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La enseñanza de la Iglesia Católica sobre la planificación

de la familia en la Encíclica Humanae vitae


Autor: Adolfo Castañeda
Fuente: Vida Humana Internacional

I. La Encíclica Humanae vitae

El documento contemporáneo más reciente de la Iglesia Católica sobre el


grave problema de la anticoncepción y la alternativa a la misma es la Encíclica
Humanae vitae del Papa Pablo VI, que fue publicada el 25 de julio de 1968.
Este documento reitera el maravilloso plan de Dios para la humanidad sobre
la transmisión de la vida humana.

II. Cambios e interrogantes actuales (números 1-3)

En los primeros tres números la Humanae vitae presenta los cambios en la


sociedad actual que han hecho que muchos cuestionen la enseñanza de la
Iglesia Católica sobre la tema de la planificación de la familia. De ahí la
necesidad de reiterar esta enseñanza de dos mil años de la Iglesia Católica,
pero con un lenguage nuevo y con respuestas a los nuevos problemas. He
aquí estos interrogantes que han surgido:

1. El "desarrollo" demográfico.

El primer interrogante consiste en alegar que existe una "explosión


demográfica" que ha inducido a muchos a preguntarse si no son necesarios
los métodos anticonceptivos para controlar el crecimiento "desmedido" de la
población, evitando así los problemas del hambre y de la escasez de otros
bienes indispensables para la vida.

Conviene señalar de inmediato que la presunta "explosión demográfica" es un


mito sin fundamento científico alguno, pero que ha servido de pretexto para
que ciertos gobiernos poderosos e instituciones internacionales lleven a cabo
políticas de imperialismo demográfico contra los países en desarrollo1.

2. El papel de la mujer en la sociedad.

El segundo interrogante consiste en alegar que a la mujer se le reconoce en la


actualidad su papel, no sólo en la familia, sino también en la sociedad. Por lo
tanto, ella necesita verse libre de las "ataduras" de la procreación, para poder
realizarse como persona en otros ámbitos de la vida.

La Iglesia reconoce que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad e


incluso que la mujer tiene mucho que aportar a la sociedad. Pero la
anticoncepción no va a ayudarle a lograr esto, al contrario, contribuirá más
aún a su explotación.

3. "Mayor" conciencia del amor conyugal.


Este interrogante consiste en alegar que en la actualidad existe una "mayor"
conciencia del amor conyugal en el matrimonio y que éste no es sólo para la
procreación. Además, se alega que los anticonceptivos les permitirán a
muchos esposos continuar teniendo relaciones sexuales sin preocuparse del
nacimiento de un nuevo hijo al cual no podrían mantener.

El Papa responderá más adelante en la Encíclica que, lejos de ayudar al amor


conyugal, los anticonceptivos lo destruirán. La Iglesia Católica condena la
anticoncepción no sólo porque va en contra de la procreación, sino también
porque va en contra del amor conyugal.

4. El avance técnico-científico

El cuarto interrogante alega que si el hombre ha logrado un avance técnico-


científico tan beneficioso en otros ámbitos de la vida, ¿por qué no le está
permitido también lograrlo con respecto a la reproducción humana?

El Papa responderá más adelante en la Encíclica que la Iglesia Católica es la


primera en alegrarse con el avance técnico-científico, pero está en contra de
aquellas tecnologías que, en vez de beneficiar al ser humano y a la sociedad,
los destruyen, y tal es el caso de la anticoncepción.

III. La autoridad del Magisterio para enseñar sobre este tema (números 4-6)

En los números del 4 al 6, el Papa Pablo VI reitera la doctrina acerca de la


autoridad divina que tiene el Magisterio de la Iglesia Católica (el cual está
compuesto por el Papa y los obispos en comunión con él) para enseñar sobre
la dimensión moral de todos los asuntos humanos, ya sea en materia social,
económica, política, médica, familiar, sexual, etc.

La Iglesia no tiene una autoridad particular para enseñar sobre la parte


técnica o científica de los asuntos humanos, pero sí sobre su dimensión
moral.

Ahora bien, todas las áreas de la vida humana, incluyendo la planificación de


la familia, tienen una dimensión moral, ya que la moral es el modo de vivir
que respeta y realiza el bien de la persona y que al mismo tiempo nos lleva a
Dios -- y en toda actividad humana ese bien está en juego.

Por mandato de Cristo, la Iglesia Católica enseña el camino de la salvación, el


cual requiere la obediencia a la ley moral. Por lo tanto, la Iglesia tiene la
autoridad para enseñar la dimensión moral de la planificación de la familia2.

IV. Principios doctrinales (números 7-13)

La Humanae vitae basa su enseñanza moral sobre la planificación de la familia


en varios principios doctrinales sobre la persona humana, el amor conyugal,
la procreación y la paternidad responsable.

1. Visión integral de la persona humana

Esto significa que la persona humana no se reduce a su dimensión material,


sino que hay que considerar también, para una justa evaluación de los
distintos métodos de planificación de la familia, las otras dimensiones de la
persona: la psicológica y, principalmente, la espiritual, es decir su relación
con otros y con Dios.

2. El amor conyugal

La Humanae vitae enseña que el amor conyugal tiene cuatro características.


La primera es que es un amor plenamente humano. Esto quiere decir que el
amor conyugal no se reduce a sentimientos e impulsos sexuales, aunque los
incluye también, sino que consiste principalmente en un acto libre de la
voluntad de amar al cónyuge para toda la vida, que es lo que distingue a la
persona humana de los animales.

Si no fuese así, entonces el amor conyugal no tendría la estabilidad de durar


para toda la vida, porque se fundaría principalmente en los sentimientos y en
la atracción sexual, los cuales, aunque importantes, no tienen la durabilidad y
la consistencia de una decisión libre y madura de amar, es decir, de desear
hacer el bien al otro cónyuge durante toda la vida.

La segunda característica del amor conyugal es que es un amor total. Los


esposos deben entregarse el uno al otro con todo su ser, o como dice el Papa:
"sin reservas indebidas ni cálculos egoístas". No sólo eso, sino que cada uno
de los esposos trata de darse al otro y no sólo de recibir del otro. Trata de
enriquecer al otro con su propia persona, de convertirse en regalo para el
otro.

La tercera característica es que es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Lo


de fiel no necesita explicación. Lo de exclusivo no significa que los esposos no
amen a más nadie, sino que reservan para ellos el amor conyugal y aman a
los demás con un amor fraternal.

La cuarta caractarística es que es un amor fecundo. Es un amor que no se


queda en sí mismo, sino que va más allá de sí mismo y que es capaz de
engendrar la vida."No se agota en la comunión de los esposos sino que está
destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas." El amor es por su propia
naturaleza difusivo de sí mismo, es creador. Esta característica nos lleva al
siguiente pricipio doctrinal: La paternidad responsable.

3. La paternidad responsable (número 10)

La Iglesia Católica no enseña que los matrimonios deben tener todos los hijos
que físicamente puedan tener. Ser padres de familia no consiste únicamente
en el acto biológico de traer hijos al mundo, sino también en educarlos. De
manera que el concepto que la Iglesia tiene de la transmisión de la vida
incluye al mismo tiempo la procreación y la educación de los hijos. De este
concepto de la transmisión de la vida humana surge el concepto que la Iglesia
tiene de la paternidad responsable.

La Humanae vitae nos enseña aquí que la paternidad responsable "hay que
considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí".
Veamos cuáles son estos aspectos, ya que el conjunto de ellos nos dará un
entendimiento correcto de qué es la paternidad responsable.
La Humanae vitae nos dice: "En relación con los procesos biológicos,
paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la
inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman
parte de la persona humana". Este primer aspecto nos enseña que la
paternidad responsable comienza con la consideración de la fecundidad
humana, especialmente la de la mujer. A primera vista esto parece simplista,
pero uno se sorprendería muchísimo al saber que la mayoría de las personas
no conocen el maravilloso ciclo de fertilidad e infertilidad de la mujer, ni
tampoco el maravilloso proceso de la gestación de un ser humano.

Pero observemos también que este primer aspecto no se refiere sólo al


conocimiento de la fertilidad humana, sino también al respeto por la misma.
La gente que está a favor de los anticonceptivos lo pensaría dos veces si de
verdad supiera el daño que éstos le hacen a la mujer y el efecto abortivo de
los principales de ellos3.

De este conocimiento de la fertilidad humana, sobre todo de la femenina,


surgen los métodos naturales para espaciar o buscar los nacimientos. Los
modernos métodos naturales (no el obsoleto Método del Ritmo), son muy
efectivos (95-99%), fáciles de aprender, beneficiosos para la salud femenina
y no dependen de la regularidad o irregularidad de la mujer4.

El siguiente aspecto dice así: "En relación con las tendencias del instinto y de
las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que
sobre aquéllas han de ejercer la razón y la voluntad". Esto se refiere a la
capacidad de los cónyuges de abstenerse de relaciones sexuales durante la
etapa fértil del ciclo femenino si están tratando de espaciar los nacimientos.
(Estos métodos también se pueden utilizar al revés para buscar el
embarazo.)

Luego, la Humanae vitae nos enseña: "En relación con las condiciones físicas,
económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en
práctica, ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una
familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el
respeto de la ley moral, de evitar un nacimiento durante algún tiempo o por
tiempo indefinido." Vamos a explicar este aspecto parte por parte.

El primer aspecto de la paternidad responsable es tener una actitud de


generosa apertura a la vida, es decir, desear tener una familia numerosa.

Ahora bien, cuando hay motivos serios o graves se puede tomar la decisión de
espaciar los nacimientos. La Iglesia nos da aquí cuatro grupos generales de
graves motivos para que sirvan de criterio a los esposos, de manera que ellos
mismos se formen un juicio recto ante Dios. Estos motivos serios son "las
condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales" en que se encuentran
los cónyuges y los hijos que ya tienen (en caso de que los tengan).

El sentido de los dos primeros tipos de motivos graves (físicos y económicos)


no necesita mucha explicación. Las condiciones psicológicas se refieren a las
capacidades psicológicas que los cónyuges tienen en ese momento dado de
criar y de educar más hijos. Las condiciones sociales se refieren a la situación
social donde ellos viven. Por ejemplo, si viven en un país que está en guerra,
ellos pueden decidir esperar a una situación mejor para tener hijos. En
resumen, las razones que deben motivar a los esposos a espaciar los
nacimientos deben ser graves, no egoístas.

Sin embargo, la recta intención no es suficiente. El método que se utilice para


planificar la familia debe ser bueno también. Eso es lo que quiere decir que la
decisión de espaciar los nacimientos debe ser "tomada por graves motivos y
en el respeto de la ley moral".

Para que una acción sea buena hay que tener no sólo una buena intención
("graves motivos"), sino también un medio bueno ("en el respeto de la ley
moral"). Si dos personas deciden conseguir un automóvil que de verdad
necesitan, han decidido algo bueno. Pero si una de ellas decide utilizar el robo
como medio para conseguirlo y otra lo compra con su dinero ganado
honestamente, es evidente que la primera actuó mal y la segunda actuó bien.
El fin no justifica los medios (véase Romanos 3:8). Sólo los métodos naturales
son buenos medios para espaciar los nacimientos; mientras que la
anticoncepción es gravemente mala. (Veremos por qué más adelante.)

Resumiendo, la Humanae vitae nos enseña que la paternidad responsable


consiste en que los esposos tengan una actitud generosa ante la transmisión
de la vida, y que si van a espaciar los nacimientos, lo hagan por motivos
serios y respetando la ley moral, es decir, utilizando sólo los métodos
naturales. Esto implica el conocimiento de la fertilidad humana y su respeto,
así como el absoluto rechazo de la anticoncepción (es decir, del aborto, la
esterilización, los anticonceptivos y todo uso antinatural del acto conyugal).

4. La apertura a la vida (número 11)

La Humanae vitae nos enseña aquí que "cualquier acto matrimonial debe
quedar abierto a la vida". Esto no significa que de todo acto conyugal se sigue
una vida. Por eso también dice: "De hecho, como atestigua la experiencia, no
se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha
dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí
mismos distancian los nacimientos". Lo que quiere decir esto es que los
esposos deben respetar siempre los dos valores del acto conyugal: la apertura
a la vida y la unión en el amor.

Claro, si los esposos conocen los métodos naturales de la planificación de la


familia, pueden saber de antemano con bastante probabilidad cuándo un acto
conyugal es fecundo y cuándo no. Pero al no interferir con la capacidad
procreadora de estos actos, le dejan a Dios la última palabra sobre la
transmisión de la vida.

Pero ¿por qué los esposos deben respetar siempre esta apertura a la vida?
Veamos a continuación.

5. La inseparable conexión entre la apertura a la vida y la unión conyugal


(número 12)

Aquí la Humanae vitae nos enseña: "Esta doctrina, muchas veces expuesta
por el Magisterio de la Iglesia, está fundada en la inseparable conexión que
Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre
los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador".

Génesis 1:28 y 2:24 nos enseñan que los dos grandes valores del matrimonio
y de la sexualidad son la procreación y la unión conyugal. Aún las personas no
creyentes tienen que admitir que el respeto de estos dos valores es
fundamental para la supervivencia, no sólo del matrimonio y la familia, sino
también de la misma sociedad.

La inseparable conexión entre estos dos valores debe ser respetada por los
esposos porque así lo requiere el verdadero amor conyugal. Recordemos que
la Humanae vitae nos había enseñado que el amor conyugal es fecundo. Si los
esposos le destruyen deliberadamente la capacidad procreadora al acto
conyugal por medio de la anticoncepción, entonces le destruyen al amor
conyugal su capacidad de ir más allá de sí mismo y de ser procreador.

Recordemos que la Humane vitae también nos había enseñado que el amor
conyugal es total y que la persona humana es una unidad integrada de varias
dimensiones. Esto quiere decir que para que los esposos se den el uno al otro
totalmente, deben entregarse con todas sus dimensiones, incluyendo la
fecundidad. Pero si la destruyen deliberadamente por medio de la
anticoncepción, entonces ya no se están entregando el uno al otro totalmente,
ya no se trata de un verdadero amor conyugal. Vemos entonces por qué la
conexión entre la procreación y la unión conyugal debe ser respetada.

V. El rechazo de la anticoncepción (número 14)

Con este fundamento la Humanae vitae reitera la enseñanza de dos mil años
de la Iglesia Católica condenando la anticoncepción, es decir, el aborto y todo
tipo de método que le destruya al acto conyugal su capacidad procreadora.
"Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado
muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del
hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer
imposible la procreación."

Obsérvese cómo esta prohibición incluye el rechazo de todo tipo de


anticonceptivos, ya sean de barrera (como los preservativos, etc.), o los
químicos (como las píldoras anticonceptivas, los inyectables, como la Depo-
Provera y los implantes, como el Norplant) y los mecánicos (como los
dispositivos intrauterinos). Los métodos químicos y mecánicos mencionados
son abortivos parte del tiempo y eso hace que su uso sea más grave todavía.
Obsérvese también como esta prohibición incluye también el rechazo de todo
uso antinatural del acto conyugal.

Al destruirle al acto conyugal su capacidad procreadora, la anticoncepción


separa este aspecto procreador del aspecto unitivo, como ya explicamos, y es
por tanto un acto malo en sí mismo (intrínsecamente malo). Es decir, es un
acto malo independientemente de la intención (por muy buena que sea) y de
las circunstancias, debido a que el significado unitivo y el significado
procreador son intrínsecos al acto conyugal, es decir, pertenecen a la
naturaleza misma del acto conyugal. Cuando se violan valores intrínsecos, se
cometen actos intrísecamente malos y cuando estos valores son muy
importantes (como lo son la unión conyugal y la procreación), el acto malo
cometido es intrínsecamente grave.

Esto quiere decir que si los esposos practican la anticoncepción sabiendo


plenamente que es algo grave y con plena intención de hacerlo, comenten un
pecado mortal y no pueden recibir la comunión ni alcanzar la salvación (en
caso de que mueran) sin confesarse antes. Dios es siempre infinitamente
compasivo y misericordioso, pero su compasión y misericordia actúan en
aquellos que humildemente reconocen su pecado, se arrepienten y recurren al
Sacramento de la Confesión.

Otra manera de entender el por qué de la inseparable conexión que debe ser
respetada entre el aspecto unitivo y el aspecto procreador del acto conyugal y
de la sexualidad humana, se basa en el hecho de que el hombre y la mujer
han sido creados a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:27). Ahora
bien, Dios es amor (1 Juan 4:8) y vida (Juan 14:6). En Él la vida y el amor
están completamente unidos. Es más, son una misma cosa con Dios. Si los
esposos quieren verdaderamente reflejar la imagen de Dios en ellos y en su
relación matrimonial, entonces deben respetar siempre esa inseparabilidad
entre el amor y la vida, que esencial al Ser Divino.

VI. La licitud de los métodos naturales. Respuestas a algunas objeciones


(número 16)

Aquí la Humanae vitae responde a algunas objeciones. La primera es la que


alega que no hay diferencia entre la planificación natural de la familia y la
anticoncepción, ya que las dos buscan espaciar los nacimientos.

Eso no es verdad. Recordemos el ejemplo que dimos de las dos personas que
querían obtener un automóvil. El objetivo era el mismo, pero los medios no:
uno era malo y el otro bueno. Y los dos tienen que ser buenos: el objetivo que
se persigue (es decir, la intención) y el medio por el cual se consigue. De
nuevo, el fin (el objetivo) no justifica los medios.

Además, los métodos naturales no le destruyen a ningún acto conyugal su


natural capacidad procreadora, como sí lo hace la anticoncepción. Por medio
de los métodos naturales los esposos utilizan lo que Dios ya ha creado: los
tiempos de fecundidad y de infecundidad en el ciclo femenino, para espaciar
los nacimientos. Actuando así se comportan, no como árbitros, sino como
administradores de la Creación de Dios.

Además, los métodos naturales hacen que los esposos se comuniquen más,
desarrollen el amor cristiano y no se traten el uno al otro como objetos
sexuales, especialmente a la mujer, que es la que la mayor parte de las veces
utiliza los dañinos anticonceptivos para estar siempre disponible para el
hombre. Si el hombre aprende a controlarse al utilizar los métodos naturales,
aprenderá a respetar más a su esposa y a ser fiel al matrimonio, y las
relaciones conyugales se verán enriquecidas en calidad. Al mismo tiempo la
responsabilidad por la planificación de la familia será de ambos y no sólo de
uno de los dos (casi siempre de la mujer). En verdad la diferencia es más
grande de lo que se cree, pues no se trata de dos tipos diferentes de técnicas,
sino de dos modos diferentes de ver y de vivir el matrimonio5.
Sin embargo, si se utiliza la planificación natural de la familia por motivos
egoístas, entonces sí se convierte en otra técnica más de anticoncepción, pero
por razón de la mala intención y no del acto en sí. Mientras que la
anticoncepción es siempre grave en sí misma (intrínsecamente grave) y
ninguna intención ni circunstancia la puede justificar. Por eso es que ninguna
persona (ni médico, sacerdote, obispo o papa) puede "dar permiso" para
utilizar anticonceptivos, esterilizarse, practicarse un aborto o usar
antinaturalmente el acto conyugal. El Papa Juan Pablo II ha confirmado la
maldad de este tipo de "consejo" en años recientes6. Además, esta enseñanza
sobre la prohibición de la anticoncepción viene de Dios y ni siquiera la Iglesia
la puede cambiar.

Por eso es que en este mismo número la Humanae vitae también rechaza otra
objeción que alega que se pueden utilizar anticonceptivos como un "mal
menor" dentro de la totalidad de las relaciones conyugales, la mayoría de las
cuales estarían abiertas a la vida. Pero la anticoncepción no es un "mal
menor", sino un un mal en sí mismo.

Un mal menor es un efecto malo de una acción que es buena (o al menos


neutral) que se realiza para buscar un bien mayor no teniendo otra
alternativa. Un ejemplo de esto sería el dar un medicamento para curar un
problema serio en el aparato reproductor de la mujer, cuyo medicamento
tuviera un efecto secundario anticonceptivo (pero nunca abortivo, ni tampoco
dañino para la mujer o su bebé, en caso de que hubiera un embarazo). Este
caso no es una excepción a la norma que prohibe la anticoncepción (la cual no
tiene excepciones), sino una situación completamente distinta, ya que en este
caso la anticoncepción no es el medio para obtener la curación, sino un efecto
malo colateral no deseado que se tolera en razón de un bien mayor y porque
no se tiene otra alternativa.

La objeción mencionada también alega que no importa si en algunos actos


conyugales se usan anticonceptivos, ya que el resto de la totalidad de esos
actos está abierta a la vida y esa totalidad es la que les da valor moral a todos
los actos conyugales que la componen. Pero eso es falso, porque es la
totalidad la que está compuesta por cada uno de los actos conyugales y no al
revés. Y si algunos de esos actos son malos, esos actos no pueden hacerse
buenos por el resto de los actos conyugales en los que no se usaron
anticonceptivos. Los actos sexuales en que sí se usaron anticonceptivos
permanecen siendo malos. Cada acto conyugal tiene su propia valoración
moral, ya que en cada acto conyugal están en juego los valores de la unión
conyugal y de la procreación.

VII. La Humanae vitae, una Encíclica profética (número 17)

En este número la Humanae vitae predice cuatro consecuencias malas que se


seguirían de no acatar su enseñanza. Lamentablemente estas cuatro
predicciones se han cumplido al pie de la letra, porque mucha gente no le hizo
caso al Papa Pablo VI. He aquí las cuatro predicciones:

1. La infidelidad y la degradación general de la moralidad han aumentado. Las


estadísticas de los últimos 30 años confirman este aumento y, además,
arrojan un aumento aterrador de la tasa de divorcios, con todas las secuelas
que eso trae. Si antes un embarazo fuera del matrimonio servía de freno a la
infidelidad, ahora esa barrera se ha derrumbado.

2. La promiscuidad juvenil y consecuentemente los embarazos fuera del


matrimonio, los abortos y los casos de enfermedades de transmisión sexual,
incluyendo el SIDA, han aumentado drásticamente. La "educación"sexual que
durante los últimos 30 años, sutil o no tan sutilmente, ha puesto a los jóvenes
en conocimiento de los anticonceptivos, alegando que su objetivo es impedir
esos problemas, ha fracaso totalmente, siendo culpable de su propio fracaso
al incitar a los jóvenes a la promiscuidad y a confiarse en preservativos y en
dañinos y (a veces abortivos) fármacos y dispositivos que tampoco son
efectivos todo el tiempo.

3. Con la disponibilidad de los anticonceptivos, el hombre le ha perdido el


respeto a la mujer, ya que ésta es quien los usa la mayor parte del tiempo y la
que sufre sus dañinos efectos (físicos y psicológicos) para estar disponible
para el hombre, con la posibilidad de convertirse así en un objeto sexual.

4. Ciertos gobiernos e instituciones poderosas están utilizando la


esterilización y los anticonceptivos (incluyendo los que son abortivos) para
llevar a cabo programas genocidas de control demográfico, sobre todo en los
países en desarrollo. Incluso, condicionan la ayuda económica a estos países
a la aceptación de estos programas.

Peor aún, se han utilizado mecanismos de presión para obligar a los


matrimonios a reducir sus familias. El caso paradigmático es la China, donde
el gobierno le ha impuesto al pueblo una infame política de un solo hijo por
familia y de abortos y esterilizaciones forzosas.

El resultado de todo este imperialismo demográfico ha sido devastador: más


de 50 millones de abortos al año en el mundo (sin contar los cientos de
millones más causados por los anticonceptivos abortivos) y tasas de natalidad
por debajo del reemplazo, con nefastas consecuencias socioeconómicas a
nivel nacional e internacional.

No hay duda, una de las enseñanzas de la Humanae vitae que más demuestra
que la misma tenía toda la razón, es este número 17.

VIII. Directrices pastorales (números 19-30)

En esta parte la Humanae vitae da una serie de directrices pastorales para


ayudar a la gente a ser fiel a esta enseñanza.

A los matrimonios les ofrece la gracia de Dios a través de la oración y los


sacramentos, les dice que enseñen a otros matrimonios esta doctrina y les
recomienda que se animen unos a otros en su cumplimiento.

A los gobernantes y educadores les pide que creen un ambiente favorable a la


moral y a la castidad.

A los científicos, a los médicos y a otros profesionales de la salud les pide que
pongan la ciencia al servicio de la verdad y del verdadero bien del matrimonio
y la familia.
A los sacerdotes les dice que sean fieles en la enseñanza de esta doctrina.
Lamentablemente, debido a la disensión de no pocos teólogos, hay laicos y
sacerdotes que han aconsejado mal a la gente y esto, junto a la propaganda a
favor de la anticoncepción, ha dado como resultado que muchos matrimonios
hayan caído en este grave pecado. Pero gracias a Dios también hay laicos y
sacerdotes fieles que sí están enseñando la verdad y ayudando a los
matrimonios a vivirla.

Finalmente, a los obispos les dice que "consideren esta misión como una de
vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual".Y les pide que
organicen la pastoral de tal manera que se facilite la fidelidad a la doctrina de
la Iglesia. Esto incluye, por supuesto, la enseñanza de los métodos naturales
a las parejas próximas a casarse o que ya están casadas y que tienen motivos
graves para espaciar los nacimientos.

IX. Conclusión (número 31)

Esta bella Encíclica termina en el número 31 con la despedida y la bendición


del Santo Padre el Papa Pablo VI, el autor de este valiente y maravilloso
documento.

Notas: 1. El control demográfico y el aborto, Miami: Vida Humana


Internacional (VHI), 1997. Totalmente documentado. 2. Véanse Mateo 16:13-
19; 18:18; 28:19-20; Lucas 10:16 y 1 Timoteo 3:15. 3. La anticoncepción y el
aborto, Miami: VHI, 1997. Totalmente documentado. 4. Métodos naturales de
planificación de la familia, Miami: VHI, 1997. 5. Juan Pablo II, Exhortación
apostólica Familiaris consortio sobre la misión de la familia en el mundo
actual, 22 de noviembre de 1981, número 32. 6. Esto lo ha hecho en por lo
menos dos discursos, ambos citados en Padre Matthew Habiger, OSB, STD,
¿Es pecado la anticoncepción?, Miami: VHI, 1994.
a Educación en el Documento de Aparecida (6.4.6)
Visto 8416 veces

328. América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto,
las nuevas reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas
exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la
adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya
que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el
mercado.

Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a
una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su
espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la
felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres
que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz
y del futuro de la sociedad190.

329. Ante esta situación, fortaleciendo la estrecha colaboración con los padres de familia y
pensando en una educación de calidad a la que tienen derecho, sin distinción, todos los alumnos y
alumnas de nuestros pueblos, es necesario insistir en el auténtico fin de toda escuela. Ella está
llamada a transformarse, ante todo, en lugar privilegiado de formación y promoción integral,
mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura, cosa que logra mediante un encuentro
vivo y vital con el patrimonio cultural. Esto supone que tal encuentro se realice en la escuela en
forma de elaboración, es decir, confrontando e insertando los valores perennes en el contexto
actual. En realidad, la cultura, para ser educativa, debe insertarse en los problemas del tiempo en
el que se desarrolla la vida del joven. De esta manera, las distintas disciplinas han de presentar no
sólo un saber por adquirir, sino también valores por asimilar y verdades por descubrir.

330. Constituye una responsabilidad estricta de la escuela, en cuanto institución educativa, poner
de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de activar el
dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona
a la psicológica. Pero, no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de
los cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre. Aun en el ámbito de la educación,
se manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el
peligro de responder a aspiraciones transitorias y superficiales, y de perder de vista las exigencias
más profundas del mundo contemporáneo (EC 30). La educación humaniza y personaliza al ser
humano cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo
fructificar en hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real.
De esta manera, el ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y
construye la historia191.
6.4.6.1 Los centros educativos católicos
331. La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la
relación entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en que las
personas viven, actúan y se relacionan entre sí. Así, procura transformar mediante la fuerza del
Evangelio los criteriosde juicio, los valores determinantes, los puntos deinterés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradorasy los modelos de vida de la humanidad que estánen
contraste con la Palabra de Dios y el designio desalvación 192.

332. Cuando hablamos de una educación cristiana, por tanto, entendemos que el maestro educa
hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida
nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo. Hay
muchos valores, pero estos valores nunca están solos, siempre forman una constelación ordenada
explícita o implícitamente. Si la ordenación tiene como fundamento y término a Cristo, entonces
esta educación está recapitulando todo en Cristo y es una verdadera educación cristiana; si no,
puede hablar de Cristo, pero corre el riesgo de no ser cristiana193.

333. Se produce, de este modo, una compenetración entre los dos aspectos. Lo cual significa que
no se concibe que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento y
esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia; ni tampoco que pueda
pensarse en una promoción verdadera y plena del ser humano sin abrirlo a Dios y anunciarle a
Jesucristo 194.

334. La Iglesia está llamada a promover en sus escuelas una educación centrada en la persona
humana que es capaz de vivir en la comunidad, aportando lo suyo para su bien. Ante el hecho de
que muchos se encuentran excluidos, la Iglesia deberá impulsar una educación de calidad para
todos, formal y no-formal, especialmente para los más pobres. Educación que ofrezca a los niños,
a los jóvenes y a los adultos el encuentro con los valores culturales del propio país, descubriendo o
integrando en ellos la dimensión religiosa y trascendente. Para ello, necesitamos una pastoral de la
educación dinámica y que acompañe los procesos educativos, que sea voz que legitime y
salvaguarde la libertad de educación ante el Estado y el derecho a una educación de calidad de los
más desposeídos.

335. De este modo, estamos en condiciones de afirmar que en el proyecto educativo de la escuela
católica, Cristo, el Hombre perfecto, es el fundamento, en quien todos los valores humanos
encuentran su plena realización, y de ahí su unidad. Él revela y promueve el sentido nuevo de la
existencia y la transforma, capacitando al hombre y a la mujer para vivir de manera divina; es decir,
para pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su
vida. Precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros de la
comunidad escolar, a la visión cristiana –aunque sea en grado diverso, y respetando la libertad de
conciencia y religiosa de los no cristianos presentes en ella– la educación es “católica”, ya que los
principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y, al
mismo tiempo, en metas finales. Éste es el carácter específicamente católico de la educación.
Jesucristo, pues, eleva y ennoblece a la persona humana, da valor a su existencia y constituye el
perfecto ejemplo de vida. Es la mejor noticia, propuesta a los jóvenes por los centros de formación
católica 195.

336. Por lo tanto, la meta que la escuela católica se propone, respecto de los niños y jóvenes, es la
de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor
misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, y, así, a la vivencia de la alianza con Dios y con
los hombres. Lo hace, colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo
a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia, al hacerse
progresivamente explícita e interiorizada, le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la
vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña, y a vivir
en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Por la fecundidad misteriosa de esta referencia,
la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el
significado último de su vida.
Situada en la Iglesia, comunidad de creyentes, logra con libertad vivir intensamente la fe,
anunciarla y celebrarla con alegría en la realidad de cada día. Como consecuencia, maduran y
resultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a
respetar y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en el servicio a
los demás para la transformación de la sociedad.

337. La Escuela católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la identidad
católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y audaz, de
modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la educación participativa.
Dichos proyectos deben promover la formación integral de la persona teniendo su fundamento en
Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además, han de generar
solidaridad y caridad con los más pobres. El acompañamiento de los procesos educativos, la
participación en ellos de los padres de familia, y la formación de docentes, son tareas prioritarias
de la pastoral educativa.

338. Se propone que la educación en la fe en las instituciones católicas sea integral y transversal
en todo el currículum, teniendo en cuenta el proceso de formación para encontrar a Cristo y para
vivir como discípulos y misioneros suyos, e insertando en ella verdaderos procesos de iniciación
cristiana. Asimismo, se recomienda que la comunidad educativa, (directivos, maestros, personal
administrativo, alumnos, padres de familia, etc.) en cuanto auténtica comunidad eclesial y centro
de evangelización, asuma su rol de formadora de discípulos y misioneros en todos sus
estamentos. Que, desde allí, en comunión con la comunidad cristiana, que es su matriz, promueva
un servicio pastoral en el sector en que se inserta, especialmente de los jóvenes, la familia, la
catequesis y promoción humana de los más pobres. Estos objetivos son esenciales en los
procesos de admisión de alumnos, sus familias y la contratación de los docentes.

339. Un principio irrenunciable para la Iglesia es la libertad de enseñanza. El amplio ejercicio del
derecho a la educación, reclama a su vez, como condición para su auténtica realización, la plena
libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación de sus hijos que consideren más
conforme a los valores que ellos más estiman y que consideran indispensables. Por el hecho de
haberles dado la vida, los padres asumieron la responsabilidad de ofrecer a sus hijos condiciones
favorables para su crecimiento y la grave obligación de educarlos. La sociedad ha de reconocerlos
como los primeros y principales educadores. El deber de la educación familiar, como primera
escuela de virtudes sociales, es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Este principio es irrenunciable.

340. Este intransferible derecho, que implica una obligación y que expresa la libertad de la familia
en el ámbito de la educación, por su significado y alcance, ha de ser decididamente garantizado
por el Estado. Por esta razón, el poder público, al que compete la protección y la defensa de las
libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe distribuir las ayudas
públicas –que provienen de los impuestos de todos los ciudadanos– de tal manera que la totalidad
de los padres, al margen de su condición social, pueda escoger, según su conciencia, en medio de
una pluralidad de proyectos educativos, las escuelas adecuadas para sus hijos. Ese es el valor
fundamental y la naturaleza jurídica que fundamenta la subvención escolar. Por lo tanto, a ningún
sector educacional, ni siquiera al propio Estado, se le puede otorgar la facultad de concederse el
privilegio y la exclusividad de la educación de los más pobres, sin menoscabar con ello importantes
derechos. De este modo, se promueven derechos naturales de la persona humana, la convivencia
pacífica de los ciudadanos y el progreso de todos.

346. Esta V Conferencia agradece el invaluable servicio que las diversas instituciones de
educación católica prestan en la promoción humana y de evangelización de las nuevas
generaciones, como su aporte a la cultura de nuestros pueblos, y alienta a las diócesis,
congregaciones religiosas y organizaciones de laicos católicos que mantienen escuelas,
universidades, institutos de educación superior y de capacitación no formal, a proseguir
incansablemente en su abnegada e insustituible misión apostólica.

10.2 LA EDUCACIÓN COMO BIEN PÚBLICO


481. Anteriormente, nos referimos a la educación católica, pero, como pastores, no podemos
ignorar la misión del Estado en el campo educativo, velando de un modo particular por la
educación de los niños y jóvenes. Estos centros educativos no deberían ignorar que la apertura a
la trascendencia es una dimensión de la vida humana, por lo cual la formación integral de las
personas reclama la inclusión de contenidos religiosos.

482. La Iglesia cree que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a
apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a
que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que
gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, procurar que la juventud nunca se vea
privada de este sagrado derecho.

483. Ante las dificultades que encontramos al respecto en varios países, queremos empeñarnos en
la formación religiosa de los fieles que asisten a las escuelas públicas de gestión estatal,
procurando acompañarlos también a través de otras instancias formativas en nuestras parroquias y
diócesis. Al mismo tiempo, agradecemos la dedicación de los profesores de religión en las
escuelas públicas y los animamos en esta tarea. Los estimulamos para que impulsen una
capacitación doctrinal y pedagógica. Agradecemos también a quienes, por la oración y la vida
comunitaria, se esfuerzan por ser testimonio de fe y de coherencia en estas escuelas.

190 FC 36-38; JUAN PABLO II, Carta a la Familias, 13, 2 de febrero de 1994; Pontificio Consejo
para la Familia, Carta de los derechos de la familia, Art. 5c, 22 de octubre de 1983; Pontificio
Consejo para la Familia, Sexualidad humana, verdad y significado, Orientaciones educativas en
familia,
8 de diciembre de 1995.
191 DP1025.
192 EN 19.
193 SD 265.
194 Cf. Iuvenum Patris. Carta Apostólica de Juan Pablo II en el centenario de la muerte de san
Juan Bosco, 10.
195 Congregación para la Educación Católica, La Escuela Católica, n. 34.
EDUCACIÓN CATÓLICA
NDC

SUMARIO: I. Varios sentidos del término. II. El pensamiento de


la Iglesia sobre educación: 1. Caracteres de toda educación; 2.
El derecho a la educación; 3. El derecho al pluralismo
educativo. III. Los ámbitos de la educación católica: 1. La
educación familiar; 2. La escuela católica; 3. La catequesis de
la comunidad cristiana. IV. Dimensiones de la educación
católica. V. Algunos desafíos a la educación católica: 1. El
mundo de los pobres y marginados; 2. La cultura posmodema y
sus caracteres; 3. La increencia y la indiferencia religiosas; 4.
La ecología y la promoción de la vida; 5. El pluralismo
sociocultural y religioso.

I. Varios sentidos del término

El término educación católica es susceptible de ser


interpretado según diversos significados. Así, podemos
entender como educación católica, ya el pensamiento o la
doctrina de la Iglesia católica acerca de la educación, ya las
instituciones educativas de la Iglesia. Pero también podemos
referirnos a la educación católica como a la actividad que
realiza la Iglesia para formar a sus propios fieles: en este caso
habría que distinguir entre la educación como proceso de
iniciación en la fe o catequesis y la educación cristiana
entendida como proceso educativo global a partir de una visión
cristiana de la persona y del mundo. Especial significación
adquieren en este campo los centros superiores de educación
y de enseñanza de la Iglesia en los cuales se pretende, por
una parte, la investigación y la divulgación del mensaje de la fe
y, por otra, lá búsqueda de la verdad de las ciencias y de la
cultura. Finalmente podemos entender también como
educación católica aquel tipo de acción pedagógica que es
realizado por la Iglesia en ámbitos no escolares o académicos;
en este caso se puede hablar de una educación católica
realizada a través de los medios de comunicación social, a
través de la acción de los educadores de calle o, finalmente, a
través de obras específicas en los campos de la marginación,
de la promoción sociocultural...

II. El pensamiento de la Iglesia sobre educación

La vinculación de la Iglesia a la educación es una realidad que


nace casi con los orígenes de la propia Iglesia. En efecto, ya
desde los primeros siglos la Iglesia establece un período de
educación en la fe —el catecumenado—, cuya misión consistía
en provocar un cambio radical de la persona y en
convertirlaa una realidad nueva y, por lo mismo, en una
realidad nueva. Desde entonces la relación entre Iglesia y
educación ha sido una constante que ha tenido su expresión
en una triple vertiente: 1) su teología de la educación, es decir,
su doctrina educativa acerca de lo que es y de lo que debe ser
la persona; 2) supraxis educativa propia, es decir, el proceso
educador de la fe, ya en el seno familiar, ya en la comunidad
de fe, y, finalmente, 3) sus instituciones educativas, que
pretenden educar a la persona entera, en un proceso en el que
se unen los saberes, la cultura y la fe.

Ante todo, la Iglesia católica expresa el pensamiento sobre lo


que debe ser la educación, como derecho fundamental de la
persona humana: «todos los hombres, de cualquier raza,
condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen
derecho inalienable a una educación que responda al propio
fin...» (GE 1). Educación que, para ser verdadera, ha de
proponerse la formación integral de la persona, de manera que
cada niño, adolescente o joven desarrolle «armónicamente sus
condiciones físicas, morales e intelectuales» (GE 1).

1. CARACTERES DE TODA EDUCACIÓN. Acabamos de


referirnos tanto al derecho de la persona a ser educada como
al carácter integral de la misma; pero también son apreciadas
otras dimensiones; así, la educación ha de promover «la
formación de la persona humana en orden a su fin último y al
bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en
cuyas responsabilidades participará cuando llegue a ser
adulto» (GE 1); la educación, por tanto, tiene una clara
proyección social: «hay que prepararlos, además, para
participar en la vida social, de modo que... puedan adscribirse
activamente a los diversos grupos de la sociedad humana,
estén dispuestos para el diálogo con lot demás y presten su
colaboración de buen grado al logro del bien común» (GE 1).
Una educación que ha de abarcar también la dimensión sexual
de la persona, la conciencia moral y la apertura a la dimensión
religiosa, a Dios.

2. EL DERECHO A LA EDUCACIÓN. La Iglesia destaca


reiteradamente esta última dimensión y subraya el derecho de
los padres de familia, primeros responsables de la educación
de sus hijos, a elegir el tipo de educación que deseen para
ellos, especialmente en las primeras edades de la vida; en este
sentido, la Iglesia suscribe los textos y declaraciones que
fundan el derecho de las personas a su educación y que
formulan algunos de los caracteres esenciales de la misma,
como, por ejemplo, el art. 26,3 de la Declaración universal de
los derechos humanos. Al mismo tiempo recuerda a los
poderes públicos el deber correspondiente al derecho de los
padres: «el Estado está obligado a conseguir que el tipo de
educación que se imparte en los centros estatales respete los
derechos de los alumnos y de los padres de familia, sobre todo
en lo que se refiere al sentido de la vida humana y a los valores
morales y religiosos»1.

2. EL DERECHO AL PLURALISMO EDUCATIVO. De igual


modo hay que resaltar en el pensamiento de la Iglesia la
exigencia del derecho al pluralismo educativo. Frente a un
monopolio de la educación por parte de los estados modernos,
la Iglesia mantiene con firmeza el pluralismo escolar como «la
coexistencia y –en cuanto sea posible– la cooperación de las
diversas instituciones escolares, que permitan a los jóvenes
formarse criterios de valoración fundados en una específica
concepción del mundo, prepararse activamente en la
construcción de una comunidad y, por medio de ella, en la
construcción de la sociedad» (EC 13). Dentro de este
pluralismo educativo la Iglesia ofrece su propio proyecto como
una «aportación original en favor del verdadero progreso y de
la formación integral del hombre» (EC 15).

III. Los ámbitos de la educación católica


1. LA EDUCACIÓN FAMILIAR. La familia es el ámbito natural
de la educación católica. Considerada desde los primeros
siglos del cristianismo como unaIglesia doméstica, la familia
asume como tarea y deber irrenunciables la educación de sus
hijos. Los padres, principales educadores de sus hijos (CCE
1653) se responsabilizan de la creación, en el hogar
doméstico, de un ambiente humano y cristiano cuya riqueza
sea capaz de promover el desarrollo, desde el inicio, de una
personalidad armónica, ambiente acogedor «donde la ternura,
el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado
son norma» (CCE 2223), en una escuela de virtudes o, en
expresión del Vaticano II, en escuela del más rico
humanismo (GS 52). Además, esa Iglesia doméstica se torna
en ámbito específico de educación de la fe cristiana, pues «los
padres han de ser para sus hijos los primeros educadores de la
fe con su palabra y con su ejemplo...» (LG 11). Por eso, la
primera catequización ha de realizarse en el seno familiar,
aunque luego esa labor sea secundada por la comunidad
eclesial.

Pero la responsabilidad de la familia en la educación católica


de sus hijos tiene también otras dimensiones: dicha educación
se realiza de manera continuada y con un carácter
de integralidad en las escuelas católicas. De ahí la
responsabilidad familiar en este campo.

Además de gozar de la libertad de elección de centros


educativos, los padres católicos tienen el deber de confiar la
educación de sus hijos a las escuelas en las que se imparte
una educación católica; pero si esto no fuera posible, «tienen la
obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice
la debida educación católica» (CIC 798). De modo parecido,
aunque con ciertos matices, es retomada esta idea del Código
por el Catecismo de la Iglesia católica al afirmar: «los padres,
como primeros responsables de la educación de sus hijos,
tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que
corresponda a sus propias convicciones (cf GE 6). Los poderes
públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los
padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio»
(CCE 2229).
Pero la educación católica que ha de ejercer la familia es
propia e irrenunciable (cf CCE 2221). Por eso, aunque confíe
sus hijos a la comunidad parroquial o a la escuela católica, el
hogar debe seguir siendo ámbito permanente de educación,
especialmente en los años difíciles de la adolescencia y de la
juventud (cf CCE 2226).

2. LA ESCUELA CATÓLICA. Pero la educación católica tiene,


además, otro ámbito de expresión y de realización, que
llamamos escuela católica o escuela cristiana; es esta un
ámbito en el que se manifiesta sobre todo «la presencia de la
Iglesia en la tarea de la enseñanza» (GE 8).

Ya hemos hecho alusión a la constante reivindicación, por


parte de la Iglesia, del derecho al pluralismo escolar. El interés
de la Iglesia por la escuela católica es equivalente al interés
por una forma de educación que jamás abandonó. Y esa forma
de ejercer la educación católica, aunque vinculada a la familia y
a la comunidad parroquial, presenta unos caracteres que la
tornan diferente de la educación familiar o parroquial.

a) Como la familia, la escuela católica favorece la creación de


un ambiente, que el Vaticano II definió como impregnado de
libertad y de caridad, y que se especifica en la comunidad
educativa en la que, movidos por la fe cristiana, todos sus
miembros, especialmente los alumnos, se sienten
«copartícipes y responsables como verdaderos protagonistas y
sujetos activos del proceso educativo» (DRE 32).

b) Como en la familia, la educación católica que proporciona la


escuela está íntimamente unida al único proceso de
maduración de la personalidad del niño y del adolescente, y es
a través de ese proceso, vivido día a día, como se logra unir la
educación humana con la educación de la fe, de modo que
ambas realidades se unan en un solo proceso educativo.

c) Pero la escuela católica presenta otros rasgos que la hacen


una institución educativa singular y única: en ella se realiza la
unidad, la integración y el diálogo entre la cultura y la fe
cristiana. En este aspecto «la escuela católica encuentra su
verdadera justificación en la misión misma de la Iglesia; se
basa en un proyecto educativo en el que se funden
armónicamente fe, cultura y vida...» (DRE 34). Esta integración
entre cultura y fe es una tarea que la Iglesia reclama en el
mundo de la educación y con la que pretende responder a uno
de los mayores retos de nuestro tiempo: «la ruptura entre el
evangelio y la cultura es el drama de nuestro tiempo», afirmó
Pablo VI (EN 20); y Juan Pablo II reclama la aproximación
entre la fe y la razón como una de las exigencias de la nueva
evangelización (cf FR 103). Dicha integración o diálogo se
realiza en el conjunto de la educación católica que proporciona
la escuela, pero especialmente a través de la enseñanza
religiosa.

3. LA CATEQUESIS DE LA COMUNIDAD CRISTIANA.


Podemos entender también la catequesis como una expresión
de la educación católica, aunque en el lenguaje habitual se
establezca diferencia entre la catequesis de la comunidad y la
educación llevada a cabo en otras instituciones eclesiales.
Pero en la catequesis, la Iglesia lleva a cabo la educación de la
fe de los creyentes a través de un proceso, que consiste
fundamentalmente en una iniciación —en el conocimiento de
Cristo y de la historia de la salvación, en la vida evangélica, en
la experiencia cristiana y en la celebración litúrgica y en el
compromiso apostólico2—y que tiende a la incorporación de los
fieles a la vida de la comunidad eclesial.

IV. Dimensiones de la educación católica

a) Un solo proceso que integra lo humano y la fe. La educación


católica asume la dimensión humana de la persona y el
desarrollo de la personalidad como elemento fundamental. La
educación católica parte de la naturaleza humana y pretende el
desarrollo integral de la persona. Objetivos prioritarios son, por
tanto, el desarrollo de las capacidades humanas, la educación
de actitudes y de experiencias humanas fundamentales y la
propuesta de valores que posibiliten la madurez personal y el
desarrollo de la opción fundamental del alumno (cf GE 1).

Pero, ciertamente, la educación católica «no persigue


solamente la madurez de la persona humana..., sino que
busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más
conscientes cada día del don recibido de la fe» (GE 2). Así
pues, «en la persona humana se injerta el modelo cristiano,
inspirado en la persona de Cristo. Este modelo, acogiendo los
esquemas de la educación humana, los enriquece de dones,
virtudes, valores y vocaciones de orden sobrenatural» (DRE
63). Se trata, por tanto, de un proceso unido al desarrollo de la
propia persona, pero que integra dos realidades: la educación
humana y la educación de la fe. Este proceso de la educación
católica puede ser definido «como un conjunto orgánico de
factores orientados a promover una evolución gradual de todas
las facultades del alumno, de modo que pueda conseguir una
educación completa en el marco de la dimensión religiosa
cristiana, con el auxilio de la gracia» (DRE 99). Y se trata,
como decimos, de un proceso único, no de «dos recorridos
diversos o paralelos, sino en concordancia de factores
educativos, unidos en la intención de los educadores y en la
libre cooperación de los alumnos» (DRE 98).

b) Una educación cristocéntrica. La educación católica tiene su


centro y su raíz en Cristo, Hijo de Dios y hermano de los
hombres, en su persona, en su mensaje y en su misterio
salvador, y hace de los valores evangélicos la norma
fundamental de su proceso educador. Una educación es
católica «porque los principios evangélicos se convierten para
ella en normas educativas, motivaciones interiores y al mismo
tiempo metas finales» (EC 34).

El objetivo de toda educación cristiana es «alcanzar la madurez


cristiana» y «llegar a ser adultos en Cristo», pues «él revela y
promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma,
capacitando al hombre a vivir de manera divina, es decir, a
pensar, querer y actuar según el evangelio, haciendo de las
bienaventuranzas la norma de su vida» (EC 34). En este texto
se destacan tres dimensiones esenciales del ser
humano pensar, querer y actuar—, que son expresión de la
realidad cognoscitiva, afectiva y volitiva/activa de la persona, y
que muestran la totalidad del ser humano, arraigado en la
persona de Cristo e influido por su mensaje salvador. De ahí
que todo proyecto educativo católico haya de «promover al
hombre integral, porque en Cristo, el hombre perfecto, todos
los valores humanos encuentran su plena realización» (EC 35).
c) Una educación comunitaria y eclesial. La fe cristiana es
esencialmente comunitaria; por eso, la educación católica
educa desde la experiencia de la comunidad y para la vivencia
de lo comunitario. Este carácter comunitario significa que, en el
proceso educativo, se promueve una intensa experiencia
comunitaria, se descubre la realidad de la Iglesia, comunidad
de creyentes, y se logra un profundo sentido eclesial. Pero la
educación comunitaria significa también el desarrollo de la
dimensión fraterna de la persona, la projimidad y la solidaridad
con los hombres, hijos de Dios y hermanos entre sí.

d) Conocimiento integral de las realidades de la fe. La


educación católica trata de introducir a los educandos en la
realidad nueva de la historia de la salvación y en el misterio de
Dios. Otra de sus características será la de promover el
conocimiento y la vivencia de la realidad religiosa,
profundamente arraigada en la intimidad de la persona, pero
explicitada en la revelación de Dios a través de la historia de la
salvación. Esta dimensión exige una educación que fomente el
conocimiento de las verdades de la fe, del saber integral de la
fe, a partir de la formulación de la Iglesia. En este sentido, la
educación católica promoverá el conocimiento orgánico del
hecho y del mensaje cristianos y de la vida y el mensaje
cristianos (cf DRE 74ss., 82ss). Esta dimensión cognoscitiva no
significa una educación que fomente sólo el conocimiento de
las verdades de la fe cristiana, ya que esta es una fe histórica,
fundada en hechos de salvación que afectan a la persona
entera del creyente.

e) Dimensión moral de la educación católica. Desde la fe


cristiana se trata de formar la recta conciencia de la persona
del creyente, de fomentar el respeto y el cumplimiento de las
leyes y de aceptar libre y conscientemente las exigencias
éticas propias de todo ciudadano en aras de una convivencia
social y civil. Pero la educación católica fomenta también la
búsqueda de un sentido moral de la vida entera, derivado del
centro y de la raíz de la vida cristiana: Cristo; por eso la
dimensión moral implica «formar al cristiano en las virtudes que
configuran con Cristo, su modelo, y le permiten colaborar en la
edificación del reino de Dios» (EC 34).
f) Comprometida con la realidad. El cristiano, enraizado en la
persona y en el mensaje de Jesús, vive su vida encarnado en
la realidad social, y participa de todas las dimensiones de la
misma. Un objetivo esencial de la educación católica consiste
en ayudar al educando a conocer la realidad humana y social,
a comprender el funcionamiento de las estructuras culturales,
económicas y políticas, y a valorarlas críticamente a la luz de la
fe católica, arraigada en el evangelio y expresada también en
la doctrina social de la Iglesia.

Este conocimiento y esta capacidad crítica, educados desde la


fe, han de mover a los educandos creyentes a comprometerse
en las realidades humanas, a promover los valores
fundamentales del Reino —ya que «amor, justicia, libertad y
paz son el santo y seña cristiano de la nueva humanidad»
(DRE 89)— y a luchar por la emergencia y la consolidación de
una sociedad nueva, alternativa. Realidad nueva que habrá de
superar los obstáculos del mal, del pecado, radique este en el
corazón del hombre o arraigue en las estructuras de pecado de
la sociedad.

g) Integrada con la cultura. Un ámbito de especial interés lo


constituye el mundo de la cultura. La educación católica tratará
de promover una aceptación y una acogida positiva de la
cultura contemporánea. Lejos de fomentar una educación
religiosa distanciada, reticente o sospechosa en relación con la
cultura de nuestro tiempo, la educación católica procurará, por
una parte, la asunción de todo lo positivo de la cultura
contemporánea, en sus expresiones y realizaciones; por otra,
tratará de encarnar la fe en la propia cultura (sin olvidar el
conocimiento de la cultura del pasado y del influjo de la fe
cristiana en ella) y de dejarse interpelar, como creyente, por los
desafíos y cuestiones que plantea la cultura de hoy; además, el
católico será educado en un sentido crítico de la cultura que
recibe, sobre todo de los medios de comunicación social,
aprendiendo a valorarla desde la fe; finalmente, será animado y
entrenado a participar, como creyente, en la creación, difusión
y expresión de las diversas formas de vida cultural.

h) Dialogante con otras cosmovisiones. Finalmente, es


necesario subrayar el hecho de que la fe cristiana no constituye
un todo cerrado. El cristianismo convive con otras
cosmovisiones, con otros modos de comprender la vida y el
mundo. Y, de igual modo, el cristiano se encontrará cada vez
más en proximidad con miembros de otras religiones, que son
expresiones, a su vez, de la única verdad de Dios. La
educación católica ha de fomentar el diálogo con todas
aquellas personas, grupos e instituciones que profesan una
visión de la realidad diferente de la suya, que tienen otras
respuestas a la pregunta por el sentido de la vida o que
profesan otra religión. La educación a la apertura, la
comprensión y el diálogo con el mundo no creyente –o no
cristiano— es un imperativo de su mismo ser católico, es decir,
universal. Una educación católica ha de ser ecuménica y, en
este sentido, mostrarse, desde la firmeza de sus convicciones,
abierta, respetuosa, dialogante y fraterna, también con las
otras confesiones no católicas.

V. Algunos desafíos a la educación católica

La educación católica ha sido, en ocasiones, criticada por su


carácter más o menos cerrado, por ofrecer una cosmovisión
demasiado centrada en las verdades y en los dogmas
católicos, restringida a su mundo eclesial o eclesiástico y poco
dada a la confrontación y al diálogo con las realidades del
mundo secular. Los caracteres anteriormente expuestos
muestran que una educación católica ha de estar encarnada en
la realidad social y ha de preparar para vivir intensamente,
desde la fe católica, un compromiso con ella. Y esa
encarnación en la realidad mundana no ha de limitarse sólo al
presente, sino que ha de mirar también al futuro, ya presente
en alguna medida. Por tanto, parece necesario que la
educación católica tenga en cuenta algunos factores nuevos
que, presentes ya en la realidad social, actúan a modo de retos
o desafíos para todo creyente; con la Iglesia, el creyente
«prestará atención especial a los desafíos que la cultura lanza
a la fe» (DRE 52). ¿Cuáles son algunos de esos desafíos y
cómo educar para responder a ellos?

1. EL MUNDO DE LOS POBRES Y MARGINADOS. Una


educación que se funda en el mensaje y en la persona
de Jesús, no puede ser ajena a una realidad urgente y
clamorosa: el mundo de los pobres y de los marginados. La
realidad dolorosa de tantas personas y pueblos enteros
ultrajados en su dignidad más elemental, sometidos a la
esclavitud de la ignorancia, víctimas del hambre, de la pobreza
y de las enfermedades, provoca una situación de injusticia
radical, que actúa no sólo como recordatorio permanente de
una de las exigencias cristianas fundamentales, sino que
ofrece un vivo contraste con el estilo de vida, consumista,
liberal y burgués, que caracteriza a muchas de las sociedades
en las que las instituciones católicas desarrollan su acción
educadora. Contraste que se convierte en desafío continuo,
dada la creciente sima que se abre cada día entre el Norte y el
Sur, entre los ricos y los pobres, entre los integrados y los
marginados.

En este sentido, las instituciones educativas católicas, fieles a


su vocación evangélica, han de atender en primer lugar «a
aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los
que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o
que están lejos del don de la fe» (GE 9). Y esto porque, «dado
que la educación es un medio eficaz de promoción social y
económica para el individuo, si la escuela católica la impartiera
exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social
ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de
ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto»
(EC 58). La educación católica no puede evitar una toma de
contacto con esta realidad de injusticia, ni puede soslayar una
concienciación realista y arriesgada con respecto a la injusticia
y sus causas, ni puede descuidar una respuesta educativa que
sea signo de un compromiso en favor de los pobres y
marginados.

2. LA CULTURA POSMODERNA Y SUS CARACTERES. La


educación católica se enfrenta a factores nuevos, quizás aún
no explicitados en algunos contextos, pero arraigados ya en la
mayor parte de los países desarrollados. La llamada cultura de
la posmodernidad y sus características (el relativismo
ideológico y moral, el culto al presente y a lo momentáneo, el
predominio del sentimiento y del subjetivismo, la búsqueda del
placer, la presencia y el valor de todo lo light, la ausencia de un
compromiso duradero, la secularización y la indiferencia
religiosa...) pueden llegar a impregnar el ambiente de tal
manera que los niños y los adolescentes respiren los valores
de esa cultura y se sientan, en varias de sus dimensiones,
como incapacitados para comprender el mensaje cristiano. Por
eso Juan Pablo II afirma que estas «corrientes de pensamiento
relacionadas con la posmodernidad merecen una adecuada
atención» (FR 91). Una educación católica que quiera estar al
servicio de los creyentes de este tiempo y de esa cultura debe
conocer el reto que le plantea la posmodernidad y arbitrar los
medios más adecuados para que su mensaje y el modo de
transmitirlo y asimilarlo no estén desconectados con el modo
de pensar, de sentir, de reaccionar y de vivir de los jóvenes de
la cultura de hoy y de mañana.

3. LA INCREENCIA Y LA INDIFERENCIA RELIGIOSAS. Un


factor de sobra conocido en nuestra sociedad occidental lo
constituye el hecho de una creciente increencia religiosa. Para
ella, el factor religioso ha dejado de ser algo central en la
explicación del conjunto de la vida humana y ha perdido
plausibilidad social. Hoy, el hombre de nuestros días puede, en
buena medida, vivir su presente y proyectar su futuro sin una
referencia religiosa. Este desplazamiento social de la religión y
de Dios se traduce a nivel individual en un acrecentamiento del
ateísmo práctico o del agnosticismo, aunque a veces estos
fenómenos no se manifiestan como actitud consciente y
deliberada, sino que se expresan en una indiferencia religiosa
que puede, en sí misma, no ser contraria, aunque sí ajena a
todo planteamiento religioso.

Dicha indiferencia religiosa llega a afectar de alguna manera a


los bautizados, a los alumnos católicos, sujetos de un
catolicismo sociológico, «portadores de las impresiones
recibidas de la civilización de las comunicaciones, alguno de
los cuales demuestra quizá, indiferencia e insensibilidad». La
educación católica deberá educar el sentido de comprensión
de esta indiferencia religiosa, ajena y propia, aceptando a los
alumnos como son, y explicándoles «que la duda y la
indiferencia son fenómenos comunes y comprensibles» (DRE
71); pero, a su vez, invitándoles «a buscar y descubrir juntos el
mensaje evangélico, fuente de gozo y serenidad» (DRE 71).
Sólo desde un entusiasmo renovado en la educación del
sentido de lo religioso y de la fe se podrá superar la falta de
religión y contribuir a «destruir el muro de la indiferencia» (DRE
23).
Pero el reto de la increencia tiene su lado paradójico: la
emergencia de sucedáneos de lo religioso o la acentuación de
una religiosidad cerrada, monolítica; fenómenos que pueden
dar lugar a la proliferación de las sectas o a la aparición de
cierto fundamentalismo religioso. La educación católica deberá
aceptar el reto de estos fenómenos sociales y procurar una
educación religiosa abierta, firme y equilibrada.

4. LA ECOLOGÍA Y LA PROMOCIÓN DE LA VIDA. La


educación católica se enfrenta también hoy con desafíos que
provienen de hechos socioculturales nuevos, a los cuales antes
era más o menos ajena y con los cuales tiene necesariamente
que convivir. Uno es, en el ámbito de la naturaleza y del
conjunto de la vida humana, el valor de lo ecológico, percibido
y sentido como reacción ante la amenaza de la degradación
del medio y de su posible destrucción. La fe católica debe tener
presente esta dimensión, este valor universalmente sentido y
profesado.

De igual modo ha de educar en el respeto a la vida y en la


defensa de la misma en una sociedad en la que, por una parte,
se la proteje y se la cuida, a veces hasta el exceso; pero que,
por otra, está intensamente amenazada. La educación católica
ha de aceptar el desafío de la vida y ha de formar en el valor
de la misma y en la defensa de cualquier manifestación de ese
maravilloso don de Dios.

5. EL PLURALISMO SOCIOCULTURAL Y RELIGIOSO. Otra


de las características de la sociedad presente es el pluralismo.
En nuestro mundo se puede afirmar que ya no hay
sociedadesreducto, ámbitos rigurosamente homogéneos y
cerrados, pues, en esta aldea global de la era de la
comunicación, losmass media acercan a nuestra sensibilidad y
a nuestra conciencia cualquier realidad, por diferente que sea y
por alejada que esté. La abundante y variada información nos
hace vivir en un mundo cada vez más rico, pero también
mucho más plural y hasta contradictorio.

Pues bien, la educación católica deberá asumir estos hechos


sociales y, lejos de querer fortalecer la fe de los creyentes
desde posturas más o menos cerradas, deberá iniciar en el
diálogo entre las diversas culturas, entre la fe y la razón;
deberá favorecer una educación multicultural, desarrollar el
sentimiento y el compromiso ecuménicos y, desde una
comprensión y vivencia profundas de la propia fe, iniciar
también en el diálogo interreligioso.
NOTAS: 1. COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y
CATEQUESIS, Documentos colectivos del episcopado español sobre formación
religiosa y educación, 1969-1980, Edice, Madrid 1981, 383. — 2 CC 83-92.

BIBL.: CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis


momentum, Roma 1965; CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN
CATÓLICA, La escuela católica, Roma 1977; El laico católico, testigo de la fe en
la escuela, Roma 1982; Dimensión religiosa de la educación en la escuela
católica, Roma 1988.

Teódulo García Regidor

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