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DIOS Y EL FUNDAMENTO DE VERDAD EN LA MODERNIDAD

Descartes (primera parte)

Resulta indudable que la modernidad marca un “giro copernicano” de nuestra visión del mundo.
La ciencia (sobre todo la cosmología) y la filosofía de los siglos XVI, XVII y XVIII sufren una
radical transformación que nos enseñará una nueva forma de hacer ciencia, 1 de pensar la filosofía
y de concebirnos dentro del universo. Entre los acontecimientos que marcaron el origen de la
modernidad y de esta nueva forma de pensar se han mencionado, principalmente: la sustitución
del modelo geocéntrico por el modelo heliocéntrico del universo; la metamorfosis que sufre el
hombre que deja de ser contemplador del mundo para ser su amo y señor 2; la insistencia de los
sistemas filosóficos y científicos en la “experiencia” y en la “matemática”; la multiplicación de
las academias; la desacralización de la filosofía y la secularización de la conciencia 3. En
definitiva, el mundo comienza a secularizarse, y el hombre empieza a tomar las riendas de su
destino que antes estaban en manos de Dios.
Pero no hay que apresurar las cosas. Si bien se empieza a desdivinizar el mundo, la época
moderna, y por ello, tambien su filosofía, sigue siendo profundamente religiosa (al menos durante
el siglo XVII), debido, en gran parte, a los conflictos religiosos heredados de la reforma y
contrarreforma religiosas; si el hombre queda atenido a sí mismo, no es porque le falte Dios, sino
porque se le ha hecho lejano (Rodriguez,…: 11).
El objetivo de estas líneas será mostrar que si bien, la filosofía moderna comienza a liberarse del
yugo que la religión le había impuesto, la mayoría de los sistemas filosoficos apelan a la
intervención divina como la garantía de la verdad. Sistemas como los de Descartes, Leibniz,
Newton, Malebranche, Berkeley, Spinoza, por mencionar los más importantes, fundan su
filosofía sobre la base de Dios como fundamento de la verdad y de la realidad. En pocas palabras,
la teoría del conocimiento que surge en la modernidad, todavía lleva como piedra angular un

1
Sobre todo a partir de la matematización de la ciencia que ya había demandado Galileo: “La filosofía está escrita
en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si
antes no se aprende a entender la lengua […] en que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus
caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra”
(El ensayador, Aguilar, Buenos Aires 1981, p. 62-63).
2
Formulación que se encuentra por primera vez en el Novum Organum baconiano.
3
Una enumeración más completa la podemos encontrar en las obras de Koyré que hacemos mención en la
bibliografía, en estudio introductorio de Yvon Belaval al sexto tomo de la Historia de la filosofia (tambien incluida
en la bibliografía), así como en la Historia de la filosofía moderna de Francisco Romero, entre otros.

1
presupuesto totalmente metafísico, si no es que teológico (cosa totalmente comprensible pues
nuestro filósofos todavía distan mucho de los escépticos del siglo XVIII).
En el presente escrito me limitaré a presentar la perspectiva cartesiana del problema, esperando
en un futuro poder mostrar los enfoques de los demás autores mencionados. Para lograr el
objetivo planteado, me veré obligado a presentar sucintamente la epistemología cartesiana con el
objeto de ubicar nuestro problema dentro del sistema de Descartes y así hacer más comprensible
su solución al mismo. Posteriormente, trataré las demostraciones cartesianas de la existencia de
Dios, para, finalmente, dar solución a la cuestión planteada. Debido a la amplitud del tema, he
dividido la exposición del mismo en dos partes. La primera (incluida en este número) desarrolla
la epistemología cartesiana, que inicia con su famoso método y finaliza con la formulación del
primer principio de su filosofia, a saber, el cogito. La segunda trata su ontología, que va de la
certeza del cogito al la certeza de Dios y, finalmente, a la garantía de la existencia del mundo a
través de Dios.

El método4
El método cartesiano está expuesto, principalmente en cinco obras: Reglas para la dirección del
espíritu (obra póstuma que quedó inconclusa, a pesar de haber sido escrita a finales de la década
de 1620), Discurso del método, La búsqueda de la verdad por la luz natural 5, Meditaciones
metafísicas (1641) y Principios de la filosofía (1644).
Es común la afirmación que nos dice que el siglo XVII es el siglo del método. En efecto, todos
los sistemas filosóficos de la época (como los de Bacon, Spinoza o el mismo Descartes) se
empeñan por alcanzar la verdad con ayuda de un método que les oriente hacia el fin deseado y les
evite andar errando por las turbulentas aguas de la incertidumbre.
La importancia del método radica en que es el único camino por el cual se puede lograr la verdad,
es decir, tener un método correcto nos garantiza alcanzar la verdad, además de que es un conjunto
de reglas para conducir correctamente la razón, por medio del cual cualquier hombre puede

4
La afanosa búsqueda de Cartesio por elaborar su sistema filosófico se hace comprensible si nos atenemos al
siguiente hecho: La noche del 10 de noviembre de 1619, en Ulm, ocurre un episodio trascendental en la vida de
nuestro autor. Tras un día de agitada reflexión filosófica en su famosa “habitación calentada por una estufa” o poêle,
tuvo tres vívidos sueños que persuadieron a Descartes de que tenía la misión de descubrir “una ciencia
profundamente nueva.” Este episodio marca el inicio de la reflexión filosófica de Descartes. Los sueños de Descartes
se hayan incluidos como apéndice en la obra de J. Cottingham “Descartes”, p. 243-247.
5
Si bien Cassirer la ubica como una obra tardía de Descartes, otros, como Popkin, la consideran como una obra
temprana de la década de 1630.

2
alcanzar el conocimiento, con la única condición de conducir bien la razón, es decir, según el
método (Lapoujade, 2002: 155).
Descartes tenía la certeza de que la adquisición de la verdad, más que ser un intento laborioso por
desentrañar las fuerzas ocultas de la naturaleza (piénsese en la alquimia, en la mística o en la
medicina de la época), requería simplemente de dirigir de manera correcta la razón. Esa
convicción demandaba, en primer lugar, derribar todos los antiguos prejuicios que se tenían
respecto a la búsqueda de la verdad y, en segundo lugar, encontrar un método mediante el cual
dirigir rectamente la razón.6 Hay que resaltar que ya en Reglas para la dirección del espíritu es
ésta su inquietud, a saber, preguntarse acerca de la posibilidad y los límites del conocer humano
antes que cualquier discusión acerca de las cosas o de su naturaleza. Esta obra contiene ya ciertos
fundamentos del sistema cartesiano, de los cuales considero como más importantes:

a) su idea de una unidad de la ciencia (mathesis universalis) “mediante un conjunto de reglas


basadas en las características del método matemático: intuición, rigor y exactitud” (Cortés/
Martínez, Diccionario de filosofía en CD-ROM). Esto es posible debido a que todas las
ciencias (en oposición a la creencia tradicional) están íntimamente relacionadas, pues éstas
“no son más que la inteligencia humana, que es siempre una y la misma por grande que sea la
variedad de su objeto” (Reglas,… : 96);
b) Otra idea central del sistema cartesiano, ya incluida en esta obra, es su famosa afirmación
según la cual conviene dudar de todo por lo menos una vez en la vida, creencia que permea
toda la obra cartesiana y, finalmente,
c) nos presenta su definición de un método, que es “aquellas reglas ciertas y fáciles cuya
rigurosa observación impide que se suponga verdaderamente lo falso y hace que el espíritu
llegue al verdadero conocimiento de todas las cosas accesibles a la inteligencia humana” (Op.
cit., regla IV, p. 101).

Recapitulemos, hasta este momento el conocimiento en Descartes posee tres características


principales: la unidad, ya que el conocimiento es uno, por grande que sea la variedad de su
6
El primer indicio del método cartesiano se remonta a finales de 1628, en Paris. Descartes había sido invitado a una
reunión en la casa del cardenal Bagni, a escuchar una charla pronunciada por un químico de nombre Chandoux, el
cual explicó un nuevo sistema filosófico que proponía como nuevo. Los argumentos de Chandoux, que se basaban en
la probabilidad como norma de la verdad, fueron duramente criticados por Descartes. Acto seguido, Descartes habló
de su método natural para descubrir la verdad. Este episodio y una reunión posterior en casa del Cardenal Berulle
bien pudieron dar ocasión al comienzo de la búsqueda de Descartes (Popkin, Historia del escepticismo).

3
objeto; la pureza, porque el conocimiento tiene que estar libre de incoherencias e imprecisiones,
tiene que estar libre de cualquier rastro de falsedad; y la certeza, porque todo conocimiento para
que sea científico tiene que ser cierto y evidente.7
Sin embargo, a pesar de que Cartesio posee ya ciertos principios fundamentales de su sistema, no
será sino hasta el Discurso del método donde desplegará su sistema en toda su plenitud. Es en
esta obra donde formula las famosas reglas de su método:

1. “No aceptar nunca cosa alguna como verdadera que no la conociese evidentemente como
tal […] y no admitir en mis juicios nada más que lo que se le presentase a mi espíritu tan
clara y distintamente, que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.
2. Dividir cada una de las dificultades que examinamos en tantas partes como fuera posible
y como se requiriese para su mejor solución.
3. Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los más simples y fáciles de
conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más
complejos, suponiendo, incluso, un orden entre los que no se preceden naturalmente.
4. Hacer en todas partes enumeraciones tan complejas y revistas tan generales que estuviese
seguro de no omitir nada” (Descartes, Discurso, p. 50).

Formuladas ya las reglas de su método, sólo le resta a Descartes someter al tribunal de la razón
todos los conocimientos y descartar como falsos aquéllos de los que puede tenerse duda.8
Estamos ya en la famosa duda metódica.9 Sin embargo, antes se aventurarse a su crítica del
conocimiento tiene que formularse una moral, es decir, tiene que formarse una norma de
conducta, que es lo que Descartes considera lo más apremiante y que no puede posponerse, pues
para él la moral es “la ciencia que presupone todas las demás, el conocimiento en el que culmina
el sistema entero del saber” (Rodriguez, Introducción al Discurso del método, p. 15) No le queda
más que formarse una moral provisional, o como bellamente la llama “una casa donde se pueda
7
La certeza, para Descartes, está unida a la intuición, es decir, a la captación intelectual inmediata de una idea. Según
Cottingham este tercer aspecto es el más discutido de la concepción cartesiana del conocimiento. Para un desarrollo
más detallado de estos tres puntos véase el capitulo segundo de su obra.
8
Descartes insiste a lo largo de toda su obra en la necesidad de poner en duda, al menos una vez en la vida, todas las
cosas para poder alcanzar la verdad. Lo formula por primera vez en las Reglas, insiste en ello en el Discurso y en las
Meditaciones y aparece, finalmente, al comienzo de los Principios.
9
Descartes tambien la llama “duda hiperbólica” debido a “se apoya en el supuesto más extremo, exagerado
(hipérbole), de que la razón pudiera equivocarse incluso ante la evidencia, lo cual supone, simplemente, el descontrol
absoluto de la razón, esto es, la demencia” (Cortés y Martínez, Diccionario de filosofía en CD-ROM).

4
estar cómodamente alojado durante el tiempo que dure el trabajo”. A la construcción de su moral
provisional le dedicará la tercera parte del Discurso. No me detendré más en este punto y pasaré a
la primera parte del método cartesiano, a la parte destructiva: la duda.

Primer momento del método: De la duda al cogito


El camino que recorre Descartes con la duda empieza siendo de orden epistemológico, y de
ahí asciende a un orden ontológico, hasta llegar, finalmente, a un estado que bien podemos llamar
teológico, esto es, llega hasta Dios para eliminar la duda. En un primer recorrido de la duda, que
es de sentido negativo, reconozco tres pasos que finalizan con la formulación del primer principio
cartesiano. Estos son:
1. Rechazo las opiniones ajenas. En primer lugar, Descartes tiene que limpiar el terreno para la
construcción de su nueva obra, lo cual significa que tiene que deshacerse de todos los
conocimientos adquiridos hasta ese momento, porque como el mismo nos dice: “me
encontraba embarazado por tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro
provecho, al tratar de instruirme, que el haber descubierto más y más mi ignorancia”.
(Descartes, Discurso, p. 39), lo cual lo hacia creer que “no había en el mundo ninguna
doctrina” que correspondiese a sus esperanzas, a saber, aprender a distinguir lo verdadero de
lo falso. razón por la cual no hay que creer en nada de lo que hubiese sido persuadido sólo
por el ejemplo y la costumbre. Es más, hay que dudar hasta de los razonamiento que nos
parecen más evidentes, pues es frecuente que se cometan paralogismos, aún en los más
simples razonamientos “y juzgando que yo estaba tan sujeto a equivocarme como cualquier
otro, rechacé como falsas todas las razones que antes había aceptado mediante demostración”
(Ibid. p. 60). En suma, Descartes suprime todas las opiniones y enseñanzas recibidas “a fin de
colocar después en su lugar, otras bien mejores, o bien las mismas, una vez ajustadas al nivel
de la razón” (Ibid. p. 46).
2. Rechazo del testimonio de los sentidos. Ya hemos echado por tierra todos los conocimientos
adquiridos (en libros y en opiniones recibidas). Sólo nos queda el mundo, el gran “libro del
mundo” como lo llama Descartes. “Ese mundo que nos rodea y que espontáneamente
creemos presente es conocido a través de los sentidos” (Rodis-Lewis, 2003: 21). Sin
embargo, ya ha advertido Descartes que los sentidos nos engañan en ocasiones “siendo
imprudente prestar confianza a quienes nos han engañado, aun cuando sólo lo hayan

5
realizado en una oportunidad” (Descartes, 1995: 23). Esta duda sólo es limitada, porque los
sentidos suelen engañarnos “en lo pequeño y en lo grande”, pero hay juicios basados en los
sentidos de los cuales no se puede dudar como, por ejemplo, que estoy sentado frente a la
computadora escribiendo estas lineas y cosas por el estilo. Sin embargo, y aquí la duda se
radicaliza, ¡cuántas veces estando dormidos no hemos imaginado las mismas cosas que
cuando estábamos despiertos, imaginar, por ejemplo, que estamos sentados junto al fuego
leyendo un libro, cuando en realidad estábamos en cama! ¿Cuántas veces no hemos estado
seguros de si estamos despiertos o dormidos? Por tanto, como no siempre es posible
distinguir entre el sueño y la vigilia, es claro que hasta los datos sensibles más evidentes
pueden, bajo es criterio, ponerse en duda. Estos argumentos nos dan la ocasión para dudar de
cualquier aspecto de la realidad, e incluso, de la propia realidad del mundo.
Como afirma Popkin, hasta este momento Descartes no ha hecho más que reforzar las dudas de
Montaigne y Charron. Sin embargo, la duda cartesiana llega hasta extremos insospechados hasta
ese momento por los escépticos. Los dos niveles anteriores (la duda de los datos sensibles y el
argumento del sueño) nos plantean razones normales para dudar. El siguiente nivel, la hipótesis
del genio maligno, revela la incertidumbre de la totalidad de nuestros conocimientos.
3. El genio maligno y la duda de la certeza matemática. Decía Platón que, al menos, las
verdades matemáticas permanecen inmovibles hasta en el sueño y la locura. El joven
Cartesio parece estar de acuerdo con este juicio, pues afirma en la Reglas que sólo la
aritmética y la geometría están “exentas de falsedad e incertidumbre”.10 ¿Cómo puedo dudar,
ya sea estando dormido o despierto, del hecho abrumador de que dos más tres son cinco, o
que el cuadrado tiene cuatro lados? La garantía de la certeza de estas demostraciones
matemáticas se encuentran en Dios –coartada que puede parecer fuera de lugar a una
mentalidad contemporánea, pero que es totalmente válida en los tiempos de Descartes-.
Expliquemos lo anterior: existe un Dios11 que es todo poderoso, que es sumamente bueno y
que me ha creado tal como soy. Seria una imperfección de Dios que me haya creado de tal
manera que siempre me equivoque en mis juicios matemáticos, pero como Dios es perfecto,

10
Descartes demuestra esta creencia de la siguiente forma: mis ideas del mundo exterior pueden cambiar fácilmente:
el color, el olor, el sabor, el tono, la sensación, etc., dependiendo de mi estado de ánimo, de la perspectiva del cual lo
mire, de la cantidad de luz que recibe, etc. Solamente la extensión sigue siendo la misma en todo cambio, pues ésta
es, según Descartes, la naturaleza de los cuerpos (Principios, p.73-74), y la extensión, al ser constante, es
cuantificable matemáticamente. De estas observaciones concluye la identificación de materia y extensión, tan cara a
su filosofía.
11
El problema de la existencia de Dios lo abordaré en la segunda parte de este escrito.

6
le está restringido que me haga de tal manera que siempre me equivoque. Pero ¿no podría ser,
reflexiona Descartes, -y éste es el momento cumbre de la duda hiperbólica- que no exista un
Dios, sino algún genio maligno de gran poder e inteligencia que pone todo su empeño en
hacerme errar y por lo cual dos más tres no son cinco ni la suma de los ángulos internos de
un triangulo es igual a dos rectos? Razón suficiente por lo cual podemos pensar que “el
cielo, la tierra […] y todas las cosas externas no son diferentes de los engaños de los sueños.
[Y si podemos dudar del mundo externo, no hay razón por la cual, de la misma, no pueda
dudar de mi propio ser físico. Así pues,] me consideraré a mí mismo como si no tuviera
carne, ni sangre, ni sentido alguno” (Descartes, 2000: 12). Así, Descartes llega a la más
devastadora y terrible afirmación del escepticismo: “que no sólo nuestra información es
engañosa, ilusoria e irreal, sino que nuestras facultades, hasta en las condiciones más
favorables, pueden ser erróneas” (Popkin, Historia del escepticismo, p. 268). Nuestro autor
está plenamente conciente de ello, pero es condición necesaria, porque solamente si
“llevásemos la duda hasta este extremo nivel y la pudiésemos superar” nos libraríamos por
fin de las incertidumbres y dudas que rodean nuestro conocimientos.
4. La certeza del cogito. Llegada a este extremo la duda y derrumbada completamente la
inservible edificación de nuestras opiniones y nuestras percepciones, llegamos por fin a una
certeza de la cual no puedo dudar, a saber, de que estoy dudando. “Caí en la cuenta de que,
mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo
pensaba, fuese algo” (Discurso, p. 60). Aun cuando el genio maligno me engañe, no puedo
dudar de que existo, porque “bien pude engañarme cuanto quiera, pues nunca logrará que yo
no sea nada en tanto que piense que soy algo” (Meditaciones, 2000: 14). Expliquemos esto: si
partimos, como Descartes, del principio de que todo lo que piensa existe obtenemos que: 1)
yo estoy dudando; 2) si yo dudo, estoy pensando; 3) si pienso es por que existo; por lo tanto,
4) yo existo. No importa que yo me equivoque en mis juicios, aún así sigo pensando, y por
tanto, existiendo. Nada puede removerme de esta certeza. Así, Cartesio llega a postular su
famoso principio: “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo). Hemos llegado por fin al “primer
principio de la filosofía que andaba buscando”…

Ivan de Jesus Loyola


(dionisiosbacante@hotmail.com)

7
BILIOGRAFIA
CASSIRER, E., El problema del conocimiento, Tomo I, F.C.E., México, 1979.
CORTÉS, J. Y MARTÍNEZ, A., Diccionario de filosofía en CD-ROM, Herder, Barcelona,
1996.
COTTINGHAM, J., Descartes, UNAM, México, 1995.
DESCARTES. R., Reglas para la dirección del espíritu, Porrua, México, 2000
______________, Discurso del método, Aguilar, Buenos Aires, s/f.
______________, Meditaciones metafísicas, Panamericana, Colombia 2000.
______________, Los principios de la filosofía, Alianza, Barcelona, 1995.
KOYRÉ, A., Del mundo cerrado al universo infinito, México, Siglo XXI, 2000.
LAPOUJADE, M. N., Los sistemas de Bacon y Descartes. BUAP, Puebla, 2002.
POPKIN, R., Historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, F.C.E, México,
RODIS-LEWIS, G., Descartes, cartesianos y anticartesianos franceses, en BELAVAL,
Historia de la Filosofía, Siglo XXI, Madrid, 2003. Vol. VI, “Racionalismo,
Empirismo, Ilustración”.
RODRIGUEZ, A, “Introducción” en Descartes, R.,
SCHILLING, K., Historia de la filosofía, tomo V, Desde el renacimiento hasta Kant,
U.T.E.H.A, México, 1965.

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