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Si quisiéramos enunciar las fuentes directas que delinearon la renovación del Derecho
canónico, pero especialmente las del Libro III, tenemos que decir que fue el Concilio
Vaticano II en general, con la eclesiología de la LG, CD, DV y GS. Asimismo, se tuvieron
en cuenta las directivas de la GE, IM, AG, DH y UR. Sin embargo, no podemos ignorar
que el Código actual fue concebido, al principio, como una revisión del Código de 1917,
por lo que hay que decir también que es su fuente indispensable. Algunos documentos del
magisterio postconciliar, que también hay que tomar en cuenta para descubrir el espíritu
de la renovación codicial, son: la Instrucción pastoral Communio et progressio (18 de mayo
de 1971), las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), y
Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979); y de la Sagrada Congregación para el Clero,
el Directorio catequetico general (11 de abril de 1971).
EI cardenal Rosalio Castillo Lara sdb (q.e.p.d.), último presidente de Comisión encargada
de la revisión del Código, hablaba de siete principios que guiaron la revisión del Libro III,
los cuales deben tomarse en cuenta a la hora de interpretar y aplicar los cánones1.
Por una parte, los cánones del Libro III siguen teniendo por base aquellos del Código de
1917. Por otra parte, las adaptaciones, modificaciones, supresiones, adiciones y nuevos
cánones, corresponden a una doble exigencia complementaria: fidelidad a las decisiones
del Vaticano II y atención a las nuevas situaciones socioculturales, especialmente a la
creciente conciencia de la libertad y de la dignidad de la persona.
1
Ver R. CASTILLO LARA, Le Livre III du CIC de 1983. Histoire et principes, en: L 'Année canonique,
31 (1988), 17-54.
2. Corresponsabilidad diferenciada en el ejercicio del munus docendi
Es la Iglesia entera quien aparece como titular del munus docendi y no la jerarquía sola.
Por tanto, todos los miembros del pueblo de Dios son corresponsables y copartícipes en
este munus (LG, 12,31; cfr. cc. 211, 774 § 1, 781). Sin embargo, el ejercicio concreto de
esta común responsabilidad y participación no es uniforme, sino diferenciada, según la
estructura jerárquica de la Iglesia. La capacidad de actuar en nombre de Cristo Cabeza está
a la base de la diferenciación en el ejercicio de estas funciones, aunque no es igual para
todos los clérigos: Romano Pontífice, Colegio de Obispos (cc. 749, 756, 782 § 2),
presbíteros (cfr. cc. 757, 528), diáconos (c. 757), religiosos (c. 758) y laicos (c. 759; cfr.
cc. 774 § 2, 766, 767 § 1).
3. En razón de una compenetración mutua entre los munera, el munus docendi posee
una connotación jurídica importante.
Cada uno de los tres munera contiene elementos de los otros. La relación entre el munus
docendi y sanctificandi es mas evidente que el que hay entre el munus docendi y el regendi,
pues la fe no puede ser jamás impuesta. Sin embargo, el hecho de que el deber de predicar
el Evangelio, confiado a la Iglesia, es un hecho público, oficial, debe ser regulado el
ejercicio del munus docendi. Además, la incorporación a la Iglesia conlleva la asunción de
derechos y deberes, muchos de los cuales se refieren a la fe. De allí también que puedan
ser impuestas sanciones por delitos contra la fe.
De entre estas tres, el Código se ocupa más de la tarea de conservar íntegro el depósito de
la fe (cc. 386 § 2, 823, 827, 825, 1364, 1371, 1°). A primera vista parecería como que esta
nota negativa del magisterio de la Iglesia prevalece sobre las otras. La razón está en que
esta obligación debe ser más desarrollada jurídicamente y mejor precisada en vista de las
consecuencias jurídicas que ello comporta. En cuanto a la tarea de profundizar en el
mensaje revelado, el magisterio eclesiástico viene ayudado grandemente por los teólogos
y exegetas, y en general las universidades eclesiásticas (DV, 8; GE, 11). Y también es
verdad que el conservar y profundizar el mensaje revelado encuentran su razón de ser en
su proclamación incesante.
EI objeto principal del munus docendi es lo que Dios ha revelado al hombre para su
salvación. Sin embargo, ello trae consigo una vasta gama de principios morales y sociales.
La Iglesia fue establecida como signo y salvaguarda del carácter trascendental de la persona
humana y defensora de su dignidad y de sus valores fundamentales, de tal modo que se ve
obligada a pronunciarse sobre la doctrina o situaciones de orden político, cuando la libertad
y la dignidad de la persona humana están en peligro (cfr. GS, 42, 58; cc. 747 § 2, 768 § 2).
Esta dimensión del munus docendi confiere al magisterio de la Iglesia autoridad moral,
universalmente respetada. Ver, por ejemplo, las encíclicas sociales y otras declaraciones
sobre la paz, la economía, la dignidad del trabajo. etc.
Entre las funciones más importantes del pastor, está la del servicio a la fe, que es necesario
anunciar, transmitir, conservar y alimentar. EI pastor debe nutrir al pueblo de Dios con la
palabra revelada (c. 258 § 1). Así, las normas del código están penetradas de una triple
dimensión pastoral: extender al máximo la posibilidad del anuncio de la palabra de Dios;
reducir al mínimo las exigencias jurídicas, a fin de facilitar el servicio a la palabra de Dios,
y la preocupación por la educación cristiana y por la defensa y la preservación de la fe.
EI ejercicio del munus docendi presupone como condición indispensable, que aquel que lo
ejerce, esté en plena comunión eclesial, ya sea el Romano Pontífice (c. 333 § 2), ya sean
los obispos (cc. 386, 357 § 2, 753, 751, 823).
Como es característico de todo el Código, el Libro III inicia con unos cánones preliminares
de carácter doctrinal, que forman la plataforma sobre la que se va a levantar toda la
normativa del Libro. Unos definen términos relacionados con la función de enseñar de la
Iglesia, otros hacen afirmaciones doctrinales o asignan ciertas responsabilidades. Es
importante tomar en cuenta también otros cánones que se encuentran entre las obligaciones
y derechos de todos los fieles cristianos, para la recta comprensión del libro entero.
2.1. «Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de
coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de
cualquier potestad humana, y ello de tal manera que en materia religiosa ni se
obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a
ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites
debidos» (DH 2).
2.2. Esta libertad emerge de la propia naturaleza humana que tiende a la verdad, a
Dios. Así lo declara el Vaticano II: «Por razón de su dignidad, todos los hombres,
por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y por tanto,
enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia
naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla,
sobre todo la que se refiere a la religión» (DH 2).
2.3. En este sentido, los católicos que hemos encontrado la verdad, relativa a Dios
y a su Iglesia, debemos abrazarla y observarla; es decir, ser fieles a ella. Por ello,
en este contexto de la libertad religiosa, el Concilio expresa esta convicción:
«creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y
apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los
hombres...» (DH 1).
2.4. Sin embargo, no todos han llegado a conocer esta verdad. Y en el cumplimiento
de su deber, la Iglesia ha de respetar el derecho a la libertad religiosa; por eso, nadie
debe ser coaccionado para abrazar la fe cató1ica contra su propia conciencia,
porque el acto de fe es, por su misma naturaleza, un acto libre; el obsequio que la
creatura humana ha de prestar a Dios debe ser razonable y libre.
2
Véase DH 1, 2-4; GS 16; AG 13; cfr. cc. 211, 225 § 1.
3
Pareciera que el Papa Pío IX era contrario a la libertad religiosa por condenar la proposición
siguiente: «Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, tuviere
por verdadera»: Syllabus, prop. 15, en DzH 2915. Sin embargo, en su contexto propio, se condenaba el
relativismo, basado en el propio juicio subjetivo.
2.5. Además, como esta verdad está ordenada a la vida, de allí la obligación de
abrazarla y observarla una vez conocida; es decir, de hacerla norma de la propia
vida. Si bien este derecho es conculcado en algunas naciones, la misma ONU lo ha
proclamado en la Carta de los derechos humanos (art. 18): «Toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de
manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en publico
como en privado, por la enseñanza, la practica, el culto y la observancia de ritos».
2.6. EI Papa Juan Pablo II desglosa los alcances del derecho a la libertad de
conciencia y de religión en el plano personal, comunitario e internacional.
3. El Magisterio de la Iglesia
Es la misión, el mandato conferido por Cristo de instruir a todas las gentes en lo que
respecta a su salvación eterna. Es un derecho-deber dado por Cristo a los Apóstoles y a sus
sucesores (Cfr. Mt 28, 20).
Puede ser:
extraordinario o infalible (LG 25), ejercido:
o por el Romano Pontífice, que como Pastor y Doctor Supremo de todos los
fieles, mediante un acto definitivo, proclama una doctrina que debe
sostenerse sobre la fe o costumbres (c. 749 §1);
o por el Colegio Episcopal, cuando los Obispos
reunidos en Concilio Ecuménico ejercen tal magisterio y, como
doctores y jueces de la fe y de las costumbres, declaran para toda la
Iglesia la doctrina sobre la fe o sobre las costumbres que ha de
sostenerse definitivamente;
o bien cuando, dispersos por el mundo, conservando el vínculo de
comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando de modo
auténtico junto con el mismo Romano Pontífice las materias de fe y
de costumbres, concuerdan en que una determinada sentencia ha de
sostenerse como definitiva (c. 749 §2).
4
Ver JUAN PABLO II, Message L'Eglise catholique, a las altas autoridades de los países subscriptores
del Acta final de Helsinki (1 de agosto de 1975), sobre la libertad de conciencia y religión, 1 de septiembre
de 1980, en: Enchiridion Vaticanum (EV), 7, nn. 564-567; AAS, 72 (1980), nn 1252-1260.
NB: Ninguna doctrina se considera como definida infaliblemente, si no consta
así de modo manifiesto (c. 749 §3).
ordinario
o auténtico ejercido mediante la actividad pastoral de los obispos
individualmente, como doctores y maestros (cc. 750, 753),
o simple, ejercido por sus colaboradores en la predicación de la Palabra de
Dios (cc. 756-795), y de las escuelas (cc. 796-821), bajo la vigilancia de los
Pastores auténticos.
5
CDF, Intr. Donum veritatis, en AAS 82 (1990) 1562-1563.
6
JUAN PABLO II, m.pr. Apostolos suos, 21 mayo 1998.
En conexión con este canon han de verse los cc. 1364, 194 §1,2°, 1041 2°, 1044 §1, 2°,
1184 §1, 1°, que tratan de ciertas penas y sanciones contra estos delitos.
Conclusión
Todos estos cánones introductivos llevan el sello del Vaticano II, excepto los cc. 751 y
754. Sin embargo, no deja de parecer parcial, pues se fija más en el Magisterio de la Iglesia
y relega la participación de los demás fieles cristianos en la función de enseñar de la Iglesia.
En este sentido, el CCEO refleja mucho mejor esta corresponsabilidad y la visión conciliar
sobre este munus (cánones 596, 601-603, 606, eliminando los cc. latinos 751 y 754). Por
ello, conviene al interpretar esta parte, tener en cuenta la visión conciliar al respecto.
Título I
El ministerio de la Palabra divina
Sujetos
La función de enseñar el Evangelio:
en lo que atañe a la Iglesia universal, corresponde al Romano Pontífice y al
Colegio Episcopal (c. 756 §1);
respecto a la Iglesia particular, toca:
o a los obispos en singular, los cuales son los moderadores de todo el
ministerio de la Palabra (c. 756 §2);
o a los párrocos y aquellos a quienes se encomienda la cura de almas (c. 757);
o a los presbíteros, cooperadores del Obispo (c. 757);
o a los diáconos (c. 757);
o a los miembros de IVC, que son llamados para ayudar al Obispo en el
anuncio del Evangelio (c. 758);
o a los fieles laicos:
en fuerza del bautismo y de la confirmación, con la palabra y el
ejemplo (c. 759);
en fuerza de un llamado a cooperar con el Obispo y los presbíteros
en el ejercicio del ministerio de la Palabra (c. 759);
Objeto
El ministerio de la Palabra es esencialmente cristológico y cristocéntrico: debe proponer
integral y fielmente el misterio de Cristo.
Para ello, debe fundarse sobre la Sagrada Escritura, la Tradición, la liturgia, el magisterio
y la vida de la Iglesia (c. 760).
Medios
Para anunciar la doctrina cristiana, deben emplearse los diversos medios disponibles,
sobre todo la predicación y la instrucción catequética, que ciertamente ocupan
siempre el lugar principal;
la enseñanza de la doctrina en las escuelas, academias, conferencias y reuniones de
todo tipo,
su difusión mediante declaraciones públicas hechas por la autoridad legítima con
motivo de determinados acontecimientos,
y mediante la prensa y otros medios de comunicación social (c. 761).
Normas ulteriores
En orden al ministerio de la Palabra de Dios se deben tener presentes también los siguientes
cánones:
c. 386 §1: el cuidado de los Obispos diocesanos para que se observen
escrupulosamente las prescripciones de los cánones sobre el ministerio de la
Palabra;
c. 392: la vigilancia de los mismos para que no se introduzcan abusos en el ejercicio
de dicho ministerio;
c. 528 §1: el mensaje evangélico debe dirigirse también a aquellos que se hallen
alejados de la práctica religiosa y no profesan la verdadera fe;
c. 747 §1: el deber y derecho nativo de la Iglesia a predicar el Evangelio a todas las
gentes;
c. 771 §§ 1-2: el mensaje evangélico a los alejados y no creyentes;
c. 781: la obra de la evangelización, deber fundamental de todo el Pueblo de Dios;
c. 843 §2: evangelización y sacramentos.
Operarios de la predicación
Los ministros sagrados deben tener en gran estima la función de predicar, ya que
entre sus principales deberes está el anunciar a todos el Evangelio de Dios (c. 762).
Corresponde a los Obispos el derecho de predicar la Palabra de Dios en todo lugar,
sin excluir las iglesias y oratorios de los institutos religiosos de derecho pontificio,
a menos que, en casos particulares, el Obispo del lugar se oponga expresamente (c.
763).
Los presbíteros y los diáconos gozan de la facultad de predicar en todas partes,
que han de ejercer con el consentimiento al menos presunto del rector de la iglesia,
a no ser que esta facultad les haya sido restringida o quitada por el Ordinario
competente o que por ley particular se requiera licencia expresa, quedando a salvo
lo prescripto en el c. 765(c. 764).
Para predicar a los religiosos en sus iglesias u oratorios, se requiere licencia del
Superior competente a tenor de las constituciones (c. 765).
Los laicos pueden ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, si la necesidad
lo pide, o si, en casos particulares, lo aconseja la utilidad, según las prescripciones
de la Conferencia Episcopal y quedando a salvo el c. 767, § 1 (c. 766).
Normas especiales
En lo que atañe al ejercicio de la predicación, serán además observadas por todos las
normas dadas por el Obispo diocesano (772 § 1).
Para hablar sobre temas de doctrina cristiana por radio o por televisión, se observarán las
prescripciones establecidas por la Conferencia Episcopal (772 § 2).
Noción
Es la enseñanza de la doctrina cristiana en modo orgánico y sistemático, con la finalidad
de educar gradualmente a los fieles hacia la plenitud de la vida cristiana, según su capacidad
y exigencias.
Documentos
C. CLERO, Directorio General para la catequesis 15 agosto 1997.
PAULO VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi 8 diciembre 1975.
JUAN PABLO II, Exh. Ap. Catechesi tradendae 16 octubre 1979.
Deberes
Es un deber propio y grave, principalmente de los pastores de almas, cuidar la
catequesis del pueblo cristiano, a fin de que la fe de los fieles, mediante la
enseñanza de la doctrina y la práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y
se transforme en obras (c. 773).
La solicitud por la catequesis, bajo la dirección de la legítima autoridad eclesiástica,
corresponde, en la medida de la responsabilidad de cada uno, a todos los miembros
de la Iglesia (774 § 1).
Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la
práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; una obligación
semejante tienen quienes hacen las veces de padres y los padrinos (774 § 2).
Operarios
Corresponde al Obispo diocesano, siguiendo las prescripciones de la Sede
Apostólica:
o dictar normas sobre la catequesis
o proveer para que se disponga de instrumentos adecuados para la misma,
o incluso si parece oportuno, preparando un catecismo;
o asimismo fomentar y coordinar las iniciativas catequísticas (c. 775 §1).
Corresponde a la Conferencia Episcopal, si se considera útil, procurar de que se
editen catecismos para su territorio, previa aprobación de la Sede Apostólica.
o en el seno de la Conferencia Episcopal puede establecerse una oficina
catequística, cuya tarea principal será la de ayudar a cada diócesis en
materia de catequesis (c. 775 §§ 2-3).
El párroco debe cuidar de la formación catequética de los adultos, jóvenes y niños,
para lo cual empleará la colaboración
o de los clérigos adscriptos a la parroquia,
o de los miembros de IVC y SVA, teniendo en cuenta la naturaleza de cada
instituto,
o de los fieles laicos, sobre todo de los catequistas.
NB. Todos éstos, si no se encuentran legítimamente impedidos, no rehúsen
prestar su ayuda de buen grado.
Cuiden los Superiores religiosos y los de sociedades de vida apostólica que en sus
iglesias, escuelas y otras obras de cualquier modo confiadas a ellos, se imparta
cuidadosamente la formación catequética (c. 778).
Tipos de catequesis
1.° sacramental: una catequesis adecuada para la celebración de los sacramentos;
2.° a los niños: mediante una formación catequética impartida durante el tiempo
conveniente, para que se preparen debidamente a la primera recepción de los sacramentos
de la penitencia y de la santísima Eucaristía así como al sacramento de la confirmación;
3.° a los mismos, una vez recibida la primera comunión, para que sean educados con una
formación catequética más abundante y profunda;
4.° especial: en la medida en que lo permita su propia condición, a los disminuidos físicos
o psíquicos;
5.° diferenciada: a los jóvenes y de los adultos, para que se fortalezca, ilumine y desarrolle
su fe (c. 777).
Subsidios
Se ha de transmitir la formación catequética empleando todos aquellos medios, material
didáctico e instrumentos de comunicación que parezcan más eficaces a fin de que los fieles,
de manera adaptada a su carácter, capacidad y edad así como a sus condiciones de vida,
puedan aprender la doctrina católica de modo más pleno y llevarla mejor a la práctica (c.
779).
Los Ordinarios del lugar cuiden de que los catequistas se preparen debidamente para
cumplir bien su tarea, es decir, que se les proporcione una formación permanente y que
conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las normas
propias de las disciplinas pedagógicas (c. 780).
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
«FIDEI DEPOSITUM»
(11 de octubre de 1992)
PARA LA PUBLICACIÓN DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
JUAN PABLO II
CARTA APOSTÓLICA
« LAETAMUR MAGNOPERE »
CON LA QUE SE APRUEBA Y PROMULGA LA EDICIÓN TÍPICA LATINA
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Castelgandolfo,15-VIII-1997
La actividad misionera
Concepto y finalidad: La actividad propiamente misional, mediante la cual se implanta la
Iglesia en pueblos o grupos donde aún no está enraizada, la Iglesia la lleva a cabo
principalmente enviando predicadores del Evangelio hasta que las nuevas Iglesias queden
plenamente constituidas, es decir, dotadas de fuerzas propias y medios suficientes como
para poder realizar por sí mismas la obra de evangelizar (c. 786).
Proceso:
quienes hayan manifestado su voluntad de abrazar la fe en Cristo, una vez cumplido
el tiempo de precatecumenado, sean admitidos, mediante ceremonias litúrgicas, al
catecumenado, y sus nombres se inscribirán en un libro destinado a este fin;
por la enseñanza y el aprendizaje de la vida cristiana, los catecúmenos han de ser
convenientemente iniciados en el misterio de la salvación e introducidos en la vida
de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios así como del apostolado;
corresponde a las Conferencias Episcopales editar estatutos mediante los cuales se
organice el catecumenado, determinando qué obligaciones deben cumplir los
catecúmenos y qué prerrogativas se les reconocen (c. 788).
Fórmese a los neófitos con la enseñanza adecuada para que conozcan más
profundamente la verdad evangélica y las obligaciones asumidas por el bautismo
que deben cumplir; se los imbuirá de un sincero amor a Cristo y a su Iglesia (c.
789).
Título III
De la educación católica
El problema de la educación es uno de los más graves de las sociedades civil y religiosa.
El CIC lo menciona, varias veces, bajo diversos aspectos, que se fundan e integran
recíprocamente:
- educación cristiana (cc. 217-226)
- educación católica (c. 793)
- educación moral (cc. 799-804)
- educación religiosa (cc. 799-804)
- educación cultural (c. 1136)
- educación social (c. 1136)
- educación física (c. 1136).
La mayoría de los cánones que siguen son nuevos, sin paralelo en el CIC 1917 y están
tomados de la doctrina conciliar del Vaticano II.
Sujetos
1. Los padres y quienes hacen sus veces tienen la obligación y gozan del derecho de
educar a su prole; los padres católicos tienen también la obligación y el derecho de
elegir aquellos medios e instituciones mediante los cuales, según las circunstancias
de lugar, puedan proveer más adecuadamente a la educación católica de los hijos;
les corresponde también el derecho de disfrutar de ayudas que ha de prestarles la
sociedad civil, y que necesiten para procurar la educación católica de sus hijos (c.
793).
2. De modo singular, el deber y el derecho de educar compete a la Iglesia, a la cual
ha sido confiada la misión divina de ayudar a los hombres para que puedan alcanzar
la plenitud de la vida cristiana (c. 794 §1).
a. motivación histórico-social: la Iglesia es reconocida como sociedad humana
capaz de impartir educación;
b. motivación de derecho divino: tiene la misión de anunciar a todos los
hombres el camino de la salvación y de comunicar a los creyentes la vida
en Cristo.
3. Es obligación de los pastores de almas disponer todo a fin de que todos los fieles
gocen de educación católica (c. 794 §2).
Finalidad
La verdadera educación debe buscar la formación integral de la persona humana, en orden
a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad.
Por ello los niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar
armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido más perfecto
de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se formen para participar activamente
en la vida social (c. 795).
Lo anterior está en consonancia con los conceptos de la ONU (art. 26,2) y de la legislación
mexicana (LGE Art. 7,1), aunque esta última lo aplica incoherentemente al no reconocer
la educación religiosa como parte integrante de la educación.
La Iglesia desarrolla su cometido por diversos medios. Algunos le son propios y exclusivos,
como por ejemplo la instrucción catequética; otros pertenecen al patrimonio común
humano: las escuelas, sociedades de carácter cultural, los instrumentos de comunicación
social, etc.
Escuela se refiere aquí a la institución educativa de nivel básico y medio, es decir, anterior
a la universidad. También incluye otros centros educativos, como escuelas técnicas y
especiales (lenguas, culturales, etc.).
Definición de escuela. La escuela “es el lugar de formación integral mediante la
asimilación sistemática y crítica de la cultura. La escuela es verdaderamente un lugar
privilegiado de promoción integral mediante un encuentro vivo y vital con el patrimonio
cultural”7. Su especificidad ‘católica’ le viene de Cristo, como su fundamento: “lo que la
define en este sentido es su referencia a la concepción cristiana de la realidad. Jesucristo es
el centro de tal concepción”8
A. La escuela en general
1. Importancia educativa de la escuela (c. 796 §1). Entre los medios para cultivar la
educación, los fieles tendrán en gran estima a las escuelas, que constituyen una ayuda
primordial para los padres en el cumplimiento de su tarea de educar.
2. La colaboración recíproca entre padres y maestros (c. 796 §2). Es necesario que los
padres cooperen estrechamente con los maestros de las escuelas, a quienes confían la
educación de sus hijos; los profesores, a su vez, al cumplir su oficio, han de trabajar muy
unidos con los padres, a quienes deben escuchar de buen grado, y cuyas asociaciones o
reuniones deben organizarse y ser muy apreciadas.
3. Escoger la escuela (c. 797) Es necesario que los padres gocen de verdadera libertad para
elegir las escuelas; por ello, los fieles deben preocuparse a fin de que la sociedad civil
reconozca esta libertad a los padres y, respetando la justicia distributiva, la proteja también
con subsidios.
4. Necesidad de una educación católica (c. 798). Los padres han de confiar sus hijos a
aquellas escuelas en las que se provea una educación católica; si, en cambio, no lo pueden
hacer, tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se proporcione la debida
educación católica de los mismos.
5. El empeño político de los cristianos al respecto (c. 799). Los fieles se esforzarán para
que, en la sociedad civil, las leyes que regulan la formación de los jóvenes provean también
a su educación religiosa y moral en las mismas escuelas, según la conciencia de sus padres.
B. La escuela católica
7
SCEC, Instr. La escuela católica 19 marzo 1977, 26.
8
SCEC, Instr. La escuela católica 19 marzo 1977, 33.
1. El deber de la Iglesia y el deber de los fieles (c. 800). A la Iglesia le corresponde el
derecho de establecer y dirigir escuelas de cualquier disciplina, género y grado. Los fieles
fomenten las escuelas católicas, ayudando, en lo posible, a crearlas y sostenerlas.
2. Los IVCR con finalidad educativa (c. 801). Se les exhorta a hacer real esfuerzo por
dedicarse a la educación católica también por medio de sus escuelas, establecidas con el
consentimiento del Obispo diocesano, pues es algo particularmente difícil.
3. El empeño del Obispo diocesano (c. 802). Si no se dispone de escuelas en las que se
dé una educación imbuida del espíritu cristiano, corresponde al Obispo diocesano procurar
su establecimiento, así como también escuelas profesionales y técnicas así como otras que
se requieran por necesidades especiales.
4. Concepto formal de escuela católica (c. 803). «Se entiende por escuela católica aquella
que dirige la autoridad eclesiástica competente o una persona jurídica eclesiástica pública,
o bien que la autoridad eclesiástica reconoce como tal mediante documento escrito. La
formación y la educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la
doctrina católica; los maestros se han de destacar por su recta doctrina y probidad de vida.
Ninguna escuela, aunque en realidad sea católica, puede llevar el nombre de "escuela
católica", sin el consentimiento de la competente autoridad eclesiástica». Dependen de la
Congregación para la Educación Católica (antes de Seminarios e Institutos de estudios)
(PB 112-115).
C. Enseñanza religiosa
1. Dependencia de la autoridad eclesiástica (c. 804). Depende de la autoridad de la
Iglesia la formación y la educación religiosa católica que se imparte en cualesquiera
escuelas o se procura a través de los diversos instrumentos de comunicación social; en
especial:
corresponde a la Conferencia Episcopal dictar normas generales para este campo
de actividad,
corresponde al Obispo diocesano organizarlo y ejercer vigilancia sobre el mismo.
El Ordinario del lugar se preocupará de que los maestros que se destinen a la enseñanza
de la religión en las escuelas, incluso las no católicas, se destaquen por su recta doctrina,
testimonio de vida cristiana y aptitud pedagógica.
2. Nombramiento o aprobación de los maestros de religión (c. 805). El Ordinario del
lugar, para su diócesis, tiene el derecho de nombrar o aprobar los maestros de religión, así
como de removerlos o exigir que sean removidos cuando así lo requiera una razón de
religión o de moral.
3. Competencia del Obispo diocesano respecto a las escuelas católicas existentes en su
diócesis (c. 806). Compete al Obispo diocesano el derecho de vigilar y de visitar las
escuelas católicas establecidas en su territorio, incluso las fundadas o dirigidas por
miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dictar prescripciones sobre la
organización general de las escuelas católicas; tales prescripciones son válidas también
para las escuelas dirigidas por aquellos miembros, quedando a salvo su autonomía en lo
que se refiere al régimen interno de esas escuelas.
Título IV
De los instrumentos de comunicación social en especial de los libros
La legislación actual toma en cuenta la preocupación del decreto Inter mirifica del Vaticano
II sobre los medios de comunicación social, sin embargo apenas se ocupa de ellos y sigue
centrándose en los libros, haciendo aparecer la legislación actual pobre ante los demás
MCS, baste recordar el gran desarrollo del Internet. La Iglesia, con todo, va dando pasos.
En 1992, publicó la CDF la instrucción El Concilio Vaticano sobre el uso de los
instrumentos de comunicación social en la promoción de la fe, que complementa la
legislación vigente al respecto. Y sin ser documentos de índole jurídica, el PC de las
comunicaciones sociales, ha publicado los documentos Ética de las comunicaciones
sociales 14 junio 2000, Ética en Internet e Iglesia e Internet, ambos del 22 de febrero 2002.
La Iglesia ha manifestado la estima que tiene a los MCS, pero también pone en guardia
sobre los peligros que conllevan.
1. Antecedentes históricos.
En el contexto histórico de la Reforma protestante, la aparición de la imprenta dio lugar a
una intensa actividad jurídico-canónica en la Iglesia en pro de la tutela de la fe católica.
Luego de que Lutero expuso sus 95 tesis aparecieron los métodos sistemáticos para
controlar el flujo de información impresa. Se centraron principalmente en las traducciones
vernáculas de la Biblia por los reformadores, que fueron condenadas muchas de ellas, y la
censura fue aplicada tanto por protestantes como por católicos, para escritos que
encontraran peligrosos. Pero, el efecto no fue otro que mandar tal literatura al mundo
subterráneo, donde experimentó remarcada vitalidad y permanencia. En esta línea se
desarrollan dos instituciones canónicas: la censura previa y la prohibición de libros
contrarios a la fe y a la moral.
a) La prohibición de libros:
Esta práctica se remota a los orígenes eclesiales, como atestigua el extraño y repentino acto
de quema de libros en Éfeso, que narra Hechos 19, 19-20. Los primeros papas y concilios
se sintieron obligados a prohibir los trabajos de aquellos juzgados como herejes9. El papado
de la contrarreforma extendió y refinó la práctica. El Papa Pío IV emanó las diez ‘Reglas
del Índice’ en 1564, justo después del Concilio de Trento, y en 1571 su sucesor Pío V creó
la Congregación para el Índice. A partir de entonces, la prohibición de libros, que consistía
en la prohibición a todo fiel de acercarse o tener contacto a los escritos indicados, sea
parcial como totalmente, bajo pena de incurrir en penas determinadas, se convirtió en una
estructurada parte de la maquinaria canónica de la Iglesia. Alejandro VII produjo una
versión revisada del Indice en 1664; Benedicto XIV reorganizó la disciplina y dio nuevas
líneas en 1753. Las normas dadas por León XIII10 en 1897 se incorporaron en el Código
de Derecho Canónico de 1917, junto con lo completado por el papa San Pío X en contra
del modernismo ( Enc. Pascendi dominici gregis, del 8 de septiembre de 1907; m. pr.
Sacrorum Antistitum, 1° de septiembre de 1910). El CIC del 17 recogió toda la abundante
legislación, afirmando que: “la Iglesia tiene derecho a exigir que los fieles no publiquen
libros que ella no haya previamente examinado, y a prohibir con justa causa los que hayan
sido publicados por cualquier persona” (can.1384 §1). Antes del Vaticano II encontramos
el valor júridico del Index librorum prohibitorum que consiste en el elenco en el que se
recogían las prohibiciones específicas de libros por parte de la Santa Sede (AAS 58 [1966]
445). Posteriormente, con el Vaticano II, fue derogada esta legislación, considerada por
algunos como algo avergonzante y anacrónico, pero lógicamente se había de seguir
evitando los peligros contra la fe y la moral que pueden derivarse del material escrito. Tal
práctica demostró ser sólo parcialmente efectiva, pues por muchos fue ignorada, a pesar de
las severas penas que estaban anejas a la violación de las reglas de prohibición.
Actualmente se acepta que cada persona debe elaborar su juicio de conciencia sobre la
materia a leer; dará la Iglesia indicaciones y recomendaciones para ayudar a este
discernimiento moral, pero no ya leyes ni penas.
9
Por ejemplo Arrio por el Concilio de Nicea, Orígenes por el Papa Anastacio, Maniqueo por el Papa
León Magno.
10
Officiorum ac munerum, AAS 30 (1897-1898) 76.
copiarlos o venderlos. La ortodoxia de las enseñanzas contenidas en los escritos era lo que
preocupaba. Todo parece indicar que tales regulaciones eran comunes en las universidades
europeas en el s. XIV. Con la aparición de la imprenta, se da la difusión de los escritos y
aumenta la preocupación de la Iglesia. El camino escogido fue la sumisión de los escritos
para aprobación antes de su impresión. Así consta en Colonia, en el año 1479, y en
Würzburg en 1482. La primera legislación para toda la Iglesia, salió en 1487 por el Papa
Inocencio VIII, Bula Inter multiplices. En ella manda que todos los libros, tratados y
escritos de cualquier tipo se sometan a las autoridades de la iglesia antes de imprimirse. Se
dará licencia (permiso) de publicación sólo cuando el trabajo sea encontrado libre de cosas
contrarias, impías o escandalosas a la ortodoxia de la fe. Y prescribía castigos para quienes
violaran estas prescripciones, como excomuniones automáticas o penas monetarias. Esto
se mantuvo en la legislación desde entonces. Por ejemplo, la regla diez de las mencionadas
de Pío IV, establece esta approbatio et examen, al igual que el Concilio Laterano V de
1515. En las revisiones de los Indice, se añadían nuevas reglas para la previa censura de
los libros. En la de Alejandro VII aparece el término censores para referirse a aquellos que
examinan los libros antes de su publicación. La mayor revisión proviene del papa canonista
Benedicto XIV en 1753, que en su Const. Sollicita ac provida del 9 de julio de 1753, ofrece
una cuidada y balanceada norma para los examinadores o revisores que han de hacer
discernimientos doctrinales. Los demás pontífices no hicieron sino repetir la doctrina
establecida, hasta las grandes innovaciones de León XIII y Pío X arriba mencionadas.
c) El cambio postconciliar
Esta censura previa fue replanteada por la legislación postconciliar mediante el Decreto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe Ecclesiae Pastorum sobre la vigilancia de los
pastores de la Iglesia acerca de los libros (AAS 67[1975], 281-284). El nuevo contexto
que motivó el cambio, estaba marcado por:
las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo, ya no marcadas por una actitud
defensiva sino por el diálogo y la colaboración en favor del hombre y su cultura
nueva revaloración de los derechos humanos, fincados en la igual dignidad de los
hombres y por tanto de los fieles cristianos al interno de la Iglesia
reconocimiento de que todos tienen un lugar en la función de enseñar de la Iglesia
la libertad de la investigación teológica y su expresión.
2 La nueva disciplina
d) Juicio
El objeto a declarar puede ser doble.
El término licencia hace referencia al hecho de que la obra está inmune de errores
acerca de la fe católica y costumbres, a juicio de la competente autoridad
eclesiástica declarando que puede publicarse sin peligro. Es lo que conocemos
tradicionalmente como el imprimatur.
la aprobación implica una aceptación de la obra por parte de la Iglesia o una
declaración de conformidad con la doctrina auténtica de la Iglesia, y se identifica
con las palabras «con aprobación eclesiástica».
g) Examen de doctrinas
Además de la Revisión previa, exigida o recomendada, existe el examen de doctrinas
contenidas en escritos ya publicados. Ello para que la fe y las costumbres no sufran daño a
causa de errores divulgados de cualquier modo, y la realiza la CDF que considera deber
suyo el examinar los escritos y las opiniones que aparecen contrarios a la recta fe o
peligrosos. Para ello, publicó el Reglamento para el examen de doctrinas, el 29 junio
199711.
Título V
De la profesión de fe (y del juramento de fidelidad)
A. La profesión de fe
Concepto
11
L’Osservatore romano 29 (1997) 423ss.
La profesión de fe constituye un empeño profundo y público de obediencia a Cristo y de
adhesión a la verdad de la fe, requerido en algunas circunstancias de la vida a determinadas
personas.
Comporta una obligación personal, la cual no se puede satisfacer por medio de un
procurador o delante de un laico.
Se satisface esta obligación mediante la lectura de la fórmula aprobada por la CDF en
diciembre de 198912, en que se añade además el juramento de fidelidad al asumir un oficio
ejercido en nombre de la Iglesia.
12
AAS 81 (1989) 104; L’Osservatore Romano, 25 de febrero de 1989.
magisterio simplemente auténtico pero no definitivo sobre materia de fe y
costumbres, del que habla los cc. 752 y 747 §2, que exige una dependencia
calificada como ‘obsequio religioso’ de la voluntad y del entendimiento.
Estas fórmulas profesadas no son meramente un acto formal, sino verdadero instrumento
de control de la autoridad. En efecto, hecha la profesión de fe, la autoridad cuenta con un
instrumento de referencia en el que quedan determinados los compromisos adquiridos y,
en alguna medida, la forma en que se debe desempeñar el oficio o función.
B. El juramento de fidelidad
Modo de realizarlos
El CIC no prescribe nada, salvo la partícula ‘personalmente’ (excluyendo el realizarlo por
medio de procurador). Pero atendiendo al espíritu de la norma, se entiende que debe
realizarse públicamente, ante el representante oficial señalado (ya el can. 1407 del CIC
1917 exigía que no se hiciera ante un laico). Hay que subrayar, que aunque normalmente
se realiza en un marco litúrgico, la profesión de fe y el juramento de fidelidad tienen
carácter y consecuencias jurídicas para el que lo emite.
Fórmula de la profesión de fe13
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible
y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María,
la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio
Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las escrituras, y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con
el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo
en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
Creo también con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o
transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente
revelado, mediante un juicio solemne o mediante el magisterio ordinario y universal.
Acepto y retengo firmemente, asimismo, todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de
la fe y las costumbres, propuestas por la Iglesia de modo definitivo.
13
La traducción española es de L'Osservatore romano, 30 (1998), 415.
Fórmula del juramento de fidelidad14
* Seguiré y promoveré la disciplina común a toda la Iglesia, y observaré todas las leyes
eclesiásticas, ante todo aquellas contenidas en el Código de derecho canónico.
Con obediencia cristiana acataré todo aquello que los sagrados pastores declaran como
doctores y maestros auténticos de la fe o establecen como rectores de la Iglesia, y ayudaré
fielmente a los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he de ejercer en
nombre y por mandato de la Iglesia, se realice siempre en comunión con ella.
-----------------
* Promoveré la disciplina común a toda la Iglesia y urgiré la observancia de todas las leyes
eclesiásticas, ante todo aquellas contenidas en el Código de Derecho canónico.
Con obediencia cristiana acataré todo aquello que los sagrados pastores declaran como
doctores y maestros auténticos de la fe o establecen como rectores de la Iglesia, y
libremente cooperaré con los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he de
ejercer en nombre y por mandato de la Iglesia, quedando a salvo la índole y el fin de mi
instituto, se realice siempre en comunión con la misma Iglesia.
---------------
Que así Dios me ayude y estos santos evangelios que toco con mis manos.
14
El penúltimo párrafo no corresponde totalmente a la traducción de L'Osservatore romano. Ha sido modificado
por mi, para estar más en consonancia con la traducción del código de derecho canónico (cfr. c. 212 § 1) y corrigiendo
una equivocación en el párrafo correspondiente a los superiores (Iibenter operam dabo). De cualquier modo, transcribo
enseguida la traducción de L'Osservatore romano: «Con obediencia cristiana acataré lo que enseñen los sagrados
pastores, como doctores y maestros auténticos de la fe, y lo que establezcan como guías de la Iglesia, y ayudaré fielmente
a (para superiores religiosos: «libremente cooperaré con») los obispos diocesanos para que la acción apostólica que he
de ejercer en nombre y por mandato de la Iglesia (para superiores religiosos: «quedando a salvo la índole y el fin de mi
instituto»), se realice siempre en comunión con la misma Iglesia».