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Qué desafiante aventura el comentar la espeluznante obra de Ignacio Zuloaga con acierto y

originalidad. Aventura que implica negarse a caer en el uso de esos adjetivos calificantes tan
holísticos como positivos al enfrentarnos a una obra donde las palabras que nos asaltan el
entendimiento son tales. Fantástica, maravillosa, impresionante. Así es la obra de Zuloaga. Una obra
donde la mítica fusión que ha producido las grandes obras de la civilización parece realizarse: la del
talento con la dedicación. Pocas veces estas dos virtudes se dan condensadas en un mismo
individuo. Cuando así pasa, a no ser que a ellas se interponga la realidad de la mala suerte (siempre
dependiente de la posibilidad de un contexto hostil), irremediablemente nos encontraremos con una
muestra de la posibilidad del alto vuelo humano.

Situémenos en una concepción elitista de la belleza. Quizás no la más ética, quizás no la más sana.
Pero es la que, en el mundo que vivimos, más convence (más representa lo que en los hechos
vivimos). Y no es en vano. Porque puede que esto sea cultural (civilizatorio) o puede que,
simplemente, sea. Entonces, el talento es belleza en potencia. Es la belleza replegada en su
ausencia, en un otro cuerpo que, al desplegarse, la produce. También se dice que quien tiene tal
potestad del talento, es circunstancialmente invadido por un flujo, energético, al que tiene la
capacidad sensible de usufructuar con su cuerpo. Es una sentencia tan clásica como contemporánea,
que existe, seguramente, como mecanismo expiatorio de la culpa del talentoso. Ese quien tiene la
capacidad de crear con su despliegue lo que a otros fascina. Depósito de admiraciones y envidias. El
dilema obsesivo puede elaborarse; la dedicación. El perfeccionamiento. No ese que se busca como
moral vacía, principista de la ridícula cultura del ser digno y mejor, sino ese otro que es más una
consecuencia que una causa: el que carga con el talento no puede parar de producir a través de él
porque en esta vida de alguna cosa o algún otro siempre hay que ser súbdito. El despliegue del
talento no es en sí mismo disfrute, es elaboración. Es una manera de lidiar con la carga de la
potencia de lo bello. Y, ya de paso, el artista verdaderamente talentoso, se hace responsable. Se gana
el merecimiento de lo que le tocó.

Pues Zuloaga las combina, talento y dedicación. En su obra, para cualquiera que se aproxime a ella
aún de a muchos metros, predomina la psicodelia. Mirando la obra de Zuloaga, la tan trillada noción
de psicodelia me resulta interpelable. ¿Es la misma -como se suele suponer- el uso excesivo de los
colores que satura al circuito perceptivo-emocional rompiendo su estado original de equilibrio y que
busca la perturbación del que percibe? ¿O es el uso democrático de los colores que ofrece la gama
cromática y que tiene como efecto -y no como búsqueda- tal perturbación? La participación
equitativa de todos los colores que se desee sin considerar como los mismos se presentan en el
mundo exterior tangible. La perturbación es de quien no soporta. El peso de lo que no cuaja. El
color vívido y combinado con otros colores de otra tonalidad de forma aleatoria. Si el artista está
vacunado contra tal perturbación, porque en su espíritu tales colores ya se combinan de tal suerte,
¿qué actividad más terapéutica que construir escenarios a través de tales modelos?

En este cuadro que he seleccionado de la vastísima obra del autor, dos personas caminan por el
pasillo de lo que parece ser un majestuoso museo de arte. El manejo de la profundidad es
sensacional. El camino que los aficionados recorren es un camino que se expande a medida que
avanzan. El fondo ya recorrido se desdibuja en un amarillo que agrupa lo transitado. A la derecha de
los artistas la obra gigantesca de una batalla en caballos. Obra histórica y epopéyica, de marco
majestuoso, que me sitúa en la obra de Juan Manuel Blanes.

Los cuerpos humanos, encarnados en los dos personajes centrales, los jinetes del cuadro dentro del
cuadro, y las dos siluetas amarillas al fondo que parecen ser guardias de seguridad, mantienen sus
rasgos identificatorios, aunque siempre rodeados por un contexto que se torna un mar de colores (el
naranja del piso, el rojo del fondo del cuadro dentro del cuadro, el violeta de las paredes del
museo).La jerarquización de las figuras protagonistas está dada directamente por la fuerza de la
nitidez de sus límites. El hombre está algo más identificable que su acompañante, de quien no se
puede definir el género debido a que en su cuerpo la invasión amorfizante de los colores ha llegado
más lejos.

Quizás resulte forzado suponer un contenido conceptual sustentado en los colores y su carácter
invasivo de las formas delineadas. Quizás, por qué no, para Zuloaga el espíritu artístico conlleva al
desborde de los colores por sobre las formas. Éstas últimas se necesitan sólo en la medida en que
deben delimitar el paisaje conceptual. La riqueza no está dada por detalles del dibujo sino por la
ambiciosa yuxtaposición de las insinuaciones de colores.

Parecería una obra influenciada, además de por el impresionismo y la psicodelia, por esas
tecnologías de imágenes generadas por la intensidad de los calores.

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