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Qué hacer ante las rabietas

«Todos los pueblos hostiles a la familia han terminado, tarde o temprano, por un empobrecimiento
del alma» (KEYSERLING).

Enfadarse o tener mal genio, reaccionar con arrebatos de cólera y mal humor es algo que sucede
normalmente en niños y adultos. A medida que las personas crecen física y psicológicamente van
ejerciendo un mayor control sobre sí mismos. Cuanto menor es el nivel de madurez de un individuo
y el grado de su salud mental, menor es su tolerancia a la frustración y más frecuentes son sus
rabietas y estados de mal genio.
El niño, que tiene que aprenderlo todo, también ha de asimilar las lecciones de autocontrol, pero
este aprendizaje es a veces doloroso.
Las rabietas, llantos, gritos, pataletas y quejas de diverso tipo que emplea el niño no son otra cosa
que formas diferentes de influir directa o indirectamente en sus propios padres, llegando a veces a la
manipulación más clara y abierta.

Qué hacer ante las rabietas

No a la manipulación
Observemos cómo un niño de tres años puede manipular y manejar a su antojo a sus padres y
abuelos. El siguiente ejemplo, repetido en miles de hogares, ilustrará mejor cuanto afirmamos:
«Carlitos, que tan sólo tiene tres años, tiene una caja de pinturas de cera con la que está pintando.
Pero le apetece pintar con los rotuladores de su hermano Luis, de ocho años. Este no quiere dejarle
sus rotuladores, pues los necesita para terminar una lámina de dibujo que ha de entregar al día
siguiente en el cole. Carlitos se pone insoportable y coge una rabieta tremenda, gritando y llorando
cada vez con más fuerza para llamar la atención de su madre y que venga en su auxilio a reñir a su
hermano mayor. Al fin viene la madre con expresión furiosa y riñe a Luis por no haberle dado los
rotuladores a su hermanito “para que el pobrecillo no llore”».
La actitud de esta madre es antipedagógica en todos los sentidos. En adelante, el pequeño para
conseguir algo ya sabe que no tiene que hacer otra cosa que rabiar, gritar y llorar con tanta fuerza
que su madre no pueda aguantar más y le conceda lo que desee. Ha reforzado en el niño la conducta
de rabietas y la posibilidad de que en el futuro sean más frecuentes estas conductas.

Influencia de la edad

Las explosiones y arrebatos de cólera, rabietas y berrinches del niño que patalea, golpea con los
puños, da cabezazos, se tira al suelo, grita e insulta, suceden con más intensidad y frecuencia entre
los dos o tres años, en que se siente decepcionado por la madre. Los sentimientos de decepción
pueden encontrarse con los sentimientos de amor, pero el niño necesita aprender desde el principio
que ser amado no significa precisamente que le dejen hacer su voluntad en cada momento y que, en
la práctica, sea él quien determine, con su conducta caprichosa, la hora de acostarse, las comidas
que hay que suprimir siempre, el momento de jugar con él...
Las conductas de coacción disminuyen por regla general hacia los cuatro años, sobre todo en lo que
se refiere a destructividad, llantos y rabietas muy fuertes, y hacia los cinco años casi todos los niños
son menos agresivos, negativistas y coactivos que sus hermanos menores. Ya han conseguido lograr
un cierto autocontrol, salvo los niños muy agresivos, hiperactivos e inmaduros.

Fomentar sin saber

A veces el niño parece detenerse en su desarrollo madurativo y sigue estancado en conductas


agresivas y de coacción por la incapacidad de los padres para enseñarle a autocontrolarse y a ir
sustituyendo de manera gradual las conductas de coacción por otras más maduras.
Esto ocurre si:
1. Los padres permiten que las conductas de coacción, rabietas y llantinas resulten siempre
rentables al niño.
2. Se olvidan de enseñar y entrenar al niño en habilidades sociales, ya sea no fomentándolas de
manera directa o no reforzando los primeros intentos de conducta madura y de esfuerzo.
3. Refuerzan inconscientemente las conductas coactivas del niño cuando, para evitar la
incomodidad y el problema de tener que mantenerse firmes, ignoran sus gritos y pataletas.
4. Consienten que los demás hermanos fomenten la agresividad y las conductas de coacción
con sus burlas.
5. Emplean castigos físicos o la violencia en las palabras y expresiones insultantes con el niño.

Qué hacer ante las rabietas

Este proceder enseña y fomenta nuevas conductas de coacción pero no corrigen ni tratan
adecuadamente el problema.

Pasos a seguir
El tratamiento inteligente de las rabietas y conductas coactivas o violentas tiene los siguientes
pasos:
1. Dar al niño una oportunidad para tranquilizarse. Lo mejor es llevar al niño a una habitación,
aislarlo y decirle que esperamos que estando solo se le pase a rabieta y pueda pensar que no es
correcta su actitud. No se puede razonar con un niño si está bajo los efectos de una rabieta o del mal
genio, es mejor alejarse de él. Si se le riñe o castiga dominado también por la ira y el enfado se
producirá sin duda la espiral «frustración-resentimientoagresión-contraagresión, etc». Después de
aislar al niño durante unos minutos, conviene esperar a que cesen las pataletas y llantos.
2. Cuando está tranquilo, hay que sacarlo de la habitación. Se le habla y se le explica por qué
su conducta es inaceptable y que en adelante no se va a permitir esa actitud incontrolada.
3. En caso de conductas muy violentas y destructivas es necesario emplear la «inhibición
pasiva», sujetando firmemente al niño, impidiendo su destructividad.
4. Proporcionar al niño modelos de conducta controlada que le adviertan de que la conducta
coactiva, agresiva o caprichosa no le va a ser jamás beneficiosa.
5. Reducir el contacto con personas de conducta agresiva y caprichosa.
6. Mostrarse contentos y orgullosos ante los primeros intentos de autocontrol del niño. Alabar
su buena conducta y el hecho de haberse serenado y tranquilizado en la habitación donde ha
permanecido aislado.
7. Recordarle con gran satisfacción las ocasiones en que se portó de forma razonable y no
como un niño caprichoso y coactivo. Reafirmar de manera muy positiva los méritos del niño cada
vez que tenga un comportamiento correcto y adecuado.

La cólera, veneno paralizante

Uno de los hábitos emocionales más negativos y paralizantes es la cólera, la ira. Cuando damos
rienda suelta a la cólera, cuando la ira ciega nos sacude como una furia, todos nos convertimos en
un extraño espécimen que grita, jadea y se contorsiona mientras vomita todo tipo de expresiones
agresivas e insultantes.
Quiero recordar que, aparte de las consecuencias psicológicas y sociales de la ira, por lo que se
refiere a su capacidad de producir enfermedades físicas, es quizás la peor de las emociones, pues
desencadena insomnio, tensiones graves, dolores de cabeza, úlceras estomacales, etc.
A través de tantos años de vida profesional he podido observar que la ira —la cólera— es, sobre
todo y por encima de todo, un aprendizaje. El niño o la niña que sufre en sus propias carnes los
devastadores efectos de la ira de sus padres, al principio y durante los años infantiles se acobardan y
comportan de forma temerosa y sumisa por temor a que el energúmeno de su padre o la fiera de su
madre les siga acosando, gritando y machacando más y más. Pero cuando estos niños/as llegan a
mayores y tienen hijos, suelen comportarse con sus propios hijos con tanta o mayor saña y violencia
como con la que sus padres les trataron a ellos. Es así como las conductas violentas e iracundas se
van aprendiendo y transmitiendo de padres a hijos.

El iracundo casi siempre se siente como una víctima, se considera una víctima y, mediante la cólera,
racionaliza sus pocos éxitos y su escasa autoestima.
En el fondo de sí mismo, el iracundo, de alguna manera, está a la espera de que alguien le pisotee y
ofenda para así sentirse una víctima de nuevo y activar al instante los mecanismos de su cólera.
Si la ira es mala, especialmente para el que se deja llevar por ella, ¿por qué no es fácil librarse de
ella? Porque el iracundo siente, a corto plazo, un gran placer con ella y piensa que si pierde su ira,
pierde su fuerza. La reacción colérica proporciona un extraño agrado y placer, pero el precio que
paga el iracundo es demasiado alto ya que acaba por destruir cuanto de positivo hay en sí mismo y
fuera de sí.

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