Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
A través de los siglos, los seres humanos han utilizado diversos métodos para tomar decisiones. Algunos
buscan el consejo de amigos de experiencia o consejeros de confianza. Otros abren la Biblia al azar para
encontrar un pasaje orientador o consultan a adivinos.
Como cristianos, queremos hacer la voluntad de Dios cada vez que nos encontramos frente a
decisiones significativas. Cuando hablamos con el Señor en oración, a menudo repetimos las palabras
del Padrenuestro, que incluye esta petición: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra” (Mateo 6:10). ¿Qué nos enseña la Biblia acerca de la voluntad de Dios?
Dios nos creó con la capacidad de tomar decisiones, lo que constituye una parte importante de haber sido
formados “a imagen de Dios”. De ahí que podemos elegir obedecerle o desobedecerle con consecuencias
previsibles. (Ver Deuteronomio 30:15, 19, 20; Apocalipsis 3:20.) Dios respeta y protege nuestra libertad
individual de escoger. Él anhela que, al tomar decisiones, elijamos bien y de esa manera desarrollemos
nuestro carácter.
Voluntad: el deseo de realizar algo o de alcanzar un objetivo.
Dios, cuyo carácter es perfecto amor y perfecta justicia, siempre desea lo bueno para sus criaturas (Jeremías
29:11) y nunca se siente inclinado hacia el mal (Santiago 1:13). Él desea, por ejemplo, que todos los seres
humanos alcancemos la vida eterna (1 Timoteo 2:3, 4) y que crezcamos espiritualmente (Colosenses 1:9, 10).
Los seres humanos también sentimos el deseo de realizar algo o de alcanzar un objetivo en la vida. Con
frecuencia, por causa del pecado que nos afecta, elegimos actuar de manera egoísta y perjudicial. El apóstol
Pablo era consciente de su inclinación al mal: “No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”
(Romanos 7:15, 20).
Obediencia: Decidir obedecer a Dios en todo aquello en que ya haya revelado su voluntad para
nosotros.
Esto requiere desterrar de nuestra vida todo pecado conocido. Dice el salmista: “Si en mi corazón hubiese yo
mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18). Por otra parte, “si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
Sumisión: Estar dispuestos a obedecer lo que Dios nos revele de su voluntad.
Esto requiere una actitud especial, porque nuestra tendencia natural es decirle al Señor: “Muéstrame tu
voluntad y después déjame que decida si la voy a obedecer o no”. Se cuenta que un joven elevó a Dios una
oración parecida: “Señor, quiero servirte como misionero. Estoy listo a ir a cualquier parte que tú me envíes,
con tal que el sueldo sea bueno y el clima agradable”. Esta actitud tragicómica se basa en dos falacias: Creer
que sabemos mejor que Dios lo que nos conviene y pensar que él no desea nuestra felicidad ni nuestra
salvación eterna.
1. La Biblia:
En este libro inspirado Dios comunica su voluntad para todos los seres humanos de todos los
tiempos. La Biblia nos provee instrucción específica sobre la voluntad de Dios. También encontramos en ella
ejemplos sobre las bendiciones de la obediencia y los tristes resultados de la desobediencia. Por eso nos
conviene estudiarla cada día, individualmente y en grupos. Ella contiene enseñanzas sobre la salvación, la
familia, el trabajo, las finanzas, los hábitos de vida y muchos otros temas importantes.
Pablo dice que en las Escrituras podemos hallar todo lo necesario para vivir una vida digna y alcanzar la vida
eterna (2 Timoteo 3:15-17). Los cristianos encontramos en los Diez Mandamientos (Éxodo 20:3-17) los
grandes principios morales que definen nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes (Lucas 10:27).
Cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador y Amigo, orientamos nuestra existencia en base a esos
principios como una expresión de nuestro amor hacia él (Juan 14:15). Jesús no sólo presentó un modelo
perfecto de cómo se viven esos principios, sino que también explicó sus implicaciones para la vida real (ver
Mateo capítulos 5 al 7).
2. El Espíritu Santo:
Dios se comunica con nosotros mediante el Espíritu Santo hablando a nuestra conciencia. El Espíritu
Santo es Dios mismo apelando a nuestra voluntad (Isaías 30:21). Sin embargo, la conciencia no es
siempre ni necesariamente la voz de Dios, porque puede estar deformada o cauterizada. Aunque el Espíritu
Santo venía actuando en el mundo desde la Creación, cuando Cristo completó su ministerio en esta Tierra y
ascendió al cielo, nos dejó el Espíritu Santo para cumplir una misión especial (Hechos 1:8).
Hay momentos cuando escuchamos la voz del Espíritu de Dios con más claridad. Esto sucede cuando
oramos y permanecemos silenciosos aguardando la respuesta de Dios. También ocurre cuando estudiamos
un pasaje de la Biblia, meditamos sobre su significado y le pedimos al Espíritu Santo que nos enseñe a
aplicarlo a la vida. Además, podemos sentir las impresiones de Dios cuando participamos con otros cristianos
en la adoración, el canto congregacional, la oración pública y cuando escuchamos la exposición de la Palabra
de Dios con poder.
Es el Espíritu Santo quien nos hace entender las verdades espirituales (Juan 16:13) y nos capacita para hacer
lo que Dios desea (Filipenses 2:13; Hebreos 13:20, 21. El Espíritu también estimula nuestro pensamiento para
imaginarnos el gozo que experimentaremos cuando hagamos la voluntad de Dios (Salmo 37:3-6).
Rebeca llega a buscar agua para su rebaño justamente cuando Eliezer, siervo de Abraham, se acerca al
mismo pozo después de haber orado a Dios para que le ayudara a encontrar una esposa para Isaac (Génesis
24:12-46).
Dos eventos en la vida de Pablo muestran la providencia divina en acción. Durante uno de sus viajes
misioneros, el apóstol decide dirigirse a una región de Asia Menor para predicar el evangelio, pero el Espíritu
Santo le impide hacerlo y en cambio lo guía hacia Europa con ese fin (Hechos 16:6-10). Algún tiempo
después Pablo se propone viajar a Roma para comunicar el cristianismo en la capital del vasto imperio
(Hechos 19:21). Eventualmente llega a Roma a predicar las buenas nuevas de salvación, pero como
prisionero de las autoridades romanas (Hecho 23:11; Filipenses 1:12, 13).
En cada caso, sin embargo, debemos interpretar los eventos y las circunstancias asegurándonos de
que no contradicen los principios de la Biblia y que coinciden con la orientación del Espíritu Santo.
4. Consejeros cristianos:
Personas de experiencia y buen juicio que pueden ayudarnos a aplicar los principios de la Palabra de
Dios a nuestra vida. Cuando estamos frente a una decisión importante, nos beneficiaremos mucho al
escuchar el consejo de quienes nos conocen bien, como nuestros profesores y mentores (Proverbios 11:14).
Nuestros padres, si son cristianos, también pueden orientarnos con sabiduría (Proverbios 23:22). De la misma
manera, es valioso el parecer de pastores, capellanes y líderes de confianza.1 (El apóstol Pablo prestó
atención al consejo de sus amigos durante los disturbios en Efeso y de esa manera probablemente salvó su
vida. Ver Hechos 19:30, 31.)
El diálogo con personas de experiencia ofrece la ventaja de que pueden evaluar nuestra situación con cierta
objetividad. Además, pueden hacernos preguntas que aclaren nuestro pensamiento y sugerir opciones que no
habíamos considerado. Por supuesto, si ya hemos formado nuestro hogar, debemos conversar con nuestro
cónyuge e incluso con nuestros hijos, evaluando el pro y el contra, puesto que ellos también serán afectados
por la decisión que tomemos.
5. La reflexión personal:
Evaluamos con oración los cuatro factores anteriores y tomamos una decisión. Ahora que hemos
satisfecho las tres condiciones –confianza en Dios, obediencia a su voluntad y sumisión a lo que él nos
indique– integramos los cuatro factores. Tomamos en cuenta los principios bíblicos, las impresiones del
Espíritu Santo, el sentido de dirección que nos indican los eventos y el consejo de personas en quienes
confiamos. La lista titulada “Antes de tomar una decisión importante” puede ayudarnos en el proceso.
Esto es esencial, porque no debemos confiar demasiado en nuestro juicio, que con frecuencia es parcial y
limitado: “No te apoyes en tu propia prudencia. No seas sabio en tu propia opinión” (Proverbios 3:5, 7),
aconseja Salomón. “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios
16:25). Sin embargo, la decisión final debe ser nuestra.
A pesar de haber tomado cuidadosamente estos cinco pasos, es posible que cometamos errores y hagamos
decisiones incorrectas. Pero Dios es paciente con nosotros (Salmo 103:13, 14). Debemos pedir perdón, volver
atrás y comenzar de nuevo el proceso.
Conclusión
Durante su ministerio, Jesús repitió varias veces un relato con variaciones. Es la parábola del dueño de una
hacienda que, antes de partir hacia una tierra lejana, llama a su mayordomo y le pide que se haga cargo de
toda su propiedad mientras él se encuentra ausente. Cuando el dueño regresa le pide al mayordomo un
informe sobre cómo ha desempeñado sus responsabilidades. En otra versión, Jesús cuenta el relato de un
hombre rico que confía su fortuna a varios de sus empleados y después de un tiempo les pide cuentas.
La esencia de estos relatos es la misma: Dios nos ha confiado vida, talentos, oportunidades y opciones para
la acción. Nos provee orientación y se alegra cuando tomamos buenas decisiones. Su promesa es segura:
“Este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte”
(Salmo 48:14). Por eso, cuando hacemos frente a una decisión importante y queremos conocer la voluntad de
Dios, podemos orar como David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis
pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23,
24).