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ARQ.

MEXICANA SIGLO XVll y XVlll

NACIONALISMO MEXICANO

Proyecto | Arquitectura | 7/Junio/2018


ÍNDICE

Contenido

ÍNDICE ................................................................................................................................... 1

INTRODUCCION .................................................................................................................. 2

ORIGENES DEL NACIONALISMO MEXICANO .............................................................. 3

Nacionalismo mexicano(arquitectura) .................................................................................. 11

Arquitectura Nacionalista En México ................................................................................... 13

De la literatura del nacionalismo mexicano .......................................................................... 17

EL NACIONALISMO MEXICANO DE HOY.................................................................... 23

BIBLIOGRAFIAS ................................................................................................................ 33

~1~
INTRODUCCION

En este presente proyecto les hablaremos sobre los orígenes del nacionalismo mexicano que

se remonta hacia la revolución mexicana y hasta en nuestros días; En estos diferentes temas

hablamos sobre la nacionalidad que estuvimos construyendo durante los años hasta ahora,

con diferentes personalidades y pensamientos llegaron a ser una nación libre.

~2~
ORIGENES DEL NACIONALISMO MEXICANO

La búsqueda de símbolos, mitos y conceptos para definir la identidad de patria y nación la

iniciaron los intelectuales mexicanos a partir de las primeras décadas del siglo diecisiete, y este

afán prosigue hasta hoy en día. Esa gran búsqueda puede dividirse en dos grandes ciclos

dominados por el patriotismo criollo y el nacionalismo mexicano respectivamente.

Uno emergió bajo la égida de la monarquía absoluta y el otro apareció durante una época de

revolución.

Después de 1810 retornó a los escritos del Inca Garcilaso de la Vega para definir al pueblo

mexicano como mestizo. Aunque su argumento fue ignorado durante el siglo diecinueve, la

influencia de la teoría racial que ya estaba difundida ampliamente, presentó el mestizaje como

el rasgo más distintivo dentro de la historia mexicana.

La larga presidencia de Porfirio Díaz, un mestizo de Oaxaca, ayudó sin lugar a dudas a la

difusión de esta teoría. Pero fue durante la Revolución Mexicana de 1910 a 1940 cuando los

líderes populares crearon un nuevo estado y buscaron incorporar a las masas rurales a la

comunidad nacional, que la nación mexicana se definió como esencialmente mestiza, el heredero

de las glorias ancestrales de la civilización prehispánica y de España.

Ahora no es el momento de repetir las etapas por las cuales se desarrolló el culto de Nuestra

Señora de Guadalupe a través de la Nueva España: proceso que se caracterizó por la construcción

de santuarios en todas las principales ciudades del reino, casi siempre situados extra muros y

vinculados a algún camino de peregrinaje. La ubicación reproducía así la distancia entre el

Tepeyac y la ciudad de México. Entre los años 1696- 1709.

Una nueva y elegante iglesia se construyó en el Tepeyac que rivalizó tanto en escala como en

lucimiento a las catedrales más grandes de la Nueva España. En 1751, se dotó a esta iglesia con

~3~
un colegio de canónigos, convirtiéndola en una institución única en México aparte de los cabildos

catedralicios.

El culto alcanzó su máxima expresión en 1746 cuando los delegados de todas las diócesis de

la Nueva España se juntaron para proclamar a la Virgen mexicana como su patrona universal,

decisión ratificada por la Santa Sede en 1754. Fue esta secuencia extática de eventos que en parte

promovió los sermones que se presentan en esta ponencia.

Como sin duda era de imaginarse en ocasión semejante, Goicoechea comparó a la

congregación del recién terminado santuario con la concurrencia de Israel en el templo de

Salomón. Así como el templo en Jerusalén había sido reconstruido tres veces, el santuario del

Tepeyac era la tercera iglesia que se construía en el mismo sitio.

Esta similitud la reforzó el diseño de sus cuatro torres, las cuales no solamente se asemejaban

a la simetría del cuerpo humano, como lo dispuso Vitrubio, sino que también asumían la forma

de un águila, constituyéndose así en 'una imagen del cielo'. Según el estudioso de las Escrituras,

Juan de Pineda.

Fray Servando citó Common Sense, de Tom Paine, parafraseando un pasaje que ya había

aparecido en Viscardo: 'La naturaleza no ha creado un mundo para someterlo a los habitantes de

una Península en otro universo por la ley de los mares y las distancias la América no puede

pertenecer sino a sí misma un mundo tan rico no puede ser esclavo de un rincón miserable'.

Defendió los derechos conferidos por la cuna y la crianza, exclamando.

'¡Americanos! Tenemos sobre América el derecho mismo que tenían los indios originarios de

la Asia el de haber nacido en ella, cultivado la tierra, edificado y defendido sus pueblos.

No contento con confirmar la igualdad de criollos y de indios, también subrayó la importancia

del mestizaje. Afirmaba Mier, dado que la migración española había sido principalmente

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masculina, muchos conquistadores y colonos se habían casado o habían engendrado con mujeres

indias, por lo que no podía describirse a España como la Madre Patria de México.

'Todos los criollos somos mestizos corre en sus venas la sangre pura de los señores del país'.

Algunos años después, en un memorial publicado en 1821, Mier unió todos estos argumentos en

un pasaje en que, por igual, se basaba en Viscardo, Garcilaso de la Vega y Tom Paine. Aludiendo

a los recientes tratados territoriales de España con los Estados Unidos, escribió:

Todas estas cesiones son agravios nuestros, no sólo por los derechos de nuestras madres que

todas fueron indias, sino por los pactos de nuestros padres los conquistadores (que todo lo

ganaron a su cuenta y riesgo) con los reyes de España. La América es nuestra, porque nuestros

padres la ganaron si para ellos hubo un derecho; porque era de nuestras madres, y porque hemos

nacido en ella. Éste es el derecho natural de los pueblos en sus respectivas regiones. Dios nos ha

separado con un mar inmenso de la Europa, y nuestros intereses son diversos. España jamás tuvo

acá ningún derecho.

Para entonces, Mier había llegado a presentarse a sí mismo como el patriota mexicano

simbólico: 'El doctor don Servando de Mier escritor célebre, descendiente del último emperador

de México, Quatemoczin . Ésta es la verdadera causa por que se me desterró a España hace 25

años, y no se me dejó volver.

~5~
EN BUSCA DE LA IDENTIDAD NACIONAL

El tema de la identidad nacional ha ocupado a los pensadores mexicanos desde antes de que

se les pudiera llamar así, es decir desde tiempos del virreinato. Sin embargo, es cuando se logra

la independencia de la república, cuando podemos hablar de mexicanos, y de su identidad como

tales. José María Luis Mora fue uno de los primeros personajes públicos que formuló un ideal

de lo que debería ser el carácter del mexicano, ilustrado, rico y con propiedades, descendiente

de europeos, rechazando al elemento indígena de la población.[ii] No obstante, fue José María

de Bustamante con si obra Historia patria, el que sentó la base de los primeros mitos nacionales,

la exaltación de la virgen de Guadalupe, de Moctezuma y Cuauhtémoc como héroes, al lado de

Hidalgo y Morelos,teniendo como telón de fondo pero igualmente importante, la idea de la

riqueza natural inagotable del territorio.

Después de la Intervención francesa, se consolidan los símbolos y tiros patrios, la bandera, el

escudo nacional, el himno y las celebraciones cívicas, las fiestas oficiales. El régimen porfiriano,

que guió al país en la primera década del siglo XX, en estos años que las distancias se acortan y

el mundo comienza a estrecharse gracias al ferrocarril y el telégrafo, es también el que el primero

que se ocupa de extender los símbolos nacionales a través del sistema educativo.Al mismo

tiempo, el Estado porfiriano se esforzó por ser cosmopolita, mientras la diversidad étnica

existente en el país fue excluida, objeto de duros sistemas de trabajo, deportaciones y persecución.

En este escenario, Andrés Molina Enríquez clarifica la idea de mestizaje como base de la

identidad nacional, arquetipo del mexicano, consideraba que la nacionalidad podría unir a los

mexicanos, la cual sólo se lograría mediante el mestizaje de la población, que eliminaría las

diferencias. Esta unidad y por ende lo mexicano, devendría de la homogenización mestiza, esta

resolvería las diferencias que ocasionaban los problemas sociales del país. La unidad de origen

~6~
disolvería a los criollos que se consideraban superiores por su origen europeo, paralelamente la

unidad de tipo (físico) se lograría por la fusión de criollos e indios en el tipo mestizo, la unidad

religiosa se lograría con la aceptación (por parte de algunos mestizos) del catolicismo practicado

por la gran mayoría de la población, la unidad del lenguaje con la enseñanza del español a todos

los mexicanos y finalmente la unidad el estado evolutivo al adelantar a los indígenas y mestizos

y el retrasar a los criollos.

La revolución mexicana fue campo fértil para la idea de mestizaje como fundamento de la

identidad nacional, al mismo tiempo que el Estado nacionalista se consolidaría como su

resultante. El Estado posrevolucionario fue el encargado de crear una identidad nacional y sobre

todo de difundirla por todo el país. Para ello contó con la ayuda de intelectuales como José

Vasconcelos, Samuel Ramos, Leopoldo Zea, Alfonso Caso y Andrés Henestrosa, que intentaron

definir y atrapar la esencia de lo mexicano.

Vasconcelos mantuvo al mestizaje como fundamento de la identidad mexicana, que fue

respaldada por los artistas nacionales en diversos ámbitos, en la pintura a través de los murales

nacionalistas como los de Diego Rivera, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. El cine fue

otro espacio propicio para la reproducción de modelos ideales costumbristas. Los valores

regionales, las artesanías, los trajes típicos, el lenguaje popular, las canciones y el pasado

prehispánico, estuvieron omnipresentes en los productos nacionales, el teatro popular, los actos

oficiales, la música y el cine.Surgió así el nacionalismo mexicano, simbólico, cargado de

imágenes difundidas desde las instituciones primarias, para dotar de sentido a la sociedad. El

nacionalismo revolucionario se caracteriza por su antiimperialismo, la afirmación de las

nacionalizaciones, un fuerte Estado interventor apoyado en una amplia base de masas y por la

supervaloración de la identidad mexicana como fuente de energía política.

~7~
Sin embargo, independientemente del éxito que pudo haber tenido esta producción de sentido

desde el Estado, los cambios experimentados a nivel mundial en el último tercio del siglo XX,

crearon una crisis de sentido en la sociedad mexicana. El Estado nacionalista se adaptó a la

doctrina económica mundial, el neoliberalismo, el marcado anticapitalismo del nacionalismo

mexicano fue contradicho.

Y ENTONCES, ¿CUÁL ES LA “CULTURA MEXICANA”?

La identidad necesita de referentes que la definan, que ayuden a distinguir a los sujetos de los

“otros”, estos referentes generalmente son dados por la cultura. La cultura es aquello que nos

ayuda a dar significado a nuestra existencia, a desenvolvernos en el mundo. “Se considera como

una herencia con una serie de reglas y normas que fija la diferencia tanto entre lo bueno y lo

malo como entre el nosotros y el ellos”, la cultura no es estática, sino que está en cambio

constante, “si la cultura no es lo mismo que el cambio cultural entonces no es nada en absoluto”.

Al adjetivar la cultura, se la redifica, se le crean modelos de cultura con valores y prácticas

específicos que se consideran constantes, inmutables. La reificación es la comprensión de los

productos hechos por el hombre como independientes de él, propios de la naturaleza.

La reificación de la cultura es uno de los objetivos del nacionalismo. Su finalidad es formar

un sistema de significados a través del gentilicio, al escuchar la palabra mexicano se debe crear

una serie de imágenes que definan al sujeto. Después de la revolución el Estado mexicano

modeló la identidad nacional tomando como elementos centrales la relación con la tierra, la

religión católica, los grupos mestizos a culturados y los bienes inalienables; teniendo como

estandarte político el triunfo de la revolución social, sobre la que se construiría el porvenir del

país, encabezado por el partido oficial. En palabras de Roger Bartra “la idea de que existe un

sujeto único de la historia nacional –el mexicano– es una poderosa ilusión cohesionadora”, que

~8~
sirve para legitimar al Estado moderno”. La identidad, no obstante, no es rígida y por tanto se

desarrolla al margen de los contenidos que el Estado confiere a los mexicanos. Es por ello, que

aun cuando el discurso político nacionalista fue –y aun hoy en día es– ampliamente divulgado,

las identidades regionales y locales existentes dentro del país han permanecido. A ellas se han

sumado, además, la llamada cultura de masas, transnacional y predominantemente anglosajona.

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Cómo se ha visto, en la retórica que sustenta la identidad nacional, el indígena es parte del

mito fundador más no un elemento activo de la vida del país. Son tratados mediante la política

paternalista del indigenismo, se les considera imposibilitados para vivir en el mundo moderno.

Sin embargo, se les quiere “conservar” o “rescatar”, intentando mantener su cultura inamovible,

como si de un museo se tratase. Es necesario que los indígenas se mantengan “puros”, aunque

sea en el discurso, con la finalidad de mostrarlos como una forma de rescatar la “sabiduría de los

pueblos de América”, “nuestra memoria ancestral”.Además los términos empleados en el

discurso tienden a igualar a las distintas etnias, que no se reconocen como iguales entre sí, y que

de hecho pueden ser muy diferentes, homogenizar lo heterogéneo.

IDENTIDAD NACIONAL Y MULTICULTURALIDAD

¿Podemos hablar de una identidad nacional en México hoy en día? Y, suponiendo que ésta

exista, ¿cumple esta identidad la función que le daba Molina Enríquez, la de unir a los habitantes

de todo el país? A partir de la década de los setenta, el Estado mexicano cesó la política de

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proteccionismo económico y afán por mantener la omnipresencia de la retórica nacionalista.

Luego de casi cuatro décadas de no recibir un mensaje nacionalista constante, es pertinente

suponer que la identidad nacional, tan cuidadosamente diseñada y difundida por el Estado

nacionalista, se ha debilitado y fracturado. Este cambio ha sido acelerado, asimismo, por la

masificación de los medios de comunicación y con ellos el mayor acceso de la población a

nuevos sistemas de valores, que en muchas ocasiones cuestionan o contradicen los que se

presentan como propios del mexicano o la mexicanidad. Si se analiza la convergencia en el país,

de los elementos culturales que, de acuerdo con Gerd Baumann, forman el triángulo multicultural,

a saber, el nacionalismo, la etnicidad y la religión, salta a la luz la gran diversidad que convive

en él.

Por un lado, como ya se dijo anteriormente, el nacionalismo mexicano sigue formando parte

del discurso oficial, el papel de legitimador del Estado-nación, aun cuando en los últimos años

la tendencia ha sido a abandonar algunas de sus características. Bajo el nacionalismo, y pese a

él, todavía existen en el país una variedad de etnias autóctonas y no autóctonas, con intereses y

aspiraciones distintos a los del Estado. Finalmente, también se han asentado en el territorio,

diversas religiones, principalmente cristianas, pero con diferentes credos, rituales, normas y

obligatoriedades. Se puede afirmar, por todo ello, que México es un país multicultural, y que el

nacionalismo solo es una de las aristas culturales que en él conviven día a día.

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Nacionalismo mexicano(arquitectura)

Modernidad y nacionalismo fueron en México una conjunción oportuna y fructífera. Del

mismo modo, en la Europa contemporánea era abordada la solución de la correspondencia del

espacio social urbano con el proyecto de la arquitectura del movimiento moderno.

Abarca la “arquitectura mexicana nacionalista” la realizada en el lapso 1915-1962. Es decir,

la categoría enunciada se remite a un período y un territorio, si bien su concepción y productos

proceden del último cuarto del siglo XIX y se extinguen en la novena década de la centuria

siguiente. Pero la etapa más creativa y de interés central en estas notas se abre en 1915, con las

prácticas experimentales del gobernador Plutarco Elías Calles en el intento de fusionar el

propósito de la revolución mexicana en la arquitectura educativa para formar agentes sociales

productivos y progresistas. Se cierra en 1962, con el lanzamiento del Programa Nacional

Fronterizo y con él la arquitectura de pasos aduanales congruente con la apertura ante el vecino

del Norte, luego de la anterior actitud defensiva y hasta desafiante. Todo imaginario social

Primero, lo imaginado.

consistiría en desmantelar lo precedente y construir lo nuevo Con este breve escrito sólo se

pretende argumentar una hipótesis: la arquitectura mexicana nacionalista de la postrevolución

desgranó el imaginario tejido en torno a la unidad cultural, planteado e irresuelto en lo estético

y funcional que, siempre impulsado por la tecnología, desbordó las prácticas vigentes y fue

desbordada por la demanda social. Para decirlo rápido, el siguiente apartado aborda el ángulo de

la arquitectura, el siguiente el urbanismo implementado y se concluye en la ruta a seguir –a

entender como esquema de método- en la exploración de la hipótesis. La fuente básica de

consulta empírica es un trabajo precedente sobre la experiencia de la posrevolución (Eloy

~ 11 ~
Méndez 2000 y 2004), mientras el auxilio teórico corre a cuenta de Charles Taylor (2006),

Georges Balandier (1994) y Walter Benjamin (2007).

Imaginario arquitectónico (colonial barroco, prehispánico, californiano, moderno,

racionalista social) De partida interesa el significado de la arquitectura implementada en el

periodo acotado. Si el imaginario da sentido a las prácticas sociales (Taylor 2006: 13) conviene

aclarar cuál es el sentido y las prácticas del caso ¿dónde habría de apoyarse si se negaba el pasado

reciente y el presente había de inventarlo mientras se engendraba futuro? Los siglos XVII y

XVIII parecían la alternativa, un largo período de mestizaje y apropiación del barroco.

Luego de la independencia de la corona española vino el proceso de búsqueda o re-

conocimiento. Lo autóctono, en México, es una realidad; y lo autóctono no es solamente la raza

indígena, con su formidable dominio sobre todas las actividades del país, la raza de Morelos y

de Juárez, de Altamirano y de Ignacio Ramírez: autóctono es eso, pero lo es también el carácter

peculiar que toda cosa española asume en México desde los comienzos de la era colonial, así la

arquitectura barroca en manos de los artistas de Taxco o Tepotzotlán (Pedro Henríquez Ureña

1979: 166). En otras palabras, se revaloró lo existente olvidado por la operación de sustitución

operada en el afrancesamiento porfirista, se retomó un valor ya dado con potencial inexplorado.

Se convalidó sustituir ahora lo impuesto por la recuperación de lo desplazado. La sustitución

debía repetirse. Ante el vacío que ofrecía la eliminación del antiguo régimen había de recuperar

lo que éste había negado, una “esencia” enquistada en el limbo, o aún visible en las permanencias

artísticas, o en las etnias en resistencia: idealismo y positivismo aún rendían créditos. La

arquitectura mexicana tiene que ser la que surgió y se desarrolló durante tres siglos en los que se

constituyó el mexicano que después se ha desarrollado en vida independiente. Esa arquitectura

es la que debe sufrir todas las transformaciones necesarias para revelar en los edificios actuales

~ 12 ~
las modificaciones que haya sufrido entonces acá la vida del mexicano. Desgraciadamente se

detuvo esa evolución y por influencias exóticas (…) se ha ido perdiendo la Arquitectura Nacional

(…) Aún es tiempo de hacer renacer nuestro propio arte arquitectónico (Federico Mariscal 1913-

1914, citado en IsraelbKatzman 1963: 80). En la hecatombe del cambio prevalecía la idea de

recuperar lo incontaminado refractario al reciente impacto de la influencia negativa. Nada de la

experiencia desechada era recuperable, según la lógica de los ideólogos afines al nuevo régimen,

con lo que se abonaba el terreno para otras semillas.

Arquitectura Nacionalista En México

La arquitectura contemporánea en

México. El estallamiento de la justa

revolucionaria, dos meses después de las

fiestas de celebración del Centenario de la

Independencia, no solamente dio término

al período porfirista de gobierno, sino que

obligó a abrir un paréntesis en la actividad

arquitectónica del país. El Teatro Nacional y el Palacio del Congreso - impugnado este último

por el Arq. Antonio Rivas Mercado -, últimas muestras del eclecticismo historicista del período,

quedaron inconclusos.

~ 13 ~
No es sino hasta quince años después, al

iniciarse el proceso de recuperación del país,

cuando las manifestaciones correspondientes

al período de transición se reflejan en la obra

de Obregón Santacilia y Francisco Serrano,

entre otros, para evolucionar después, a través

del nacionalismo y el geometricismo deco, hacia el modernismo racionalista impulsado por José

~ 14 ~
Villagrán García y sus alumnos Enrique del Moral, Juan Legarreta, Juan O´Gorman, Augusto

Pérez Palacios, Enrique Yáñez y Antonio Muñoz. Villagrán sobresale por la influencia, no

solamente de su obra, sino de su ideología, sobre muchas generaciones de arquitectos posteriores

a los ya mencionados. Desde joven y recién egresado de la escuela de arquitectura compartió su

ejercicio profesional con la docencia, lo que le mantuvo cerca de la información y actualizado.

Fue de los primeros en enterase de los

cambios que comenzaron a producirse y las

ideas que los animaban en la arquitectura

europea al término de la Primera Guerra

Mundial. En sus primeras obras racionalistas

se perciben influencias de Le Corbusier,

Gropius y otros; reinterpretándolas con acentos propios. Después de un breve periodo de

asociación con el Arq. Carlos Obregón Santacilia, Villagrán proyectó varios edificios para la

salud como el Instituto de Higiene y Granja Sanitaria, en Popotla (1925) y el Hospital para

Tuberculosos en Huipulco (1929). La propuesta de una Revolución Mexicana institucionalizada

como un elemento de promoción cultural, política y social, tanto al interior como al exterior del

país, manifestada en el movimiento del muralismo y en la pintura y escultura nacionalistas; e

integrada desde el principio al nuevo quehacer arquitectónico por Obregón Santacilia y Villagrán

García, desembocó en un movimiento de integración plástica que dotó al racionalismo nacional

de una fuerte influencia que pervivió aún al surgimiento del funcionalismo, cuya "inauguración"

a nivel nacional se señala por el proyecto y construcción de la Ciudad Universitaria, amplio

proyecto coordinado por Mario Pani y Enrique del Moral, y en el cual intervienen mas de un

centenar de arquitectos.

~ 15 ~
Al agotarse el lenguaje del

funcionalismo en México; dado el

secuestro que del quehacer

arquitectónico hacen las grandes

compañías constructores que florecen en

el auge alemanista y su secuela - lo que

resulta en una ingeniería de edificios

vestidos a la moda funcionalista - , la experiencia y enseñanzas de Villagrán en los nuevos

creadores de la arquitectura dan sustento y nuevo impulso a las expresiones formalistas de raíz

cultural, ya presentes en la propia Ciudad Universitaria, y en las cuales los valores plásticos

tradicionales dejan de ser un elemento adosado a la arquitectura para convertirse en origen y

manifestación de la misma. Tal es el caso del conjunto de frontones abiertos de la propia Ciudad

Universitaria, diseñados por Alberto Arai, cuya abstracción, depurada y precisa en su material y

formas, remite a las raíces culturales de mesoamérica y, principalmente, del altiplano. Tanto

Alberto Arai, como Mathías Goeritz y Juan O´Gorman, junto con Luis Barragán, quien define y

sigue otra vertiente paralela surgida de la misma intención de recuperación y recreación de los

valores propios se vislumbran como los líderes en esta tendencia (ver aquí "Pensamiento de Luis

Barragán").

El ejemplo más representativo de esta transformación, capitalizando en la misma el legado

del funcionalismo, es indudablemente Juan O´Gorman. Por esta razón, podría calificarse a

O´Gorman como el pionero de la arquitectura ambiental en México. O'gorman plantea una nueva

teoría de arquitectura, la "orgánica", que implica la noción de una relación interactiva entre el

edificio, su función y el paisaje que lo rodea. De acuerdo con esta concepción de lo arquitectónico,

~ 16 ~
desprendido de las enseñanzas y de la obra de Frank Lloyd Wright, la habitación humana se

convierte en el "vehículo de armonía entre el hombre y la tierra".

De la literatura del nacionalismo mexicano

El nacionalismo mexicano ha atraído la atención de autores de diverso estilo y pensamiento.

Lo han estudiado y, hay que decirlo también, lo han recreado. Roger Bartra supone que la

literatura nacionalista y de lo mexicano, que en su consideración inicia a finales de los años

veinte con Los Contemporáneos y que abarca hasta Posdata (1970), el libro de Paz, es una

entelequia artificial: “existe principalmente en los libros y discursos que lo describen o exaltan,

y allí es posible encontrar las huellas de su origen: una voluntad de poder nacionalista ligada a

la unificación e institucionalización del Estado capitalista moderno” (Bartra, 1987: 17).

Es cierto que el nacionalismo se ha beneficiado de la contribución de generaciones de

intelectuales. Empero, hay aquí dos problemas que al menos se deberían discutir. Primero, la

condición fundamental del nacionalismo es la nación, no el Estado. Existen múltiples

nacionalismos sin Estado o que luchan contra el Estado. Esto lo han explicado, entre otros, Smith

(1983, 1995) y Ommen (1997); yo lo trato en los capítulos tres y cuatro. De esa condición

fundamental se deduce, además, que el nacionalismo no se puede explicar sólo como resultado

del capitalismo. El segundo problema radica en los libros y discursos como fuente principal del

nacionalismo; la tesis de Bartra, que de algún modo había adelantado Béjar (1968), merece ser

matizada. No todo ha sido una entelequia, puesto que muchos de los libros y discursos recogen

de la sociedad elementos de identidad surgidos histórica o naturalmente; elementos que existen

independientemente de la literatura, algunos tan esenciales como amar el lugar de nacimiento o

desconfiar del extranjero. Por otra parte, no toda entelequia pasó a formar parte del nacionalismo:

no bastan las ideas de un autor para crear un fenómeno que envuelve a las instituciones y a gran

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parte de la población. Para que ello ocurra se requiere que las élites políticas lo incorporen

sistemáticamente a su discurso y práctica simbólica.

La dualidad de investigación y exaltación del nacionalismo se condensó durante y después

del proceso armado de la Revolución mexicana y penetró en casi todas las áreas de las ciencias

sociales. Algunas de las personalidades más representativas fueron Jesús Silva Herzog,

Lombardo Toledano, Molina Enríquez, Antonio Caso, Gómez Morín, Gamio y José Vasconcelos.

Muchas de sus obras, en correspondencia con el nacionalismo en el teatro y en el cine, en la

música y en la danza, en la pintura y en la creación literaria tenían un propósito ético explícito:

exaltar los elementos de la nacionalidad y descubrirlos, construirlos o inventarlos: forjar la patria,

como propuso, en 1916, Manuel Gamio:

Y esa pugna que por crear patria y nacionalidad se ha sostenido por más de un siglo, constituye

en el fondo la explicación capital de nuestras contiendas civiles. Toca hoy a los revolucionarios

de México empuñar el mazo y ceñir el mandil del forjador para hacer que surja del yunque

milagroso la nueva patria hecha de hierro y de bronce confundidos. Ahí está el hierro... Ahí está

el bronce... ¡Batid hermanos! (Gamio, 1916: 9).

El escritor se convertía en actor de la acción nacionalista principalmente a causa de su

participación en las nuevas instituciones surgidas de la Revolución. Vasconcelos fraguaba su

obra literaria y, a un tiempo, la obra educativa de la Revolución y la misión de la raza de bronce,

síntesis y exaltación de Iberoamérica y agravio de otros pueblos:

Reconocemos que no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la

moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición humana,

justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para

refrenar y regular bajos instintos zoológicos, contrarios a un concepto verdaderamente religioso

~ 18 ~
de la vida. Si los rechazamos es porque el hombre, a medida que progresa, se multiplica menos

y siente el horror del número, por lo mismo que ha llegado a estimar la calidad. En estas líneas

de la Raza cósmica, Vasconcelos pintaba, como en un gran mural de la Revolución, el triunfo

definitivo sobre los “yanquis”. Su obra tuvo un alcance masivo no sólo por su carácter artístico

sino, principalmente porque se beneficiaba de las instituciones en cuya creación el autor había

participado: Vasconcelos no sólo estuvo al frente de la Escuela Nacional Preparatoria o la

Secretaría de Educación, también le puso el lema a la Universidad Nacional: “Por mi raza hablará

el espíritu”. En correspondencia, Silva Herzog participó en la creación de otras instituciones de

carácter diverso y, entre éstas, la expropiación del petróleo le parecía especialmente importante

puesto que significaba “el principio de nuestra libertad económica”. En enero de 1940, siendo

gerente general de la distribuidora de Petróleos Mexicanos (Pemex), abanderó en Tampico el

buque Cerro Azul —el primero comprado por Pemex— con estas palabras que teñían el tono

general de sus discursos de entonces:

Y aquí estamos ahora en la cubierta de este barco, estamos en actitud de lucha; aquí estamos

para contestar con hechos objetivos a las noticias calumniosas que hacen publicar en ciertos

periódicos los descastados de adentro y los mercaderes de afuera, mercaderes sin patria y sin

ideal (tomado de Silva Herzog, 1981: 91).

Aunque muy diversas entre sí, estas obras se diferenciaron de la literatura nacionalista de la

Revolución en que generalmente fueron menos ideológicas y más interpretativas. Claro está que

en todos esos años hubo muchas variantes y estilos. Algunos autores continuaron la dualidad de

los intelectuales nacionalistas de la Revolución: explicar y exaltar, proponiéndose explícitamente

recrear el mito de la identidad común; de esta forma, el estudio de lo mexicano era la recreación

de lo mexicano. Otros, en cambio, se ocuparon de la cultura en México sin nacionalismo, o

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incluso contra el nacionalismo revolucionario. En este caso, algunos autores habían recogido la

tradición liberal. También eran fundadores de instituciones y escribían acerca de la vida social y

política en México, pero sus intereses eran distintos. A diferencia de los intelectuales

nacionalistas, la preocupación fundamental de estos liberales no era la “independencia nacional”

sino la democracia y el desarrollo económico. Los casos que me parecen más destacables son

los de Jorge Cuesta, Daniel Cosío Villegas y Octavio Paz. Su ideas eran, además, una denuncia

de los excesos de los nacionalistas y de la literatura y el arte al servicio de la política; una censura

del Estado y una posición frente a los intelectuales de izquierda. “Entre 1940 y 1950 —escribió

Octavio Paz— vivimos en un mundo cerrado. Ahogados por los dogmas ideológicos y por un

nacionalismo siempre a la defensiva. Llegamos, inclusive, a ignorar a los otros americanos de

habla española y portuguesa” (Paz, 1966: 9).

Fue hacia las décadas de 1960 y 1970 cuando la ciencia social adquirió mayor distancia

histórica e ideológica de la Revolución. Los académicos se acogieron a las universidades,

aumentó su autonomía frente al gobierno y, al distanciarse del creador literario y del político

profesional, la investigación en torno al nacionalismo se volvió más sistemática y cada vez

menos emocional y menos comprometida con la vida política. Además, el vinculo con

universidades de Estados Unidos y Europa se acrecentó sin la mediación del Estado. En México

y otros países aparecieron diversas obras acerca del tema, como Education and National

Integration de Josefina Zoraida Vázquez (1967), The Dynamic of Mexican Nationalism de

Frederick Turner (1968) y Los orígenes del nacionalismo mexicano de David Brading (1973).

Aunque muy diversos entre sí por su enfoque y metodología, estos libros constituyeron una

nueva etapa de la literatura del nacionalismo mexicano: no eran nacionalistas ni pensados como

una condena del nacionalismo, al menos no explícitamente. Su característica —si alguna

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tuvieron en común— no era tomar partido sino explicar el fenómeno nacionalista como una

necesidad del Estado contemporáneo en el proceso de construcción de la soberanía y de la

unificación cultural e institucional.

Aunque las opiniones son diversas, hay una coincidencia general en el hecho de que el

nacionalismo mexicano de Estado está desapareciendo paulatinamente. Parte importante de la

reflexión actual supone que el nacionalismo consiste en la homogeneidad cultural, en el

desarrollo autónomo de las instituciones y las políticas públicas del país, además de la realización

de la promesa histórica de creación de una sociedad justa: igualdad económica, seguridades

públicas y derechos individuales y ciudadanos. El nacionalismo, así, reside en lo que moral y

políticamente se ha considerado, al menos desde el siglo XIX, “bueno”, “conveniente” o

“correcto” para el país o para organizar la vida social y política entre sus miembros. Dado que,

en los últimos años ha resurgido la etnicidad y el reconocimiento de la diversidad cultural, con

lo cual parece un fracaso el largo proceso de homogeneización de la identidad cultural; dado que

el gobierno no ha conservado las estructuras de la “autonomía” y, por el contrario, ha creado

otras para acrecentar su integración con el exterior; y dado que ha fracasado la promesa de la

justicia social, al aumentar la brecha entre ricos y pobres junto con el deterioro del Estado de

derecho, el nacionalismo, entonces, o ya no existe o está a punto de llegar a su fin. Lorenzo

Meyer, por ejemplo, ha reiterado que hacer depender la buena marcha de la economía nacional

del capital especulativo externo “es una acción antinacionalista” (Meyer, 1998).

El problema aquí yace en que no siempre se incorpora en el análisis la idea de que la

concepción de lo correcto cambia en la historia, en correspondencia con las circunstancias del

país, del mundo y, especialmente, de la élite política. Es cierto que el nacionalismo apareció

frente a la desagregación cultural y geográfica y a la necesidad de construir la soberanía y la

~ 21 ~
unidad política y cultural; y hasta se puede argumentar que su persistencia, al inicio del siglo

XXI, se justifica porque aquellas están vigentes pero no debería confundirse el nacionalismo con

una concepción política y económica ni con las instituciones. El nacionalismo no es el PRI,

aunque éste fue nacionalista durante décadas; no es la política de sustitución de importaciones,

aunque haya servido para justificar esa política; no es, en fin, la igualdad jurídica de los

ciudadanos ni la guerra, aunque se crea que una y otra son convenientes para el país. En pocas

palabras: el nacionalismo puede concebirse como un recurso para legitimar una institución o una

forma política —porque se considera correcta o por cualquier otra razón— pero no es ni la

institución ni la política pública. Hay que insistir en esta obviedad: lo políticamente correcto

cambia. Que en una época se considere necesaria la uniformidad jurídica de los ciudadanos o

hacer la guerra a otro país no cancela, en otro tiempo, juzgar conveniente —para los intereses

del país o de una élite—, la ciudadanía diferenciada, construir la paz, e incluso la integración

con aquel país con el que antes se hizo la guerra. El nacionalismo que ayer sirvió a un propósito,

hoy puede ser un recurso para legitimar una nueva concepción política y hasta radicalmente

opuesta.

Aceptada la premisa, el corolario no tiene mucha dificultad: el nacionalismo popular surgido

de la Revolución está definido por los intereses del Estado, es decir, de la burguesía. Aunque es

elitista, el nacionalismo estatal acaba por penetrar en la mayoría social de los marginados, pero

Monsiváis no es un marxista ortodoxo, y supone que a lo largo de la historia, que recrea entre

1910 y finales de siglo, la cultura popular logra liberarse de la tiranía de la clase poseedora de

los medios de producción, cuyos intereses, cada vez más vinculados al capital financiero

internacional, la obligan gradualmente a abandonar su dignidad nacionalista. Así, el

nacionalismo revolucionario se nos presenta como una ideología en la que en una primera fase

~ 22 ~
no está diferenciado el nacionalismo estatal y el popular. En esta fase, el nacionalismo se sustenta

en el rompimiento con la “dictadura” de Porfirio Díaz, en la Constitución, la educación pública,

las expropiaciones, la política de masas, el antiimperialismo y la solidaridad con China y el tercer

mundo, especialmente hacia Cuba, el Chile de Allende o la Nicaragua de los sandinistas; “la

fuerza de una conciencia nacional implantada por el acuerdo entre Estado y sociedad” (1986:

18). El pueblo, dice Monsiváis, cree en este nacionalismo y lo conserva como lo único que le da

un optimismo frente a las devastadoras crisis de 1982, 1988 y 1994. Mientras, progresivamente

el Estado se aleja de estos principios, de modo que su nacionalismo a finales de siglo ya no es

digno ni creíble, el pueblo y el nacionalismo popular siguen conservando las bases históricas que

alguna vez obtuvieron de ese Estado: los impulsos revolucionarios que a principios de siglo lo

unieron como pueblo y a éste con el Estado. El nacionalismo estatal, en cambio, murió desde el

momento en que comenzaron, en los años ochenta, las ventas de las empresas estatales, se abrió

la economía al mundo y el gobierno y el PRI dejaron de convocar a las manifestaciones contra

Estados Unidos.

EL NACIONALISMO MEXICANO DE HOY

El nacionalismo mexicano es el movimiento social, político e ideológico que conformó

desde el siglo XIX la identidad nacional de México. El nacionalismo mexicano nace del

patriotismo criollo del virreinato de la Nueva España, alimentado de una corriente anti-

españolista y pro indigenista. El concepto de nación y de identidad nacional no necesariamente

era compartido o entendido igualmente por toda la población.

~ 23 ~
A mitad del Siglo XVIII se inicia un intento por buscar un nacionalismo mexicano. Los

valores civiles y religiosos, también influyeron en dar cohesión a los antiguos mexicanos, refiere

especialista.

En un momento como el presente, cuando se vive un desencanto social por las instituciones,

vale la pena mirar al pasado y recordar que el origen del nacionalismo mexicano surgido por lo

menos desde hace 2 siglos, se estableció con base en fiestas populares, bailes tradicionales,

vestimentas típicas, discursos oficialistas, canciones y corridos, expone Ricardo Pérez Montfort,

investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología

Social (CIESAS)

“Aunque el discurso nacionalista mexicano tuvo algunas expresiones en el siglo XVIII con el

llamado ‘patriotismo criollo’, no fue sino hasta finales del siglo XIX cuando se pudo hablar de

una reivindicación de ciertos valores considerados como “auténticamente” mexicanos”, refiere

el Doctor en Historia.

Los estudiosos refieren que a raíz de la llegada del Partido Acción Nacional al poder en el

2000, se registra una reinterpretación de ese nacionalismo, en vista de que dejó de gobernar el

partido de la revolución institucionalizada. Con la llegada de dos gobernantes panistas, se

presentó un nacionalismo más conservador y más apegado a los valores de la Independencia que

a los de la Revolución. No obstante, los nacionalismos que actualmente quieren imprimirle los

gobiernos al país de hoy no necesariamente se reflejan en las expresiones populares.

Con casi 30 años de estudios relacionados con la cultura y la ideología, Pérez Montfort

establece que “en las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX, y todavía bajo la influencia

de la revolución francesa, se pudo percibir en los sectores criollos una revaloración de lo popular

que buscaba abrirse paso en las decisiones políticas y económicas que vivían”.

~ 24 ~
Estos antiguos mexicanos empezaron a identificar al pueblo en aquello que pretendía darle

contenido social a aquella naciente nación, cuando se fueron forjando los parentescos políticos,

económicos y consanguíneos, que permitirían construir valores compartidos e incluso

identificando enemigos comunes, y atacando a la misma influencia extranjera.

“Todo lo anterior exaltado y remarcado con los discursos oficialistas y nacionalistas de los

personajes políticos de la época”, comenta.

Los principales valores nacionalistas

La identidad nacional, además de incluir valores cívicos y religiosos, con su interminable lista

de milagros, vírgenes y santos, incorporaría otros elementos como las fiestas, el baile, la música,

los atuendos, las novelas y las crónicas costumbrista. Todos resultaron ser elementos de cohesión

entre los mexicanos decimonónicos.

Época posrevolucionaria: un boom del nacionalismo

Otro momento clave en el boom nacionalista, se dio en la época posrevolucionaria, entre 1920

y 1925, cuando el discurso se “orientó con el afán de reconocer la validez cultural de las

expresiones populares planteadas a partir de una especie de introspección que generó ese

momento histórico”, explica el investigador de CIESAS.

Contrario a los fines europeizantes del porfiriano, a partir del ascenso de Álvaro Obregón a

la presidencia en 1920 “se empieza a percibir un cambio renovador en el arte mexicano”.

Citando a Daniel Cosío Villegas, Pérez Montfort refiere que “se pusieron de moda las

canciones y los bailes nacionales, así como todas las artesanías populares. Y no hubo casa en

que no apareciera una jícara de OIinalá, una olla de Oaxaca o un quexqueme chiapaneco. En

suma, el mexicano había descubierto a su país, y más importante, creía en él”.

~ 25 ~
En conclusión, cabe hacernos una pregunta ¿Cómo debe ser el nacionalismo mexicano para

nuestro tiempo? Donald Trump ha resucitado el nacionalismo estadounidense de la peor ralea.

México está obligado, otra vez, a defender su independencia y su dignidad. Es menester formular

un nuevo nacionalismo adecuado a los tiempos.

El nacionalismo mexicano del siglo XXI no puede caer en los errores de antes; no puede

conllevar, de ninguna manera, un retroceso político, social o moral.

Ese nacionalismo, que aún está por construirse, deberá ser más democrático, más pluralista y

más sofisticado. Pero también tendrá que ser más fraterno, más emancipador y más congruente.

Debe aprender de nuestra historia sin pretender repetirla de manera acrítica. Debe seguir

siendo pacifista y solidario con otros pueblos. Por lo mismo, no puede dejar de estar fundado en

principios de alcance universal.

El mayor desafío para el nacionalismo mexicano, por encima de sus retos externos, es

construir un país más sólido, más justo y más igualitario para todos los mexicanos.

COMENTARIO DE FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

Lo cierto es que ese resentimiento ha dado paso a una etapa de franca madurez. Desde

mediados de los ochenta el nacionalismo revolucionario estaba agotado. Paso previo y necesario

para que en los noventa México entrara de lleno al proceso globalizador. La tradicional actitud

cerrada de México se transformó en una

actitud volcada hacia el exterior. Bimbo

es hoy la panificadora más grande del

mundo. América Móvil controla gran

parte de la telefonía en América del

Sur. Como no se ha cansado de repetirlo

~ 26 ~
Trump, México tiene un gigantesco superávit comercial con Estados Unidos. Somos el país que

más tratados comerciales tiene en el mundo. Frente a la necedad proteccionista de Trump,

México está ya a la búsqueda de nuevos mercados. El exterior ya no nos asusta. El mundo

exterior ya no nos hiere.

La globalización y el

nacionalismo

Aprovechar los

beneficios de un mundo

globalizado para impulsar

el desarrollo nacional y

proyectar los intereses de

México en el exterior, con

base en la fuerza de su identidad nacional y su cultura; y asumiendo una responsabilidad como

promotor del progreso y de la convivencia pacífica entre las naciones.

Con esto ratifica la visión reificada de la cultura, de la que dice es fuerte, permanecer

inmutable ante la globalización. Tal es la postura de los grupos del poder, su postura ante la

multiculturalidad de México.

Agrarismo, nacionalismo e intervención federal: Yucatán, 1937

En el verano de 1937 Yucatán fue sacudido por una de las experiencias más notables de su

historia: la reforma agraria integral, realizada bajo la supervisión de Lázaro Cárdenas.

El presidente coordinó personalmente el fraccionamiento y el reparto de las grandes

propiedades henequeneras, distribuyendo en pocas semanas 360 000 hectáreas de tierras a 23

~ 27 ~
000 campesinos; al mismo tiempo, lanzó una vigorosa campaña en contra de las fuerzas y los

poderes regionales que desafiaban la autoridad del Estado nacional.1

Esta acción radical revitalizó y actualizó el espíritu mismo de la Revolución mexicana, que

muchos consideraban ya acabado, y suscitó vivas preocupaciones internacionales en un

momento en que cualquier iniciativa de expropiación estatal era sospechosa como

potencialmente “comunista”.

Las interpretaciones históricas de la intervención federal de 1937 se han enfocado

generalmente en esa acción agrarista, subrayando la necesidad que tenía el gobierno

revolucionario de Cárdenas de acabar con los cacicazgos regionales y de dar sustancia y vigor a

una reforma agraria paralizada y saboteada. En este contexto, la acción del presidente se

interpreta como la lucha del Estado revolucionario en contra de su enemigo más encarnizado, la

clase terrateniente. Así, la reforma política y económica de 1937 se manifiesta como el

cumplimiento de las promesas de la Revolución a unas masas populares oprimidas por la antigua

oligarquía agraria.

En el presente ensayo se propone indagar sobre el significado y los objetivos de la experiencia

de 1937, situándola en el marco más amplio de las tensiones propias de una sociedad en rápido

proceso de cambio económico y cultural. La meta última es desmitificar los paradigmas aún

dominantes, proponiendo enfoques y perspectivas de análisis para estimular el debate alrededor

de un episodio histórico fundamental, que ha generado hasta hoy más polémicas que estudios.

Es forzoso, por lo tanto, tomar como punto de partida las interpretaciones que se han dado de

la reforma cardenista de 1937, presentando brevemente y en sucesión temporal los trabajos más

significativos.

~ 28 ~
La primera etapa fue dominada por los testimonios de los intelectuales, políticos y técnicos

que fueron testigos directos de los acontecimientos. En sus escritos se percibe la carga emocional

suscitada por la acción presidencial y un estilo que refleja la vigencia de los postulados de la

Revolución.

Los autores que escribieron durante o inmediatamente después de la visita presidencial fueron

a menudo críticos severos de la acción de Cárdenas, como el ingeniero Gustavo Molina Font

(1941) y el célebre intelectual Luis Cabrera (1937), quienes denunciaron los ruinosos ensayos

“comunistas” llevados a cabo en Yucatán, violando la Constitución y traicionando incluso a la

Revolución.2 Aldo Baroni, uno de los componentes de la comitiva presidencial de 1937 y amigo

tanto de Luis Cabrera como de Cárdenas, también criticó el programa agrarista.3

Fernando Benítez en cambio, presentó (1956) la imagen más conocida de Cárdenas, la del

enemigo de los hacendados que decide barrer con toda resistencia a la acción agrarista. Suya es

la cita de las palabras de Lázaro Cárdenas al entonces gobernador de Yucatán, López Cárdenas:

“Ya basta de decir: estamos viendo, estamos observando, estamos estudiando; ya me cansé de

que todo se arregle por los henequeneros con un cheque para los gobernadores”.4

En la línea de Benítez se sitúan los ensayos de Enrique Aznar (1947), Antonio Betancourt

Pérez (1968), Moisés González Navarro (1970), Laureano Cardos Ruz (1977) y Manuel Pasos

Peniche (1980), quienes examinan la reforma de Cárdenas poniendo énfasis en la distribución

de las tierras.5

El presidente agrarista y justiciero es también el protagonista del polémico ensayo de José

Luis Sierra y José Antonio Paoli sobre el reparto de 1937, publicado en 1986.6 En esta obra

desvanece finalmente el romanticismo de Benítez y presenta la realidad feroz de la lucha entre

la antigua clase dominante y los trabajadores rurales sedientos de tierras.

~ 29 ~
Sierra y Paoli describen el clima político de los años 1934 a 1936 como dominado por la

pugna entre la Asociación para la Defensa de la Industria Henequenera (ADIH) y las

organizaciones agraristas campesinas. Alrededor de la primera, se movían los hacendados, el

periódico Diario de Yucatán, el Partido Socialista del Sureste (PSSE), que se había vuelto

antiagrarista. Del otro lado se situaban el Partido Comunista Mexicano (PCM), la Federación

Sindical Independiente (FSI), otros grupos agraristas y el periódico Diario del Sureste. La lucha

se analizaba en términos marxistas como el enfrentamiento de clases entre la burguesía y los

sectores populares apoyados por el Estado.

Los trabajos de Gilbert Joseph (1982) y de Marie Lapointe (1990)8 vuelven a una perspectiva

más economicista y por lo tanto, agrarista, y sin embargo valoran también los aspectos culturales

de la reforma agraria de 1937. Además, introducen abiertamente un elemento de crítica que había

estado ausente en muchas de las obras anteriores. Joseph, sin embargo, presenta la acción federal

de 1937 corno la repetición -más exitosa- de la intervención militar constitucionalista de 1915:

“Cuando la revolución agraria llegó a Yucatán, vino desde afuera.”9 Así, niega o resta

importancia al dinamismo histórico autóctono de los años veinte y treinta, el cual esquematiza -

en forma tradicional- como el “letargo” de la Revolución entre las hazañas agraristas de Carrillo

Puerto (1921-1923) y el reparto cardenista de 1937.

Los estudios de Ben Fallaw (1994) y de Othón Baños (1994), nos muestran cómo es posible

analizar críticamente la empresa presidencial de 1937 desde diferentes puntos de vista.10El

primero pone énfasis en el proceso de aculturación de las masas campesinas dirigido por la

Federación, y el segundo en la acción de organización autónoma y de lucha social desde abajo,

durante los años que precedieron a la reforma agraria. Ambos rechazan la reducción del

conflicto social de los años treinta a la fórmula “hacendados vs. Campesinos” y en cambio

~ 30 ~
señalan la importancia de otro polo dialéctico, el que se estableció entre estado (región) y

Federación (centro), en el marco de la consolidación del

Estado nacional mexicano.

De este sintético panorama pueden colegirse algunas cuestiones que constituyen la premisa y

el punto de partida para indagar sobre el periodo cardenista en Yucatán. La primera es el contexto

histórico: la relación del cardenismo con otras experiencias reformistas de los años treinta, y con

la propia tradición revolucionaria mexicana. La segunda es la identidad de los sujetos

protagonistas: Estado, Federación, sindicatos, Partido Socialista del Sureste, Partido Nacional

Revolucionario, etc. La tercera y más importante es el significado de la acción federal de 1937,

uno de los episodios más significativos de la experiencia de gobierno de Lázaro Cárdenas en el

país.

REFORMA, NACIONALISMO E INDIGENISMO (1937)

La acción federal de 1937 no se limitó al reparto de las tierras, sino que cumplía con un plan

mucho más ambicioso, elaborado por Cárdenas y el Partido Nacional Revolucionario.

El viaje presidencial fue justificado oficialmente de dos maneras. Primero, como una acción

decisiva en favor de la justicia social, que cumplía con los ideales más profundos de la

Revolución. En segundo lugar, fue presentado como la apertura de una nueva perspectiva para

el renacimiento del pueblo maya.42

La segunda motivación remite al indigenismo radical proclamado por Lázaro Cárdenas como

parte esencial del mensaje revolucionario. En su discurso del 8 de agosto de 1937, el presidente

denunció enfáticamente: ‘la difícil situación en la cual ha vivido siempre la clase campesina de

Yucatán, formada en gran parte por indígenas que tanto en la vida colonial […] como en la época

~ 31 ~
independiente […] permanecieron en deplorables condiciones de atraso y miseria”.43 El año

anterior, Cárdenas había fundado el Departamento de Acción Social y Cultural y de Protección

a los indios, con el fin de impulsar una política específica para los grupos rurales indígenas. Los

mayas yucatecos monolingües eran, en 1930, 33.7% de la población mayor de cinco años. Si a

ello sumamos el 38.5% de los indígenas bilingües, se deduce que el 72.2% de la población

yucateca era “maya” en sentido amplio.44 Cualquier política en favor de los sectores populares

en Yucatán tenía que considerar el factor étnico, para negarlo y combatirlo, o para valorarlo.

Cárdenas se orientó hacia la valoración. El presidente en efecto quería rescatar a los indios en

cuanto grupo étnico, superando la política asimilacioncita de sus antecesores. Esto se obtendría

primero mediante la política de distribución de tierras, como indicó Cárdenas cuando señaló: “en

1937 […] pasaremos a resolver integralmente el problema agrario de Yucatán […] para salvar

de la miseria la raza indígena.45 Más tarde, el 3 de agosto de 1937, Cárdenas proclamaría

explícitamente que la revolución estaba por llegar a los indios “después de noventa años de

iniciada la última tragedia de la raza maya […] a entregar con los henequenales, una mínima

compensación por la sangre derramada en sus luchas por la tierra”.46 De esta forma, la acción

agrarista y la acción indigenista de protección étnica en gran medida coincidían.

~ 32 ~
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