Sei sulla pagina 1di 5

La pastoral de la miseria / 241

Ceo rq^es U^c^ouceUc* do, hay que repetirlo, la referencia esencial a los
peligros «miasmáticos».
Cuando Clerget describe en 1843 1 un carro que se
'v\ -o \ vw s^ \ o y U svjo*ío "
ha concebido para limpiar las basuras de las calles por
medio de una escoba mecánica, subraya el papel cada
vez más importante que, en el siglo XIX, va adquiriendo
la imaginación maquinística. Se trata de un aparato
3
complejo compuesto de ruedas dentadas y de cadenas
sin fin que permite barrer el suelo según un principio
LA PASTORAL DE LA MISERIA
de frotamiento circular y alternativo. El engranaje se
pone en funcionamiento utilizando la sola fuerza del
caballo. La mano humana no tiene más que conducir
el carro. Las viejas norias hallan aquí una nueva
En realidad, la imagen del pobre y, sobre todo, la de actualidad: una especie de cajas, acopladas a cadenas
•( la miseria están cambiando y convirtiéndose en algo móviles, van rascando el suelo y vertiendo los desper­
i más inquietante y más amenazador con la nueva dicios en el carro portador. M ecánica «arriesgada»
ciudad industrial, igual que va cambiando la «pedago­ y aún utópica, porque todo el conjunto de ruedas y
g í a » destinada a los indigentes y el lugar que van cadenas que la ponen en movimiento pesa mucho,
ocupando las prácticas de limpieza. Finalmente se va pero, sobre todo, la adecuación del aparato al suelo
\imponiendo con insistencia desconocida hasta ese mo- parisino lo hace aleatorio.
I mentó una asociación: la limpieza del pobre se con- El interés del proyecto de Clerget consiste menos
( vierte en garantía de moralidad que, a su vez, es en esta máquina compleja y ambiciosa que en el
Vgarantía de «orden». A partir de 1840, sobre todo, se comentario que hace el autor. No se propone esta
confirman estas asociaciones de ideas. mecánica de los tiempos futuros solamente como ins­
trumento de salud, sino también como instrumento de
moral: una limpieza que avanza paso a paso hasta
Una moralización de la limpieza meterse en las costumbres íntimas de los más humil­
des. Una limpieza, conquistadora en la Que, lenta y i
-4» Ambición^mmpkóa^utQtalizadora a la par, puesto confusamente, llegan a codearse orden Y yirtud. Hasta
que, de la limpieza de la calle a la limpieza de los la progresión es ejemplar: de la calle a la vivienda y de
alojamientos, de la limpieza de las habitaciones a la ésta a la persona: «Como la limpieza llama a la
limpieza de los cuerpos, lo que se intenta es transfor­ limpieza, la del alojamiento exige la del vestido y ésta
mar las costumbres de los menos afortunados. Expul­ la del cuerpo y ésta, finalmente, la de las costum­
sar sus supuestos «vicios», patentes o visibles, mitifi­ b res»2. No se trata, como en el siglo XVIII, de evocar
cando las prácticas de sus cuerpos. Se va ip stalagrin sólo los vigores, sino también de evocar los recursos
^ u n a , verdadera pastoral de la mi_§£ri a r en. insospechados del orden. La ética de las «purezas»:
limpieza tendría casi fu_erza"de exorcismo. La mecáni- «La suciedad no es más que la librea del vicio» 3. Y el
cá de lasciuHades'yTá moral van a entremezclarse con público implicado en todo ello no es la burguesía, sino
una forma completamente nueva, sin que haya cambia- evidentemente el pueblo pobre de las ciudades, el que
242 / El agua que protege
La pastoral de la miseria / 243

las ciudades de principios del siglo X I X arroja a aloja­


mientos amueblados, abarrotados, y hasta a sótanos entre los insensibles depósitos de exudaciones diver­
oscuros, pueblo del que las encuestas de Villermé sas; nada está más horriblemente sucio que estos
dieron una siniestra imagen: «En Nimes, por ejemplo, pobres deshonrados»8. Olores y sudores van a amalga-^-,.
en las casas de los más pobres, podría decir que en las marse con las moralidades «dudosas»: «Le abren aliño
un cuarto ya habitado a veces por una decena de
casas de la mayoría de los tejedores de tercera clase no
hay más que una cama sin colchón en la que duerme individuos educados como tártaros en el desprecio de
la camisa y que no saben lo que es lavarse»9. Y
toda la familia; pero siempre he visto en ella que hay
sábanas; sólo que la tela de éstas se parece a veces a empieza a cuajar la idea de ciertos vínculos imagina­
una vieja bayeta de fregar el su elo»4. Es inútil añadir rios como el de la suciedad, que desemboca en el v ic io .ÿ
nada a este cuadro de los indigentes enterrados en Miseria inquietante cuyos harapos y piojos son signos
habitaciones sin ventanas, sexos y piojos entremezcla­ de un ilegalismo siempre posible y de una delincuencia
dos, o esos catres en que se amontonan como gusanos por lo menos latente: «Si el hombre se habitúa a los
los miembros de la familia del lapidario de Les mystè­ andrajos, pierde inevitablemente el sentimiento de la
dignidad, y cuando este sentimiento se ha perdido,
res de P a ris5. Es preciso que haya una circunstancia
queda la puerta abierta a todos los vicios» 10.
excepcional para que el joven Turquin, obrero remen-
se con empleos hasta entonces de fortuna, se lave en
1840, para que sus futuras empleadoras, mujeres de P edagogías
vida alegre, vean en él a un dócil recadero. Esta
práctica, extraña para él, le sorprende hasta provocar­ La respuesta contra estas alarmas, en realidad
le un recuerdo imborrable: «Calentaron agua en un confusas, es una política de desamontonamiento que
gran caldero, me cortaron el pelo, me desvistieron y hoy se conoce b ie n 11. Por lo que toca a la higiene
me lavaron frotándome hasta ponerme colorado, pues misma, la respuesta es, para empezar, pedagógica.
Después de 1845 se multiplican las Hygiène des
no carecía yo de habitantes»6. El chico se queda
asombrado por el agua que gastan estas cortesanas y familles o las Hygiène populaire, literatura filantrópica
que distribuye preceptos, sugerencias y consejos. Mas-
que hay que llevar a fuerza de brazos. Las buhardillas
sé, uno de los primeros, insiste en un material estudia­
que había conocido Turquin eran, sin duda, menos
do, adaptado en teoría a los interiores populares.
acogedoras, estaban sobrepobladas y apestaban. Las
Encadenamiento de movimientos elementales, utiliza­
ciudades de la primera industrialización han ido acele­
ción de instrumentos «corrientes» que, a falta de baño,
rando las acumulaciones humanas y también han ido
avivando el temor que provocan sus peligros políticos, deben hacer que los lavados generales se conviertan
sanitarios o sociales. París alimentaba en su seno a en algo familiar. Massé, como buen pedagogo, quiere
salvajes de un nuevo tipo 7. De lo que se trataba era de decirlo todo: los menores movimientos, los objetos más
humildes, su materia, su forma, su número. Comenta
contenerlos y de dominarlos.
Sin embargo, es imposible evocar estas descripcio­ la cantidad de agua que hay que emplear, define su
nes sin subrayar la particular insistencia con la que se temperatura y limita la duración de sus aplicaciones;
persigue la suciedad del indigente: «¿Y su piel? Su piel, enumera instrumentos, emplazamientos y tiempos, y
aunque sucia, se reconoce en el rostro, pero en el no se detiene ante ninguna redundancia, poniendo en
cuerpo está pintada, está oculta, si se puede hablar así, evidencia los detalles más insignificantes, persuadido
de que el público a quien se dirige tiene que aprender-
244 / El agua que protege La pastoral de la miseria / 245

lo todo. Un lenguaje aplicado y serio, prolijo, pero so­ La escuela primaria es otro lugar, más importante
lemne, que trata de ser cada vez más «simple». Massé, aún, en el que se pueden difundir las normas creadas
apasionado de. la pedagogía popular 12, convencido para los indigentes. Los manuales del maestro, des­
de que hay que describir hasta el fin, sigue, monóto­ pués de 1830, repiten con regularidad los principios
no, con buena conciencia: «Y primero es necesario una esenciales de los tratados contemporáneos de higiene.
palangana vacía, un barreño medio lleno de agua fría, Algunos manuales destinados a los alumnos los repi­
una cacerola de agua caliente, dos esponjas más bien ten igualmente. El Règlement de l’instruction primaire
grandes, lo que llaman en las tiendas esponja de de Paris recomienda, en 1836, que los «alumnos de las
apartamento porque sirve para lavar los suelos, un seis primeras clases primarias» 15 lo lean con regulari­
gran trozo de franela, toallas o trapos de cocina. Se dad y hasta se lo aprendan de memoria. El manual jde
toma el trapo de lana y, con él, se fricciona uno todo el higiene se convierte,.en ..un - texto de trabajo. No es
cuerpo. Sobre todo, hay que frotar el pecho y los sorprendente que tal aprendizaje se_yinçülç « esencial-
sobacos, todas las partes en las que el calor de la cama ffr&r^£con4a-4«sbrueción-moral-’y'-eon''lainstruccTÓn
puede producir transpiración [...]. No hay que decir religiosa» 16. Se trata realmente de una catequesis. La
que antes de entrar se debe verter, en el lebrillo que ya higiene confirma su estatuto de saber oficial, «didacti-
tiene agua fría, bastante agua caliente como para zado». La observación de ciertas recomendaciones
poner todo el líquido a una temperatura de 20 grados prescritas en este texto es, de todas formas, casi
por lo menos. Tampoco hay que decir que se debe imposible: especialmente la que sugiere a los pobres de
colocar el lebrillo en un rincón de la mesa de manera las ciudades y del campo «un baño tibio al mes,
tal que esté al alcance del que se lava. Entonces, durante el invierno» 17, práctica imposible, evidente­
cogiendo las dos esponjas, una en cada mano, y hun­ mente, cuando leemos las descripciones de Villermé
diéndolas en el lebrillo, se empieza con resolución la sobre las condiciones de alojamiento. Pero, ¿no se
operación de lavado [...]. No os detengáis un solo trata primero de una pastoral?
instante, ahorrad el agua para que haya con qué lavar­ Por el contrario, la escuela quiere influir sobre la
se por lo menos durante un minuto, y, en cuanto decencia exterior. Por ejemplo, tenemos la insistencia
terminéis, salid de la palangana y tomad rápidamente repetida de madame Sauvan para modificar paciente­
una toalla para seca ros»13. Todo, en este documento, mente las partes visibles. Nada traiciona aquí la
se orienta hacia la economía: primero la del material; tradición: «No os mostréis ni encantados ni asqueados
luego, naturalmente, la del agua y hasta las del tiempo por vuestras nuevas relaciones. Sed buenas chicas, si
y del lugar. Poco espacio, pero una ablución general. puedo decirlo así; que la grosería de los modales, que
Tales nociones serían posibles con la condición de que la suciedad del vestido, no os repugnen. Combatidlas,
se recuerden las referencias elementales, hasta las más destruidlas en vuestras alumnas [...]» 18. Tenemos tam­
insignificantes. El tratado de higiene popular no es bién el precepto de Overberg que, desde 1845, se ha
aquí más que un tratado militante. Militantismo parti­ convertido en norma encantatoria: «Que se laven bien
cular, por lo demás, de buena gana «catequizador». manos y rostro» 19.
Concebido para los «obreros de las ciudades y de los Todos estos sermones pedagógicos se completan
campos», el catecismo del ruanés Guillaume es otro finalmente con las recomendaciones regulares que se
ejemplo que denuncia, una vez más, la siiciftHnd -cmsua empeñan en promulgar los diferentes consejos de salu­
bridad. Organización que, desde la promulgación de la
246 / El agua que protege La pastoral de la miseria / 247

ley de 1848, tiene ramificaciones en provincias y hasta cia que oponen estos hombres de la tierra a aceptar las
en los diversos distritos de la ciudad. Tales recomenda­ nuevas normas. Por primera vez, los consejos hablan
ciones se adicionan, monótonas, repetitivas: el consejo claramente de tal resistencia. Incluso intentan «com ­
de salubridad del Sena insiste también en 1821 en la prenderla»: los criterios del campesino tienen su
creación de baños públicos gratuitos para los pobres, «coherencia» que responde, entre otras razones, a
en pleno río, «pues un pueblo amigo de la limpieza lo ciertas esperas específicas de rusticidad, todas ellas
es pronto del orden y de la disciplina»20. Sólo lo muy alejadas de la higiene de las ciudades: «Se niegan
precario de estos baños y, sobre todo, la espera de sus a cambiar de ropa cuando están mojados o cubiertos
consecuencias «disciplinarias» (el «orden» y no ya sólo de sudor e incluso dejan de tomar cualquier precau­
el vigor) hacen que sus llamadas tengan un claro ción contra el enfriamiento, porque temen acostum­
significado. Los consejos se hacen eco de una higiene brarse a la m o licie »24. Resistencia de la «tradición,
«moralizada» y van repitiendo hasta las periferias fuerza turbadora que se presta a los olores animales,
geográficas una predicación unificada que se dirige seducciones oscuras que ejercen los excrementos y sus
específicamente a la indigencia. efluvios. La higiene de las ciudades encuentra ahora
Pero los testimonios que las instituciones de salu­ que esta sensibilidad es extraña y que emerge de
bridad aportan de sus respectivas provincias subrayan cuando en cuando en algunos textos cultos. Todas
también la relativa inmovilidad de las prácticas loca­ estas referencias que, generalmente, no se expresan de
les. Las «quejas» del Consejo del Aube, por ejemplo, en manera abierta, remontan a las sensaciones más es­
1835: «Los habitantes de Villemaur se equivocan cuan­ condidas para atribuir una fuerza estimulante al olor
do desdeñan el baño. Muchos de ellos son lo bastante de las transpiraciones o incluso al de las inmundicias.
holgados como para proporcionarse una bañera, por lo Signo masculino del sudor, entre otros, que Bordeau
menos de madera. Pero, además, la administración aún evocaba en su texto médico a principios del siglo
local debería instalar en el río Vanne ciertos baños XIX: «El estado hirsuto y escamoso de la piel, el olor
públicos {...]» 21• Las «quejas» del Consejo de Nantes, que exhala son pruebas de fuerza, de los efectos de una
igualmente, lamentan en 1825 la ausencia en el Loira decidida predisposición para la generación y de los
de baños para los más pobres22. fenómenos de la caquexia seminal» 25. La «com plici­
Pero en lo que tales testimonios toman un aspecto dad» con tales seducciones no es evidentemente posi­
totalmente inédito es en su severa crítica sobre las ble.
condiciones de la vida campesina. Esta severidad me­ Lo que cambia aquí es la imagen de las relaciones
rece que se le preste atención. Los médicos de fines del entre ciudad y campo. Y no porque la acumulación
siglo XVIII, apasionados de aerismo y de campo, se ciudadana se perciba bruscamente como menos peli­
habían mostrado siempre dudosos ante tal tema. Las grosa, ya que nunca, quizá, pareció tan inquietante;
granjas y los establos les parecían confinados y apes­ pero, por lo menos, los queconciben la higiene pública
tosos, pero el aire de las colinas salvaba lo esencial. y predican contra la miseria desplazan las virtudes
Ahora bien, se condena ahora la higiene del hombre que se atribuían hasta ahora a las referencias campesi­
del campo como no se había hecho nunca: «Descalzos, nas. La ciudad está totalmente centrada en la necesi­
después de limpiar el ganado y de transportar el dad de estas transformaciones internas, autónomas,
estiércol, no dudan en meterse en la cama tal y como específicas.
están o en vestirse» 23. Y se evoca también la resisten­
248 / El agua que protege La pastoral de la miseria / 249

D isp ositivos regen era d ores del promotor: acrecentar el hábito del baño con el
hábito de mudarse la ropa y evitar así que los tejidos
Evidentemente, el verbo y la pedagogía no po­ lavados se sequen en los mismos alojamientos, agra­
dían seguir siendo las únicas respuestas a las «amena­ vando así su humedad o su insalubridad.
zas» de la miseria. El orden que se esperaba de la Casi todas estas creaciones siguen siendo durante
higiene no podía, por lo que a él respecta, seguir largo tiempo simples establecimientos m odelo29: la
siendo un simple objeto encantatorio. Y se imaginan importante inversión financiera no concúerda con los
medidas muy concretas a partir de mediados del si­ beneficios que se obtienen (los baños son gratuitos o
glo XIX para corregir las suciedades indigentes, medi­ cuestan 10 céntimos). Pero estas instituciones plan­
das que dejan esperar verdaderos cambios «regenera­ tean en los «mejores» términos, a mediados del siglo,
dores». los problemas de una higiene totalmente pensada para
los dominados. Para empezar, hay una total insisten­
lavaderos públicos, gratuitos o de precio moderadci, es cia en la estricta utilidad de lugares y objetos: «Los
la ilustración más significativa y más óstéritosa de baños demasiado prolongados producen en las obreras
estas realizaciones sanitarias y morales. El emperador y las mujeres del pueblo una susceptibilidad enojo­
hace anunciar ruidosamente en 1852 que participa sa» 30. La duración del baño es, pues, limitada. Los
personalmente en tales empresas y retira de su «tesoro proyectos calculan que el tiempo de ocupación de las
particular» 26 las cantidades necesarias para la crea­ cabinas debe limitarse a treinta minutos. La evalua­
ción de tres establecimientos en los barrios pobres de ción del consumo de agua también implica vigilancia:
París. También concurre con este dinero a la construc­ los grifos se cierran automáticamente cuando han
ción de un establecimiento modelo en Romorantín. El dado una primera cantidad de líquido. El calor, final­
tema agita a la clase política. La Asamblea debate en mente, no debe ser excesivo ni demasiado costoso, por
1850 sobre la apertura de un «crédito extraordinario lo que se controla y se limita su intensidad. La
de 600.000 francos para favorecer la creación de esta­ pedagogía se prolonga así por medio de la norma que
blecimientos modelo de baños y de lavaderos públicos se impone a los instrumentos y a los espacios. Esta
en provecho de las poblaciones laboriosas»27. Hay higiene de los indigentes no puede pertenecerles, evi­
algunas realizaciones que se acaban: los baños y dentemente.
lavaderos de la calle de la R oton de28, por ejemplo, a Pero el tema es central a mediados de siglo, cuando
los que se añade una sala de asilo, cuya importancia recoge todas las legitimaciones oficiales que se le dan
social es ahora muy conocida. El plano de este conjun­ a la higiene del pobre. El debate de 1850 se convierte
to se difunde como un ejemplo: entrada separada para en un verdadero compendio teórico. La moral, natural­
los hombres y las mujeres; patio plantado de árboles mente, sobre la que el ponente insiste con pesadez muy
dispuestos entre baños y lavaderos; chorros de agua en parlamentaria: «Todos los que han vivido un poco con
este mismo patio que hacen que se vea una posible la clase obrera saben muy bien la diferencia que hay
profusión de agua y subrayan el valor simbólico del entre dos familias que tienen los mismos recursos: una
lugar. Finalmente, las cifras: cien «lavanderos» y cien de ellas está habituada a la limpieza y hace entrar en
bañeras. La prosecución de tal política permitiría que su casa la salubridad y el orden, mientras que otra, por
el pueblo dispusiera de un agua aparentemente asequi­ el contrario, entregada a la suciedad, con perdón,
ble. Evidentemente, ropa y piel se asocian en la mente acompaña esta costumbre con vicios y desórdenes»31.

Potrebbero piacerti anche