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1. El "desarrollo" demográfico.
4. El avance técnico-científico
III. La autoridad del Magisterio para enseñar sobre este tema (números 4-6)
2. El amor conyugal
La Iglesia Católica no enseña que los matrimonios deben tener todos los hijos
que físicamente puedan tener. Ser padres de familia no consiste únicamente
en el acto biológico de traer hijos al mundo, sino también en educarlos. De
manera que el concepto que la Iglesia tiene de la transmisión de la vida
incluye al mismo tiempo la procreación y la educación de los hijos. De este
concepto de la transmisión de la vida humana surge el concepto que la Iglesia
tiene de la paternidad responsable.
La Humanae vitae nos enseña aquí que la paternidad responsable "hay que
considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí".
Veamos cuáles son estos aspectos, ya que el conjunto de ellos nos dará un
entendimiento correcto de qué es la paternidad responsable.
La Humanae vitae nos dice: "En relación con los procesos biológicos,
paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la
inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman
parte de la persona humana". Este primer aspecto nos enseña que la
paternidad responsable comienza con la consideración de la fecundidad
humana, especialmente la de la mujer. A primera vista esto parece simplista,
pero uno se sorprendería muchísimo al saber que la mayoría de las personas
no conocen el maravilloso ciclo de fertilidad e infertilidad de la mujer, ni
tampoco el maravilloso proceso de la gestación de un ser humano.
El siguiente aspecto dice así: "En relación con las tendencias del instinto y de
las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que
sobre aquéllas han de ejercer la razón y la voluntad". Esto se refiere a la
capacidad de los cónyuges de abstenerse de relaciones sexuales durante la
etapa fértil del ciclo femenino si están tratando de espaciar los nacimientos.
(Estos métodos también se pueden utilizar al revés para buscar el
embarazo.)
Luego, la Humanae vitae nos enseña: "En relación con las condiciones físicas,
económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en
práctica, ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una
familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el
respeto de la ley moral, de evitar un nacimiento durante algún tiempo o por
tiempo indefinido." Vamos a explicar este aspecto parte por parte.
Ahora bien, cuando hay motivos serios o graves se puede tomar la decisión de
espaciar los nacimientos. La Iglesia nos da aquí cuatro grupos generales de
graves motivos para que sirvan de criterio a los esposos, de manera que ellos
mismos se formen un juicio recto ante Dios. Estos motivos serios son "las
condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales" en que se encuentran
los cónyuges y los hijos que ya tienen (en caso de que los tengan).
Para que una acción sea buena hay que tener no sólo una buena intención
("graves motivos"), sino también un medio bueno ("en el respeto de la ley
moral"). Si dos personas deciden conseguir un automóvil que de verdad
necesitan, han decidido algo bueno. Pero si una de ellas decide utilizar el robo
como medio para conseguirlo y otra lo compra con su dinero ganado
honestamente, es evidente que la primera actuó mal y la segunda actuó bien.
El fin no justifica los medios (véase Romanos 3:8). Sólo los métodos naturales
son buenos medios para espaciar los nacimientos; mientras que la
anticoncepción es gravemente mala. (Veremos por qué más adelante.)
La Humanae vitae nos enseña aquí que "cualquier acto matrimonial debe
quedar abierto a la vida". Esto no significa que de todo acto conyugal se sigue
una vida. Por eso también dice: "De hecho, como atestigua la experiencia, no
se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha
dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí
mismos distancian los nacimientos". Lo que quiere decir esto es que los
esposos deben respetar siempre los dos valores del acto conyugal: la apertura
a la vida y la unión en el amor.
Pero ¿por qué los esposos deben respetar siempre esta apertura a la vida?
Veamos a continuación.
Aquí la Humanae vitae nos enseña: "Esta doctrina, muchas veces expuesta
por el Magisterio de la Iglesia, está fundada en la inseparable conexión que
Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre
los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador".
Génesis 1:28 y 2:24 nos enseñan que los dos grandes valores del matrimonio
y de la sexualidad son la procreación y la unión conyugal. Aún las personas no
creyentes tienen que admitir que el respeto de estos dos valores es
fundamental para la supervivencia, no sólo del matrimonio y la familia, sino
también de la misma sociedad.
La inseparable conexión entre estos dos valores debe ser respetada por los
esposos porque así lo requiere el verdadero amor conyugal. Recordemos que
la Humanae vitae nos había enseñado que el amor conyugal es fecundo. Si los
esposos le destruyen deliberadamente la capacidad procreadora al acto
conyugal por medio de la anticoncepción, entonces le destruyen al amor
conyugal su capacidad de ir más allá de sí mismo y de ser procreador.
Recordemos que la Humane vitae también nos había enseñado que el amor
conyugal es total y que la persona humana es una unidad integrada de varias
dimensiones. Esto quiere decir que para que los esposos se den el uno al otro
totalmente, deben entregarse con todas sus dimensiones, incluyendo la
fecundidad. Pero si la destruyen deliberadamente por medio de la
anticoncepción, entonces ya no se están entregando el uno al otro totalmente,
ya no se trata de un verdadero amor conyugal. Vemos entonces por qué la
conexión entre la procreación y la unión conyugal debe ser respetada.
Con este fundamento la Humanae vitae reitera la enseñanza de dos mil años
de la Iglesia Católica condenando la anticoncepción, es decir, el aborto y todo
tipo de método que le destruya al acto conyugal su capacidad procreadora.
"Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado
muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del
hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer
imposible la procreación."
Otra manera de entender el por qué de la inseparable conexión que debe ser
respetada entre el aspecto unitivo y el aspecto procreador del acto conyugal y
de la sexualidad humana, se basa en el hecho de que el hombre y la mujer
han sido creados a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:27). Ahora
bien, Dios es amor (1 Juan 4:8) y vida (Juan 14:6). En Él la vida y el amor
están completamente unidos. Es más, son una misma cosa con Dios. Si los
esposos quieren verdaderamente reflejar la imagen de Dios en ellos y en su
relación matrimonial, entonces deben respetar siempre esa inseparabilidad
entre el amor y la vida, que esencial al Ser Divino.
Eso no es verdad. Recordemos el ejemplo que dimos de las dos personas que
querían obtener un automóvil. El objetivo era el mismo, pero los medios no:
uno era malo y el otro bueno. Y los dos tienen que ser buenos: el objetivo que
se persigue (es decir, la intención) y el medio por el cual se consigue. De
nuevo, el fin (el objetivo) no justifica los medios.
Además, los métodos naturales hacen que los esposos se comuniquen más,
desarrollen el amor cristiano y no se traten el uno al otro como objetos
sexuales, especialmente a la mujer, que es la que la mayor parte de las veces
utiliza los dañinos anticonceptivos para estar siempre disponible para el
hombre. Si el hombre aprende a controlarse al utilizar los métodos naturales,
aprenderá a respetar más a su esposa y a ser fiel al matrimonio, y las
relaciones conyugales se verán enriquecidas en calidad. Al mismo tiempo la
responsabilidad por la planificación de la familia será de ambos y no sólo de
uno de los dos (casi siempre de la mujer). En verdad la diferencia es más
grande de lo que se cree, pues no se trata de dos tipos diferentes de técnicas,
sino de dos modos diferentes de ver y de vivir el matrimonio5.
Sin embargo, si se utiliza la planificación natural de la familia por motivos
egoístas, entonces sí se convierte en otra técnica más de anticoncepción, pero
por razón de la mala intención y no del acto en sí. Mientras que la
anticoncepción es siempre grave en sí misma (intrínsecamente grave) y
ninguna intención ni circunstancia la puede justificar. Por eso es que ninguna
persona (ni médico, sacerdote, obispo o papa) puede "dar permiso" para
utilizar anticonceptivos, esterilizarse, practicarse un aborto o usar
antinaturalmente el acto conyugal. El Papa Juan Pablo II ha confirmado la
maldad de este tipo de "consejo" en años recientes6. Además, esta enseñanza
sobre la prohibición de la anticoncepción viene de Dios y ni siquiera la Iglesia
la puede cambiar.
Por eso es que en este mismo número la Humanae vitae también rechaza otra
objeción que alega que se pueden utilizar anticonceptivos como un "mal
menor" dentro de la totalidad de las relaciones conyugales, la mayoría de las
cuales estarían abiertas a la vida. Pero la anticoncepción no es un "mal
menor", sino un un mal en sí mismo.
No hay duda, una de las enseñanzas de la Humanae vitae que más demuestra
que la misma tenía toda la razón, es este número 17.
A los científicos, a los médicos y a otros profesionales de la salud les pide que
pongan la ciencia al servicio de la verdad y del verdadero bien del matrimonio
y la familia.
A los sacerdotes les dice que sean fieles en la enseñanza de esta doctrina.
Lamentablemente, debido a la disensión de no pocos teólogos, hay laicos y
sacerdotes que han aconsejado mal a la gente y esto, junto a la propaganda a
favor de la anticoncepción, ha dado como resultado que muchos matrimonios
hayan caído en este grave pecado. Pero gracias a Dios también hay laicos y
sacerdotes fieles que sí están enseñando la verdad y ayudando a los
matrimonios a vivirla.
Finalmente, a los obispos les dice que "consideren esta misión como una de
vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual".Y les pide que
organicen la pastoral de tal manera que se facilite la fidelidad a la doctrina de
la Iglesia. Esto incluye, por supuesto, la enseñanza de los métodos naturales
a las parejas próximas a casarse o que ya están casadas y que tienen motivos
graves para espaciar los nacimientos.
328. América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto,
las nuevas reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas
exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la
adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya
que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el
mercado.
Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a
una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su
espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la
felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres
que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz
y del futuro de la sociedad190.
329. Ante esta situación, fortaleciendo la estrecha colaboración con los padres de familia y
pensando en una educación de calidad a la que tienen derecho, sin distinción, todos los alumnos y
alumnas de nuestros pueblos, es necesario insistir en el auténtico fin de toda escuela. Ella está
llamada a transformarse, ante todo, en lugar privilegiado de formación y promoción integral,
mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura, cosa que logra mediante un encuentro
vivo y vital con el patrimonio cultural. Esto supone que tal encuentro se realice en la escuela en
forma de elaboración, es decir, confrontando e insertando los valores perennes en el contexto
actual. En realidad, la cultura, para ser educativa, debe insertarse en los problemas del tiempo en
el que se desarrolla la vida del joven. De esta manera, las distintas disciplinas han de presentar no
sólo un saber por adquirir, sino también valores por asimilar y verdades por descubrir.
330. Constituye una responsabilidad estricta de la escuela, en cuanto institución educativa, poner
de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de activar el
dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona
a la psicológica. Pero, no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de
los cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre. Aun en el ámbito de la educación,
se manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el
peligro de responder a aspiraciones transitorias y superficiales, y de perder de vista las exigencias
más profundas del mundo contemporáneo (EC 30). La educación humaniza y personaliza al ser
humano cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo
fructificar en hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real.
De esta manera, el ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y
construye la historia191.
6.4.6.1 Los centros educativos católicos
331. La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la
relación entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en que las
personas viven, actúan y se relacionan entre sí. Así, procura transformar mediante la fuerza del
Evangelio los criteriosde juicio, los valores determinantes, los puntos deinterés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradorasy los modelos de vida de la humanidad que estánen
contraste con la Palabra de Dios y el designio desalvación 192.
332. Cuando hablamos de una educación cristiana, por tanto, entendemos que el maestro educa
hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida
nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo. Hay
muchos valores, pero estos valores nunca están solos, siempre forman una constelación ordenada
explícita o implícitamente. Si la ordenación tiene como fundamento y término a Cristo, entonces
esta educación está recapitulando todo en Cristo y es una verdadera educación cristiana; si no,
puede hablar de Cristo, pero corre el riesgo de no ser cristiana193.
333. Se produce, de este modo, una compenetración entre los dos aspectos. Lo cual significa que
no se concibe que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento y
esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia; ni tampoco que pueda
pensarse en una promoción verdadera y plena del ser humano sin abrirlo a Dios y anunciarle a
Jesucristo 194.
334. La Iglesia está llamada a promover en sus escuelas una educación centrada en la persona
humana que es capaz de vivir en la comunidad, aportando lo suyo para su bien. Ante el hecho de
que muchos se encuentran excluidos, la Iglesia deberá impulsar una educación de calidad para
todos, formal y no-formal, especialmente para los más pobres. Educación que ofrezca a los niños,
a los jóvenes y a los adultos el encuentro con los valores culturales del propio país, descubriendo o
integrando en ellos la dimensión religiosa y trascendente. Para ello, necesitamos una pastoral de la
educación dinámica y que acompañe los procesos educativos, que sea voz que legitime y
salvaguarde la libertad de educación ante el Estado y el derecho a una educación de calidad de los
más desposeídos.
335. De este modo, estamos en condiciones de afirmar que en el proyecto educativo de la escuela
católica, Cristo, el Hombre perfecto, es el fundamento, en quien todos los valores humanos
encuentran su plena realización, y de ahí su unidad. Él revela y promueve el sentido nuevo de la
existencia y la transforma, capacitando al hombre y a la mujer para vivir de manera divina; es decir,
para pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su
vida. Precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros de la
comunidad escolar, a la visión cristiana –aunque sea en grado diverso, y respetando la libertad de
conciencia y religiosa de los no cristianos presentes en ella– la educación es “católica”, ya que los
principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y, al
mismo tiempo, en metas finales. Éste es el carácter específicamente católico de la educación.
Jesucristo, pues, eleva y ennoblece a la persona humana, da valor a su existencia y constituye el
perfecto ejemplo de vida. Es la mejor noticia, propuesta a los jóvenes por los centros de formación
católica 195.
336. Por lo tanto, la meta que la escuela católica se propone, respecto de los niños y jóvenes, es la
de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor
misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, y, así, a la vivencia de la alianza con Dios y con
los hombres. Lo hace, colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo
a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia, al hacerse
progresivamente explícita e interiorizada, le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la
vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña, y a vivir
en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Por la fecundidad misteriosa de esta referencia,
la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el
significado último de su vida.
Situada en la Iglesia, comunidad de creyentes, logra con libertad vivir intensamente la fe,
anunciarla y celebrarla con alegría en la realidad de cada día. Como consecuencia, maduran y
resultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a
respetar y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en el servicio a
los demás para la transformación de la sociedad.
337. La Escuela católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la identidad
católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y audaz, de
modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la educación participativa.
Dichos proyectos deben promover la formación integral de la persona teniendo su fundamento en
Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además, han de generar
solidaridad y caridad con los más pobres. El acompañamiento de los procesos educativos, la
participación en ellos de los padres de familia, y la formación de docentes, son tareas prioritarias
de la pastoral educativa.
338. Se propone que la educación en la fe en las instituciones católicas sea integral y transversal
en todo el currículum, teniendo en cuenta el proceso de formación para encontrar a Cristo y para
vivir como discípulos y misioneros suyos, e insertando en ella verdaderos procesos de iniciación
cristiana. Asimismo, se recomienda que la comunidad educativa, (directivos, maestros, personal
administrativo, alumnos, padres de familia, etc.) en cuanto auténtica comunidad eclesial y centro
de evangelización, asuma su rol de formadora de discípulos y misioneros en todos sus
estamentos. Que, desde allí, en comunión con la comunidad cristiana, que es su matriz, promueva
un servicio pastoral en el sector en que se inserta, especialmente de los jóvenes, la familia, la
catequesis y promoción humana de los más pobres. Estos objetivos son esenciales en los
procesos de admisión de alumnos, sus familias y la contratación de los docentes.
339. Un principio irrenunciable para la Iglesia es la libertad de enseñanza. El amplio ejercicio del
derecho a la educación, reclama a su vez, como condición para su auténtica realización, la plena
libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación de sus hijos que consideren más
conforme a los valores que ellos más estiman y que consideran indispensables. Por el hecho de
haberles dado la vida, los padres asumieron la responsabilidad de ofrecer a sus hijos condiciones
favorables para su crecimiento y la grave obligación de educarlos. La sociedad ha de reconocerlos
como los primeros y principales educadores. El deber de la educación familiar, como primera
escuela de virtudes sociales, es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Este principio es irrenunciable.
340. Este intransferible derecho, que implica una obligación y que expresa la libertad de la familia
en el ámbito de la educación, por su significado y alcance, ha de ser decididamente garantizado
por el Estado. Por esta razón, el poder público, al que compete la protección y la defensa de las
libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe distribuir las ayudas
públicas –que provienen de los impuestos de todos los ciudadanos– de tal manera que la totalidad
de los padres, al margen de su condición social, pueda escoger, según su conciencia, en medio de
una pluralidad de proyectos educativos, las escuelas adecuadas para sus hijos. Ese es el valor
fundamental y la naturaleza jurídica que fundamenta la subvención escolar. Por lo tanto, a ningún
sector educacional, ni siquiera al propio Estado, se le puede otorgar la facultad de concederse el
privilegio y la exclusividad de la educación de los más pobres, sin menoscabar con ello importantes
derechos. De este modo, se promueven derechos naturales de la persona humana, la convivencia
pacífica de los ciudadanos y el progreso de todos.
346. Esta V Conferencia agradece el invaluable servicio que las diversas instituciones de
educación católica prestan en la promoción humana y de evangelización de las nuevas
generaciones, como su aporte a la cultura de nuestros pueblos, y alienta a las diócesis,
congregaciones religiosas y organizaciones de laicos católicos que mantienen escuelas,
universidades, institutos de educación superior y de capacitación no formal, a proseguir
incansablemente en su abnegada e insustituible misión apostólica.
482. La Iglesia cree que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a
apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a
que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que
gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, procurar que la juventud nunca se vea
privada de este sagrado derecho.
483. Ante las dificultades que encontramos al respecto en varios países, queremos empeñarnos en
la formación religiosa de los fieles que asisten a las escuelas públicas de gestión estatal,
procurando acompañarlos también a través de otras instancias formativas en nuestras parroquias y
diócesis. Al mismo tiempo, agradecemos la dedicación de los profesores de religión en las
escuelas públicas y los animamos en esta tarea. Los estimulamos para que impulsen una
capacitación doctrinal y pedagógica. Agradecemos también a quienes, por la oración y la vida
comunitaria, se esfuerzan por ser testimonio de fe y de coherencia en estas escuelas.
190 FC 36-38; JUAN PABLO II, Carta a la Familias, 13, 2 de febrero de 1994; Pontificio Consejo
para la Familia, Carta de los derechos de la familia, Art. 5c, 22 de octubre de 1983; Pontificio
Consejo para la Familia, Sexualidad humana, verdad y significado, Orientaciones educativas en
familia,
8 de diciembre de 1995.
191 DP1025.
192 EN 19.
193 SD 265.
194 Cf. Iuvenum Patris. Carta Apostólica de Juan Pablo II en el centenario de la muerte de san
Juan Bosco, 10.
195 Congregación para la Educación Católica, La Escuela Católica, n. 34.
EDUCACIÓN CATÓLICA
NDC