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LIBRO III

Función de enseñar de la Iglesia


INTRODUCCIÓN

La Iglesia ha recibido de Cristo una triple función: de enseñar, de santificar y de gobernar


(LG 25-27). Es el mismo triple oficio recibido por Cristo del Padre: profético, sacerdotal y
real (cfr. c. 204 §1).
La función primaria es la de enseñar.
A la base de la enseñanza de la Iglesia y de su acción misionera está el mandato de Cristo:
“Vayan... proclamen” (Mc 16, 15).
Los cánones más importantes han sido tomados del proyecto de la LEF que se pretendía
promulgar.

Principios utilizados en la preparación del Libro III

Si quisiéramos enunciar las fuentes directas que delinearon la renovación del Derecho
canónico, pero especialmente las del Libro III, tenemos que decir que fue el Concilio
Vaticano II en general, con la eclesiología de la LG, CD, DV y GS. Asimismo, se tuvieron
en cuenta las directivas de la GE, IM, AG, DH y UR. Sin embargo, no podemos ignorar
que el Código actual fue concebido, al principio, como una revisión del Código de 1917,
por lo que hay que decir también que es su fuente indispensable. Algunos documentos del
magisterio postconciliar, que también hay que tomar en cuenta para descubrir el espíritu
de la renovación codicial, son: la Instrucción pastoral Communio et progressio (18 de mayo
de 1971), las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), y
Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979); y de la Sagrada Congregación para el Clero,
el Directorio catequetico general (11 de abril de 1971).

EI cardenal Rosalio Castillo Lara sdb (q.e.p.d.), último presidente de Comisión encargada
de la revisión del Código, hablaba de siete principios que guiaron la revisión del Libro III,
los cuales deben tomarse en cuenta a la hora de interpretar y aplicar los cánones1.

1. Novedad legislativa en continuidad con la tradición canónica y fidelidad al


Vaticano II

Por una parte, los cánones del Libro III siguen teniendo por base aquellos del Código de
1917. Por otra parte, las adaptaciones, modificaciones, supresiones, adiciones y nuevos
cánones, corresponden a una doble exigencia complementaria: fidelidad a las decisiones
del Vaticano II y atención a las nuevas situaciones socioculturales, especialmente a la
creciente conciencia de la libertad y de la dignidad de la persona.

1
Ver R. CASTILLO LARA, Le Livre III du CIC de 1983. Histoire et principes, en: L 'Année canonique,
31 (1988), 17-54.
2. Corresponsabilidad diferenciada en el ejercicio del munus docendi

Es la Iglesia entera quien aparece como titular del munus docendi y no la jerarquía sola.
Por tanto, todos los miembros del pueblo de Dios son corresponsables y copartícipes en
este munus (LG, 12,31; cfr. cc. 211, 774 § 1, 781). Sin embargo, el ejercicio concreto de
esta común responsabilidad y participación no es uniforme, sino diferenciada, según la
estructura jerárquica de la Iglesia. La capacidad de actuar en nombre de Cristo Cabeza está
a la base de la diferenciación en el ejercicio de estas funciones, aunque no es igual para
todos los clérigos: Romano Pontífice, Colegio de Obispos (cc. 749, 756, 782 § 2),
presbíteros (cfr. cc. 757, 528), diáconos (c. 757), religiosos (c. 758) y laicos (c. 759; cfr.
cc. 774 § 2, 766, 767 § 1).

3. En razón de una compenetración mutua entre los munera, el munus docendi posee
una connotación jurídica importante.

Cada uno de los tres munera contiene elementos de los otros. La relación entre el munus
docendi y sanctificandi es mas evidente que el que hay entre el munus docendi y el regendi,
pues la fe no puede ser jamás impuesta. Sin embargo, el hecho de que el deber de predicar
el Evangelio, confiado a la Iglesia, es un hecho público, oficial, debe ser regulado el
ejercicio del munus docendi. Además, la incorporación a la Iglesia conlleva la asunción de
derechos y deberes, muchos de los cuales se refieren a la fe. De allí también que puedan
ser impuestas sanciones por delitos contra la fe.

4. Los tres deberes confiados a la Iglesia referentes a la verdad revelada, es decir, de


conservar, profundizar y anunciar, se integran armoniosamente en la finalidad de la
evangelización

De entre estas tres, el Código se ocupa más de la tarea de conservar íntegro el depósito de
la fe (cc. 386 § 2, 823, 827, 825, 1364, 1371, 1°). A primera vista parecería como que esta
nota negativa del magisterio de la Iglesia prevalece sobre las otras. La razón está en que
esta obligación debe ser más desarrollada jurídicamente y mejor precisada en vista de las
consecuencias jurídicas que ello comporta. En cuanto a la tarea de profundizar en el
mensaje revelado, el magisterio eclesiástico viene ayudado grandemente por los teólogos
y exegetas, y en general las universidades eclesiásticas (DV, 8; GE, 11). Y también es
verdad que el conservar y profundizar el mensaje revelado encuentran su razón de ser en
su proclamación incesante.

5. EI munus docendi, en razón de su servicio a la verdad revelada, tiene igualmente


una dimensión social, cultural y política

EI objeto principal del munus docendi es lo que Dios ha revelado al hombre para su
salvación. Sin embargo, ello trae consigo una vasta gama de principios morales y sociales.
La Iglesia fue establecida como signo y salvaguarda del carácter trascendental de la persona
humana y defensora de su dignidad y de sus valores fundamentales, de tal modo que se ve
obligada a pronunciarse sobre la doctrina o situaciones de orden político, cuando la libertad
y la dignidad de la persona humana están en peligro (cfr. GS, 42, 58; cc. 747 § 2, 768 § 2).
Esta dimensión del munus docendi confiere al magisterio de la Iglesia autoridad moral,
universalmente respetada. Ver, por ejemplo, las encíclicas sociales y otras declaraciones
sobre la paz, la economía, la dignidad del trabajo. etc.

6. EI munus docendi posee también una dimensión pastoral

Entre las funciones más importantes del pastor, está la del servicio a la fe, que es necesario
anunciar, transmitir, conservar y alimentar. EI pastor debe nutrir al pueblo de Dios con la
palabra revelada (c. 258 § 1). Así, las normas del código están penetradas de una triple
dimensión pastoral: extender al máximo la posibilidad del anuncio de la palabra de Dios;
reducir al mínimo las exigencias jurídicas, a fin de facilitar el servicio a la palabra de Dios,
y la preocupación por la educación cristiana y por la defensa y la preservación de la fe.

7. EI munus docendi está en relación estrecha con la comunión eclesial

EI ejercicio del munus docendi presupone como condición indispensable, que aquel que lo
ejerce, esté en plena comunión eclesial, ya sea el Romano Pontífice (c. 333 § 2), ya sean
los obispos (cc. 386, 357 § 2, 753, 751, 823).

PRINCIPIOS TEOLÓGICOS Y JURÍDICOS

Como es característico de todo el Código, el Libro III inicia con unos cánones preliminares
de carácter doctrinal, que forman la plataforma sobre la que se va a levantar toda la
normativa del Libro. Unos definen términos relacionados con la función de enseñar de la
Iglesia, otros hacen afirmaciones doctrinales o asignan ciertas responsabilidades. Es
importante tomar en cuenta también otros cánones que se encuentran entre las obligaciones
y derechos de todos los fieles cristianos, para la recta comprensión del libro entero.

1. El depósito de la fe y los principios morales


El depósito de la fe está constituido por el conjunto de las verdades reveladas contenidas
en la Sagrada Escritura y en la Tradición (DV 10). La misión de la Iglesia en lo tocante a
este depósito, está expresada en el c. 747 §1, mediante cuatro verbos:
 custodiar santamente la verdad revelada, para garantizar su pureza e integridad
(jerarquía);
 profundizar en ella, en plena fidelidad y autenticidad (teólogos)
 anunciarla y exponerla fielmente, utilizando incluso sus propios medios de
comunicación social, de modo que aquello que objetivamente no tiene capacidad
de aumentar o disminuir, subjetivamente progrese mediante el ejercicio del
Magisterio.
Es una obligación y derecho originario, independiente de cualquier poder humano, el cual
no puede impedir, limitar o condicionar su ejercicio.
Dicho Magisterio de la Iglesia, no puede limitarse a verdades estrictamente religiosas: a la
Iglesia le compete siempre y en todo lugar anunciar los principios morales, incluso sobre
el orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida
en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas (c. 747 §2).
Si bien la misión propia de la Iglesia no es de orden político, económico o social, sino
religioso (GS 42), por buscar la salvación de la persona entera, tiene el derecho de
intervenir. Prueba de ello son los documentos de la enseñanza social de la Iglesia.

2. Obligación y derecho de buscar la verdad2


C. 748 § 1: Todos los hombres deben buscar la verdad en aquello que se refiere a Dios y a
su Iglesia y, una vez conocida, tienen, en virtud de la ley divina, la obligación y el derecho
de abrazarla y de observarla. § 2. A nadie le es lícito jamás obligar a los hombres por
coacción a abrazar la fe católica contra su propia conciencia.

La función de enseñar de la Iglesia debe tomar en cuenta el derecho a la libertad religiosa


fundada en la dignidad de la persona humana3.

2.1. «Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de
coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de
cualquier potestad humana, y ello de tal manera que en materia religiosa ni se
obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a
ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites
debidos» (DH 2).

2.2. Esta libertad emerge de la propia naturaleza humana que tiende a la verdad, a
Dios. Así lo declara el Vaticano II: «Por razón de su dignidad, todos los hombres,
por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y por tanto,
enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia
naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla,
sobre todo la que se refiere a la religión» (DH 2).

2.3. En este sentido, los católicos que hemos encontrado la verdad, relativa a Dios
y a su Iglesia, debemos abrazarla y observarla; es decir, ser fieles a ella. Por ello,
en este contexto de la libertad religiosa, el Concilio expresa esta convicción:
«creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y
apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los
hombres...» (DH 1).

2.4. Sin embargo, no todos han llegado a conocer esta verdad. Y en el cumplimiento
de su deber, la Iglesia ha de respetar el derecho a la libertad religiosa; por eso, nadie
debe ser coaccionado para abrazar la fe cató1ica contra su propia conciencia,
porque el acto de fe es, por su misma naturaleza, un acto libre; el obsequio que la
creatura humana ha de prestar a Dios debe ser razonable y libre.

2
Véase DH 1, 2-4; GS 16; AG 13; cfr. cc. 211, 225 § 1.
3
Pareciera que el Papa Pío IX era contrario a la libertad religiosa por condenar la proposición
siguiente: «Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, tuviere
por verdadera»: Syllabus, prop. 15, en DzH 2915. Sin embargo, en su contexto propio, se condenaba el
relativismo, basado en el propio juicio subjetivo.
2.5. Además, como esta verdad está ordenada a la vida, de allí la obligación de
abrazarla y observarla una vez conocida; es decir, de hacerla norma de la propia
vida. Si bien este derecho es conculcado en algunas naciones, la misma ONU lo ha
proclamado en la Carta de los derechos humanos (art. 18): «Toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de
manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en publico
como en privado, por la enseñanza, la practica, el culto y la observancia de ritos».

2.6. EI Papa Juan Pablo II desglosa los alcances del derecho a la libertad de
conciencia y de religión en el plano personal, comunitario e internacional.

a) en el plano personal, incluye: la libertad de adherirse o no a una fe


determinada y a la comunidad confesional correspondiente; de realizar
individual y colectivamente, en privado y en publico, los actos de oración y
de culto, y de tener las iglesias o lugares de culto en la medida que lo
requieran las necesidades de los creyentes; la libertad de los padres de
educar a sus hijos en sus convicciones religiosas que inspiren su propia vida,
así como la posibilidad de hacer frecuentar la enseñanza catequética y
religiosa dada por la comunidad; la libertad de las familias de escoger las
escuelas y otros medios que aseguren a sus hijos esta educación sin tener
que sufrir directa o indirectamente cargos suplementarios tales que impidan
ejercer esta libertad; la libertad de las personas de beneficiarse de la
asistencia religiosa en cualquier parte que se encuentren, especialmente en
los lugares públicos de cuidado (clínicas, hospitales), en los campamentos
militares y en los servicios obligatorios del Estado, así como en los lugares
de detención; la libertad de no ser coaccionado, en el piano personal, cívico
o social, de realizar actos contrarios a su propia fe, ni de recibir un tipo de
educación, o de adherirse a los grupos o asociaciones, que tienen principios
opuestos a sus propias convicciones religiosas; la libertad de no sufrir, por
razones de fe religiosa, limitaciones y discriminación, con relación a otros
ciudadanos, en las diversas manifestaciones de la vida ( en todo lo que
concierne a la carrera, ya sea de estudios, de trabajo, de profesión;
participación en las responsabilidades cívicas y sociales, etc.).

b). En el plano comunitario: la libertad de tener su propia jerarquía interna


o sus ministros correspondientes libremente escogidos por ellos, según sus
normas constitucionales; la libertad para los responsables de comunidades
religiosas, como por ejemplo, en la Iglesia Católica, los obispos y otros
superiores eclesiásticos, de ejercer libremente su propio ministerio, de
conferir las ordenaciones sagradas a sacerdotes o ministros, de nombrar
para los cargos eclesiásticos, de comunicar y de tener contactos con aquellos
que se adhieren a su confesión religiosa; la libertad de tener sus propios
institutos de formación religiosa y de estudios teológicos, en los cuales
pueden ser libremente recibidos los candidatos al sacerdocio y a la
consagración religiosa; la libertad de recibir y de publicar libros religiosos
sobre la fe y el culto, y de hacer libremente uso de ellos; la libertad de
anunciar y de comunicar la enseñanza de la fe, por la palabra y por escrito,
aun fuera de los lugares de culto, y de hacer conocer la doctrina moral sobre
las actividades humanas y la organización social...; la libertad de utilizar
para el mismo fin, los medios de comunicación social (prensa, radio y
televisión); la libertad de realizar actividades de educación, de beneficencia,
de asistencia que permita poner en practica el precepto religioso del amor
hacia los hermanos, especialmente hacia aquellos que están más
necesitados.

c) más aún, en el plano internacional, la libertad de mantener comunicación


recíproca entre una autoridad suprema y los demás pastores y las
comunidades religiosas locales; la libertad de difundir los actos y textos del
magisterio (encíclicas, instrucciones, etc.); la libertad de encuentros y
reuniones de carácter multinacional y universal; la libertad de intercambiar
informaciones y contribuciones de carácter teológico o religioso4.

En conclusión, la Iglesia es consciente de su responsabilidad de transmitir el mensaje


revelado a toda la humanidad, pero en el estricto respeto al derecho a la libertad religiosa
de todos. Al mismo tiempo, espera el respeto de este mismo derecho para todos sus
miembros.

3. El Magisterio de la Iglesia
Es la misión, el mandato conferido por Cristo de instruir a todas las gentes en lo que
respecta a su salvación eterna. Es un derecho-deber dado por Cristo a los Apóstoles y a sus
sucesores (Cfr. Mt 28, 20).
Puede ser:
 extraordinario o infalible (LG 25), ejercido:
o por el Romano Pontífice, que como Pastor y Doctor Supremo de todos los
fieles, mediante un acto definitivo, proclama una doctrina que debe
sostenerse sobre la fe o costumbres (c. 749 §1);
o por el Colegio Episcopal, cuando los Obispos
 reunidos en Concilio Ecuménico ejercen tal magisterio y, como
doctores y jueces de la fe y de las costumbres, declaran para toda la
Iglesia la doctrina sobre la fe o sobre las costumbres que ha de
sostenerse definitivamente;
 o bien cuando, dispersos por el mundo, conservando el vínculo de
comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando de modo
auténtico junto con el mismo Romano Pontífice las materias de fe y
de costumbres, concuerdan en que una determinada sentencia ha de
sostenerse como definitiva (c. 749 §2).

4
Ver JUAN PABLO II, Message L'Eglise catholique, a las altas autoridades de los países subscriptores
del Acta final de Helsinki (1 de agosto de 1975), sobre la libertad de conciencia y religión, 1 de septiembre
de 1980, en: Enchiridion Vaticanum (EV), 7, nn. 564-567; AAS, 72 (1980), nn 1252-1260.
NB: Ninguna doctrina se considera como definida infaliblemente, si no consta
así de modo manifiesto (c. 749 §3).
 ordinario
o auténtico ejercido mediante la actividad pastoral de los obispos
individualmente, como doctores y maestros (cc. 750, 753),
o simple, ejercido por sus colaboradores en la predicación de la Palabra de
Dios (cc. 756-795), y de las escuelas (cc. 796-821), bajo la vigilancia de los
Pastores auténticos.

4. Deberes de los fieles respecto a la fe


No basta para los fieles el evitar la herejía (= obstinada negación, luego de recibido el
bautismo, de cualquier verdad que se ha de creer con fe divina y católica) sino es necesario
también huir diligentemente de aquellos errores que más o menos se aproximen a ella;
todos, por tanto, deben observar también las constituciones y decretos mediante los cuales
la Santa Sede prohíbe o condena tales opiniones (c. 754).
La ley de la Iglesia impone dos deberes:
 uno positivo, el profesar abiertamente la fe, cada vez que el silencio o el modo de
actuar comporta la tácita negación de la fe, el desprecio de la religión, la injuria a
Dios, el escándalo del prójimo;
 uno negativo, de no renegar directamente de la propia fe; este deber obliga semper
et pro semper (LG 14, 15).

4.1 El objeto de la fe divina y católica (c. 750 §1)


Con fe divina y católica se debe creer todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios
escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la
Iglesia, y que, al mismo tiempo, es propuesto como divinamente revelado, ya sea por el
magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal; lo cual, a saber,
se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por
tanto, todos están obligados a evitar cualesquiera doctrinas contrarias.
Se denomina ‘divina’ por tener a Dios por autor, y ‘católica’ por ser propuesta además por
el Magisterio de la Iglesia. Todo fiel debe evitar toda doctrina contraria, so pena de incurrir
en herejía, que se castiga como delito canónico (cc. 751, 1364).

4.2 El objeto de la adhesión firme y definitiva (c. 750 §2)


Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre la
doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo por el magisterio de la
Iglesia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente
el mismo depósito de la fe; se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien
rechaza dichas proposiciones que deben retenerse de modo definitivo.
Esto es resultado de una posterior modificación a la norma (antes indivisa en párrafos, el
actual §1), originada por la Carta Apostólica m. pr. Ad tuendam fidem (18 mayo 1998) a
propósito de la reaparición de la profesión de fe. Este objeto se denomina también ‘objeto
secundario de infalibilidad del magisterio eclesiástico’, pues se refiere a aquellas cosas que
son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe.
Pueden tener relación con la Revelación mediante una conexión histórica (fundada en
hechos cuya negación puede poner en peligro la integridad del mismo depósito: la
legitimidad de la elección del RP, la canonización de los santos, etc.) o conexión lógica
(ideas que expresan una maduración en el conocimiento de la misma Revelación, que
pueden luego ser proclamadas como doctrinas de fe divina y católica: la infalibilidad antes
del CV I, la declaración de la ilicitud de la eutanasia, de la prostitución, etc.)
Este tipo de magisterio exige del fiel cristiano una adhesión firme y definitiva a dichas
doctrinas, respuesta basada en la asistencia del Espíritu al magisterio y sobre la doctrina
católica de la infalibilidad del magisterio.

4.3 Objeto de obsequio religioso al magisterio universal (LG 25; c. 752)


Si bien no es un asentimiento de fe, se ha de prestar sin embargo un asentimiento religioso
del entendimiento y de la voluntad a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio
Episcopal enseñan acerca de la fe y de las costumbres, en el ejercicio de su magisterio
auténtico, aunque no sea su intención, proclamarla con un acto definitivo; por tanto, los
fieles cuidarán de evitar todo lo que sea incompatible con la misma.
Tal asentimiento ha de seguir la manifiesta mente y voluntad que se colige principalmente
ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma
doctrina, ya sea por la forma de decirlo (LG 25). Por ser también de la voluntad, debe estar
enraizada en una actitud de fe más que de carácter científico.
El disenso es definido por la CDF como “la actitud fundamental de oposición a la doctrina
de la Iglesia, que a veces se manifiesta en grupos organizados”5, por lo que no lo admite.
Sin embargo, muchos teólogos y conferencias episcopales admiten el legítimo disenso,
observando ciertas características: (1) dirigido exclusivamente al magisterio no infalible;
(2) competencia de quien disiente; (3) último recurso luego de un sincero esfuerzo de
asentir la enseñanza auténtica; (4) formulado con propiedad, respeto a la autoridad de la
Iglesia; (5) propuesto prudentemente, cuidando no provocar escándalo en la comunidad.
El CIC establece pena para quien no cumple esto, en el c. 1371, 1°.

4.4 El obsequio religioso al magisterio de los obispos (c. 753)


Los Obispos que están en comunión con la cabeza y los miembros del Colegio, tanto
individualmente como congregados en Conferencias Episcopales o en concilios
particulares, aunque no gocen de infalibilidad en su enseñanza, son auténticos doctores y
maestros de la fe de los fieles encomendados a su cuidado; a este auténtico magisterio de
sus Obispos, los fieles están obligados a adherirse con religioso asentimiento del espíritu.
La Conferencia Episcopal puede ejercer magisterio auténtico solamente si se expresa por
unanimidad, o habiendo logrado 2/3 partes de los votos en la reunión, logra luego el
reconocimiento (recognitio) de la Santa Sede6.

5 Herejía, apostasía y cisma (c. 751)


 Herejía es la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que
ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma;
 apostasía, el rechazo total de la fe cristiana;
 cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los
miembros de la Iglesia a él sometidos.

5
CDF, Intr. Donum veritatis, en AAS 82 (1990) 1562-1563.
6
JUAN PABLO II, m.pr. Apostolos suos, 21 mayo 1998.
En conexión con este canon han de verse los cc. 1364, 194 §1,2°, 1041 2°, 1044 §1, 2°,
1184 §1, 1°, que tratan de ciertas penas y sanciones contra estos delitos.

6 El movimiento ecuménico (c. 755)


Corresponde en primer lugar a todo el Colegio Episcopal y a la Sede Apostólica fomentar
y dirigir entre los católicos el movimiento ecuménico, cuyo fin es reintegrar en la unidad a
todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo, está obligada a promover.
Corresponde asimismo a los Obispos y, a tenor del derecho, a las Conferencias
Episcopales, promover la misma unidad y, según las diversas necesidades o conveniencias
de las circunstancias, establecer normas prácticas, teniendo en cuenta las prescripciones
dadas por la autoridad suprema de la Iglesia.
Este canon adquiere su fuerza obligatoria del mismo deseo de Cristo (Jn 17, 22).
Un solo canon para este apartado tan importante, hace necesarísimo el recurso a otros
documentos y normativas (UR, Directorio para asuntos ecuménicos, Directorio La
recherche de l’unité 25 marzo 1993, Ut unum sint ), aunque ha de decirse que el tema
aparece de paso en otros cánones (como 825 §2, 844, 861, 908, 933, 1086 §2, 1124-1129,
1127 §3) al hablar de la interacción con personas no católicas, o el c. 256 que pide la
formación en el ecumenismo.
.
7 Otros cánones relacionados con la materia expuesta:
 Obediencia cristiana de los fieles hacia sus pastores (c. 212).
 Derecho a recibir la Palabra de los Pastores sagrados (c. 213)
 Derecho a la instrucción cristiana (c. 217)
 Justa libertad de investigación y publicación sobre ciencias sagradas (c. 218).
 Derecho-obligación de los fieles laicos a trabajar para que el mensaje divino
de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo
(c. 225)
 Derecho de los fieles laicos a estudiar y profundizar las ciencias sagradas aún
en Universidades o facultades eclesiásticas (c. 229 §2)

Conclusión
Todos estos cánones introductivos llevan el sello del Vaticano II, excepto los cc. 751 y
754. Sin embargo, no deja de parecer parcial, pues se fija más en el Magisterio de la Iglesia
y relega la participación de los demás fieles cristianos en la función de enseñar de la Iglesia.
En este sentido, el CCEO refleja mucho mejor esta corresponsabilidad y la visión conciliar
sobre este munus (cánones 596, 601-603, 606, eliminando los cc. latinos 751 y 754). Por
ello, conviene al interpretar esta parte, tener en cuenta la visión conciliar al respecto.

Título I
El ministerio de la Palabra divina

Sujetos
La función de enseñar el Evangelio:
 en lo que atañe a la Iglesia universal, corresponde al Romano Pontífice y al
Colegio Episcopal (c. 756 §1);
 respecto a la Iglesia particular, toca:
o a los obispos en singular, los cuales son los moderadores de todo el
ministerio de la Palabra (c. 756 §2);
o a los párrocos y aquellos a quienes se encomienda la cura de almas (c. 757);
o a los presbíteros, cooperadores del Obispo (c. 757);
o a los diáconos (c. 757);
o a los miembros de IVC, que son llamados para ayudar al Obispo en el
anuncio del Evangelio (c. 758);
o a los fieles laicos:
 en fuerza del bautismo y de la confirmación, con la palabra y el
ejemplo (c. 759);
 en fuerza de un llamado a cooperar con el Obispo y los presbíteros
en el ejercicio del ministerio de la Palabra (c. 759);

Objeto
El ministerio de la Palabra es esencialmente cristológico y cristocéntrico: debe proponer
integral y fielmente el misterio de Cristo.
Para ello, debe fundarse sobre la Sagrada Escritura, la Tradición, la liturgia, el magisterio
y la vida de la Iglesia (c. 760).

Medios
Para anunciar la doctrina cristiana, deben emplearse los diversos medios disponibles,
 sobre todo la predicación y la instrucción catequética, que ciertamente ocupan
siempre el lugar principal;
 la enseñanza de la doctrina en las escuelas, academias, conferencias y reuniones de
todo tipo,
 su difusión mediante declaraciones públicas hechas por la autoridad legítima con
motivo de determinados acontecimientos,
 y mediante la prensa y otros medios de comunicación social (c. 761).

Normas ulteriores
En orden al ministerio de la Palabra de Dios se deben tener presentes también los siguientes
cánones:
 c. 386 §1: el cuidado de los Obispos diocesanos para que se observen
escrupulosamente las prescripciones de los cánones sobre el ministerio de la
Palabra;
 c. 392: la vigilancia de los mismos para que no se introduzcan abusos en el ejercicio
de dicho ministerio;
 c. 528 §1: el mensaje evangélico debe dirigirse también a aquellos que se hallen
alejados de la práctica religiosa y no profesan la verdadera fe;
 c. 747 §1: el deber y derecho nativo de la Iglesia a predicar el Evangelio a todas las
gentes;
 c. 771 §§ 1-2: el mensaje evangélico a los alejados y no creyentes;
 c. 781: la obra de la evangelización, deber fundamental de todo el Pueblo de Dios;
 c. 843 §2: evangelización y sacramentos.

Capítulo I La predicación de la Palabra de Dios

Operarios de la predicación
 Los ministros sagrados deben tener en gran estima la función de predicar, ya que
entre sus principales deberes está el anunciar a todos el Evangelio de Dios (c. 762).
 Corresponde a los Obispos el derecho de predicar la Palabra de Dios en todo lugar,
sin excluir las iglesias y oratorios de los institutos religiosos de derecho pontificio,
a menos que, en casos particulares, el Obispo del lugar se oponga expresamente (c.
763).
 Los presbíteros y los diáconos gozan de la facultad de predicar en todas partes,
que han de ejercer con el consentimiento al menos presunto del rector de la iglesia,
a no ser que esta facultad les haya sido restringida o quitada por el Ordinario
competente o que por ley particular se requiera licencia expresa, quedando a salvo
lo prescripto en el c. 765(c. 764).
 Para predicar a los religiosos en sus iglesias u oratorios, se requiere licencia del
Superior competente a tenor de las constituciones (c. 765).
 Los laicos pueden ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, si la necesidad
lo pide, o si, en casos particulares, lo aconseja la utilidad, según las prescripciones
de la Conferencia Episcopal y quedando a salvo el c. 767, § 1 (c. 766).

Normas sobre la Homilía


 Entre las formas de predicación se destaca la homilía, que es parte de la misma
liturgia y que está reservada al sacerdote o al diácono; en ella, a lo largo del año
litúrgico, se expondrán los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, a partir
del texto sagrado (767 § 1).
 Debe tenerse la homilía, y no se puede omitir sin causa grave, en todas las Misas
de los domingos y fiestas de precepto, que se celebran con concurso del pueblo
(767 § 2).
 Se recomienda mucho que, si se da suficiente concurrencia del pueblo, se tenga la
homilía también en las Misas que se celebren entre semana, sobre todo en el tiempo
de adviento y cuaresma o con ocasión de una fiesta o de un acontecimiento luctuoso
(767 § 3).
 Corresponde al párroco o rector de la iglesia cuidar de que estas prescripciones se
cumplan religiosamente (767 § 4).
 Contenido:
o los predicadores de la Palabra Divina propondrán a los fieles, en primer
lugar, lo que es necesario creer y hacer para la gloria de Dios y salvación de
los hombres (c. 768 §1).
o asimismo, impartirán a los fieles la doctrina que propone el magisterio de
la Iglesia sobre la dignidad y libertad de la persona humana, sobre la unidad
y estabilidad de la familia y sus deberes, sobre las obligaciones que
corresponden a los hombres unidos en sociedad, así como sobre la
necesidad de armonizar los asuntos temporales según el orden establecido
por Dios (c. 768 §2; CD 12).
Método
La doctrina cristiana se propondrá de un modo acomodado a la condición de los oyentes y
adaptada en función de las necesidades de la época (c. 769; CD 13c).
En ciertas épocas, según las prescripciones del Obispo diocesano, los párrocos organizarán
aquellas predicaciones, llamadas ejercicios espirituales y misiones sagradas, u otras formas
adaptadas a las necesidades (c. 770).

Solicitud especial de los pastores


Los pastores de almas, sobre todo los Obispos y los párrocos, se mostrarán solícitos de que
la Palabra de Dios se anuncie también a aquellos fieles que, por su condición de vida, no
gocen suficientemente de la cura pastoral común y ordinaria o carezcan totalmente de ella
(c. 771 §1).
Provean también para que el mensaje del Evangelio llegue a los no creyentes que viven en
el territorio, puesto que también a éstos, lo mismo que a los fieles, debe abarcar la cura de
almas (c. 771 §2).

Normas especiales
En lo que atañe al ejercicio de la predicación, serán además observadas por todos las
normas dadas por el Obispo diocesano (772 § 1).
Para hablar sobre temas de doctrina cristiana por radio o por televisión, se observarán las
prescripciones establecidas por la Conferencia Episcopal (772 § 2).

Capítulo II De la formación catequética

Noción
Es la enseñanza de la doctrina cristiana en modo orgánico y sistemático, con la finalidad
de educar gradualmente a los fieles hacia la plenitud de la vida cristiana, según su capacidad
y exigencias.

Documentos
C. CLERO, Directorio General para la catequesis 15 agosto 1997.
PAULO VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi 8 diciembre 1975.
JUAN PABLO II, Exh. Ap. Catechesi tradendae 16 octubre 1979.

Deberes
 Es un deber propio y grave, principalmente de los pastores de almas, cuidar la
catequesis del pueblo cristiano, a fin de que la fe de los fieles, mediante la
enseñanza de la doctrina y la práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y
se transforme en obras (c. 773).
 La solicitud por la catequesis, bajo la dirección de la legítima autoridad eclesiástica,
corresponde, en la medida de la responsabilidad de cada uno, a todos los miembros
de la Iglesia (774 § 1).
 Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la
práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; una obligación
semejante tienen quienes hacen las veces de padres y los padrinos (774 § 2).

Operarios
 Corresponde al Obispo diocesano, siguiendo las prescripciones de la Sede
Apostólica:
o dictar normas sobre la catequesis
o proveer para que se disponga de instrumentos adecuados para la misma,
o incluso si parece oportuno, preparando un catecismo;
o asimismo fomentar y coordinar las iniciativas catequísticas (c. 775 §1).
 Corresponde a la Conferencia Episcopal, si se considera útil, procurar de que se
editen catecismos para su territorio, previa aprobación de la Sede Apostólica.
o en el seno de la Conferencia Episcopal puede establecerse una oficina
catequística, cuya tarea principal será la de ayudar a cada diócesis en
materia de catequesis (c. 775 §§ 2-3).
 El párroco debe cuidar de la formación catequética de los adultos, jóvenes y niños,
para lo cual empleará la colaboración
o de los clérigos adscriptos a la parroquia,
o de los miembros de IVC y SVA, teniendo en cuenta la naturaleza de cada
instituto,
o de los fieles laicos, sobre todo de los catequistas.
NB. Todos éstos, si no se encuentran legítimamente impedidos, no rehúsen
prestar su ayuda de buen grado.
 Cuiden los Superiores religiosos y los de sociedades de vida apostólica que en sus
iglesias, escuelas y otras obras de cualquier modo confiadas a ellos, se imparta
cuidadosamente la formación catequética (c. 778).

Tipos de catequesis
1.° sacramental: una catequesis adecuada para la celebración de los sacramentos;
2.° a los niños: mediante una formación catequética impartida durante el tiempo
conveniente, para que se preparen debidamente a la primera recepción de los sacramentos
de la penitencia y de la santísima Eucaristía así como al sacramento de la confirmación;
3.° a los mismos, una vez recibida la primera comunión, para que sean educados con una
formación catequética más abundante y profunda;
4.° especial: en la medida en que lo permita su propia condición, a los disminuidos físicos
o psíquicos;
5.° diferenciada: a los jóvenes y de los adultos, para que se fortalezca, ilumine y desarrolle
su fe (c. 777).

Subsidios
Se ha de transmitir la formación catequética empleando todos aquellos medios, material
didáctico e instrumentos de comunicación que parezcan más eficaces a fin de que los fieles,
de manera adaptada a su carácter, capacidad y edad así como a sus condiciones de vida,
puedan aprender la doctrina católica de modo más pleno y llevarla mejor a la práctica (c.
779).
Los Ordinarios del lugar cuiden de que los catequistas se preparen debidamente para
cumplir bien su tarea, es decir, que se les proporcione una formación permanente y que
conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las normas
propias de las disciplinas pedagógicas (c. 780).

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA


Itinerario:
 El camino de elaboración del Catecismo comenzó con la petición presentada
al Papa, por la Asamblea extraordinaria del Sínodo de Obispos de 1985, de
que se redactara un Catecismo para toda la Iglesia.
 En 1986 se constituyó una Comisión de 12 cardenales y obispos, presidida
por el Cardenal J. Ratzinger.
 Un comité de redacción de 7 obispos de diócesis, expertos en teología y
catequesis trabajó junto a la comisión.
 Elaboraron 9 versiones sucesivas.
 El proyecto fue objeto de amplia consulta.
 Finalizó el 7 de diciembre de 1992, con su publicación, mediante la Const.
Ap. Fidei depositum 11 de octubre de 1992.
 Se publicó originalmente en la edición francesa, aunque aparecieron al
mismo tiempo las versiones española e italiana, que han sido de las más
difundidas. Éste ha sido difundido en más de ocho millones de ejemplares,
traducido y publicado en más de treinta lenguas; en otra veintena de lenguas
estaba también traducido, en espera de la publicación del texto latino.
 Luego se procedió a la elaboración de la Editio typica (en latín) que fue
preparada por una Comisión interdicasterial, constituida en 1993; estuvo
presidida por el Cardenal J. Ratzinger.
 La Editio typica fue aprobada y promulgada el 15 de agosto de 1997, por el
Papa, mediante la Carta. Ap. Laetamur magnopere.
 El día 8 de septiembre de 1997, Juan Pablo II, en un acto solemne en
Castelgandolfo, presentó a toda la Iglesia católica esta Editio typica, que él
mismo había aprobado y promulgado el 15 de agosto de aquel año.
 El texto de la Editio typica respeta fielmente los contenidos del texto original
francés de 1992.
 A la edición típica latina, deben conformarse todas las traducciones, inclusive
las ya publicadas.
 El texto español fue mejorado con correcciones que no son numerosas ni
sustanciales. Las correcciones en cuanto a contenidos se reducen a cuatro o
cinco puntos de la parte moral del Catecismo, que se ajustan sobre todo a
formulaciones más perfiladas respecto a cuestiones morales, tal como las ha
propuesto Juan Pablo II a los fieles de todo el mundo en su encíclica
Evangelium vitae.
 En otoño de 1997, se procedió a un trabajo muy riguroso de preparación de
la nueva edición española, ajustada con toda fidelidad al texto latino, con sus
enmiendas y enriquecimientos.
 Esta labor fue lenta y absorbió muchos meses a cinco o seis personas
encargadas de la labor.

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
«FIDEI DEPOSITUM»
(11 de octubre de 1992)
PARA LA PUBLICACIÓN DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

JUAN PABLO II

 Intención y finalidad del C.V.II: poner de manifiesto la misión apostólica y


pastoral de la Iglesia; debía ante todo esforzarse serenamente por mostrar la
fuerza y la belleza de la doctrina de la fe.
 El 25 de enero de 1985: Se realizó la asamblea extraordinaria del Sínodo de
los obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio.
 Objetivo: Dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano
II, profundizar su enseñanza para lograr una mayor adhesión a la misma y
difundir su conocimiento y aplicación.
 En esa circunstancia, los padres sinodales afirmaron: "Son numerosos los que
han expresado el deseo de que se elabore un catecismo o compendio de toda
la doctrina católica, tanto en materia de fe como de moral, para que sirva casi
como punto de referencia para los catecismos o compendios que se preparan
en las diversas regiones. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y
litúrgica, y ha de ofrecer una doctrina sana y adaptada a la vida actual de los
cristianos".
 Estructura: El Catecismo toma la estructura "antigua", tradicional, ya
utilizada por el catecismo de san Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro
partes: 1.Credo; 2. Sagrada Liturgia, con los sacramentos; 3. El obrar
cristiano, expuesto a partir del Decálogo; 4. La oración cristiana. Con todo,
al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo nuevo", para
responder a los interrogantes de nuestra época.
 El Catecismo de la Iglesia católica es una exposición de la fe de la Iglesia y
de la doctrina católica, comprobada o iluminada por la sagrada Escritura, la
Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia.
 JP II lo consideró un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión
eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe.
 Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia
seguro y auténtico.
 Pido a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con
espíritu de comunión y lo usen asiduamente en el cumplimiento de su misión
de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica.
 Se ofrece, también, a todos los fieles que quieran conocer más a fondo las
riquezas inagotables de la salvación.
 El CIC se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la
esperanza que hay en nosotros y que desee conocer lo que cree la Iglesia
católica.
 Está destinado a favorecer y ayudar la redacción de los nuevos catecismos de
cada nación, teniendo en cuenta las diversas situaciones y culturas, pero
conservando con esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.

CARTA APOSTÓLICA
« LAETAMUR MAGNOPERE »
CON LA QUE SE APRUEBA Y PROMULGA LA EDICIÓN TÍPICA LATINA
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Castelgandolfo,15-VIII-1997

 Con esta Carta apostólica apruebo y promulgo, la publicación de la edición


típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica.
 Se convierte así en el texto definitivo de dicho Catecismo.
 Esto sucede a casi cinco años de distancia de la constitución Fidei depositum
, del 11 de octubre de 1992,
 Esta edición la ha preparado una Comisión interdicasterial, constituida en
1993.
 Estuvo presidida por el cardenal J. Ratzinger,
 Dedicó particular atención al examen de las propuestas de modificación, que
llegaron de varias partes del mundo y de diferentes componentes del ámbito
eclesial.
 “El concurso de tantas voces expresa verdaderamente lo que se puede llamar
“sinfonía” de la fe” (Const. Ap. Fidei depositum, 2).
 La catequesis encuentra un camino plenamente seguro para presentar con
renovado impulso al hombre de hoy el mensaje cristiano en todas y cada una
de sus partes.
 Todos hemos podido constatar felizmente la acogida positiva general y la
vasta difusión que el Catecismo ha tenido durante estos años.
 Ojalá que, gracias al compromiso concorde y complementario de todos los
sectores que componen el pueblo de Dios, el Catecismo sea conocido y
compartido por todos, para que se refuerce y extienda hasta los confines del
mundo la unidad en la fe.
 “Dirijo una apremiante invitación a mis venerados hermanos en el
episcopado, principales destinatarios del Catecismo de la Iglesia católica,
para que, aprovechando la valiosa ocasión de la promulgación de esta edición
latina, intensifiquen su compromiso en favor de una mayor difusión del texto
y, sobre todo, de su acogida positiva, como don privilegiado para las
comunidades encomendadas a ellos, que así podrán redescubrir la inagotable
riqueza de la fe”.
Título II
De la actividad misional de la Iglesia
Principios y normas de competencia
1. Como, por su misma naturaleza, toda la Iglesia es misionera y la tarea de la
evangelización ha de ser considerada como deber fundamental del Pueblo de Dios,
todos los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, asumirán la parte que les
corresponde en la actividad misional (c. 781).
2. La dirección suprema y la coordinación de las iniciativas y actividades que
corresponden a la obra misional y a la cooperación misionera, competen al Romano
Pontífice y al Colegio Episcopal (c. 782 §1).
3. Cada uno de los Obispos, en cuanto responsable de la Iglesia universal y de todas
las Iglesias, tenga una solicitud peculiar por la obra misional, sobre todo suscitando,
fomentando y sosteniendo iniciativas misionales en la propia Iglesia particular (c.
782 §2).
4. Ya que, en virtud de su misma consagración, los miembros de los institutos de
vida consagrada se dedican al servicio de la Iglesia, tienen la obligación de
contribuir de modo especial a la actividad misional, según el modo propio de su
instituto (c. 783).
5. Los misioneros, es decir, aquellos que son enviados por la autoridad eclesiástica
competente para realizar la obra misional, pueden ser elegidos de entre los
autóctonos o no, ya sean clérigos seculares, o miembros de institutos de vida
consagrada o de una sociedad de vida apostólica, u otros fieles laicos (c. 784).
6. Para realizar la obra misional, se emplearán catequistas, es decir, fieles laicos
debidamente instruidos y que se destaquen por su vida cristiana, los cuales, bajo la
dirección de un misionero, se dedicarán a proponer la doctrina evangélica y a
organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad (AG 17); se formarán en
escuelas destinadas a este fin o, donde no las haya, bajo la dirección de misioneros.

La actividad misionera
Concepto y finalidad: La actividad propiamente misional, mediante la cual se implanta la
Iglesia en pueblos o grupos donde aún no está enraizada, la Iglesia la lleva a cabo
principalmente enviando predicadores del Evangelio hasta que las nuevas Iglesias queden
plenamente constituidas, es decir, dotadas de fuerzas propias y medios suficientes como
para poder realizar por sí mismas la obra de evangelizar (c. 786).

La labor de los misioneros: los misioneros, con el testimonio de su vida y de su palabra,


 entablen un diálogo sincero con quienes no creen en Cristo, para que, de modo
adaptado a la mentalidad y cultura de éstos, abran caminos por los que puedan ser
conducidos a conocer el mensaje evangélico.
 cuiden de enseñar las verdades de la fe a quienes estimen preparados para recibir el
mensaje evangélico, de tal modo que, cuando ellos lo pidan libremente, puedan ser
admitidos a la recepción del bautismo (c. 787).

Proceso:
 quienes hayan manifestado su voluntad de abrazar la fe en Cristo, una vez cumplido
el tiempo de precatecumenado, sean admitidos, mediante ceremonias litúrgicas, al
catecumenado, y sus nombres se inscribirán en un libro destinado a este fin;
 por la enseñanza y el aprendizaje de la vida cristiana, los catecúmenos han de ser
convenientemente iniciados en el misterio de la salvación e introducidos en la vida
de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios así como del apostolado;
 corresponde a las Conferencias Episcopales editar estatutos mediante los cuales se
organice el catecumenado, determinando qué obligaciones deben cumplir los
catecúmenos y qué prerrogativas se les reconocen (c. 788).
 Fórmese a los neófitos con la enseñanza adecuada para que conozcan más
profundamente la verdad evangélica y las obligaciones asumidas por el bautismo
que deben cumplir; se los imbuirá de un sincero amor a Cristo y a su Iglesia (c.
789).

Competencia del obispo y cooperación misional en las diócesis: El obispo es el pastor


responsable (c. 790); para favorecer la cooperación, haya en cada diócesis trabajo estable
organizado y directo (c. 791).

Título III
De la educación católica

El documento conciliar Gravissimum educationis, afirma el derecho de cada hombre a una


educación civil y moral integrada por la educación religiosa, cuya responsabilidad recae
sobre la familia y sobre la Iglesia. La labor educativa del Estado, tiene únicamente una
función subsidiaria (“proveer varias formas a la educación de la juventud; tutelar los
derechos y obligaciones de los padres y de todos los demás que intervienen en la educación
y colaborar con ellos”).

El problema de la educación es uno de los más graves de las sociedades civil y religiosa.
El CIC lo menciona, varias veces, bajo diversos aspectos, que se fundan e integran
recíprocamente:
- educación cristiana (cc. 217-226)
- educación católica (c. 793)
- educación moral (cc. 799-804)
- educación religiosa (cc. 799-804)
- educación cultural (c. 1136)
- educación social (c. 1136)
- educación física (c. 1136).

En México, las reformas hechas a la Constitución el 28 de enero de 1992, en sus arts. 3° y


24°, VI, permiten parcialmente aplicar las normas de derecho canónico, sobre todo en lo
que se refiere a la apertura de escuelas de inspiración cristiana, sin el temor de manifestar
su carácter religioso. También permite la posibilidad de que los ministros de culto
intervengan en la enseñanza. Este nuevo marco jurídico otorga a la Iglesia católica la
posibilidad de contribuir, aunque está lejos aún el pleno ejercicio del derecho a la educación
religiosa.

La doctrina de este apartado se encuentra tanto en la declaración conciliar citada, como en


los siguientes documentos:
 SCEC, Intr. La Escuela católica 19 marzo 1977, en: L’Osservatore Romano 9
(1977), 367-371.
 CEC, Doc. Dimensión religiosa de la escuela católica 7 abril 1988, en:
Semminarium 39[28] (1988) 163-211.
 IDEM, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio 28 diciembre 1997
en: EV 16 nn. 1842-1862.
 IDEM, Normativa per l’Istituto Superiore di Scienza Religiose, 12 mayo 1987, en:
Seminarium 43 [31] (1991) 181-201.
 JUAN PABLO II, Const. Ap. Ex corde Ecclesiae sobre las universidades católicas 15
agosto 1990, en: EV 12 nn. 414-492.
 IDEM, Const. Ap. Sapientia christiana sobre las universidades y facultades
eclesiásticas 29 abril 1979, en: EV 6 nn. 1330 – 1527.

La mayoría de los cánones que siguen son nuevos, sin paralelo en el CIC 1917 y están
tomados de la doctrina conciliar del Vaticano II.

Sujetos
1. Los padres y quienes hacen sus veces tienen la obligación y gozan del derecho de
educar a su prole; los padres católicos tienen también la obligación y el derecho de
elegir aquellos medios e instituciones mediante los cuales, según las circunstancias
de lugar, puedan proveer más adecuadamente a la educación católica de los hijos;
les corresponde también el derecho de disfrutar de ayudas que ha de prestarles la
sociedad civil, y que necesiten para procurar la educación católica de sus hijos (c.
793).
2. De modo singular, el deber y el derecho de educar compete a la Iglesia, a la cual
ha sido confiada la misión divina de ayudar a los hombres para que puedan alcanzar
la plenitud de la vida cristiana (c. 794 §1).
a. motivación histórico-social: la Iglesia es reconocida como sociedad humana
capaz de impartir educación;
b. motivación de derecho divino: tiene la misión de anunciar a todos los
hombres el camino de la salvación y de comunicar a los creyentes la vida
en Cristo.
3. Es obligación de los pastores de almas disponer todo a fin de que todos los fieles
gocen de educación católica (c. 794 §2).

Finalidad
La verdadera educación debe buscar la formación integral de la persona humana, en orden
a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad.
Por ello los niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar
armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido más perfecto
de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se formen para participar activamente
en la vida social (c. 795).
Lo anterior está en consonancia con los conceptos de la ONU (art. 26,2) y de la legislación
mexicana (LGE Art. 7,1), aunque esta última lo aplica incoherentemente al no reconocer
la educación religiosa como parte integrante de la educación.

Capítulo I Las escuelas católicas

La Iglesia desarrolla su cometido por diversos medios. Algunos le son propios y exclusivos,
como por ejemplo la instrucción catequética; otros pertenecen al patrimonio común
humano: las escuelas, sociedades de carácter cultural, los instrumentos de comunicación
social, etc.
Escuela se refiere aquí a la institución educativa de nivel básico y medio, es decir, anterior
a la universidad. También incluye otros centros educativos, como escuelas técnicas y
especiales (lenguas, culturales, etc.).
Definición de escuela. La escuela “es el lugar de formación integral mediante la
asimilación sistemática y crítica de la cultura. La escuela es verdaderamente un lugar
privilegiado de promoción integral mediante un encuentro vivo y vital con el patrimonio
cultural”7. Su especificidad ‘católica’ le viene de Cristo, como su fundamento: “lo que la
define en este sentido es su referencia a la concepción cristiana de la realidad. Jesucristo es
el centro de tal concepción”8

A. La escuela en general
1. Importancia educativa de la escuela (c. 796 §1). Entre los medios para cultivar la
educación, los fieles tendrán en gran estima a las escuelas, que constituyen una ayuda
primordial para los padres en el cumplimiento de su tarea de educar.
2. La colaboración recíproca entre padres y maestros (c. 796 §2). Es necesario que los
padres cooperen estrechamente con los maestros de las escuelas, a quienes confían la
educación de sus hijos; los profesores, a su vez, al cumplir su oficio, han de trabajar muy
unidos con los padres, a quienes deben escuchar de buen grado, y cuyas asociaciones o
reuniones deben organizarse y ser muy apreciadas.
3. Escoger la escuela (c. 797) Es necesario que los padres gocen de verdadera libertad para
elegir las escuelas; por ello, los fieles deben preocuparse a fin de que la sociedad civil
reconozca esta libertad a los padres y, respetando la justicia distributiva, la proteja también
con subsidios.
4. Necesidad de una educación católica (c. 798). Los padres han de confiar sus hijos a
aquellas escuelas en las que se provea una educación católica; si, en cambio, no lo pueden
hacer, tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se proporcione la debida
educación católica de los mismos.
5. El empeño político de los cristianos al respecto (c. 799). Los fieles se esforzarán para
que, en la sociedad civil, las leyes que regulan la formación de los jóvenes provean también
a su educación religiosa y moral en las mismas escuelas, según la conciencia de sus padres.

B. La escuela católica

7
SCEC, Instr. La escuela católica 19 marzo 1977, 26.
8
SCEC, Instr. La escuela católica 19 marzo 1977, 33.
1. El deber de la Iglesia y el deber de los fieles (c. 800). A la Iglesia le corresponde el
derecho de establecer y dirigir escuelas de cualquier disciplina, género y grado. Los fieles
fomenten las escuelas católicas, ayudando, en lo posible, a crearlas y sostenerlas.
2. Los IVCR con finalidad educativa (c. 801). Se les exhorta a hacer real esfuerzo por
dedicarse a la educación católica también por medio de sus escuelas, establecidas con el
consentimiento del Obispo diocesano, pues es algo particularmente difícil.
3. El empeño del Obispo diocesano (c. 802). Si no se dispone de escuelas en las que se
dé una educación imbuida del espíritu cristiano, corresponde al Obispo diocesano procurar
su establecimiento, así como también escuelas profesionales y técnicas así como otras que
se requieran por necesidades especiales.
4. Concepto formal de escuela católica (c. 803). «Se entiende por escuela católica aquella
que dirige la autoridad eclesiástica competente o una persona jurídica eclesiástica pública,
o bien que la autoridad eclesiástica reconoce como tal mediante documento escrito. La
formación y la educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la
doctrina católica; los maestros se han de destacar por su recta doctrina y probidad de vida.
Ninguna escuela, aunque en realidad sea católica, puede llevar el nombre de "escuela
católica", sin el consentimiento de la competente autoridad eclesiástica». Dependen de la
Congregación para la Educación Católica (antes de Seminarios e Institutos de estudios)
(PB 112-115).

C. Enseñanza religiosa
1. Dependencia de la autoridad eclesiástica (c. 804). Depende de la autoridad de la
Iglesia la formación y la educación religiosa católica que se imparte en cualesquiera
escuelas o se procura a través de los diversos instrumentos de comunicación social; en
especial:
 corresponde a la Conferencia Episcopal dictar normas generales para este campo
de actividad,
 corresponde al Obispo diocesano organizarlo y ejercer vigilancia sobre el mismo.
El Ordinario del lugar se preocupará de que los maestros que se destinen a la enseñanza
de la religión en las escuelas, incluso las no católicas, se destaquen por su recta doctrina,
testimonio de vida cristiana y aptitud pedagógica.
2. Nombramiento o aprobación de los maestros de religión (c. 805). El Ordinario del
lugar, para su diócesis, tiene el derecho de nombrar o aprobar los maestros de religión, así
como de removerlos o exigir que sean removidos cuando así lo requiera una razón de
religión o de moral.
3. Competencia del Obispo diocesano respecto a las escuelas católicas existentes en su
diócesis (c. 806). Compete al Obispo diocesano el derecho de vigilar y de visitar las
escuelas católicas establecidas en su territorio, incluso las fundadas o dirigidas por
miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dictar prescripciones sobre la
organización general de las escuelas católicas; tales prescripciones son válidas también
para las escuelas dirigidas por aquellos miembros, quedando a salvo su autonomía en lo
que se refiere al régimen interno de esas escuelas.

Capítulo II Las universidades católicas y otros institutos de estudios superiores


1. El derecho de la Iglesia (c. 807). La Iglesia tiene el derecho de erigir y dirigir
universidades que contribuyan a la cultura superior del hombre y a una promoción más
plena de la persona humana, así como al cumplimiento de la función de enseñar de la
misma Iglesia.
Finalidad: dar a los jóvenes una adecuada preparación profesional mediante una cultura y
una educación moral inspirada en los principios del catolicismo.
Nota histórica: por iniciativa de la Iglesia, han surgido las más antiguas y célebres
universidades: Salerno (obra de los monjes de Montecassino, Bologna (para las ciencias
jurídicas), París (para las ciencias filosóficas y teológicas), Oxford, Roma, Padua,
Florencia, Siena, Perugia, Turín (por obra de los Papas).
2. Un consenso necesario (c. 808). Ninguna universidad, aunque de hecho sea católica,
llevará el título o nombre de "universidad católica" sin el consentimiento de la competente
autoridad eclesiástica.
3. La solicitud obligada de la Conferencia Episcopal (c. 809). Las Conferencias
Episcopales cuiden que, si es posible y conveniente, haya universidades o al menos
facultades adecuadamente distribuidas en su territorio, en las que, con respeto de su
autonomía científica, se investiguen y enseñen las distintas disciplinas, teniendo en cuenta
la doctrina católica.
4. El nombramiento de los docentes y la vigilancia de la autoridad eclesiástica (c. 810).
Corresponde a la autoridad competente, según los estatutos, procurar que, en las
universidades católicas, se nombren docentes que se destaquen no sólo por su idoneidad
científica y pedagógica, sino también por la integridad de su doctrina y probidad de vida;
y que, cuando falten tales requisitos, observando el procedimiento determinado en los
estatutos, sean removidos de su cargo. Las Conferencias Episcopales y los Obispos
diocesanos interesados tienen el deber y el derecho de vigilar para que en estas
universidades se observen fielmente los principios de la doctrina católica.
5. Enseñanza de disciplinas teológicas (cc. 811-812). Procure la autoridad eclesiástica
competente que, en las universidades católicas, se erija una facultad o un instituto o, al
menos, una cátedra de teología en la que se den clases también a estudiantes laicos. En
cada una de las universidades católicas ténganse clases en las que se traten sobre todo las
cuestiones teológicas que están en conexión con las disciplinas propias de sus facultades.
Quienes enseñan disciplinas teológicas en cualquier instituto de estudios superiores deben
tener mandato de la autoridad eclesiástica competente.
6. La cura pastoral de los universitarios (c. 813). El Obispo diocesano ha de tener una
intensa atención pastoral de los estudiantes, incluso mediante la erección de una parroquia,
o al menos mediante sacerdotes dedicados establemente a esta tarea; y ha de proveer a fin
de que en las universidades, incluso no católicas, haya centros universitarios católicos, que
proporcionen ayuda, sobre todo espiritual, a la juventud.
7. Equivalencia entre Universidad y otros institutos de estudios superiores (c. 814).
Las prescripciones establecidas para las universidades se aplican igualmente a otros
institutos de estudios superiores.

Capítulo III Las universidades y facultades eclesiásticas

1. Derecho de la Iglesia (c. 815). En virtud de su función de anunciar la verdad revelada,


son propias de la Iglesia las universidades o facultades eclesiásticas ordenadas a la
investigación de las disciplinas sagradas o de otras relacionadas con éstas, y a la instrucción
científica de los alumnos en estas materias.
Finalidad: preparar adecuadamente al ministerio a los aspirantes al Orden, preparar
docentes para la enseñanza de estas materias en centros de estudios superiores, profundizar
en los varios sectores de las disciplinas sagradas para que se tenga un conocimiento siempre
más pleno de la Revelación.
2. Competencia para su erección (c. 816 §1). Las universidades y facultades eclesiásticas
pueden establecerse solamente por erección de la Sede Apostólica o por aprobación
concedida por la misma; a ella compete también la superior dirección de las mismas. Según
la normativa actual dependen de la Congregación para la Educación Católica, antes
Congregación para los seminarios e instituciones de estudios (PB 112-116).
3. Necesidad de estatutos (c. 816 § 2). Todas las universidades y facultades eclesiásticas
deben tener sus estatutos y plan de estudios aprobados por la Sede Apostólica.
4. Grados académicos eclesiásticos (c. 817). Ninguna universidad o facultad que no haya
sido erigida o aprobada por la Sede Apostólica, puede conferir grados académicos que
tengan efectos canónicos en la Iglesia.
5. Normas comunes con las universidades católicas (c. 818). Las prescripciones
establecidas en los cc. 810, 812 y 813 acerca de las universidades católicas se aplican
igualmente para las universidades y facultades eclesiásticas.
6. Alumnos (c. 819). En la medida en que lo requiera el bien de una diócesis o de un
instituto religioso o de la misma Iglesia universal, los Obispos diocesanos o los Superiores
competentes de los institutos deben enviar, a las universidades o facultades eclesiásticas, a
jóvenes, a clérigos y a miembros de los institutos que se destaquen por su carácter, virtud
y talento.
7. Colaboración (c. 820). Los Moderadores y profesores de las universidades y facultades
eclesiásticas procurarán que las diversas facultades de la universidad colaboren
mutuamente, en cuanto la materia lo permita, y que haya una mutua cooperación entre la
propia universidad o facultad y las demás universidades o facultades, incluso no
eclesiásticas, de manera que ese trabajo en conjunto, mediante congresos, investigaciones
científicas coordinadas y otros medios, contribuya al mayor progreso de las ciencias.
8. Los institutos de ciencias religiosas (c. 821). La Conferencia Episcopal así como el
Obispo diocesano provean a fin de que, donde sea posible, se funden institutos superiores
de ciencias religiosas, en los cuales se enseñen las disciplinas teológicas y aquellas otras
que pertenezcan a la cultura cristiana.

Título IV
De los instrumentos de comunicación social en especial de los libros

La legislación actual toma en cuenta la preocupación del decreto Inter mirifica del Vaticano
II sobre los medios de comunicación social, sin embargo apenas se ocupa de ellos y sigue
centrándose en los libros, haciendo aparecer la legislación actual pobre ante los demás
MCS, baste recordar el gran desarrollo del Internet. La Iglesia, con todo, va dando pasos.
En 1992, publicó la CDF la instrucción El Concilio Vaticano sobre el uso de los
instrumentos de comunicación social en la promoción de la fe, que complementa la
legislación vigente al respecto. Y sin ser documentos de índole jurídica, el PC de las
comunicaciones sociales, ha publicado los documentos Ética de las comunicaciones
sociales 14 junio 2000, Ética en Internet e Iglesia e Internet, ambos del 22 de febrero 2002.
La Iglesia ha manifestado la estima que tiene a los MCS, pero también pone en guardia
sobre los peligros que conllevan.

A. Instrumentos de comunicación social


1. Derecho de la Iglesia. El derecho propio de la Iglesia, afirmado en el c. 747, es
expresamente reafirmado en el c. 822 § 1: Los pastores de la Iglesia, utilizando un derecho
propio de la Iglesia en el cumplimiento de su función, preocúpense por utilizar los
instrumentos de comunicación social.
2. Empeño de los fieles (c. 822 §§2-3). Los mismos pastores procuren enseñar a los fieles
el deber que tienen de cooperar para que el uso de los instrumentos de comunicación social
sea vivificado por un espíritu humano y cristiano. Todos los fieles, principalmente aquellos
que de cualquier manera participan en la organización o uso de esos medios, sean solícitos
en prestar apoyo a la actividad pastoral, de manera que la Iglesia ejerza eficazmente su
función, también mediante esos instrumentos.
3. Vigilancia de la autoridad eclesiástica (c. 823). Corresponde a los pastores de la
Iglesia, para preservar la integridad de las verdades de fe y costumbres, el deber y el
derecho
 de vigilar para que ni los escritos ni el uso de los medios de comunicación social
dañen la fe o las costumbres de los fieles;
 de exigir que los fieles sometan a su juicio los escritos que vayan a publicar y tengan
relación con la fe o costumbres;
 de reprobar los escritos nocivos para la rectitud de la fe o las buenas costumbres.
Si bien ha sido abolido el valor jurídico del Índice de los libros prohibidos (14 junio 1966),
permanece íntegro su valor moral y la Santa Sede puede reprobar escritos que amenacen o
perjudiquen la fe o las costumbres.
Este deber y derecho corresponde a los Obispos, tanto individualmente como reunidos en
concilios particulares o Conferencias Episcopales, respecto de los fieles encomendados a
su cuidado; a la autoridad suprema de la Iglesia en cambio, respecto de todo el Pueblo de
Dios.
4. Participación en MCS (c. 831 § 2). Corresponde a la Conferencia Episcopal establecer
normas acerca de los requisitos para que clérigos o miembros de institutos religiosos
puedan tomar parte a través de la radio o televisión en el tratamiento de cuestiones
referentes a la doctrina católica o a las costumbres.

B. Licencia o aprobación para la publicación de escritos

1. Antecedentes históricos.
En el contexto histórico de la Reforma protestante, la aparición de la imprenta dio lugar a
una intensa actividad jurídico-canónica en la Iglesia en pro de la tutela de la fe católica.
Luego de que Lutero expuso sus 95 tesis aparecieron los métodos sistemáticos para
controlar el flujo de información impresa. Se centraron principalmente en las traducciones
vernáculas de la Biblia por los reformadores, que fueron condenadas muchas de ellas, y la
censura fue aplicada tanto por protestantes como por católicos, para escritos que
encontraran peligrosos. Pero, el efecto no fue otro que mandar tal literatura al mundo
subterráneo, donde experimentó remarcada vitalidad y permanencia. En esta línea se
desarrollan dos instituciones canónicas: la censura previa y la prohibición de libros
contrarios a la fe y a la moral.

a) La prohibición de libros:
Esta práctica se remota a los orígenes eclesiales, como atestigua el extraño y repentino acto
de quema de libros en Éfeso, que narra Hechos 19, 19-20. Los primeros papas y concilios
se sintieron obligados a prohibir los trabajos de aquellos juzgados como herejes9. El papado
de la contrarreforma extendió y refinó la práctica. El Papa Pío IV emanó las diez ‘Reglas
del Índice’ en 1564, justo después del Concilio de Trento, y en 1571 su sucesor Pío V creó
la Congregación para el Índice. A partir de entonces, la prohibición de libros, que consistía
en la prohibición a todo fiel de acercarse o tener contacto a los escritos indicados, sea
parcial como totalmente, bajo pena de incurrir en penas determinadas, se convirtió en una
estructurada parte de la maquinaria canónica de la Iglesia. Alejandro VII produjo una
versión revisada del Indice en 1664; Benedicto XIV reorganizó la disciplina y dio nuevas
líneas en 1753. Las normas dadas por León XIII10 en 1897 se incorporaron en el Código
de Derecho Canónico de 1917, junto con lo completado por el papa San Pío X en contra
del modernismo ( Enc. Pascendi dominici gregis, del 8 de septiembre de 1907; m. pr.
Sacrorum Antistitum, 1° de septiembre de 1910). El CIC del 17 recogió toda la abundante
legislación, afirmando que: “la Iglesia tiene derecho a exigir que los fieles no publiquen
libros que ella no haya previamente examinado, y a prohibir con justa causa los que hayan
sido publicados por cualquier persona” (can.1384 §1). Antes del Vaticano II encontramos
el valor júridico del Index librorum prohibitorum que consiste en el elenco en el que se
recogían las prohibiciones específicas de libros por parte de la Santa Sede (AAS 58 [1966]
445). Posteriormente, con el Vaticano II, fue derogada esta legislación, considerada por
algunos como algo avergonzante y anacrónico, pero lógicamente se había de seguir
evitando los peligros contra la fe y la moral que pueden derivarse del material escrito. Tal
práctica demostró ser sólo parcialmente efectiva, pues por muchos fue ignorada, a pesar de
las severas penas que estaban anejas a la violación de las reglas de prohibición.
Actualmente se acepta que cada persona debe elaborar su juicio de conciencia sobre la
materia a leer; dará la Iglesia indicaciones y recomendaciones para ayudar a este
discernimiento moral, pero no ya leyes ni penas.

b) Revisión previa en la Iglesia:


Este instituto tiene también una larga historia. Va paralelamente a la prohibición de los
libros. Los primeros indicios se encuentran en las comunidades religiosas medievales y
universidades. La Orden Franciscana, por ejemplo, hizo una regulación en 1260 de que los
nuevos escritos destinados para audiencias externas fueran primero examinados por el
superior del hermano que las escribió. En las universidades, el problema estaba en la
exactitud y completés de las copias de los libros o notas para los estudiantes. En la de París
hay reglas ya en 1275, llamadas ‘para la aprobación previa a la reproducción de
manuscritos’. En 1366, un estatuto papal para esa universidad requería que el profesor
sometiera sus trabajos al Canciller y a la Facultad de Teología para examen antes de

9
Por ejemplo Arrio por el Concilio de Nicea, Orígenes por el Papa Anastacio, Maniqueo por el Papa
León Magno.
10
Officiorum ac munerum, AAS 30 (1897-1898) 76.
copiarlos o venderlos. La ortodoxia de las enseñanzas contenidas en los escritos era lo que
preocupaba. Todo parece indicar que tales regulaciones eran comunes en las universidades
europeas en el s. XIV. Con la aparición de la imprenta, se da la difusión de los escritos y
aumenta la preocupación de la Iglesia. El camino escogido fue la sumisión de los escritos
para aprobación antes de su impresión. Así consta en Colonia, en el año 1479, y en
Würzburg en 1482. La primera legislación para toda la Iglesia, salió en 1487 por el Papa
Inocencio VIII, Bula Inter multiplices. En ella manda que todos los libros, tratados y
escritos de cualquier tipo se sometan a las autoridades de la iglesia antes de imprimirse. Se
dará licencia (permiso) de publicación sólo cuando el trabajo sea encontrado libre de cosas
contrarias, impías o escandalosas a la ortodoxia de la fe. Y prescribía castigos para quienes
violaran estas prescripciones, como excomuniones automáticas o penas monetarias. Esto
se mantuvo en la legislación desde entonces. Por ejemplo, la regla diez de las mencionadas
de Pío IV, establece esta approbatio et examen, al igual que el Concilio Laterano V de
1515. En las revisiones de los Indice, se añadían nuevas reglas para la previa censura de
los libros. En la de Alejandro VII aparece el término censores para referirse a aquellos que
examinan los libros antes de su publicación. La mayor revisión proviene del papa canonista
Benedicto XIV en 1753, que en su Const. Sollicita ac provida del 9 de julio de 1753, ofrece
una cuidada y balanceada norma para los examinadores o revisores que han de hacer
discernimientos doctrinales. Los demás pontífices no hicieron sino repetir la doctrina
establecida, hasta las grandes innovaciones de León XIII y Pío X arriba mencionadas.

c) El cambio postconciliar
Esta censura previa fue replanteada por la legislación postconciliar mediante el Decreto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe Ecclesiae Pastorum sobre la vigilancia de los
pastores de la Iglesia acerca de los libros (AAS 67[1975], 281-284). El nuevo contexto
que motivó el cambio, estaba marcado por:
 las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo, ya no marcadas por una actitud
defensiva sino por el diálogo y la colaboración en favor del hombre y su cultura
 nueva revaloración de los derechos humanos, fincados en la igual dignidad de los
hombres y por tanto de los fieles cristianos al interno de la Iglesia
 reconocimiento de que todos tienen un lugar en la función de enseñar de la Iglesia
 la libertad de la investigación teológica y su expresión.

2 La nueva disciplina

a) Revisión de los escritos.


Ya dijimos arriba que la Iglesia, por medio de la jerarquía, tiene el derecho-deber de
vigilancia doctrinal y moral y de exigir la revisión previa de los escritos relacionados con
la fe o costumbres, así como de reprobar los escritos nocivos para la rectitud de la fe o las
buenas costumbres. Los términos fe y costumbres se entienden según el CIC del 17, que
los denomina, según el uso corriente de entonces, como religión y las buenas costumbres.
En cuanto a la religión la toma en sentido amplio, refiriéndose no sólo a la verdad revelada,
sino también a la natural y por eso los libros que impugnan o se mofan de algún dogma
católico quedaban prohibidos. Por lo que se refiere a las buenas costumbres se entiende
que se trata de aquella norma de vivir que se ajusta a las leyes de la honestidad cristiana,
principalmente de la castidad.
b) Autoridad eclesiástica competente (cc. 824; 832).
Para la revisión de los escritos, la autoridad eclesiástica competente será el Ordinario local
del autor – del domicilio o del cuasidomicilio – u otro Ordinario local con el que el autor
estuviera personalmente vinculado por circunstancias de rito u otra razón semejante.
Además se ha de tomar en cuenta el Ordinario del lugar donde se editan los libros.
Debe entenderse en este sentido lo que abarca el término autoridad competente pues la
exigencia del juicio previo y el reprobar escritos compete a los Ordinarios locales (obispos
diocesanos y equiparados), concilios particulares, Conferencias Episcopales y,
naturalmente a la Autoridad Suprema de la Iglesia. Esta última en virtud de la plenitud de
su potestad tiene todas las atribuciones para el ejercicio propio en este campo que
habitualmente lo ejerce a través de la CDF. Cabe decir que se establece habitualmente que
se recurra al Ordinario del lugar, salvo en casos que expresamente se especifique recurrir
a las Conferencias o Concilios particulares.
Los miembros de institutos religiosos necesitan además licencia de su Superior mayor, a
tenor de las constituciones, para editar escritos que traten de cuestiones de religión o de
costumbres.

c) El papel del censor eclesiástico (c. 830).


La función del censor consiste en colaborar con la autoridad eclesiástica en el desempeño
de la misión jerárquica de vigilancia doctrinal y moral. Se trata de fieles expertos en la
materia. Su juicio doctrinal favorable se denomina habitualmente nihil obstat y se formula
exclusivamente en relación con la doctrina de la Iglesia sobre fe y costumbres. Este juicio
del censor no quiere decir que se apruebe el contenido del escrito, sino que declara que en
él no hay nada contrario a la doctrina de la Iglesia.
En cuanto al nombramiento de los censores, la autoridad eclesiástica elige libremente a las
personas realmente expertas, verdaderamente peritos e idóneos, diputados para el examen.
Pueden ser censores de oficio o propuestos por la Conferencia Episcopal. Además de lo
antes indicado, los censores deben destacar por su ciencia, recta doctrina y prudencia.

d) Juicio
El objeto a declarar puede ser doble.
 El término licencia hace referencia al hecho de que la obra está inmune de errores
acerca de la fe católica y costumbres, a juicio de la competente autoridad
eclesiástica declarando que puede publicarse sin peligro. Es lo que conocemos
tradicionalmente como el imprimatur.
 la aprobación implica una aceptación de la obra por parte de la Iglesia o una
declaración de conformidad con la doctrina auténtica de la Iglesia, y se identifica
con las palabras «con aprobación eclesiástica».

e) Los libros que se han de revisar.


Son aquellos que están destinados a la divulgación pública. Aquí se excluyen los escritos
para uso privado o de circulación restringida.
Por derecho, los libros que se someten a censura son:
 La Sagrada Escritura cuya traducción debe ser adecuada a cada lengua viva con las
garantías de fidelidad al texto sagrado, garantizado con las notas aclaratorias
respectivas y suficientes (DV 22, 25; c. 825 §1).
 Las versiones ecuménicas de la Biblia para poder ser usadas por todos los
cristianos, requieren autorización de la Conferencia Episcopal (c. 825 §2).
 Los libros litúrgicos, debido a su importancia para la misma liturgia, la fe y la vida
de la Iglesia son también objeto de una solicitud muy particular, sobre todo en
cuanto a traducciones, que no pueden publicarse sin el testimonio de concordancia
con las ediciones típicas, que únicamente puede realizar, por reserva, la Santa Sede
(cc. 826 §2; 838).
 Los libros de oraciones ocupan una especial preocupación para la autoridad
eclesiástica por su genuina piedad cristiana de tipo devocional en materia de vida
espiritual (c. 826 §3).
 Los catecismos y otros escritos catequéticos requieren también particular atención.
Hay que tener en cuenta aquí los oficiales y los no oficiales; estos últimos requieren
de la necesaria aprobación eclesiástica (c. 827 §1).
 Los libros de materias religiosas o morales han de tener la aprobación eclesiástica
de la autoridad competente, si se usan como libros de texto en la enseñanza; los que
se refieran a estas materias, se recomienda los sometan a revisión (c. 827 §§ 2-3).
 Reediciones de colecciones de decretos o actos publicados por una autoridad
eclesiástica (c. 828).

f) Otros escritos (c. 831 § 1).


Sin causa justa y razonable, los fieles no escriban cosa alguna en diarios, folletos o
periódicos que de modo manifiesto suelen atacar a la religión católica o a las buenas
costumbres; por su parte, los clérigos y los miembros de institutos religiosos sólo pueden
hacerlo con licencia del Ordinario del lugar.

g) Examen de doctrinas
Además de la Revisión previa, exigida o recomendada, existe el examen de doctrinas
contenidas en escritos ya publicados. Ello para que la fe y las costumbres no sufran daño a
causa de errores divulgados de cualquier modo, y la realiza la CDF que considera deber
suyo el examinar los escritos y las opiniones que aparecen contrarios a la recta fe o
peligrosos. Para ello, publicó el Reglamento para el examen de doctrinas, el 29 junio
199711.

Título V
De la profesión de fe (y del juramento de fidelidad)

A. La profesión de fe

Concepto

11
L’Osservatore romano 29 (1997) 423ss.
La profesión de fe constituye un empeño profundo y público de obediencia a Cristo y de
adhesión a la verdad de la fe, requerido en algunas circunstancias de la vida a determinadas
personas.
Comporta una obligación personal, la cual no se puede satisfacer por medio de un
procurador o delante de un laico.
Se satisface esta obligación mediante la lectura de la fórmula aprobada por la CDF en
diciembre de 198912, en que se añade además el juramento de fidelidad al asumir un oficio
ejercido en nombre de la Iglesia.

Personas obligadas (c. 833)


Tienen la obligación de emitir personalmente la profesión de fe, según la fórmula aprobada
por la Sede Apostólica:
1.° ante el presidente o su delegado, todos los que participan, con voto deliberativo o
consultivo, en un Concilio Ecuménico o particular, sínodo de los Obispos y sínodo
diocesano; el presidente, por su parte, ante el Concilio o sínodo;
2.° los que han sido promovidos a la dignidad cardenalicia, según los estatutos del sacro
Colegio;
3.° ante el delegado de la Sede Apostólica, todos los promovidos al episcopado, y asimismo
los que se equiparan al Obispo diocesano;
4.° ante el colegio de consultores, el Administrador diocesano;
5.° ante el Obispo diocesano o un delegado suyo, los Vicarios generales y Vicarios
episcopales así como los Vicarios judiciales;
6.° ante el Ordinario del lugar o un delegado suyo, los párrocos, el rector, los profesores de
teología y de filosofía en los seminarios, cuando comienzan a ejercer su función; los que
van a ser promovidos al orden del diaconado;
7.° ante el Gran Canciller o, en su defecto, ante el Ordinario del lugar o sus delegados, el
rector de la universidad eclesiástica o católica, cuando comienza a ejercer su función; ante
el rector, si es sacerdote, o ante el Ordinario del lugar o ante sus delegados, los docentes
que enseñan disciplinas relacionadas con la fe o las costumbres en cualesquiera
universidades, cuando comienzan a ejercer su función;
8.° los Superiores en los institutos religiosos y sociedades de vida apostólica clericales, a
tenor de las constituciones.

Contenido de las fórmulas


Se compone del Símbolo de la fe Niceno-constantinopolitano y de unas fórmulas de
aceptación del magisterio, diferenciando el asentimiento o sujeción a las diversas
enseñanzas magisteriales:
 magisterio auténtico infalible sobre lo divinamente revelado, que se corresponde al
c. 750 §1, que exige adhesión de fe (‘creo con fe firme’);
 magisterio auténtico definitivo sobre materias de fe y costumbres conexas con la
divina revelación, que llevó a la introducción del §2 al c. 750 anterior, que exige
acogerlo y mantener una conducta coherente (‘acepto y retengo firmemente’);

12
AAS 81 (1989) 104; L’Osservatore Romano, 25 de febrero de 1989.
 magisterio simplemente auténtico pero no definitivo sobre materia de fe y
costumbres, del que habla los cc. 752 y 747 §2, que exige una dependencia
calificada como ‘obsequio religioso’ de la voluntad y del entendimiento.

Bienes jurídicos que protege


1. los bienes propios y fundamentales de la función de enseñar de la Iglesia: la
autenticidad de la Palabra de Dios y de su explicación;
2. la responsabilidad de la jerarquía, de enseñar con autoridad y de exigir a los fieles,
en determinados momentos, responsabilidades y compromisos públicos;
3. los deberes y derechos esenciales de los fieles: derecho a recibir el anuncio de la
Palabra fundada en la verdad, el derecho a investigar y a la propia opinión, deber
de conservar la comunión en lo que se refiere a la profesión de fe y al régimen, el
deber de la autoridad de la Iglesia de ejercer su función y potestad magisterial,
sujetando a los fieles con determinadas formulaciones.

Estas fórmulas profesadas no son meramente un acto formal, sino verdadero instrumento
de control de la autoridad. En efecto, hecha la profesión de fe, la autoridad cuenta con un
instrumento de referencia en el que quedan determinados los compromisos adquiridos y,
en alguna medida, la forma en que se debe desempeñar el oficio o función.

B. El juramento de fidelidad

Es algo novedoso en la iglesia, así como su prescripción. El objeto primario es mantener


la comunión con la Iglesia (cfr. c. 209 §4 1-2). Se hace al asumir un cargo.
La obligatoriedad de cumplir lo juramentado (aunque comienza con las palabras ‘prometo’,
es un verdadero juramento, c. 1199) proviene de la virtud de la religión y es ante todo de
carácter moral, pero alcanza por el acto público, una exigibilidad de tipo jurídico. En caso
de incumplimiento o trasgresión, la autoridad encontrará en ello razón para una posible
remoción o privación del oficio (cfr. cc. 193 §1, 194 §2, 196).

Obligaciones que surgen


 cumplimiento con diligencia y fidelidad las obligaciones propias del oficio o
función;
 mantenimiento, anuncio y exposición fiel del depósito de la fe;
 obligación de respetar la legalidad, es decir, la disciplina de la Iglesia;
 subordinación, o sea, respeto y obediencia a los pastores y a sus legítimas
prescripciones.

Sujetos obligados al juramento de fidelidad


El código únicamente lo prescribe para los obispos y equiparados (c. 380); sin embargo, la
CDF, en la promulgación de la fórmula de profesión de fe y juramento de fidelidad,
prescribe que también están obligados a realizarlo, los enumerados en el c. 833, 5°-8°,
ampliando la norma del código.

Modo de realizarlos
El CIC no prescribe nada, salvo la partícula ‘personalmente’ (excluyendo el realizarlo por
medio de procurador). Pero atendiendo al espíritu de la norma, se entiende que debe
realizarse públicamente, ante el representante oficial señalado (ya el can. 1407 del CIC
1917 exigía que no se hiciera ante un laico). Hay que subrayar, que aunque normalmente
se realiza en un marco litúrgico, la profesión de fe y el juramento de fidelidad tienen
carácter y consecuencias jurídicas para el que lo emite.
Fórmula de la profesión de fe13

Yo______________________________________creo con fe firme y profeso todas y cada


una de las cosas contenidas en el Símbolo de la fe, a saber:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible
y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María,
la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio
Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las escrituras, y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con
el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo
en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

Creo también con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o
transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente
revelado, mediante un juicio solemne o mediante el magisterio ordinario y universal.

Acepto y retengo firmemente, asimismo, todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de
la fe y las costumbres, propuestas por la Iglesia de modo definitivo.

Me adhiero, además, con religioso obsequio de voluntad y entendimiento, a las doctrinas


enunciadas por el Romano Pontífice o por el Colegio de los Obispos cuando ejercen el
magisterio auténtico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo.

Fecha: ____________________________ Firma: ___________________________

13
La traducción española es de L'Osservatore romano, 30 (1998), 415.
Fórmula del juramento de fidelidad14

Yo __________________________ al asumir el oficio de ________________________


prometo mantenerme en comunión con la Iglesia católica, tanto en lo que exprese de
palabra como en mi manera de obrar.
Cumpliré con gran diligencia y fidelidad las obligaciones a las que estoy comprometido
con la Iglesia tanto universal como particular, en la que he sido llamado a ejercer mi
servicio, según lo establecido por el derecho.
En el ejercicio del ministerio que me ha sido confiado en nombre de la Iglesia, conservaré
íntegro el depósito de la fe y lo transmitiré y explicaré fielmente; evitando, por tanto,
cualquier doctrina que le sea contraria.

* Seguiré y promoveré la disciplina común a toda la Iglesia, y observaré todas las leyes
eclesiásticas, ante todo aquellas contenidas en el Código de derecho canónico.
Con obediencia cristiana acataré todo aquello que los sagrados pastores declaran como
doctores y maestros auténticos de la fe o establecen como rectores de la Iglesia, y ayudaré
fielmente a los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he de ejercer en
nombre y por mandato de la Iglesia, se realice siempre en comunión con ella.

-----------------

(Para superiores religiosos)

* Promoveré la disciplina común a toda la Iglesia y urgiré la observancia de todas las leyes
eclesiásticas, ante todo aquellas contenidas en el Código de Derecho canónico.
Con obediencia cristiana acataré todo aquello que los sagrados pastores declaran como
doctores y maestros auténticos de la fe o establecen como rectores de la Iglesia, y
libremente cooperaré con los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he de
ejercer en nombre y por mandato de la Iglesia, quedando a salvo la índole y el fin de mi
instituto, se realice siempre en comunión con la misma Iglesia.

---------------

Que así Dios me ayude y estos santos evangelios que toco con mis manos.

Fecha: _______________________ Firma_ ____________________________

14
El penúltimo párrafo no corresponde totalmente a la traducción de L'Osservatore romano. Ha sido modificado
por mi, para estar más en consonancia con la traducción del código de derecho canónico (cfr. c. 212 § 1) y corrigiendo
una equivocación en el párrafo correspondiente a los superiores (Iibenter operam dabo). De cualquier modo, transcribo
enseguida la traducción de L'Osservatore romano: «Con obediencia cristiana acataré lo que enseñen los sagrados
pastores, como doctores y maestros auténticos de la fe, y lo que establezcan como guías de la Iglesia, y ayudaré fielmente
a (para superiores religiosos: «libremente cooperaré con») los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he
de ejercer en nombre y por mandato de la Iglesia (para superiores religiosos: «quedando a salvo la índole y el fin de mi
instituto»), se realice siempre en comunión con la misma Iglesia».

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