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UNA CONVERSACIÓN A SOLAS

-¿Que debemos esperar?- preguntó Pancho, el de San Pedro, mientras mateaban en la


celda con el broder Alfredo de Olmos, el barbado marino Oscar y el recién ingresado
que trajeron de Tartagal, apodado El Oreja.
Un silencio profundo se desprendía de la incipiente tristeza que turbaba al Oreja;
entre los barrotes y puertas de hierro se filtraban sonidos casi imperceptibles, parecía
que letanías lejanas intentaban alentarlo pero el mordaz sufrimiento lo hacia desconfiar
de todo.
Oscar cebaba amargos aromatizados con malva que sembrara El Pampa mientras
subía el volumen y pugnaba por sintonizar algo audible con la vetusta radio que había
dejado para que pasara de mano en mano el Loco Lalo que ya estaba descansando en un
mejor lugar después de purgar algunas condenas de poca monta.
- Complicados procesos afrontarán los desdichados que caigan, en nefandas
marañas políticas, judiciales y periodísticas, comentaba en su Programa Salta Profunda
desde el Centro de Residentes Norteños en Rafael Castillo el agudo analista Acuarela
García, otrora hábil marucho compañero del Diablo Resola en los entonces montes
vírgenes de General Pizarro, Las Varas y Pichanal; sus disquisiciones se replicaban en
diversos medios que aspiraban informar con la mayor objetividad, enlaces con Cadena
Máxima, Aries, Profesional, AM 840, paginas como Iruya.com e Informate, canales
televisivos como el 9, 10, 11 y mas al norte LW4, Radio Ciudad y la Revista Fuera de
la Ley garantizaban esa pluralidad tan necesaria para evitar una democracia desmedrada
y puramente nominal.
En mi provincia pasan cosas- proseguía el comentarista-, pero acercarse a la
verdad suele traer reminiscencia de Icaro y cuando de la Administración de Justicia se
trata, puede suceder que el río de la inequidad ahogue tanto a justos como pecadores; sin
demasiado esfuerzo voy a reseñarles hechos resonantes que pasaron a ser escandalosos.
Así, el caso del doble asesinato de las jóvenes francesas se tiñó de misterio con el
intrigante suicidio de un Oficial de Policía que había avanzado en la investigación y el
desconcierto es inconmensurable por la encomiable actitud del padre de una de la
víctimas, abogando por la inocencia de uno de los condenados a perpetua; en otra causa,
sólo por un tesonero amor filial y el excepcional aporte de rigorosas pericias científicas
extranjeras se van demostrando las tendenciosas declaraciones públicas de un
gobernante y sus adeptos que pretendieron instalar prematuramente la idea de que dos
adolescentes, de manera incomprensible decidieron silenciar voluntariamente sus
primorosas melodías.
El Oreja, hombre corpulento y decidido que en algún momento llegó a sentirse
como Bartimeo El Ciego, empezaba a vislumbrar que algo en él cambiaría. El joven Ale
Ponce, emparentado con Enzo, se lo había anticipado, enviados de la Fiscalía vendrían a
proponerle una sustancial mejora de su situación procesal, ¡Su libertad a cambio a una
declaración!.
Aquí, donde la vida empieza a quedarse sin oxígeno, la espera es la agonía de la
ilusión y puede lacerar muchos años; aquí, donde las diferencias suelen resolverse con
puntas y facas hay muchos que demuestran su hombría con algo mucho mas peligroso
que las armas hechizas, la dignidad de sus palabras.
Desde el instante en que se pierde la libertad se apodera del infausto un constante
martirio, cada gesto, cada pensamiento implica impotencia, pesadumbre y
desesperación, comienza a sentirse indefenso, se va despojando de los gratos recuerdos,
de las risas rejuvenecedoras, de las alegrías del deambular y se va arrinconando en el
mutismo, en la hosquedad, permanece de pie pero con sus fuerzas flaqueando en el
desamparo, confusamente balbucea plegarias abriendo los brazos sin que nadie lo
escuche, queda expuesto como un árbol aletargado en otoño.
El Oreja intentaba rebelarse contra lo que lo oprimía, el espacio para desplazarse
se reducía a unos pocos metros y el día era solo un pedazo de cielo que miraba por la
ventana. El viento bochornoso sofocaba su ánimo, quedaba pensativo, a los borrosos
ensueños abrazado, se preguntaba que tenía, con qué se había quedado, si aún
conservaba energías porque estaba más delgado y aunque podía percibir una ciudad
cercana en movimiento ya que solo un campo yermo los separaba sabía que para él
quedaba demasiado lejos porque jueces y fiscales allí lo habían confinado.
-Tranquilo, compañero, no desespere- dijo el broder, con el aplomo de quien
cargaba muchísimos años en contexto de encierro en diferentes cárceles, había estado en
la de Marcos Paz, en la 7 de Chaco, en la 8 de Jujuy y ahora en la N.O.A. 3, a la que se
llega por el camino del Zapallar. Deberá Ud. munirse de paciencia y esperanza, no será
cuestión sencilla, pero solo ofrendando su mas sublime convicción podrá salir adelante.
¡Vaya si el broder tenía fundamentos para aconsejar, luego de 12 años en prisión le
habían otorgado la libertad condicional al llevar cumplidas 2/3 partes de la pena, pero
solo llegó a disfrutarla muy poco porque como si fuera victima de una obra macabra lo
volvieron a detener debido a imputaciones recientes al apeturarse una nueva causa
referida a su supuesta participación en hechos acaecidos varias décadas atrás,
calificados de Lesa Humanidad, con polémica aplicación retroactiva basada en el ius
cogens ya que nuestro País receptó el Estatuto de Roma, por obvias razones históricas y
cronológicas, en tiempos posteriores.
Oscar volvió a enganchar la onda que se iba de a ratos; un oyente, Omar El
Zafrero, trovador popular autor de Carnavalera y tantos otros temas es de los que no se
suelen callar, así que pidió salir al aire y con mucho brío se dió el gusto de entonar
versos de Fierro

La ley es telaraña
en mi ignorancia le explico
no la tema el hombre rico
nunca le tema el que mande
pues la rompe el bicho grande
y solo enrieda a los chicos

Es nuestra dolorosas realidad- terciaron Ego Mirabal y Diego Gonzalbez-, pero de


aquí debemos salir mejor de lo que entramos, hay que luchar, la clave es resistir, esa
resiliencia nos legó Eduardo Garratalá que estuvo exiliado varias décadas, y con Irma
la pelearon vendiendo estampitas hasta que pudo revalidar su título de Especialista en
Traumatología.
- ¡Podrán quebrarte los huesos pero no el alma!- repetía el flaco mientras se
dejaba estar bajo los cielos de Almería evocando a los hermanos Ramón y Cololo, al
Teuco y al Huayra, admirando absorto las alas de las mariposas bajo la añosa parra
donde Pitín les dijo al Jeta y a Ucucha que si bien su particular estilo lo estaba llevando
por otras latitudes los trovadores surcan las distancias abrazados a sus guitarras y
algunos grandes tienen la dicha de quedar vibrando en el corazón del pueblo como,
entre otros, el Cuchi y el Barba con Zamba de Balderrama, Ariel Petrocelli con El
Antigal, Rubén Pérez con La Taleñita, Hernán Figueroa Reyes con Zamba del Cantor
Enamorado y Daniel Toro con Zamba Para Olvidar.
Los otros entendían que El Oreja siguiera yéndose por memoriosos silencios; años
atrás supo andar por Orán, una noche de parranda con amigotes había recalado en la
Bohemia del Puma Barrios y mientras se deleitaban con exquisitas empanadas en medio
del jolgorio de gatos y chacareras al ex interno Lucho Vega lo escuchó recitar
inspiraciones de Romanenghi que los hermanos en la fe, Jorge, Calixto, Canavidez y
Pistán se encargaban de propagar

Decir de cualquier persona


algo en contra de la verdad
es la peor calamidad
porque el falso testimonio
tiene por padre al demonio
y por madre a la maldad

-¡Tu libertad a cambio de una declaración!- le repetía ahora 911 que se había
sumado a la mateada y con su persistencia alimentaba el rumor de que podía haber
arreglos con gente allegada a la justicia; al Ángel de Yrigoyen le impusieron ese mote,
nueve once, porque lo acusaban de que habría utilizado indebidamente el patrullero
oficial de esa Unidad Especial de Policía para solucionar sus emergencias personales
olvidándose de servir a la comunidad; era el mismo que hizo sonar un estridente silbato
en pleno horario de siesta en el Pabellón “C” del Anexo, asustando y haciendo saltar de
las cuchetas a todos los presos que pensaron que se trataba de una requisa sorpresiva por
lo que las ventanas de cada celda se abrieron presurosas y los botones de los inodoros se
accionaban con arrebato tratando cada cual deshacerse de las evidencias de sus vicios,
placebos y debilidades pero que ante las mofas y carcajadas cómplices y socarronas del
guía de pesca el metanense Mario, el riverplatense Diego, Atilio El Vasco, el
ecuatoriano Víctor, el peruano Denis, Pim Pom Pim Torres y el baqueano Centurión,
todos cayeron en que solo se trataba de otra de sus bromas.
El Oreja los miraba extraviado en su confusa transmutación, advertía que estaba
frente a un enorme desafío, rememoraba sus propias declaraciones antes las cámaras de
televisión cuando se anunciaba su inminente detención; “no tengo miedo de quedar
preso, me sentiré libre aunque me encarcelen” - había dicho y ahora esas palabras
resonaban en sus oídos-; éste era el momento de demostrar que sus temerarias
afirmaciones transmitían una verdad, que los deseos por más sinceros que sean deben
sufrir para modificar la dura realidad.
No la estaba pasando bien, sus jornadas empezaban muy temprano, a las 6:30 de
cada madrugada el encargado de turno junto al enfermero empujaban la puerta de su
celda para efectuarle el primer control, padecía diabetes, hipertensión, arritmias y
migrañas, varias veces se había descompensado y lastimado al caer, presurosamente lo
llevaban para su atención al Hospital Oñativia y lo internaban en el San Bernardo, allí lo
trataban muy bien y para su sorpresa quedaba en manos de jóvenes profesionales a lo
que conocía de niños porque sus padres habían sido colegas docentes o habían
compartido como dirigentes en diversas comisiones directivas en clubes e instituciones;
en oftalmología estaba el Dr. Ernesto, hijo del profe Pellicer, que hasta le invitaba un
desayuno; luego reconoció a Duadi Musa, cirujano, primo del tenista Canalla Pajarito y
la Dra. Raquel, que le comentó que a veces se veía con Laguna Peña y éste había
elegido la especialización de su padre Frank, anestesiología; las interconsultas las
hacían con la diabetóloga, Silvia Saavedra que a su vez conversaba con Alberto;
revisando su historia clínica constataron sus internaciones previas en el Hospital de
Tartagal donde concienzudamente estuvieron a su servicio las hermanas Catalina y Elsa
Olarte, como así también en el San Vicente de Paul donde incluso trataron a su señora e
hijos con similar dedicación, profesionales como Juanchi Guillén, N. Taranto, J.
Gomila, Coca Egües, el colorado Royo, el negro Busleiman, Morandini, Narvaez, Daud,
H. Lostia y Claverie; las enseñanzas de recordados galenos como Salord, Loutaif y
Abdala mantenían vigencia en B. Biella, Marchettini, Ashuro y Jalite, acompañados por
experimentados asistentes como Ricardo Juárez, Etingo Varela y Adela, hija de Antonio,
que terminó perfeccionándose en el Italiano de Capital Federal.
Sin embargo, cada vez que le daban de alta debía retornar al sopor de la rutina
que suele anestesiar las ganas de sobrevivir, barrer apesadumbrado en la estrechez de la
celda la tierra caliente y pegajosa que traía El Zonda, limpiar excrementos de palomas,
ratas y cucarachas que ensuciaban no solo el pequeño patio en común sino también el
interior del salón de usos múltiples como si no las alterara alguna esporádica
desinfección, tratar dificultosamente de tender las cuchetas dobles que atentaban contra
la salud y dignidad de los privados de libertad porque originariamente cada habitáculo
había sido ideado para uso individual, impuestas incluso para septuagenarios
discapacitados y enfermos; en fin, hacinar procesados y condenados implicaba, para
algunos insensibles con poder de decisión, una pálida mácula casi imperceptible para la
mayoría de la sociedad.
En su melancolía la bella aurora le parecía tan ancha y extraña como si no le
perteneciera, imaginaba desahuciado el sórdido murmullo del lejano oleaje del mar, una
tenaz angustia oscurecía sus atardeceres con los tenebrosos presagios de la
irracionalidad y esos convulsionados pensamientos lo sumían en vértigos que lo
obligaban a recostarse, solo las caricias del pasado entibiaban levemente su alma
humedecida por incontenibles lágrimas derramadas en penosa soledad.
Por esos días conoció a los capellanes, el Padre Luis trajo saludos del doctrinario
Miguel Antonio Vignale que había prologado el libro Denuncia Penal ampliamente
difundido por la tradicional Librería Ulpiano y comentado por los ilustrados Manolo y
Gaucho De Marchi; el Negro había asistido a la presentación intuyendo futuros
beneficios, didáctica contenida en una obra clásica que no había leído pero que sabía
trataba del mundo de las relaciones y oportunismos; la afable sonrisa del cura hizo
renacer en el Oreja no solo el júbilo de las liturgias dominicales en su infancia sino
también la imperiosa necesidad de confesar, cuando el dolor estalló en llanto la mano
del clérigo sobre su hombro acompañando palabras consoladoras le hizo percibir la
gracia de la misericordia.
A su vez, el Presbítero Vicente llegaba acompañado por voluntarios de la Pastoral
Carcelaria que lo asistían en la Parroquia del Barrio 20 de Junio; Angelita Delgado, de
tez morena, vestida con prendas sencillas, de hablar cansino, que mitigaba urgencias
terrenales, repartía nobleza en calentitos bollos recién salidos del horno de barro del
patio de su casa con el que se ganaba el sustento; Mirta de Embarcación, Alicia Mansilla
de Pichanal, Gladys Saba y la Sra Luna de Orquera contagiaban tesón y candidez
mientras Miguelito Moldes, los hermanos Arguello, Koky y Chopa Tejerina, Sergio
Giménez, Goyo Avila y Atanasio Vicuña aprestaban órganos, sikus, guitarras y sus
voces para cantar alabanzas.
Las misas estaban programadas para los días jueves de cada semana, a veces se
celebraban en la Capilla de la Penitenciaría o bien en otras ocasiones se hacían en el
propio pabellón; cuando se arrodillaron ante la conmovedora cruz que el Coya Flores,
Cuco Loza y fideo Arce habían construido, percibieron destellos de luces en las hostias
e interpretaron que eran señales sagradas y no solo la natural reverberación del sol que
se colaba por los ventanales. La hicieron de proporciones considerables con papel de
diario, el proceso consistía en enrollar cada hoja arrancando desde un vértice y en
diagonal, pegarla en cada giro hasta formar un canuto, unir 40 de ellos hasta alcanzar el
diámetro escogido para la columna vertical y para que los brazos de posición horizontal
no se doblaran tuvo que utilizar en el interior un palo de escoba para luego revestirlo, el
consistente engrudo utilizado se componía de harina, agua y sal, quedaba guardado en
un tacho de plástico y rociado con vinagre para que no se descompusiera, luego cuando
la estructura estuvo seca la revistieron con una delicada cuerina color bordó y la
desplazaron por los pasillos hasta el lugar que habían consensuado, por sus dimensiones
apenas pudieron hacerla trasponer puertas hasta ingresarla al Salón de Visitas, al verla
allí firmemente asegurada contra la pared el purmamarqueño Alberto, el chaqueño
Ricardo y Eo Cazalbon, hermano de Joaquín, entre lágrimas supieron del alivio de sus
culpas.
Los Sacerdotes que llegaban del norte, Rubén G., Elio C., Juan José M. y Martín
A. guiaban a la población carcelaria con claras homilías y profundos sermones
matizados con imperdibles anécdotas propias de aquellas palpitantes fronteras; allí
habían dejado huellas indelebles Pastores de particular sensibilidad como los Obispos
Jorge Rubén y Mario Antonio, transitando las sendas de la humildad y dedicación que
también caminaron el Padre Roque con las comunidades aborígenes de El Cruce y el
magnánimo Padre Diego, acertadamente bautizado como el mejor de los lapachos, con
su cohorte de angelicales sonrisas guarnecidas en el nimbo del Hogar del Niño Jesús.
Empero, fue aquél dechado de humildad que tendiéndole la mano en cordial
saludo a quien le había solicitado audiencia le hizo disfrutar para siempre el tesoro vital
que fluyera de su presencia, aquél mencionado respetuosamente por Hugo Ruiz
portando la foto de su hermano Rodolfo cuando hizo rebotar en la cúpula de la Basílica
de San Pedro el dulce sonido de su charango jujeño acompañado de los chinchines del
Tukuta.
-¿ Cómo está Ud. Dr. ?
- Bien, muy bien gracias a Dios
-Ud. dirá; mientras conversamos acepta desayunar conmigo?
- Le agradezco de corazón, sin embargo no quiero hacerle perder tiempo.
- Por favor, no se preocupe, en realidad estoy ávido de escucharlo.
Si hay momentos de gozo en plenitud, ésos fueron tales; le pidió que no lo tratase
de Excelencia Reverendísima, mientras tomaba una cucharilla y endulzaba
parsimoniosamente no solo su taza de té sino también el pocillo de café del atónito
visitante; luego, apoyando suavemente su mano derecha en el antebrazo del ya inquieto
Letrado le solicitó, franca sonrisa de por medio, que lo pusiera al tanto de la grave
problemática del narcotráfico y el desmesurado aumento de las adicciones.
Entonces, el visitante le transmitió su creciente preocupación; un par de décadas
atrás le había correspondido instruir como Juez Correccional y de Menores casos de
niños y adolescentes cada vez de más corta edad que se drogaban con naftas o bien con
productos que contuvieran tolueno como lo eran ciertos pegamentos; en el Siglo XXI,
como único Juez Federal en el norte de Salta, tuvo causas que involucraban a
protagonistas de esas franjas etáreas, incluso algunos estudiantes, por consumo lúdico,
no medicinal, de marihuana y últimamente con mayor asiduidad se les secuestraba pasta
base o bien gramos de cocaína de diversa pureza e incluso estirada. En cuanto al ingreso
de droga al territorio nacional describió que se utilizaban todas las vías posibles,
principalmente la terrestre por rutas, caminos, sendas y picadas, la fluvial con gomones
y balsas rudimentarias serpenteando en el chapotear de la noche las peligrosas aguas del
Bermejo que cada tanto se cobra una vida mientras que el espacio aéreo era surcado por
pequeñas aeronaves que burlando los dos únicos radares arrojan sus cargas mediante
maniobras conocidas como siembra, lluvia o bombardeo en zonas montuosas o bien
aterrizando directamente en pistas de tierra generalmente ubicadas en terrenos fiscales o
en fincas privadas de no fácil acceso, todo lo cual, obviamente, dificultaba sobremanera
las interceptaciones, secuestros y detenciones.
El visitante le entregó carpetas con mapas, gráficos, estadísticas, minutas e
informaciones complementarias y recibió al despedirse un maravilloso abrazo que lo
sumió en extraordinario regocijo y envuelto en el aura de esa conmocionante alegoría
guardó para toda su existencia la mansa, profunda y tranquilizadora mirada del Cardenal
Primado Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.
El Oreja no pudo disimular su sorpresa; ahora comprendía que ya no debía
preguntar ¿por que? sino ¿para que?; ya no cuestionaría por qué le tocaba padecer tantos
sufrimientos sino mas bien desentrañar el propósito de quién lo puso allí; no analizaría
por qué había perdido la libertad sino los modos de servir al prójimo desde allí; en fin,
un irrefrenable proceso de conversión hizo que se pusiera de pie y previo agradecer la
invitación a compartir la mateada se dirigió meditando hacia la iluminada inmensidad
de su celda.
Allí, arrodillado ante el resplandor del amor inició su más diáfana conversación
a solas y casi con un susurro se lo escuchó cantar

Señor, me has mirado a los ojos,


sonriendo has dicho mi nombre,
en la arena he dejado mi barca
junto a tí buscaré otro mar.

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