considerado como un sistema «totalizador», si no «totalitario», por los filósofos posmodernos que rechazan las teorías globales o «grandes narraciones» como algo inherentemente inválido. La gran atención que el marxismo «ortodoxo» habría de prestar al determinismo histórico –la inevitabilidad de una secuencia de sucesos que lleva a la sustitución del capitalismo por un sistema económico socialista. Lenin ofrece una especie de refuerzo epistemológico para la concepción del marxismo como la única cosmovisión verdadera, defendiendo para ello una teoría del conocimiento basada en la noción de «copia» o «reflejo» y gracias a la cual los verdaderos conceptos simplemente son imágenes especulares de la realidad objetiva, algo similar a fotografías. En otro lugar, argumenta, sin embargo, en contra del «economicismo», la inferencia según la cual la inevitabilidad histórica de la victoria comunista permite obviar el activismo político. Lenin sostuvo por contra que, al menos bajo las condiciones de represión características de la Rusia zarista, sólo un partido clandestino de revolucionarios profesionales que actúen como vanguardia de la clase obrera y de sus intereses puede producir cambios fundamentales. Más tarde, y ya bajo el gobierno de Stalin, el Partido Comunista hegemónico en la URSS fue identificado como el supremo intérprete de esos intereses, justificando de este modo un gobierno totalitario. El denominado marxismo occidental se opuso a esta versión «ortodoxa», y pese a que los escritos de uno de sus primeros representantes, György Lukács, el cual supo percibir con brillantez la estrecha conexión entre la filosofía de Hegel y el pensamiento del joven Marx antes incluso de que los textos que prueban esta conexión hubieran sido rescatados de los archivos, mostraran realmente una fuerte tendencia a reforzar el punto de vista según el cual el partido encarna los intereses ideales del proletariado (véase su Historia y conciencia de clase) así como una teoría estética favorable al realismo socialista en lugar de formas artísticas más experimentales. Karl Korsch, contemporáneo de Lukács, vio al marxismo en El marxismo como filosofía ante todo como un método heurístico, capaz de señalar fenómenos (por ejemplo, las clases sociales y los condicionamientos materiales) que normalmente son obviados por otros filósofos. Este enfoque fue seguido por la teoría crítica praticada por los miembros de la Escuela de Frankfurt, lo cual afecta a Walter Benjamin en el terreno de la estética, a Theodor Adorno en crítica social y a Wilhelm Reich en psicología. Ernst Bloch, que explora la conexión del marxismo con el pensamiento utópico; Herbert Marcuse, con su crítica del carácter «unidimensional» de la sociedad industrial; la escuela de la Praxis (denominada de este modo por su revista y por su preocupación por el análisis de las prácticas sociales), formada por filósofos yugoslavos, y el último Sartre. También son dignos de mención los escritos de Antonio Gramsci, muchos de ellos redactados en prisión bajo el gobierno fascista de Mussolini, en los que se destaca el papel de los factores culturales a la hora de determinar aquello que resulta política e ideológicamente dominante en un momento dado.