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De la judeofobia histórica a la colonialidad israelí sobre el pueblo palestino

El estado de Israel fue una vez más el país más condenado por la ONU durante
el 2018, luego que la Asamblea General aprobara más de 20 resoluciones
específicas el año pasado en donde destacan la persistencia de construcción
de asentamientos ilegales en Cisjordania, la reapropiación de la ciudad de
Jerusalén y violaciones sistemáticas de los derechos humanos hacia
comunidades palestinas en todo su territorio, las cuales luego de sufrir 70 años
de ocupación y limpieza étnica, siguen viviendo dentro de un sistema de
apartheid. Esto acompañado del reconocimiento y traslado de las embajadas
de los gobiernos de Estados Unidos y Brasil a Jerusalén como capital de Israel,
no es solamente una provocación de estos países, sino también la
profundización de un proceso colonial, que se ha ampliado con el paso de las
décadas y que puede ser fácilmente ilustrado comparando el mapa actual de
la zona en relación a lo que fue la partición original territorial de la ONU de
1947, entre judíos y palestinos.

Asimismo, se puede mencionar como practica colonial, la apropiación sionista


de un bien común tan importante para nuestros tiempos como lo es el agua,
el cual tiene al pueblo palestino en una total dependencia de lo que haga o no
con algo tan vital para la reproducción de la vida. Es así como según un informe
de Amnistía Internacional, un organismo que no podría ser acusado de
judeofóbico, salvo por grupos fanáticos nacionalistas, ha descrito como luego
que en 1967 el estado de Israel ocupara militarmente Cisjordania, Jerusalén
Oriental y la Franja de Gaza, ha controlado el Valle del Jordán y el Mar Muerto.
Lo mismo ocurre con toda la infraestructura relacionada con el agua, haciendo
que el consumo de este bien por parte de la población palestina sea
completamente restringido y desigual con respecto a los colonos sionistas,
quienes pueden hacer uso de ella para explotaciones agrícolas, grandes
cultivos, parques, piscinas, etc.

Ciertamente, estamos en presencia de un drama socioambiental palestino no


muy distinto a lo que han experimentando múltiples comunidades indígenas
en Abya Yala por más de 500 años, en donde el despojo de agua es un drama
de carácter plurinacional. En otras palabras, las coincidencias entre estos dos
procesos de colonización –en Latinoamérica y Palestina– son múltiples, ya que
ambos son el resultado de lo que Aníbal Quijano llamó como colonialidad
desde nuestra región, la cual va mucho más allá del colonialismo, entendiendo
este último proceso como una experiencia de ocupación territorial- militar o
control político de parte de una potencia extranjera como ha hecho tanto el
estado de Israel como los distintos estados- nación latinoamericanos. En
cambio, la idea de colonialidad apela al control de todas las formas de la
existencia humana y no humana a través de la raza, que es la categoría central
de la modernidad. Desde este enfoque, se desprende que se ejerza el ejercicio
de la autoridad sobre el trabajo, sexualidad, subjetividad, espiritualidad y la
madre tierra, cobrando el agua hoy una importancia fundamental en la era del
Antropoceno.

Una colonialidad que se expande mundialmente con la invención de América


en 1492 y que tiene la separación entre cultura y naturaleza como uno de sus
fundamentos dualistas más efectivo para racializar pueblos enteros, ya que de
esa forma ha podido justificar genocidios y ecocidios sin ningún tipo de
problema, al animalizar lo que no es blanco-hombre-sano-cristiano-
heterosexual y seguir así saqueando territorios. Lo paradójico en el caso del
estado de Israel, es que representa a un pueblo que ha sido justamente víctima
histórica de esa colonialidad en Europa, la cual tiene sus raíces en la aparición
de la Cristiandad. Es decir, en el momento en que el cristianismo pasó a ser la
ideología oficial del Imperio Romano con la asunción de Constantino y el judío
por ende pasó a ser el culpable de la muerte de Cristo.

En consecuencia, desde ahí en adelante se instalaron la judeofobia occidental


y sus múltiples persecuciones, como con la Iglesia Ortodoxa en el Imperio Ruso
o con la Iglesia Católica en el Imperio Español, por ejemplo. En este último,
durante la Inquisición, tanto judíos como musulmanes fueron perseguidos o
convertidos en marranos y moriscos, respectivamente. Se puede señalar, que
la islamofobia actual hacia los palestinos, de parte de las elites del mundo
occidental, funciona de manera similar a como sucedió con la judeofobia
previa al nacimiento del estado de Israel.

No obstante, no es sino finalizado el horror del holocausto judío de manos del


estado nacionalsocialista y su plan de exterminio hacia comunidades enteras
en Europa, que se buscó en 1947 una salida moderna a un problema moderno,
como lo es la judeofobia, a través del fortalecimiento del nacionalismo judío a
nivel mundial a través del sionismo, el cual generó las bases ideológicas para
la creación del estado de Israel luego de un plan de partición de la ONU de
palestina. En adelante, el judaísmo terminó siendo la ideología oficial del
estado de Israel, así como pasó con el cristianismo con el Imperio Romano. Se
puede decir, que tanto la cristiandad como el sionismo son ambos proyectos
constantinianos, enemigos de la pluriversalidad del mundo. El caso judío es un
claro ejemplo de aquello, ya que la riqueza judía histórica de los miembros de
sus distintas comunidades, como sefarditas, mizrajíes, yemenitas, falashas,
askenazis, etc., se vio limitada con el sionismo, ya que éste forzó una identidad
nacional, la israelí, negando a otra, la palestina.

Lo paradójico en todo esto, es que la salida para acabar con la judeofobia fue
justamente sacar a los judíos de Europa, así como la cristiandad lo quiso
siempre, en vez de pensar de manera plurinacional y cuestionar las bases
mismas de la colonial modernidad que puso a los judíos como un grupo de
seres racialmente inferiores, impuros y culpables de la muerte de Cristo. Más
sorprende que los grupos católicos y protestantes más fanáticos e
islamofóbicos de países como Estados Unidos y Brasil, representados por
Donald Trump y Jair Bolsonaro en la actualidad, sean ahora aliados
incondicionales del estado de Israel.

En el mismo sentido, el problema se puede atribuir a que aquel estado de Israel


no fue otra cosa que la continuación del colonialismo europeo, por lo que no
hizo más que cambiar con el paso del tiempo al enemigo interno para
occidente (de judíos a musulmanes). Consiguientemente, se puede decir que
el estado de Israel es el hijo menor de occidente, ya que con la formación de
un estado fuerte militarmente, terminó replicando sus lógicas racistas con
otras poblaciones, como lo es la palestina. La frase sionista “un pueblo sin
tierra para una tierra sin pueblo” ilustra la colonialidad subyacente en ella.

Sin embargo, afortunadamente dentro del pueblo judío han existido


históricamente miradas críticas del sionismo, como han sido las de Albert
Einstein, Hannah Arendt, Martin Buber, Edgard Morin, como también de una
larga lista de personas contrarias a su racismo estatal. Es el caso de Noam
Chomsky, Yakov M. Rabkin, Norman Finkelstein, Ilán Pappe, Gilad Admon,
Liliana Córdova-Kaczerginski, David Comedi, Naomi Klein, Judith Butler y
Silvana Rabinovich. Lo mismo con respecto a múltiples organizaciones judías
críticas del estado colonial de Israel, como son Los otros judíos, Jewish voices
por peace, Red de Judíos Antisionistas, Boycott from Within, Coalition of
Women for Peace, South African Jews for a Free Palestine, International Jewish
Anti-Zionist Network, Jews of Color & Sephardi and Mizrahi Jews in Solidarity
w/ Palestine, etc.

Por último, se hace necesario resaltar los planteamientos descolonizadores y


en búsqueda de alternativas al sionismo mismo, planteadas tanto por Marc
Ellis en la teología judía de la liberación como por Santiago Slabodsky en el
judaísmo decolonial, las cuales son propuestas que están repensando desde
otro lugar las identidades, más cercanas a propuestas provenientes de Abya
Yala. Dichas miradas, se presentan más conectadas con otros pueblos y
territorios, y alejadas de esa concepción nacionalista del mundo, que solo ve
divisiones en vez de articulaciones, en tiempos no solo de guerra entre
humanos sino de guerra contra la vida en el planeta.

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