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CONVERSIÓN Y HOMBRE NUEVO.


TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO
[CONVERSION AND THE NEW MAN.
THE THEOLOGY OF CONVERSION IN SAINT PAUL]

JUAN ALONSO

SUMARIO: 1. INTRODUCCIÓN. 2. UNA NUEVA GRAMÁTICA DE LA CONVERSIÓN. 2.1. Vo-


cabulario y sentidos de la conversión. 2.2. Una experiencia personal: la conversión-voca-
ción de Saulo. 2.3. Imágenes y antítesis paulinas. 2.3.1. Adán y Cristo. 2.3.2. Hombre car-
nal, hombre espiritual. 2.3.3. Despojarse del hombre viejo, revestirse del hombre nuevo.
2.3.4. Hombre exterior, hombre interior. 3. ÍNDOLE TRINITARIA DE LA CONVERSIÓN
CRISTIANA. 3.1. Llamada de Dios Padre. 3.2. Transformación en Cristo. 3.3. Vida según
el Espíritu. 4. LA CONVERSIÓN, ESTRUCTURA PERMANENTE DE LA EXISTENCIA CRISTIA-
NA. 4.1. Dimensión escatológica. 4.2. Dimensión sacramental. 4.3. Dimensión eclesial.
4.4. Dimensión espiritual y moral.

Resumen: La conversión es una exigen- Abstract: Conversion is an essential re-


cia fundamental de la predicación de quirement in the preaching of Jesus
Jesús y de la primera catequesis cristia- and in the first Christian catechesis.
na. San Pablo desarrolla una rica teo- Saint Paul develops a rich theology on
logía sobre la conversión, aunque en conversion, even though his writings
sus escritos sólo aparezcan en contadas only occasionally use the biblical
ocasiones los términos bíblicos que terms that express this idea. Through
suelen expresar esa idea. A través de an original theological grammar, rich
una original gramática teológica –rica in images and marked by his personal
en imágenes y marcada por su expe- experience on the road to Damascus,
riencia personal en el camino de Da- he shows how conversion constitutes
masco–, el Apóstol muestra cómo la the permanent structure of Christian
conversión constituye la estructura existence, a Trinitarian gift endowed
permanente de la existencia cristiana, at baptism that is also the permanent
un don trinitario iniciado en el bau- and vital task of all the baptized.
tismo que es también un quehacer
permanente y vital del bautizado.
Palabras clave: Conversión cristiana, Keywords: Christian Conversion, Saint
San Pablo, Filiación divina. Paul, Divine Filiation.

SCRIPTA THEOLOGICA 41 (2009/1) 47-84 47


ISSN 0036-9764
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1. INTRODUCCIÓN

Una de las enseñanzas fundamentales de la primera catequesis


cristiana es la exigencia de conversión. Este hecho es lógico si se tiene
en cuenta que ésa fue la exhortación primera de Jesús al anunciar el
cumplimiento del tiempo de salvación y la cercanía del reino de Dios
(Mc 1,14-15), la tarea esencial encomendada por Jesús a sus discípulos
cuando les envía de dos en dos (Mc 6,12), así como el nervio de la mi-
sión apostólica descrita en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,38;
3,19; 5,31; 8,22; 11,18; 17,30; 20,21; 26,20). La conversión es, en
efecto, «la exigencia fundamental que todo lo abarca, con la que los
hombres entran en la presencia de Dios y por la que son llamados a res-
ponder al evangelio de Jesucristo, al mensaje de salvación de Dios en
su hora» 1.
La conversión en el Nuevo Testamento asume ciertamente rasgos
que posee ya en el Antiguo. Su punto de partida es la exigencia proféti-
ca de cambio de vida como transformación interior y completa del hom-
bre. Sin embargo, la idea de conversión neotestamentaria se enriquece
con el acontecimiento de la revelación de Dios Padre en Jesucristo por
el Espíritu Santo 2, que se reviste ahora de algunas características impor-
tantes y novedosas.
En primer lugar, la llamada a la conversión adquiere un mayor per-
fil de universalidad –afectando a judíos, a paganos y a los mismos cris-
tianos–, pues todos los hombres constituyen una única humanidad sal-
vada por Dios en el acontecimiento de la cruz y la resurrección de
Cristo.
Por otro lado, la conversión se vincula directamente con la res-
puesta del hombre y de la mujer al anuncio de Jesús sobre la llegada del
reino y, por tanto, con la fe en el mensaje de salvación. No es ya sólo una

1. R. SCHNACKENBURG, Existencia cristiana según el Nuevo Testamento, Verbo Divi-


no, Estella 21973, 38.
2. «La fórmula usual –señala Schulte– reza así: conversión a Dios y fe en el Señor Je-
sús, para recibir la plenitud del Espíritu Santo (cfr. Lc 24,46-49; Hch 2,28; 20,21;
5,28-32)». R. SCHULTE, «La conversión (Metánoia), inicio y forma de la vida cristiana»,
en J. FEINER y M. LÖHER (eds.), Mysterium Salutis. Manual de Teología como Historia
de la Salvación, V, Cristiandad, Madrid 1984, 123.

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preparación o una condición para la fe como ocurría en el Antiguo Tes-


tamento, incluso en el mensaje de Juan Bautista; se trata más bien de la
reacción lógica y gozosa del hombre ante la acción amorosa y salvífica de
Dios. Así pues, la conversión neotestamentaria se realiza en la fe, y la
misma fe es ya conversión como obediencia plena a Dios que se hace
presente en Cristo. Además, al estar tan ligada a la fe, la conversión se
presenta como un proceso dinámico de proyección escatológica que
afecta a todas las dimensiones humanas: moral y religiosa, personal y co-
lectiva 3.
Finalmente, la conversión nace más del don de Dios que del arran-
que y del esfuerzo humano; su dinamismo es una gracia que ha de ser
concedida por Dios.
La conversión resulta ser, en definitiva, el «concepto central» de la
postura exigida por Jesús 4.
El pensamiento de san Pablo sobre la conversión se enmarca en es-
ta misma perspectiva, aunque adquiere, como vamos a ver, unos rasgos
propios. La vida de este testigo privilegiado de la primera hora del cris-
tianismo quedó marcada precisamente por su personal experiencia de
conversión en el camino hacia Damasco, cuando pasó de ser celoso per-
seguidor de los cristianos a ser testigo privilegiado de Cristo y Apóstol
de las Gentes. Su vasto pensamiento teológico y, más concretamente, su
teología de la fe y de la conversión cristiana se comprenden mejor en el
marco de esta experiencia originaria.
En este artículo presentamos primeramente los principales datos
de las cartas paulinas sobre la conversión. Nos fijamos en el vocabulario,
las imágenes y antítesis que emplea el Apóstol, así como en su propia ex-
periencia de conversión. En un segundo momento mostramos el esque-
ma trinitario que articula su idea de conversión. Finalmente, a modo de
síntesis conclusiva, nos detenemos en las principales dimensiones de la
conversión como forma permanente de la existencia cristiana.

3. «Una vez realizada la conversión total, necesita ésta, según las situaciones concretas
de este mundo, de una nueva actualización, adaptación y confirmación». R. SCHNAC-
KENBURG, Existencia cristiana según el Nuevo Testamento, o.c., 50.
4. Cfr. H. POHLMANN, Die Metanoia als Zentralbegriff des christlichen Frömmigkeit,
J.C. Heinrichs Verlag, Leipzig 1938.

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2. UNA NUEVA GRAMÁTICA DE LA CONVERSIÓN 5

2.1. Vocabulario y sentidos de la conversión

En el Antiguo Testamento la conversión o retorno a Dios se ex-


presa principalmente con el verbo hebreo ßûb, uno de los términos ma-
yormente empleado en la Biblia (1059 veces en la Biblia Hebraica
Stuttgartensia) y palabra clave en la exhortación profética 6. La Biblia
griega usa fundamentalmente los verbos epistréphein 7 y metanoéîn pa-
ra referirse a la conversión; el primero de ellos subraya el cambio de
conducta externa y práctica, y el segundo atiende más al cambio inte-
rior suscitado por el sentimiento de arrepentimiento y el deseo de re-

5. Cfr. J. BEHM, «metanoéô, metánoia», en GLNT VII, 1183ss; S.A. PANIMOLLE, «La
conversione-penitenza negli scritti del Nuovo Testamento», en Conversione, ritorno, ri-
conciliazione, Dizionario di Spiritualità Biblico-Patristica, Borla, Roma 1995, 124-
¿¿13??; S. VERGES, La conversión cristiana en Pablo, Secretariado Trinitario, Salamanca
1981; M.E. BOISMARD, «Conversion et vie nouvelle dans Saint Paul», en Lumiére et vie,
47 (1960) 71-94; H.U. VON BALTHASAR, «Conversion in the New Testament», en Com-
munio 1 (1/1974) 47-59; N. CERNOKRAK, «La conversion de Paul, un exemple de con-
version d’après la prédication apostolique et sa réception dans la liturgie», en A.M.
TRIACCA y A. PISTOIA (eds.), Liturgie, conversion et vie monastique. Conférences Saint-
Serge XXXVe Semaine d’études liturgiques, Paris 28 juin-1er juillet 1988, CLV-Edizio-
ni Liturgiche, Roma 1989, 37-53; P. AUBIN, Le problème de la «conversion»: Étude sur
un terme commun à l’hellénisme et au christianisme des trois premiers siècles, Beauchesne,
Paris 1963; W. TRILLING, «Metánoia como exigencia fundamental de la doctrina neo-
testamentaria de la vida», en G. STACHEL y A. ZENNER (eds.). Catequesis y pastoral (Ho-
menaje a Klemens Tilmann), Estella 1968; J. PIERRON, «La conversión, retorno a Dios»,
en M.E. BOISMARD ET AL., Grandes temas bíblicos, Ediciones Fax, Madrid 1970, 195-
198; R. SCHULTE, «La conversión (Metánoia), inicio y forma de la vida cristiana», en J.
FEINER y M. LÖHER (eds.), Mysterium Salutis. Manual de Teología como Historia de la
Salvación, V, Cristiandad, Madrid 1984, 109-205; R. SCHNACKENBURG, «Metánoia»,
en H.S. BRECHTER ET AL. (eds.), Lexikon für Theologie und Kirche: Das zweite Vatika-
nische Konzil, LTK 7 (1962) 356-359.
6. El Antiguo Testamento avala esta interpretación, según 2 R 17,13: «El Señor ha-
bía avisado a Israel y a Judá por medio de todos sus profetas y de todos sus videntes di-
ciendo: “Convertíos de vuestros malos caminos y guardad mis mandatos y decretos con-
forme a toda la Ley que prescribí a vuestros padres, y que os comuniqué por medio de
mis siervos los profetas”». A. GRAUPNER, «ßûb», en Theological Dictionary of the Old Tes-
tament, vol. XIV, William B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, Michigan-Cam-
bridge UK, 1998, 484.
7. De los 79 verbos griegos con los que la versión de los LXX traduce el ßûb hebreo,
30 son usados en más de una ocasión; en torno al 70 % de todos los casos (más de 550
veces) dominan verbos de la forma stréphein, especialmente epistréphein (sust. epistro-
phé). Cfr. W.L. HOLLADAY, The Root ßûbh in the OT with Particular Reference to Its Usa-
ges in Covenantal Contexts, Brill, Leiden 1958, 20-21.

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forma 8. Así, esta pareja de verbos (epistréphein-metanoéîn) y sus co-


rrespondientes sustantivos (epistrophé-metánoia), expresan en el len-
guaje religioso-bíblico respectivamente dos diferentes pero insepara-
bles dimensiones de la conversión: el alejamiento de la incredulidad y
de la idolatría, y la rectificación de la mentalidad necesaria para per-
manecer junto a Dios 9.
A primera vista podría parecer que los escritos paulinos 10 no con-
tienen un desarrollo teológico de la idea de conversión, pues el Apóstol
no emplea más que en contadas ocasiones los anteriores vocablos 11. La
realidad, sin embargo, es bien distinta. Para comprobarlo examinare-
mos, en una primera aproximación, los distintos sentidos de la conver-
sión en san Pablo según las distintas situaciones de los destinatarios de
sus cartas: los judíos, los paganos o los mismos cristianos.
Respecto al primer grupo, los judíos, el pensamiento del Apóstol
se sitúa en el clima general de la Iglesia primitiva que, según lo expresa
san Lucas (Hch 3,17ss), es el de una valoración negativa sobre el papel

8. Cfr. J. GIBLET y P. GRELOT, «Penitencia, conversión», en X. LÉON-DUFOIR, Voca-


bulario de Teología bíblica, Herder, Barcelona 2002, 672.
9. «La primera se manifiesta en una visión de la vida, en una mentalidad en conso-
nancia con el reconocimiento de Dios, la segunda concierne más bien a la vida de con-
vertido y al comportamiento que convalida la ruptura con el mundo del que se ha apar-
tado». D. MONGILIO, «Conversión», en DTI, Sígueme, Salamanca 1982, 122. Aubin, que
realiza un minucioso análisis de epistréphein-epistrophé, destaca la gran riqueza que encie-
rra la conjugación de sus sentidos físico y moral: «L’union des idées “d’attention” et de “re-
tour physique”, toutes deux susceptibles d’être signifiées par le même terme, permet de
forger et d’utiliser un concept de conversion original, où l’attention intellectuelle et l’acti-
vité physique sont étroitement mêlées». P. AUBIN, Le problème de la «conversion». Étude sur
un terme commun à l’hellénisme et au christianisme des trois premiers siècles, o.c., 47.
10. En nuestro estudio optamos por una lectura canónica de los escritos neotesta-
mentarios como la sostenida por Brevard S. Childs (The New Testament as Canon: an
introduction, Trinity Press International, Philadelphia 1994). Por ello, no hacemos una
distinción metodológica entre los dos tipos de textos en que los especialistas suelen cla-
sificar a la tradición paulina: aquéllos pertenecientes al denominado Pablo histórico
aceptadas comúnmente como auténticas (Romanos, 1-2 Corintios, Gálatas, Filipenses,
1 Tesalonicenses, Filemón, a los que algunos autores añaden Colosenses y 2 Tesaloni-
censes, como por ejemplo J.D.G. DUNN, The Theology of Paul the Apostle, William B.
Eerdmans, Grand Rapids 1998), y los considerados deutero-paulinos (2 Tesalonicenses,
Colosenses y Efesios, a los que se añaden las tres Cartas Pastorales). Aunque el conteni-
do de Hechos relacionado con san Pablo pertenece a la teología lucana, podrá ser tam-
bién útil en algunos casos como complemento o elemento de comparación.
11. El término epistrephein aplicado a Dios es usado dos veces (1 Ts 1,9; 2 Co 3,16);
el verbo metanoéin, una vez (2 Co 12,21); y en tres ocasiones el sustantivo metánoia
(Rm 2,4; 2 Co 7,9s; 2 Tm 2,25).

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del pueblo judío –al menos de sus representantes– en relación a la muer-


te de Cristo: el endurecimiento de sus corazones ante la llegada del Me-
sías –aunque haya sido por ignorancia– debe llevarles ahora a un reco-
nocimiento de su culpa y al arrepentimiento.
El Apóstol se refiere a un endurecimiento o insensibilidad parcial
de Israel (Rm 11,1-10.25) y ofrece una clave hermenéutica de esa incre-
dulidad de Israel en la perspectiva de la misión evangelizadora universal
de la Iglesia: el rechazo de Cristo por parte de los hebreos hizo que los
gentiles hallaran la justicia y la conversión por la fe; pero al final de los
tiempos también Israel, que sigue siendo el pueblo elegido, se converti-
rá al evangelio, cuando la totalidad de los pueblos haya entrado en la co-
munidad de los salvados (Rm 9–11).
La incredulidad de Israel es sólo parcial y temporal, ya que Dios va
a mostrar su misericordia con todos y especialmente con los judíos (Rm
11,1-36). Hasta el momento presente, un velo puesto sobre el corazón de
los judíos les impide apreciar la luz de Cristo, del mismo modo que el ve-
lo que ocultaba a los israelitas el rostro de Moisés. Sin embargo, «cuando
se hayan convertido al Señor, entonces caerá el velo» (2 Co 3,16).
Como señala Schnackenburg, la predicación de la conversión a los
judíos adquiere una fuerza muy especial jamás oída, puesto que éstos la
escuchan en una situación muy especial, con motivos que les son cerca-
nos y familiares 12. La bondad de Dios les ha de llevar a la conversión
desde la dureza de corazón y la impenitencia, teniendo en cuenta ade-
más el próximo juicio de la ira divina (Rm 2,4-5).
Un segundo sentido de conversión se aplica a los gentiles que han
abandonado los ídolos para servir a Dios vivo y verdadero y esperan en
el retorno de Jesucristo resucitado (1 Ts 1,9). San Pablo ha sido llamado
a ser Apóstol de Cristo para favorecer la conversión al evangelio de to-
das las naciones (Rm 1,5.13; 15,16; Ga 1,16; 2,7-9) 13.

12. Cfr. R. SCHNACKENBURG, Existencia cristiana según el Nuevo Testamento, o.c., 54.
13. La universalidad de la llamada a la conversión de los gentiles encuentra un eco
–y un ejemplo paradigmático– en el discurso del Apóstol a los paganos en el areópago
de Atenas, que recoge san Lucas: «Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la igno-
rancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, por-
que ha fijado el día en el que va a juzgar al mundo según la justicia, por el hombre que
ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (Hch
17,30ss). La exigencia universal de conversión es puesta en relación con la fe en la re-

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Finalmente, san Pablo se refiere a la necesidad de conversión de los


mismos cristianos. En este sentido hay que interpretar las numerosas ex-
hortaciones pastorales a vivir en profundidad la propia vocación cristia-
na en los textos parenéticos de su epistolario (p.ej. 1 Ts 4,1-8; Rm 12,1-
11). Más concretamente, las cartas de san Pablo contienen numerosos
pasajes en los que se hace mención de la necesidad de conversión –cam-
bio de mente y modificación de conducta– ante los desórdenes morales
de los creyentes. Apela a esa exigencia, por ejemplo, cuando menciona
las rivalidades y divisiones que existen entre los creyentes (1 Co 1,11ss),
y a los pecados de impureza de los que se han de arrepentir (1 Co 6,12
ss; 2 Co 12,21). También al recordar el efecto producido en los corin-
tios por la severa carta que les había enviado, menciona cómo el dolor
que les causó con sus palabras produjo en ellos tristeza, pero una triste-
za según Dios que les llevó al arrepentimiento (metánoia) para la salva-
ción (cfr. 2 Co 7,9s). Del mismo modo, exhorta a su discípulo Timoteo
a llevar una existencia conforme a la dignidad de su ministerio y a co-
rregir con mansedumbre a los adversarios, en la esperanza de que Dios
les conceda la conversión (metánoia) (2 Tm 2,24-25).
Estos tres sentidos de conversión no expresan, sin embargo, lo más
profundo y genuino de la teología de san Pablo. Sin dejar de lado los as-
pectos esenciales de la conversión bíblica, el Apóstol utiliza una original
gramática teológica para describir la naturaleza y la dinámica de la con-
versión cristiana como proceso a través del cual se adquiere una vida
nueva cuyo centro es Cristo. Su encuentro con Cristo en el camino de
Damasco le ofreció una nueva visión de los planes de Dios y una par-
ticular experiencia acerca de la especificidad de la conversión cristiana.

2.2. Una experiencia personal: la conversión-vocación de Saulo 14

De los Hechos de los Apóstoles y de los escritos paulinos se de-


duce que, antes de su conversión, san Pablo fue un duro perseguidor

surrección de los muertos y, más concretamente, con la resurrección de Jesús, quien


vendrá a juzgar al mundo al final de los tiempos.
14. Cfr. J.M. EVERTS, «Conversion and Call of Paul», en G.F. HAWTHORNE, R.P.
MARTIN y D.G. REID (eds.), Dictionary of Paul and his Letters, InterVarsity Press, Dow-
ners Grove (Ill.)-Leicester 1993, 156-163; J.A. FITZMYER, «Teología paulina», en R.E.

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de la primera comunidad cristiana. Los Hechos señalan cómo, tras la


aprobación de la muerte de Esteban, «hacía estragos en la Iglesia; en-
traba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los
metía en la cárcel» (Hch 8,1). Asimismo, en su apología personal diri-
gida a los gálatas, confiesa la perversidad de su vida pasada: «(...) ya es-
táis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarni-
zadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba (...)» (Ga 1,13).
Esas mismas fuentes testimonian el hecho de su repentina transforma-
ción en apóstol de Jesucristo obrada por Dios en el camino de Da-
masco 15.
La pregunta que surge en este punto es si el acontecimiento de Da-
masco –hecho decisivo en la expansión cristiana 16– puede denominarse
conversión y, en su caso, en qué sentido. Nos interesa la cuestión por las
luces que su respuesta puede arrojar sobre la misma teología paulina, la

BROWN, J.A. FITZMYER y R.E. MURPHY, Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nue-
vo Testamento, Editoral Verbo Divino, Estella 2004, 1102-1103; 1181-1182; S. LEGAS-
SE, Paul Apôtre. Essai de biographie critique, Fides, Quebec 1991, 5969; R. PENNA, I ri-
tratti originali di Gesù il Cristo. Inizi e sviluppi della cristologia neotestamentaria, II. Gli
sviluppi, San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 1999, 96-104; P. ROSSANO, «Pablo», en
Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ediciones Paulinas, Madrid 1990, 1351-1371; L.
CERFAUX, El cristiano en San Pablo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1965, 63-89; F. AMIOT,
Ideas maestras de San Pablo, Sígueme, Salamanca 1963, 11-30. Sobre la presentación lu-
cana de la figura del Apóstol, vid. O. FLICHY, La figure de Paul dans les Actes des Apôtres,
Cerf, Paris 2007.
15. En la «cadena narrativa» (O. FLICHY, La obra de Lucas, Cuadernos bíblicos 14,
Verbo Divino, Estella 2003, 41) formada por el triple relato lucano que refiere el suce-
so –uno en tercera persona (Hch 9,1-19) y dos en forma autobiográfica (Hch 22,3-21;
26,4-23)– se subraya con nitidez la naturaleza y las consecuencias de dicha metamor-
fosis. El análisis de esos textos confirman su base histórica, descartándose que sean una
creación literaria lucana como han afirmado algunos autores (p.ej. A. Loisy o J. Well-
hausen). Cfr. S. SABUGAL, La conversión de San Pablo, Herder, Barcelona 1976, 51-159.
Desde la crítica antisobrenaturalista se ha intentado forzar una interpretación del acon-
tecimiento de Damasco como si se tratase de la experiencia de visión de una persona
débil e histérica; se trataría en todo caso, según ese planteamiento, de una experiencia
misteriosa pero no sobrenatural. Frente a ello está el hecho de la absoluta seguridad y
coherencia con que Pablo narra el suceso cinco veces en sus cartas, señalándolo como
una «revelación de Cristo vivo», «como toma de posesión de sí por parte de Cristo»,
como aparición del Señor (1 Co 15,8), y distinguiéndola claramente de posteriores vi-
siones (2 Co 12,1-6). Tenemos, además, en la figura de Pablo el testimonio de una per-
sonalidad equilibrada y coherente, con sentido de la realidad y seguro de su causa has-
ta el extremo de ofrecer por ella el sacrificio de su vida. Cfr. J. HOLZNER, San Pablo.
Heraldo de Cristo, Herder, Barcelona 141989, 51.
16. Cfr. G. BARDY, La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, Desclée de
Brouwer, Bilbao 1961, 137-141; F. AMIOT, Ideas maestras de San Pablo, o.c., 22.

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cual, además de basarse en la fe de la Iglesia primitiva, es también ex-


presión de su personal experiencia de Dios 17.
La transformación radical de san Pablo se ha explicado con fre-
cuencia en el pasado desde una perspectiva psicológica que enfatizaba su
aspecto dramático y la entendía como progresivo reconocimiento de la
necesidad de un cambio en la propia existencia, y como solución o de-
senlace ante una lamentable situación de pecado y culpa. Esta visión de
la conversión habría estado fuertemente influenciada por las visiones
que tanto san Agustín como Lutero tuvieron de la conversión de san Pa-
blo 18. Según esta perspectiva –generalizada hasta hace pocas décadas y
basada en el trasfondo judío de san Pablo o en una lectura de Rm 7 co-
mo relato autobiográfico–, el fariseo Saulo, conocedor de su fracasado
intento de vivir según la Ley, habría experimentado un profundo cam-
bio interior al serle revelada la justificación por la fe en Jesucristo 19. Los
manuales de apologética, por su parte, han incluido este suceso en la ca-
tegoría de conversiones repentinas y milagrosas, sin preparación previa,
otorgándole un valor demostrativo de la fe católica 20.
En tiempos más recientes, se ha propuesto entender la experiencia
de san Pablo en el camino de Damasco en el sentido de una llamada a

17. La conversión de san Pablo no sólo ha marcado su pensamiento teológico, sino


la fisionomía de la iglesia primitiva y la del mismo cristianismo: «Paul’s conversion not
only influenced his theology, it defined Christianity». J.M. EVERTS, Conversion and Call
of Paul, o.c., 163. «La Teología de San Pablo tiene un principio de estrechísima unidad.
Este lazo, este núcleo o, mejor dicho, este germen o raíz es aquel punto de su pensa-
miento que está inmediatamente prendido y arraigado en su vida. Este germen intelec-
tual, nutrido con la savia de la vida, crece y se desarrolla en las espléndidas magnificen-
cias de la Teología de San Pablo». J. BOVER, Teología de San Pablo, BAC, Madrid 1961,
59. Cfr. también, por ejemplo, L. CERFAUX, El cristiano en San Pablo, o.c., 63.
18. Cfr. J.M. EVERTS, Conversion and Call of Paul, o.c., 160. «The traditional Wes-
tern understanding of conversion, when imposed on NT texts, leads to a distorted un-
derstanding of Paul’s experience. This view of conversion sees Paul as a Jew who strug-
gles with guilt over his failure to keep the Law (...). It also sees Paul’s conversion as an
experience of being justified by faith rather than an experience of knowing Christ and
being called to proclaim him to Gentiles. Although this is not a serious distortion of the
NT texts, it is still an example of trying to fit Paul into traditional Protestant categories
rather than trying to understand the complexities of Paul’s experience». Ibid., 161.
19. Este enfoque se encuentra, por ejemplo, en A.D. Nock (Conversion. The Old and
the New in Religion from Alexander the Great to Augustine of Hippo, Oxford University
Press, 1969), J.S. Stewart (A Man in Christ: The Vital Elements of St. Paul’s Religion,
Harper & Brothers, New York 1935), etc.
20. Es el caso de F. PRAT, La teología de San Pablo, I, Desclée de Brouwer, México
1947, 37-39.

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ser Apóstol de los gentiles, y no en el de un cambio de religión, o de una


transformación inducida por una experiencia interior de culpa o deses-
peranza 21. Este nuevo enfoque para la comprensión de la conversión de
san Pablo ha modificado sustancialmente la perspectiva más tradicional,
y ha planteado cuestiones interesantes sobre la idea de conversión cris-
tiana desde una perspectiva más marcadamente bíblico-teológica, así co-
mo desde otros nuevos acercamientos 22.
¿Qué supuso para san Pablo esa «revelación» (Ga 1,12) cerca de
Damasco? Se trata, por un lado, de una Cristofanía en la que el Señor
Jesús se manifestó de alguna manera a Saulo por medio de una luz veni-
da del cielo. Fue una ilustración acerca de la unidad del plan divino de
salvación sobre la humanidad: el Dios que le revela ahora a su Hijo es el
Dios Creador, Señor de la historia y fiel a la Alianza con Israel, al que
Saulo ha servido siempre. Esa revelación le mostró además el valor sote-
riológico de la muerte y resurrección de Jesús el Mesías en el plan de
Dios y le proporcionó una nueva visión de la historia de la salvación con
la inauguración de la era mesiánica y la espera de su realización definiti-
va 23. El hecho de que el encuentro con Jesucristo Resucitado –el Mesías
en quien se cumplen las profecías– le dejara ciego, muestra externamen-
te su ceguera interior ante la verdad de Cristo. Sólo cuando reciba el
bautismo, san Pablo recuperará la vista, cumpliéndose en él físicamente
lo que teológicamente se realiza en el bautismo. «En este sentido –seña-
la Benedicto XVI– se puede y se debe hablar de una conversión» 24. El
encuentro con Jesucristo transforma su pensamiento y su vida.
Por otro lado, las fuentes destacan un punto fundamental: que ese
encuentro tiene el carácter de vocación, de elección divina para una mi-
sión que abarcará totalmente la vida del nuevo Apóstol. La referencia

21. En este punto ha desempeñado un papel importante la obra del teólogo lutera-
no sueco K. STENDAHL (1921-2008), Paul Among Jews and Gentiles, Fortress, Minnea-
polis 1976.
22. Un panorama crítico de los acercamientos recientes a la conversión religiosa des-
de las ciencias humanas, las neurociencias y la biología genética se encuentra en: L.
OVIEDO TORRÓ, «Tensiones interdisciplinares en torno a la conversión religiosa», en
Burguense 46 (2005) 417-443. Aunque los distintos acercamientos pueden iluminar as-
pectos de la conversión de san Pablo o de cualquier otra experiencia de conversión, con-
viene emplear con cuidado las nuevas categorías para evitar reduccionismos metodoló-
gicos. Cfr. J.M. EVERTS, Conversion and Call of Paul, o.c., 160.
23. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología paulina, o.c., 1181-1182.
24. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 3.IX.2008.

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que hace san Pablo a los gálatas de su encuentro con el Resucitado se ins-
cribe en las vocaciones-conversiones de los profetas del Antiguo Testa-
mento, portadoras igualmente de una misión divina: «... cuando Aquel
que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tu-
vo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los genti-
les,...» (Ga 1,15-17). San Pablo reconocerá frecuentemente con agrade-
cimiento en sus epístolas la confianza que Dios ha depositado en él
escogiéndole inmerecidamente para anunciar el evangelio de Jesucris-
to 25. Esa llamada a anunciar al apostolado posee un profundo sentido
eclesial 26.
Aunque la figura de san Pablo ocupa en la historia de la Iglesia un
lugar pionero entre los grandes conversos, él mismo no interpreta su ex-
periencia como un hecho de conversión; no se desprende de sus escritos
que tenga conciencia de haberse convertido, en el sentido de cambio de
religión, de paso del judaísmo al cristianismo. Primeramente, porque no
considera el cristianismo como una nueva religión, sino como el mismo
judaísmo llevado a su cumplimiento. Las diversas aseveraciones de sus
cartas expresan su conciencia actual de ser hebreo y judío, de raza y de
religión. Su conversión y bautismo expresan que ha descubierto su jus-
to y verdadero puesto en la vida de Israel. Además, está el hecho de que
quien le envía a predicar el evangelio es el «Dios de sus padres». Asi-
mismo, quien tiene conciencia de ser el Apóstol de los Gentiles (Ga
1,15-16) y reclama ese título (Rm 11–13), paradójicamente, seguirá
predicando a los judíos en la medida en que le sea posible, hasta su úl-
timo llamamiento, en Roma. Ciertamente, san Pablo considera despre-
ciables los privilegios del judaísmo, pero no en sí mismos sino compa-

25. El Apóstol menciona también el episodio de Damasco en varias de sus cartas: re-
cordando agradecido la trascendencia de ese suceso en su vida (1 Co 15,7-9); para rei-
vindicar la legitimidad de su vocación y su misión (Ga 1,15-16); o para combatir la
autojustificación por las obras de la ley en polémica contra los judaizantes (Flp 3,12).
En Ef 3,7ss y 1 Tm 1,16 hay referencias a su vocación aunque no directamente al suce-
so de Damasco.
26. «(...) san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucita-
do, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sin-
tonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdade-
ro apóstol, como escribe explícitamente en la primera carta a los Corintios: “Tanto ellos
como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído” (1 Co 15,11). Sólo
existe un anuncio del Resucitado, porque Cristo es uno solo». BENEDICTO XVI, Au-
diencia General, 3.IX.2008.

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rados con el conocimiento de Cristo (Flp 3,8). En este sentido, más que
un prototipo de converso del judaísmo al cristianismo, constituye un
paradigma de fidelidad a la vocación del pueblo elegido; la «crisis» su-
frida por él en el viaje a Damasco es ejemplo de la que debería haber pa-
sado todo el judaísmo aceptando a Jesús como Mesías y Señor 27. La no-
vedad de vida experimentada personalmente a partir de ese encuentro
con Cristo será luz para su predicación a judíos y gentiles, y fuerza pa-
ra su misión.
El giro que tomó la vida de Saulo no fue fruto de un proceso psi-
cológico de maduración intelectual o moral, sino resultado de un en-
cuentro con Cristo. «En este sentido –apunta Benedicto XVI– no fue
sólo una conversión, una maduración de su “yo”; fue muerte y resurrec-
ción para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con
Cristo resucitado. De ninguna otra forma se puede explicar esta renova-
ción de san Pablo» 28.
El Apóstol de las Gentes es consciente de que, como consecuencia
de su llamada al apostolado, una nueva relación transformadora le ha
unido con Dios y con Cristo afectando a su ser íntimo. A partir de la
iluminación recibida, lo que era para él ganancia se ha convertido en ba-
sura en comparación a Cristo (Flp 3,7-9). Estamos ante una auténtica
conversión suscitada por una llamada 29.

27. «El cristianismo es el Israel de Dios, el gran árbol del sueño de Nabucodonosor
y el de la parábola del grano de mostaza. Los patriarcas son la semilla o el tronco; el Is-
rael antiguo es el olivo fértil, fuera del cual no hay más que acebuche. Todas las ramas
han de ser injertadas en el único olivo para que sean cristianas. El tronco lo es siempre
el viejo Israel, y la corona artificial que le forman los paganos sólo es provisional; las ra-
mas naturales volverán un día a ocupar su lugar normal. Pablo era una rama natural, ha
pasado por la maduración de los tiempos mesiánicos. Los que se han convertido, o me-
jor, pervertido, son los judíos, renegados de su propia religión». L. CERFAUX, El cristia-
no en San Pablo, o.c., 64.
28. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 3.IX.2008. «Los análisis psicológicos no
pueden aclarar ni resolver el problema. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con
Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por
parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más pro-
fundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real
que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esen-
cial y fundamental, ahora se ha convertido en “basura”; ya no es “ganancia” sino pérdi-
da, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo». Ibid.
29. Cfr. S.A. PANIMOLLE, La conversione-penitenza negli scritti del Nuovo Testamento,
o.c., 115-117.

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2.3. Imágenes y antítesis paulinas

Estando en continuidad con las enseñazas del Antiguo Testamento


sobre la conversión, san Pablo se mueve en otros planos y emplea un nue-
vo vocabulario. Su atención se centra en la Persona de Cristo e insiste en la
nueva vida que supone la unión a su muerte y resurrección. Para describir
la naturaleza de la transformación del hombre a través de la fe en Cristo,
usa de un lenguaje más imaginativo que conceptual, con metáforas que de
un modo u otro tienen a Cristo como punto de referencia 30. Es el caso, por
ejemplo, del uso frecuente que hace del verbo peripateo (caminar, marchar,
circular), tanto en sentido físico como figurado, queriendo mostrar así la
novedad radical de la conversión cristiana, como aspiración máxima del
hombre y como comunión con Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo 31.
Por su parte, la imagen del combate (Rm 7,14-25) expresa la lucha interior
del hombre sometido al pecado; la de la carrera en el estadio (1 Co 9,24-27;
Flp 3,12-14; 2 Tm 4,10) subraya cómo sólo por el sacrificio y el esfuerzo
se alcanza el premio que Dios tiene preparado; la de la construcción (1 Co
3,10-17; Ef 2,20-22) apunta a la necesidad de asentar la propia vida en
Dios como único cimiento sólido. También emplea numerosas contrapo-
siciones sacadas de la vida corriente –muerte/vida (Rm 6,3-5; Ga 3,27, Col
2,12), noche/día (1 Ts 5,5), tinieblas/luz (Rm 13,11-14), dormir/velar (1
Ts 5,6; Rm 13,11), viejo/nuevo (1 Co 5,6-8; Rm 7,6)– para referirse a la
novedosa situación creada con el Misterio pascual de Cristo así como al
cambio radical que esa novedad transformante reclama en el hombre 32.

30. Un interesante elenco de metáforas de la salvación usadas por san Pablo lo reco-
ge James D.G. DUNN en La teologia dell’apostolo Paolo, Paideia, Brescia 1999, 332-337.
31. La conversión cristiana consiste en caminar en novedad de vida (Rm 6,4), cami-
nar según el Espíritu (Rm 8,4; 2 Co 12,8; Ga 5,16), caminar decorosamente (Rm
13,13), caminar conforme a la caridad (Rm14,15; Ef 5,2), caminar en la fe (2 Co 5,7),
caminar como hijos de la luz (Ef 5,8), caminar en Cristo (Col 2,6), caminar según una
conducta digna del Señor (Col 1,10; 1 Ts 2,12). La conversión exige el abandono de los
malos comportamientos pasados, que Pablo expresa también con el mismo verbo peri-
pateo: caminar al modo humano (1 Co 3,3); caminar según la carne (2 Co 10,2); ca-
minar como los paganos (Ef 4,17); caminar desconcertadamente (2 Ts 3,11).
32. «Désirant transmettre la révélation de Dieu, pour que l’homme devienne vérita-
ble fils libre du Père, Paul oppose aux valeurs terrestres et mortelles, la nouvelle vie ob-
tenue par l’incorporation baptismale. Ainsi la vie s’oppose à la mort, la résurrection au
péché, au vieil homme s’oppose le nouveau, la justice à l’injustice, l’avenir au passé, le
Christ à Satan. La conversion est un recommencement absolu avec le Christ». N. CER-
NOKRAK, La conversion de Paul, un exemple de conversion d’après la prédication apostoli-
que et sa réception dans la liturgie, o.c., 42.

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Con este caleidoscopio de imágenes el Apóstol quiere mostrar por


un lado la realidad de la nueva vida traída por Cristo, pues se trata de
imágenes que expresan cada una de ellas algún aspecto de la experiencia
con las cuales sus lectores bien podían identificarse o entrar en sintonía.
Pero, también, la variedad de metáforas que usa san Pablo puede indicar
cómo busca enseñar del modo más completo posible una realidad que
escapa a toda explicación simple o unilateral. La riqueza y vitalidad de la
vida nueva inaugurada por Cristo impone el recurso a un lenguaje capaz
de expresar una experiencia que transforma la existencia del cristiano 33.
Pero fijémonos ahora especialmente en cuatro contraposiciones a
las que recurre en su antropología teológica para expresar las implicacio-
nes del Misterio pascual en el hombre 34.

2.3.1. Adán y Cristo 35

El argumento central de la Carta a los Romanos se teje sobre la do-


ble comparación que establece san Pablo entre los hijos de Abrahán y los
cristianos, por un lado, y entre Adán y Cristo, por otro. En Rm 5,12-21,
el Apóstol saca de esta última comparación dos interesantes conclusio-
nes sobre la historia de la salvación: el pecado y la muerte del hombre
tienen su origen en el pecado de un solo hombre, Adán; y la abundan-
cia de gracia y justicia que se ha desbordado sobre todos tiene su origen
en Cristo. Adán es la figura de Cristo (cfr. Rm 5,15); es el primer hom-
bre que, creado a imagen y semejanza de Dios, anuncia y prefigura a

33. Cfr. J.D.G. DUNN, La teologia dell’apostolo Paolo, o.c., 336-337.


34. Cfr. J.L. LORDA, Antropología bíblica. De Adán a Cristo, Palabra, Madrid 2005,
233-257. Al estudiar los términos empleados por san Pablo en su antropología como
soma (cuerpo), sarx (carne), psyche (alma), pneuma (espíritu), nous (mente) o kardia (co-
razón), conviene señalar que el Apóstol no pretende describir de un modo completo al
hombre en sí mismo, sino solamente orientar sobre las relaciones de la humanidad con
Dios y con el mundo en el que vive. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología paulina, o.c., 1211.
En este mismo sentido, no parece suficiente explicar la antropología paulina a través del
mero análisis semántico de los términos griegos usados por san Pablo y su relación con
los paralelos hebreos; convendrá, más bien, que prevalezca la búsqueda de coherencia
del pensamiento global de Pablo, limitándose el investigador a subrayar puntos de
posible influencia que favorezcan su comprensión. Cfr. J.D.G. DUNN, La teologia
dell’apostolo Paolo, o.c., 77-78.
35. Vid. R. PENNA, L’apostolo Paolo. Studi di esegesi e teologia, Edizioni Paoline, Ci-
nisello Balsamo (Milano) 1991, 240-268.

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Cristo, el segundo Adán. Con Cristo aparece en el mundo un nuevo


prototipo de hombre, imagen auténtica y perfecta de Dios, hacia la que
han de tender todos los hombres y mujeres.
San Pablo completa esta idea al referirse a la acción interior del Es-
píritu Santo en el hombre, en el contexto de la resurrección de los muer-
tos y de la resurrección de Cristo (1 Co 15). La imagen aplicada a la re-
surrección es la de la semilla que debe enterrarse y morir para convertirse
en una planta, adquiriendo así un nuevo modo de ser:
«Así también en la resurrección de los muertos: se siembra co-
rrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se
siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural (psy-
quikós), resucita un cuerpo espiritual (pneumatikós). Pues si hay un cuer-
po natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto así es como di-
ce la Escritura: fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el
último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que prime-
ro aparece, sino lo natural; luego lo espiritual. El primer hombre salido
de la tierra es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre te-
rreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes.
Y del mismo modo que hemos revestido la imagen del hombre terreno,
revestiremos también la imagen del celeste» (1 Co 15,42-49).
La antítesis entre lo psíquico o animal y lo pneumático o espiritual
en el hombre está inspirada en Gn 2,7, y pone de relieve que la vida que
Adán tiene y transmite es meramente natural, mientras que Cristo posee
y transmite la vida nueva del Espíritu. La contraposición remarca la no-
vedad de un principio de vida sobrenatural que Cristo ha introducido en
el mundo, coexistente con otro principio de actividad y animación na-
tural. El hombre «psíquico» o «animal» se conduce por los deseos natu-
rales del alma (psyché); en cambio, el hombre «pneumático» o «espiritual»
es vivificado por el Espíritu o Pneuma (1 Co 2,14-15; Rm 5,12-19; 1 Co
15,45-47). Según sea el principio animador, así es el mismo hombre 36.

36. «Ésta es la clave para entender el famoso texto de 1 Co 15,35-49 (...): se siembra
un cuerpo animal y resucita un “cuerpo espiritual” (15,44). No hay contradicción al de-
cir un “cuerpo espiritual”; porque con eso se refiere al cuerpo que ha sido transforma-
do por el Espíritu de Dios, a imagen de Cristo resucitado. El cuerpo animal es vivifica-
do solo por la psyché; el espiritual, por el Espíritu. En el mismo sentido, dice que el
primer hombre era “alma viviente” y el último, “espíritu vivificante”». J.L. LORDA, An-
tropología bíblica. De Adán a Cristo, o.c., 315.

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La comparación entre Adán y Cristo plantea la dialéctica entre dos


paradigmas humanos. De Adán, el primer Hombre –terreno, inclinado al
pecado y sometido a la muerte–, recibimos una vida animal corruptible;
en cambio Cristo –Hombre celestial que ha venido después– nos ofrece
la vida del espíritu que contiene el germen de la resurrección (1 Co
15,45-49). Con Cristo, por tanto, aparece una nueva estirpe, la de aqué-
llos que han recibido una vida nueva y pueden heredar el reino de Dios.
Detengámonos ahora en otra contraposición paulina que expresa
la novedad de vida traída por Cristo.

2.3.2. Hombre carnal, hombre espiritual

San Pablo hace otra distinción a partir de la presencia y acción del


Espíritu. Con la antítesis hombre carnal-hombre espiritual describe la
novedad cumplida en el hombre con la llegada de Cristo en la plenitud
de los tiempos (Ga 5,17-25; 6,7-10; Rm 7,14-25; 8,5-13), reflejando así
una idea de conversión cristiana como recreación en Cristo obrada por
el Espíritu Santo.
En los escritos paulinos es frecuente el uso del término carne
(sarx), como contraposición a espíritu (pneuma), para referir la situación
del hombre viejo heredero de Adán, inclinado a la muerte, sometido a
las tendencias de la concupiscencia (Ga 5,19-21) y consciente de la opo-
sición interior entre lo que desea hacer y lo que realmente hace (Rm 7,7-
14), que vive al margen de Cristo (Ef 2,11-12) y es incapaz de agradar a
Dios (Rm 8,8) 37.
Pero esta antítesis, carne-espíritu, no es una contraposición filosó-
fica paralela a la distinción entre cuerpo y alma 38. Tampoco designa el
antagonismo entre materia y espíritu presente en diversos pensadores
griegos, especialmente en Platón 39. Se trata, más bien, de una contrapo-

37. Hay diversos usos de sarx en los escritos paulinos, desde uno más o menos neu-
tro referido al cuerpo físico, hasta un sentido marcadamente negativo que se hace pa-
tente al máximo como algo imperfecto y destructivo cuando viene contrapuesto a pneu-
ma. Cfr. J.D.G. DUNN, La teologia dell’apostolo Paolo, o.c., 86-87.
38. Cfr. J. PIERRON, «La conversión, retorno a Dios», o.c., 196.
39. Las únicas excepciones que parecerían adoptar la acepción dualista cuerpo-alma
del pensamiento platónico podrían ser 1 Co 7,34 y 2 Co 7,1.

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TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

sición moral y religiosa que distingue, por un lado, entre la promesa de


resurrección que trae el Espíritu y la mortalidad de la carne y, por otro
lado, entre dos modelos de humanidad y de vida: el del hombre movi-
do únicamente por sus propias fuerzas y el de quien participa del poder
de Dios. Vivir «según la carne» es encerrarse en lo caduco, confiando en
las propias fuerzas para obtener la salvación (Rm 2,29; 7,25) y glorián-
dose de sí mismo en lugar de aceptar el don del Espíritu (2 Co 12,9; Ef
2,1-3); vivir «según el espíritu» significa ser guiados por el Espíritu de
Dios para participar realmente de la filiación divina, siendo herederos de
Dios y coherederos de Cristo (Rm 8) 40.
La oposición carne-espíritu caracteriza el estado de los cristianos
antes de su conversión con su estado actual (Rm 7,5-6; 8,4.9), relacio-
nando lo que podrían volver a ser y lo que son en realidad (Rm 8,13; Ga
5,19-22; 6,8) 41. Por la conversión cristiana, Dios invierte los valores del
hombre carnal y hace resurgir al hombre espiritual, que ya no se gloría
más que en el Señor (Rm 5,2.11; 2 Co 10,17; Flp 3,3) y se complace en
sus propias flaquezas y necesidades para que resalte más la fuerza de Dios
(2 Co 12,9-10). Liberado en el bautismo del pecado, de la muerte y has-
ta de la ley misma, el cristiano vive entonces según una ley nueva, que
le transforma de hombre «carnal» en hombre «espiritual» (1 Co 2,14-15;
15,44-46). Recreado en la Persona de Cristo resucitado, y habitado por
su Espíritu (Rm 8,9-11), el hombre espiritual es el prototipo de la nue-
va humanidad y el término hacia el que apunta la conversión cristiana 42.

2.3.3. Despojarse del hombre viejo, revestirse del hombre nuevo

En dos ocasiones emplea san Pablo la imagen del cambio de vesti-


dura para referirse a la transformación que actúa el Espíritu Santo en el

40. En este sentido, no existe una relación necesaria entre la carne y el pecado: el cre-
yente no debe destruir la carne, sino transformar la propia conducta, dejándose llevar
por el Espíritu de Dios para ser hijo de Dios (Rm 8,4.12-14). Por el bautismo, los cris-
tianos ya no están «en la carne, sino en el Espíritu» (Rm 8,9), y su «hombre viejo» ha
sido crucificado con Cristo (Rm 6,6-11). Cfr. J. APECECHEA PERURENA, «Espíritu. Sa-
grada Escritura y teología», en Gran Enciclopedia Rialp IX (1971) 189.
41. Cfr. L. CERFAUX, El cristiano en San Pablo, o.c., 375.
42. La antítesis carne-espíritu en san Pablo (Rm 8) no sólo se enmarca en términos
antropológicos, sino que expresa la tensión escatológica iniciada en el hombre carnal por
medio del don del Espíritu. Cfr. J.D.G. DUNN, La teologia dell’apostolo Paolo, o.c., 468.

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hombre: «(...) habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a des-


pojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se co-
rrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espí-
ritu de vuestra mente, y a revestiros del hombre nuevo, creado según
Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4,20-24; cfr. Col 3,9-10).
El Apóstol toma de la escatología judía este tema del hombre vie-
jo y el hombre nuevo para expresar la transformación que supone en el
hombre la nueva vida en Cristo. El «hombre nuevo» es como el prototi-
po de una nueva humanidad recreada por Dios en Cristo (Ef 2,15).
Constituye el centro de la nueva creación (2 Co 5,17; Ga 6,15) que
Cristo ha obtenido restaurando con su sangre todas las cosas desordena-
das por el pecado (Col 1,15-20). Si el hombre viejo representa a la hu-
manidad creada a imagen de Dios pero condenada después por desobe-
diencia a la esclavitud del pecado y de la muerte (Rm 5,12), el hombre
nuevo es el hombre recreado en Cristo, que ha recuperado la imagen de
su Creador (Col 3,10).
Tanto esta contraposición como la anterior describen dos órdenes
existenciales e históricos: «El hombre viejo o deteriorado por el pecado es
el que procede de Adán, creado por Dios del barro de la tierra, e inclina-
do al barro tras el pecado. El hombre nuevo es el recreado por la acción
del Espíritu a imagen de Cristo. Un linaje viene por la carne y trae consi-
go las limitaciones de la carne; está realmente sometido a la concupiscen-
cia, al dolor y a la muerte. El otro linaje viene por el Espíritu y trae con-
sigo la fuerza del Espíritu. El orden de la carne o puramente animal es
realmente terreno y mortal; el del Espíritu lleva un principio real y eficaz
de resurrección» 43. Nos encontramos ante dos linajes o dos modos de vi-
da: el de la carne y el del espíritu; el del hombre viejo y el hombre nuevo.

2.3.4. Hombre exterior, hombre interior

Si el tema del hombre «viejo» y «nuevo» proviene de la escatología


judía, el del hombre «exterior» e «interior» es más bien de origen grie-
go 44. Esta segunda contraposición completa la primera haciendo refe-

43. J.L. LORDA, Antropología bíblica. De Adán a Cristo, o.c., 314.


44. Cfr. Biblia Jerusalén, Desclée De Brouwer, Bilbao 1966, nota a Rm 7,22.

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TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

rencia más concretamente a la pugna que existe dentro del mismo hom-
bre que recibe al Espíritu. Ese combate entre el cuerpo pasible y mortal
y la parte racional del hombre, es una ley de experiencia que el mismo
Apóstol sufre (Rm 7,21-23).
La actuación del Espíritu se inicia en el interior del hombre y sólo
alcanzará al hombre entero al final de los tiempos, con la resurrección de
los cuerpos. El hombre interior se relaciona con lo íntimo del hombre
transformado por el Espíritu Santo: es el hombre en Cristo; en contras-
te con él aparece el hombre exterior, lo que queda del hombre viejo ca-
duco y mortal, con la concupiscencia inclinada hacia las cosas de este
mundo. Mientras el hombre exterior se va desmoronando, el hombre in-
terior se renueva día tras día (2 Co 4,16), anticipando la completa reali-
zación de la nueva humanidad en la gloria 45.
El deseo del Apóstol para los efesios es el de su completa transfor-
mación: que el Padre «os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis
vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre in-
terior» (Ef 3,16).
* * *
Todas estas imágenes apuntan a lo que constituye para san Pablo
la esencia de la conversión cristiana: la radical transformación que la ac-
ción de Dios realiza en la existencia del creyente. Las grandes cuestiones
de su teología vienen a profundizar en la entraña trinitaria de esa meta-
morfosis.

3. ÍNDOLE TRINITARIA DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA

Tres grandes temas se entrecruzan y sostienen mutuamente en la


teología de san Pablo sobre la conversión: la providencia amorosa de Dios
Padre que llama a todos los hombres a la salvación (1 Tm 2,4); el miste-
rio pascual de Jesucristo, quien es primicia y modelo de la humanidad; y
la acción del Espíritu que regenera al hombre y le transforma en Cristo.

45. Cfr. J.K. CHAMBLIN, «Psychology», en G.F. HAWTHORNE, R.P. MARTIN y D.G.
REID (eds.), Dictionary of Paul and his Letters, InterVarsity Press, o.c., 772-773. El
«hombre interior» de Romanos 7,22 es equivalente al «hombre nuevo» implicado en
Romanos 6,6. Ibid.

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3.1. Llamada de Dios Padre

El primero de esos temas conecta con una enseñanza importante


de los escritos paulinos: la revelación del plan amoroso y salvífico de
Dios para la humanidad, ya anunciado en el Antiguo Testamento, que
llega a su plenitud en Jesucristo 46. Precisamente para indicar cómo ese
designio ha permanecido oculto hasta su revelación en Cristo, el Após-
tol lo describe como un «misterio»: «misterio de Cristo», «misterio del
evangelio», «misterio de Dios», «misterio de la fe»... Hay un solo miste-
rio salvífico que se realiza en Cristo. Por eso, la experiencia de Saulo en
el camino de Damasco no es propiamente, como ya se ha señalado, una
conversión a Dios en el sentido general que se atribuye a este término,
sino una iluminación acerca del cumplimiento del misterio salvífico de
Dios en Cristo, y de la manera en que ese misterio le afecta personal-
mente. La llamada de Dios sobre cada creyente forma parte de ese de-
signio salvífico: «Por lo demás, sabemos que en todas las cosas intervie-
ne Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados
según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el pri-
mogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos tam-
bién los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que
justificó, a ésos también los glorificó» (Rm 8,28-30). El vocabulario re-
ferido a la «llamada» es usado extensamente por san Pablo para denotar
la dimensión divina de la conversión 47. Todo depende del don de la
elección divina.
La conversión es, ante todo, fruto de la gracia y la iniciativa de
Dios que llama a los hombres a su reino y a su gloria (1 Ts 2,12). Refi-
riéndose a la conversión de los gálatas desde el paganismo, san Pablo lo
vuelve a recordar: al señalar que tras convertirse han pasado de la igno-
rancia al conocimiento de Dios, precisa en un inciso que la conversión
de los gálatas fue obra de Dios, que fue el primero en conocerles (Ga 4,9).
Si la conversión primera es fruto de esta llamada, también la eficacia de

46. Cfr. R. PENNA, L’apostolo Paolo. Studi di esegesi e teologia, o.c., 645-650.
47. Stephen J. Chester, ha realizado un estudio interesante sobre esta cuestión: vid.
S.J. CHESTER, Conversion at Corinth. Perspectives on Conversion in Paul’s Theology and
the Corinthian Church, T & T Clark, London-New York 2003, especialmente cap. 3
(God’s Converting Call: Paul’s use of kalevw), 59-112.

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sus etapas sucesivas proviene de la acción de Dios hasta la Parusía del Se-
ñor (1 Ts 5,23-24).
La conversión es el paso del desconocimiento al conocimiento de
Dios. San Pablo señala este aspecto intelectual de la conversión cristiana
como uno de sus elementos esenciales. La conversión lleva al conoci-
miento de Dios. Los paganos son culpables de no haber reconocido a
Dios, a pesar de que se ha manifestado a través de sus obras en la crea-
ción: se han ofuscado en sus vanos razonamientos y han adorado a las
criaturas en lugar de al Creador (Rm 1,18-25; cfr. Ef 4,17-19). Dios ha
castigado su ceguera entregándoles a sus pasiones y a un perverso sentir
para que hicieran lo que no conviene (Rm 1,24-32).
La conversión lleva consigo una transformación mediante la reno-
vación de la mente para el discernimiento de la voluntad de Dios: de lo
bueno, lo agradable y lo perfecto (Rm 12,2). Este nuevo conocimiento
de Dios se entiende según la profundidad del sentido semítico: no se re-
fiere sólo al aspecto cognoscitivo de saber quién es el verdadero Dios, si-
no que apunta también, y sobre todo, al conocimiento de su voluntad
para conformar a ella toda la vida personal (Col 1,9-10) 48.
La teología paulina se enlaza en este punto estrechamente y se en-
riquece con su teología de la fe. No es extraño. La exhortación a la con-
versión en los inicios de la Iglesia va ligada a la fe en Jesús, a quienes los
hombres han crucificado pero Dios ha resucitado de entre los muertos,
colocándolo a su derecha como Mesías y Señor (Hch 2,34-36; 5,31s;
20,39-43; 13,26-41). Esta idea adquirió hondura y madurez en el pen-
samiento de los apóstoles Juan y Pablo, que coinciden, cada uno según
su propio estilo, en un desplazamiento de la exigencia de la conversión
hacia la exigencia de la fe, es decir, en una asunción de la teología de la
conversión por parte de la teología de la fe 49.
Para san Pablo, la nueva situación entre Dios y la humanidad al lle-
gar la plenitud de los tiempos determina una idea de conversión que tie-

48. Cfr. M.-E., BOISMARD, «Conversion et vie nouvelle dans Saint Paul», a.c., 74-75.
49. «La conversión se comprende más profundamente como transformación de la
existencia llevada hasta entonces y como aparición de una nueva vida de santidad y de
amor. Pero sus fuerzas más profundas las recibe del Espíritu de Dios, que les es otorga-
do gratuitamente a los que se convierten con fe». R. SCHNACKENBURG, Existencia cris-
tiana según el Nuevo Testamento, o.c., 55.

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ne como núcleo la fe en Jesucristo, entendida ésta como adhesión libre


y total al misterio del evangelio 50. La fe no es tanto una consecuencia de
la penitencia-conversión sino su principio 51. En el pensamiento de san
Pablo, lo que en la tradición bíblica se presentaba como metavnoia se ex-
presa ahora más bien bajo el término y el contenido de pivsti", es decir,
en una relación directa con la fe 52. Por la fe, tanto el judío como el grie-
go obtienen la salvación (Rm 1,16).
En las cartas paulinas, la fe constituye un lugar capital situado en-
tre dos polos: la acción salvífica de Dios a través de la muerte y resu-
rrección de Jesús y su manifestación en el hombre o «justificación» (Rm
4,25; 10,10). La fe es el punto en el que la acción de Dios alcanza gra-
tuitamente al hombre y le transforma 53. El objeto sobre el que recae la
acción del verbo pivsteueivn es ante todo una Persona, Jesucristo (Rm
10,9-16; 4,5.24; 1 Ts 4–14; Ga 2,16; Ef 1,13, etc.) 54, pero también se
aplica al conjunto del mensaje cristiano (Rm 10,8; Ga 1,23; 3,2.5; Ef
4,5; 1 Tm 1,19). El acto de creer paulino mantiene las dimensiones de
obediencia y confianza ya presentes en al Antiguo Testamento, pero es
el aspecto de conocimiento y confesión de la acción salvífica de Dios en
Cristo el que prevalece sobre todos los demás debido a la singularidad
del acontecimiento de Cristo: la fe pascual es afirmación de la resurrec-

50. Refiriéndose al hecho de que san Pablo emplea pocas veces el término epistre-
phein-epistrepho para designar la conversión a Dios prefiriendo un planteamiento que
acentúa la fe, Dunn señala: «Paolo non pone l’accento tanto sul “lasciare, abbandona-
re, volgere la spalle” quanto sull’“impegno”, sulla “dedizione totale”». J.D.G. DUNN, La
teologia dell’apostolo Paolo, o.c., 332.
51. Cfr. Y.M.J. CONGAR, «La conversión, estudio teológico y psicológico», en A. LIÉ-
GÉ ET AL., Evangelización y Catequesis, Celam-Marova, Madrid 21971, 71. Aunque se
trate de una fuente secundaria respecto a nuestro tema, vale la pena mencionar el texto
lucano que recoge el emocionado discurso de despedida del Apóstol en Mileto, donde
recuerda a los presentes cómo desde el primer día de su entrada en Asia no hizo sino
predicar y enseñar en público y en las casas, dando testimonio tanto a judíos como a
griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en el Señor Jesús (Hch 20,17-21).
También en su discurso ante el rey Agripa recuerda su misión de predicar la conversión
y la fe en Jesús recibida tras su experiencia en el camino de Damasco (Hch 26,18.20).
52. R. SCHULTE, «La conversión (Metánoia), inicio y forma de la vida cristiana», o.c.,
124.
53. Posiblemente por influjo de su polémica con los judaizantes, san Pablo tiende a
subrayar el carácter gratuito de la fe y de la justificación. Cfr. ibid., 124.
54. Algunas fórmulas paulinas subrayan este hecho: pivsti" Ihsouv Cristouv, evn
Cristwv Ihsouv, evn twv Kurivw Ihsouv evn Cristouv (Rm 3,22; Ga 3,26; Col 2,5; Ef
1,15; Col 1,4; ...).

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ción del Crucificado, pero acompañada de la aceptación existencial,


completa y profunda, de la salvación de Dios en Cristo (1 Co 15,3-
5.19s; 16,22) 55. «El cambio de la comprensión de la existencia, que él no
llama “conversión”, aunque lo sea, se encuentra para él en la fe en el cru-
cificado, con el que el cristiano tiene que ser crucificado para ser resuci-
tado también con él. Quien no haya realizado conscientemente este pa-
so hacia la fe, ni se haya decidido a vivir con Cristo, no ha llegado aún,
según la comprensión paulina, a la conversión» 56. La conversión cristia-
na, como nueva creación del hombre que sólo Dios produce, tiene su
origen y su despliegue en la fe en Jesucristo.

3.2. Transformación en Cristo

Al haber asumido la condición humana (Ga 4,4) y haber muerto


por todos (2 Co 5,14), Jesucristo se ha constituido en el nuevo Adán y
el representante de todos (1 Co 15,20-¿¿2??; Rm 5,14; Col 1,18). Con
su muerte ha obtenido el perdón de los pecados y la introducción de los
hombres en una vida nueva (Rm 4,25). El Misterio pascual de Cristo es
el inicio y el fundamento de una nueva situación en el hombre. Nadie
como san Pablo ha explicado más acertadamente el aspecto esencial de
la conversión cristiana: la transformación en Jesucristo. San Pablo aplica
a Cristo esta imagen de transformación (metamorphosis), proveniente de
la mitología grecorromana 57, para indicar que Él ha transformado la vi-
da humana con la luz creadora que Dios ha hecho brillar en Él. «Mas to-
dos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un es-
pejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen
cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espíritu»
(2 Co 3,18). De esta imagen los autores patrísticos derivaron la idea de

55. Cfr. J. ALFARO, «Fides in terminologia biblica», en Gr 42 (1961) 482-495; J.A.


FITZMYER, Teología de San Pablo, Cristiandad, Madrid 1975, 169-172; S. PIÉ-NINOT,
La Teología Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 42001, 173-225.
56. R. SCHNACKENBURG, Existencia cristiana según el Nuevo Testamento, o.c., 57.
57. La imagen de transformación (metamorphosis), proveniente de la mitología
grecorromana, llegó a constituir una forma literaria en la época helenística; p.ej. la
transformación de serpientes en piedras en Homero, Ilíada, 2,319; de Luciano en un
asno, Apuleyo, El asno de oro; o las narraciones mitológicas de Ovidio en Las Meta-
morfosis.

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theopoiesis, como progresiva «divinización» del cristiano, idea que en


ellos es cercana a la de «justificación» 58.
La transformación del cristiano tiene como referencia la Persona
de Cristo, Imagen perfecta de Dios Padre y modelo y cabeza de la hu-
manidad. Expresiones paulinas como «estar en Cristo» 59 o «vivir en Cris-
to» 60 apuntan directamente al don de la filiación divina y sugieren que
la vida cristiana consiste en adherirse a Cristo por la fe y el bautismo para
así ser hechos hijos de Dios 61.
La teología de la imagen que desarrolla el Apóstol en diversos escri-
tos está sintetizada de alguna manera en los primeros capítulos de su Car-
ta a los Colosenses (Col 1–3), articulándose en tres pasos: Cristo como
Imagen de Dios; la transformación del hombre según la imagen de Cris-
to por el bautismo; y la vida cristiana como identificación con Cristo 62.
Dejando para más adelante este último punto referido a la vida cris-
tiana, tenemos primeramente que Cristo es presentado como la Imagen
verdadera de Dios Padre, reflejada en toda la creación y especialmente en
el hombre (Himno al Señorío de Cristo, Col 1,15-20). La idea está en
sintonía con la doctrina del Prólogo de San Juan (Jn 1) en la que el Lo-
gos se muestra como preexistente y arquetipo de todo lo creado. Cristo es
la imagen de la divinidad en el mundo y, especialmente en el hombre.

58. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología paulina, o.c., 1204. El mismo autor relaciona el tex-
to de 2 Co 3,18 con 2 Co 4,6, en su opinión una de las más sublimes descripciones
paulinas del acontecimiento de Cristo, donde el Apóstol señala que el rostro del Cristo
resucitado refleja la gloria que viene del Dios creador: «el mismo Dios que dijo: “del se-
no de las tinieblas brille la luz”, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irra-
diar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo». Cfr. IDEM, «Glory
reflected on the Face of Christ (2 Co 3,7–4,6) and a Palestinian Jewish Motif», en Theo-
logical Studies 42 (1981) 630-644.
59. «El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co
5,17). «El uso más frecuente de la fórmula “en Christo” expresa la estrecha unión entre
Cristo y el cristiano, una inclusión o incorporación que lleva consigo una simbiosis de
los dos». J.A. FITZMYER, Teología paulina, o.c., 1216.
60. «Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios; con Cristo estoy cru-
cificado y, vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al pre-
sente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo
por mí» (Ga 2,19-20). Otras referencias: 2 Co 5,15; Flp 1,21.
61. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo, o.c., 172-179.
62. Cfr. J.L. LORDA, Antropología bíblica. De Adán a Cristo, o.c., 250-254; S. OTTO,
«Imagen», en H. FRIES (dir.), Conceptos fundamentales de la teología, II, Cristiandad,
Madrid 1966, 346-356.

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Se señala, en segundo lugar, que la transformación de lo viejo en


lo nuevo tiene como fuente el Misterio pascual de Cristo. La muerte y
resurrección de Jesucristo conforman la clave de arco de la salvación del
cosmos, de la renovación del mundo y del hombre. Por medio de su san-
gre derramada en la cruz ha reconciliado a los hombres con Dios. Al re-
sucitar glorioso se ha convertido en el «Primogénito de entre los muer-
tos» (Col 1,18; cfr. Rm 8,9), el primer renacido por la resurrección (1
Co 15,23), de manera que los creyentes puedan presentarse «santos, in-
maculados e irreprensibles delante de Él» (Col 1,22). La nueva creación
obrada por Cristo (2 Co 5,17) ha restituido a la humanidad caída el es-
plendor de su imagen que el pecado había manchado; pero además le
imprime la imagen aún más bella del hombre nuevo (Col 3,10) y le ha-
ce heredero del derecho a la gloria, perdido por el pecado (Rm 3,23).
En la teología paulina la conversión es la participación por la fe en
el Misterio pascual de Cristo. La señal eficaz de esta participación es el
bautismo 63. Estamos aquí ante una de las claves de la teología de san Pa-
blo: «(...) y vosotros alcanzáis la plenitud en él (...). Sepultados con él en
el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de
Dios, que le resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais
muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó
juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos» (Col 2,12-13;
cfr. también Rm 6,3-4; Tt 3,5-7). A la muerte y resurrección de Cristo
nos asociamos con el bautismo. El rito de la inmersión del hombre en el
agua bautismal es signo eficaz de la muerte con Cristo al pecado, y la sa-
lida del agua significa y realiza el nacimiento de una nueva criatura con
la esperanza de la resurrección gloriosa. El «Hombre nuevo» es Jesucris-
to de quien nos revestimos en el bautismo por la obediencia de la fe; la
justificación es por una parte destrucción del pecado, y por otra comu-
nicación de una vida nueva 64.

63. Cfr. J. PIERRON, «La conversión, retorno a Dios», o.c., 196.


64. Cfr. F. AMIOT, Ideas maestras de San Pablo, o.c., 123-128. Con diversas imágenes
describe San Pablo los efectos de la acción salvífica de Jesucristo: la reconciliación del
hombre con Dios, la expiación de los pecados, la liberación redentora de los hombres por
parte de Cristo y la justificación, por la que el hombre alcanza un estado de justicia ante
Dios –de modo causativo y real, no meramente declarativo o forense– por su incorpora-
ción a Cristo y a la Iglesia mediante la fe y el bautismo. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología de
San Pablo, o.c., 123-137. Más recientemente, Fitzmyer ha individuado diez imágenes a
través de las cuales san Pablo expresa los efectos del acontecimiento de Cristo, es decir,

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San Pablo desarrolla la idea de conversión presente en la predica-


ción apostólica gracias al tema de la «nueva criatura», proveniente de la
tradición judía y ligado al bautismo de los prosélitos 65. Este bautismo,
recibido por paganos deseosos de adherirse al judaísmo, significaba una
ruptura completa con su vida anterior, más todavía en el sentido jurídi-
co que moral. Se afirmaba entonces que el convertido era como un re-
cién nacido, o que se había convertido en una «criatura nueva». El Após-
tol echa mano de esta idea rabínica para intentar atajar el discurso de los
judaizantes que querían imponer la circuncisión a los paganos converti-
dos al cristianismo. Su argumentación insiste en que el bautismo hace al
cristiano una «nueva criatura», de manera que toda distinción anterior
queda abolida: «Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircunci-
sión, sino la creación nueva» (Ga 6,15-16; cfr. Ga 5,6; 2 Co 5,17). Por
el bautismo el cristiano se ha revestido de Cristo desapareciendo así to-
da distinción entre los hijos de Dios: «ya no hay judío ni griego, ni es-
clavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús» (Ga 3,28).
El bautismo supone en la vida del cristiano una ruptura respecto a
su vida precedente. Esta ruptura no se sitúa ahora en el plano jurídico
sino en el metafísico y en el moral: en el terreno del ser, por lo que se re-
fiere al nacimiento de una criatura nueva; en el campo del obrar, por la
exigencia de una vida nueva con Cristo, una vida de santidad:
«Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muer-
te semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejan-
te; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que
fuera destruido este cuerpo de pecado. Pues el que está muerto queda
exento de pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los
muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él.
Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida,
es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al
pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,5-11; cfr. Col 2,11-13).

de lo que se ha llamado frecuentemente «redención objetiva» obrada por Cristo: justifi-


cación, salvación, reconciliación, expiación, redención, libertad, santificación, transfor-
mación, nueva creación, glorificación. IDEM, Teología paulina, o.c., 1198-1204.
65. Cfr. M.-E. BOISMARD, «Conversion et vie nouvelle dans Saint Paul», o.c., 71-94,
donde el autor presenta las líneas generales de la teología paulina de la conversión y tra-
ta de mostrar la evolución del tema «nueva criatura» en las cartas del Apóstol.

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Como puede verse, las enseñanzas de san Pablo muestran –en sin-
tonía con otros textos neotestamentarios– cómo con el bautismo se rea-
liza la metanoia cristiana fundamental 66.
La imagen de Dios va penetrando cada vez más en el cristiano con-
forme a la acción de Dios (2 Co 3,18), hasta que Cristo vuelva glorioso
a juzgar a vivos y muertos: entonces, los justos resucitarán como Él, cul-
minando así el proceso de identificación con Cristo (cfr. Col 3,3-4;
10–11; 1 Co 15,49; Flp 3,21).
Cabe señalar, finalmente, una idea muy sugestiva que san Pablo
maneja comparando la conversión cristiana con la conversión de Siervo
en Señor que se produce en Jesucristo por el Misterio pascual: manifes-
tado en la carne, fue justificado en el Espíritu (1 Tm 3,16; Rm 1,3-4).
Así como encontramos dos periodos opuestos en la vida de Jesús, el de
Cristo-Servidor, en el que se hace pecado por nosotros (2 Co 5,21; Rm
8,3-4), y el de Cristo-Señor, que puede comunicar el Espíritu (Flp 2,7-
10), así también los hombres han de dejar de caminar según la carne, pa-
ra caminar según el Espíritu (Rm 8,4; cfr. Ga 4,5-6). El Espíritu es el
principio de la vida cristiana y el motor de la conversión 67.

3.3. Vida según el Espíritu

Dios Padre realiza su designio salvífico sobre los hombres en di-


versas etapas que resume san Pablo: elección antes de la creación del
mundo, llamada a ser «hijos adoptivos», redención mediante la sangre de
Cristo y recapitulación de todas las cosas en Él, quien reúne en torno a
sí a todos los hombres que han creído en el evangelio y han sido sellados
con el Espíritu Santo para compartir la herencia de los hijos de Dios (cfr.
Ef 1,3-14).
No es necesario insistir en la importancia que san Pablo atribuye a
la acción del Espíritu Santo en la tarea de la transformación del hombre

66. Cfr. R. SCHULTE, «La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana»,
o.c., 184. «Bautizarse y revestirse de Cristo son, evidentemente, una misma cosa. Por el
bautismo se configura una (nueva) realidad que abroga todo lo anterior, lo cambia (con-
versión) y lo declara carente de interés frente a la auténtica realidad». Ibid., 141.
67. Cfr. J. PIERRON, «La conversión, retorno a Dios», o.c., 197-198.

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según la imagen de Cristo. La doctrina paulina permite atribuir al Espí-


ritu la transformación radical de nuestra humanidad: Él es en el hombre
presencia, don y principio constructivo 68.
En efecto, muchas fórmulas paulinas se refieren a esa presencia: la
inhabitación del Espíritu en los cristianos, quienes son templos de Dios
(1 Co 3,16; 6,19; 2 Co 6,16; Rm 8,9) tanto en lo referente a su parte
superior como a su dimensión corporal (1 Co 6,19-20; Rm 8,11). Tam-
bién utiliza san Pablo numerosas expresiones –enriquecidas frecuente-
mente con imágenes sugerentes– para indicar al Espíritu Santo como
objeto de un don en el hombre: derramar (Rm 5,5), llenar (Ef 5,18), su-
ministrar (Ga 3,5), dar (1 Ts 4,8; 1 Co 12,8; Ef 1,17), recibir (Rm 8,15,
1 Co 2,12; 2 Co 11,4; Ga 3,2.14), beber (1 Co 12,13). La finalidad del
don del Espíritu es la recepción de los carismas (1 Co 12.14), la fructi-
ficación de la vida moral cristiana por la caridad (Ga 5,22) y, sobre to-
do, el conocimiento y la garantía de la herencia prometida (1 Co 2,6-
16; Ef 1,13-14).
El don del Espíritu es fuerza creadora y luz en el hombre. Un don
eficiente y activo, vivificador y santificador. Él es el autor del hombre
nuevo, de la nueva criatura. Como luz intelectual sobre el creyente po-
sibilita a éste saber cuál es la esperanza a la que Dios le llama, y cuáles
las riquezas de su herencia (Ef 1,18). El don del Espíritu es sello de Dios
(2 Co 1,22; Ef 1,13), arras de su alianza (2 Co 1,22; 5,5), prenda y pri-
micias de nuestra herencia (Ef 1,14; Rm 8,23).
Más allá de ser presencia y don en el hombre, el Espíritu es prin-
cipio inmanente de transformación y renovación que restaura conti-
nuamente el hombre interior (2 Co 4,16; Ef 3,16). Esta transformación
se expresa también con la imagen del vestido, ya esté aplicada al reves-
tirse de incorruptibilidad y de inmortalidad en la resurrección de los
muertos (1 Co 15,52-54) o bien al «revestirse de Cristo» en el bautis-
mo (Ga 3,27).
En el núcleo de la pneumatología paulina se halla el misterio de la
filiación divina, que establece una relación vital y real entre el cristiano
y Dios Padre. Como san Pablo expresa magistralmente en el capítulo 8
de su Carta a los Romanos, por la acción del Espíritu Santo, el bautiza-

68. Cfr. L. CERFAUX, El cristiano en San Pablo, o.c., 245-259.

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TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

do participa de la filiación divina de Cristo: «En efecto, todos los que se


dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no ha-
béis recibido un espíritu de esclavos para recae en el temor; antes bien,
habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu par dar testi-
monio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos también herederos: here-
deros de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos,
para ser también con él glorificados» (Rm 8,14-17).
La noción de filiación va unida a la de herencia y, por tanto, a la
de esperanza. Actualmente somos hijos y herederos, pero nos falta con-
seguir la herencia y alcanzar un conocimiento más íntimo y profundo de
nuestro Padre Dios. Se nos entrega el Espíritu Santo para prepararnos
con fe y esperanza a nuestra conversión definitiva, a nuestra futura glo-
rificación. Por eso, «nosotros mismos, que poseemos las primicias del Es-
píritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el res-
cate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de nuestra
esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues, ¿cómo es po-
sible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos es aguar-
dar con paciencia» (Rm 8,23-25).
El misterio de la filiación divina, por el que el cristiano se convierte
en hijo de Dios y se va transformando paulatinamente en Cristo, sinteti-
za el porqué de la Historia de la salvación: el amor del Padre, la entrega
obediente del Hijo y la acción permanente del Espíritu Santo en el mun-
do (Ga 4,4-7; cfr. también, Jn 1,11-12; 1 Jn 3,1-2). Es tan central esta ver-
dad que afecta a la entera realidad creada, pendiente toda ella de la ma-
nifestación de los hijos de Dios, «en la esperanza de ser liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hi-
jos de Dios» (Rm 8,20-21).
Nos parece advertir que san Pablo apunta aquí a la entraña teoló-
gica de la conversión neotestamentaria: la transformación del hombre en
hijo de Dios, de manera que, por medio del Espíritu Santo, sea capaz co-
mo Cristo de llamar Abbá a Dios Padre 69.

69. Jeremias analiza el pasaje de Mt 18,3 (par. Mc 10,15, par. Lc 18,17), en el que
Jesús menciona las condiciones para entrar en el reino, y llega a la conclusión de que
«“Volver a hacerse como niños” significa: aprender de nuevo a decir “Abba”». J. JERE-
MIAS, Teología del Nuevo Testamento, vol. I, Sígueme, Salamanca 21974, 186.

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Tenemos así que la conversión cristiana es acción trinitaria en la


que entra en juego la elección y llamada de Dios Padre, el Misterio pas-
cual de Cristo y el don del Espíritu: según el designio divino, el Padre
realiza por el Espíritu su plan eterno de que todos los hombres posean la
imagen de su Hijo. Por parte del hombre, la conversión no exige sólo
arrepentimiento de los pecados al estilo de lo que sucedía en el Antiguo
Testamento o incluso en la predicación de Juan el Bautista (Mc 1,4; Lc
1,16; Mt 3,2.8.11; Hch 13,24; 19,4), sino una entrega total a Dios en
la fe, caracterizada por una actitud fundamental radicalmente nueva que
consiste en hacerse niño delante de Dios 70.

4. LA CONVERSIÓN, ESTRUCTURA PERMANENTE


DE LA EXISTENCIA CRISTIANA

Numerosos textos paulinos apuntan al bautismo como metanoia


cristiana fundamental: el cristiano muere con Cristo al pecado y resuci-
ta con Él, se reviste de Cristo, nace a la vida nueva de los hijos de Dios,
se hace templo de Dios, etc. Sin embargo, como advierte Schulte 71, sor-
prende constatar cómo los enunciados sobre la naturaleza teológica del
sacramento suelen ir acompañadas de exhortaciones concretas referentes
a la propia vida del creyente. Se trata de una peculiar dialéctica entre lo
indicativo y lo imperativo, es decir, entre lo acontecido ya en el bautis-
mo, y lo que el cristiano ha de vivir después en su comportamiento con
responsabilidad personal para que se haga realidad en él la vida nueva re-
cibida en el bautismo.
El creyente ha recibido de Dios en el bautismo el don fundamen-
tal de la metánoia, que se configura desde entonces en tarea para toda la
vida. Así como la confesión de fe respecto al acontecimiento salvador es
requisito para el bautismo, así también la existencia cristiana es explici-
tación vital, personal y eclesial de esa misma confesión y, por tanto, toda
ella conforma el ámbito de desarrollo de la conversión personal.

70. R. SCHULTE, «La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana», o.c.,
122.
71. Nos referimos a sus interesantes reflexiones sobre el bautismo y la conversión, de
las que nos servimos en este apartado: ibid., 183-201. Cfr. también R. PENNA, L’apos-
tolo Paolo. Studi di esegesi e teologia, o.c., 658-670.

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TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

La exhortación a la conversión en la teología paulina puede inter-


pretarse como la «invitación a transformar este don objetivo [la filiación
divina] en una realidad subjetiva, decisiva para nuestro pensar, para
nuestro actuar, para nuestro ser» 72. Dicho sintéticamente, la conversión
es un quehacer permanente y vital del bautizado, que constituye la es-
tructura básica de la existencia cristiana personal. Veámoslo más deteni-
damente, fijándonos en algunas de las dimensiones esenciales de la con-
versión presentes en la teología paulina.

4.1. Dimensión escatológica

El creyente ya ha sido juzgado en su bautismo, obteniendo una


sentencia favorable de salvación frente a Satanás, el pecado y la muerte.
Sin embargo, esa eficacia salvífica y transformadora en el cristiano está
sujeta a una tensión escatológica. «El bautismo no debe entenderse (...)
como una acción de Dios (uno y trino) escatológica y definitiva, de for-
ma que el bautizado pueda sentirse seguro de la posesión personal, ple-
na y perfecta, del Espíritu y de la filiación divina, en estado de total
unión con Dios. Queda siempre la tensión escatológica entre el aconte-
cimiento de la cruz, la resurrección y la venida del Espíritu “bajo Poncio
Pilato” y la parusía, entre bautismo y muerte personal» 73.
La tensión permanente de la existencia cristiana en espera de la
plenitud escatológica es descrita con vigor por san Pablo en diversos pa-
sajes: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arri-
ba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de
arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está
oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, en-
tonces también vosotros apareceréis gloriosos con él» (Col 3,1-4; cfr. Rm

72. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 15.XI.2006.


73. R. SCHULTE, «La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana», o.c.,
187. «El bautismo como sacramento de metánoia –realizada y, a la vez, por realizar– de
la nueva alianza consuma efectivamente la escisión radical del pecado y de la muerte, es
decir, de todo lo que se opone a Dios y se hizo realidad en la muerte de Cristo; al mis-
mo tiempo, origina ese retorno radical a Dios que constituye la confesión bautismal co-
mo participación efectiva y concreta en la resurrección de Jesucristo. (...) El bautismo
es el nuevo comienzo, el don efectivo y real; en consecuencia, los bautizados pueden y
deben vivir como purificados, justificados, santificados, salvados y liberados (cfr. 1 Co
6,11 y el contexto)». Ibid., 188.

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8,17-30). En virtud de su radical conversión primera por el bautismo, el


cristiano está en camino de salvación pero no posee garantía de ella co-
mo advierte san Pablo a los corintios: «el que crea estar en pie, mire no
caiga» (1 Co 10,1-13); en cierto sentido, el bautizado se encuentra en
una situación de destierro (2 Co 5,1-10).
La existencia cristiana está impregnada por esa actitud de espera
escatológica que proviene de la «provisionalidad» del bautismo, es decir,
del «ya ahora, pero todavía no» de la conversión cristiana personal.
Quien ha abandonado el servicio a los ídolos y se ha puesto al servicio
de Dios vive en espera permanente la llegada definitiva de su Hijo Jesús
que ha de venir de los cielos (1 Ts 1,10). La entraña escatológica de la
salvación cristiana le exige mantener la actitud de vigilancia propia de los
hijos de la luz (1 Ts 5,4-11). De la dimensión escatológica de la salva-
ción también deriva la urgencia en la tarea cristiana de conversión –«¡Mi-
rad!, ahora es el tiempo favorable; ahora el día de la salvación» (2 Co
6,2)–, porque «el tiempo es breve» (1 Co 7,29).

4.2. Dimensión sacramental

La conversión cristiana se realiza en estrecha relación con los sa-


cramentos de la Iglesia, pues forman parte de la economía cristiana. La
transformación en Cristo se efectúa esencialmente, como hemos visto
más arriba, en el bautismo, por el que el creyente participa en el Miste-
rio pascual de Cristo muriendo con Él al pecado y renaciendo a una vi-
da nueva. En la teología paulina del bautismo, la dinámica de la con-
versión cristiana coincide con la dinámica de la filiación divina, es decir,
de la progresiva transformación del creyente en hijo de Dios Padre según
la imagen de Cristo por el Espíritu Santo.
La eucaristía prolonga la acción salvífica y transformadora en Cris-
to que opera el bautismo. San Pablo la compara a los sacrificios del mun-
do antiguo, pero también la interpreta en un sentido paralelo al que apli-
ca al rito bautismal. Con la descripción de la cena como banquete
sacrificial (1 Co 10,16-22), san Pablo está expresando la comunión pro-
funda entre Cristo y el cristiano que participa en la eucaristía: «El cáliz
de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cris-

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TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

to?» (1 Co 10,16) 74. En el sacramento de la eucaristía, Cristo nos entre-


ga su Cuerpo y nos convierte en su Cuerpo. De ahí la severa exhortación
del Apóstol para examinarse antes de recibir la eucaristía, asegurándose
de hacerlo dignamente (1 Co 11,27-29). La participación en la mesa del
Señor y la comunión no sólo expresa la unión del pueblo de Dios con
Cristo y entre sí, sino también la proclamación del acontecimiento de
Cristo hasta que vuelva (1 Co 11,26; 1 Co 16,22: maranatha!). Todo
ello indica una estrecha relación entre eucaristía y conversión 75.
El contexto del pasaje de 1 Co 11,17-34 parece apuntar a la vo-
luntad de san Pablo de referirse a la muerte salvadora de Jesús en un sen-
tido análogo al del bautismo cristiano: «lo que nosotros comemos y be-
bemos no es ya un alimento material; nos hallamos enfrentados con el
cuerpo y la sangre del Señor, puestos cara a su muerte real, ante la cual
hemos de tomar posición. Si creemos y manifestamos con todo nuestro
comportamiento que ella prepara la gloria y la venida del Señor, tene-
mos ya parte en la gloria; si voluntariamente ignoramos la realidad de la
fe, si comemos “materialmente”, el contacto con la muerte del Señor
produce el efecto opuesto: comemos y bebemos nuestra propia conde-
nación para el último juicio» 76. En la eucaristía, el cristiano participa en
la muerte y en la vida de Cristo resucitado.

4.3. Dimensión eclesial

En los misterios del bautismo y de la eucaristía se refleja la estruc-


tura trinitaria de la conversión cristiana, por la íntima conexión que es-
tos sacramentos tienen con el Misterio pascual de Cristo, principio y
motor de una nueva vida para el hombre. Pero, además, ambos sacra-
mentos manifiestan la dimensión eclesial de la conversión cristiana.

74. En el contexto de sus exhortaciones morales, san Pablo ofrece otra comparación:
«¿O no sabéis que quien se une a la meretriz se hace un solo cuerpo con ella? Pues está
dicho: los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo es-
píritu con él» (1 Co 6,16-17).
75. «La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados en-
tre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo
sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión,
de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto:
“En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2 Co 5,20)». JUAN PA-
BLO II, Encl. Ecclesia de Eucharistia, 37.
76. L. CERFAUX, El cristiano en San Pablo, o.c., 280.

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La metánoia primera del cristiano en el bautismo ha de seguir reali-


zándose en la historia en cada individuo. La misión esencial de la Iglesia
consiste en llevar a plenitud esta acción salvadora de Dios a través de la pa-
labra y de los sacramentos. Es la Iglesia quien celebra y actualiza en el hoy
de la historia el Misterio pascual de Cristo. Pero, además, Ella misma es una
comunidad de conversión, la reunión de los hombres y mujeres en quienes
se ha producido la conversión radical a Dios por el bautismo. Cada vez que
acontece un bautismo no sólo tiene lugar la transformación del creyente y
su incorporación a la Iglesia, sino que «acontece» la misma Iglesia, que rea-
liza su propia esencia. En este sentido, la Iglesia de Cristo comienza a exis-
tir a partir del acontecimiento fundamental de la conversión 77. Esta comu-
nidad forma una unidad, «un solo cuerpo y un solo Espíritu», al tener «un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, que está
sobre todos, actúa por todos y está en todos» (Ef 4,4-6).
La conversión cristiana es eclesial en su preparación por su relación
con la fe en Cristo, la cual depende de la escucha de la palabra suscita-
da por la proclamación del evangelio por parte de la Iglesia: «Pero ¿có-
mo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel
a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo pre-
dicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los
pies de los que anuncian el bien! Pero no todos obedecieron a la Buena
Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predica-
ción? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Pa-
labra de Cristo» (Rm 10,14-17). De ahí la urgencia de la misión uni-
versal de predicar el evangelio que ha recibido la Iglesia.
Pero la conversión es eclesial también por su finalidad, que es la edi-
ficación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (Ef 1,22; 4,12; 5,23.30; 1 Co
12,27; Col 1,18.24). En efecto, la recepción del bautismo lleva consigo en
el cristiano un compromiso de colaboración en la tarea de edificación del
templo de la Iglesia: «Que este templo se alce a las alturas, hacia Dios, que
el cuerpo de Cristo se desarrolle hasta alcanzar la edad adulta, el desarrollo
que corresponde a la plenitud de Cristo (cfr. Ef 2,19-22; 4,1-16), todo eso
depende de la disposición y capacidad de los cristianos, de su correspon-
dencia a la gracia bautismal y a los dones y carismas que de ella derivan,

77. Cfr. R. SCHULTE, «La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana»,
o.c., 163.

80 ScrTh 41 (2009/1)
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CONVERSIÓN Y HOMBRE NUEVO.


TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

siempre naturalmente bajo la acción de Cristo, su cabeza, pero a la vez por


su propia cooperación a la gracia de Cristo que se les ha comunicado» 78.

4.4. Dimensión espiritual y moral

Hablamos de dimensión espiritual y moral de la conversión en un


sentido amplio, para referirnos al programa de vida cristiana, ligado a la
fe y al bautismo, que compromete al bautizado 79.
La necesidad de una participación personal del cristiano en su con-
versión a Dios es una constante en la teología de san Pablo. La dialécti-
ca entre lo indicativo y lo imperativo que encontramos en sus cartas, en-
tre lo ya realizado en el bautismo y lo que queda por realizar, impulsa al
cristiano a un esfuerzo moral constante. De muchos modos el Apóstol
invita a sus oyentes a colaborar en su conformación con Cristo. En el
texto de Colosenses considerado más arriba les exhorta: «Vivid, pues, se-
gún Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; enraizados y edi-
ficados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en ac-
ción de gracias» (Col 2,6-7); «Así pues, si habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3,1-2).
La lucha ascética efectúa el despliegue de la conversión bautismal
en el tiempo y en la historia, según una ética de la caridad en la fe 80. Se
trata del esfuerzo consciente, concreto y constante del bautizado por ser
fiel a su vocación cristiana haciendo frente a las dificultades. «Como re-
dimido, ha escapado a esos poderes [Satanás, el pecado y la muerte], pe-
ro tiene que demostrarlo en su conducta, en la lucha consciente y per-
sonal a la que le obliga su participación en la metánoia de Dios» 81.
San Pablo se refiere al combate en el interior del hombre (Rm
7,14) y también al que debe entablarse frente a las tribulaciones exterio-
res (Rm 8,35-39; 1 Ts 3,4; 2 Tm 3,12). En uno y otro el cristiano debe

78. Ibid., 191.


79. Cfr. J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo, o.c., 191-197.
80. Cfr. L. BOUYER, La spiritualité du Nouveau Testament et des Pères, Aubier, Paris
9
1966, 117-120.
81. R. SCHULTE, La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana, o.c., 195.

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mantener la esperanza de victoria que todo lo supera, confiando total-


mente en el amor de Dios: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?,
¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por su causa somos
muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en
todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rm 8,31-
39). La esperanza cristiana, basada en la seguridad de participación en el
plan divino de salvación, pone al creyente por encima de limitaciones y
peligros mediante una confianza exclusiva en Dios. La enseñanza de san
Pablo está reforzada por su experiencia personal (2 Co 11,24-27).
El quehacer cristiano de conversión exige participar de los padeci-
mientos y de la muerte de Cristo en favor de la edificación de la Iglesia
(Col 1,24), como prolongación de la participación en su muerte por el
bautismo; en este contexto debe entenderse el sentido de la mortifica-
ción cristiana (Col 3,5). Por eso también, el martirio es la expresión per-
fecta de conversión, la forma suprema de la existencia cristiana, al re-
presentar y completar lo que el bautismo inicia en el creyente.
La conversión supone que el hombre cambia su servicio a los ído-
los por el servicio a Dios (cfr. 1 Ts 1,10; Ga 4,8). En la Carta a los Ro-
manos, el Apóstol especifica más la naturaleza de ese servicio y remarca
su dimensión cultual: la vida cristiana entendida como un culto ofreci-
do a Dios, un sacrificio espiritual que desplaza los sacrificios cruentos de
la Antigua Alianza 82.
Junto a la dimensión ascética, la existencia cristiana reclama una
componente «mística» en el sentido general de una personal experiencia
de unión espiritual con Jesucristo, experiencia que es al mismo tiempo
empeño consciente y don divino. Se trata de un proceso de identifica-
ción con Cristo para que Éste se convierta de alguna manera en el suje-
to de la propia existencia personal: «Vivo, pero no yo, sino que Cristo
vive en mí» (Ga 2,20) 83. San Pablo emplea con frecuencia la expresión

82. Como en otros lugares del Nuevo Testamento (Flp 3,3; 1 P 2,5; St 1,26-27; Ap
5,10), esta idea tiene origen probablemente en alguna fuente litúrgica primitiva. Cfr.
M.-E. BOISMARD, «Conversion et vie nouvelle dans Saint Paul», o.c., 84.
83. Aparece aquí la clásica cuestión sobre la mística paulina que ha sido tema debati-
do desde la aparición, a finales del siglo XIX, del trabajo de Adolf Deissmann sobre la
fórmula «in Christo» (Die neutestamentliche Formel «in Christo Iesu», N.G. Elwert, Mar-
burg 1892). Más recientemente, E. P. Sanders, tras mostrar cómo las categorías jurídi-

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CONVERSIÓN Y HOMBRE NUEVO.


TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN EN SAN PABLO

«estar en Cristo Jesús» (cfr. Rm 6,3.4.5.11; 8,1.2.39; 12,5; 16,3.7.10; 1


Co 1,2.3, etc.), a la que se añade la de «Cristo está en nosotros/voso-
tros/en mí» (Rm 8,10; 2 Co 13,5; Ga 2,20). Como señala Benedicto
XVI, «esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, caracterís-
tica de la enseñanza de san Pablo, completa su reflexión sobre la fe, pues
la fe, aunque nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre
nosotros y él. Pero, según san Pablo, la vida del cristiano tiene también
un componente que podríamos llamar “místico”, puesto que implica en-
simismarnos en Cristo y Cristo en nosotros» 84.
Jesucristo es el punto focal de la experiencia cristiana del bautiza-
do, experiencia vivida «en la fe del Hijo de Dios» que nos ha amado y se
ha entregado a sí mismo por nosotros (Ga 2,20). Para san Pablo, Jesús
no es un personaje del pasado; la relación del cristiano con Él no es ex-
trínseca, ni conmemorativa, ni siquiera ejemplar: «el Jesús de Pablo no
está delante de nosotros, distinto a nosotros, sino que está dentro de no-
sotros, es parte viva de nosotros, más aún, es propulsor de nuestra vi-
da» 85. Decir que «Cristo vive en mí» es indicar la relación de causalidad
entre Cristo y el cristiano, que ha de llevarse hasta el extremo para al-
canzar la plena identificación mística con Cristo. Por eso san Pablo se re-
fiere a los sufrimientos de los cristianos como «sufrimientos de Cristo en
nosotros» (2 Co 1,5); llevando sobre su cuerpo el morir de Jesús, el cris-
tiano manifiesta en su cuerpo la misma vida de Jesús (2 Co 4,10).
* * *
La teología de san Pablo sobre la conversión va intrínsecamente
unida a los grandes temas que articulan su pensamiento, como hemos
ido comprobando a lo largo de estas páginas 86. El teólogo dominico

cas justicia y justificación no expresan suficientemente por sí mismas la realidad cristia-


na, ha propuesto incluir otras categorías participacionistas (participationist) para expresar
más profunda y positivamente la experiencia cristiana. Estas categorías, que distingui-
rían las enseñanzas paulinas respecto al judaísmo, serían las siguientes: participación en
la muerte de Cristo, libertad, transformación, nueva creación, reconciliación, y final-
mente, también, justificación y justicia. (Paul and Palestinian judaism. A comparison of
patterns of religion, SCM Press, London 1977). Sobre los problemas y la naturaleza de la
mística paulina, vid. R. PENNA, L’apostolo Paolo. Studi di esegesi e teologia, o.c., 630-673.
84. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 8.XI.2006.
85. R. PENNA, I ritratti originali di Gesù il Cristo. Iinizi e sviluppi della cristologia neo-
testamentaria, II. Gli sviluppi, o.c., 118.
86. La pregunta por el centro de la teología de san Pablo es un tema clásico y también
complejo. Sigue siendo válida la respuesta de Bover para quien los temas teológicos nu-

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JUAN ALONSO

Congar ha sintetizado en tres aspectos esta teología paulina de la con-


versión: la fe, principio fundamental de la conversión; el bautismo, na-
cimiento a una vida nueva por la participación en el Misterio pascual de
Cristo; y la existencia cristiana, cuya forma se modela según la dinámi-
ca de la conversión. «Nada más teologal, sacramental y ético a la vez que
la conversión en san Pablo; nada más acto de Dios comprometiendo al
hombre a un continuado esfuerzo; nada como la conversión que se rea-
liza una vez y, sin embargo, tiene que realizarse sin cesar...» 87.
La vida de los santos –la de san Pablo es un buen ejemplo– muestra
de una manera luminosa que la conversión cristiana como transformación
en Cristo es don y tarea; ante todo don, llamada de Dios Uno y Trino, pe-
ro don que ha de crecer en el terreno de una fe viva y concreta.

Juan ALONSO
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
PAMPLONA

cleares son la justicia por la fe, la redención obrada por Cristo y la mística compenetra-
ción de la vida de Pablo con la vida de Cristo (J. BOVER, Teología de San Pablo, o.c., 60).
Algunos autores encuentran ese centro en la persona de Jesucristo (J.G. GIBBS, Creation
and Redemption, Brill, Leiden 1971; J.D.G. DUNN, Unity and Diversity of the New Tes-
tament, Westminster Press, Philadelphia 1977, 369-372); Lucien Cerfaux lo ha concre-
tado en la categoría cristológica de «Hijo de Dios» (Jesucristo en San Pablo, Desclée de
Brouwer, Bilbao 21960, 12); Josehp A. Fitzmyer, lo ha identificado en la soteriología cris-
tocéntrica (Pauline Theology: A Brief Sketch, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, NJ, 1967;
también, Teología paulina, o.c., 1184-1204). En posición critica respecto a la tesis clási-
ca luterana que pone como núcleo del pensamiento paulino la justificación por la fe –en
sentido predominantemente jurídico e individual–, autores como E.P. Sanders conside-
ran que ese núcleo estaría más bien en la participación mística en la muerte y en la vida
de Cristo (Paul and Palestinian judaism: a comparison of patterns of religion, SCM Press,
London, 1977). Más recientemente, J.D.G. Dunn ha reformulado su posición refirién-
dose a Jesucristo como punto de apoyo o centro de la teología del Apóstol, pero centro
vivo, no simplemente conceptual, que otorga coherencia a toda la obra de san Pablo, co-
mo teólogo, misionero y pastor (La teologia dell’apostolo Paolo, o.c., 693-704). Por su par-
te, Ralph P. Martin ha propuesto el tema de la reconciliación como el más adecuado pa-
ra aglutinar los aspectos esenciales de la teología paulina (Reconciliation: A Study of Paul’s
Theology, Zondervan, Grand Rapids 1990), aunque para Joachim Gnilka, siendo im-
portante, no puede situarse en el centro de la teología paulina debido a su uso relativa-
mente escaso: J. GNILKA, Teología del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 1998, 94.
87. Y.M.J. CONGAR, «La conversión, estudio teológico y psicológico», en A. LIÉGÉ
ET AL., Evangelización y Catequesis, o.c., 72.

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