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Traducción de Inés Toharia Terán

Por deseo expreso de la traductora, el presupuesto


dedicado a la traducción, se ha entregado a una de
las asociaciones de apoyo a Leonard Peltier.
Mi vida
es mi
Danza
del Sol

LEONARD PELTIER
Quisiera expresar mi agradecimiento a mi
madre adoptiva Ethel, y a su hija, Donna,
quienes colocaron un jersey sobre mis hombros
en el penetrante frío de Canadá, por pensar
en mí entonces como yo pienso en ellas ahora.
A todos mis parientes que piensan en mí en
las ceremonias de hoy y de mañana, vuestras
oraciones me mantienen fuerte porque conocéis el
verdadero significado de Mitakuye Oyasin.
Cumplir tiempo de condena crea una oscuridad demente en mi propia imaginación...

Cumplir tiempo te provoca esto. Pero, por supuesto no cumples tiempo.

Cumples sin él. O, más bien, el tiempo te cumple a ti.

El tiempo es un caníbal que devora la carne de tus años día a día, mordisco a mordisco.
INTRODUCCIÓN

Hua Kola:

Se hace saber que Leonard Peltier es hijo de nuestros abuelos


lejanos, un guerrero espiritual de las naciones Lakota, Dakota y Nakota.
Él comparte el espíritu de nuestros antepasados que lucharon por los
derechos de nuestro pueblo, antepasados como Crazy Horse (Caballo
Loco) y Sitting Bull (Toro Sentado). Él es un hombre que ha demostrado
el dolor y sufrimiento de nuestras abuelas, mujeres y niños. Como un
participante de la Danza del Sol, él ha sacrificado su vida por el Pueblo
buscando justicia para todos nuestros parientes. Él se ofreció a Wakan
Tanka para que el Pueblo pudiera tener paz y felicidad de nuevo.
Yo, el Jefe Arvol Looking Horse, Guardián de la 19ª Generación
de la Pipa Sagrada de Búfalo Blanco, pido que Leonard Peltier reciba las
bendiciones del Gran Espíritu, que sus palabras se graben en las mentes
y corazones de toda la gente. Pido que sus oraciones sean escuchadas
para que pueda disfrutar de la libertad que él buscó para el Pueblo y
que las heridas de su alma se curen. Y pido que aquellos que continúan
causándole tanto dolor y sufrimiento vean el error de su proceder.
Trabajemos todos juntos para restaurar la justicia y reparar así el Aro de
Nuestra Nación para que nuestros niños puedan ver mejores días.
En nombre de todo el O‘yate, pido a Tunkashila que Leonard
Peltier sea puesto en libertad, que pueda disfrutar nuevamente de ser
libre. Los invoco a cada uno de ustedes individual y personalmente
para que, cada vez que respiréis, no ceséis en sus esfuerzos por liberar a
Leonard Peltier.
¡Devolvednoslo!
Yo, Hombre Caballo, proclamo estas palabras desde mi corazón,
desde las Paha Sapa, el corazón de todo lo que existe, rezando por la
devolución de nuestras tierras sagradas, que también han sufrido en las
manos de nuestros opresores.
La paz sea con todos con vosotros.
Mitakuye Oyasin: Todos mis parientes.

Jefe Arvol Looking Horse


Guardián de la 19ª Generación de la Pipa Sagrada de Búfalo Blanco

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Una oración

Abuelo,
El Misterioso,
Te buscamos a lo largo de este Gran Camino Rojo en el que nos
has puesto.

Padre Cielo,
Tunkashila,
Te damos las gracias por este mundo.
Te damos las gracias por nuestra propia existencia.
Te pedimos solamente tu bendición y tu instrucción.

Abuelo,
El Sagrado,
Pon nuestros pies sobre el santo sendero que conduce hacia ti,
y danos la fuerza y la voluntad para dirigirnos y dirigir a nues-
tros niños más allá de la oscuridad en la que hemos entrado.
Enséñanos a curarnos, a curarnos los unos a los otros
y a curar el mundo.

Déjanos comenzar en este mismo día,


en este mismo momento,
la Gran Cura que está por venir.
PRÓLOGO

Quiero decirles por qué es tan importante la libertad de


Leonard Peltier.
En el planeta existe una población indígena que sobrepasa
los doscientos millones de personas, quizá llegue a los trescientos
millones. Ellos viven en seis continentes y en in-numerables islas.
Y en todas partes es ésta la especie humana que está en mayor
peligro. Sin embargo, la supervivencia de la humanidad depende
de su salvación.
Leonard Peltier simboliza esta lucha. Me aflige, entristece
y escandaliza que tantos americanos hayan olvidado, o a lo
mejor nunca hayan sabido, quién es él y lo que representa. Si lo
olvidamos, olvidamos la lucha en sí. Aunque resulte extraño, se lo
conoce mucho más fuera de los EEUU que en este país, en Europa,
en Canadá, en América Latina, en Asia, y en África. Gente bien
informada de todo el mundo ve en él la lucha de toda la población
indígena por sus vidas, por su dignidad, por su soberanía, por su
futuro y se preguntan: ¿Cómo es que este hombre ha sido retenido
tanto tiempo cuando su inocencia es conocida por aquellos que
lo retienen?: aquí, en los Estados Unidos, su voz, y el mensaje
urgente del pueblo indígena de todos los lugares, ha sido acallada
y reducida al silencio. Aquellos que lo metieron entre rejas, y que
insisten en mantenerlo allí tras casi un cuarto de siglo, creen que
ha sido consignado a la papelera de la historia, junto con la causa
de todas las poblaciones nativas. No podemos permitir que esto
continúe.
Creo que puedo aclarar fuera de toda duda que Leonard
Peltier no ha cometido crimen alguno. Aunque hubiera sido
culpable de disparar el arma que mató a dos agentes del FBI,
cuando es seguro que no lo hizo, esto habría sido en defensa
propia y en defensa no sólo de su gente sino del derecho de todas
las personas individuales y pueblos a ser libres de la dominación
y explotación. Ningún testigo creíble declaró haber visto a
Leonard apuntar a nadie durante aquel trágico día en Oglala, en
junio de 1975, en la Reserva de Pine Ridge de Dakota del Sur. No

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existía prueba alguna de que él hubiera matado a nadie, excepto
pruebas indiciarias falsificadas y absolutamente engañosas.
Entre las muchísimas cosas que se ocultaron durante este juicio
alarmantemente injusto, un juicio que deshonra, y continúa
deshonrando el sistema judicial americano, figura la asombrosa
violencia que se venía desarrollando en la Reserva de Pine Ridge,
que fue lo que condujo directamente a los sucesos de aquel día.
Esa violencia, dirigida contra la gente tradicional de la reserva,
había causado anteriormente la relacionada y más conocida
tragedia de la ocupación y sitio del cercano Wounded Knee en
1973. Y esa violencia se aceleró enormemente durante los dos
años comprendidos entre 1973 y 1975.
En 1973, cuando se ocupó Wounded Knee, sólo había
unos pocos agentes del FBI en todo el Estado de Dakota del Sur,
y con frecuencia solamente había uno. Pero para 1975, había
sesenta. Fueron desplegados de manera arrolladora frente a una
pequeña población india. Durante esos dos años más de sesenta
indios, algunos dicen que hasta trescientos, murieron de forma
violenta y sin explicación alguna en la Reserva de Pine Ridge,
mayoritariamente debido a la actividad instigada por nuestro
gobierno federal. Y de esto no cabe duda.
Con la complicidad del gobierno, un malicioso grupo
paramilitar que orgullosamente se denominaba a sí mismo los
GOONs, Guardianes de la Nación Oglala, fueron provistos de
armas, entrenamiento y motivación para crear una nueva ola
de violencia, aún recordada como el “reino del terror”, dirigida
contra la población india tradicional y sus partidarios, incluyendo
al Movimiento Indio Americano (AIM). Solamente en marzo
de 1975 se mató a siete indios pero sus muertes quedaron
prácticamente sin investigar a pesar de la presencia de ese ejército
de agentes del FBI y de otros agentes de la ley federales, estatales
y tribales. Y es por esto por lo que la
población tradicional, los Ancianos del pueblo lakota
(sioux), pidieron al AIM, como ya hicieron dos años antes en
Wounded Knee, que mandase algunas personas para protegerlas.
Y yo exclamo, gracias a Dios que el AIM lo hizo.
Un pequeño grupo de valientes y entregados miembros
del AIM, menos de diecisiete personas, con sólo seis hombres,

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Leonard Peltier entre ellos, vinieron a proteger a los indios
tradicionales de la violencia que secreta e ilegalmente toleró e
inició nuestro gobierno. Estos defensores del AIM junto con
otras personas del lugar, montaron un poblado de tiendas de
campaña, al que llamaron un “campamento espiritual”, en la
remota propiedad de Pine Ridge de Harry y Celia Jumping Bull,
dos Ancianos que temían desesperadamente por las vidas de sus
seres más queridos tras las amenazas constantes de los GOONs.
Debemos recordar que éste era un tiempo de paranoia
por parte del gobierno, que estaba en contra de todos los grupos
disidentes que permanecían cuando la era de la guerra de Vietnam
tocaba a su fin. Todas estas cosas estaban interrelacionadas. No
deberíamos olvidar nunca las desgarradoras palabras que Martin
Luther King, Jr. pronunció en 1967 cuando se proclamó en contra
de la guerra del Vietnam, anunciando que “El mayor proveedor
de violencia en la tierra es mi propio gobierno”.
No cabe duda de que durante ese tiempo nuestro
propio gobierno estaba generando violencia contra los indios
tradicionales de Pine Ridge como medio de control y dominación,
algunos creen que actuando a favor de intereses relacionados
con la energía, planeando robar las vastas riquezas minerales sin
explotar de la reserva, especialmente uranio.
Ahora sabemos, a partir de documentos que se han hecho
públicos recientemente, en la década de 1990 y bajo el Acta de
Libertad de Información (Freedom of Information Act), que el
FBI tenía gente en posición al menos veinte minutos antes de
que los dos coches que desencadenaron el “incidente En Oglala”
llegaran al recinto de los Jumping Bull. El gobierno había estado
preparando un acto importante.
Durante el juicio de Leonard Peltier en Fargo, Dakota del
Norte, en 1977, se excluyó mucha información esencial sobre el
caso. La mayor exclusión fue la de toda esta violencia instigada
por el gobierno, que había causado la tragedia entera y condujo a
las muertes de sus propios agentes.
¿Por qué estaban estas personas Del AIM allí? ¿Por qué
estaba Leonard Peltier allí? ¡Estaba allí para proteger a la gente, a
su propia gente, a los que estaban matando! Si eso es un crimen,
¿dónde estamos?

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Pero los crímenes del propio gobierno no terminaron
aquí. Sobornaron a todo nuestro sistema de justicia cuando
intimidaron a un testigo, a una pobre e inconsciente mujer india,
para que testificara como novia de Leonard Peltier declarando
que realmente había visto a Leonard matar a los agentes, luego
emplearon ese testimonio para extraditar a Leonard de Canadá,
adonde había huido temiéndose precisamente el tipo de justicia
desautorizada que estaba a punto de recibir en los tribunales
estadounidenses.
Como bien sabía el FBI, aquella mujer no estuvo allí, nunca
había conocido y ni siquiera visto a Leonard Peltier, ¡Y el gobierno
lo sabía! Aún me resulta asombrosa la manera de la que hablan
de esta mujer y cómo la culpan de no decir la verdad. Porque,
mucho tiempo después de que todo terminase, ellos admitieron
libremente que “no hay una chispa de evidencia, ni una pizca
de evidencia”, ésas son sus propias palabras, de que esta mujer
fuese testigo de nada. Admiten que ni siquiera estuvo allí. Ahora,
¿creéis que ella simplemente se acercó de manera voluntaria para
entregar tres documentos? ¿Por qué situación pasaría esa pobre
mujer en manos de sus interrogadores? ¿Por qué tipo de abuso?
Este fue el mismo tipo de abuso y manipulación que se perpetró
sobre toda la población tradicional de Pine Ridge y por nuestros
propios agentes del gobierno. Pensad en cómo tuvieron que tratar
a esta mujer para forzarla a dar un testimonio totalmente falso, y
en cómo se aprovecharon de ella para detener a Leonard Peltier
y traerle aquí de nuevo. ¡Menudo acto criminal más vergonzoso!
Mientras esto continúe siendo incontestado y quede sin castigar,
todos nosotros, todo ciudadano de nuestra gran nación, estamos
siendo sometidos al mismo tipo de injusticia pura y arrogante.
Los demás encubrimientos que el gobierno mantuvo
para poder encarcelar a Peltier son increíbles. El laboratorio del
FBI, como seguramente sabréis, es el sujeto de toda una serie
de informes recientes que lo condenan por inventar pruebas,
por falsificar pruebas, por incompetencia en la evaluación de
pruebas. Aun así, la mitigada naturaleza de la única prueba contra
Leonard Peltier es tan absurda que, si el laboratorio del FBI fuese
competente u honesto, esa supuesta prueba no valdría nada. El
gobierno, durante el proceso de su fraudulento caso contra Peltier,

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ocultó los partes del laboratorio que afirmaban no poder conectar
la única bala (que no era ni siquiera una bala sino un casquillo, un
casquillo usado) con lo que se conocía como el “Wichita AR-15”,
el supuesto “arma homicida”. Y, aun así, el FBI sostenía la conexión
del casquillo AR-15 (este mismo bajo sospecha de ser una prueba
falsificada) con ese particular AR-15, aunque su propio laboratorio
había afirmado que no coincidían, y luego ocultaron Ilegalmente
esta prueba a la defensa, durante el juicio de Leonard en Fargo.
Ni aun estableciendo una conexión entre los dos podrían haber
situado el arma en las manos de Leonard Peltier, y mucho menos
probar que fuese éste el “arma homicida”. Leonard no estuvo a
mil quinientas millas de donde halló el arma en las cercanías de
Wichita, Kansas, semanas después del tiroteo de Oglala. Así que
¿cómo se acaba convirtiendo éste en su rifle? Bueno, tenían un
plan para esto. El gobierno argumentó que solamente había un
rifle AR-15 en posesión de los indios de la reserva. Pero eso era
absolutamente falso, como bien sabían ellos. Y los tribunales han
confirmado desde entonces, sin duda alguna, que allí había una
serie de AR-15 y también M-16, que disparan el cartucho 0,223
siendo éste el mismo tipo de cartucho de alta velocidad que el que,
según se afirma, mató a estos agentes del FBI.
Durante el juicio de Leonard, los fiscales del gobierno
reconstruyeron una escena para la cual no tenían prueba alguna,
una escena imaginaria en la que un agente, supuestamente
sufriendo por ya haber sido herido a distancia, se tapaba la cara
con la mano rogando que no le dispararan, y era tiroteado a través
de ella por Leonard Peltier que lo mataba y después se giraba para
disparar al otro agente matándolo también ambos a bocajarro. El
único problema era que no había prueba alguna para esto; ningún
testigo declaró nada parecido y aun así, el jurado fue intimidado
para creer esta historia absolutamente falsa.
Más tarde, en 1985, después de que Leonard ya hubiese
cumplido una década en prisión, uno de los fiscales del gobierno
admitió cándidamente, “No sabíamos quién mató a los agentes”.
Esto es lo que dijo: “No sabíamos quien mato a los agentes”. ¡Ahora
ya ha pasado más de otra década y Leonard Peltier continúa en
prisión! Está allí, condenado por dos cargos de asesinato, y está
cumpliendo dos cadenas perpetuas, ¡todo por un crimen que

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el gobierno sabe que no ha podido probar que él cometiera! Al
encarcelar a Leonard Peltier, aquellos lo mantienen encerrado,
apartado de su gente, continúan la deshonrosa y centenaria
política del gobierno de dominación y opresión de la población
india. Leonard Peltier es un puro símbolo de esa dominación y
opresión continuada. ¿Es de sorprender que se le considere un
“preso político”?.
Así, incluso después de que el gobierno admitiera que
no pudo probar quién mató a los agentes, en vez de querer
ver a Leonard libre e intentar abrir una investigación sobre
sus propios delitos, saltaron de este hecho a un nuevo e
igualmente fraudulento argumento para poder continuar con el
encarcelamiento, esta vez bajo el cargo de “complicidad criminal"
con quienquiera que supuestamente matara a los agentes. Sin
embargo, el jurado le había sentenciado con una doble cadena
perpetua porque creyeron la historia inventada del fiscal en la
que Leonard asesinaba a aquellos agentes heridos a sangre fría
y a bocajarro, y no por un cargo de “complicidad criminal”,
que podía aplicarse igualmente a muchísimos indios presentes
aquel día. Nunca le hubieran sentenciado con el doble de su vida
natural por estar simplemente en la escena, como tantos otros,
tratando de defender a sus mayores, mujeres y niños contra la
invasión ilegal y equivocada de la propiedad Jumping Bull por
parte del gobierno.
El hecho es que el gobierno no tiene que decirnos quién
mató a los agentes. El informe completo demuestra que no saben
quién los mató, y no quieren que nadie más lo sepa. Quieren
desesperadamente que el mundo crea que Leonard Peltier es
culpable porque en ello les va su reputación.
El presidente de los Estados Unidos puede conmutar esta
sentencia en el nombre de la justicia en cualquier momento que
él desee. Tiene ese poder, completo y absoluto, bajo Constitución.
Debemos exigir que lo haga y debemos exigir que suceda este
año, este mismo día. Cada uno de nosotros y todos nosotros
debemos alzar nuestras voces en un coro de millones, de decenas
de millones.
Hasta que esto suceda, cada día es un nuevo crimen,
cada amanecer es un nuevo crimen, cada atardecer es un nuevo

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crimen contra la dignidad del pueblo indio y contra el honor de
los Estados Unidos de América. Porque mientras Leonard Peltier
esté en prisión, todos lo estamos.

Ramsey Clark,
defensor de Leonard Peltier
y ex Fiscal General de los Estados Unidos

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PREFACIO DEL AUTOR

La inocencia es la defensa más débil. La inocencia tiene una


única voz que sólo puede decir una y otra vez, “Yo no lo hice”. La
culpa tiene mil voces, todas ellas mentiras.
Yo ya he alegado mi inocencia durante mucho tiempo, en
tantos tribunales de justicia y en tantas declaraciones públicas
hechas a través del Comité de Defensa de Leonard Peltier
(Leonard Peltier Defense Committee), que no lo discutiré aquí.
Tampoco discutiré en estas páginas los aparentemente infinitos
detalles de mi “caso”. Eso se ha hecho magistralmente bien en
más de seiscientas páginas finamente detalladas y escritas por
Peter Matthiessen en su libro The Spirit of Crazy Horse: The
Story of Leonard Peltier and the FBI's War on the American
Indian Movement. Me alegra poder decir que este libro de
corazón valiente está nuevamente disponible en tiendas, tras
haber sido retirado de la venta durante unos ocho años debido a
demandas judiciales que finalmente fueron sobreseídas. La nueva
edición de 1991 de Viking/Penguin explica la historia de estas
demandas. Aquí tampoco insistiré en ello. Lo que sí lamento es
que estas demandas judiciales mantuvieran el libro alejado del
ojo y consciencia públicos precisamente en un período crítico,
durante mis apelaciones después del juicio. Supongo que ése era
su propósito.
Durante estos últimos veinte años he publicado literalmente
miles de declaraciones dirigidas a mis defensores, muchas de ellas
se encuentran enormemente Spirit of Crazy Horse, el periódico
bimensual del Comité de Defensa de Leonard Peltier. Estoy
orgulloso de que este periódico alternativo se haya convertido en
un instrumento a favor de la justicia para muchos otros prisioneros
retenidos injustamente, no sólo para mí. Originariamente había
pensado que para escribir este libro simplemente podría volver
a publicar una selección de mis anteriores declaraciones. Pero, al
releerlas, me di cuenta que la mayoría de estas declaraciones se
referían a circunstancias particulares de mi caso en aquel tiempo
y eran tan específicas a ese momento que hoy podrían resultar
dudosa relevancia.

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En vez de simplemente editar y reimprimir mis anteriores
escritos, he pedido a mi amigo y defensor durante largo tiempo,
Harvey Arden, coautor de Wisdomkeepers: Meetings with Native
American Spiritual Elders, que me ayudara con la absorbente
tarea de darle al conjunto total de mis pensamientos y escritos
un solo enfoque. Si bien pueden encontrarse frases ocasionales
encapsuladas y hasta unos cuantos párrafos extraídos de mis
anteriores declaraciones públicas dirigidas a mis defensores, la
mayor parte de este libro es nueva, habiendo sido enteramente
replanteado y rehecho.
Estoy enormemente agradecido a la paciencia editorial de
Harvey durante este, a menudo, tan difícil proceso. Él ha insistido
en que incluya no sólo mis pensamientos públicos y políticos, así
como esbozos fragmentados para una autobiografía que espero
escribir algún día, que inicialmente pensaba que habría sido
suficiente, sino que también me ha empujado a que explorase
algunos de mis sentimientos más privados y experiencias
internas, incluyendo las hojas de un bloc de páginas sueltas, una
colección de apuntes tipo diario totalmente desorganizada, que
he arrancado del libro de mi vida cotidiana aquí en Leavenworth.
Estos apuntes han sido escritos durante meses, incluso años, y
han sido mezclados aquí con mis recuerdos y pensamientos.
Lo que sigue a continuación en estas páginas es, por
tanto mi propio testamento personal que he puesto por escrito
de la mejor manera que he podido, dadas las circunstancias.
Esparcidos entre estos apuntes de diario, pensamientos del alma,
reflexiones políticas, y recuerdos personales, se encuentran
piezas de reflexión en forma de poemas, pero realmente yo no las
concibo como poemas; son flechas de significado, y ojalá también
lo sean de cura, de mi corazón al tuyo. Espero que den en su
blanco. Muchos de éstos fueron escritos en trozos de papel bajo
la eterna media luz durante mis noches de prisión, y se presentan
aquí por primera vez. Algunos me parecen tener una relevancia
continuada, arrojando unos pocos rayos de luz a través de las
sombras que me rodean y enredan. Cada uno captura mi estado
de ánimo, y corazón, en algún momento crucial. La verdad es que
para un hombre en prisión por un crimen que no ha cometido,
todo momento es crucial.

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Otros libros y artículos relacionados con mi caso continúan
saliendo, así como películas. De estas últimas la más conocida ha
sido un documental de Robert Redford y Michael Apted Incident at
Oglala. También se está trabajando en un largometraje de ficción.
Puedo decirte, como un hombre que ha pasado gran parte de su
vida en un agujero de piedra y acero, que estoy inmensamente
agradecido y totalmente asombrado ante tanta atención recibida
desde un mundo exterior que las más veces olvida a los que nos
encontramos entre estos muros.

Para los que estamos encerrados aquí, no hay nada más


importante que ser recordado.

Leonard Peltier
Septiembre, 1998
Prisión de Leavenworth

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PARTE I
En Mi Propia Voz

Éste es mi vigesimotercer año


de encarcelamiento por un crimen
que no cometí
Capítulo I

10:00 p.m. Hora del cierre y recuento nocturnos. La pesada


verja metálica que conduce a mi celda deja escapar un amenazador
chirrido, luego se desliza, cerrándose bruscamente con un fuerte
golpe. Escucho otras puertas que provocan estruendos metálicos
casi simultáneos por el módulo. Las paredes reverberan, como
también lo hacen mis nervios. Aunque sé que está a punto de
suceder, con el sonido repentino, mi piel se sobresalta. Aquí
dentro estoy siempre con los nervios de punta, siempre nervioso,
siempre aprensivo. De no estarlo, sería tonto. Cuando vives en el
infierno nunca te permites bajar la guardia. Cada sonido súbito
contiene su propio terror. También cada silencio. Uno de esos
sonidos, o uno de esos silencios, bien podría ser mi último, lo sé.
Pero ¿cuál de ellos? Mi cuerpo se contrae ligeramente con cada
paso inesperado, con cada portazo metálico. ¿Se presentará mi
muerte con un grito o hará su trabajo en silencio? ¿Vendrá lenta o
rápidamente? ¿Acaso importa? De todas formas, ¿no sería rápido
mejor que lento?
La sombra de un guarda pasa a través de la pequeña
ventana rectangular de la puerta de mi celda. Escucho sus llaves
cencerrear y el fútil graznido de su transmisor-receptor. Se está
asomando, observando, observando. Me ve aquí sentado, cruzado
de piernas a media luz, con el cuerpo doblado y sobre mi cama,
escribiendo en este bloc. No alzo la vista hacia él. Siento su mirada
sobre mí, posándose, luego continúa, parando de nuevo ante la
forma dormida de mi compañero de celda que ronca suavemente
en la litera de arriba. Ahora ya se aleja. Un escalofrío recorre mi
nuca.
Otro día que termina. Eso es bueno. Pero ahora otra noche
está comenzando. Y eso es malo. Las noches son peores. Los días
simplemente te suceden. Las noches las tiene que imaginar, que
evocar, tú solo. Son el material de tus propias pesadillas. Aquí
dentro las luces se bajan pero nunca se apagan por completo. Las
sombras acechan por todas partes. Sombras dentro de sombras.
Yo mismo soy una de esas sombras. Yo, Leonard Peltier. También

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conocido en mi país nativo de la Isla de la Gran Tortuga como
Gwarth-ee-lass, “ÉI Lidera al Pueblo”. También conocido entre
mis hermanos sioux como Tate Wikuva, “Viento que Persigue al
Sol”. También conocido como prisionero de EEUU n° 89637-132.
Pliego mi almohada contra la pared de ladrillo que tengo
detrás y me recuesto, medio sentado, con las rodillas dobladas
hacia arriba, aquí en mi litera. Me he puesto mis pantalones
deportivos y sudadera de manga larga grises de prisión. Pueden
servir de pijama. En esta noche de invierno avanzado aquí dentro
hace fresco. Hay como un temblor en el aire. Las paredes de metal
y ladrillo y los suelos de baldosa irradian un frío perpetuo en esta
época del año.
Los más veteranos te contarán cómo solían ser tirados,
desnudos en invierno, en El Agujero, de paredes y suelo de
acero, sin ni siquiera un camastro o una manta para mantenerles
calientes; tenían que encogerse sobre sus rodillas y codos para
minimizar el contacto con el suelo que absorbe el calor. Hoy en
día, generalmente te dan ropa y una cama con manta, aunque no
mucho más. El Agujero, que he llegado a conocer bien durante
estos pasados veintitrés años en diversas instituciones federales,
habiéndome convertido yo mismo en algo veterano, permanece,
en mi experiencia, como unas de las más inhumanas torturas. Un
infierno psicológico. Afortunadamente, ahora ya no estoy ahí.
También me libre del calo que solía afligirnos hasta que
finalmente, hace unos diez años, instalaron aires acondicionados
en los módulos. Hasta entonces, Leavenworth había sido
infamemente conocido como El Invernadero porque aquí no
había aire acondicionado, sólo grandes ventiladores empotrados
en la pared que, durante el calor entumecedor de un día de verano
de Kansas a 35°C, echaban el pesado, inerte e irrespirable aire
hacia ti como un soplete, a veces literalmente secando el sudor de
tu frente antes de que pudiera formarse; se notaba especialmente
en los sofocantes niveles superiores del módulo de cinco piso.
Pero nos sigue quedando el ruido, siempre está el ruido.
Supongo que fuera el mundo también es ruidoso durante
la mayor parte del tiempo pero, aquí dentro, cada sonido se
magnifica en tu mente. El sistema de ventilación ruge y retumba
y sisea. Innumerables golpes metálicos y chirridos, chorros de

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agua y gorgoteos suenan entre las paredes. Timbres y campanas
destrozan tus nervios. Voces incorpóreas, frecuentemente
ininteligibles, zumban y graznan por los altavoces. Las verjas de
acero rechinan y dan portazos sin parar y vuelven a rechinar y a
dar portazos. Hay un coro de fondo siempre presente de gritos y
alaridos y llamadas, murmullos dementes, chillidos de locura, risa
fantasmagórica. Puede que un día te des cuenta de que una de esas
voces es la tuya y entonces, realmente te empiezas a preocupar.
De vez en cuando te cambian de una celda a otra, y eso
es siempre todo un acontecimiento en tu vida. Tu celda es
prácticamente todo lo que tienes, tu único refugio. Como la jaula
de un animal, es tu hogar, un hogar que haría a cualquiera envidiar
a los sin hogar. En esta vieja penitenciaría los diferentes módulos
contienen distintos tipos de celda, unas con barrotes, otras, como
en la que me encuentro ahora, son un armario de ladrillo de cinco
y medio por nueve pies con una puerta de acero. Contienen un
inodoro y un lavabo, una cama litera doble y un par de armarios
de acero bajos empotrados en la pared que hacen la vez de un
improvisado y siempre desordenado escritorio.
Ahora mismo, aquí dentro, acaban de poner a otro preso
conmigo tras haberme acostumbrado a estar felizmente solo por
algún tiempo. Él ocupa la litera de arriba y su forma inmóvil y
ronquidos se hunden casi hasta mi cabeza mientras trato de medio
sentarme aquí, con este bloc legal sobre mis piernas. Al menos
me toca la litera de abajo debido a la rodilla mala que he tenido
durante años. Deduzco que han puesto a mi nuevo compañero
de celda aquí conmigo a modo de castigo, un castigo para ambos,
supongo, aunque por qué, ni él ni yo tenemos la más mínima idea.
Lo primero que tienes que comprender aquí dentro es que
aquí tú nunca comprendes nada. Lo que está claro es no quieren
que estés cómodo en ningún momento Tampoco quieren que
jamás sientas seguridad. Y, por supuesto, no la sientes. Seguridad
es justo lo que nunca tienes en una prisión de máxima seguridad.
Ahora, en esta noche fresca, me echo la áspera manta
militar verde sobre mis rodillas y me cubro la nuca con una toalla
de mano para quitarme el frío. Me dejo los calcetines puestos bajo
las sábanas, al menos hasta que me vaya finalmente a dormir. En
este bloc amarillo y legal, comprado en el economato de prisión,

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garabateo lo mejor que puedo con un lápiz gastado que alguien
ha mordisqueado. Apenas puedo descifrar mi propia letra en la
semioscuridad, pero no importa.
No sé si alguien leerá esto jamás. A lo mejor alguien lo haga.
Si es así, ese alguien sólo puedes ser tú. Intento imaginar quién
puedes ser y dónde puedes estar leyendo esto. ¿Estás cómodo?
¿Te sientes seguro? Déjame escribirte estas palabras, por tanto,
personalmente. Te saludo, amigo mío. Gracias por tu tiempo y
atención, incluso por tu curiosidad. Bienvenido a mi mundo.
Bienvenido a mi morada de hierro. Bienvenido a Leavenworth.

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Capítulo II

He decidido que ha llegado el momento de que escriba,


de poner en palabras mi testamento personal, no porque planee
morir, sino porque planeo vivir.
Éste es mi vigesimotercer año de encarcelamiento por un
crimen que no cometí. Ahora tengo algo más de cincuenta y
cuatro años de edad. He estado aquí dentro desde que tenía treinta
y uno. Se me ha dicho que debería tener que vivir dos vidas más
siete años antes de poder salir de prisión en la fecha programada
para mi libertad, en el año 2041. Para entonces tendré noventa y
siete años. No creo que lo consiga.
Mi vida es una agonía prolongada. Siento como que ya he
vivido cientos de vidas en prisión. E igual lo he hecho. Pero estoy
preparado para vivir miles de vidas más por mi pueblo. Si mi
encarcelamiento no consigue nada más que educar a un público
inconsciente y despreocupado sobre las terribles condiciones que
continúan soportando los nativo-americanos y toda la población
indígena del mundo, entonces mi sufrimiento ha tenido, y
continúa teniendo, un propósito. La lucha de mi pueblo por
sobrevivir inspira mi propia lucha por sobrevivir. Cada uno de
nosotros debe ser un superviviente.
Yo lo sé. Mi vida tiene un significado. Me niego a creer
esta existencia, nuestro tiempo sobre la Madre Tierra, carece de
sentido. Creo que el Creador, Wakan Tanka, ha dado forma a
nuestras vidas por una razón. No sé qué razón es esa. Puede que
yo nunca lo sepa. Pero no necesitas saber el sentido de la vida para
saber que la vida tiene sentido.
Reconozco mis insuficiencias como portavoz. Reconozco
mis muchas imperfecciones como ser humano. Y aun así, como
los Ancianos me enseñaron, hablar con franqueza es mi principal
obligación hacia mí mismo y hacia mi gente. Hablar claramente y
de corazón es la Manera India.
Este libro no es un alegato de defensa ni una justificación.
Tampoco es una explicación ni una disculpa por los sucesos
que sorprendieron mi vida y muchas otras en 1975 y que me
convirtieron sin darme cuenta, y, sí, incluso de mala gana, en un

33
símbolo, en un foco del sufrimiento de mi pueblo. Pero todo mi
pueblo está sufriendo, así que en ese sentido no soy especial.
Debes comprender... soy corriente. Terriblemente
corriente. Esto no es modestia. Esto es un hecho. Puede que
tú también seas corriente. Si es así, respeto lo corriente que tú
eres, tu humanidad, tu espiritualidad. Espero que tú respetes
lo mío. Ese ser corriente es nuestro vínculo, tuyo y mío. Somos
corrientes. Somos humanos. El Creador nos hizo de esta manera.
Imperfectos. Insuficientes. Corrientes.
Da gracias por no haber sido maldecido con la perfección.
Si fueses perfecto, no habría nada que tuvieses que conseguir
en tu vida. La imperfección es la fuente de toda acción. Como
seres humanos ésta es tanto nuestra maldición como nuestra
bendición. Nuestra misma imperfección hace posible una vida
santa.
No se supone que seamos perfectos. Se supone que seamos
útiles.
Yo me doy cuenta de que puedo tener cambios de humor.
Eso es de lo poco que te queda aquí en prisión, tus humores. Estos
pueden dar un giro violento, incontrolablemente. Encontrarás
muchos de esos humores en estas páginas, abarcando desde
la casi desesperación hasta una elevada esperanza, desde una
asfixiante ira interna hasta el miedo y la desconfianza que todo
hombre tiene de sí mismo. Un determinado estado de humor
puede ser abrumador, especialmente durante esos días en los que
las interminables privaciones y frustraciones de la vida en prisión
se van apilando dentro de mí.
Y aun así, y más y más durante los últimos años, me siento
desprendido de todo ello, extrañamente libre, incluso estando
entre estos muros y alambre de espino que me rodean. El mérito
se lo doy a la Danza del Sol. Un hombre que ha participado en
la Danza del Sol mantiene un pacto especial con el Dolor. Y será
duro abatirle.
La Danza del Sol me hace fuerte. La Danza del Sol se
desarrolla en mi interior, no en mi exterior. Perforo la carne
de mi ser. Ofrezco mi carne al Gran Espíritu, al Gran Misterio,
Wakan Tanka. Dar tu carne al Espíritu es dar tu vida. Y lo que has
dado ya no lo puedes perder. La Danza del Sol es nuestra religión,

34
nuestra fuerza. Nos enorgullecemos enormemente de esa fuerza,
que nos permite resistir dolor, tortura, cualquier adversidad antes
que traicionar al Pueblo. Esto es por lo que en el pasado, cuando
el enemigo nos torturaba con cuchillos, látigos, incluso con fuego,
fuimos capaces de aguantar el dolor. Esa fuerza aún existe entre
nosotros.
Cuando das tu carne, cuando te perforas en la Danza del
Sol, sientes todo ese dolor, cada ápice. No se te escapa ni una pizca.
Y, aun así, se da una separación, un desprendimiento una mente
mayor a la que pasas a formar parte, de manera que tanto sientes el
dolor como te ves a ti mismo sintiendo el dolor. Y luego, de alguna
manera, el dolor se vuelve contenido, limitado. A medida que el
sol blanco de calor se va vertiendo derretido por tus ojos hacia tu
ser interno, a medida que los espetones implantados en tu pecho
tiran y estira desgarran tu carne que se expande gradualmente
por tu mente. El dolor explota en una luz blanca brillante, en una
revelación. Se te otorga una visión silenciosa de lo que es estar en
contacto con todo y con todos los seres.
Y para el resto de tu vida, una vez que has ofrecido el
sacrificio de tu carne al Gran Misterio, nunca olvidarás la realidad
mayor de la que cada uno formamos una parte íntima y esencial y
que nos mantiene en un abrazo tan cariñoso como los abrazos de
una madre. A partir de entonces, cada vez que te pinches un dedo
con un alfiler, ese pequeño dolor no será sino un pequeñísimo
recuerdo de aquel mayor dolor y de la aún mayor realidad que
existe dentro de casa uno de nosotros, un reino infinito que va
más allá del dolor.
Allí, incluso el prisionero más lamentable puede encontrar
consuelo. Así pues, la Danza del Sol hizo hasta llevadera la vida
en prisión para mí.

Estoy sin destruir.


Mi vida es mi Danza del Sol.

35
Capítulo III

No ofrezco disculpas, sólo tristeza. No puedo disculparme


de lo que no he hecho. Pero puedo llorar las pérdidas y lo hago.
Cada día, cada hora, lloro por aquellos que murieron en el tiroteo
de Oglala de 1975 y por sus familias, por las familias de los agentes
del FBI Jack Coler y Ronald Williams y, sí, por la familia de Joe
Killsright Stuntz, cuya muerte, provocada por una bala disparada
en Oglala durante ese mismo día, nunca ha sido investigada, al
igual que las muertes de cientos de otros indios durante aquel
terrible período en Pine Ridge. Me duele el corazón recordando
el sufrimiento y miedo bajo el que tanta gente fue obligada a vivir
durante ese tiempo, el mismo sufrimiento y miedo que nos trajo a
mí y a los demás a Oglala aquel día, para defender a los indefensos.
Y me invade una dolorosa tristeza, también, por la pérdida
de mi propia familia porque, en cierto modo, realmente yo
también morí aquel día. Morí para mi familia, para mis hijos, para
mis nietos, para mí mismo. He vivido mi muerte durante más
de dos décadas. Aquellos que me encerraron y mantienen aquí
conociendo mi inocencia pueden quedar severamente satisfechos
con su segura recompensa, que es ser quienes y lo que son. Esa
recompensa es de las más terribles que yo pueda imaginar.
Yo sé quién y qué soy. Soy un indio, un indio que osó
levantarse para defender a su gente. Yo soy un hombre inocente
que nunca ha asesinado a nadie ni lo ha querido hacer jamás. Y,
sí, soy un participante de la Danza del Sol. Eso, también, forma mi
identidad. Si he de sufrir como un símbolo de mi pueblo, entonces
sufro orgullosamente.

Nunca me rendiré.

Si vosotros, los allegados a los agentes que murieron en la


propiedad de los Jumping Bull aquel día, obtenéis una cura de
satisfacción por estar yo aquí, entonces al menos os puedo dar
eso, aunque sea inocente de su sangre. Siento vuestra pérdida
como la mía propia. Como vosotros, yo sufro esa pérdida cada

37
día, cada hora. Y lo mismo le sucede a mi familia. Nosotros,
también, conocemos esa pena inconsolable. Nosotros los indios
nacemos, vivimos, y morimos con una pena inconsolable. Hemos
compartido nuestra pena común durante veintitrés años ya,
vuestras familias y la mía, así que ¿cómo es posible que seamos
enemigos? A lo mejor es con vosotros y con nosotros cuando
la cura pueda comenzar. Vosotros, las familias de los agentes,
verdaderamente no tuvisteis culpa aquel día de 1975, igual que
mi familia, y sin embargo vosotros y ellos habéis sufrido tanto
como, incluso más que cualquiera que estuviera allí. Parece ser
que siempre es el inocente el que paga el precio más alto por la
injusticia. Ha resultado así durante toda mi vida.
A las familias de Coler y Williams que aún lloran la pérdida,
os ofrezco mis oraciones si las aceptáis. Espero que lo hagáis. Son
las oraciones de un pueblo entero, no sólo mías. Tenemos muchos
de nuestros muertos por los que reunimos nuestra tristeza a la
vuestra. Dejemos que nuestra pena común sea nuestro vínculo.
Dejad que esas oraciones sean bálsamo para vuestra tristeza, no el
encarcelamiento de un hombre inocente. Os comunico a vosotros
que, absolutamente, si de alguna manera pudiera haber prevenido
lo que sucedió aquel día, vuestros hombres no hubieran muerto.
Hubiera muerto yo mismo antes que permitir que sucediera lo
que sucedió. Y desde luego yo nunca apreté el gatillo que lo hizo.
Que el Creador me mate en este momento si es que miento. No
entiendo cómo el estar yo aquí, arrancado de mi propio nietos
nietos, puede reparar de forma alguna vuestra pérdida. Os juro,
sólo soy culpable de ser indio. Por eso estoy aquí.

38
Ser quien soy, ser quienes sois, eso es Pecado Aborigen.
Pecado Aborigen
Cada uno comenzamos en la inocencia.
Todos nos volvemos culpables.
En esta vida te hallas culpable
de ser quien tú eres.
Ser tú mismo, eso es Pecado Aborigen,
el peor pecado de todos
Ése es un pecado que nunca se te perdonará.
Nosotros los indios somos todos culpables,
culpables de ser nosotros mismos.
Se nos enseña esa culpa desde el día en que nacemos.
Lo aprendemos bien.
A cada uno de mis hermanos y hermanas, les digo,
estad orgullosos de esa culpa.
Sólo sois culpables de ser inocentes,
de ser vosotros mismos,
de ser indios,
de ser humanos.
Vuestra culpa os hace sagrados.

39
Capítulo IV

La muerte de seres queridos es más dura de llevar que


la tuya propia. En comparación, tu propia muerte resulta fácil.
Cuando en 1989 no se me permitió ir al funeral de mi padre,
yo sufrí un dolor peor que cualquier dolor físico. Un dolor sin
esperanza de ser curado, una herida eternamente abierta. Él había
visto a su hijo permanecer catorce años injustamente encarcelado,
y eso le rompió el corazón. Había prestado sus servicios durante
la Segunda Guerra Mundial, habiendo sido ametrallado en las
piernas por su esfuerzo; su hermano, mi tío Ernie, murió en el
campo de batalla. Uno pensaría que el gobierno al que defendió
arriesgando su vida permitiría al menos que su hijo acudiera a su
funeral, pero de ningún modo. La venganza cala hondo.
Y ha habido tantas otras muertes de seres cercanos y
defensores durante estos últimos años: la muerte de Hazel Little
Hawk, mi madre espiritual que fue amiga de tanta gente durante
tantos años; el Tío Louie Irwin, un guerrero con un corazón tan
fuerte como el de un oso, quien me inspiró durante cada día y me
ayudó a sobrevivir en este sitio de pesadilla como amigo, defensor
y consejero; mi desinteresado abogado y amigo Lew Gurwitz; y
tantos otros.
Pienso en todos aquellos que han muerto violentamente a
lo largo del mismo Camino Rojo que yo he andado: loe Killsright
Stuntz, muerto por la bala de un agresor desconocido en Oglala.
Dallas Thundershield, al que tirotearon durante nuestro intento
de escapada de Lompoc, que tratare más adelante, Bobby García,
nuestro compañero de fuga, encontrado inexplicablemente
muerto en su celda un par de años después. También está Anna
Mae Aquash, mi increíble hermana mic-mac¹ del Movimiento
Indio Americano (AIM), prevista como testigo de la defensa en
mi juicio de Fargo, que fue asesinada en Dakota del Sur por ser
inocente y ser inocente y ser india. Sus manos fueron cortadas por
un FBI vengativo y mandadas a Washington para ser identificadas
----------
1. Nación india del Este de Canadá a la que pertenecía a Aquash. También por extensión,
debido a su confederación de clanes, <aliado>. (N. del T.)

41
cuando sabían muy bien quien era ella. Aquello fue una
profanación deliberada un asalto a nuestras creencias espirituales
más íntimas, con la intención de intimidarnos apuntando al
pleno centro de nuestro ser.
Cuando los federales amenazaron a otra pobre mujer
india, Myrtle Poor Bear, con hacerle lo mismo a ella y a su hija si
no testificaba falsamente en mi contra, ella así lo hizo. Más tarde
desdijo la historia que los fiscales habían inventado para ella,
aunque esto ya me había destrozado. Ahora bien, a ella la puedo
entender e incluso puede que perdonar. Pero aquellos que, por
unas pocas piezas de plata de los EEUU o por cualquier motivo
equivocado, infligieron este mal sobre esta pobre mujer y sobre mí
y sobre todos nosotros, incluyendo al pueblo americano mismo...
a menudo me pregunto qué sueños espasmódicos les asaltarán
por la noche si verdaderamente creen en su Dios cristiano y en el
eterno crepitar del infierno que, seguramente, esté esperándoles.
Pero... no... Ahí estoy, siendo rencoroso y vengativo
mismo, deseando daño a los otros como ellos me lo han deseado
a mí. Debo velar por esto en mí. Tengo que pisar la cabeza de esa
serpiente cada vez que surja. Siempre hay alguien a quien odiar.
La lista de aquellos que se han ganado nuestro odio, y que han
rechazado nuestro odio, es interminable. ¿Debemos hacer listas
de los crímenes del otro? ¿Debemos odiarnos los unos a los otros
para siempre?
Sé que a menudo he hablado en contra de la población
india que, según nos pareció a nosotros, se puso de los opresores,
volviéndose en contra de su propia gente. Pero, yo lo sé, eso es
simplificarlo demasiado. Los indios no se enfrentan a decisiones
fáciles. Ahora veo que el Servicio Secreto de los EEUU, nada
menos, está anunciándose en un periódico indio para reclutar
gente. ¡Imagínate eso! Y también sé que hay gente nativa de
buen corazón en el FBI, gente entregada, dedicada, leal, buenos
americanos como también son buenos indios. Han tomado esa
decisión, y aunque puedo no estar de acuerdo con ello, sí lo
respeto. Conozco la tensión sobre sus corazones. Está bien que
estéis ahí, mis hermanos y hermanas... así pueden vernos como lo
que somos, seres humanos, sí, ordinarios y extraordinarios, seres
humanos. Absolutamente iguales a todos los otros seres humanos
de esta tierra.

42
Sí, incluso nosotros los prisioneros somos humanos.
Supongo que todo hombre se proclama inocente, lo sea o
no.
Pero, yo os digo, hasta los culpables son humanos. Y, como
para los inocentes que son etiquetados de culpables, la suya es una
agonía especial que va más allá de toda comprensión.
De alguna manera, Wakan Tanka, Tunkashila, el Gran
Misterio, encuentra sentido y significado a todo ello.
¿Tienen las estrellas significado? Entonces mi vida tiene
significado.
No cabe duda de que mi nombre figurará pronto entre los
nombres de nuestros indios muertos. Al menos estaré en buena
compañía, pues no ha habido hombres y mujeres mejores, más
amables, más valientes, más sabios, de más valía que aquellos que
ya han muerto por ser indios.
Nuestros muertos siguen viniéndonos, una larguísima
fila de muertos, siempre creciendo y nunca acabando. Hacer
una lista con sus nombres sería imposible, pues la enorme y
gran mayoría de nosotros ha muerto sin que ello se supiese, sin
reconocimiento alguno. Sí, incluso nuestros muertos nos han
sido robados, arrancados de nuestra memoria como los huesos de
nuestros reverenciados antepasados han sido deshonrados al ser
excavados de sus tumbas y llevados a museos para ser embalados
y catalogados y ser escondidos en archivadores, siendo negados la
última petición y derecho de todo ser humano: un entierro decente
en la Madre Tierra y ceremonias propias de conmemoración para
iluminar el camino hacia el mundo del más allá.
Sí, pasar lista a nuestros indios muertos clamado, ser gritado
desde cada cima de montaña para alterar el terrible silencio que
trata de borrar el hecho de que hayamos existido.
Me gustaría ver un muro de piedra rojo como el muro
de piedra negro del monumento de la Guerra del Vietnam, que
sólo he visto en fotos. Sí, justo ahí, en pleno Mall² de Washington
D.C. Y sobre ese muro de piedra rojo, pigmentado con la sangre
viva de nuestra gente (y yo felizmente donaría esa esa sangre el
primero), figurarían los nombres de todos los indios que han

----------
2. El paseo principal de Washington D.C. (N. del T.)

43
muerto por ser indios. Sería cientos de veces más largo que el
Monumento de Vietnam, que conmemora las muertes de menos
de sesenta mil almas valientes perdidas. El número de nuestras
almas valientes perdidas alcanza los muchos millones, y cada una
de ellas permanece inquieta hasta este día. Igual de efectivo sería
un Museo del Holocausto para que el indio americano pueda
recordar las voces de aquellos que fueron asesinados.
Sí, las voces de Toro Sentado (Sitting Bull) y Caballo
Loco (Crazy Horse), de Buddy Lamont y Frank Clearwater, de
Joe Stuntz y Dallas Thundershield, de Wesley Bad Heart Bull
y Raymond Yellow Thunder, de Bobby García y Anna Mae
Aquash… éstas y tantas, tantas otras. Sus voces acalladas nos
llaman y exigen ser escuchadas.

Mi vida es una oración por mi pueblo.

44
Capítulo V

Yo no he sido tratado peor que otros muchos prisioneros;


mejor que algunos. Al menos estoy vivo. Recientemente, por
alguna razón inexplicable, han confiscado la toalla que usaba de
falda ceremonial y que he llevado durante años a nuestra sagrada
cabaña de sudar¹, me dicen que la han tirado. Eso me dolió más
que las privaciones físicas y los ratos de confinación solitaria.
Las palizas, en general, han cesado, espero. En el pasado
me dieron una por el alto crimen de pasar medio sandwich a otro
preso, me lo hubiera comido yo mismo pero mi mandíbula estaba
demasiado hinchada, así que, en vez de tirarlo, se lo di a otro
tipo que tenía hambre. Esto me provocó dos costillas rotas y una
mandíbula más inflamada de lo habitual, y mis dolores de cabeza
fueron peores por una temporada debido al golpe que se llevó ésta
contra el marco de una puerta.
Durante la mayoría del tiempo tengo dolores de cabeza
terribles. Perdí el 80% de la visión de mi ojo izquierdo debido a
una hemorragia de retina que sufrí hace años. También se me ha
dicho que he dado positivo en un test de hepatitis B.
He sido obligado a trabajar en la fábrica de muebles de
prisión, a pesar de mi crónica salud empobrecida.
Mi boca es todo un espectáculo de los horrores; de niño tuve
trismo, y mi mordida y encías no han estado bien desde entonces.
También tuve una rotura de mandíbula que nunca cicatrizó
correctamente. Está inflamada y me causa un dolor constante.
Durante los últimos años he pasado por tres operaciones de
mandíbula sin éxito, en las instalaciones de prisión.
Los doctores de las instalaciones médicas para prisioneros
federales de Springfield, Missouri, donde se me trato no se
pusieron de acuerdo en el tratamiento para mi mandíbula. Uno
quería poner un tubo de drenaje fuera de mi boca, otro quería
por dentro. Cada uno decía que el otro no sabía de lo que hablaba.
En una de las operaciones me pusieron unas articulaciones de
---------------
1. Sweat lodge: Cabaña de sudar en la que se desarrolla una ceremonia sagrada de
purificación. (N. del T.)

45
plástico, más tarde una de éstas se soltó y cayó. Durante semanas
tuve alambres sueltos asomando por el interior de mi boca,
rasgando mi lengua y encías y el interior de mi mejilla, quedando
todo en carne viva.
Aunque mi mandíbula permaneció, y aún permanece
contraída, casi cerrada por completo, con sólo una estrecha raja
entre mis dientes a través de la cual se puede empujar comida
blanda y hecha una pasta, se me ha negado comida especial.
“Come compota de manzana, es buena para la salud”, me dijo
un guarda con una sonrisa sarcástica. Durante la mayoría de mis
estancias en Springfield se me tuvo no en el hospital sino en una
celda de castigo segregada, arrastrándome con hormigas, piojos,
y cucarachas. En la última operación perdí tanta sangre que se
requirieron transfusiones continuas. Os puedo decir que pasé al
otro mundo durante ese tiempo: estaba seguro de haber muerto y
estaba contento de que al fin todo hubiera terminado. Me apetecía
unirme a todos aquellos amigos y parientes que habían pasado al
mundo Cielo antes que yo, y, entonces, de pronto estuve de vuelta
en mi inmunda celda de Springfield. Por alguna razón también se
me dio un tratamiento prolongado de radiación, aunque algunos
doctores de fuera me han dicho que no hay ninguna razón para
usar radiaciones en casos como el mío.
Me he negado a someterme a más intervenciones
quirúrgicas en prisión y he solicitado tratamiento médico
inmediato de un especialista independiente; esa solicitud sigue
siendo denegada. Algunos de mis defensores se preocuparon
pensando que las autoridades vengativas me estaban matando
deliberadamente, al desangrarme y radiarme. No lo creo. En
cualquier caso, la muerte, comparado con aquello, hubiera
supuesto la felicidad, y ellos claramente no quieren que ningún
tipo de felicidad.
Cuando el dolor que chilla en mi mandíbula se hace
demasiado fuerte, yo sólo cierro los ojos y pienso en la Danza del
Sol. Eso ayuda. Mi cuerpo puede estar aquí encerrado, pero mi
espíritu vuela con el águila.

46
El corazón del mundo
Aquí estoy,
encerrado en mi propia sombra
durante más de veinte años,
y aun así
he extendido mi mano
a través de piedra y acero y alambre de espino
y he tocado el corazón del mundo
Mitakuye Oyasin, dicen mis hermanos Lakota.
Todos estamos emparentados.
Somos Uno

En la noche de sombras
A veces
en la noche de sombras
me convierto en espíritu.
Los muros, los barrotes, las rejas se disuelven en la luz
y yo desato mi alma
y vuelo a través de la oscuridad interna de mi ser
Me vuelvo transparente,
una sombra brillante,
un pájaro de sueños cantando desde el árbol de la vida.

47
Capítulo VI

Nunca te acostumbras a la vida en prisión. Mientras


duermo oigo voces de personas, algunas ya llevan muertas
largo tiempo, como mi padre. Dichas voces son una tortura.
Preguntarte cada día, a cada hora, si tú alguna vez serás libre
de nuevo o no, es una forma muy especial de tortura. Cobra su
peaje diario, y por horas, a tu corazón y a tu alma, especialmente
cuando le tienes que explicar a tu nieto por qué no te dejarán
asistir a su partido de fútbol. Te consume internamente el
escuchar la voz de este niño pequeño preguntando, “Abuelo,
¿por qué no terminas de una vez tu sentencia?” Él pensaba que
mi sentencia era solamente un conjunto de palabras que yo tenía
que escribir, como copiar una frase una y otra vez en un castigo
de su colegio. No podía entender que mi sentencia dure el doble
de mi vida natural.
Cuando, en sus visitas ocasionales, cojo a mis nietos
entre mis brazos y huelo el olor de su pelo y siento el calor
de sus pequeñas manos en las mías, soy transportado
momentáneamente. Pero luego viene el inevitable golpe metálico
de las verjas cerrándose detrás de ellos que ya se marchan, e
inmediatamente soy transportado de vuelta aquí, a esta eterna
morada de hierro llamada Leavenworth. Ese golpe metálico hace
eco en mi alma mientras reverbera por los pasillos frías paredes.
Con todo, honestamente os puedo decir que desearían
haber estado en el campamento Jumping Bull aquel do 1975.
Pero nunca me he arrepentido de ser uno de los levantó y ayudó
a proteger a mi gente. He sacrificado casi un cuarto de siglo de
mi vida, de mi libertad, por haberlo hecho. Lo admito, estoy
cansado. A lo largo de los años, he escondido mi sufrimiento.
Sonrío cuando me apetece llorar. Me rio cuando me apetece
morir. Tengo que mirar fijamente las fotos de mis hijos y nietos
para verlos crecer. Echo de las cosas más simples de la vida
corriente, cenar con amigos, pasear por el bosque. Echo de
menos cuidar el jardín. Echo de menos la risa de los niños. Echo
de menos el ladrido de los perros. Echo de menos la lluvia sobre

49
mi cara. Echo de menos a los bebés. Echo de menos el sonido
de pájaros cantando y de mujeres riendo. Echo de menos el
invierno y el verano y la primavera y el otoño. Sí, echo de menos
mi libertad. A ti también te pasaría.
Uno de nuestros grandes ancianos espirituales lakota, el
ya desaparecido Mathew King, dijo: “Sólo una cosa es más triste
que recordar que una vez fuiste libre, y eso es olvidar que una vez
fuiste libre. Ésa sería la cosa más triste de todas”
Esto es algo que yo. Leonard Peltier, nunca haré.
Nunca olvidaré el sabor de la libertad.
Ni olvidaré la visión del amanecer o del atardecer. Espero
volver a verlos un día.
Una mañana despiertas y te encuentras con que se te ha
dado algo que no quieres… dos cadenas perpetuas más siete años.
Estos enrejados de acero verde-gris, estos fríos muros de cemento,
estas interminables espirales de alambre de espino, estas puertas
con verjas de acero que se deslizan y te llevan de ningún sitio a
ningún sitio, estos pasillos ensombrecidos e inhumanos son ahora
tu mundo. Este lugar es tuyo, te dicen, hasta el año 2041. No una
sentencia para toda una vida, sino para dos. Consecutivas. Eso,
por supuesto, siete años, por haber intentado escapar una vez, en
1978, para evitar ser asesinado, algo que relataré más tarde.
Yo me digo a mí mismo: da gracias de no haber recibido
tres cadenas perpetuas, Leonard. Después de todo, ¡podrías no
haber matado a tres personas en vez de no dos! ¡Entonces sí
que me habrían castigado ya con todo lo posible! Sí, Leonard,
considera dos cadenas perpetuas más siete años como algo muy,
muy indulgente por el alto crimen de ser inocente.
No hay manera de saber cuánto tiempo permaneceré aquí.
Una vez conté los días, luego las semanas, luego los meses, luego
los años. Ahora cuento las décadas. Ya he cumplido dos décadas.
¿Debo cumplir dos más? ¿Tres? ¿Cuatro? Parece que la aritmética
se vuelve más fácil a medida que el tiempo se hace más duro.
Aquí dentro puedes tener pensamientos de locura.
Como… dime, cuando muera ¿traerán mi cuerpo de nuevo a mí
celda para cumplir la condena completa de mi segunda sentencia
más esos siete años? ¿Puede que ya haya sido traído de vuelta y
que lo haya olvidado? ¿Puede que ya sea un cadáver? ¿Un cadáver

50
que respira? Pero no, no. Un cadáver no se sonreiría a sí mismo
de esta manera. En algún sitio, de alguna manera, debe haber algo
gracioso en todo esto. Algo horriblemente gracioso. Un chiste
cósmico y disparatado sobre mí, un verdadero regocijo en algún
endemoniado cielo o infierno.
Hace un rato alguien gritaba misteriosamente por el pasillo,
entre la medio-oscuridad de ecos. “¡Slur the buds!” gritaba de
manera demente, repitiendo esas palabras sin sentido una y otra
vez con una voz fantasmagórica, siseando suavemente con un
sonido cavernoso. “iSlur the buds! ¡Slur the buds!”. Eso es todo lo
que pude entender. Debió exclamarlo con ese suave y cavernoso
siseo una docena de veces en el transcurso de quince minutos.
Aun así, otras voces lo copiaron, y durante un rato surgió un
improvisado coro fantasmal de “¡Slur the buds!” provocando un
eco por estos atroces pasillos.
Nunca me enteré de lo que significaban esas palabras.
Nunca supe quién era el que las decía. A lo mejor lo soñé. Puede
que fuese yo mismo el que las exclamaba en la oscuridad demente
de mi propia imaginación. Cumplir tiempo de condena te hace
esto. Pero, por supuesto, no cumples tiempo. Cumples sin él.
O, más bien, el tiempo te cumple a ti. El tiempo es un caníbal
que devora la carne de tus años día a día, mordisco a mordisco.
Y mientras termina el último bocado, con los jugos de tu vida
escurriendo por su barbilla ensangrentada, sonríe cruelmente,
eructa con satisfacción, y sisea en tonos fantasmagóricos, “iSlur
the buds!”.

51
El cuchillo de mi mente

No tengo presente.
Sólo tengo un pasado
y, a lo mejor, un futuro.
El presente me ha sido arrebatado.

Quedo en un espacio vacío cuya oscuridad


tallo con el cuchillo de mi mente.
Debo tallarme a mí mismo de nuevo
a partir de la nada de alambre de espino.

Conoceré el éxtasis
y el dolor
de la liberta.
Seré corriente de nuevo.
Sí, corriente
esa condición aterradora,
donde todo es posibilidad,
donde el presente existe y debe ser confrontado.

52
Capítulo VII

Sobre el alféizar de la ventana, más allá de los barrotes,


una paloma posa sus patas rosadas, con un emplumado pecho
encrespado, se acicala con el pico bajo el sol de la mañana. Algo
de pintura se ha ido descascarillando de la repintada ventana
y, apretando mi frente contra el frío cristal, miro a la paloma a
hurtadillas, allí sentada, a un universo de distancia. Ella no me
ve mirándola fijamente. Sus plumas presentan una sutil irisación.
La mano de mi mente la intenta alcanzar y la toca a través de los
barrotes y del grueso cristal de seguridad. Un contacto de espíritu.
No parece darse cuenta. Ella picotea con su pequeño y afilado
pico esas plumas iridiscentes de su pecho y me ignora.
Me maravillo ante su milagro, ahí posada, tan cerca y aun
así tan lejos, sin trabas como el viento. Todo el cielo es suyo y, aun
así, de todo ese espacio infinito ella ha escogido este desolador
alféizar de prisión para pausarse en esta mañana de invierno,
bendiciéndome con su repentina e inesperada presencia, con su
asombrosa realidad.
Para mí, presidiario enjaulado, esta paloma me resulta tan
santa mensajera como un águila. Me habla del Mundo Cielo más
allá del acero y del cemento y del alambre de espino. Una vez,
al salir de la cabaña de sudar de prisión, miramos hacia arriba
y vimos dos águilas haciendo círculos en lo alto, encima de
nosotros. Vinieron a bendecirnos, mandados por el Padre Cielo.
Así que soy conocido por el águila y la paloma, santos
mensajeros los dos. El Padre cielo no me ha olvidado. Me manda
sus hijos alados para confortarme.
Y yo mando a través de los barrotes una oración alada de
agradecimiento.
Ningún barrote de prisión puede impedir una oración.

53
Capítulo VIII

Muchas noches me tumbo aquí en mi litera y dejo que


mi mente, mis sueños, fluyan libremente evocando un futuro
que igual no veré nunca. Desde luego pido que mi largo viaje no
termine entre rejas de prisión. Sé que no será así.
Mis hermanos Cree, de Canadá, dicen que han apartado
una parcela de tierra para mí donde puedo criar un pequeño
rebaño de sagrados búfalos. Sueño con eso a menudo. Pero luego
me digo: Leonard, eso es sólo egoísmo, marcharte y vivir la buena
vida olvidando la lucha. Sí, desde luego tengo algo de vida que
recuperar cuando salga de aquí, pero mi vida seguirá siendo la de
mi pueblo.
Cuando al fin sea un hombre libre de nuevo, el verdadero
trabajo comenzará. Nuestra tarea más importante, antes que
nada, es la supervivencia como pueblo. Esto significa que
debemos trabajar sin parar, sin importarnos los obstáculos, para
que se cumplan los tratados. Nunca debemos perder eso de vista.
Temo que el pueblo indio pierda la cultura que nos queda, que
perdamos nuestra base sobre la tierra que triunfen aquellos que
nos echarían de nuestros territorios conduciéndonos hacia la
inexistencia. Nuestra vigilancia y nuestra determinación total a
este respecto no debe cesar nunca. No, nunca.
Pero dentro de esa lucha mayor, debemos ayudar, a nosotros
mismos y a nuestra gente, uno por uno. No hay uno solo de
nosotros que no pueda beneficiarse de que una mano. Debemos
tendernos la mano uno a otros.
La prisión no ha impedido que ayude a la gente. Organizo
recolectas de ropa, comida y juguetes durante todo el año. Apoyo
centros de acogida de mujeres reinserción. He creado una beca
para estudiantes de Derecho nativos en la Universidad de Nueva
York y también he ayudado a financiar un periódico escrito
por y para niños indios. He apadrinado a dos chicos jóvenes de
Guatemala y El Salvador. He estado trabajando sobre las maneras
de mejorar el sistema de sanidad en la Reserva de Rosebud, y
recientemente me he involucrado en la reforma económica de

55
Pine Ridge. Acabo de patrocinar una campaña, junto con la
organización Food Not Bombs, para comprar arroz, judías, azúcar
y otros alimentos de primera necesidad para nuestros hermanos
y hermanas indios que luchan por su existencia misma, por su
propia identidad como pueblo indio, allí en Chiapas, México.
Trabajo de manera cercana con la Fundación Benéfica Leonard
Peltier (Leonard Peltier Charitable Foundation), dedicada a
la ayuda de niños indios desfavorecidos También estoy muy
involucrado en conseguir derechos para practicar la religión
nativa aquí en prisión, una batalla continua. Sin embargo, entre
estos muros lo que puedo hacer es limitado.
Mi sueño es reunirme con la gente y construir centros
comunitarios nativo-americanos que ofrezcan actividades para
después del colegio así como orientación. Quiero trabajar con
especialistas de todo el mundo para ayudar a prevenir y tratar
el alcoholismo. Quiero ayudar a crear trabajos y a ofrecer
preparación laboral a la población india. Es tan frustrante oír
hablar una y otra vez del suicidio entre adolescentes, del consumo
de drogas, del desempleo, y de la aparentemente eterna pobreza
entre mi gente. Me pregunto, ¿para qué ha servido mi sacrificio?
Y aun así, sé que cuando este sacrificio termine, un nuevo
sacrificio comenzará. Siempre hay otra Danza del Sol.

56
Yo soy todos

Yo soy todos
aquellos que han muerto
sin una voz
o una oración
o una esperanza
o una oportunidad…
todo aquel que ha sufrido alguna vez
por ser indio,
por ser humano,
por ser indígena,
por ser libre,
por ser Otro,
por estar comprometido…

Yo soy cada uno de ellos.


Cada uno de ellos sin excepción.
Sí.
Hasta tú.

Yo soy todos.

57
PARTE II
Quien Yo Soy

Yo soy un hombre indio


Mi único deseo es vivir como tal
Capítulo IX

Mi vida es una vida india. Soy una parte pequeña de una


historia mucho mayor. Si alguna vez tengo los años de libertad
necesarios para escribir otro libro, figuraré en él tan sólo como
un personaje secundario. Lo específicamente personal de mi vida
no tiene importancia. Ser indio, eso es lo que es importante. Mi
autobiografía es la historia de mi pueblo, el pueblo indio de esta
Isla de la Gran Tortuga. Mi vida adquiere significado solamente
en relación con ellos. Es insignificante en sí y por sí misma.
Sólo cuando me identifico con mi pueblo dejo de ser una mera
estadística, un número sin sentido, y paso a convertirme en un
ser humano.
Los indios americanos comparten una magnífica historia,
rica por su asombrosa diversidad, su integridad, su espiritualidad,
su cultura única que aún pervive al igual que su dinámica
tradición. También es una historia rica, me entristece decirlo, en
tragedia, engaño, y genocidio. Nuestra soberanía nuestro carácter
de nación, nuestra identidad misma, junto con nuestras tierras
sagradas, nos han sido arrebatadas en robos de la historia de la
humanidad. Y no sólo a los robos de siglos anteriores si no a los
grandes robos que aún se están perpetrando sobre nosotros hoy
día, en este mismo momento. Nuestros derechos humanos como
pueblos indígenas son violados cada día de nuestra vida, y por la
misma gente que proclama en voz alta y con mojigatería a otras
naciones la necesidad moral de estos derechos.
A lo largo de los siglos, los gobiernos y agentes de los Estados
Unidos y Canadá nos han ido robando nuestras tierras sagradas
de manera repetida y rutinaria. Ellos nos empujaron cruelmente
hacia las remotas reservas, hacia lo que ellos creyeron tierra baldía
sin valor, tratando de barrernos bajo la alfombra de la historia.
Pero hoy, esa supuesta tierra baldía se ha vuelto enormemente
valiosa a medida implacable tecnología de la sociedad blanca
continúa empeñándose en asaltar la Madre Tierra. Ahora la
sociedad blanca querría terminar con nosotros como pueblo
y echarnos de las reservas para poder robar nuestros restantes

61
recursos minerales y petróleo. Robar a pueblos no blancos no es
nada nuevo para ellos. Cuando el opresor triunfa en sus robos
ilegales y depredaciones, se le llama colonialismo. Cuando sus
esfuerzos por colonizar pueblos indígenas se enfrentan con una
resistencia o con cualquier cosa que no sea una total rendición, se
le llama guerra. Cuando los pueblos colonizados intentan oponer
resistencia a su opresión y se defienden, se nos llama criminales.
Escribo este libro para favorecer una mayor comprensión
hacia lo que significa ser indio, hacia quiénes somos como
seres humanos. No somos curiosidades originales o figuras
estereotipadas de una película, sino corrientes, seres humanos
ordinarios, y, sí, a veces, extraordinarios. Igual que tú. Sentimos.
Sangramos. Nacemos. Morimos. No somos muñecos dispuestos
frente a una tienda de recuerdos; no somos mascotas de deporte
para equipos como los Redskins¹ (Pieles Rojas) o los Indians²
(Indios) o los Braves³ (Bravos guerreros) o como miles de otros
que roban y distorsionan y ridiculizan nuestro aspecto. ¡Imagínate
que llamasen a sus equipos los Washington Whiteskins (Pieles
Blancas) o los Washington Blackskins (Pieles Negras)!. ¡Entonces
habría una protesta! Con todo lo que se nos ha quitado ya,
pedimos que se nos deje nuestro nombre, nuestra dignidad
personal, nuestro sentido de pertenecer a la gran familia humana
de la que todos formamos parte.
Nuestra voz, nuestra voz colectiva, nuestro grito águila, sólo
se está empezando a escuchar. Llamamos a toda la humanidad.
¡Escúchanos!

------------

1. Washington Redskins: equipo de fútbol americano de la NFL (la liga nacional). (N del T.)
2. Cleveland Indians: equipo de béisbol de la MLB (la liga principal). (N del T.)
3. Atlanta Braves: equipo de béisbol de la MLB. (N. del T.)

62
Capítulo X

A menudo veo a indios peleando contra indios, insultándose


el uno al otro y cosas peores. Mi amigo blanco me pregunta, “¿Por
qué vosotros los indios no podéis juntaros y actuar al unísono?”.
¿Por qué? ¿Acaso la gente blanca habla en una sola voz
sobre todos los temas? ¿Por qué debemos hacerlo nosotros?
¿Deberían estar los indios sometidos a algún tipo de dictadura
que nos mantuviese a todos a raya? Eso es precisamente lo que
estamos tratando de evitar. ¡No podemos renunciar a nuestra
libertad para mantener nuestra libertad! Aseguraremos nuestra
propia supervivencia actuando solamente como hombres libres y
mujeres libres, que lo somos. Libres, al menos, en nuestras mentes
y en nuestros corazones y en nuestros sueños, incluso cuando
nuestros cuerpos están encadenados y encerrados.
Cada uno expresa su parte; ése es nuestro deber para con
nuestro pueblo. Eso es por lo que cada uno de nosotros es un líder.
Esa es la Manera India. Eso es una verdadera democracia, no una
dictadura de la élite y de los poderosos que se hacen ser elegidos
y luego cierran tratos secretos por su propia cuenta, a espaldas
de la gente. Estas personas no tienen creencias, sino propios
intereses egoístas. No les importa nada los otros ni la Tierra ni la
Séptima Generación. Nosotros nos oponemos a este tipo de gente
y al sistema que han creado ellos mismos y para ellos mismos.
Creemos que muchos, muchos de entre vosotros, gente de todas
las razas y naciones, os unís a nosotros en esta oposición. Pedimos,
exigimos, que nuestras voces sean escuchadas en los consejos de
la humanidad. ¡Alguien debe hablar por la Tierra y por la Séptima
Generación! Debería haber delegaciones de población indígena
en cada congreso nacional y en cada conferencia internacional.
Somos las voces de la Tierra. Hablamos por aquellos que aún
no han nacido. Cuando nos excluyes, nos excluyes de tu propia
conciencia.

¡Nosotros somos tu propia conciencia!

Un grito de águila

63
¡Escúchame!
¡Escucha!
Soy la voz india.
Óyeme gritando desde el viento,
Óyeme gritando desde el silencio.
Soy la voz india.
iEscúchame!

Hablo por nuestros antepasados.


Ellos te llaman a gritos desde la tumba intranquila.
Hablo por los niños que aún no han nacido.
Ellos te llaman a gritos desde el tácito silencio.

Soy la voz india.


¡Escúchame!
Soy un coro de millones.
¡Óyenos!
iNuestro grito de águila no será acallado!

Somos tu propia conciencia llamándote.


Somos tú mismo
gritando sin ser escuchado dentro de ti.

Deja que mi voz sin oír se oiga.


Déjame hablar en mi corazón y que se escuchen las palabras
susurrando sobre el viento a millones,
a todos los que les importa,
a todos los que tienen orejas para oír
y corazones para latir como uno
con el mío.

Acerca tu oreja a la tierra,


y escucha mi corazón latiendo ahí.
Acerca tu oreja al viento
y escúchame hablando ahí.
Somos la voz de la tierra,
del futuro,
del Misterio.
¡Óyenos!
Capítulo XI

Mi propia historia personal no se puede contar, incluso


en esta versión abreviada, sin remitirnos a mucho antes de mi
nacimiento, el 12 de septiembre de 1944, yendo atrás en el tiempo
a 1890 y a 1876 y a 1868 y a 1851 y, sí, pasando por todas las
demás fechas de calamidades en las relaciones entre hombres
rojos y hombres blancos, llegando hasta el día más oscuro de toda
la historia de la humanidad: el 12 de octubre de 1492, cuando
nuestra Gran Tristeza comenzó.
Pero, para los limitados propósitos de estas páginas,
saltemos esas fechas anteriores y comencemos mi historia en
1890, en aquel año crucial y terrible, el año en que nos rompimos
finalmente nosotros y el Aro Sagrado de nuestra Nación.
O así lo creyeron ellos.
Cada vez que pienso en el holocausto que tuvo lugar en
Wounded Knee, Dakota del Sur, el 29 de diciembre de 1890, oigo
las voces de niños gritando desde el frío y el hambre y el terror.
Oigo los gemidos y lamentos de las madres que lloran agonizando
por sus bebés moribundos.
Las historias que trasmitieron los Ancianos lakota
describen los increíbles sufrimientos del Jefe Pie Grande (Big
Foot) y sus seguidores que morían de hambre mientras huían
durante el atroz invierno de Dakota, en Pine Ridge en aquel
terrible día de diciembre, tan solo dos semanas después del
asesinato, absolutamente sin motivo, de Toro Sentado, al que se
asesinó por traición, como a tantos otros de nuestro pueblo.
La tribu de Pie Grande, huyendo para salvar sus vidas,
no sabía por qué estaban siendo perseguidos y matados; se
dirigían hacia Pine Ridge para refugiarse con la tribu de Nube
Roja (Red Cloud). El gobierno afirmaba, ostensiblemente, que
ellos mandaron sus tropas para impedirnos celebrar la Danza
de los Espíritus¹, un rito puramente religioso. Esto tan solo era
--------------

1. Ghost Dance: creencia y ritual cuyo fin era que regresaran los búfalos, renacieran
los parientes muertos y desapareciera el hombre blanco con el mundo que este había
destrozado. El gobierno americano intentó suprimir esta práctica. (N. del T.)

65
un pretexto, claro; hasta el día de hoy han sido muy buenos
encontrando pretextos para atacarnos. La verdadera razón detrás
de su ataque fue que querían construir vías de ferrocarril desde
las Black Hills1, robadas, hasta Chicago y hacia el Este, justo a
través de lo que quedaba de nuestras tierras que el Tratado de
Fort Laramie de 1868 nos había prometido solemnemente como
nuestras mientras “la hierba crezca y el río corra”2.
Cuando la tribu de Pie Grande, a punto de morir de
hambre y frío, vio a los soldados del Séptimo de Caballería, la
antigua unidad de Custer3, moviéndose hacia ellos a través de
la profunda nieve, pensaron que la caballería sólo podía estar
allí para ayudarlos, seguro ¿Acaso no les habían dicho que si Se
entregaban a la Agencia India de Pine Ridge se les daría comida,
medicinas y cobijo?
Puedo sentir físicamente ese momento, la miseria y el
sufrimiento que más de trescientos hombres, mujeres, y niño
soportaron mientras se abrían paso a través de las ventiscas
de Dakota del Sur, de las temperaturas bajo cero, y de la
impenetrable nieve amontonada. Puedo imaginar el terror y
el miedo recorriendo su interior mientras los soldados abrían
fuego sobre ellos a la mañana siguiente, los ecos y rugidos de las
ametralladoras Gatling mezclados con los cañonazos y con el
sonido de los sables y con los chillidos de mujeres y niños.
Como indio de sangre sioux puedo oír esos gritos y sentir
el dolor de estas madres, niños, y hombres mayores mientras son
destrozados por las balas y por los destelleantes sables coronados
con sangre, atacándoles una y otra y otra vez mientras permanecen
ahí, indefensos. Vivo de nuevo cada una de sus muertes. Muero
con cada uno de ellos una y otra vez.
----------------

1. Las Colinas Negras (Paha Sapa en lakota), Dakota del Sur. Montes sagrados para el
pueblo indio. (N. del T.).
2. El Tratado de Fort Laramie (1868) estableció la soberanía indias sobre las tierras. Fue
anulado por el gobierno estadounidense cuando se encontró oro en la zona pocos años
después. No fue hasta 1970 cuando se aceptaría la reclamación del tratado ante tribunales.
Para entonces, diferentes intereses ya estaban especulando con las tierras (N. del T.).
3. George Armstrong Custer. Conocido general del ejército americano, ambicioso en
política, que dirigió expediciones contra la población india (como la masacre del rio
Washita, 1868). También exploró las Black Hills (en 1874) para con confirmar el Tratado
de Fort Laramie y facilitando, así, la entrada a Mineros blancos. Murió en la Batalla del
Little Big Horn. 1876. (N. del T).

66
La tribu de Pie Grande se había negado a luchar contra el
wasichu (hombre blanco), creyendo que sólo la paz podría vencer
a la hostilidad entre las gentes. El mismo Pie Grande en aquel
tiempo era ya un hombre mayor, a punto de morir de neumonía.
Ellos se rindieron a la caballería, que había acampado cerca de
Wounded Knee Creek, comieron escasamente, un almuerzo
muy parecido a la última comida de los condenados antes de su
ejecución, durmieron unas pocas horas, y a la mañana siguiente
fueron asesinados de inmediato, supuestamente porque un indio
mayor, posiblemente sordo había levantado su rifle en vez de
entregárselo a un soldado. De algún modo el arma se disparó, o así
lo afirmó el gobierno, y las ametralladoras Gatling y los cañones
dispuestos en el monte dispararon hacia abajo, justo hacia la gente.
Mataron incluso a un par de docenas de sus propios soldados que
estaban allí presentes.
Más tarde, los orgullosos carniceros del Séptimo de
Caballería fueron premiados con veintiséis Medallas de Honor
por su heroicidad. Los libros de historia del hombre blanco aún
lo llaman una "batalla", como para darle algo de dignidad a algo
que no tuvo nada de digno. Fue pura y simplemente una matanza.
Un crimen contra toda la humanidad, aunque entonces no existía
tal expresión.
El ya fallecido lames High Hawk, uno de los pocos sus
vivientes de la masacre de Wounded Knee, relató esto como
testigo:
Mi madre estaba llorando y tratando de salvar y proteger
su pequeña familia, yo mismo era tan sólo un niño pequeño. Un
soldado vino hacia donde nos escondíamos y disparó a mi madre
y a mi hermano, todavía un bebé mientras mi madre suplicaba por
nuestras vidas. Yo fui herido y permanecí ahí tumbado durante
horas, hasta que los oglalas (lakotas] de Pine Ridge me rescataron.
…Esta masacre es... la matanza más vergonzosa, cobarde,
y traicionera jamás llevada a cabo por el Ejército de los Estados
Unidos. Los blancos dicen que los indios son traicioneros, pero
no lo somos. Amamos nuestras familias. No molestamos a la
gente blanca, pero ellos vinieron aquí y nos mataron, a mujeres y
a niños. Tenemos las heridas para probar lo que han hecho.

67
Sí, tenemos las heridas. Y estas atrocidades contra mi
pueblo continúan en el día de hoy, sólo que ahora se llevan a cabo
con medios más sofisticados que las ametralladoras Gatling,
cañones y sables. Hay maneras más sutiles de matar. Llámalo
muerte por estadísticas. Hoy, el hombre blanco deja que sus
estadísticas hagan las matanzas por él. En el conjunto del país, las
reservas indias de Dakota del Sur tienen los índices más elevados
de pobreza y desempleo, las tasas más altas de mortalidad infantil
y de suicidio adolescente, así como el nivel de vida más bajo y la
esperanza de vida más baja, ¡apenas cuarenta años! Estos datos
equivalen a un genocidio. El genocidio también opera en forma
de instalaciones sanitarias de baja calidad, viviendas miserables,
escolarización inadecuada y una corrupción rampante. Las
tierras que nos quedan, a las que miles de especuladores echan
el ojo con planes locales, con el único deseo de crear problemas
y divisiones en la reserva, continúan siendo vendidas acre por
acre para pagar las deudas tribales e individuales. No hay un
metro cuadrado de nuestro siempre menguante territorio que
parezca estar libre de los ambiciosos designios de aquellos que
nos llevarían a la inexistencia.
El Movimiento Indio Americano, a través de los años,
ha buscado cualquier medio posible para acercar a la atención
mundial estos crímenes dirigidos contra la humanidad, esperando
que al menos alguno de vosotros escuchaseis y buscaseis muy
dentro de vosotros mismos la humanidad para exigir que el
gobierno de los EEUU ponga fin a estos crímenes.
¡La destrucción de nuestro pueblo debe terminar!
No somos estadísticas. Somos la gente de la que tomasteis
esta tierra por la fuerza, con sangre y mentiras. Somos la gente
a la que prometisteis pagar, recompensando todo este vasto
continente que robasteis, una pequeña y miserable compensación
para asegurar al menos nuestra supervivencia misma. Y somos
la gente a la que ahora arrebatáis hasta esa compensación,
abandonándonos sin escrúpulos a nosotros y a vuestro propio
honor, incluso llevando a cabo ataques militares sobre nuestras
mujeres, niños y ancianos, y eligiendo como blanco, algo ilegal
hasta en vuestras interesadas leyes, a aquellos de nosotros, los
guerreros que nos quedan, que se atreven a levantarse y a tratar

68
de defenderlos. ¡Practicáis crímenes contra la humanidad al
mismo tiempo que devotamente habláis al resto del mundo sobre
derechos humanos!

América, ¿cuándo estarás a la altura de tus propios


principios?

69
Capítulo XII

Comenzando por vez primera a mediados de la década


de 1950, una nueva generación de hombres y mujeres indios/as
empezaron a protestar con una renovada resolución y militancia
contra las violaciones cometidas por los gobiernos federales
y estatales. Y desde aquellos primeros días, nos hemos negado
activamente a aceptar nuestra continuada situación como
víctimas. A finales de la década de 1960, descubrimos una antigua
ley que decía que los indios tenían el derecho prioritario a la tierra
abandonada como "excedente" por el gobierno federal.
Así que decidimos poner a prueba esa ley, para comprobar
si alguna ley era cierta cuando ésta se aplicaba a los indios. En
California, en noviembre de 1969, los indios ocuparon la Isla de
Alcatraz, emplazamiento de la conocida prisión federal que fue
abandonada en 1963. Los que ocuparon Alcatraz proclamaron
nuestra intención de convertir la isla en un centro cultural nativo, el
primer edificio que ven los visitantes que cruzan el puente Golden
Gate; esto, al menos, simbolizaría a quiénes se les robó esta vasta
y maravillosa tierra. Unos pocos meses después, en 1970, algunos
de nosotros ocupamos un fuerte abandonado, Fort Lawton, en las
afueras de Seattle; estuve personalmente involucrado en aquello
(al final, Fort Lawton sí se convirtió en un centro cultural nativo).
Todas estas acciones se desarrollaron pacíficamente.
No pedíamos violencia. Ninguno de nosotros quería perder la
libertad y pasar el resto de nuestras vidas en prisión. Simplemente
estábamos recurriendo a una de las leyes propias de los Estados
Unidos.
Pero la oposición, claro, no lo veía como nosotros,
especialmente dado el odio que imperaba en aquella época. Se
nos llamó “matones”, “commies”¹ e “invasores”. Cuando se arrestó
a gente india durante las protestas por los derechos de pesca,
pegaron a hombres, mujeres, y hasta niños, e hicieron cosas peores.
En Fort Lawton el gobierno nos confronto con ametralladoras y

------------
1 De communists: «Comunistas». (N. del T)

71
lanzallamas. Cuando fuimos arrestados, los soldados acariciaron
a las mujeres delante de los hombres, tratando de provocarnos
para que reaccionásemos, y así poder justificar el matarnos. A
aquellos de nosotros que se nos marcó como líderes nos dieron
una paliza en nuestras celdas de la cárcel militar, en la prisión del
ejército. Me negué a salir hasta que a cada uno de nuestro grupo
de guerreros también le fuera permitido. Con eso me gané golpes
extras, pues al hombre blanco le encanta separar a los hermanos,
intentar que nos chivemos unos de otros, crear desconfianza entre
nosotros, pegarnos uno a uno mientras se ríen en alto diciendo
que los otros ya nos han traicionado cuando, por supuesto, no lo
han hecho. Es una vieja estrategia, divide y vencerás, lo llaman.
He aprendido que la mejor manera de aguantar una paliza
es relajarse lo mejor que puedas mientras aprietas los músculos
de tu estómago, te proteges la cabeza y genitales, y piensas en la
Danza del Sol. Sí, a veces duele tanto que te crees que te vas a
morir, o como poco quedarte lisiado de por vida, y a lo mejor
te pasa, pero de algún modo, afortunadamente, sobrevives.
Nosotros, los indios, somos supervivientes. Ese dolor sólo me
hace más fuerte, más resuelto. Ese dolor es el dolor de mi pueblo,
y estoy orgulloso de aguantarlo por ellos.
Los acontecimientos de Alcatraz y Fort Lawton inspiraron
al pueblo indio. En Dakota del Sur, jóvenes guerreros, hombres y
mujeres, comenzaron a levantarse. A principios de la década de
1970, los miembros tradicionales de la Nación Oglala Lakota de
la Reserva India de Pine Ridge organizaron protestas contra la
pobreza y las terribles condiciones de vida. Había población india
viviendo en estructuras viejas de coches y en frágiles chabolas,
desposeídos por el mismo gobierno que había jurado protegerlos
en su propia Constitución. En los pueblos que limitaban con
reserva el tipo de racismo más feo, abierto y no disimulado era
algo que estaba extendido. Eran pueblos en los que abusar, pegar,
torturar y hasta matar eran deportes de sangre a los que se hacía
la vista gorda.
Yo veo las raíces de mi propio activismo político en el
racismo manifiesto y en la pobreza brutal que viví durante cada
día, como un niño indio que creció en la reserva chippewa de
Turtle Mountain y la sioux de Fort Totten, en Dakota del Norte.

72
PARTE III
Crecer Indio

Un líder fuerte muestra compasión


Capítulo XIII

Como la mayoría de las personas indias, tengo varios


nombres. En la Manera India, los nombres se te dan en el
transcurso de tu vida, no sólo cuando naces. Algunos son dados
en ceremonias de niñez; otros se dan en ocasiones especiales a lo
largo de tu vida. Cada nombre te da un nuevo sentido de ti mismo
y de tus posibilidades. Y cada nombre te pone alguna meta a la que
aspirar. Apunta la dirección que debes seguir en esta vida. Uno de
mis nombres es Tate Wikuwa, que significa "Viento que Persigue
al Sol" en lengua dakota. Ese nombre era el de mi bisabuelo. Otro
nombre, que me dieron mis hermanos nativos canadienses, es
Gwarth-ee-lass, que significa 'Él “Lidera al Pueblo”.
Ambos nombres me inspiran algo especial. El primero,
para mí, representa la libertad total, una meta que incluso los que
están fuera de estos muros nunca alcanzarán. Cuando pienso ese
nombre en mi interior, Viento que Persigue al Sol, me siento libre
en el corazón, capaz de disolverme a través de muros de piedra y
barras de acero y cabalgar sobre el viento a través de la pura luz
del sol hacia el Mundo Cielo. Ni muros, ni barrotes ni rollos de
alambre de espino pueden impedirme esto. Y el segundo nombre,
Él Lidera al Pueblo, para mí, representa un compromiso total,
una meta por la que lucho incluso entre estas paredes, intentando
ayudar a mi pueblo lo mejor que pueda.
A lo mejor resulta presuntuoso, hasta absurdo, un hombre
como yo, en prisión con dos cadenas perpetuas, hablando de
liderar a su pueblo. Pero, como Nelson Mandela, nunca sabes
cuándo serás, de pronto y sin esperarlo, llamado. Él, también, sabe
lo que es estar sentado aquí en prisión, año tras año, década tras
década. Trato de mantenerme preparado por si alguna vez soy
necesario. Trabajo en ello entre estos muros con mis compañeros
de prisión, con mis defensores del mundo, con la gente de buena
voluntad de todas partes. Un líder fuerte muestra compasión.
Se compromete por el bien de todos. Escucha todos los lados y
nunca toma decisiones rápidas que podrían hacer daño a la gente.
Trato esforzarme mucho por ser el tipo de líder que yo mismo
respetaría.

75
Así que, a nuestra manera, mis nombres me dicen a mí y
a otros quién soy yo. Cada uno de mis nombres debiera ser una
inspiración para mí. Aquí en Leavenworth, de hecho en cualquier
lugar perteneciente al sistema de prisiones de los EEUU, mi
nombre oficial es #89637-132. Poca imaginación, inspiración,
ahí.
Mi nombre cristiano, aunque no me considero cristiano,
es Leonard Peltier. El apellido es francés, de los cazadores de
pieles y viajeros franceses que atravesaron nuestro país hace más
de un siglo, y estoy orgulloso, también, de esa sangre sagrada.
El apellido es una abreviatura de Pelletier, pero ha terminado
pronunciándose, a la americana, Pel-ti-er.¹ Mi nombre me lo
dio mi abuela, que dijo que lloraba tan fuerte de niño que le
recordaba a “un pequeño león”. Me llamó Leonard, dijo, porque
sonaba a “corazón de león”.²
Aunque mi sangre es predominantemente ojibway y
dakota sioux, también me he casado con, y he sido adoptado
por las maneras tradicionales del pueblo lakota sioux. Todo el
pueblo lakota/dakota/nakota, también conocidos como sioux, es
una gran nación de naciones. Nosotros, los indios, formamos
muchas naciones, pero un solo Pueblo. Yo mismo fui criado en
reservas tanto sioux como ojibway (chippewa) en la tierra que
conoces como América.
Me gustaría decir con toda sinceridad, y sin ser
irrespetuoso, que no me considero un ciudadano americano. Soy
un nativo de la Isla de la Gran Tortuga. Soy de los Ikce Wicasa,
el Pueblo Común, el Pueblo Original. Nuestra tierra sagrada está
bajo ocupación, y ahora todos somos prisioneros, no sólo yo.
Aun así, adoro ser un indio, a pesar de todas sus cargas
y responsabilidades. Ser un indio es mi mayor orgullo. Le doy
las gracias a Wakan Tanka, el Gran Misterio, por hacerme indio.
Amo a mi gente. Si debes acusarme de algo, acúsame de eso, de
ser un indio. Me declaro culpable de ese crimen, y únicamente de
ese crimen.

------------

1. En inglés: Pel-teer (N. del T.)


2. En inglés Lion-hearted, pronunciación similar a “Leonard”. (N, del T.)

76
Mi crimen es ser un indio.
¿Cuál es el tuyo?
Capítulo XIV

Cuando creces indio, aprendes rápidamente que el llamado


Sueño Americano no es para ti. Para ti ese sueño es una pesadilla.
Pregúntale a cualquier niño indio: estás paseando por una calle de
algún pequeño pueblo fuera de la reserva y de pronto este policía
blanco te viene, te agarra por tu pelo largo, te empuja contra un
coche, te cachea, te da un par de buenos golpes en las costillas con
su porra, y luego te echa de ahí con una sarcástica advertencia:
“¡Cuidado con lo que haces, Tonto!”.¹ Él no le hace eso a los niños
blancos, sólo a los indios. Le puedes oír riendo a gusto mientras
sales cojeando de allí, agarrando tus costillas doloridas. Si vas de
listo cuando te molestan, te mandan directo al talego. Mantén a
esos indios en su sitio, ya sabes.
La verdad es que realmente nos necesitan, ¿Quién si no
llenaría sus cárceles y prisiones en lugares como las Dakotas y
Nuevo México si no tuviesen indios? ¡Piensa en todos los maderos
y jueces y guardas y abogados que estarían sin empleo si no
tuvieran indios que oprimir! Mantenemos el sistema en marcha.
Ayudamos dándole al sistema americano de injusticia los
criminales que necesita. Al menos, ser carne de presidio es algún
tipo de razón de ser. La prisión es la única universidad, la única
escuela de educación social que muchos jóvenes hermanos verán.
Lo mismo para los negros y latinos. Los supuestos latinos, claro,
eso es lo que el hombre blanco llama a los indios que viven al
sur del Río Grande. Los libros del hombre blanco te dirán que
sólo hay dos millones y medio o así de indios aquí en América.
Pero hay más de dos cientos millones de nosotros aquí mismo en
el hemisferio occidental, en las Américas, y cientos de millones
más de población indígena sobre esta Madre Tierra. Somos el
Pueblo Original. ¿Cómo es que no se nos representa en nuestras
propias tierras, y no tenemos un asiento, o muchos asientos, en
-----------

1. Personaje indio popular en EEUU. Fue creado en la década de 1930, empezando


en radionovelas y continuando en series de televisión y cine. Marcó el estereotipo étnico
del “indio bueno” y fiel acompañante del hombre blanco, en este caso del Llanero Solitario
(The Lone Ranger). (N. del T.)

79
las Naciones Unidas? ¿Cómo es que solamente se nos permite
mandar a nuestros delegados a prisiones y a cementerios?
Es bastante extraño que siendo oprimidos por la misma
gente, nosotros los indios a menudo acabemos peleando el uno
contra el otro por los pocos incentivos que nos quedan en prisión
o en la sociedad en general. “¡Ponerles uno frente al otro y dejarles
peleándose mientras les robamos todo! Ésa ha sido la estrategia
del hombre blanco durante quinientos años, y, oye, ¡les ha salido
condenadamente bien! Así, cuando creces indio, no tienes que
convertirte en criminal, ya eres un criminal. No conoces nunca
la inocencia.
Yo me crié en un mundo como ése. Es un mundo que la
mayoría de gente blanca no ve y nunca conocerá. Sólo cuando
pasan en coche por una “rez”1 india al ir de vacaciones a ver las
cuatro caras blancas presidenciales que profanan la cara de la
montaña sagrada que ellos llaman Monte Rushmore, nos miran
boquiabiertos. No paran a decir hola. No saludan con la mano.
No sonríen. Nos miran boquiabiertos. “¡Mirar!” los padres a los
niños mientras pasan en su coche reluciente, señalándonos con el
dedo, “¡Ahí hay un indio!”.

----------

1. Abreviatura coloquial para reservation: <Reserva>. (N. del T.)

80
Capítulo XV

La gente atraviesa una reserva conduciendo y ve media


docena de coches viejos en el jardín delantero de alguna familia
india y sacuden sus cabezas, diciendo, “Estos indios sucios, ¿cómo
pueden vivir así? ¿Por qué no se deshacen de esa chatarra?”.
A lo mejor esa gente, tan rápidos para juzgar, no entienden
las avanzadas matemáticas de ser pobre. No se dan cuenta de
que no te puedes permitir comprar o reparar comercialmente un
coche; puede que para mantener un cacharro marchando en la
carretera necesites seis u ocho chatarras del jardín. Esas chatarras
del jardín adquieren un valor especial a ojos indios: son la fuente
de ese artículo con el que es tan difícil dar y que es casi sagrado en
tierra india, el transporte. Sin ruedas, ahí fuera en las distancias
vacías de la rez, te quedas completamente aislado. Cuando se
rompe el único coche que funciona de la familia, una de esas
chatarras del jardín pueden proporcionar precisamente la parte
que se necesita para que Papá pueda conducir setenta millas cada
día para ir a la ciudad, a su trabajo de baja categoría, y así pueda
ayudar a alimentar a su, a menudo, hambrienta familia. Para tal
familia, esas chatarras en el jardín representan la supervivencia.
Además, con frecuencia hay alguna tía mayor en la
familia que duerme, incluso vive, en esos viejos trastos. Y si
abres el maletero o la guantera, a menudo te encontrarás filas
primorosamente ordenadas de maíz indio y judías, salvia y hierba
aromática, dispuestas allí como buenas joyas.
Hay cierta poesía en esas chatarrerías. Esos viejos coches
pueden contener cosas sagradas en sus interiores oxidados. Algo
así como nosotros los indios. Recuerda eso la próxima vez que
conduciendo por una rez y veas esa chatarra en el jardín. Es
sagrada también.

81
Capítulo XVI

Yo nací el 12 de septiembre de 1944 en Grand Forks,


Dakota del Norte. Mi padre. Leo, era tres cuartos Chippewa
(ojibway) y, como siempre nos decía, un cuarto francés. Mi
madre, Alvina Showers, era de madre dakota sioux y de padre
chippewa. Cuando yo tenía cuatro años mis padres se separaron,
luego se divorciaron, y mi hermana Betty Ann y yo nos fuimos
a vivir con los padres de mi padre, Alex y Mary Dubois-Peltier,
a la reserva de Turtle Mountain, a unas cuatro millas al norte
de Belcourt, Dakota del Norte. En la Manera India, los abuelos
frecuentemente crían a los niños; los viejos conocimientos se
pasan no tanto de padres a hijos como de abuelos a nietos. Eso es,
en parte, por lo que respetamos a nuestros Ancianos. En nuestra
manera, cuando envejeces, te conviertes en un Anciano, y eso
es algo a lo que aspirar durante toda tu vida. Así que ser criado
por mis abuelos, “Gramps” y “Gamma”, como les llamábamos los
niños pequeños, fue una de las cosas verdaderamente bellas de mi
vida. Gamma me enseñó las viejas canciones e historias, y hasta
un poco de medicina. Gramps me llevaba de caza, me enseñaba
a hacer cosas, a cómo sobrevivir tú solo en el campo. De niño,
hablaba con soltura el métis, una mezcla de francés e indio, así
como inglés, también hablaba algunas palaras de sioux, ojibway
y francés. Como cada lengua te da una visión diferente de la
realidad, pronto me di cuenta de que había muchas realidades a
las que debía hacer frente en esta vida, la mayoría desagradables.
En aquellos momentos, nuestra familia solía trabajar
en los campos de patatas, emigrando en la temporada de
recolección de la reserva hacia el Red River Valley. Recogías las
patatas con la mano, ganando solamente de ocho a diez centavos
por cada treinta y cinco kilos. Cuando era pequeño mi trabajo
consistía en correr por delante y sacudir las patatas para que se
soltasen de las matas y así los otros pudieran venir a recogerlas
más rápidamente. Entonces vivíamos en una casa de troncos
pequeña, de unos veinte pies por quince. Sin agua corriente ni
electricidad. Cargábamos el agua desde un lejano manantial o
pozo. Cortábamos y acarreábamos leña para calentarnos y para

83
cocinar. Trabajaba largas horas, crecí grande y fuerte, y no tuve
quejas concretas sobre la vida, dura como era. Desde mis años
más tempranos, vivir cada día era cosa de supervivencia. Así es
como era. Resultaba natura. Esa vida dura me convirtió en un
superviviente. He sido superviviente desde entonces.
Se me educó tanto en la religión cristiana como en la
religión tradicional india. Mi abuela creía en la religión tradicional
india y también era católica. Todo el mundo sabía que si eras
católico, o al menos cristiano, obtenías más ayudas del gobierno.
Yo asistía a ambos servicios religiosos. Gamma realmente no
obtenía el alivio espiritual que buscaba con la religión católica
así que no dejó de ir nunca a las ceremonias indias. Ella visitaba
a menudo a un hombre medicina debido a problemas médicos.
Así es como me introduje en la religión india. También se me
indujo a la religión católica, pero eso es algo en lo que perdí la fe
a una edad temprana. Debía tener nueve años. Recuerdo pensar
que yo nunca podría ser un buen creyente católico; todo parecía
tan duro y alejado y desprovisto de afecto humano, al menos en
lo que concernía a los indios. No quiero criticar a los católicos;
esto es solo como lo veía un niño. Puede que fuesen mucho más
duro en mis tiempos que hoy en día. Comprendo que ha habido
cambio con los años, no lo sé. Por el bien de los niños indios que
aún quedan cuidados parroquiales, así lo espero.
En cualquier caso, siempre me sentía más en casa, más a
gusto, con la religión india; me hacía sentir como que pertenecía,
como que se me quería como indio, y también resultaba cariñoso
y afectuoso y maravillosamente místico y unido a nuestra Madre
la Tierra y a nuestro Abuelo el Cielo y a Wakan Tanka, el Gran
Misterio. Y, en la cabaña de sudar y en la Danza del Sol, me enseñó
a tratar con el dolor, algo de lo que el hombre blanco siempre se
encargaría de que tuvieses tú, como indio, en cantidad. Nuestros
Ancianos hablaban de las Instrucciones Originales que Wakan
Tanka nos dio a nosotros, ¡y de cómo la primera Instrucción de
todas es sobrevivir! Esos mismos Ancianos nos enseñaron que
no estamos aquí para preservar nuestra tradición, sino para
vivirla. Aquellas lecciones de los Ancianos me han sido útiles a lo
largo de mi vida. Las he necesitado a menudo, y sin duda seguiré
necesitándolas.

84
Capítulo XVII

En torno a 1950, en tiempos particularmente difíciles


en la rez, mi abuelo se llevó a la familia a Montana, esperando
hacer algo de dinero allí trabajando en las minas o cortando leña.
Vivimos durante algún tiempo en Butte, donde, a los seis años,
metí a todos en problemas al negarme a echar a correr cuando
tres niños blancos empezaron a tirarme piedras “¡Vete a casa,
sucio indio!” se reían, usándome para lo que imaginaron que sería
una diana indefensa. Me dieron varias veces hasta que cogí una
pequeña roca, la verdad, tan sólo un guijarro grande, y lo mandé
silbando de vuelta a ellos, defendiéndome. Y vaya si no le di a uno
de ellos, zas, en la patilla. Se podía ver la sangre cayendo por su
cara y él chillaba como si estuviera a punto de morir. Yo estaba
aterrorizado.
Corrí a casa, me escondí bajo la cama, y recé y recé para
que ese niño blanco no muriera. “Oh, ¡deja que viva!” recuerdo
exclamar. “¡Deja que viva!” Algo después, llegó un automóvil
grande y reluciente que aparcó delante de nuestra pequeña casa
alquilada. Los automóviles grandes y relucientes siempre han
anunciado algún peligro para los indios. Una mujer blanca se
bajó. Ella gritaba y chillaba y continuaba así, amenazando con que
iba a hacer que me metieran en un reformatorio e insultando a
Gamma llamándola “estúpida puta” y “asquerosa squaw”, y cosas
así. Cuando se marchó, gritó que iba directamente a la policía, a
hacer que todo “sucia pandilla”, fuera arrojada a la cárcel.
Escuché todo aquello desde debajo de la cama, temblando
durante todo ese rato. Cuando Gamma entró exigiendo saber qué
había sucedido, yo estaba demasiado asustado hasta parar hablar.
Tan sólo me llevé la mano a la boca. Esa fue una de las pocas veces
que Gramps me pegó; por lo general, palabras y una mirada dura
eran todo lo necesario para mantener la disciplina en nuestra
familia. Pero es vez Gramps, me dio realmente una buena con
unas correas de caballo. Mantuve la mano cubriéndome la boca
durante todo la azotaina para no llorar, y realmente me dio duro.
AI final le conté lo que había pasado. Él sacudió la cabeza con

85
lágrimas brotándole de los rincones de sus ojos, y luego sonrió
con la sonrisa más triste y acarició mi cabeza. Me dijo que no
estaba equivocado, pero que aun así no debería haberlo hecho, el
haber devuelto esa piedra. Debería haber pensado en la familia.
Ahora todos tendríamos que recoger las cosas rápidamente y salir
de allí antes de que llegase la ley y hubiese problemas. “Se supone
que no debes irritar a esos chicos blancos, niño”, dijo Gramps.
“Ellos volverán por ti cada vez. Así es como son”. Recogimos
todo y nos dirigimos de vuelta a Dakota del Norte esa misma
tarde. Nadie me reprendió por ello nunca más. De hecho, mi
hermana aplaudía con sus manos y me declaró un héroe. “No
un héroe”, dijo Gramps, “¡es un guerrero!”. Eso me enorgulleció
enormemente.
Después de que Gramps muriera de neumonía cuando
yo tenía ocho años, la vida se volvió muy dura para nosotros.
Mi abuela se quedó sola. Hablaba muy poco inglés, apenas tenía
ingresos, y trataba de criar a tres niños pequeños, yo, mi hermana,
y nuestra prima Pauline. Yo trataba de buscar provisiones con
mi tirachinas, consiguiendo ocasionalmente alguna ardilla o
a lo mejor algún pequeño pájaro, que por lo general Gamma
usaba para darle sabor a lo que en teoría era una sopa vegetal.
Nunca pude cazar un conejo con mi tirachinas, como los grandes
y gordos que Gramps había conseguido vez con su arma de un
solo tiro del calibre 0,22, pues a Gamma le encantaba el estofado
de conejo. Dados los fríos inviernos de Dakota del Norte, el
hambre se convirtió en un problema verdaderamente grave para
nosotros. No teníamos ni leche, y apenas nada más. Yo pensé que
aquel dolor de retortijiones en mi tripa era sólo la manera como
debiera sentirme.
Un día, en el otoño de 1953, un coche grande y negro
del gobierno vino y nos llevó a los niños al internado del
Departamento de Asuntos Indios (Bureau of Indian Affairs-BIA)
de Wahpeton, Dakota del Norte. Recuerdo a Gamma llorando
en la puerta mientras veía cómo ellos se nos llevaban de allí. No
teníamos maletas, sólo hatos. Lo primero que nos hicieron al
llegar allí fue cortarnos nuestro pelo largo, nos dejaron desnudos,
luego nos lavaron en polvos DDT. Pensé que iba a morir. Ese lugar,
ya te digo, era muy, muy estricto. Parecía más un reformatorio

86
que un colegio. Te pegaban en el trasero con una vara por la más
mínima infracción, aunque sólo fuera por mirar a alguien en el
ojo. Eso era considerado insubordinación, tratar de relacionarte
con otra persona como un ser humano.
Considero mis años en Wahpeton como mi primer
encarcelamiento, y fue por el mismo crimen que todos los demás:
por ser indio. Teníamos que hablar en inglés. Se nos pegaba si se
nos sorprendía hablando en nuestra lengua. Aun así, lo hacíamos.
Nos escabullíamos detrás de los edificios, como los niños que
hoy en día se escabullen para fumar detrás del colegio, y allí nos
hablábamos en indio unos a otros. Supongo que ahí fue donde me
convertí en un “criminal endurecido” como me llama el FBI. Y se
podría decir que la primera infracción en mi carrera criminal fue
hablar mi propia lengua.

¡Ahí tienes un acto de violencia!

87
Capítulo XVIII

Tras graduarme en Wahpeton en 1957, me marché a


Flandreau, Dakota del Sur, donde terminé el noveno grado. Luego
regresé a casa, a la Reserva Turtle Mountain, donde mi padre
había vuelto a vivir. Supongo que estaba convirtiéndome en un
adolescente de lo más normal. Quería un coche, y construí uno
a partir de piezas sueltas. Me volví tan bueno en esto que más
tarde, en Seattle, me metería en el negocio comercial de talleres
de reparación.
Como joven adolescente que vivía en la rez, asistí a un
montón de powwows¹ y ceremonias religiosas, pero también fui
a los bailes de colegios mayoritariamente blancos y escuchaba un
montón de rock en la radio: Elvis, los Everly Brothers, y Buddy
Holly eran algunos de mis favoritos. Me atraían ambas culturas.
Me encontré atrapado entre las dos, la verdad, y como tantos de
mis hermanos y hermanas indios, estuve a punto de ser desgarrado
por las contradicciones y conflictos que había entre ambas y que
yo veía tanto en el mundo exterior como lo sentía en mi interior.
Esto sucedía durante los últimos años de la administración
de Eisenhower, cuando el Congreso aprobó una resolución
que fue firmada por el presidente Eisenhower para “terminar”
con todas las reservas indias y “realojarnos” fuera de nuestras
tierras, en las ciudades. Esas palabras de pronto se convirtieron
en las más importantes, y más temidas, de nuestro vocabulario:
'terminación" y "realojo". Puedo pensar en pocas palabras más
siniestras en la lengua inglesa, al menos para gente india. Supongo
que los judíos de Europa debieron sentir algo similar al oír a los
nazis hablar de “solución final” y “realojamiento en el Este”. Para
Nosotros palabras suponían un asalto a nuestra existencia misma
como pueblo, un intento de erradicarnos.
Se nos dieron dos elecciones: bien trasladarnos o morir de
hambre. Más tarde, las sentencias de los tribunales declararían

-------

1. Bailes con tambores y cantos tradicionales, feria, rodeo u otro tipo de reunión tribal o
intertribal. Abarcan desde pequeños actos hasta grandes eventos. (N. Del T.)

89
esta medida obligatoria completamente ilegal, que lo era, pero
eso no nos reconfortó entonces. Rogamos al gobierno que nos
dejara quedarnos en nuestra tierra y que se creara algo de empleo
en la reserva, como habían prometido hacer, pero todo esto fue
en vano. Acudimos al Departamento de Asuntos Indios (BIA)
pidiendo ayuda pero éstos eran los últimos, parecía ser, con
intención alguna de ayudarnos. No es ningún accidente que
el BIA surgiera años atrás, alrededor de 1800, como parte del
Departamento de Guerra. Aún hoy continúan haciendo la guerra
contra nosotros.
Para implementar su medida inhumana, a finales de la
década de 1950 el gobierno federal cortó el ya de por sí exiguo
suministro de víveres y artículos de consumo, la mísera y
pequeña “paga” que nos prometieron en aquellos tratado para
recompensarnos por todo el vasto y sagrado continente que
habían robado. El hambre era lo único que teníamos en cantidad;
sí, de eso había mucho para andar de un sitio a otro, había
suficiente para todos. Cuando las frenéticas madres llevaban
a sus hijos con el vientre hinchado a la clínica, las enfermeras
sonreían y les decían que sus hijos solo tenían “gases”. Una niña
pequeña que vivía justo al lado de nosotros en la reserva murió
de desnutrición. A mí me suena “terminación”.
La “terminación” no era nada nuevo en las relaciones rojos-
blancos, la verdad. Habían tratado de terminar con nosotros desde
1492. Siempre han querido deshacerse de nosotros, y supongo
que nunca dejarán de hacerlo. A la gente india se le ofreció dinero
para marcharse de la rez y mudarse a ciudades como Minneapolis,
Milwaukee, Cleveland, Los Ángeles y Chicago, donde estaban
esperándonos todas esas maravillosas chabolas dentro de la
ciudad y esas malas calles. Con la reserva bajo amenaza de
terminación, la vivienda quedó severamente limitada. Nuestras
tierras estaban siendo arrendadas directamente, pasando de ser
nuestras a pertenecer a ganaderos blancos y a intereses mineros,
o estaba siendo anexada por el gobierno de EEUU. Mi familia,
como muchas otras, acabó sin un lugar en el que quedarse.
Estábamos siendo claramente forzados a abandonar la rez y
dirigirnos a los nuevos “guetos rojos” urbanos que iban brotando
y donde el gobierno tenía tantas ganas de mandarnos. A veces

90
íbamos de un pariente a otro, a veces dormíamos en el coche.
Yo tenía catorce años, entonces. Mi padre, que había vuelto
a vivir con nosotros, había comenzado a acudir a reuniones de
la comunidad en la reserva en las que se discutía la decisión del
gobierno de terminar con Turtle Mountain. Yo iba con él a esas
reuniones, más bien para comer los escasos y pequeños aperitivos
que servían en esas ocasiones que para escuchar los argumentos
políticos. Pero en una de ellas probé a escuchar un poco, para
variar, y algo comenzó a despertarse dentro de mí, algo aún más
profundo que el hambre en mi tripa. Algunas mujeres sollozaban
en alto que tenían niños muriendo de hambre en casa. Una mujer
ojibway, una prima mía, lo recordaré siempre, se levantó enfadada
y preguntó con una voz fuerte, emocionada y llena de lágrimas
¿Dónde están nuestros guerreros? ¿Por qué no se levantan y
luchan por su pueblo hambriento?
Eso mandó vibraciones eléctricas desde mi cuero cabelludo,
pasando por mi espina dorsal, hasta mis plantas de los pies. Fue
como una revelación para mí, el que realmente hubiera algo que
hacer con tu vida que valiera la pena, algo más importante que
vivir tu propia y pequeña vida egoísta día a día. Si, había algo
más importante que tu pobre y miserable “tú mismo”: tu Pueblo.
¡Realmente podías levantarte y luchar por ellos! Ahora bien, eso
era algo que yo no había aprendido, y en la sociedad general, que
ser indio era algo de lo que tendría que estar avergonzado, algo
que debería dejar a un lado por mi propio bienestar. “¡Mata al
indio para salvar al hombre!”, “¡ése era su lema oficial!” Y ahora,
aquí estaba esta mujer desafiándome hasta las raíces de mi ser
con la noción del Pueblo. Sí, el Pueblo, el Tiospaye como llaman
los lakota a la familia extendida y, por extensión, como vería años
después, a todo el pueblo indio, a pueblos indígenas, a todos los
seres humanos de buen corazón. Prometí solemnemente, justo
entonces y allí mismo me convertiría en guerrero y que siempre
trabajaría para ayudar a mi gente. Es una promesa que he tratado
de mantener lo mejor posible.
Durante esa misma época, renové mi interés hacia la
religión india y hacia la Manera India, tomando parte en las
ceremonias y notando algo que resonaba como un eco muy
dentro de mí. Una noche de 1958, unos pocos amigos y yo nos

91
escapamos a ver la Danza del Sol en Turtle Mountain, que
se celebraba secretamente porque había perforación, algo
que era ilegal en esos tiempos. Atisbamos algunos primeros
planos de los participantes en la Danza del Sol, con regueros
de sangre chorreando por su pecho. Me impresionó que nadie
estaba chillando o gritando o quejándose. Esos tipos parecían
ferozmente orgullosos; les envidié y me prometí que algún día yo
participaría en la Danza del Sol. Luego, mis amigos y yo fuimos
arrestados por la policía del BIA cuando salíamos de las tierras
de la Danza del Sol. Alegaban que estábamos borrachos, una
completa mentira, y nos encerraron en la cárcel toda la noche.
Tenían miedo de arrestar a los que celebraban la Danza del Sol,
que seguro que hubieran montado pelea, pero nosotros, jóvenes
adolescentes, estábamos allí, y éramos indios, así que ¿por qué
no arrestarnos? Y eso hicieron. Ahí estaba yo, aún no había
cumplido los quince, y ya estaba teniendo experiencia en directo
con cargos criminales inventados por el gobierno y con falsos
encarcelamientos. Empecé a darme cuenta de que mi verdadero
crimen era simplemente ser quien era, un indio.
Así que hablar mi lengua fue mi primer crimen, y practicar
mi religión fue el segundo. Cuando, durante ese invierno,
también fui arrestado por sacar con sifón algo de gasolina
diesel para calentar la casa helada de mi abuela, fui apresado
nuevo y pasé un par de semanas en la cárcel. Esa fue mi primera
condena de tiempo difícil. Por lo que intentar que mi familia no
se congelara de frío fue mi tercer delito, el tercer strike1 contra
mí. A partir de entonces, se me consideraría “incorregible”. Mi
carrera como un “criminal endurecido” ya estaba bien avanzada.
Durante el tiempo de recolección había planeado ir a
trabajar a los campos de patatas y así ganar dinero para comprar
ropa y poder volver al colegio. Pero en 1958 hubo una helada
temprana en septiembre, que vino seguida de una ventisca, y
todo ello mató los cultivos. Sin trabajo, me quedé sin dinero. El
invierno se avecinaba con rapidez y se prometía duro. No había

------------

1. Referencia al béisbol: tercer intento de golpe que de ser fallado eliminaría al


bateador. (N. del T)

92
modo de que pudiera regresar al colegio. Solamente tenía harapos
con los que vestirme.
Recuerdo que me había ido interesando cada vez más y
más en el arte indio, especialmente en la pintura. Incluso una vez,
cuando era aún un niño pequeño, había encontrado una navaja en
la basura, la afilé y comencé a tallar piezas de madera, pequeñas
estatuillas de búfalos y perros y pájaros, cosas así. Aprendí a
dibujar antes de saber leer o escribir, y para mí era una especie
de forma de comunicarme. En las clases de arte del colegio yo era
un estudiante de sobresaliente. Me impresionó especialmente un
hombre en particular al que conocí en la Reserva de Fort Totten
y que iba por las casas de la gente, pintando dibujos a cambio
de cuarto y comida. Me fascinó su estilo de vida y la manera de
comunicarse con la gente a través de su arte. Ésa, decidí, sería la
vida más maravillosa, solamente viajando de un lado para otro y
ganándote la vida como artista.
Soñador como era yo, escribí a una escuela de arte en Santa
Fe de la que había oído hablar y traté de conseguir una beca.
Me contestaron que no, pero que probase de nuevo. Lo intenté
otra vez, al cabo de un tiempo. Recibí la misma respuesta: no. A
menudo pienso cómo hubiera sido mi vida si tan sólo hubiera
conseguido esa beca.

93
PARTE IV
Meterse en política

Durante el sitio de Wounded Knee


más de doscientos cincuenta mil tiros
fueron disparados contra nuestra gente
por oficiales de justicia de los EEUU,
por agentes del FBl, por la policía tribal,
por los GOONs y por vigilantes
blancos. Estos chicos no bromeaban.
Y nosotros tampoco
Capítulo XIX

En 1959, cuando yo tenía quince años, mi madre se mudó


a Portland bajo el programa de realojo del gobierno. Ahorré
dinero para el billete de autobús y me dirigí hacia el Oeste
para reunirme con ella. Recuerdo que al llegar a Portland, me
quedaban exactamente diez centavos a mi nombre y un número
de teléfono que mi madre me había dado para contactarla. Paseé
por Portland, fascinado por los altos edificios y por el ajetreado
puerto fluvial. Bien podría haber sido un planeta diferente por lo
poco que se parecía a la rez.
Pronto emprendí mi propio camino, trabajando durante
un tiempo en California como trabajador emigrante antes de
acabar en Seattle, donde estuve una temporada en la construcción
para luego convertirme en dueño compartido de una tienda de
piezas para coche. Usábamos el segundo piso, encima del garaje,
como una casa de paso para indios en necesidad, y siempre había
muchos. Empezamos a hacer reparaciones para amigos sin apenas
cobrar, y en poco tiempo nos habíamos metido en tantas deudas
que tuvimos que cerrar la tienda. Mi único intento de capitalismo
había terminado, se fue a pique debido a esa debilidad india:
compartir con los demás. Es una costumbre que significa que
somos ricos como pueblo, pero pobres como individuos.
Recuerdo una noche en la que, viendo la televisión, pillé
una sección de las noticias locales en la que una joven india
chillaba y lloraba, con sangre corriendo por su cara debido a los
porrazos de la policía, se le estaba arrestando por parte en una
protesta a favor de los derechos de pesca nativos. La policía fue
brutal mientras detenía a esta gente sólo trataba de proteger sus
derechos tradicionales.
Vi cómo se empujaba y golpeaba a niños nativos de un lado
para otro, mientras ellos caían sobre sus rodillas ensangrentadas
tratando de defender las redes de pesca y barcas de sus padres.
Me desgarraba el corazón escuchar sus estridentes y aterrorizados
gritos mientras rogaban desesperadamente a la policía que
dejasen sus redes y barcas, su manera de ganarse la vida, en paz.

97
Mientras lo observaba con un creciente asombro, totalmente
alarmado, me enteré de que esta gente nativa del Noroeste estaba
tratando simplemente de mantener los derechos que les estaban
claramente garantizados por tratados formales y aún obligatorios
del gobierno de los EEUU. Durante todo este tiempo turbulento
yo había visto lo que el gobierno estaba deseando hacerle a gente
inocente si percibían que esos individuos pudieran suponer de
modo alguno una amenaza económica o social.
Los pescadores deportivos y comerciales se quejaban.
Decían que los indios estaban pescando demasiados peces (en
realidad, ¡menos de 1% de la pesca total!). Exigían que esto
terminara, dándoles igual que esa población nativa tuviese o
no derechos legales para pescar en los lagos y ríos, y dándoles
igual el hecho de que, a cambio de ese derecho legal y poco más,
ellos habían cedido casi la totalidad del terreno del Noroeste. El
reportaje televisivo mostraba, en duro contraste con la pequeña
embarcación de los pescadores indios, las redes de dos a tres millas
de largo y los enormes barcos de pesca usados por los pescadores
comerciales. Para presionar por sus derechos, la población india
local llevo a cabo una serie de “sentadas de pesca” que habían
provocado en el otro bando la campaña feroz de violencia contra
ellos apoyada por el gobierno.
Aunque me había mantenido alejado de la política
para ganarme la vida, esa escena que vi en televisión fue un
despertar para mí, una descarga eléctrica sobre mi durmiente
alma nativa. A pesar de que era joven, sentía que ya no podía
ignorar más la lucha nativa mientras que un solo indio estuviera
siendo maltratado. Como tantos otros que también recibieron
esta sacudida, saliendo de su sumisión y letargo e indiferencia
durante la década de 1960, me uní a la lucha por los derechos
civiles, humanos e indios. Decidí que donde quiera que yo fuese
en América a partir de entonces, haría todo lo posible por ayudar
a mi gente.

98
Capítulo XX

Durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX


el gobierno había tratado de librarse de nosotros depositándonos
en las multicolores montañas de basura raciales del interior de las
ciudades, pero el resultado no intencionado del realojo creó una
nueva corriente de ideas que fluía entre el mundo exterior y las
reservas aisladas. Esta nueva clase inferior de “indios urbanos”
creció rápidamente en el desparpajo político, volviéndose parte
del amplio espectro de movimientos activistas, incluso activistas
militantes, que estaba surgiendo entonces por toda la sociedad en
general. En vez de reaccionar a la defensiva a los términos elegidos
por el hombre blanco como “terminación” y “realojo”, los indios de
dentro y fuera de la rez empezaron a hablar seria y pasionalmente
de “soberanía” y de “derechos de tratado”, de “compensaciones”
así como de la “devolución de las tierras ancestrales”.
El Movimiento Indio Americano (AIM) nació a partir
de todo alboroto, primero en Minneapolis, fundado por Clyde
Bellecourt, Dennis Banks y George Mitchell, todos ellos ojibway,
y graduados por esa escuela de educación social, la penitenciaría
del estado de Minnesota, expandiéndose luego a otros centros
urbanos del país, atrayendo, de hecho, creando, un “fichero de
delincuentes” de activistas nativos completamente nuevo. El
intento de destruirnos sólo nos había hecho más fuertes, más
atentos, más dedicados. Cada uno de nosotros estaba deseando
dejarse la vida por nuestra causa, que era la supervivencia misma
de los pueblos indios.
A partir de estas raíces, mi implicación en una serie
continuada de grupos políticos y de actividades, siguiendo el
estilo del AIM estaba asegurada. El crecimiento del movimiento
indio y de la historia del AIM están entrelazados con mi historia
personal. A mediados de la década de 1960, yo trabajaba en el
Noroeste en la lucha por los derechos de pesca indios. A finales de
esa década, andaba activo en el movimiento anti-guerra. En 1970,
cuando la toma de la Isla de Alcatraz aún se estaba desarrollando,
reclamamos como tierra india un terreno excedente a las afueras de

99
Seattle, en Fort Lawton. Nuestra inspiración y nuestra estrategia
seguía el ejemplo y mensaje de los líderes del AIM, gente como
Dennis Banks, John Trudell, Russell Means, Eddie Benton-Banai,
Clyde y Vernon Bellecourt, todos ellos hombres imperfectos sin
duda, pero hombres cuya visión, valentía y palabras apasionadas,
palabras incluso incendiarias, dieron voz a toda una generación
de activistas indios, yo incluido.
Y así, de la aparente muerte vino una nueva vida, una
nueva visión, un nuevo florecer de la Manera India. En vez de
desaparecer, de disolvernos como pueblo, como se esperaba
que hiciésemos, encontramos una nueva conciencia social y un
nuevo sentido de nosotros mismos en la cazuela humana de las
ciudades. Bajo el ojo del Gran Hermano del BIA en las reservas,
nos volvimos políticamente experimentados en la vida callejera.
Éstos eran los tiempos, recuerda, del movimiento anti-guerra en
el Vietnam, de la New Left, del Black Power, de la manifestación en
la Universidad de Kent State,¹ asunto Watergate, del Symbionese
Liberation Army² y de los Weathermen³. La noción del Red
Power (Poder Rojo) era inevitable.
No teníamos ni que inventar una causa. Teníamos una con
la habíamos nacido: la supervivencia misma de nuestra gente
como Pueblo.
Una nueva generación de guerreros-espíritu estaba
naciendo y creciendo en el pantano racial de las ciudades
americanas, hombres duros y mujeres duras con cerebro,
conciencia, elocuencia y agallas que estaban dispuestos a
emplear en nombre de esa noción que emergía implacable: el
Pueblo. Sí, el Pueblo. Esto no era comunismo. Maldito lo que nos
importaba el comunismo. Esto no era anti-americanismo. No

-----------

1. Manifestación estudiantil de 1970 que fue reprimida con especial violencia por la
Guardia Nacional de Ohio que cargó con disparos, provocando una tragedia con cuatro
muertes y nueve heridos. (N. del T.)
2. Organización revolucionaria radical violenta formada en 1973. Decían representar a
todas las minorías. Conocidos especialmente por el secuestro de la hija del magnate de
prensa W.R. Hearst. (N. del. T.)
3. Grupo militante radical formado en 1969 que al hacerse violento se separó de Students
for a Democratic Society (principal agrupación estudiantil activista de la New Left) (N.
del T.).

100
esperábamos nada de América excepto que cumpliese sus propias
leyes, su propia Constitución. Esto no era anti-na-da. Esto era
pro-indianismo. Algo nuevo, un entrelazado de la Manera India
tradicional y los valores espirituales con un desparpajo político
urbano y una dedicación absoluta a nuestra causa. Finalmente,
el gobierno abandonó su totalmente fracasada política de
terminación. Se dieron cuenta de que no estaba funcionando y
de que tan sólo estábamos fortaleciéndonos, “endureciéndonos”.
Así que la política de terminación cesó. Pero sabíamos que el
gobierno se reorganizaría rápidamente y buscaría otras maneras
para destruirnos.

101
Capítulo XXI

Durante aquella época tumultuosa el AIM suponía una


molestia trivial para el gobierno de EEUU. Políticamente, no
estábamos en ningún lugar dentro de la consciencia nacional, y
menos aún de la conciencia. A América realmente no
le importaban los indios en absoluto a no ser que llevásemos
a cabo tomas como las de Alcatraz, Fort Lawton, la del edificio del
BIA en Washington D.C., o la de Wounded Knee. Incluso entonces,
el público estaba más divertido o temporalmente escandalizado
que verdaderamente preocupado. Su ignorancia e indiferencia
permitía, y continúa permitiendo que se fuera desarrollando un
cáncer dentro del cuerpo político americano. El gobierno federal,
o, para ser más precisos, ciertos elementos dentro de él, se dispuso
a destruirnos de múltiples maneras sutiles y otras no tan sutiles.
Se escondían detrás de su capa habitual de “seguridad nacional”
para llevar cabo su trabajo sucio. Su táctica principal: olvida la
ley, la ley es para tontos, subvierte la ley a conciencia para cazar a
tu hombre, tan inocente como pueda ser éste; soborna a todo el
sistema legal y judicial; miente cuando sea y donde sea mantener
el foco de interrogatorio sobre tus víctimas, no sobre tus propios
crímenes.
Debo admitirlo, han triunfado brillantemente. En el nombre
de la Ley, han violado cada una de las leyes y, con su deliberada
estrategia de encerrarme, ¿y a cuántos otros inocentes?, en una
celda o tumba, han convertido la Constitución de los Estados
Unidos en literatura de ínfima calidad.
Para Finales de la década de 1960, ya estábamos cansados
de que el gobierno estableciera la agenda política. Nosotros
decidimos establecer la agenda por nuestra cuenta. Cuando
digo “nosotros”, me refiero a cada uno de los que implicamos
como individuos, ya fuéramos indios urbanos o de reservas, o
aquellos, como la mayoría de nosotros, que andaban atrapados
en medio. No existía una organización formal dominante que
siguiera normas estrictas, sólo había individuos y grupos de
individuos que pensaban parecido trabajaban juntos en un tipo

103
de democracia pura, algo así como una desorganizada pero
vagamente coherente colectividad de líderes. Eso es lo que el AlM
era y es, nada de conspiración subversiva, ni una pandilla radical,
sino una colectividad de líderes trabajando en un libre unísono,
usando medios materiales para conseguir un propósito político y
espiritual: la supervivencia de nuestro pueblo.
La gente me pregunta a menudo cuál es, o era, mi posición
en el AIM, el Movimiento Indio Americano. Eso requiere una
explicación.
El AIM no es una organización. El AIM, como su nombre
claramente indica, es un movimiento. Dentro de ese movimiento
las organizaciones van y vienen. No hay una persona o grupo
especial de personas que lleve el AIM. No confundas el AIM
con un individuo en particular o individuos que marchen bajo
su bandera, sean como sean de dignos o indignos. El AIM es el
Pueblo. El AIM estará allí cuando cada uno que ahora vivimos ya
no estemos. El AIM alzará nuevos líderes con cada generación.
Caballo Loco perteneció al AIM. Toro Sentado perteneció al AIM.
Ellos nos pertenecen a nosotros aún, y nosotros les pertenecemos
a ellos. Ellos están con nosotros ahora mismo.
He escuchado un montón de críticas sobre los frecuentes
conflictos entre líderes y portavoces del AIM a lo largo de los
años... de hombres como Dennis Banks, Leonard Crow Dog,
Eddie Benton-Banai, los hermanos Means y los Bellecourts, John
Trudell y los demas. Os puedo decir que ninguno de ellos fue,
o es, perfecto, al igual que yo no lo fui ni lo soy. Pero os puedo
decir también, que estos fueron los hombres que se levantaron
por el Pueblo cuando llego la hora de levantarse. Podrían haberse
marchado, desviado la mirada, dado la espalda y haber tomado
el camino fácil para salir de ahí. No lo hicieron. Cada uno de
ellos se enfrentó de manera individual y, a pesar de los factores
en contra, a recibir los golpes que iban dirigidos a su Pueblo.
Ellos hicieron suyo el sufrimiento de su gente. Ellos vivieron
ese sufrimiento. Como se que fueran y sean sus imperfecciones,
deberíamos honrar a esos hombres. Ellos cambiaron el curso
de la historia. Ellos nos dieron el orgullo y el creer en nosotros
mismos que desesperadamente necesitábamos y ansiábamos.
Hicieron un ofrecimiento de sus vidas mismas mediante su carne

104
en nombre del Pueblo, y nos enseñaron al resto a hacer lo mismo.
¡Ellos demostraron que nosotros existimos!
Pero, además, y con una gratitud aún mayor, quiero honrar
aquí a aquellos cuyos nombres no son tan conocidos, a aquellos
que mantuvieron las barricadas en Alcatraz, en Fort Lawton, en
Wounded Knee, en Oglala y en miles de otros lugares; aquellos
que nunca estuvieron en los titulares pero cuya dedicación,
valentía y desinterés representa lo que significa ser indio, lo que
significa el AIM, lo que significa el espíritu de Caballo Loco. Cada
uno de ellos, hombre y mujer, niño y Anciano, se mantuvieron
firmes en momentos de gran peligro y de aún mayores sacrificios,
sin esperar ninguna fama personal o recompensa alguna. Ni la
recibieron jamás. Lo hicieron por el Pueblo, porque tenía que
hacerse, porque no había nadie más para hacerlo. Para muchos
de ellos, el único reconocimiento fue que sus nombres fueran
grabados sobre una improvisada lápida. Pero entonces, no es
verdaderamente acertado que yo diga que los honro, pues son
ellos lo que me honran a mí, son ellos los que nos honran a todos.

Otro punto que quiero establecer sobre el AIM: en el


AIM no hay seguidores. Todos somos líderes. Cada uno somos
un ejército de uno, trabajando por la supervivencia de nuestra
gente y de la Tierra, nuestra Madre. Esto no es retórica. Esto es
compromiso. Esto es quienes somos.

105
Capítulo XXII

En noviembre de 1972, llevamos nuestras reivindicaciones


a Washington, D.C., en una manifestación masiva por los derechos
indios. A esa marcha a través del país y a la manifestación la
llamamos el “Sendero de los Tratados Rotos”.
Nuestro deseo y propósito era montar una serie de
reuniones de gran alcance con las agencias del gobierno para
discutir una lista de veinte puntos que trataban temas cruciales,
incluyendo el replantear el BIA poniéndolo bajo control indio, así
como establecer una comisión para examinar las violaciones de los
tratados cometidas por el gobierno de los EEUU. Lo que debiera
haber sido una reunión pacífica se convirtió en una improvisada
sentada cuando los funcionarios del gobierno, sin cumplir sus
promesas de vernos, hicieron que los guardias de seguridad del
BIA trataran de echarnos del edificio. Cuando éstos empezaron a
usar métodos de mano dura sobre nuestras mujeres y Ancianos, la
sentada pasó a convertirse en una tensa confrontación.
No estábamos dispuestos a dar la vuelta y huir. El espíritu
de Caballo Loco estaba con nosotros. Tomamos el edificio de
la BIA en pleno centro de Washington, dejamos que todos se
marchasen pacíficamente, y lo ocupamos durante cinco días,
escandalizando al público americano que, como siempre, estaba
totalmente desinformado sobre lo que había pasado, y por qué.
En la prensa se nos representó como “matones”, “gamberros”
y “militantes violentos”. Si, “saqueamos” el edificio del BIA,
buscando y encontrando en abundancia, archivos que revelasen
la duplicidad del gobierno al tratar con indios. Amontonamos
mesas y todo lo que encontramos para construir barricadas ante
la amenaza de asalto por parte del gobierno. Rompimos ventanas
selladas para que el gas lacrimógeno no pudiera ser usado para
asfixiarnos y ser forzados a salir. La misma policía rompió la
mayoría de las ventanas del piso de abajo. Y, claro, algunos de
los más jóvenes, enfurecidos por las mentiras del gobierno y por
brutales malos tratos, empezaron a romper cosas. Eso lo ramos
rápidamente. Recuerdo a Clyde Bellecourt anunciando esto: por

107
cada ventana rota en el edificio del BIA, habría diez mil corazones
rotos en Tierra India. Debió haber dicho mil, incluso un millón,
eso hubiera sido más aproximado.
Un Abuelo mayor, una víctima del BIA durante toda su
vida, cogió un hacha de incendios, saltó sobre la gran mesa de
caoba del comisario del BIA, ¡y la partió en dos! Rió y lloró en
éxtasis durante todo ese rato, cantando su canción de la muerte
mientras cortaba. “Hale... toma eso... y eso... y eso!” lloraba entre
sus gritos sofocados y cánticos, deshaciendo cada antiguo agravio
con cada golpe. Era precioso. En ese momento era Caballo Loco
encarnado.
Fuera, la policía y las unidades especiales de la policía
estaban reunidas. Si querían un baño de sangre, estábamos
preparados para darles uno. Si asaltaban el edificio, estábamos
listos para ofrecerles una lluvia de mesas, máquinas de escribir,
archivadores y cócteles Molotov. Algunos de los guerreros se
pusieron sus pinturas de guerra. Cada uno de nosotros era
Caballo Loco. Viendo nuestro propósito, el gobierno mismo
se lo pensó dos veces. ¿Asesinar a cuatrocientos indios en una
masacre a pocas manzanas de la Casa Blanca, a tan sólo días de
las elecciones presidenciales de 1972? Ni hablar. El FBI decidió
acabar esto por el momento, para más tarde cazarnos uno a uno,
que, desde luego, fue lo que hicieron exactamente. Es entonces
cuando mi nombre, como uno de los jefes de seguridad durante la
toma del BIA, apareció ahí arriba en la lista de objetivos secretos
como un “agitador” y “extremista clave”. Ya había sido arrestado
durante la toma de Fort Lawton. Estaba permanentemente
marcado.
Finalmente, el gobierno empezó a negociar con nosotros,
pero sólo para terminar con la ocupación del edifico del BIA, no
para resolver nuestra original lista de agravios de veinte puntos.
Sentíamos que al menos habíamos establecido un punto, siendo
éste ¡que existimos! Lo habíamos demostrado. El gobierno nos
prometió investigar nuestros agravios (cosa que nunca hicieron)
y también prometieron no procesarnos por la toma del BIA (una
promesa rota como todas las demás).
De todas formas, no les creímos. Para reducir la tensión y
acabar con su propia vergüenza, nos ofrecieron vehículos y una

108
escolta temprana de la policía para llevarnos a las afueras de la
ciudad así como dinero, por debajo de la mesa, para cubrir los
gastos de nuestros viajes de vuelta. ¡Algunos de los Ancianos
incluso recibieron billetes de primera clase para volver a casa!
El gobierno pensó que estaba barriéndonos una vez más bajo la
alfombra.

Pero esta vez no estábamos dispuestos a ser barridos.

109
Capítulo XXIII

Tras la toma del BIA, regresé a Milwaukee, donde me


había mudado en 1972 para convertirme en gerente de empleo
del grupo local del AIM. Encontraba trabajos para gente nativa
en los sindicatos y trabajaba en un programa de desintoxicación
de alcohol. También me fui metiendo cada vez más en el lado
espiritual del AIM, la base espiritual del trabajo político que
llevábamos a cabo. En la Manera India realmente no puedes
separar estas dos cosas. Lo político y lo espiritual es uno y es lo
mismo. No puedes creer en una cosa y luego salir y hacer otra. Lo
que crees y lo que haces son la misma cosa. En la Manera India, si
ves a tu gente sufrir, ayudarles se convierte en algo absolutamente
necesario. No es un acto social de caridad o de asistencia social; es
un acto espiritual, una obra sagrada. En la Manera India tenemos
a nuestros guerreros y a nuestros jefes de paz; ambos realizan un
trabajo sagrado. Pero, yendo aún más allá, a nivel personal, cada
indio, da uno de nosotros, es un guerrero y es un jefe de paz. Cada
uno de nosotros busca la paz, sí, incluso la reconciliación, con la
sociedad dominante, pero también estamos todos y cada uno de
nosotros preparados y dispuestos a pelear hasta la muerte por la
supervivencia de nuestra gente. Cada indio y todo indio, hombre
o mujer, niño o Anciano, es un guerrero-espíritu.
En Milwaukee, acabé involucrado en un curioso e
inquietante incidente. Acabábamos de regresar hacía unas
semanas de la toma del BIA en Washington, D.C., y yo estaba
comiendo fuera con un par de hermanos, en un restaurante local.
Dos hombres que había sentados en una mesa cercana empezaron
a señalarnos, resoplando al reír, y soltando toda una ristra de
indirectas e insinuaciones racistas. No había manera de saber que
eran policías vestidos de civil.
Cuando nos disponíamos a marchar, aquellos dos hombres
ya estaban fuera, justo detrás de la puerta principal, impidiéndonos
el paso. Seguían señalándonos y resoplando riéndose de nosotros.
No había nada sutil en ello. Nos estaban picando, la verdad,
mucho más de lo que yo podía imaginarme. Los miré a los dos.
Sabía que les podíamos dar una buena paliza.

111
“¿Qué es lo que es tan gracioso?”, les pregunté. Estaba
furioso y preparado para la pelea, pues obviamente era lo que
buscaban. Pero en el momento en que dije aquello antes de
que pudiera dar un solo puñetazo, los cañones de dos pistolas
Magnum de calibre 0,357 me estaban apuntando justo a la cabeza.
Los dos hermanos se largaron y yo retrocedí metiéndome en el
restaurante, figurándome que dudarían en dispararme delante de
los testigos.
“¡Me rindo! ¡Me rindo!” grité, con las manos levantadas
para que todo el mundo pudiera verlo y oírlo. Finalmente
anunciaron que eran policías, me esposaron inmediatamente,
me arrastraron fuera y me empujaron bruscamente, entrando
de cabeza a la parte trasera de un coche celular que ya tenían
esperando fuera. Me cachearon, encontraron una vieja Baretta
estropeada que le acababa de comprar a un tipo por veinte
pavos, esperando poder arreglarla. Los policías luego dijeron
que les había apuntado con esa pistola y que les había tratado
de dispararles varias veces a bocajarro, pero que la pistola se
atascaba. Eso era mentira, por supuesto, la misma mentira que me
condujo al falso cargo de intento de asesinato. Como más tarde se
demostraría en el juzgado, la pistola, como ellos y yo sabíamos,
estaba rota y era inservible. Nunca como ellos y yo sabíamos fui
por ella ni para impresionar. Acabé en el suelo de acero del coche
celular, con la barbilla sobre él, las manos esposadas detrás de mí,
con la cabeza inmovilizada bajo el asiento para protegerme de
sus golpes, tratando de escudarme mientras me daban una buena
paliza. Perdí la cuenta de cuantos puñetazos, rodillazos, y patadas
me habían dado. Más tarde me entere que uno de ellos, pobre
hombre, se estropeo tanto la mano que tuvo que pedir día libres.
Ya ves, así es como se hace. Nos escogen como blanco, nos
colocan una acusación falsa, nos arrastran al juzgado y a la cárcel,
nos incriminan, nos arrestan, nos dan una paliza de muerte,
nos colocan una acusación falsa, nos empobrecen con gastos
legales aun cuando no hemos hecho una maldita cosa. Eso, como
luego aprendimos, es el FBI llamó “neutralización”, y, déjame
decirte, mientras sólo tengas odio hacia la ley y hacia la misma
Constitución de los EEUU, desde luego que puede resultar una
estrategia muy efectiva.

112
Mucho más tarde, durante el juicio de Milwaukee, nos
enteramos de que una de las novias de aquellos policías había
escuchado a uno de ellos fanfarronear la noche anterior diciendo
que iba a “cazar a uno gordo” para el FBI mientras agitaba una
foto de mí en su cara. Yo podía ver cómo continuaría funcionando
la incriminación: cargos falsos, juicio falso, falsa condena. Todo
estaba predeterminado; todo lo que yo debía hacer era desempeñar
el papel de víctima para ellos. No estaba dispuesto a hacerlo.
En aquellos momentos, mi pueblo estaba en plena
encrucijada de nuestra historia. Se nos necesitaba a cada uno
de nosotros para la confrontación que se aproximaba. Mientras
sentado y esposado durante cinco meses en una cárcel Milwaukee
bajo esos cargos falsos, la Reserva de Pine Ridge en Dakota del
Sur acabó estallando. EI 27 de febrero de 1973 comenzaba la
ocupación y sitio de Wounded Knee. Ojalá hubiera podido estar
allí.
Antes de que las rejas de prisión se hubieran cerrado
finalmente detrás de mí, me fugue estando bajo la fianza previa
al juicio, fianza que unos amigos, sorprendentemente, me habían
conseguido a finales de abril, y, poco después, escape de la ciudad,
convirtiéndome, más tarde, en un fugitivo buscando cuando me
salté la vista previa al juicio. No me sentía más culpable al escapar
de mis opresores de lo que hubiera sentido un judío escapando
de la Gestapo en la Alemania nazi. Como ellos, yo estaba siendo
perseguido por ser quien era. No fue hasta 1978, después de que
hubiera sido condenado y aprisionado bajo esa otra colección
de falsos cargos que surgieron del tiroteo de Oglala, cuando iría
a juicio por esos originariamente falsos cargos de intento de
asesinato en Milwaukee. Se me halló inocente. La mala conducta
del gobierno había sido tan evidente y torpe en ese caso que el
jurado me absolvió.
Para entonces, claro, ya había estado tres años entre rejas
bajo los otros falsos cargos. El primer conjunto de cargos falsos
hizo de mí un fugitivo y me puso en la lista de los diez más
buscados del FBI, también me preparo para la segunda tanda de
cargos falsos que me pondría entre rejas durante estos veintitrés
años. El mismo “criminal endurecido” que se había atrevido a
hablar en su lengua y a practicar su propia religión cuando era un

113
niño estaba siendo ahora, como un hombre joven, cazado como
un animal, la verdad, maliciosa de la que se cacé a cualquier
animal, por dos crímenes que nunca cometió, dos crímenes que
fueron, de hecho, inventados por sus mismos acusadores. Mi
vida se había convertido de golpe en una pesadilla, y esa pesadilla
no se ha disipado hasta el día de hoy.

Años después, en documentos destapados por mis


abogados bajo el Acta de Libertad de Información (Freedom
of lnformation Act), se descubrió el plan del FBI de mantener
a la policía local sometiendo a los líderes del AIM a “cercano
escrutinio... arrestarles bajo cualquier cargo posible...”. Empleando
el término elegido por el FBI, debíamos ser simplemente
“neutralizados”. Eso explica por qué aquellos dos policías me
asaltaron en Milwaukee. Oye, sólo estaban haciendo su trabajo:
uniéndose a una conspiración ilegal del gobierno para incriminar
y encarcelar, o asesinar directamente, a toda una generación de
activistas nativo-americanos. Y eso es justo lo que hicieron.

114
Capítulo XXIV

Cuando salí bajo fianza, el sitio de Wounded Knee estaba


en su última fase. Tenía toda la intención de ir para allá para
unirme a mis hermanos y hermanas del asedio. Me dolían el
corazón y el alma por querer estar allí con ellos. El día que salí de
prisión me uní a una manifestación frente al Edificio Federal en
Milwaukee, luego empecé a preparar provisiones para la gente de
Wounded Knee. Nos encontrábamos de camino hacia allá, con
las provisiones, cuando escuchamos en la radio que el sitio había
terminado. Me sentía completamente culpable de habérmelo
perdido. Yo hubiera muerto felizmente allí, pero ahora no había
necesidad para aquello. Mi tiempo de sacrificio vendría muy
pronto.
Wounded Knee terminó con las muertes de dos de nuestros
ocupantes del AIM, Frank Clearwater y Buddy Lamont, ambas
producidas por balas de francotirador. Después de que el gobierno
prometiese llevar a cabo vistas sobre las violaciones de los
antiguos tratados, los jefes tradicionales de Pine Ridge decidieron
que ya habían muerto suficientes indios. Los Ancianos, que en un
principio habían pedido al AIM que acudiera allí para protegerles
de las depredaciones del consejo tribal y de su escuadrón de la
muerte llamado GOONs (Guardianes de la Nación Oglala)¹,
estuvieron de acuerdo en terminar la ocupación finalmente.
El 9 de mayo, tras setenta y un días, los fatigados pero
aún orgullosos ocupantes accedieron a salir, sometiéndose a un
predeterminado arresto. Wounded Knee II había terminado,
aunque su repercusión continúa hasta el día de hoy. Permanece
como el evento que marca una línea divisoria en las relaciones
modernas rojas-blancas. Según las actas de los tribunales, durante
el sitio de Wounded Knee más de doscientos cincuenta mil tiros
fueron disparados contra nuestra gente por oficiales de justicia de

-----------

1. GOONs (Guardians Of the Oglala Nation). Goons, en inglés: <gorilas contratados para
sembrar el terror>. (N. del T.)

115
los EEUU, por la policía tribal, por los GOONs y por vigilantes
blancos1. Estos chicos no bromeaban.
Tras salir de la cárcel de Milwaukee, anduve yendo de
acá para allá, entre Dakota del Sur y el Estado de Washington,
manteniéndome activo en la lucha. Durante aquel agosto de
1973 participé en la Danza del Sol de Crow Dog's Paradise en
la Reserva de Rosebud, al este de Pine Ridge. Ahí, finalmente,
fui perforado por primera vez, haciendo realidad el sueño que
había tenido desde aquel día cuando, aún un adolescente, había
echado una mirada apartando la lona de la tienda de la Danza
del Sol de Turtle Mountain. Me sentí transformado, elevado a un
nuevo plano espiritual. Ahora no sólo había entregado mi tiempo
sino mi esfuerzo y mi dedicación a la causa de mi Pueblo; había
entregado mi carne.
En ese mismo mes, se expidió una orden formal para mi
detención al no haberme presentado a la vista previa a mi juicio,
programada en Milwaukee. Ahora era oficialmente un fugitivo.
Pero hay muchos escondrijos y rincones en Tierra India donde
una piel fugitiva puede refugiarse. Podemos deslizarnos y cruzar
de aquí para allá esa frontera invisible y tan real que existe entre
los Estados Unidos y la Isla de la Gran Tortuga.
Fugitivo o no, intenté ser útil en la lucha que seguía en
marcha. Durante algún tiempo volví a unirme a la batalla por
los derechos de pesca de los pueblos Nisqually y Puyallup en el
Estado de Washington. Aunque los tribunales habían fallado a
nuestro favor en el asunto de los derechos de pesca indios, los
pescadores deportivos y comerciales continuaron rompiendo
nuestras barcas, destrozando nuestras redes, y pegando a gente
india, todo ello sin miedo a ser arrestados. Como la ley no nos
protegía, hicimos lo que pudimos para protegernos nosotros
mismos. Luego me dirigí de nuevo a Dakota del Sur para ayudar
a garantizar la seguridad durante el funeral del martirizado Pedro
Bissonette, portavoz principal de los jefes tradicionales lakota en
Pine Ridge, al que mato la policía del BIA poco antes de que éste

--------------

1. Miembros y voluntarios de grupos locales no autorizados para mantener la ley y el


orden donde las fuerzas de la ley oficial resultan inadecuadas. (N. de T.)

116
testificara para la defensa en los juicios que surgieron de Wounded
Knee II.

Durante el mes de mayo siguiente, regresé a Rosebud


durante un tiempo como jefe de seguridad para garantizar que
Crow Dog pudiera restablecer la antigua ceremonia de la Danza
de los Espíritus, una renovación visionaria que nos dio un
sentido poderoso sobre la conexión espiritual e interacción entre
Wounded Knee I de 1890 y Wounded Knee II de 1973. Me sentí
atraído como guerrero-espíritu hacia toda confrontación. En
enero de 1975, me uní a la Sociedad de Guerreros Menominee
en la toma de una abadía inutilizada en Gresham, Wisconsin.
Al mes siguiente estuve en la toma de ocho días de una fábrica
manufacturera que había estado maltratando a sus empleados
indios en la Reserva Navajo de Arizona. Una delegación de mujeres
navajo vino al AIM y nos contaron historias horribles sobre un
grupo de manifestantes navajos, hombres y mujeres que habían
sido brutalmente asesinados. Escuchar a estas mujeres suplicando
ayuda me arrancó el corazón. De nuevo, hicimos lo posible por
ayudarlas. Sí, me mantuve ocupado. No crece mucha hierba bajo
los pies de un fugitivo, o bajo los de los de un guerrero-espíritu.

117
Capítulo XXV

Tras Wounded Knee, la vida en la Reserva de Pine Ridge


se volvió aún peor que antes, convirtiéndose en una auténtica
pesadilla. Los GOONs incrementaron sus ataques terroristas sobre
la población india tradicional y sobre sus defensores. Se estaba
matando, lisiando e hiriendo a los miembros del AIM: doscientas
sesenta bajas han sido documentadas hasta la fecha. Una niña de
nueve años recibió un disparo en el ojo mientras jugaba delante
de su casa de troncos de madera cuando los GOONs pasaron
conduciendo por allí y ametrallaron la casa. La cifra de asesinatos
resultaba astronómica para una Reserva de apenas veinte mil
personas. Desde 1977 a 1978 la Oficina de Contabilidad General
investigó y documentó sesenta asesinatos de personas indias
que habían tenido lugar entre 1973 y 1975; finalmente dejaron
de contar y se cerró la investigación por “falta de fondos”. A esta
época terrible se la recuerda incluso hoy día como el “reino del
terror”.
Solamente en marzo de 1975 murieron siete personas de
forma violenta, todas ellas quedaron sin explicar a pesar de que,
por entonces, el FBI tenía a más de cincuenta agentes plagando la
Reserva de Pine Ridge (hasta 1973 sólo habían tenido dos o tres
agentes en la zona, o ni tan siquiera). Parece que cuantos más FBIs
teníamos alrededor, más asesinatos había. La llamada provino
de los Ancianos tradicionales oglala lakota de Pine Ridge, que
pedían que el AIM acudiera a la Nación Oglala para ayudarles a
protegerse de estos ataques. Unos cuantos guerreros, yo incluido,
se ofrecieron a ir. Sin embargo, acudimos allí comprendiendo
que no éramos en manera alguna un grupo militar o paramilitar.
No estábamos allí para atacar o matar o intimidar a nadie, sino
simplemente para mantenernos firmes entre los GOONs y los
tradicionalistas, con nuestros cuerpos, con nuestras oraciones, y
con un pequeño suministro de armas de defensa. Nos llamábamos
campamento espiritual, y eso era lo que verdaderamente éramos.
Éramos guerreros-espíritu, no mercenarios. Queríamos la paz, no
el conflicto. La violencia provenía del otro lado, no de nosotros.

119
Era algo que no tuvo provocación alguna por nuestra parte y que,
obviamente, había sido largamente planeado por ellos. Igual de
obvio, aquello salió muy mal.
No puedo creer que el FBI pretendiera las muertes de sus
propios agentes. Su pobre excusa ha sido que estos dos agentes
encontraron por error y entraron, sin derecho, en la propiedad
aquella mañana simplemente para arrestar a alguien falsamente
acusado de robar un par de botas de vaquero usadas. Eso
sencillamente no cuela, ni siquiera tenían una orden para su
arresto, ni tampoco concuerda con el hecho de que veintenas,
hasta cientos, de agentes del FBI, oficiales de justicia, policía del
BIA, y GOONs estuvieran, todos, a la espera en los alrededores.
Parece ser que creían que podrían entrometerse bajo ese falso
pretexto, que conseguirían a alguna prueba de resistencia por
parte de nuestro campamento espiritual del AIM, y que luego
saltarían sobre el recinto con las fuerzas masivas.
Lo calcularon mal, algo que resultó trágico para todos
nosotros. En medio de aquel reino del terror que ellos mismo
habían orquestado, con coches cargados de GOONs armados y
equipados por el gobierno pegando tiros en la reserva día tras
día, nosotros, los guerreros-espíritu del AIM, no estábamos
dispuestos a quedarnos sentados en silencio a esperar a ver quién
iba en esos dos coches sin identificar que aparecieron, sin previo
aviso, aquella mañana rugiendo en una nube de polvo y confusión
y lanzando balas dentro recinto. Nosotros defendimos a la gente
que habíamos venido a defender, y también nos defendimos a
nosotros mismos. Nos negamos a ser víctimas pasivas.
Algún día las verdaderas razones de su malintencionado
asalto, lo que verdaderamente estaba pasando, saldrá a la luz. La
respuesta o respuestas, si no han sido aún hechas trizas, pueden
estar entre esos más de seis mil documentos del FBI que ellos
admiten haber retenido hasta el día de hoy, alejados tanto de
nosotros como del público americano, alegando “seguridad
nacional”. Lo último que me ha llegado es que ahora reclaman
que esos documentos han sido “perdidos”. Desde luego, no fue
ningún accidente que, el día antes del tiroteo de Oglala, el jefe del
gobierno tribal no tradicional estuviera firmando la entrega de
una octava parte de la Reserva de Pine Ridge al gobierno federal,

120
zona que ahora se conoce como Sheep Mountain Bombing Range
y que, según parece, es rica en yacimientos de uranio.
Muchos de nosotros creemos que el tiroteo en Oglala fue
intencionado específicamente como un desvío de atención para
ocultar ese negocio ilegal, que no fue revelado al público hasta
casi un año después. El escándalo público sobre la muerte de los
dos agentes también frustró convenientemente una planeada
investigación del Congreso sobre lo que había sucedido en
Wounded Knee II en 1973 y en el subsiguiente reino del terror en
la Reserva de Pine Ridge que condujo al tiroteo de Oglala el 26 de
junio de 1975.
La declaración posterior del FBI de que, de alguna manera,
habíamos decidido tender una emboscada a sus agentes es
absurda, como ellos bien saben. Allí había mujeres cocinando,
niños jugando fuera, todas nuestras pertenencias, ropa y objetos
personales. De hecho, ahora sabemos (de nuevo, mediante el
Acta de Libertad de Información) que un mes antes del tiroteo
de Oglala, el FBI había pasado una nota interna que concernía
“operaciones paramilitares de fuerzas de la ley” en la reserva.
Evidentemente, habían estado preparando este asalto sobre
nosotros durante largo tiempo. Y de manera igual de evidente,
hicieron una chapuza terrible con todo ello, para su consiguiente
desgracia así como para la nuestra.

121
Capítulo XXVI

Desde entonces, la explotación de uranio a la que nos


opusimos a tan alto precio a principios de la década de 1970 ha
continuado de manera perniciosa. El pueblo lakota bebe hoy
agua contaminada y presenta un índice de problemas durante
el embarazo y de abortos espontáneos siete veces mayor que la
media nacional. Nuestras Black Hills sagradas, según dictaba
el plan maestro, debieran haber sido declaradas un “área de
sacrificio nacional”, para, a la larga, de haberse continuado
con el plan, haberlas visto rodeadas por más de una docena de
gigantescas centrales que queman carbón y por veinticinco
reactores nucleares. Se iba a levantar un emparrillado de líneas de
conducción eléctrica que atravesarían las reservas de Pine Ridge y
Rosebud para llevar la energía hacia el éste.
La denuncia ante los tribunales de los terribles
impactos medioambientales que esta monstruosidad nuclear
inevitablemente podría causar ha ralentizado como una
bendición que se llevara a cabo el plan; como también lo ha hecho
la caída del precio del uranio con el fin de la Guerra Fría; pero
cuando el mercado de uranio empiece a subir de nuevo, habrá
que andarse con ojo. Los intereses relacionados con la energía
están simplemente esperando el momento más rentable para
poder empezar otra vez. La muerte de un pueblo y de un modo de
vida, sin mencionar la muerte de la tierra misma, nunca entra en
las consideraciones de aquellos que colocarían esta abominación
sobre el pueblo lakota, y sobre el pueblo americano también. Esto
es por lo que los FBIs se nos echaron encima de una forma tan
agresiva, porque el AIM y los Ancianos tradicionales eran los
únicos que se interponían en su camino. El resto, o no lo sabía, o
le daba igual o ya había renunciado.
No me cabe ninguna duda de que el verdadero motivo
detrás de tanto Wounded Knee II como el tiroteo de Oglala, y de
buena parte de la confusión que se dio por toda la Tierra India
desde el principio de la década de 1970, era, y es, el deseo de las
compañías mineras por silenciar al AIM y a toda la gente india
tradicional, que intentaban, y aún intentan, proteger la tierra, el

123
agua, el aire de los robos y depredaciones. En este tiempo triste
y trágico en el que vivimos, acudir a defender a la Madre Tierra
supone ser etiquetado de criminal.
Moviendo los hilos necesarios, estas compañías
consiguieron alimentar el miedo del gobierno hacia los “enemigos
internos” así como unir las energías del FBI y del BIA, agencias
federales que por ley han jurado protegernos, no explotarnos y
destruirnos. Yo creo que el FBI realmente pensó que nosotros
éramos un peligro para el interés nacional en aquella época
paranoica. Pero si realmente estaban preocupados por el “interés
nacional”, ¿por qué no investigó el gobierno a las compañías que
prepararon este lío, en primer lugar? Lo único que jamás pusimos
en peligro fueron los beneficios de los consorcios multinacionales
de energía que veían en nuestra sagradas Black Hills su nuevo
feudo de energía privada. Y los únicos que se interponían en su
camino eran unos pocos indios “sucios” y cabezotas que seguían
insistiendo estúpidamente en que los tratados fueran respetados
y que la Constitución de los EEUU fuera la ley de la tierra.
Yo estuve orgulloso, y sigo estándolo, de ser uno de “sucios
indios”. De todas formas, me han llamado eso toda vida. Siempre
me he entendido bien con los Ancianos tradicionales de las
reservas interiores y con los del AlM de los guetos rojos, donde se
nos había dejado tirados para que estos ladrones de las compañías
pudieran llegar al uranio, al oro y al carbón. No es ningún
accidente que el Departamento de Administración de la Tierra
(Bureau of Land Management-BLM) supervise al BIA que, a su
vez, nos “supervisa” a nosotros. Éste es un arreglo tremendamente
útil para los intereses relacionados con la energía. Tan sólo había
que hacerles la pelota a unos pocos funcionarios de poca monta y
de bajo salario del BLM y del BIA, puede que también a algunos
legisladores estatales y federales ya algo más arriba, y a través de
ellos, las “progresivas” facciones del consejo tribal, marionetas
serviciales del gobierno, abandonarían al Pueblo en cualquier
momento a cambio de algo de dinero rápido por debajo de la
mesa. Cuando los Ancianos tradicionales protestaron recibieron
palizas, disparos, se les quemó su casa, todo ello llevado a cabo
por los GOONs contratados por el consejo tribal. Cuando los
Ancianos llamaron a los chicos del AIM para que acudieran a

124
ayudarlos, por supuesto se hizo venir al FBI a Pine Ridge en gran
número. Ellos armaron a los GOONs con lo último en armamento
militar, y dieron su aprobación tácita al reino del terror que pronto
barrió la rez. ¿Y todo esto para beneficiar a quién? A menudo me
he preguntado qué es lo que sacaron los chicos del FBl de todo
esto, excepto el odio de los nativo-americanos y la falta de respeto
por parte de su propia gente. ¿Y qué deben de pensar ellos de sí
mismos, aquellos que participaron en todas estas manipulaciones
e invenciones, cuando se ven la cara en el espejo cada mañana?
Deben temblar con la visión de ellos mismos, apartarán los ojos
de su propia mirada en el espejo. Así, tienen que vivir la mentira
que crearon para mantener un aura de orgullo y amor propio.
O a lo mejor su arrogancia construye un muro inexpugnable
de autoengaño. Pero su propia complicidad inconsciente en las
muertes de sus propios agentes, eso nunca lo admitirán. Eso al
menos es humano. No podemos vivir con el desprecio de los
otros. Ninguno de nosotros puede. Salvar las apariencias es una
necesidad humana esencial. Puedo comprender eso.
Y puedo comprender cómo el FBI santifica la suya. Para
ellos, Coler y Williams son compañeros caídos, héroes, víctimas
trágicas y verdaderos mártires. Sí, eso también lo entiendo. Pero
nosotros también santificamos lo nuestro. Nosotros también
tenemos a nuestros compañeros caídos, a nuestros héroes, a
nuestras víctimas trágicas, a nuestros verdaderos mártires… y
los tenemos en números incontables. Vivo con el lamento de sus
voces en mi oído interno. Siempre les oigo. No los puedo olvidar.
Me niego a olvidarlos.
Ellos son víctimas de las guerras de energía, como lo fueron
los agentes Coler y Williams, como lo soy yo. Y tú también lo eres,
amigo mío, y tus hijos y los hijos de tus mismo es una víctima de
las guerras de energía, habiéndose extraviado, yendo mucho más
allá de los límites de la legalidad y de la decencia humana en su
equivocado afán por servir a los intereses de las multinacionales
invasoras en su asalto continuo sobre la Madre Tierra. Todas
estas cosas son actos de guerra contra el pueblo lakota, contra
todo el pueblo indio, contra todo pueblo indígena, contra toda
la humanidad. Debemos continuar oponiéndonos a aquellas
fuerzas de destrucción con cada fibra de nuestro ser, cada vez que
respiremos.

125
PARTE V
Aquel día en Oglala:
26 de junio de 1975

Cuando se mata a un hombre blanco,


aunque se lo haya buscado él mismo,
todos los indios son culpables.

¿No ha sucedido así siempre?


Capítulo XXVI

El 26 de junio de 1975 comenzó siendo un día precioso de


verano prematuro, con el aire dulce y pesado que había dejado una
tormenta nocturna especialmente violenta que casi nos vuela las
tiendas. El chaparrón nos había mantenido despiertos hasta tarde,
y yo había dormido en nuestra improvisada ciudad de tiendas,
como la llamábamos, hasta pasadas las 11.00 a.m. Sentí una brisa
templada mientras permanecía tumbado, sudando, encima de mi
saco de dormir y mi tienda, escuchando a las mujeres que reían
y charlaban fuera mientras preparaban el desayuno en el fuego
de campamento abierto. Escuché a una de ellas decir, “Uy, se
me acaba de caer mi tortita al suelo, está llena de barro”, y otra
contestó, “Bah, no te preocupes por eso, límpiala y ya está. Nunca
notarían la diferencia". Se refería a nosotros los hombres. Me reí en
silencio con ellas. Tenían razón, nunca lo notaríamos. Podía oler
el maravilloso olor de aquellas tortitas y ya estaba imaginándome
el espeso sirope que pronto estaría echando sobre ellas, seguido
de varias tazas de café negro hirviendo.
Pero, de pronto, esta preciosa y tranquila mañana fue
cortada de golpe por el por el sonido de disparos en ráfaga.
Parecían de muy lejos, y en un principio pensé que sería alguien
practicando por el campo. Luego empecé a escuchar los gritos.
Mi corazón por poco salta de mi pecho. Nuestro campamento
espiritual se había convertido de pronto en una zona de guerra.
Pensé inmediatamente en todas las mujeres, niños y gente mayor
que estaban ahí, en nuestro campamento de tiendas, y en nuestros
ancianos anfitriones, Harry y Cecilia Jumping Bull, que estaban
en su casa arriba en la colina. Era por esto por lo que nos habían
pedido que viniéramos aquí para salvar sus vidas. Me puse mis
botas, agarré mi camisa y un rifle, y rápidamente salí de la tienda.
Empecé a correr hacia la casa que vivían los Jumping Bull. El Calor
del día me atizaba como un puño y, mientras corría, tratando de
secar el sudor de mis ojos, se me cayó mi bolsa de municiones. Las
balas zumbaban proviniendo de todas las direcciones. Las podía
oír pasando al lado de mi cabeza, a tan sólo pulgadas de distancia.
No había manera de saber quién estaba disparando a quién. Tuve
que tirarme sobre mi barriga y arrastrarme.

129
Manteniéndome en el bosque para cubrirme, y luego
agachándome mucho por detrás de una vieja valla para ganado,
conseguí finalmente llegar a la casa de los Jumping Bull y, para
mi alivio, descubrí que la Abuela y el Abuelo Jumping Bull no
estaban allí. Afortunadamente, resultó que habían abandonado
la propiedad al amanecer y se habían ido a una su basta de bueyes
en Nebraska. Corrí hacia la pequeña cabaña de al lado, donde
escuchaba voces y lamentos de niños asustados. Las balas sonaban
alrededor de mis tobillos mientras corría, no dándome por poco,
justo como lo ves que pasa en las películas. Me di cuenta de que
estaba atrayendo el fuego hacia la cabaña. Si trataba de rescatar
a los niños en ese momento sólo los pondría en más peligro
aún. ¿Cómo los podría sacar de ahí? No podía ni decir de dónde
venían los disparos. Les grité a los pequeños que era hora de ser
valientes, que era hora de ser guerreros. “¡Meteros debajo de la
cama! ¡Quedaros allí hasta que os vayamos a buscar!” les grité,
luego salí de ahí disparado para mantener los tiros alejados de la
casa y de los niños que había en su interior.
Me puse a cubierto por un tiempo cerca de una hilera
de árboles cercanos y traté de explicarme qué demonios estaba
sucediendo. Dos coches, de esos relucientes que siempre traen
problemas a los indios, estaban aparcados, uno del otro, en un
campo cercano a la carretera, puede que a cien o cincuenta metros
de distancia. De ahí era de donde habían venido los primeros tiros
que escuché, pero ahora el sonido de disparos llegaba de todas
partes, detrás de mí, delante de mí, parecía que venía de todas las
direcciones. ¿Estábamos rodeados y a punto de ser asesinados?
Pegué un par de tiros por encima de sus cabezas, tratando de no
dar a nada ni a nadie, sólo para demostrar que teníamos algún
tipo de defensa y evitar que simplemente se presentaran y nos
matasen. Algunos de los otros hermanos estaban haciendo lo
mismo con los pocos rifles que teníamos. Como yo, usaban sus
rifles, en su mayoría 0,22s y rifles para cazar ciervos de calibre
0,30-30, disparando de vez en cuando y a una distancia de aquellos
dos desconocidos intrusos que habían irrumpido de manera
estruendosa en la propiedad Jumping Bull sin avisar. Tan sólo
estábamos intentando hacer tiempo, a lo mejor les asustábamos
y se marchaban de allí, al menos tratábamos de mantenerlos
alejados durante un tiempo. Recuerda, entonces estábamos

130
prácticamente en guerra civil en la reserva. Los escuadrones de
los GOONs habían estado aterrorizando la reserva durante meses,
con tiroteos desde sus coches, palizas, asesinatos abiertos, quemas
de casas de Ancianos y defensores del AIM sucediendo casi todos
los días. Esto fue precisamente por los que los Ancianos lakota
nos llamaron, para defenderles de los asaltos de los GOONs,
que servían al FBI al BIA y al consejo tribal, como su escuadrón
de la muerte paramilitar. Ellos eran los que tenían lo último en
armamento militar de alta potencia, no nosotros.
Después de un rato, cuando nos dimos cuenta de que
los conductores de los dos coches relucientes aparentemente
ya estaban muertos, derrumbados junto a sus vehículos sobre
charcos de sangre, y que no eran GOONs sino hombres del
FBI, sólo podíamos mirarnos unos a otros en una incredulidad
perpleja. Todos sabíamos lo que esa mirada aturdida y vacía en el
ojo del otro quería decir. Si esos agentes habían muerto, nosotros,
aquellos indios presentes en la propiedad Jumping Bull aquel
día, ya fuéramos hombre, mujer, o niño, también estábamos
muertos. Aunque sólo hubieran estado heridos, ya habíamos
muerto. Sabíamos que no se nos cogería vivos aunque tratáramos
de rendirnos. Hacía tan sólo unos minutos que había estado
vagueando en mi tienda, bostezando, sonriendo y estirándome,
con ganas de un buen plato de tortitas calientes cubiertas de
sirope. Ahora era hombre muerto. Todos estábamos muertos
Te cuento aquí sólo lo que yo personalmente vi, experimenté
y sentí en ese momento, las muy limitadas percepciones de un
hombre en una escena de caos casi total… no como se describió
luego todo en infinito, sangriento, y a menudo inventado detalle
por el FBI y los fiscales del gobierno. Como nunca puedes creer
nada de lo que dice el gobierno, es imposible fiarse de ninguna
de sus pruebas. Se inventaron casquillos de balas, mecanismos
que disparaban, rifles enteros, cualquier cosa para colocarme este
asesinato a mí, aunque ellos mismos admitieron más tarde en los
juicios de apelación de 1985 que ellos no tenían ni idea de quién
mató a los dos agentes. Yo no vi morir a sus agentes, no participé
en ello, hubiera hecho lo posible por evitarlo de haberlo sabido a
tiempo, pero en ese momento no había nada que yo o nadie más
pudiera hacer sobre ello. Había sucedido.

131
Ahí fuera había docenas, puede que cientos, de del FBI,
de agentes de la ley, de GOONs, y de vigilantes blancos, que
aparecieron de repente, en tan sólo minutos, como de la nada,
y todos iban por nosotros con armas. Y dos de sus compañeros
estaban ahí heridos, probablemente muertos en la zona de
fuego cruzado entre nosotros. No, no era probable que ellos nos
trataran con suavidad si nos rendíamos. La gente de Pie Grande
se había rendido, recuerda. Hasta los Ancianos y mujeres y niños
serían disparados, como habían hecho con tanto entusiasmo en
Wounded Knee en 1890 con aún menos provocación. Estaba
absolutamente seguro que nuestro propio destino sería el mismo.
Nos perseguirían a través del cauce del riachuelo y por los
barrancos, a cada hombre y cada mujer, a cada Anciano y cada
niño, y nos dispararían a cada uno de nosotros como lo habían
hecho entonces, en 1890. Después de todo, sus compañeros
estaban muertos, y nosotros éramos indios. Cuando se mata a un
hombre blanco, aunque se lo haya buscado él mismo, todos los
indios son culpables. ¿No ha sucedido así siempre?
Otros residentes del recinto Jumping Bull, la mayoría
mujeres y niños, estaban tratando de buscar desesperadamente
un lugar seguro donde ponerse a cubierto. Avise a todo el mundo
de que teníamos que salir del área, que nos matarían a todos si no
nos movíamos rápidamente, y trate de encontrar una vía, alguna
ruta, para guiarles fuera de allí. Parecía imposible. Necesitábamos
un milagro. En la distancia, por encima de la rápida ráfaga de
tiros, se podía escuchar el zumbido de una pequeña avioneta
de reconocimiento que hacía círculos por encima de nosotros.
No podía creer que todo esto estuviera sucediendo. Aún no
podía creer que nuestra maravillosa y tranquila mañana pudiera
haber sido destrozada por tanta violencia demente y homicida.
Entonces no sabía por qué habíamos sido objeto de tan feroz
ataque. Sólo sabía que mi trabajo, mi deber personal antes que
nada, era ayudar a proteger a aquellas mujeres inocentes y niños
aterrorizados. Sabía que no podía ceder a mi propio miedo, y me
preocupaba que el pánico de otra persona pudiera anunciar todas
nuestras muertes.
Como confirmaban documentos dados a conocer
veinte años después, en 1995, a través del Acta de Libertad de

132
Información, un ejército virtual, agentes de la ley, GOONs,
unidades especiales de la policía, vigilantes, la policía del BIA, lo
que quieras, habían estado reuniéndose en la zona para realizar
un planeado asalto paramilitar sobre la Reserva de Pine Ridge.
Y ahora el día había llegado finalmente. Este asalto obviamente,
había sido preplaneado. Puede que se figuraran que entrarían y
acabarían con nosotros después de que los dos agentes hubieran
provocado nuestros disparos, dándoles la excusa que necesitaban.
No parecía haber ninguna salida de ahí para nosotros en absoluto.
Y, aun así, a pesar de estar rodeados por cientos de agentes
de la ley, cada una de las personas que integraban nuestro grupo
pudo salir de la zona de muerte, excepto el pobre joven y asustado
Joe Killsright Stuntz, un chico de veintiún años entregado al AIM,
que fue herido en la frente por una bala perteneciente al arma de
un desconocido agresor, algunos dicen que era un francotirador,
otros que era un asesino. Sólo lo saben los que le mataron, y éstos
nunca han sido investigados. Como el gobierno retiene, y oculta
como estima conveniente, todas las pruebas, es imposible estar
seguro de lo que realmente sucedió.
Joe había tomado una posición de retaguardia para
defendernos a los demás mientras comenzábamos nuestra
escapada. Le dimos el nombre indio de Killsright en una ceremonia
póstuma que celebramos por él. Me alegra que lo recibiera. Sé que
ello le reconforta. Ése es el nombre sagrado por el que se le conoce
ahora en el Mundo Cielo.
Eh, Killsright, mantén el fuego de campamento encendido
y el café caliente hasta que llegue ahí. No tardaré mucho.
Aquel día, en medio de cientos de perseguidores
enfurecidos, una banda aterrorizada de unas pocas docenas
hombres, mujeres, niños y Ancianos fueron hechos, de alguna
manera, invisibles. Yo le doy todo el mérito al restablecimiento de
la Danza de los Espíritus por parte de Crow Dog. Para esa ocasión
específica, el Creador, Wanka Tanka, nos prestó a cada uno de
nosotros una camisa de los espíritus invisible, impermeable a las
balas del hombre blanco. No sé por qué Joe Killsright Stuntz no
recibió la suya a tiempo; a lo mejor estaba justo alcanzando su
mano hacia ella le dieron. Yo le hubiera pasado la mía de buena
gana sin tan solo lo hubiera sabido. Y, así, aquella tarde el Gran

133
Misterio se llevó a Joe pero nos guió al resto a salir de ahí.
Aunque podíamos sentir el viento de las balas mientras silbaban
pasando junto a nuestras orejas, ni una sola dio en su blanco.
Había controles de carretera y equipos ambulantes de unidades
especiales de la policía por todas partes. ¿Cómo escapar este
pequeño y aterrorizado grupo de la red de agentes de la ley, ya
locos, que se iba ciñendo rápidamente a nuestro alrededor?
En nuestro grupo muchos estaban bordeando el pánico,
paralizados por el miedo, y recuerdo decir mientras les guiaba
hacia un barranco, “¡Una oración! ¡Necesitamos una oración!”. Y
luego nos agachamos todos sobre la tierra embarrada y, aunque
no estoy acostumbrado a llevar a otros a la oración, me escuché
a mí mismo empezando a rezar. Escuché mi propia voz rezando
en alto como si estuviera a una gran distancia, diciendo algo así
como, “Tunkashila, Abuelo, Gran Espíritu, esperamos que nos
saques vivos de aquí hoy. Sabemos que nos mostrarás cómo
escapar si quieres que viviendo. Y si no lo quieres... si es éste el
día en que has decidido llamarnos a casa contigo, aceptamos eso.
De todas formas no parece que pertenezcamos a este mundo. Así
que te decimos hola a ti, Abuelo. De cualquier manera, lo que
Wakan Tanka quiera que suceda, sucederá. Ya sea que escapemos
o que nos vayamos al Mundo Cielo a vivir con el Abuelo. ¡Ambas
son buenas! ¡Ah-Ho!”
Esto pareció darle a todo el mundo una nueva esperanza,
una nueva fuerza y valor, y yo estaba empezando a comprender
el verdadero poder de la oración. Incluso sentí una nueva fuerza,
una nueva confianza dentro de mí. Y justo entonces, después de
la oración, mientras decidíamos hacia qué dirección correr, un
águila voló hacia un gran árbol cercano y chilló con ese agudo
y penetrante chillido que dan, como el sagrado silbato de hueso
de águila usado en las ceremonias. Luego salió volando, bajando
súbitamente, directamente sobre nuestras cabezas, por encima de
la hondonada llena de maleza en la que nos escondíamos. Era
como si hubiera venido a mostrarnos el camino. Yo creo que así
lo hizo, y así lo creyó cada uno de los allí presentes aquel día. Lo
creo así hasta el día de hoy. Seguimos la dirección de su vuelo, y
ese águila nos guió salvos fuera de allí, a pesar de las plagas de
agentes de la ley y GOONs que nos buscaban. Descubrimos, justo

134
debajo del lugar al que nos había conducido el águila, un gran tubo
de desagüe que iba por debajo de la carretera. Nos arrastramos por
él, en la aterrorizadora oscuridad, sobre nuestras manos y rodillas,
hombres, mujeres y niños, yendo a parar, finalmente, a un prado
de vacas bien lejos de la red que rodeaba la propiedad Jumping
Bull. Luego escuchamos tiros cercanos y, dándonos cuenta de que
nos habían descubierto todos corrimos como rayos, con las balas
silbando y pasando literalmente junto a nuestras orejas, y corrimos
colina arriba, hacia el campo abierto del monte y hacia los riscos
de pinos cercanos, zigzagueando nuestro camino, primero hacia
el este, luego hacia el sur, luego hacia el este de nuevo, rogando
desesperadamente poder mantenernos en movimiento, pensando
que así podríamos escapar de alguna forma. Que todo nuestro
grupo, exceptuando a Joe Killsright Stuntz, saliera de allí con
vida aquel día fue el verdadero milagro de los milagros, algo aún
incomprensible para mí. No había manera de que hubiéramos
escapado, y aún así lo hicimos. Me enteré después de que tenían
unidades de búsqueda peinando la zona para localizarnos, pero
nosotros tan sólo escuchamos aquella lejana avioneta. Ese águila
sagrada hizo algo más que mostrarnos la dirección a seguir aquel
día. Ella abrió bien sus alas y nos tomó bajo su protección. Nos
hizo invisibles y nos llevó volando para ponernos a salvo.
Nosotros estábamos, y estamos, enormemente agradecidos
a las tantas y tantas personas que nos ayudaron a permanecer
escondidos durante aquel terrible y terrorífico tiempo, arriesgando
gravemente sus propias vidas, ofreciéndonos refugios temporales
noche tras noche. Más tarde, supimos que gente india de todas
partes se había reunido en los controles de carretera de la policía
y nos había animado a seguir, pitando las bocinas de sus coches
cuando escapamos. Se dispararon tiros al azar para confundir
a nuestros perseguidores sobre nuestra localización exacta.
Amigos que no sabíamos ni que teníamos arriesgaron sus vidas
y nos animaron clandestinamente, manteniéndonos escondidos
de la red que se ceñía a nuestro entorno. Noche tras noche nos
manteníamos en movimiento, siguiendo cauces de riachuelos,
barrancos lo que fuera. Hablamos con nuestros Ancianos sobre
lo que deberíamos hacer, y se decidió que nos mantendríamos
escondidos en la zona hasta la Danza del Sol de ese año, a principios

135
de agosto en la propiedad de Crow Dog, donde podríamos darle
las gracias personalmente a Wakan Tanka, el Gran Espíritu, el
Gran Misterio, que había acudido a nosotros aquel día en forma
de águila, guiando milagrosamente nuestra escapada y salvando
nuestras vidas.
Mientras tanto, el FBI y los GOONs y la policía del
BIA parecían volverse locos en la que se ha llamado la mayor
persecución de la historia moderna de los EEUU, llevando a
cabo una represalia que aterrorizaba a toda la población de la
Reserva de Pine Ridge en una operación de acoso y derribo
al estilo del Vietnam. Destrozaron las casas de la población
tradicional india sin órdenes de registro. Trataron a la gente
violentamente, incluyendo mujeres y gente mayor, y acosaron
e intimidaron a cualquiera que sospecharon que sería, aunque
fuera remotamente, un simpatizante del AIM, que, por supuesto,
significaba la práctica totalidad de la población tradicional de la
Reserva de Pine Ridge.
Buscando continuamente la orientación de los Ancianos
nos escondimos con varios amigos, pero, uno a uno, se fue
cogiendo y apresando a casi todos los miembros de nuestro
grupo. Yo finalmente decidí tratar de cruzar la frontera con
Canadá, esperando encontrar refugio entre mis hermanos
nativos del lejano Noroeste, posiblemente incluso conseguir asilo
lo político allí. Me figuraba que obtener un juicio justo en los
EEUU, o al menos permanecer allí vivo, era ahora una posibilidad
inexistente. Supimos que los FBIs estaban tan furiosos por la
muerte de sus dos compañeros, así como por nuestra milagrosa
escapada de su ceñida red, que volcaron su furia disparando una
bala a corta distancia contra casi todos los retratos de familia de
los Jumping Bull, que colgaban de la pared del salón, algunos en
la cabeza, otros en el corazón.
No me cabe la menor duda de que nos hubieran hecho lo
mismo a nosotros de no haber seguido al águila que nos condujo
fuera aquel día.
Al escapar a Canadá yo estaba siguiendo los pasos de, ni
más ni menos, que el gran Toro Sentado, el hombre medicina
hunkpapa lakota que, después de la Batalla del Little Bighorn
del 25 de junio de 1876, había huido cruzando la frontera con

136
su gente, tras acabar con la orgullosa carrera del general George
Armstrong Custer como asesino de hombres, mujeres y niños
indios inocentes. Extrañamente, para aquellos interesados en los
números, el tiroteo en la propiedad de los Jumping Bulls del 26
de junio de 1975, ocurrió justo noventa y nueve años y un día
después de la Batalla del Little Bighorn, o la Hierba Resbaladiza
como la llamamos nosotros
Toro Sentado sabía que la venganza del hombre blanco
vendría rápidamente y que sería despiadada. Como yo, aunque
él no hubiera matado personalmente a Custer o a ningún otro, él,
aun así, era lo que llamarían hoy en día un “cómplice en el crimen”.
Todos los indios, después de todo, son “cómplices en el crimen”
cuando se levantan a defender a su pueblo de una matanza.
Toro Sentado no se engañaba sobre lo que había pasado o
sobre lo que iba a pasar. Él dijo:

¿Qué tratado mantenido por el hombre blanco ha sido roto


por el hombre rojo? iNinguno!
¿Qué tratado han mantenido los blancos de todos los que
han establecido con nosotros los hombres rojos? ¡Ninguno!
Cuando yo era niño, los sioux poseían el mundo. El sol salía
y se ponía en nuestras tierras. Mandábamos diez mil hombres
cabalgando a la batalla. ¿Dónde están los guerreros hoy? ¿Quién
ha asesinado? ¿Dónde están nuestras tierras? ¿Quién las posee?
¿Acaso hay algún hombre blanco que pueda decir que yo
alguna vez le haya robado su tierra o un centavo de su dinero? Y
sin embargo ellos dicen que soy un ladrón
¿Está mal que yo ame a los míos?
¿Es esto malvado porque mi piel es roja? ¿Porque soy
un sioux? ¿Porque nací donde mis padres vivieron? ¿Porque yo
moriría por mi gente y mi país?

137
PARTE VI
Una vida en el infierno

La farsa de mentiras desenfrenadas y la


escandalosa coacción de testigos fueron
representadas ahí, en una sala de justicia…
Éste era el sistema judicial americano en su
peor momento…
Capítulo XXVIII

A finales de 1975 se procesó a cuatro personas indias por


la muerte de los dos agentes. Yo era uno de esos cuatro. Sólo tres
de nosotros fuimos a juicio. Los cargos contra el cuarto, Jimmy
Eagle, se levantaron con el tiempo debido a “pruebas insuficientes”
contra él, aunque, en un principio, fue el supuesto robo de un par
de botas de vaquero por parte de éste lo que había provisto al FBI
de su excusa inventada para poder invadir la propiedad Jumping
Bull. Aunque resulta extraño, pues los asesinatos de veintenas de
personas ocurridos en la reserva durante los meses previos habían
sido totalmente pasados por alto, pero el supuesto robo de este
par de botas vaqueras (más tarde sobreseído por el tribunal) se
convirtió de inmediato en el objeto de una investigación masiva
del FBI.
Mis hermanos del AIM, Dino Butler y Bob Robideau, fueron
capturados al final, siendo falsamente acusados del asesinato de
los dos agentes, y después se les llevó a juicio en Cedar Rapids,
Iowa, en julio de 1976. Por aquel entonces, yo andaba detenido en
Canadá, peleando contra la extradición que me llevaría de vuelta
a los EEUU. En el juicio de Cedar Rapids de Butler y Robideau, el
jurado, horrorizado ante la evidencia abrumadora de complicidad
por parte del gobierno en el continuado terrorismo presente en
Pine Ridge, así como ante la escandalosa mala conducta del FBI
en cada una de las fases, halló inocentes a Butler y a Robideau.
El jurado falló que, al disparar a los desconocidos invasores que
llegaron sin previo aviso a la propiedad Jumping Bull aquel día,
Butler y Robideau habían actuado en defensa propia, como, desde
luego, lo habían hecho, al igual que hice yo y tantísimos otros
aquel día.
Tras la absolución de Butler y Robideau, me convertí en
el último acusado que les quedaba al que poder colocar falsa
acusación. Los cargos contra Jimmy Eagle se habían retirado para
que, según documentos del FBI más tarde relevados, “todo el peso
de la acusación del gobierno federal pudiera ser dirigido contra
Leonard Peltier”. El gobierno necesitaba un chivo expiatorio,

141
una condena con la que aliviar su tan dañada imagen pública.
Alguien debía pagar por las muertes de sus dos agentes, aunque
los federales no supieran quién lo había hecho, como confesaría
más tarde la propia acusación. Querían sangre india, y yo me
convertí en ese chivo expiatorio, al que habían escogido como
víctima desde el principio. Supongo que se figuraron que si
me absolvían como a Butler y a Robideau, de alguna forma
se abriría la temporada de caza sobre los agentes del FBI. Eso
puede resultar comprensible pero también es absurdo, claro, pura
fantasía por su parte. Nunca se abrió ninguna temporada de caza
de agentes del FBI por parte de la población india, ni tampoco
hubo nunca ningún plan, ni tan siquiera una sugerencia, para
llevar esto a cabo. A lo mejor alguno de aquellos agentes del FBI
realmente creyó la desinformación que su propia agencia estaba
difundiendo para el consumo público. Pero una cosa es segura,
se había abierto una temporada de caza durante varios años
sobre la población tradicional india de Pine Ridge y sobre sus
defensores del AIM. Mira bien el número de muertes ocurridas
durante aquellos años en Pine Ridge si lo dudas. Las muertes por
violencia del FBI: dos, agentes Coler y Williams. Las muertes por
violencia del AIM/de tradicionales: sesenta y todavía seguimos
contando, incluso ateniéndonos a las estadísticas del mismo
gobierno; creemos que es aún mayor. Que todas sus almas, cada
una de ellas, descansen en paz.
Yo fui arrestado en la parte oeste de Canadá el 6 de febrero
de 1976, fecha a partir de la cual mi condena comienza de manera
oficial. Tras haberme mantenido escondido en Dakota del Sur
durante varias semanas, me había escapado cruzando la frontera
de Canadá y había estado viviendo con algunos hermanos
nativos, a los que siempre les estaré agradecido, en las Montañas
Rocosas de la Columbia Británica.¹ Durante la mayor parte de
aquel año permanecí encarcelado en Vancouver, peleando contra
la extradición a EEUU. El FBI estaba dispuesto a hacer cualquier
cosa para llevarme allí devuelta, aunque fuera de manera ilegal,
y así lo hizo. Se presentaron a los tribunales canadienses pruebas
fraudulentas de una mujer india llamada Myrtle Poor Bear, en los
---------
1. British Columbia, provincia del oeste de Canada. (N.del T.)

142
que ella que era un “testigo presencial” de la muerte de los agentes
y también una ex novia mía. Aun es más, ella afirmaba que yo
era el padre de sus hijos. Si alguna vez has pasado experiencia
de que alguien haya proclamado una mentira total y absoluta
sobre ti, y te has dado cuenta de que todo aquel que ha escuchado
esa mentira la ha creído, puedes hacerte una idea de cómo me
sentí de sorprendido y enfermo aquel día en la escucha para la
extradición, cuando oí como leían en aquel juzgado canadiense
las mentiras que le habían metido en la boca a esa pobre mujer.
Las declaraciones de Poor Bear sobre mí en el juzgado fueron
primera página en Vancouver:

“La novia de Peltier testifica en su contra declarando haber


sido testigo presencial”.

Yo no tenía ni idea de quién era aquella mujer, no la había


visto nunca y ni siquiera había oído hablar de ella en mi vida. Ella,
como yo, como cada uno de nosotros, era un peón sobre el tablero
del juego ilegal y malicioso del gobierno. Hace varios años, se
descubrieron pruebas que probaban claramente que el gobierno
había sobornado y coaccionado a esta testigo para obtener las
falsas pruebas. Ellos, a sabiendas y con despreciable crueldad,
manipularon y aterrorizaron a una pobre e indefensa mujer
india para que diese su testimonio falso y así poder convencer
al gobierno canadiense, otra más de sus víctimas, y conseguir
extraditarme. Después se ha revelado que estas pruebas fueron
obtenidas mediante declaraciones falsas, y oficiales canadienses
electos han exigido mi regreso a Canadá, expresando su horror
hacia las declaraciones deliberadamente falsas empleadas por el
gobierno de EEUU para obtener mi extradición.

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Capítulo XXIX

Desde el día en que me capturó la Policía Montada Real del


Canadá (RCMP), mi vida se ha vuelto interminablemente borrosa
entre cárceles y prisiones, y visitas ocasionales a tribunales de
justicia, primero en Canadá, para las vistas de mi extradición
y, a partir de entonces, aquí en los Estados Unidos. Las esposas
y los grilletes y los registros para los que hay que desnudarse,
“ábrete, Tonto”, se han vuelto mi rutina diaria. Ellos no te quitan
simplemente tu libertad, algo que creerías que sería suficiente, sino
que te degradan y humillan, según parece, cuando sea y donde sea
posible. Crean mucho más crimen, injusticias e inhumanidad que
lo que previenen. Todas las prisiones, sin excepción, constituyen
un castigo cruel e insólito. Cada una de ellas debiera ser declarada
inconstitucional.
Como supuesto “asesino de polis”, yo recibí atención especial
desde el principio. En mi primera cárcel de Canadá, se estacionó
a un guardia especial fuera de mi celda durante toda la noche;
ésa sería la norma durante los meses venideros. Cuando al día
siguiente se me condujo a la cárcel metropolitana de Vancouver,
me vi rodeado por un grupo de policías abiertamente enfadados.
Uno de ellos me quitó las esposas, y los otros, remangándose,
empezaron a acercarse hacia mí con los puños cerrados, con
un odio absoluto en sus caras. Me dispuse, lo mejor que pude, a
devolver la pelea, me imaginaba que podría tumbar a dos o tres
antes de que ellos me cogieran, pero puedo decirte que durante
unos minutos estuve bien seguro de que me matarían ahí mismo.
Esa vez me salvó la intervención del sargento de la RCMP que me
había llevado hasta allí. Sí, existen polis buenos, muchos de ellos.
Pero siempre habrá de los otros tambitén. Viviendo entre muros,
aprendes rápidamente que estás a merced de cualquiera que tenga
una vena sádica; y éstos casi nunca escasean.
En aquella primera cárcel de Vancouver podía mirar a
través de la pequeña ventana de mi celda, y alzándome, agarrado
de los barrotes, miré fuera y vi, de entre toda la gente posible, a
mi madre, allí abajo, de pie en la calle. Le grité. “¡Maaaa! ¡Maaaa!”,

145
pero cuando volví a mirar para abajo ella había desaparecido. Fue
como una especie de aparición que yo había tenido, pero luego
ella me confirmó que realmente había estado allí, y que me había
oído llamarla.
Esa misma tarde fui trasladado de la cárcel metropolitana
a la prisión de Oakalla. Se me procesó y fui asignado a un módulo
de alta seguridad, donde algunos presos indios descubrieron
quién era yo y ofrecieron proporcionarme un guardia de
seguridad para mí solo. Casi de inmediato, se me trasladó a un
piso de aún mayor seguridad, a tan sólo un nivel por encima
del corredor de la muerte. Las seis celdas de ese nivel fueron
evacuadas para que estuviera yo solo en aquel lugar. Mi propia
celda, mi aparentemente eterno mundo personal, medía cinco
pies por nueve, algo bastante típico en casi todas partes, según
he comprobado, y estaba amueblada con la típica cómoda de
acero sin asiento, lavabo y litera de acero con un colchón de dos
pulgadas, dos sábanas, una manta y sin almohada; tampoco tenía
pertenencias personales, ni siquiera un libro que leer. La única
luz que había entraba a través de las rejas de la parte delantera.
Cuando mi equipo legal comenzó a presentar mociones en
tribunales e hizo que representantes de embajadas extranjeras
visitaran mi celda, las condiciones mejoraron; se me permitieron
libros, material de arte, periódicos y hasta un televisor que se
puso fuera, enfrente de mi celda, en mi zona de ejercicio que era
un espacio de unos veinticinco pies de largo por quince de ancho.
Luego me enteré de que estaba recibiendo el mismo trato que se
le da a un preso en el corredor de la muerte.
Durante un tiempo incluso me tuvieron en una celda en el
corredor de la muerte mismo, justo entre dos presos que estaban
a punto de ser ejecutados, uno de ellos era indio, el otro era un
tipo blanco que había sido condenado por matar a un oficial de
la RCMP cuando robaba una tienda y estaba programado que se
le colgaría a la mañana siguiente. Supongo que me pusieron allí
para que pudiera experimenta lo que se siente. La horca se podía
ver a unos pies de nuestras celdas, en otra habitación. Ellos, con
consideración, dejaban la puerta abierta para que pudiéramos ver
el patíbulo con sus dos sogas colgando. El tipo blanco no hablaba
mucho. Tan sólo permanecía ahí sentado, en su litera, mirando

146
al suelo, con la cabeza caída y sujetando fuertemente con sus
manos el interior de sus piernas. Pude apreciar que una de sus
rodillas incontrolablemente, no dejaba de temblar. Y emitía un
silbido agudo al respirar. De manera asombrosa, como el indulto
de última hora de una película, vinieron a la mañana siguiente y
nos informaron de que el gobernador acababa de abolir la pena de
muerte. A mis dos compañeros presos del corredor de la muerte
se les conmutó la pena por cadenas perpetuas, lo que significaba
que tendrían que cumplir un mínimo de veinticinco años. Si
todavía viven, en estos momentos deben estar a punto de salir.
Algunos de los guardas en Oakalla parecían tener al menos
cierta simpatía hacia las causas indias y hablaban conmigo
con algo de respeto. Y, como era habitual, también estaban los
otros que trataban de colocarme un informe de incidente casi
a diario, amenazándome con echarme al Agujero. Eso tenía
gracia. Enseguida había aprendido que el Agujero no era peor
que donde se me estaba reteniendo a mí, en algunos aspectos
incluso resultaba mejor. Así que yo sólo me encogía de hombros
y les decía “Vale, bueno, qué demonios, ¡adelante! ¡Darme
un respiro y mandarme al Agujero!”. De hecho, poco tiempo
después, cinco prisioneros que estaban siendo retenidos en el
Agujero se escaparon de Oakalla, y aquello sofocó de algún modo
las amenazas de los guardias por un rato. Aun así, les encantaba
encontrar maneras de atormentarme, mayoritariamente mediante
abuso verbal. Mantenían conversaciones, con la intención de que
yo las escuchase, sobre lo estúpidos y sucios que eran los indios,
sobre lo feas que eran nuestras mujeres y sobre cómo tenían una
moral tan relajada, sobre cómo nuestros niños eran “retrasados”
y debieran ser acorralados y disparados como callejeros. Oh,
eso se ganó unas risas. Estaban esperando que yo estallara, que
dejara escapar un poco de furia y darle oportunidad de darme
una buena paliza o algo peor daría esa satisfacción. Nunca me
convertiría en lo que ellos querían que fuera. Me negaría a ser su
víctima. No soy una víctima. Soy un guerrero. Aceptaré mi dolor,
ya sea interior o exterior, como lo hace un guerrero, sin quejarse,
sin gemir, como aprendemos a hacer en la Danza del Sol. La
Danza del Sol nos devuelve al mundo endurecidos contra el dolor
de la misma manera que un palo carbonizado se endurece con el

147
fuego. Esto no significa que no nos puedas quebrar o matar, pero
sí que vas a tener que emplearte a fondo para hacerlo. Así que
nunca respondí, excepto posiblemente con la mirada en mis ojos,
a aquellas provocaciones racistas hechas por aquellos guardas y
por otros como ellos. Me negué a ser tan ignorante como lo eran
ellos.
El día antes de la fecha programada para mi extradición de
vuelta a los EEUU, a mediados de diciembre de 1976, se me volvió
a trasladar a una celda de aún mayor seguridad. Ésta tenía cuatro
paredes de rejas de acero y estaba forrada con un grueso plexiglás,
una jaula de acero dentro de una caja de plástico. A menudo me
he preguntado a quién se le ocurren estas cosas, quién las diseña,
¿hay cursos en la universidad en los que te enseñan cómo fabricar
cámaras de tortura? Se estacionó a un guarda nó que no apartara
la vista de mí en ningún momento, ni por un instante, y no lo hizo,
aunque te juro que debió volverse bizco mirándome cada vez que
iba a cagar o a mear. Durante un tiempo traté de mirarle a él de
vuelta, de la misma manera impávida en la que él me miraba a mí,
hasta que su cara se puso roja, su nariz se contrajo nerviosamente
y alzó temblando un fornido brazo con el puño cerrado, sus ojos
más llenos de miedo y suplicantes que feroces. Yo medio sonreí,
me encogí de hombros, y desvié la mirada. Ahora los dos que yo
le tenía cogido de la misma forma que él me tenía a mí. Los dos
éramos prisioneros, ese guardia y yo.
Supongo que, momentáneamente, me llegó un vago
optimismo por la promesa que el ministro de Justicia canadiense
había hecho, a través de mis abogados, afirmando que una
vez hubiera firmado los papeles de extradición, seria tratado
humanamente y se me daría un juicio justo en los Estados
Unidos. Así que yo estaba ansioso por acabar con esto, tener mi
juicio y ser declarado inocente, al igual que les había sucedido a
mis hermanos del AIM Bob Robideau y Dino Butler en el juicio
de Cedar Rapids durante el verano anterior. Me figuré que mi
caso atraería tanta atención pública hacia las maldades del FBI
en Tierra India que el gobierno de los EEUU se vería forzado a
darme un juicio justo. Yo era demasiado ingenuo como para ver
que el ministro de Justicia de Canadá tenía peso alguno en los
Estados Unidos, y tampoco me había dado cuenta aún de que

148
yo era el único que el FBI tenía para cargar con las muertes de
sus agentes en Oglala. Y, como sabes, ellos siempre cogen a su
hombre, aunque éste no sea su hombre.
La RCMP trajo un gran helicóptero militar al patio de la
prisión en la mañana en la que me debía marchar. Me dieron mi
ropa de civil, y me pusieron dobles esposas y grilletes. Se me llevó
rápidamente a un aeropuerto cercano, de donde se me transfirió
a un avión a reacción privado de las fuerzas aéreas que era de un
general, y en unas pocas horas estaba aterrizando en Rapid City,
Dakota del Sur. De vuelta a los viejos y queridos EEUU, yeah!
Tras unas pocas horas más en la prisión del condado, fui
llevado ante un magistrado para ser procesado. Éste trató de
colocarme un defensor público que a mí que acababa de salir de
una clase de la Facultad de Derecho. Le dije que me representarían
abogados competentes pero él insistió en que aceptara este
defensor público. Contesté que no iba a aceptar a este “estudiante
de derecho” como representante con unos cargos tan serios, y
exigí representarme a mí mismo hasta que mis propios abogados
fuesen contactados. El asintió de mala gana, me procesó para ir a
juicio, y no puso ninguna fianza.
No había estado ni quince minutos en mi celda cuando de
nuevo, se me llevó rápidamente al aeropuerto de Rapid City, crucé
volando el Estado hasta Sioux Falls, y allí fui depositado en un
módulo llamado “centro de retención” de la prisión del Estado
de Sioux Falls, una de esas “escuelas de educación social” donde
el AIM había tenido sus comienzos una década antes. Así que
aquí se me retendría en el Agujero, sin saber si tenía abogado o
si mi familia o defensores sabían dónde me encontraba, sin un
centavo con que comprar sellos o cigarrillos o lápiz o papel en
que escribir. No tenía manera de saber lo que estaba sucediendo
en el mundo exterior o si a alguien le importaba algo. Todos los
otros prisioneros que veía eran blancos. No podía haber estado
más solo, más aislado. Decidí mantener la boca cerrada e irme a
dormir. Me quedaban seis o siete cigarrillos canadienses y decidí
encender el primero, tumbado en la litera y soplando el humo
hacia el techo, deseando que con cada soplo de humo pudiera,
de alguna manera, llevar una oración a lo alto, al Mundo Cielo.
Desde luego me habría venido bien algo de ayuda de allí arriba, al

149
menos una pequeña señal de que el Gran Espíritu aún recordaba
que yo existía. Entonces escuche una voz ronca en la celda de
al lado: “Eh, tío, ¿es un cigarro eso que fumas ahí?”. Era un tipo
blanco que tendría más o menos mi edad, de pinta terriblemente
dura.
Yo dije, “Sí… ¿Por?”. Me figuré que me iba a hacer pasar un
mal rato con esto.
“Pues deja de fumarlo ahora mismo”, dijo, “¡y déjame
terminarlo por ti! ¡Si lo haces, te daré cinco sellos de correo!”.
Resultó que mis cigarros eran los únicos en el Agujero.
Valían su peso en oro, o al menos en sellos de correos. Valían
aún más que eso en amistad. No estaba dispuesto a volverme
un capitalista y sacar grandes beneficios de ello a estas alturas
de mi vida. Le ofrecí un cigarro entero a cambio de un sello, un
cambio justo, pensé, “así puedo escribir a mi familia y hacerles
saber dónde demonios ando”, le dije. Quedo muy agradecido y
me debió dar las gracias unas diez veces mientras lo encendía y
absorbía profundamente aquel tabaco prohibido, concentrándose
en ello como si prácticamente tuviera orando. Me figuré que el
Gran Espíritu debía estar contestando tanto su oración como la
mía. Es extraño como un cigarrillo y un sello de correos pueden
convertirse en verdaderos tesoros, casi en milagros, en ciertas
circunstancias. Mi nuevo amigo me dio mi sello, además de algo
de papel y un sobre.
Me preguntó mi nombre, y cuando se lo dije se puso
realmente emocionado.
“¿Tú eres Leonard Peltier? Oh… tío… ¡¡¡guau!!!”.
Y gritó por toda la galería, “¡Ey, aquí tenemos a Leonard
Peltier! ¿Me oís? ¡¡¡¡Leonard PelTIEEEER!!!!”.
¡Empezaba a darme cuenta de que no había sido olvidado!
Pero también era un poco embarazoso.
Un coro de voces gritaron animándome y, de repente, mi
aislamiento se había deshecho. Incluso escuche algunos tipos
gritar, “¡Aguanta ahí, hermano!” y supe que ahí dentro había
algunos indios con migo. Maldita sea, comparado a pocos
minutos antes, ¡Me sentí como en casa! Así que pasé el resto de
los cigarrillos a través de las rejas y éstos se fueron pasando de
una celda a otra, cada tipo tomaba un par de honda caladas y lo

150
pasaba. Todos participamos de una fumada colectiva y, en cierto
modo, de una oración colectiva, y de alguna forma, aquellos
seis medio destrozados y medio aplastados cigarros canadienses
parecieron durarles a una docena o así de hombres unas horas,
hasta la noche, hasta que nos fuimos todos a dormir. Me recuerda
en algo a los panes y los peces de los que solía oír hablar cuando
era niño en la iglesia blanca a la que mi Gamma me llevaba. Nunca
lo creí entonces. Pero ahora estoy abierto a la idea habiéndolo
experimentado de primera mano con aquella media docena de
cigarrillos canadienses. A veces son los pequeños y más corrientes
milagros los que te aportan la fuerza para seguir adelante.
Necesitaría aquello para poder soportar lo que estaba por
venir durante los próximos meses, cuando se me transfirió por
toda la región de unas cárceles a otras. Los policías y los guardias
me amenazaban rutinariamente con la muerte segura “sin
importar lo que pase en los tribunales”. Se me alimentó con frías e
insípidas comidas, no se me dejó hacer ejercicio, ni recibir visitas
de mi familia, ni siquiera darme duchas.
En una cárcel un funcionario me dijo que habían estado
orinando sobre mi comida. Cuando empujé la comida, de
vuelta, a través de la ranura de la puerta, me la devolvieron de
nuevo diciéndome, “¡Cómete esto o muere, pedazo de mierda!”.
Prefiriendo morir de hambre antes que comer aquello, lo eche
fuera otra vez por la ranura. Lo volvieron a empujar dentro.
Cuando, de nuevo, lo volví a echar fuera, el sheriff y media docena
de guardas aparecieron en la puerta de mi celda. Ésta se abrió y
todos permanecieron allí, un grupo de personas con ojos salvajes
que estaban listos para saltar sobre su presa. Luego empezaron a
entrar dentro. Me mantuve en la parte de atrás de mi celda, frente
a ellos con la espalda hacia la pared. “iVamos, es un buen día
para morir!” les solté. “¡Vamos a ello!”. Supongo que esto les hizo
pestañear, Desde luego yo no estaba de broma. Se metieron todos
en la celda hasta que ésta se llenó por completo, luego gritaron y
chillaron y me escupieron y agitaron sus puños amenazándome.
Yo grité y chillé y les escupí a ellos también y esperé a que viniesen
hacia mí. Demonios, una muerte rápida en sus manos siempre era
preferible a una vida entera en prisión. Pensaba que, si pudiera,
me intentaría llevar a algunos de ellos con migo. “¿Quién busca

151
algo?”, pregunté. Escondí mi propio miedo. Podía sentir mis tripas
aflojándose en mi interior pero las mantuve bien dentro. Luego,
el sheriff, que tenía su puño alzado justo delante de mi nariz, y
que había estado incitando a los demás, fijó sus ojos sobre los
míos, se dio cuenta de que él iba a ir primero y cruzó una mirada
repentina de miedo echándose hacia atrás. Ordenó retroceder a
todo el mundo y todos salieron de allí. Asombrado, les grité, “¡Ey,
volver aquí, pandilla de cobardes! ¡Venga!”. Cerraron la puerta
tras de sí y desaparecieron. Cuatro días después, durante los que
no probé un bocado de su comida, aquel sheriff avisó a la oficina
del oficial de justicia para que vinieran a buscarme y me sacaran
de su cárcel antes de que yo muriera. Eso significaría mala prensa,
así que vinieron y me sacaron.
No puedo recordar todas las otras cárceles de antes,
durante, y de después de mi juicio en Fargo. Para entonces, mi
abogado, Bruce Ellison, había amenazado con una demanda
judicial si no se me concedían al menos los privilegios mínimos
y, tras unos meses de aislamiento, finalmente se me permitió una
breve visita de mi familia a través del cristal y del teléfono.
Finalmente, unos dos días antes de ser sentenciado en
Fargo, fui capaz de obtener una buena ducha, tan poco común,
y un afeitado, también se me dio un juego de ropa limpia, y fui
tratado brevemente, casi, como un ser humano.
Bienvenido a Leavenworth
El 1 de junio de 1977, a las 9.00 a.m., recibí mis dos
condenas perpetuas en la sala de justicia de Fargo, luego se me
sacó de allí rápidamente bajo fuerte vigilancia y se me llevó
al el aeropuerto. Un par de horas más tarde, aterrizaba en el
aeropuerto internacional de Kansas desde donde se me condujo
a la penitenciaría de los EEUU de Leavenworth, Kansas, a menos
de una hora en coche de allí.
Un escalofrío recorrió mi nuca cuando pasamos junto al
larguísimo muro de dieciocho pies de alto y luego cogimos la
entrada principal de Leavenworth. El abrumador tamaño del
lugar asusta, y su bóveda central pintada de plata lo hace aún
más extraño, recordando, de manera ridiculizada, al edificio del
Capitolio de Washington D.C., junto a sus paredes de piedras
como falanges, sus vallas tipo ciclón, sus rollos de alambre de

152
espino, y sus leones de piedra de ojos vacíos vigilando los escalones
centrales bajo una amenazadora torre de vigilancia armada, todo
ello resultado del trabajo de algún arquitecto demente y sádico,
que tomó en cuenta cada detalle, sin duda, para contribuir al
simple terror nauseabundo de todo ello.
Subí con mis grilletes y cadenas por las escaleras principales
hasta la primera de las aparentemente interminables series de
verjas de acero. Me pareció oír gritos lejanos que provenían de
algún lugar de dentro del edificio. O a lo mejor sólo era el viento
aullando por entre el alambre de espino situado sobre los muros.
De pronto, tu mente te empieza a jugar trucos y es como si
escuchases a tu espíritu diciéndote que corras, que no vayas allí
dentro, y luego el miedo se te echa encima de una manera casi
insoportable, tus rodillas se vuelven frágiles, te sientes como si
fueras a mojar los pantalones, te entran ganas de llorar, de gritar
buscando ayuda. Tenía una necesidad casi irresistible de ir a los
oficiales y suplicarles, rogarles que no me llevaran dentro de ese
lugar. Estoy seguro de que, de haberlo hecho, mi voz se habría
quebrado y yo me habría deshecho en lágrimas. Y a lo mejor
eso hubiera sucedido, pero algo me salvó. Porque cuando me
giré hacia uno de los oficiales que me guiaba escaleras arriba,
esperando encontrar algún destello de calor humano en sus ojos,
vi, en cambio, no una cara, para nada, sino una máscara de odio
absoluto y una mirada en sus ojos tan vil que no se podría ni
describir. Él veía mi terror y mi debilidad y lo estaba disfrutando
como un buen vino. Yo no podía decir nada. Él sólo sonrió, con la
sonrisa de un diablo y dijo en una voz prácticamente alegre, “Estás
muerto, jodido indio bastardo, nunca saldrás vivo de este edificio.
Nos aseguraremos de eso. Te cogeremos de una manera u otra.
¿Por qué no te escapas, macarra de mierda? iVamos! Conviérteme
un héroe. iEy, seré ascendido si te trinco!”.
Te lo juro, vi su cara y su cabeza convertirse en serpiente, y
ésta escupía su veneno hacia mí. Mi mente estaba dando vueltas
y no paraba. Mis rodillas temblaban, me sentí desmayar, me
quedaba sin aliento, y apenas podía subir el peldaño siguiente a
las escaleras. Entonces esa mirada de puro mal sobre su cara de
víbora, de pronto, no puedo explicar cómo, me dio una potente
fuerza que iba emergiendo. Cuanto más me miraba con su odio

153
feroz, más fuerte me volvía yo. Eso es algo que aprendes sobre
este tipo de odio, te da la fuerza para superarlo. Espíritus dentro
de mí gritaban que me mantuviera fuerte, que pelease contra
esta ira y este miedo que recorría con locura mi mente, para que
permaneciera bajo control antes de perder todo amor propio y
convertirme en la estremecida y quejosa víctima que él quería
que yo fuera. Mi fuerza y valentía de pronto regresaron rugiendo
hacia mí, como una ola gigante caliente y volcánica. Mis piernas
dejaron de temblar. Mi aliento volvió. Mi mente dejaba pasar
imágenes luminosas de la Danza del Sol, del sagrado Árbol de
la Vida conectándome a mí con el mundo, de los espetones
enhebrados en mi carne y de las cuerdas siendo estiradas hasta que
la carne en tensión se rompía, liberándome, y yo inmediatamente
me conecté con ese dolor sagrado y encontré en él una inagotable
fuente de energía. Sí todo esto era simplemente una extensión
de la Danza del Sol. Ésta era mi ofrenda a Tunkashila, el Gran
Misterio, mi carne, mi vida, mi existencia misma. Podrían
sepultar mi cuerpo, pero mi espíritu nunca lo podrían tocar.
Me volví hacia esta serpiente de forma humana, de pronto
tan calmado como no lo había estado nunca en mi vida, y justo
cuando me estaba diciendo por última vez, “Corre, jodido
bastardo”, le devolví la sonrisa y le dije en voz baja, “Vale, vamos
a ello. Pero pórtate como un hombre. Dame una oportunidad y
quítame estos grilletes para que al menos pueda intentar escapar.
Venga... entonces podrás ser el héroe que siempre has querido
ser. ¡No pierdas tu oportunidad! ¡Estoy listo! ¡Vamos a hacerlo!”.
Su cara cambió, presentando una mirada de puro escándalo
y descrédito. Tan sólo se quedó ahí, con los ojos abiertos,
mirándome alarmado y, sí, ¡con miedo! El otro oficial, pegado a
él, me empujó escaleras arriba, soltando, “Muévete macarra!”. Yo
solté una obscenidad apropiada y me moví. Aun es más, me seguí
sintiendo más fuerte con cada segundo. No había manera de que
me destruyeran.
Cuando entramos en el edificio, y se me había empujado a
través de una serie de puertas corredizas con ventanas de cristal
oscuro, se me dijo que permaneciera en un cuarto. Mientras
estaba allí pude ver el reflejo de los dos oficiales hablando con
el guarda del cuarto de control a través de un agujero cortado en

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el cristal para poder hablar. Luego se oyó una voz por el altavoz:
“Aplasta la nariz contra la pared. Vamos, macarra, apriétala contra
la pared, justo ahí. ¡Vamos!”. Yo permanecí ahí parado. Otra vez
se oyó la voz: “iAprieta tu jodida nariz contra la pared o verás
tu culo bien pateado!". Otra vez no hice ni caso. He descubierto
que no responder nada es la mejor respuesta a las incontables y
vacías, y no tan vacías, amenazas que recibes entre estos muros.
Estate preparado, mantente relajado, estate expectante, y no hagas
nada. Dura más que los bastardos. No siempre funciona, pero sí
a menudo.
Y así comenzó el tan largo borrón de mi vida en prisión.
No te aburriré con los interminables traslados de Leavenworth a
otras prisiones federales, luego de vuelta, luego fuera y de vuelta
otra vez, Terre Haute, Marion, Springfield, y así, cada una de ellas
con sus propias e infinitamente grandes y pequeñas historias de
horror. Cuando eres un invitado en el infierno, aprendes que el
diablo tiene muchas mansiones, y te mantienes yendo y viniendo
a ellas y de ellas por ninguna razón conocida. Al menos, en el
infierno siempre te dan habitación, o parte de una. En el infierno
no hay gente sin hogar. Supongo que en ese aspecto es mejor que
otros lugares.

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Capítulo XXX

Tras mi extradición ilegal de Canadá, sucedieron algunas


cosas muy extrañas. Sin explicación alguna, mi juicio, que
comenzó en marzo de 1977, fue trasladado de Cedar Rapids,
Iowa, donde se tenía que haber celebrado ante el mismo juez
que había presidido la absolución de Butler y Robideau, a Fargo,
Dakota del Norte, a un juzgado abiertamente hostil. Las pruebas
de mala conducta e ilegalidad intencionada que habían influido
tanto al jurado de Cedar Rapids no fueron permitidas en la sala de
justicia de Dakota del Norte. Ni tampoco se permitió mencionar
la historia de Pine Ridge en los años recientes con la confusión
que el gobierno inició allí. Aun es más, el juez me prohibió,
asombrosamente, poder alegar defensa propia, como ya hicieron
Butler y Robideau estando acusados bajo los mismos cargos.
Toda mi condena estaba basada en indicios, la mayoría de ellos
falsificados, incluyendo la supuesta arma homicida que nunca
fue mía y que no tenía nada que ver con los sucesos de Oglala,
como el FBI bien sabía, pues ellos se habían inventado todo esto,
de manera literal y por completo, como sus propios informes
demostraron más tarde. La farsa de mentiras desenfrenadas y la
escandalosa coacción de testigos fueron representadas ahí, en una
sala de justicia.
Mientras tanto, para asegurarse de que el jurado sintiera
completamente intimidado, el gobierno confecciono historieta
inventada, que rápidamente se extendió por la prensa como si
fuera el evangelio, en la que se decía que el AIM iba a asaltar el
juzgado en cualquier momento. Los oficiales exageraron esto aún
más, cubriendo las ventanas del juzgado. Los oficiales de justicia
federales acechaban por todas artes, armados hasta los dientes,
mirando detenidamente cada sombra en busca de inexistentes
guerrillas del AIM.
Al jurado se le trasladaba bajo guardia extrema,
proporcionada por las unidades especiales de la policía. Las
ventanas de su autobús estaban cubiertas o pintadas. Todo el
juicio fue absolutamente absurdo, una parodia, una invención
evidente como mucho de lo demás. Mientras tanto, la acusación,

157
sin escrúpulos, coló un sinfín de mentiras, pruebas inventadas y
testigos falsos, y el juez lo permitió todo. Éste era el peor momento
del sistema judicial americano, burlándose de, incluso escupiendo
sobre, los mismos principios de verdad e imparcialidad y justicia
sobre los que supuestamente se basa.
El comprensiblemente aterrorizado jurado, todo blanco
ansioso por salir de ahí lo antes posible, apenas se tomó seis
horas para llegar a un veredicto en el que me declaraban culpable,
con dos cargos de asesinato en primer grado. A pesar de que
fueron manipulados e intimidados, podrían haber visto lo que
estaba sucediendo y haberse opuesto, como hizo el jurado de
Cedar Rapids. Ellos, después de todo, eran los encargados que la
sociedad había nombrado para prevenir precisamente este tipo
de abusos. Este jurado, del que tan a menudo se ríe la gente y se
maltrata, constituye la verdadera salvaguardia de todo el sistema
legal americano y, partiendo de ahí, de la democracia americana
misma. Tenían en su poder, de hecho era su obligación, no sólo
liberar a un hombre inocente sino exponer toda esta ilegalidad
del gobierno.
Al terminar el juicio de Fargo, el fiscal me señaló y le dijo
al tembloroso jurado con una voz atronadora que “hombre... este
hombre sentado aquí delante de ustedes” había matado a sangre
fría y a bocajarro, con un rifle de alta potencia, a aquellos agentes
ya heridos... Y aun así, años después, durante una de mis muchas
vistas de apelación, este mismo fiscal admitió en el juzgado que el
gobierno no tenía ni idea de quién había matado aquellos agentes.
Declaró, constando en acta: “No teníamos prueba directa alguna
por la que declarar que un individuo frente a otro hubiera sido el
que apretara el gatillo”.
El Tribunal de Apelaciones de Octavo Circuito, en mi vista
de 1986 para un nuevo juicio, reconoció que había habido uso
de pruebas falsas, retención de pruebas exculpatorias coacción
de testigos, así como conducta no apropiada por parte del FBI.
¿Por qué, entonces, no se me excarceló inmediatamente como
hombre inocente, que lo era y había si probado por sus propias
y numerosas confesiones? Simplemente porque, como siempre
he afirmado, cualquier indio hubiera servido para pagar por las
muertes de sus agentes, preferiblemente alguien del AIM y de

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“fuera” que pudiera ser acusado de provocar problemas en la rez.
Aparentemente, eso fue por lo que los “de fuera”, Butler, Robideau,
y yo mismo habíamos sido elegidos de entre un grupo potencial
de treinta o más personas que estuvieron en la propiedad Jumping
Bull aquel día, y probablemente esto también explica por qué los
cargos contra Jimmy Eagle, un hombre del lugar, fueron retirados
Según resultó, yo debía ser su chico. Sí, yo, Leonard Peltier, era el
elegido. Esta vez no estaban arriesgándose. Yo era el último indio
que les quedaba para cargar con muertes de sus dos agentes. Si los
federales no podían coger al verdadero asesino, desde luego que
me cogerían a mí. Y así lo hicieron.
El juez de apelaciones que escuchó la confesión del fiscal,
aun así, denegó mi apelación. Más tarde, en 1992, se falló que,
aunque no quedaba ninguna prueba creíble con la que probar mi
culpabilidad, yo seguía siendo culpable de “complicidad criminal”
en las muertes de los agentes simplemente por haber estado
en la propiedad Jumping Bull aquel día. Por tanto, continuaría
cumpliendo esas dos cadenas perpetuas consecutivas, y esto
a pesar de que el jurado de Fargo me había condenado a esas
penas máximas específicamente por, supuestamente, haber
ido y asesinado personalmente a aquellos agentes a distancia
corta con un arma de alta potencia, y no por el vago crimen
de “complicidad criminal”. Años después, ese mismo juez que
había denegado mi apelación declaró que el gobierno había
sido, como poco, “igualmente responsable” de las muertes de sus
propios agentes, y hasta escribió una carta al presidente Reagan
instándole a que mutara mi sentencia. Yo desearía que ese juez
y ese fiscal, y tantos otros, que hayan obrado así y aún pueden
obrar así, hubieran declarado la verdad tal y como la como la
conocían años antes, antes de que se me arrebatara mi vida, Aun
así les estoy agradecido por sus atrasadas confesiones.
El hecho de que se me condenara sin pruebas creíbles de
mi culpa, y el hecho de que ninguna cantidad de pruebas que
demuestran lo contrario, aunque sea de manera abrumadora,
parece ser suficiente para obtener mi libertad o al menos un nuevo
juicio o la condicional tras casi un cuarto de siglo, precisamente
por lo que a menudo se me considera, y, sin duda, para la gran
vergüenza del gobierno de los Estados Unidos, un “preso político”.

159
Se me comunica que, en el último recuento, más de
veinticinco millones de personas de toda esta Madre Tierra
habían sacado el tiempo de sus propias y atareadas vidas para
firmar una petición pidiendo mi libertad. Les estoy agradecido
a todas y a cada una de estas personas. Os lo agradezco a cada
uno personalmente. También valoro el efusivo apoyo a lo largo de
los años de la ya fallecida Madre Teresa, así como del Arzobispo
Desmond Tutu, del Dalai Lama, y de todos los otros defensores de
los oprimidos y desposeídos de este planeta.

Mitakuye Oyasin. Sí, es cierto. Todos estamos relacionados.

160
Capítulo XXXI

Me sucedió otra cosa muy curiosa un par de años después


de mi condena de Fargo, de hecho, justo después de la primera
negativa de la Corte Suprema para revisar mi caso, en 1979.
Un día, inexplicablemente y sin previo aviso, fui trasladado de
la prisión de máxima seguridad de Marion, Illinois, uno de los
verdaderos infiernos sobre esta tierra, el “nuevo Alcatraz” para
“prisioneros incorregibles”, donde yo había pasado la mayor parte
de mi tiempo aislado, a la prisión de Lompoc, una instalación
comparativamente de baja seguridad en la balsámica costa
central de California, cerca de Santa Bárbara. Raro. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿De pronto se había vuelto blandos de corazón? ¿o
blandos de cabeza? Esto no era probable.
Se me había alertado sobre un plan de asesinato. El mismo
hombre que originalmente se suponía que cometería este asesinato
fue quien me avisó, un compañero nativo-americano preso en
Marion, y un ser humano tremendamente valiente, llamado
Robert Standing Deer Wilson. Bajo extrema presión, él había
accedido de mala gana a hacer el trabajo sucio por ellos y “cazar
a Peltier”. A cambio, le prometieron que se retirarían los graves
cargos de asesinato contra él y que también se encargarían de que
recibiera el cuidado médico que desesperadamente necesitaba
para tratar una lesión espinal extremadamente dolorosa que le
habían negado durante años.
Pero, tras acordar el plan, Standing Deer no pudo convencerse
para hacerlo. Vino a mí, y me contó todo. Cuando lo vuelvo a
pensar, creo que eso es exactamente lo que quieran que él hiciese,
provocar en mí un miedo inminente sobre el peligro que corría
mi vida para que yo tratara de escapar. Luego, convenientemente,
se me mataría cuando yo intentara huir. Standing Deer me conto
que los dos seríamos trasladados de Marion, tras estancias cortas
en Leavenworth, a la instalación de Lompoc. Me comentó que
unos funcionarios de prisión le habían dicho que él no era el
único asesino que mandaban a pillarme. Decían que otro indio,
desconocido por él pero que también se asignaría en Lompoc,
recibirá una asignación paralela a la suya. Luego, Standing Deer,

161
habiendo representado de mala gana el papel que ellos que
querían, fue mantenido en Leavenworth mientras se me mandaba
a mí solo a Lompoc, sabiendo ya, o creyendo que sabía, que mi
asesino estaría allí preparado, esperándome. Eso es precisamente
lo que querían que yo creyese. Al llegar a Lompoc, enseguida se
me aproximó un exageradamente amistoso y sospechoso preso
nativo que, me figuré, debía ser el asesino planeado.
Mis días en Lompoc estaban definitivamente contados.
A menos que quisiera levantarme una de esas mañanas muerto,
no me quedaba otra elección que tratar de evadirme. Claro,
ellos realmente querían que tratara de escapar. Eso convertiría
matarme en algo tan conveniente como totalmente justificable.
Aun así, mirando hacia atrás, lamento enormemente haberlo
intentado. Era una trampa y yo caí en ella. Siempre me aflige
el hecho de que mis dos compañeros de escapada, que sólo se
unieron a la fuga en 1978 para ayudarme, ahora han pagado el
precio, Dallas Thundershield, que tan pronto como nos escapamos
del lugar recibió un disparo por la espalda que lo mató, y Bobby
García, hallado muerto dos años después en la unidad médica
de la prisión federal de Terre Haute, Indiana. Dicen que se colgó.
Es raro, también me cuentan que hallaron una sobredosis de
barbitúricos en su sangre.
En cuanto a Standing Deer, tras representar aquel de mala
gana, su recompensa fue ser echado de nuevo a un agujero de
hierro, lo último que oí fue que lo mandaron de vuelta a una
prisión de Tejas. Aquí dentro no te matan sola una vez; te matan
cada día. Y con cada día uno de nosotros renace, te guste o no,
para vivir, y morir, de nuevo.
¿Por qué no me mataron los guardas de prisión durante la
escapada a mí también? Sin duda es lo que querían. Después de
largarnos, sólo corrí y me arrastré y socavé mi camino a través
de la noche sobre el duro y desconocido terreno, dirigiéndome a
cualquier sitio y a ninguno en particular. Podía oír sus gritos y sus
sirenas lamentándose. De alguna forma, me escapé. ¿Tendría un
préstamo temporal para otra camisa de Ios espíritus? Me escondí
durante cinco días en barrancos y entre maleza. Parecía que me
había convertido en el eterno fugitivo.

162
Fui descubierto finalmente, por casualidad, en un campo
por un granjero que alertó a las autoridades. Supongo que podía
haber matado cuando se tropezó conmigo, pero no estaba
dispuesto a justificar todos sus cargos contra mí. Yo llevaba un
viejo rifle que una piel amiga me había pasado tras mi fuga,
pero nunca he matado a nadie y nunca lo haré. Él era tan sólo
un hombre corriente, como yo. Intenté huir durante un rato pero
pronto vi que seguir huyendo no tenía sentido pues ahora sabían
dónde buscar.
Cuando me localizaron, a unas millas de distancia, no
ofrecí ninguna resistencia y me entregué pacíficamente. Con toda
la publicidad de mi escapada, hubiera sido raro que me dispararan
ahí, a sangre fría. Contaba con ello.
Se me esposó y regresé por un día a la prisión de Lompoc,
y luego, pues sólo se me había trasladado allí para facilitar mi
escapada y asesinato, se me mandó en un chárter privado de
vuelta a ese infierno de máxima seguridad donde todo el complot
del asesinato había comenzado, a la penitenciaria federal de
Marion, Illinois. Hubo un juicio y se añadieron siete años más a
mis dos cadenas perpetuas. Realmente para entonces, matarme
va no era necesario, a menos que se pudiera hacer en silencio, sin
publicidad ni protesta pública. Desde luego, no querían provocar
una verdadera investigación asesinándome abiertamente. De
todas formas, ya era uno de los muertos vivientes.
La preocupación de mis defensores es lo que considero que
me había mantenido vivo desde aquel momento hasta ahora. Sus
esfuerzos desinteresados en mi nombre me dieron fuerza, sí, hasta
inspiración, para continuar con la lucha. Mientras estén mirando,
estando ojo avizor, será menos probable que se elaboren más
planes contra mí. Aunque estoy seguro que de que los federales
se lamentan de su fracaso en Lampoc, pues matarme en este
momento no serviría de mucho, a estas alturas. Enfrentémonos
a ellos, aquellos que me pusieron aquí piensan que han ganado.
Matarme ahora solo provocaría una investigación del Congreso
que desenmarañaría toda esta retorcida madeja de los delitos
cometidos por el gobierno desde aquel día, el 26 de junio de 1975,
hasta el día de hoy.

163
Capítulo XXXII

Mis infinitamente pacientes abogados han continuado


sosteniendo mi inocencia en incontables vistas y apelaciones tras
el juicio, y durante los pasados veintitrés años. Hemos tenido
muchísimos momentos en los que mi puesta en libertad, o al
menos mi nuevo juicio, parecían ser un hecho, así de abrumadoras
han sido las pruebas que demuestran que he sido falsamente
condenado. Un nuevo juicio, en el que mis abogados introducirían
pruebas tales como mostrar que la supuesta arma homicida fue
falsificada, ha sido repetidamente negado. Los tribunales han
confirmado que el gobierno retuvo pruebas exculpatorias que
podrían haber probado mi inocencia, y que el juez original se
equivocó en sus fallos, impidiendo que yo tuviera una defensa
adecuada. El gobierno de los EEUU admite ser directamente
responsable de mi extradición fraudulenta de Canadá en 1976,
para la que se entregaron pruebas falsas a las autoridades de
Canadá. A esto se suma que se me extraditó bajo un cargo de
asesinato, aunque no había prueba directa alguna contra mi.
Pero todas las apelaciones han caído en oídos sordos y
han sido rechazadas, y cada vez hemos tenido que empezar de
nuevo este largo y agonizante proceso que consume el alma.
Probablemente no haya nada más tedioso y aburrido que las
apelaciones, a menos, claro, que resulte que te vaya algo personal
en ellas, como tu propia vida y tu libertad.
Ya te he descrito lo que me sucedió aquel día. Solo puedo
contarte lo que personalmente vi e hice. Dispare solamente en
defensa propia como lo hicieron una docena o más de otros
defensores aquel día, y dispare no pata matar sino para mantener
inmovilizados a aquellos desconocidos invasores y a quien
quiera más que estuviera disparándonos mientras tratábamos de
asegurar nuestra huida. No estaba tratando de quitar vidas, sino
de salvar vidas. Tenía mujeres, niños y Ancianos bajo mi cuidado.
Hice cuanto pude por defenderlos, por ayudar a rescatarlos. Y lo
hice, no con la ayuda de un arma, porque nos sobrepasaban en
potencia de fuego a mil contra uno, sino con una oración al Gran

165
Espíritu, al Gran Misterio, y mediante la orientación del águila
sagrada que fue mandada milagrosamente para salvarnos. A pesar
de lo que me ha pasado desde entonces, aún estoy agradecido a
que se me diera la oportunidad de ayudar a salvar las vidas de
un grupo de gente india indefensa. Esa es la única “complicidad
criminal” en la que participé aquel día.
Mis apelaciones legales para un nuevo juicio continuarán
sin cesar, aunque la Corte Suprema se negó a revisar mi caso en
1987. Ha salido a la luz tanta información crucial y testimonios
apoyando mi inocencia y demostrando la mala conducta por
parte del gobierno que aspiro a mi vindicación pública en un
juicio abierto y honesto, si el gobierno alguna vez me lo permite.
Mientras tanto, nuestros esfuerzos legales también se han centrado
en obtener libertad provisional y/o clemencia presidencial. Hace
cinco años, la Comisión de Libertad Provisional de los EEUU
rechazó mi apelación, a pesar de que su propio examinador
recomendara mi libertad provisional; ellos volvieron a confirmar
la negativa hace poco, en mayo de 1998. Me dicen que puedo
solicitarla de nuevo en el a 2008. Un acto tan simple en los
tribunales como sería cambiar mis sentencias “consecutivas” a
sentencias “concurrentes” me daría la libertad y me devolvería
al menos una fracción de mi vida, aunque sea sólo a mi edad
avanzada. Ruego para que se realice ese cambio de palabra.
Mi abogado principal, el ex Fiscal General de los Ramsey
Clark, también presentó, a finales de 1993, una solicitud formal
de clemencia ejecutiva al presidente Clinton, lo que supone no un
perdón sino una orden presidencial que me otorgaría la libertad
por “tiempo servido”. Esto, aparentemente, es mi última y mayor
esperanza para poder obtener la libertad. La petición pasó a ser
revisada por el Departamento de Justicia, que, según entiendo,
debe hacer una recomendación formal al presidente después de
revisar todos los aspectos de mi caso.
Según escribo estas palabras, aún estoy esperando esa
tan demorada recomendación del Departamento de Justicia
casi cinco encarcelados años después. Rezo con fuerza para que
llegue pronto. Rezo para que un águila real vuele desde el asta
de la bandera del Despacho Oval y diligentemente haga entrega
de esa largamente demorada recomendación llevándola de la

166
mesa del Fiscal General a la mesa del presidente. Y mientras el
presidente se sienta ahí, considerando la petición de clemencia
de este hombre indio inocente, ruego porque ese águila se pose
sobre su mesa, le mire al ojo, y una su grito al grito de los millones
de personas alrededor del mundo que han escrito al presidente
pidiendo mi libertad.
Hace tan sólo unas noches, soñé que yo estaba en el
Despacho Oval con un grupo de indios. Espero que ese sueño
pronto se haga realidad.
Mientras, mi vida se me va.
Mi comité de defensa y defensores han estado luchando
durante muchos años para conseguir una vista del Congreso sobre
mi caso completo, y se me dice que hay verdaderas esperanzas
para que esto suceda en el futuro próximo. Veintenas de
congresistas y senadores de los EEUU me han dado abiertamente
su apoyo. Pero ni siquiera una vista del Congreso, como fuera
de reveladora, me pondría en libertad por sí y en sí misma. Sólo
las personas de buena voluntad del gobierno de los EEUU y, en
particular, el presidente mismo pueden hacer esto. Espero su, y tu,
consideración y compasión.
Soy un hombre indio. Mi simple petición es vivir como tal.

167
Capítulo XXXIII

Ahora mismo, mientras escribo esto a principios del otoño


de 1998, no estoy en el “Shoe”¹ que es el SHU (Special Handling
Unit), o Unidad de Cuidados Especiales, el nombre oficial de
Leavenworth para el Agujero. Se te echa allí, a una pequeña jaula
construida dentro de una jaula mayor, por lo que hagas y por lo
que no hagas, así que, del todo, no puedes evitarla. Yo no estoy
buscando problemas. Incluso aquí en Leavenworth, especialmente
aquí en Leavenworth, estoy tratando de construir armonía de
hacer hasta éste un mundo mejor. Provocar problemas es lo último
que yo quisiera. Ésa sería la manera fácil, y la manera estúpida,
de proceder. Sin duda, ya vendrán suficientes problemas, aun
cuando no te los busques. Cuando aquí hubo un amotinamiento
hace poco, yo desesperadamente hice lo posible por mantener
a nuestros hermanos indios fuera de ello, agrupando a tantos
de nosotros como pude encontrar, manteniéndonos a todos
apartados y fuera de la refriega, rezando juntos como hicimos
aquel día cuando apareció el águila para salvarnos en Oglala.
Muchos rencores privados tienden a pagarse aquí en los
momentos de desorden repentino. Las shanks, las navajas caseras,
salen de sus escondites, y debes mantener los ojos bien abiertos
para estar seguro de que una de ellas no encuentre el camino hacia
la tripa, justo debajo del esternón, derramando tus intestinos
sobre el suelo de baldosas. Eso crea una suciedad desagradable.
Lo he visto suceder.
Nosotros los indios nos mantuvimos juntos aquella vez y
evitamos lo peor. No vino ningún águila, pero sobrevivimos.
Haciendo lo que pude por mantener a mis hermanos a
salvo y alejados del daño me llevó a una estancia larga en el Shoe,
por supuesto. Ey, mira, estoy acostumbrado a pagar crímenes que
no he cometido. Y desde luego te lo digo, me gusta estar en el
Shoe ni una pizca. Te pasas vientres horas al día en una pequeña
jaula dentro de esa jaula mayor. Para hacer ejercicio, se te permite

-------------
1. < Zapato o herradura > (N. del T.)

169
ir a la jaula mayor que te rodea durante una hora al día. Toda su
intención es desmoronarte. Lo evitaré si puedo. Pero nunca me
desmoronarán ahí dentro. Ni hablar.
En el Agujero, yo sueño. Siento cómo voy cayendo y
cayendo. Más o menos como Alicia cuando cae por la madriguera
del conejo, sólo que la mía es una caída que no termina nunca.
No hay suelo, ni fondo, ni punto de parada. No es espacio por
lo que caigo, ni siquiera tiempo. Es el agujero de mi propio ser.
Estoy cayendo por el espacio vacío donde se supone que está mi
vida. He estado cayendo de esa manera en caída libre, de ningún
lugar a ningún lugar, ya durante casi un cuarto de siglo. Quizá es
por esto por lo que lo llaman el
Agujero. Es el Agujero que hay dentro de mí, de donde
nunca puedo salir.
Mientras caigo, me dejo a mí mismo soñar. ¿Estoy soñando
o se me está soñando? A veces no estoy seguro. De todas formas,
aquí va uno de mis sueños que he puesto sobre papel. Lo he tenido
de diferentes formas y en repetidas ocasiones. A menudo me viene
cuando estoy en ese estado que queda entre estar despertando
y estar dormido. Mi abuela me decía que ésa era la hora más
sagrada, ese pequeño momento entre despertar y dormir, esa
peque es pequeña rendija luminosa entre este mundo y ese otro,
esa mayor realidad que contiene a esta pequeña realidad a la que
llamamos nuestras vidas. El sueño siempre empieza en el hogar
de mi niñez, en la pequeña casa de mis abuelos que quedaba en
el bosque de Turtle Mountain, en Dakota del Norte, cerca de la
frontera con Canadá. No estoy muy seguro de lo que significa
todo ello. Cada vez que lo sueño, cambia. Y cambia cada vez más
cuando lo intento escribir.
De todos modos, déjame volver a soñarlo aquí, para
lo que pueda servir. Yo creo que es una especie de visión, un
obsesionante y enigmático mensaje que aún no puedo descifrar
del todo. Espero que algún día pueda. Así es como va… por el
momento, al menos, antes de que cambie de nuevo:

La Última Batalla
Un Cuento en Forma de Visión

170
Me encuentro mirando en silencio a través de la ventana,
rota y llena de telas de araña, de la choza de madera que fue mi
hogar durante mi niñez en Dakota del Norte. Es como si hubiera
permanecido ahí de pie, en silencio, durante horas, días, años,
tan sólo mirando a través de esta ventana rota y viendo todos los
recuerdos venir e irse, sombras débiles apenas visibles dentro de
la casa... Gamma y Gramps, mi madre y mi padre, mis hermanas,
toda la gente que una vez formaron mi vida... muchos de ellos
ahora son sólo fantasmas, como yo mismo.
Parece que he pasado siglos permaneciendo únicamente
ahí parado, en un estado casi incorpóreo, mirando a través de esta
ventana.
Ahora escucho el sonido de alguien que llora... un niño. Es
un gemido, como un viento distante en la pradera. Un lloro de
dolor, de terror. Mi corazón se tensa en mi pecho. Conozco esa
voz. Ahora la voz cesa. Ahora comienza de nuevo. Ahora, otra vez,
cesa finalmente. Un frío silencio cae rodeándome, adentrándose
en mí.
Por supuesto, la voz es mía, es mi propia voz de niño,
llamándome. Mis labios están congelados. No puedo responder
a la llamada aunque lo intento. No puedo contestar, sólo puedo
escuchar esa voz que se apaga y que vuelve, que se apaga y que
vuelve, como un solitario y lejano viento de pradera.
He vuelto a casa, pero no hay hogar al que volver. Solo
queda esa ventana, llena de cristales rotos y telas de araña. Consigo
apartarme de allí. Mi cuerpo se siente enormemente pesado.
Mis pies parecen estar hechos de hormigón. Cada paso supone
una agonía. Atormentado por la vaciedad, por recuerdos que se
niegan a ser recordados, me salgo literalmente de mi cuerpo, que
permanece ahí, de pie, en la ventana, aun cuando mi verdadero
yo, mi yo espíritu, realiza un gran esfuerzo y se suelta y vuela hacia
arriba como un remolino de chispas.
Ahora me encuentro dando un paseo-espíritu por esta
tierra natal mía, antigua y, en otro tiempo, familiar. Mis pies
caminan por los senderos escondidos por los que mi gente una
vez caminó, ahora abandonados desde hace tiempo, recuerdos
apagados de todo lo que una vez fue y nunca más será. Una y otra
escucho ese lejano lloro en el viento.

171
Llego a la orilla de un río y veo ahí, agachándose al borde
del agua, a un hombre mayor indio, de largo pelo brillante y
plateado recogido en tirantes trenzas que le caen hasta la cadera.
Está tirando piedrecitas, sin propósito alguno, al agua embarrada
y gris. Peces, tortugas, renacuajos, todos muertos y moribundos
yacen dispersos por las orillas del rio.
Me pregunto quién será ese Anciano de pelo plateado, pues
a lo largo de los años he ido conociendo a la mayoría de nuestros
Ancianos. No es nadie que yo recuerde y, aun así, hay algo
extrañamente familiar en él. Como si mis pensamientos hubieran
hablado en alto, de pronto él se pone de pie, volviendo su cara
hacia mí, y me mira con antiguos ojos que se entornan hacia los
míos, pareciendo investigar mi ser más interior. Ahora, con el
parpadeo de una sonrisa en sus delgados labios incoloros, asiente
con la cabeza como si hubiera estado esperándome. Levanta una
mano, haciendo un gesto para que me acerque más. Lo hago.
Mientras me aproximo, veo oscuras lágrimas formándose
en sus ojos vacíos, que ruedan por su cara y gotean lentamente,
cayendo al agua. Acercándome aún más, me asombro al
comprobar que esas lágrimas son lágrimas de sangre!
Ahora él habla suavemente, y su voz anciana contiene ese
mismo llorar que presenta el viento.
“Hijo mío... Hijo mío...” dice en una voz de pena infinita.
Y pone su mano azul fantasmal sobre mi hombro, mirando
profundamente dentro de mi alma.
El continúa: “Soy un hombre viejo, sobrecargado de años y
penas. Soy la semilla original de la vida, entregada a nuestra gente
por el Gran Espíritu. Cada una de estas piedrecitas que tiro es un
sueño perdido de nuestra gente, un sueño que se hunde y ya no es
más, pero que deja unas ondas en el agua para siempre.”
“Yo soy la voz de los Ancianos de antiguo, ahora que se han
acallado sus voces. Sus voces hablan en la mía.”
"Yo soy la voz de un pueblo, de una gran nación, atados
ahora al eterno cautiverio. Estas lágrimas de sangre que fluyen
de mis ojos son la sangre del pueblo, las lágrimas del pueblo, la
agonía del pueblo, y su cautiverio continúa hasta el día de hoy.”
“Soy la voz de la Madre Tierra misma. Y también soy las

172
voces de aquellos que gritan contra su destrucción. Soy la voz de
la Oposición. Soy el coro de millones.”
“Yo hablo por aquellos que no pueden hablar, cuyas voces
han sido silenciadas. Cuando vuele el viento o llueva lluvia o
truene el trueno, tú escucharás sus voces en mi voz. Yo hablo por
ellos”.
“Y yo soy la voz de la Séptima Generación, de aquellos
que aún están por nacer, que nos llaman a nosotros para que les
dejemos un mundo mejor en el que nacer. Sí, también hablo por
ellos.”
Mientras habla, el viento se levanta y se lamenta a nuestro
alrededor como un coro de voces fantasmales. Él agarra mi hombro
con esa garra azul que tiene por mano y me agita suavemente, tan
suavemente como tú lo harías al despertar a un niño dormido.
“Y, Leonard”, dice él, “que sepas esto, también. Soy tu propia
voz. Te hablo desde dentro de ti mismo. Deja que los Ancianos
hablen a través de ti. Sé una voz para el pueblo. Pronuncia las
palabras que pongo en tu lengua. Mándalas fuera, al mundo.
Habla de lo que no sea hablado para que los sordos puedan
oír. Conviértete en un orador por la Tierra. Nunca te rindas al
silencio...”
Su mano tipo garra suelta mi hombro, y le observo mientras
empieza a desvanecerse, disolviéndose en la creciente neblina
del río. Intento tocarle pero allí donde él había estado hace un
momento sólo queda aire vacío.
El coro fantasmal de voces-viento se calma en un último y
persistente lloro.
Estoy solo otra vez-
A la orilla del río, donde el Hombre Viejo había
permanecido, hay un pequeño montón de piedrecitas. Esperanzas
perdidas. Sueños perdidos. Me alegra comprobar que no las había
tirado todas al agua.
Las meto en mi bolsillo, y hasta el día de hoy, cada vez que
las saco y las froto entre mis dedos, las esperanzas y sueños de
mi pueblo aparecen ante mi ojo interno. Pienso que si tan solo
pudiera frotarlas el tiempo suficiente y lo suficientemente fuerte,
ese mundo volvería de pronto. ¿Quién puede decir que esta otra

173
realidad no sea tan real como la realidad que nosotros los seres
humanos, parecemos tan inclinados a profanar? Yo creo que lo
es. Yo sé que entraré en esa otra realidad algún día en el no tan
lejano futuro, y toda mi familia y amigos y compañeros guerreros-
espíritu estarán ahí para saludarme. Espero ese momento con
ganas.
Continúo mi paseo-espíritu. Me siento preocupado,
enfadado, trastornado, mientras viajo por la reserva hechizada.
Mientras camino, noto que muchas de las criaturas del Gran
Espíritu están ahí inmóviles, otras se tambalean con deformidades,
estremeciéndose de dolor. No emiten sonido alguno. No tienen
voz. Lloro por ellas y con ellas. Les doy mi voz. Te llamo a ti añora
en su voz.
Mientras sigo caminando entre toda esa muerte presente
por todos lados, llevo mis ojos al cielo, buscando a los preciosos
alados que una vez cabalgaron por el viento con tanta gracia y
vitalidad. Pero ellos, también, han desaparecido. La tierra, el cielo,
el agua, todos están muertos, sin vida, sin voz. La Madre Tierra
yace estéril, sin voz, enmudecida por la violencia descuidada que
se ha infligido sobre ella y sobre sus niños, el pueblo indio.
Una oscura nube de humo negro surge dentro de mí,
una nube de odio que me ahoga desde mis adentros. Me estoy
ahogando en mi propio odio, en mi propio deseo que reclama
venganza de sangre sobre aquellos que han infligido estos
terribles males. Mi nariz tiembla de enfado, con furia
Y ahora empiezo a percibir el olor a carne humana
quemándose, un olor tan terrible que mis ojos empiezan a arder.
Mi corazón late de manera incontrolada. Cuando el olor a muerte
golpea mi nariz, echo a correr. Al llegar a mi aldea, tan sólo
encuentro el silencio donde el aire una vez estuvo vivo con la risa
de los niños y con las voces de la gente. Un escalofrío recorre mi
ser, una terrible soledad, físicamente palpable y abrumadora.
Siento un pánico absoluto
Me obligo a correr hacia la primera casa india que veo.
Tras entrar a tropiezos y dar unos pasos, me quedo helado.
Delante de mi ser y esparcidos por el suelo, yacen los cuerpos
mutilados de mi gente, hombres, mujeres, niños, cada uno en una
pose grotesca, con los ojos abiertos en un terror vacío, con los

174
miembros retorcidos tras su agonía final.
Empiezo a chillar, corriendo de casa en casa por esa aldea
atroz. En todas partes encuentro lo mismo: cuerpos retorcidos y
calcinados, deformados hasta resultar irreconocibles.
Perdido y solo, camino como en trance hacia el centro de la
aldea. Se da entonces una explosión aterrorizadora y abrumadora.
Mi cuerpo entero vibra. Miro hacia arriba, al cielo, y veo un
destello cegador de luz.
Incapaz de seguir mirando, caigo sobre mis rodillas, herido
y débil. Y ahí, sobre la tierra, veo un charco de sangre... ¡las
lágrimas del Hombre Viejo!

175
Capítulo XXXIV

Me tumbo aquí en mi cama en esta tarde de sábado


apoyando la cabeza sobre la dura y pequeña almohada. Mi
mordisqueado lápiz gastado permanece en equilibrio sobre el bloc
legal amarillo que reposa sobre mis piernas, y yo vuelvo a soñar el
inipi, o ceremonia de sudar, de hoy, no queriendo dejarlo escapar.
El inipi hace que la mañana del sábado sea sagrada aquí, en el,
de otro modo, nada sagrado Leavenworth. Cuando regreso a mi
celda, tras ese viaje interior realizado en la cabaña de sudar, trato
de revivir cada momento, sumergiéndome de nuevo en aquellos
sentimientos superiores no sólo por el puro placer espiritual en
sí sino también para buscar entre ellos algún significado especial,
instrucciones especiales para mí del Gran Misterio. Durante el
sudor te vienen cosas que ni te das cuenta en el momento, cosas
que solo después, a veces años después, descubres, de pronto, que
fueron parte de tus propias instrucciones, de lo que llamamos
Instrucciones Originales.
Los Ancianos me enseñaron que hay tres tipos de
Instrucciones Originales. Están las Instrucciones Originales para
la humanidad, algo tipo los Diez Mandamientos, que son todos
nosotros, los seres humanos. Este tipo de instrucciones nos llegan
sólo a través de individuos superiores, como Moisés o Jesús o
Mahoma o la Mujer Búfalo Blanco. Luego están las Instrucciones
Originales para cada pueblo, para cada nación, para cada tribu.
Estas vienen a través de grandes guerreros-espíritu como Caballo
Loco o Toro Sentado o Gerónimo o Gandhi. Luego, en tercer
lugar, están las instrucciones Originales dirigidas a cada uno de
nosotros como individuos, para que encontremos el sendero que
nuestro propio espíritu individual debe seguir. Este último tipo de
Instrucciones Originales engloba a las que posiblemente te vayan
a venir durante el inipi o durante otras ceremonias sagradas.
Mientras permanezco aquí sentado, mi cuerpo entero
se siente encendido, calentado por vibraciones internas. En
mi imaginación, vuelvo a vivir todos los acontecimientos que
precedieron la ceremonia del inipi de hoy y todos los que la

177
sucedieron. La verdad es que no te puedo llevar a los momentos
centrales de sudor conmigo. Lo que sucede ahí dentro es
intensamente personal. Tú nunca celebras, ni siquiera hablas de
las cosas más importantes que te suceden, las cosas más profundas
y más espirituales. Éstas quedan entre tú y Wakan Tanka, y nadie
más. Ponerlo en palabras sería congelarlas en espacio y tiempo,
y estas cosas nunca debieran ser congeladas así porque están
continuamente desenvolviéndose, cambiando y adaptándose a
cada momento que pasa. Sólo puedes acercarte a estos asuntos
con palabras, pero no describirlos o capturarlos, como tú nunca
podrías definir o capturar al Gran Misterio mismo mediante
palabras. Las palabras sólo te llevan al umbral del significado. El
significado puro es algo que tú debes sentir y experimentar por
ti mismo. Así que simplemente considera esta descripción como
una aproximación, un intento de acercarte al umbral de algunos
de los significados, de los más altos significados, según veo yo, de
lo que experimento durante el sudor.
A mucha gente le aterrorizan estos sudores, y no sin
razón. Puede llegar a hacer tanto calor ahí dentro, cuando vierte
el agua sobre las piedras rojas incandescentes, que, si no estás
acostumbrado a ello, literalmente no puedes más y llegas al límite
de tu autocontrol. En ese vapor que escalda la carne, sientes que
no hay absolutamente nada que puedas hacer excepto gritar
Mitakuye Oyasin, “¡Todos mis parientes!”, y que se te permita
salir por la puerta de la cabaña de sudar, que se levanta para que
puedas marcharte. Esa opción siempre está abierta. Nunca se te
fuerza a permanecer en el inipi.
Y aun así, salvo raras excepciones, no lo haces. Resistes la
tentación. Encoges la tripa y lo pasas a pelo. Clavas las uñas en la
tierra del suelo. Al estar ahí sentado, desnudo en la sobrecalentada
oscuridad, con tus rodillas descubiertas a tan sólo milímetros de
las rocas derretidas del hoyo central, te encuentras justo al filo
de tu propio miedo, de tu propio dolor. Pero el miedo al dolor
es mucho peor que el dolor mismo. Eso es algo de lo que te das
cuenta en seguida. Y ésa lección que necesitarás aprender si vas a
sobrevivir en este mundo, así que más vale que lo aprendas bien.
Y aun así cuando te enfrentas a ese miedo atentamente, hallas en
él un conocimiento…

178
Como poco, todo ello empieza como un conocimiento del
miedo mismo. Y luego, de alguna forma, pasas justo a través del
miedo, justo a través de ese dolor. Entras en un reino que pasa al
interior y también traspasa el miedo y el dolor. Mientras sientas
dolor, significa que estás pensando en ti mismo. Sólo cuando dejas
de pensar en ti mismo puedes realmente traspasar ese dolor y ese
miedo. Tienes que olvidarte de ti mismo y encontrarte a ti mismo.
Tú mismo eres la entrada. Tu propia mente, de pronto limpia de
todo pensamiento, de todo miedo, es la puerta. Y cuando abres
esa puerta y pasas adentrarte en ese otro reino…
Pero, no, por favor perdóname, debo parar aquí. Más allá
de este punto todo se vuelve totalmente privado, incomunicable.
Traducirlo en palabras lo destruiría.
Se me permite hablar o escribir sólo del antes y del después,
de las simples acciones que preceden y suceden a ese momento,
el más sagrado de todos. Pero, aun así, cada una de esas simples
acciones también es sagrada a su manera desde el momento en que
a las 6.30 la puerta de mi celda se abre de pronto, pesadamente,
con un siseo metálico, un zumbido, un rechinar y un portazo, y
mi mañana de sábado, mi más sagrado momento de la semana,
comienza.
Llevo levantado desde hace media hora o más o menos,
preparando mis pensamientos, mi mente, y mi corazón para el
inipi. Trato de juntar mis pensamientos, de no dejarles vagar
demasiado. Saco mi pipa sagrada, limpiando y sacando brillo
lenta y metódicamente a ala cazoleta roja de la pipa y a la larga
boquilla, partes aún no ensambladas, como un tipo de actividad
espiritual contemplativa. No junto las dos partes hasta justo antes
de la ceremonia misma. Juntar las dos partes de la pipa es como
enchufar un enchufe, crea una conexión, y transmite energías que
sólo una ceremonia apropiada puede contener. La Mujer Búfalo
Blanco nos enseñó cómo usar la Pipa original hace cientos de
años. Y esa Pipa original que nos trajo aún existe entre el pueblo
lakota, y es guardada Jefe Arvol Looking Horse, el guardián de la
decimonovena generación de la pipa sagrada de Búfalo Blanco.
Para nosotros esa Pipa original es tan sagrada como lo sería la
Cruz original para un cristiano. Arvol nos ha venido a visitar

179
aquí a Leavenworth, dándonos consejo espiritual y un aún más
personal sentido de conexión con esa Pipa.
Así, sólo limpiar y sacar brillo a mi pipa, descendiente de
la maravillosa original, y compartiendo algo de su poder, ayuda
a centrar mi mente y echa fuera todos los pensamientos oscuros.
Estoy orgulloso de haber sido elegido como un portador de
pipa. Cuando fumo esa pipa sagrada durante la ceremonia, ésta
lleva mis oraciones de gracias hacia arriba, al Creador. Wakan
Tanka nos oye. El Gran Espíritu escucha cada palabra de cada
oración, sí, incluso las oraciones de estos niños náufragos aquí
en Leavenworth.
Tras enrollar mi pipa, aún en dos partes, de nuevo en su
envoltorio, preparo los contenidos de mi bolsa medicina. Lo que
hay ahí dentro exactamente sólo lo necesito saber yo aunque
no hay nada que te sorprendería. Son cosas normales para las
ceremonias, pero sin embargo son sagradas y personales para mí.
También junto en un paquete separado de bolsas de pasta que he
comprado en el economato de prisión; esto irá a la cacerola de
agua hirviendo que el cocinero mantiene sobre el fuego, fuera de
la cabaña de sudar. Si podemos, cada uno llevamos algo, un par de
salchichas, un bote de chiles, un paquete de seis refrescos, patatas
fritas, lo que sea. Son para el compartir después de la ceremonia.
Agradezco no tener que trabajar hoy en la fábrica de
muebles mis ocho horas diarias habituales, como hago durante la
semana. Aunque en Leavenworth el sábado es el día más corriente
para visitas, he pedido a familiares y amigos que no programen
visitas para la mañana o para el mediodía temprano las horas de
sudar. Esa mañana también me salto el desayuno, concentrando
todo mi ser en la inminente ceremonia.
Poco después de las 8.00 a.m., se escucha la voz de capellán
de prisión por los altavoces: “Hoy se celebrará la ceremonia de
sudar nativo-americana”, anuncia. Eso es una buena noticia.
Cuando te levantas el sábado por la mañana nunca sabes si el
sudar se va a celebrar. La única razón por la que no lo celebramos
es cuando la prisión está en estado de incomunicación, o cuando
hay mucha niebla, o hace un tiempo especialmente tormentoso
que impida que los guardas de las torres de vigilancia puedan
echarnos un vistazo en el patio. Si no, allí vamos dando igual

180
cómo esté el tiempo. Hemos estado ahí fuera en días de invierno
a bajo cero y bajo lluvia torrencial. Nada nos para si podemos
remediarlo. La verdad me encanta salir con mal tiempo. Me
asombra comprobar cómo aprendemos a llamar “mal” a una
tormenta de lluvia. No hay nada más bonito que una tormenta,
algo que rara vez experimentas aquí dentro menos cuando
escuchas vagamente los truenos que retumban por las paredes de
espesa piedra mientras permaneces tumbado en tu celda, sin ni
siquiera una ventana que dé al mundo exterior. Hay veces que
daría lo que fuera sólo por ir fuera y caminar bajo una tormenta,
sintiendo el viento soplar justo a través de mí, la lluvia y los
truenos y los relámpagos empapándome la carne, sintiendo una
unidad con el Gran Misterio.
Salir durante las tormentas era algo que siempre me
encantó hacer cuando era niño. Todos esos truenos y relámpagos
me hablaban. Solía caminar bajo todo ello. Dicen que, si escuchas
con atención, puedes oír la voz de Caballo Loco entre los truenos.
Pero eso, también, nos ha sido arrebatado aquí dentro. Se han
llevado hasta los truenos y los relámpagos. No nos dejan tener
mucho.
Incluso el inipi mismo nos lo han permitido solamente tras
años y años de luchas en los tribunales que finalmente fallaron
que los nativo-americanos en prisión tuvieran, como mínimo
derechos religiosos limitados, como practicar el inipi y una pipa
y una bolsa medicina. Estos derechos a veces se otorgan de mala
gana, aquí en Leavenworth, pero al menos se otorgan. En lo que
a esto respecta, las prisiones estales pueden resultar peores que
las federales. Recientemente, un preso creek-seminole llamado
Glen Sweet iba a ser ejecutado en una prisión estatal, no lejos de
aquí, en Missouri. Tras agotar todas sus apelaciones y cuando la
hora de su ejecución se aproximaba, pidió un último inipi, una
limpieza final en la cabaña de sudar de la prisión, justo antes de su
ejecución por inyección letal. No es mucho pedir, pensarías.
Pero, no. Su petición fue denegada, y murió sin ceremonia
alguna. ¡lmagina que fuera católico y que se le hubieran negado
sus últimos ritos! Yo supe todo esto por nuestro propio consejero
espiritual, Henry Wahwassuck, que acompañó Glen Sweet a la
cámara de ejecución y le vio morir.

181
“Él era un indio", me dijo Henry”, “Murió valiente como
muere un indio. Recibirá su ceremonia inipi en el Mundo Cielo.
¡Ahí arriba esto no se la pueden negar!”.

Ahora espero la llamada para bajar a la cabaña de sudar.


Uno de los hermanos anuncia por el pasillo, “Ey, el tiempo
está despejado. ¡Ahí fuera la temperatura es de unos veinte!”¹.

Bien. Me gusta cuando hace frío. Estar en el calor que


escalda dentro de la cabaña de sudar con todo ese puro frío
helador en el exterior, de algún modo, hace que la ceremonia
desudar resulte aún más intensa.
Algo después de las 7.30, recojo mi pipa y los paquetes,
salgo de mi celda siguiendo el pasillo estrecho que conduce al
hueco de las escaleras y bajo por ahí dirigiéndome hacia la
puerta de la oficina del capellán de prisión, en torno a la que nos
agrupamos todos hasta que se nos da el aprobado final para poder
celebrar el sudor, o como a los hacks (guardas) les gusta llamarlo,
el "Pow-Wow". Paso por dos detectores de metales antes de estar
finalmente fuera del complejo de pasillos y edificios externos,
hasta llegar al aire libre y helado del patio. Fuera hay otro control
más de detector de metales.
Me quedo ahí un rato con los otros hermanos, frente a la
valla cerrada de la alta alambrada que han levantado alrededor
de la cabaña de sudar. Llevamos puestos solamente pantalones
de chándal y camisetas o cosas así, todos estamos tiritando en
el aire vigorizante mientras esperamos que guarda abra la valla.
Pero el aire frío sienta bien. Y es puro, no como el pesado, usado
y respirado aire del aire del módulo. Lleno mis pulmones del
frío, disfrutando cada segundo de ello. Nos mantenemos ahí,
intercambiando chistes, pero no hay demasiadas tomaduras de
pelo en esta ocasión sagrada. Todos nos estamos concentrando en
el viaje interno que estamos a punto de emprender. Finalmente, el
capellán abre la valla y entramos en fila, puede que unos dieciséis
o dieciocho de nosotros.

-------------

1 . Grados Fahrenheit. 20°F = -7°C (N. del T.)

182
El guarda nos cuenta por tercera o cuarta vez, y dice, “Vale,
estáis dentro. Luego vuelvo”.

Nos encierra y se aleja. Podemos estar encerrados, rodeados


por una valla de acero de doce pies de alto, dentro de una prisión
de máxima seguridad, pegados justo contra el muro norte y
flanqueados por dos torres de vigilancia armadas dominantes,
pero, de pronto, ¡somos libres!
Ahora, cada uno realizamos nuestros preparativos. Los
guardianes del tambor montan el tambor fuera de la cabaña.
Los guardianes del fuego encienden el gran fuego fuera de
la cabaña, un fuego que calentará todas las piedras sagradas de la
inminente ceremonia. Cada uno echamos al fuego un pellizco o dos
de tabaco, con nuestras oraciones. El cocinero coloca la cacerola
grande con agua hirviendo en otro fuego, a un lado. Le paso las
dos bolsas de pasta que he traído. Forma junto a él un montón
creciente de comida envuelta, unos cuantos vegetales y algunos
refrescos. Montamos el pequeño altar de piedra y lo vestimos
de salvia y hierba aromática y de otros artículos ceremoniales.
Aquellos de nosotros que somos portadores de pipa montamos
las nuestras para la ceremonia que está a punto de empezar,
colocándolas, por el momento en el altar como ofrenda. También
disponemos ahí nuestras plumas de águila, con una oración de
ofrenda. Luego nos quedamos de pie y charlamos afablemente,
a lo mejor probamos algo de café caliente, todos sintiéndonos
bien. Es una hora bastante social hasta alrededor de las 10.30 o
así, cuando los altavoces anuncian, “Recuento completo!” lo que
significa que todo el mundo ha sido contado durante el último
recuento de cabezas.
Ahora ya son casi las 11.00 a.m. y esperamos la llegada
desde el mundo exterior de nuestro consejero espiritual Henry, al
que he conocido desde que éramos niños cuando íbamos juntos
al internado del BIA de Wahpeton. Él mismo también tuvo el gran
honor de pasar cinco años entre estos muros, allá en la década
de 1970. Henry era una de esas almas valientes contra las que el
gobierno urdió un plan en aquellos tiempos, como hicieron con
tantos otros que no habían hecho otra cosa más que defender a
su gente.

183
Henry hoy es nuestro líder en el sudor. Es amigo de todos
nosotros, un tipo maravillosamente espiritual, y un tío de lo
más duro, déjame decirte. Cuando se trata del inipi, se encarga
de que todo se haga completamente bien. Cada detalle tiene
que contemplado. Él mismo trajo la mayoría de los materiales
necesarios para la construcción de la cabaña de sudar, los árboles
jóvenes que crean la columna vertebral de la cabaña abovedada, y
las rocas, pequeñas y grande piedras de lava negra-gris resistente
a las llamas, que ponemos en el fuego. La cobertura de la cabaña
la hemos creado juntando mantas rotas y trozos sueltos de
lona que hemos conseguido gorronear aquí en Leavenworth.
Con un metro y medio de alto y casi cinco de largo, supongo
que puede tener cierta pinta improvisada, pero a nosotros nos
resulta impresionante, y ciertamente tan sagrada como cualquier
catedral.
Ahora los cantantes montan el tambor y empiezan a tocar
con un ritmo bajo y constante. Comienzan una de las canciones
sagradas, una canción de pipa, la primera de muchas canciones
por ser cantadas en este día, y empezamos finalmente a llenar
nuestras pipas para la ceremonia que nos espera. El retumbar
grave del tambor llama la atención de los guardas arriba en la
torre, a ambos lados. Podemos ver las siluetas ensombrecidas de
sus cabezas moviéndose por allí arriba, mirándonos. Supongo
que están acostumbrados a mirar hacia abajo y ver nuestros
extraños quehaceres. Debe hacerles menos pesada la mañana del
sábado que, de otra manera se aburrida para ellos. Me pregunto
si les llega el olor del humo perfumado de la salvia, de la hierba
aromática y del cedro purificador. Ruego para que así sea.
Ahora, al fin, llega Henry, no le dejan entrar hasta el último
momento, según parece, el capellán le encierra en el recinto de
sudar con nosotros. Henry nos saluda todos con un gran hola
enérgico, un apretón de manos y un abrazo de oso. Pero sus
sonrisas pronto se llenan de seriedad. Comprueba el sitio para
asegurarse de que todo esté listo para la ceremonia. Cuando ve
que todo está en orden, hasta el más mínimo detalle, finalmente
anuncia: Todo está en su sitio. jEs la hora!”.
Ésas son sus palabras exactas cada vez. Ésa es la señal para
que nosotros entremos en la cabaña de sudar.

184
Para entonces, nos hemos desnudado por completo,
quedando envueltos tan sólo por una tira arrancada de una vieja
manta del ejército, que hemos tenido que usar últimamente, desde
que confiscaron nuestras toallas ceremoniales. Nos ponemos en
fila frente a la puerta del inipi, llevando nuestras pipas y sonajeros
de calabaza y nuestras plumas de águila. Alguien le preguntó
una vez a Henry que por qué teníamos que estar desnudos y él
contestó, “¿Alguna vez has visto nacer a un bebé con una pañal
o en calzoncillos?”. A menudo se compara la puerta de la cabaña
de sudar con la abertura hacia el útero de la Madre Tierra. A mí
también me gusta verlo como una entrada hacia dentro de ti
mismo y a través de ti mismo y luego hacia fuera de ti mismo.
Tu tú mismo es la primera cosa que tienes que dejar atrás cuando
entras en el inipi.
Entramos a través de la puerta que cuelga y que retiramos
echándola para atrás, y giramos inmediatamente a la izquierda,
moviéndonos en el sentido de las agujas del reloj por el interior
de la cabaña, cada uno de nosotros ocupando nuestros lugares
en el suelo desnudo de tierra bien allanada. Quien haya sido
elegido ese día para verter el agua sobre las rocas al rojo vivo, para
crear el vapor, entra primero, moviéndose alrededor de la cabaña
circular y tomando su asiento junto a Henry, que ya está en su
sitio, sentado justo a la derecha de la puerta que aún permanece
abierta y que anda preparando su parafernalia ceremonial. Sigue
haciendo fresco dentro de la cabaña; el hueco del fuego, en el
centro, está vacío. Las piedras candentes al rojo serán introducidas
más tarde por el guardián del fuego desde el fuego del exterior,
casa piedra incandescente será traída reverentemente sobre
ciervo. Las primeras siete son traídas una a una, cada una de las
cuatro sagradas direcciones, la Madre Tierra, el Pueblo, y Wakan
Tanka. Más tarde se traerán más rocas, dependiendo de cuánto
calor quiera Henry que haga. Pero incluso antes de que se traigan
las piedras, la temperatura del cuerpo de unos veinte hombres
rápidamente calientan la temperatura ahí dentro, haciéndola
agradable.
Fuera está el guardián de la puerta, que cerrará y abrirá la
puerta cuatro veces o en cuatro “rounds”, como decimos nosotros,
durante la ceremonia que dura de dos a tres horas.

185
Luego rezamos y “ofrecemos pensamiento”, como lo llama
Henry, tratando de juntar nuestras mentes colectivas para que
formen una sola. Pasamos la salvia alrededor del circulo; todo
el mundo coge un pellizco y lo mastica o a lo mejor pone entre
su pelo. Y luego también se pasan las plumas de águila, para que
todos podamos compartir su energía. La puerta aún está echada
hacia atrás, abierta, y las primeras siete rocas son traídas sobre
las astas y colocadas en el hoyo central frente a nuestras rodillas.
Ofrecemos cedro a las piedras, para limpiar y purificar el aire,
ahuyentando cualquier mal pensamiento. Luego Henry pide el
agua, y se trae un cubo que es colocado en medio de la entrada,
dentro de la cabaña. Ofrecemos cedro directamente sobre las
piedras incandescentes, y éste sisea claramente mientras va
llenando el aire de su estupendo olor. Luego Henry espolvorea el
cedro sobre las piedras y bendice el agua cuatro veces.
Ahora el que vierte el agua lleva el recipiente de cuerno de
búfalo de Henry, lo llena de agua, y hace el primer vertido sobre
las rocas. Para entonces, la puerta ya está cerrada y… Pero, no,
aquí es hasta donde puedo llevarte. El resto, me dice Henry, no se
puede contar. Se puede experimentar, pero no contar.
Sólo puedo decir que la puerta se abre y se cierra cuatro
veces, el agua del cuerno de búfalo se vierte sobre las ardientes
piedras cuatro veces, el sobrecalentado vapor explota y nos
envuelve cuatro veces... pero, ¡nada más! “ iNo divulgues lo que
sucede, ninguno de los detalles específicos que te suceden a ti ahí
dentro!”, insiste Henry.
Y yo respeto eso. Espero que tú también lo hagas.
Posiblemente ya he dicho demasiado, pero Henry repasará esto
y verá que de lo que no debiera hablarse quede sin decirse. Esta
precaución es para tu propio bien tanto como para el mío. Hablar
de lo que me pasa a mí en el inipi sería como darte a ti la medicina
dirigida a mí. No tendría sentido, sería hasta dañino para ti así
como para mí.
Ya se ha dicho suficiente. Mitakuye Oyasin
Tras la cuarta ronda, y después de nuestras oraciones
finales, la puerta del inipi se abre por última vez y salimos en fila
de la misma manera que entramos. El aire de veinte grados mega
como una bofetada poderosa, prácticamente empujándome

186
hacia atrás. Pero sienta maravillosamente. A un lado una ducha
mal construida de agua fría bajo la que me gusta tiritar durante
unos segundos, lavándome el sudor y dándome palmadas a mí
mismo sin parar. Resulta increíblemente vigorizante tras el baño
caliente y escaldado de sudar. Mi carne parece volver a la vida.
Juraría que estoy incandescente, me siento tan bien. ¡He renacido!
Formamos un círculo fuera, encendemos nuestras pipas,
y “ofrecemos pensamiento” de nuevo. Es muy íntimo, muy
conmovedor. Tras quemar algo más de salvia y de hierba aromática,
vaciamos nuestras pipas, luego nos vestimos y tenemos nuestro
compartir comunitario de toda la comida que el cocinero ha
preparado. Para entonces, todos estamos con los ojos brillantes,
sonriendo, riendo, hablando muy rápidamente. Surge una
camaradería verdaderamente poderosa. Es un momento alegre
y sagrado. Odiamos que acabe. Pero pronto el capellán aparece
en la valla y un guarda espeta, “El tiempo se acabó. ¡Tenéis que
prepararos para el recuento de las cuatro!”. Eso instantáneamente
ahoga la magia y, poco después, andamos camino de vuelta,
pasando esos tres detectores de metales, y de vuelta al módulo,
de vuelta al mundo corriente. De vuelta a Leavenworth tras siete
horas de bendita libertad. ¡Y esos guardas en sus torres ni siquiera
se dieron cuenta de que nos habíamos escapado!

187
PARTE VII
Un mensaje para la humanidad

Nuestro trabajo no finalizará hasta que


ni un solo ser humano sufra hambre o
malos tratos, hasta que ninguna persona
sea forzada a morir en la guerra,
hasta que ningún inocente se consuma
encarcelado, y hasta que nadie
sea perseguido por sus creencias
Capítulo XXXV

De la muerte surge vida. Del dolor surge esperanza. Eso lo


he aprendido durante estos largos años de pérdida. De pérdida
pero nunca de desesperación. Nunca he perdido la esperanza ni
tampoco la creencia absoluta en lo justa que es mi causa, que es
la supervivencia de mi Pueblo. No sé cómo salvar el mundo. No
tengo las respuestas o La Respuesta. No tengo un conocimiento
secreto sobre cómo arreglar los errores de generaciones pasadas y
presentes. Yo sólo sé que sin compasión ni respeto hacia todos los
habitantes de la Tierra, ninguno de nosotros podrá sobrevivir, ni
lo mereceremos.
El futuro, nuestro futuro común, el futuro de todos los
pueblos de la humanidad, debe basarse en el respeto. Deja que
el respeto sea el reclamo y el lema para el nuevo milenio en el
que estamos entrando ahora todos juntos. Así como queremos
que otros nos respeten, también debemos mostrar respeto a los
demás.
Estamos juntos en esto, los ricos, los pobres, los rojos, los
os negros, los marrones y los amarillos. Somos todos a de género
humano. Compartimos la responsabilidad hacia nuestra Madre la
Tierra y hacia todos aquellos que viven y respiran sobre ella.
Creo que nuestro trabajo no finalizará hasta que ni un
solo ser humano sufra hambre o malos tratos, hasta que ninguna
persona sea forzada a morir en la guerra, hasta que ningún
inocente se consuma encarcelado y hasta que nadie sea perseguido
por sus creencias.
Creo en el bien del género humano. Creo que el bien puede
prevalecer, pero solamente con tremendo esfuerzo. Y ese esfuerzo
es nuestro, de cada uno, tuyo y mío.
Debemos estar preparados para el peligro que seguramente
aparecerá en nuestro camino. Nuestros enemigos nos atacarán y
tratarán de alejarnos a unos de los otros y se burlaran de nuestra
sinceridad. Pero si mantenemos creencias fuertes, podemos darle
la vuelta a sus ataques y fortalecer aún más nuestros compromisos
con la Madre Tierra, con nuestras luchas, y con nuestras
generaciones futuras de niños.

191
Nunca ceses en la lucha por la paz, la justicia, y la igualdad
para toda la gente. Se presiente en todo lo que tú hagas y no dejes
que nadie te aparte de tu conciencia.

Toro Sentado dijo, “como dedos individuales podemos ser


rotos fácilmente, pero todos juntos formamos un puño poderoso”.

De nosotros depende ganar o perder la batalla.

192
Capítulo XXXVI

Te puedo decir lo siguiente. No pedimos venganza, ni


tampoco la queremos. Dejo a un lado toda acusación porque sé
demasiado bien lo que significa ser el acusado. Dejo a un lado las
condenaciones porque sé demasiado bien lo que significa ser el
condenado. No buscamos la revancha sino la reconciliación y el
respeto mutuo entre nuestras gentes. Podemos ser de diferentes
naciones, pero aún somos de la misma sociedad y compartimos la
misma tierra. Todos queremos justicia, igualdad, imparcialidad…
los principios mismos sobre los que América está fundada y los
que su propia Constitución supuestamente ofrece a todos los que
habitan dentro de sus fronteras, hasta a los indios. ¿Es eso mucho
pedir? No esperamos perfección en los otros, ni la exigimos.
Es a través nuestras imperfecciones como soportamos nuestra
humanidad común.
El pasado no se puede cambiar, es cierto. Nadie puede
hacer regresar a los muertos. Pero podemos hacer algo por los
vivos. Indemnizar económicamente a los nativo-americanos
es algo absolutamente esencial para un futuro justo, como lo es
la devolución de los lugares sagrados e importantes zonas de
territorio ancestral, así como lo sería recibir una parte justa de los
recursos naturales de las tierras que han sido arrebatadas violando
los tratados. Se debería permitir una administración especial de
la tierra a los nativo-americanos, y a las poblaciones indígenas
de todas partes. Son los guardianes de la Madre Tierra, sus
representantes, y siempre hablarán en contra de su destrucción.
Pasos como éstos deben comenzar a darse con un
reconocimiento formal de los abusos pasados. Canadá ha dado
ahora un prometedor paso en esta dirección con su histórica
“Declaración de Reconciliación” de enero de 1998, dirigida a sus
poblaciones nativas. Esta declaración reza:
Como país, cargamos con acciones pasadas que debilitaron
la identidad de los pueblos aborígenes, reprimieron sus lenguas y
culturas, y declararon ilegales prácticas espirituales...
El gobierno de Canadá expresa hoy formalmente a toda la

193
población aborigen de Canadá nuestras más profundas excusas
por acciones pasadas del gobierno federal que han contribuido a
estas difíciles páginas de la historia de nuestra relación conjunta.
El gobierno de Canadá ha establecido, también, un Fondo
de Cura de trescientos cincuenta millones de dólares que se
destina específicamente a asistir a las víctimas de abusos físicos y
mentales de los colegios del gobierno que durante tanto tiempo
torturaron a los niños indios por ser quienes eran. Esos colegios
inhumanos, afortunadamente, se cerraron en Canadá en la
década de 1970. El Fondo de Cura se debe debería multiplicar
varias veces para asistir de forma continuada a toda la población
nativa de Canadá. Las reclamaciones de tierra también deberían
ser tratadas seriamente. Pasos similares por parte de los Estados
Unidos, y por parte de todas las naciones con poblaciones
indígenas desposeídas, podrán permitir un gran avance de cara
a la Gran Cura que veo puede suceder al principio del nuevo
milenio.
Es imposible, claro, indemnizarnos por una madre o un
hijo o un marido que haya sido asesinado o matado de hambre
o injustamente encarcelado. Pero miro a nuestros niños y veo el
futuro en ellos, un futuro lleno de libertad y posibilidad. Nosotros,
los indios, se suponía que teníamos que haber desaparecido hace
mucho tiempo. Pero aquí estamos. Cada uno de nuestros niños es
un milagro. Así que vamos a centrar nuestras energías y nuestro
amor en esos niños, en esa sagrada descendencia. Cada uno de
los niños indios es Caballo Loco renacido. Nuestro es el espíritu
de Caballo Loco. Es lo que somos, Mátanos, pero el espíritu no
muere. Renace en el próximo niño indio, y en el siguiente. Así
que bendigamos a nuestros niños así como su existencia misma
nos bendice a nosotros.
La ley a la que me acogí para obtener la justicia de mi pueblo
no es la ley del hombre blanco, la ley no natural, la dada por el
hombre. La ley a la que mi pueblo y yo nos acogemos es la ley del
Gran Espíritu, que nunca cesa de trabajar, y cuyos trabajos son
invariablemente implacables y justos. Y por esa ley habrá libertad
para mis nietos y para tus nietos, para vivir en paz y armonía con
todos los otros seres humanos decentes de este mundo. La luz
que imagino se encenderá y juntos podremos verla crecer hasta

194
que haya justicia para toda la gente en todas partes.
Nosotros, los de esta generación, ni siquiera estaremos aquí
cuando el mundo sea suyo. Permite que aquellos de nosotros que
tanto hemos desordenado nuestros propios tiempos lleguemos a
un acuerdo unos con otros, aquí y ahora ¿Debemos pasar este odio
e injusticia y maldad incluso a generaciones futuras inocentes?
¿Debemos hacerlas culpables también? ¿No podemos resolver
esto entre nosotros ahora, y definitivamente terminarlo? Rezo
porque podamos. Mi vida es un instrumento para ese propósito.
Hoy en Sudáfrica se está permitiendo que hombres y
mujeres de ambos lados se presenten a tribunales públicos de
Verdad y Reconciliación para que confiesen sus delitos y puedan
ser concedidos absolución política. Eso, creo, no será necesario
aquí. Además, los juicios llevarían siglos. No necesitamos salas
de justicia sino aulas de colegio, no necesitamos cárceles ni
prisiones sino casas decentes y empleos para los millones de todos
los colores, incluyendo a muchísimos blancos, a los que se está
negando sus derechos humanos y civiles cada día de cada semana,
debido a los intereses especiales. Léete tu propia Declaración de la
Independencia y Constitución, América. Ahí está todo
Si construir más prisiones para aquellos de nosotros
que somos diferentes a vosotros va a ser vuestra estrategia,
entonces, os prometo, no podéis construir suficientes prisiones
para contenernos a todos. Yo te pido, América, como alguien
familiarizado con tu lado más oscuro así como con tus brillantes
oportunidades, repiénsate esa moda actual de construir aún
más prisiones para aún más de nosotros que diferentes a ti.
Necesitamos más compasión. Esa compasión es nuestra propia y
mayor posibilidad.
Democracia significa diferencia, no ser iguales. Permítenos
nuestras diferencias como te permitimos las tuyas. No estamos en
conflicto unos con otros; nos complementamos.
Nos necesitamos el uno al otro. Cada uno de nosotros
es responsable de lo que pasa en esta tierra. Cada uno es
absolutamente esencial, cada uno es totalmente insustituible.
Cada uno de nosotros es el voto de viraje en la reñida batalla
electoral que ahora está siendo librada entre nuestras mejores y
nuestras peores posibilidades.

195
¿Qué votarás tú en una papeleta tan importante?
La humanidad espera tu decisión.
Cada uno debemos ser un ejército de uno en esa lucha
interminable entre la bondad de la que todos somos capaces y el
mal que nos amenaza a todos desde fuera así como desde dentro.
Sí, cada uno podemos ser un ejército de uno. Un buen hombre
o una buena mujer puede cambiar el mundo, puede empujar el
mal hacia atrás, y su trabajo puede ser un faro para millones, para
billones. ¿Eres tú ese hombre o esa mujer? Si es así, que el Gran
Espíritu te bendiga. Si no, ¿por qué no? Cada uno de nosotros
debe ser esa persona. Eso transformará el mundo de la noche a
la mañana. Eso sería un milagro, sí, pero un milagro dentro de
nuestro poder, de nuestro poder curativo.
Curar requerirá un verdadero esfuerzo y un cambio de
corazón, de todos nosotros. Curar significa que empezaremos
a mirarnos unos a otros con respeto y tolerancia en vez de
con prejuicios, desconfianza y odio. Tendremos que enseñar a
nuestros niños, así como a nosotros mismos, a amar la diversidad
de la humanidad. Para curar tendremos que hacer un esfuerzo
consciente de cara a vivir como el Creador deseaba, como
hermanas y hermanos, todos miembros de una familia humana,
guardianes de esta frágil, perecedera y sagrada Tierra. Para curar
deberemos darnos cuenta de que todos estamos sentenciados a
una cadena perpetua juntos... y no hay posibilidad de libertad
condicional.

Lo podemos hacer. Sí, tú y yo y todos nosotros juntos.


Ahora es el momento. Ahora es el único momento posible.
Que comience la Gran Cura

196
Capítulo XXXVII

Mi nieto, Cyrus, acaba de marcharse hace escasos minutos,


dejándome lleno de un amor abrumador. Y aun así, para mí, esa
plenitud es también un vacío. Para mí, la vida es un vaso vacío
puesto boca abajo, o así me lo parece cuando las verjas se deslizan
para cerrarse tras él mientras se gira para echarme la última
mirada, tristemente sonriendo, y mueve su mano y sopla un beso
hacia mí, su “Gramps”. Ahora él está a más de la mitad del camino
de convertirse en un hombre en un verdadero guerrero, y estoy
orgulloso de él, te lo digo. Tuvimos una de nuestras maravillosas
visitas ocasionales abajo, en el cuarto de visitantes, durante unas
pocas horas esta mañana. Ahora, justo después de la visita de hoy,
él se va a ver a su hermana, Alexandra, que ha estado quedándose
con unos amigos en Georgia. Pobres niños, se los pasan de acá
para allá. Ellos también tienen que pagar cada día por el crimen
que yo nunca cometí.
Sin embargo, saber que Cyrus y Alexandra están ahí fuera
junto con mis otros maravillosos nietos, siete en total, en el último
recuento, me dota de una especie de libertad. Supongo que me
veo reflejado en Cyrus. Pero puede que eso no sea bueno. Puede
que ande mejor parado con poco de su enjaulado “Gramps” en
él que con mucho. Pero luego, maldita sea, me digo a mí mismo,
está mejor parado respetando a su propio abuelo, a sus propios
Ancianos, como yo he respetado a los míos. Son nuestros
eslabones no con el pasado sino con el futuro...y con nosotros
también. Soy indio. Cyrus es un
Indio, Alexandra es una india. Todos somos eslabones de
una interminable cadena sin romper. Todos los abuelos y todas las
abuelas y todos los nietos… todos somos una persona, un Pueblo
indio, remitiéndonos hacia atrás, al principio del todo, y yendo
hacia fuera, al extremo más lejano del tiempo. Un Pueblo. Una
persona. A lo mejor esto es por lo que ellos tan a menudo, y según
parece, han tratado de matarnos a todos, hasta el último hombre,
mujer y niño; porque se dieron cuenta de que, a menos que lo
hicieran, aún quedaría esa única persona, ese último superviviente

197
para atormentarles y señalar la mentira de sus obras, su supuesta
victoria.
Cada uno de nosotros, los indios, es esa persona única, ese
último superviviente. Cada uno somos el último indio, así como
cada uno somos el primero. Puedes matarnos, pero siempre
seguimos aquí. Fuimos los primeros en estar aquí cuando sea el
momento de decir un último adiós a la Madre Tierra, seremos los
que quememos tabaco, salvia y hierba aromática y los que diremos
una oración final o un último Washté, “¡Es bueno!” mientras
Wakan Tanka, el Gran Misterio descrea misericordiosamente
el mundo para terminar este ciclo de tiempo. Como nuestros
abuelos y nuestras abuelas siempre nos han dicho, tenemos un
sitio mejor donde ir, un mundo mejor que nos espera.
Así que, a ti, amigo mío, antes de que deje esta menor
realidad por la mayor, te digo, iWashté! ¡Es bueno! Gracias por
escuchar mis palabras. Le deseo paz a tu espíritu y felicidad y
realización por el trayecto que él continúa. A lo mejor nos
encontramos algún día, tú y yo, en el Gran Camino Rojo. Rezo
porque lo hagamos. iMitakuye Oyasin!

No estamos separados
No somos seres separados, tú y yo.
Somos diferentes hebras del mismo Ser-
Tú eres yo y yo soy tú.
y nosotros somos ellos y ellos son nosotros.
Así es como se supone que debemos ser,
cada uno de nosotros, uno;
cada uno de nosotros, todos.
Tú intentas alcanzarme a través del vacío de la Alteridad
¡y tocas tu propio alma.

El perdón
Perdonemos lo peor de entre nosotros
porque lo peor está en nosotros mismos,
lo peor vive en cada uno de nosotros,
junto con lo mejor.
Perdonemos lo peor
en cada uno de nosotros

198
y en todos nosotros
para que lo mejor
en cada uno de nosotros
y todos nosotros
podamos ser libres.

La diferencia
Amemos no sólo nuestro ser igual
sino nuestro no ser igual.
En nuestra diferencia está nuestra fuerza.
Seamos no sólo para nosotros mismos
sino también para ese Otro
que es nuestro más profundo Yo.

El Mensaje
El silencio, dicen, es la voz de la complicidad.
Pero el silencio es imposible.
El silencio chilla.
El silencio es un mensaje,
así como no hacer nada es un acto.

Deja que quien tú eres se oiga y resuene


en cada palabra y en cada acción.
Sí, conviértete en quien tú eres.
No puedes evitar tu propio ser
o tu propia responsabilidad.

Lo que tú hagas es quien tú eres.


Tú eres tu propio castigo
Tú te conviertes en tu propio mensaje.
Tú eres el mensaje.
En el Espíritu de Caballo Loco
(Firma de Leonard Peltier)

199
200
Apéndices

APÉNDICE I
Cronología de Leonard Peltier

12 de septiembre, 1944
Nace Leonard Peltier en Grand Forks, Dakota del Norte, hijo de
Leo y Alvina Peltier.

1948-53
Vive principalmente con sus abuelos Alex y Mary Dubois-Peltier
en la Reserva Chippewa de Turtle Mountain, en Dakota del Norte.

1953-1956
Estudia en el colegio interno indio del Departamento de Asuntos
Indios (BIA) de Wahpeton (Dakota del Norte).

1957
Termina el 9° grado en el colegio indio de Flandreau, en Dakota
del Sur, luego regresa a la Reserva de Turtle Mountain.

1958
Empiezan los problemas con la ley: Leonard asiste a su Danza del
Sol como observador en Turtle Mountain; al salir, es arrestado por
la policía del BIA que le acusa, falsamente, de estar borracho. En
ese mismo año también se le arresta por tratar de sacar con sifón
algo de gasolina diesel de un camión de Reservas del Ejército para
calentar la casa de sus abuelos y cumple dos semanas en la cárcel.

Acude a una reunión política en Turtle Mountain sobre los planes


del gobierno para terminar la reserva; es inspirado a convertirse
en guerrero en nombre del Pueblo.

Desestimado para beca por la escuela de arte de Santa Fe;


abandona el colegio.

201
1959
Se muda a Seattle y vive con unos familiares de su primo Bob
Robideau.

1961
Se le da la baja médica de los Marines debido a problemas
constantes con su mandíbula.

1965
Leonard y su primo Bob Robideau abren una tienda de piezas de
coches en Seattle.

1968
Se funda el Movimiento Indio Americano (AIM) en Minneapolis.

1969
Ocupación de Alcatraz por activistas indios; Leonard no
participa, pero la ocupación le despierta su propia conciencia
política y le proporciona un modelo para sus futuros esfuerzos
en el activismo indio.

1970
8 de marzo
Leonard y otros activistas indios ocupan el abandonado Fort
Lawton, cerca de Seattle, poniendo a prueba una ley federal que
otorga a los indios el derecho de reclamar tierras que han sido
abandonadas por agencias federales. Los activistas son golpeados
y brevemente encarcelados, pero al final Fort Lawton se convierte
en un centro cultural indio.

1972
Leonard se une al AIM y se traslada a la Reserva de Pine Ridge en
Dakota del Sur, trabajando con Dennis Banks.
Se muda a Milwaukee para trabajar con la oficina local del AIM.
Aquel otoño, Leonard se une a la marcha de “El Sendero de
Tratados Rotos” a Washington, D.C., para llevarle al gobierno de
los Estados Unidos una lista con veinte quejas.

202
Cuando los funcionarios del BIA no cumplen su promesa de
encontrar alojamiento para los Ancianos, los indios toman
posesión del edificio del BIA, a pocas manzanas de la Casa
Blanca, y a días, tan sólo, de las elecciones presidenciales de
1972. La Administración Nixon evita la confrontación violenta
prometiendo revisar la lista de los veinte agravios (cosa que nunca
hicieron) y pagar los gastos de vuelta a casa de los ocupantes.
Durante la toma, Leonard se encarga de la seguridad, quedando
ya marcado como “alborotador” para el FBI.
Tras regresar a Milwaukee, Leonard es arrestado tras darle una
paliza dos policías vestidos de civil que le incitan a una pelea. La
policía alega que él les amenazó con una pistola, al que Leonard
niega, y le cargan con un intento de asesinato, aunque la pistola
está rota e inservible. Está cinco meses en la cárcel esperando un
juicio mientras los compañeros activistas del AIM llevan a cabo
la famosa toma de Wounded Knee en la Reserva de Pine Ridge,
en Dakota del Sur. En abril, unos amigos pagan la fianza para su
puesta en libertad y Leonard pasa a la clandestinidad, temiéndose
un juicio desautorizado bajo los cargos de intento de asesinato (de
los que finalmente sería absuelto en 1978). Materiales del Acta de
Libertad de Información (FOIA) dados a conocer años después
revelan un complot del FBI para que la policía local arrestara a los
líderes del AIM bajo “cualquier cargo posible”.

1973
El sitio de setenta y un días de Wounded Knee termina con la
rendición negociada de los militantes el 9 de mayo de 1973. Sin
embargo, los llamados GOONs continúan su infame “Reino del
Terror" dirigido contra la población tradicional de Pine Ridge y
sus defensores del AIM.
Finales de 1973-principios de 1975
Aunque es un fugitivo, Leonard se une a la lucha de derechos de
pesca de los Puyallup y Nisqually en el Estado de Washington,
luego participa en las protesta del AIM en Arizona y Wisconsin.

1975
El creciente “Reino del Terror” a principios de 1975 hace que los

203
Ancianos de Pine Ridge llamen al AIM pidiéndole protección de
los ataques de los GOONs. Entre los que les responden figura
Leonard Peltier. Él monta junto con otros una pequeña “ciudad
de tiendas” en la propiedad de la familia Jumping Bull, cerca de
Oglala, esperando defenderles de nuevos ataques de los GOONs.

El 26 de junio, los agentes del FBI Jack Coler y Ronald Williams,


en coches camuflados, se dirigen a gran velocidad a la propiedad
Jumping Bull, supuestamente persiguiendo una camioneta pick-
up roja en la que sospechan que va un ladrón menor. El FBI
nunca ha explicado por qué empleó tanto esfuerzo conjunto para
atrapar a ese ladrón, acusado de robar un par de botas de vaquero
usadas, cuando no había investigado las muertes recientes de
docenas de simpatizantes del AIM. Surge un tiroteo entre los
agentes no identificados intrusos y los defensores del AIM. En
minutos, veintenas de agentes del FBI, oficiales de justicia de los
EEUU, policías del BIA y GOONs dispuestos a disparar rodean
la propiedad Jumping Bull; muchos de ellos habían ocupado
posiciones cercanas al menos veinte minutos antes, según
documentos de FBI. Los dos agentes y un defensor indio mueren
durante el feroz tiroteo que dura horas. Pasado el mediodía,
Leonard, junto a más de dos docenas de personas, consigue
huir de la propiedad y escapar, a pesar de estar rodeados por un
cordón cada vez más extenso de agentes de la ley.
Mientras tanto, el líder del consejo tribal firma un acuerdo secreto
traspasando un octavo de la Reserva de Pine Ridge al gobierno
federal, tierras ricas en uranio y en otros minerales. Muchos
tradicionales creen que el ataque del FBI del 26 de junio fue una
distracción planeada para ocultar la transferencia de las tierras,
una distracción que salió terriblemente mal cuando sus agentes
murieron.
Siguiendo la escapada de Leonard y de los demás de la Jumping
Bull, el FBI lleva a cabo una persecución masiva en su búsqueda,
aterrorizando a la comunidad tradicional de Pine Ridge.
Leonard asiste secretamente a la Danza del Sol de Crow Dog
en agosto, luego se dirige al norte y al oeste, escapa cruzando la
frontera con Canadá y se refugia con un remoto grupo de indios
en las Montañas Rocosas.

204
5 de septiembre
En medio de una nueva ola de asesinatos inexplicados de
miembros del AIM, el FBI asalta la casa del hombre medicina
Leonard Crow Dog, líder espiritual durante la toma de Wounded
Knee, y arresta a Darrell Dino Butler, otro miembro del AIM que
había escapado del tiroteo de Oglala, así como al mismo Crow
Dog y a la activista del AIM Anna Mae Aquash. Estos dos últimos
no estuvieron en el tiroteo de Oglala. Según Aquash, un agente
del FBI la amenazó de muerte a menos que diese testimonio falso
contra Peltier y contra otros del AIM; ella se niega.

10 de septiembre
Un coche station wagon (rubia) conducido por Bob Robideau,
otro de los que escaparon, explota cerca de Wichita Kansas. El FBI
recupera del accidente un muy quemado rifle AR-15, afirmando
sin prueba alguna que es el arma que mató a los agentes y que es
el propio rifle de Leonard Peltier. Este arma y los casquillos que
supuestamente le correspondían estaban entre las pruebas clave
que luego se usaron contra Leonard en su juicio.

Octubre
Informes del laboratorio del FBI, no revelados hasta que fueron
obtenidos años después mediante el Acta de Libertad Información,
declaran que el rifle Wichita AR-15 “contiene un pin diferente al
del rifle emplead en el escenario Jumping Bull”, probándose así
que, claramente, el rifle Wichita no era el arma homicida. Ésta
y otras pruebas exculpatorias cruciales fueron escondidas por la
acusación y apartadas de la defensa de Leonard más tarde, en su
juicio de Fargo.

25 de noviembre
Cuatro hombres son procesados por un jurado de acusación
federal por su supuesta participación en las muertes de los dos
agentes del FBI. Estos cuatro son Leonard Peltier, Bob Robideau,
Dino Butler y Jimmy Eagle (el sospechoso de haber robado el par
de botas de vaquero, delito que supuestamente condujo a los dos
agentes del FBI a la propiedad Jumping Bull el día del tiroteo)

205
1976
6 de febrero
Peltier es arrestado por la Policía Montada Real del Canadá en la
zona oeste de Canadá. Se le retiene bajo seguridad máxima en la
prisión de Oakalla en Vancouver, Columbia Británica, mientras
las largas vistas de extradición se desarrollan.

10 de febrero
El FBI libera un informe en el que se declara que habían
encontrado una pareja para el rifle Wichita AR-15, un casquillo
de bala de rifle de calibre 0,223 hallado, ya tarde, en el maletero
del coche de uno de los agentes del FBI. Esto contradice por
completo sus propios informes del laboratorio anteriores, que
mantuvieron escondidos.

24 de febrero
El cuerpo en descomposición de una Jane Doe (mujer de
identidad desconocida) es encontrado en un barranco en Pine
Ridge; el juez de primera instancia e instrucción del BIA indica
que la víctima murió de frío: sus manos son cortadas y enviadas
al FBI para “identificación positiva”.
5 de marzo
Jane Doe es identificada por el FBI como Anna Mae Aquash,
activista del AIM que se había negado, a pesar de las amenazas
de muerte por parte del FBI, a dar falso testimonio contra sus
hermanos y hermanas del AIM.

11 de marzo
La familia de Anna Mae Aguash de la Reserva de MicMac de
Nueva Escocia (Canadá) exhuma su cuerpo enterrado en Pine
Ridge. Un nuevo juez de primera instancia e instrucción descubre
un detalle que al del BIA se le había escapado inexplicablemente:
había sido disparada en la nuca y a quemarropa. Su muerte,
ocurrida poco antes de su confirmada aparición en los juicios
que se aproximaban de Peltier y de los demás, es un misterio que
permanece activamente explorado hasta el día de hoy. Anna Mae
pareció haber previsto su propio fallecimiento cuando escribió:

206
“Soy india del todo, y siempre lo seré. No dejaré de luchar hasta
que muera, y espero ser un buen ejemplo de ser humano y de mi
tribu... tengo el derecho a continuar mi ciclo en este Universo sin ser
molestada... te hablaré a través de la lluvia…”.

31 de marzo
Aún tratando de encontrar pruebas convincentes sobre Ia culpa
de Peltier para conseguir extraditarlo de Canadá, los agentes
del FBI muestran fotos de las manos cortadas de Anna Mae a
una mujer india confundida, Myrtle Poor Bear, diciéndole que
tanto ella como su hija se exponían a un destino similar si no
cooperaba. Por coacción, firma una declaración que escribieron
por ella, diciendo que es la novia de Peltier, aunque nunca lo había
conocido, y también afirma que le vio disparar a los dos agentes,
aunque, como sabía el FBI, nunca estuvo allí. Este documento y
más información falsa convencen a los tribunales canadienses
de que hay suficientes pruebas para extraditar a Peltier; se le
sentencia con la extradición pero sus apelaciones le mantienen en
Canadá hasta diciembre.

7 de junio-16 de julio
El juicio de Dino Butler y Bob Robideau se celebra en Cedar
Rapids, lowa. Se les permite alegar inocencia por defensa a los
intrusos, los agentes del FBI, Butler y Robideau son absueltos de
los cargos de asesinato tras un juicio tumultuoso.
Consternados por los resultados del juicio de Cedar Rapids, el
FBI y los fiscales retiran los cargos contra Jimmy Eagle para que,
como documentos del FOIA más tarde revelarían, “todo el peso
de la acusación del gobierno federal pudiera ser dirigido contra
Leonard Peltier”.

16 de diciembre
Peltier es extraditado de Canadá a los EEUU en base a falsos
testimonios inventados por el FBI. Bajo medidas estrictas de
seguridad, vuela de Vancouver a Rapid City, Dakota del Sur.

207
1977
16 de marzo
Empieza el juicio de Leonard Peltier acusado conde doble
asesinato en Fargo, Dakota del Norte. Manipulaciones del
gobierno consiguen trasladar el juicio de Cedar Rapids, lowa,
donde Robideau y Butler fueron absueltos, a un lugar famoso por
su sentimiento anti-indio. El juez de Fargo dicta que toda prueba
debe quedar completamente limitada a los sucesos del día del
tiroteo: el 26 de junio de 1976. No se permite mencionar el “Reino
del Terror” que precedía al tiroteo de Pine Ridge, ni tampoco
la falsa declaración de Myrtle Poor Bear, ni la intimidación
y coacción de testigos por parte del FBI, ni la mayoría de las
pruebas que habían llevado a la absolución por defensa propia
de Robideau y Butler en Cedar Rapids. El juez declara: “Aquí el
FBI no está en juicio”. A Peltier no se le permite alegar “defensa
propia”. En una desconcertante y escandalosa muestra de la
injusticia americana, virtualmente toda prueba exculpatoria es
ocultada a la defensa o dictada como inadmisible.

18 de abril
Bajo una atmósfera increíble de tribunal ilegal y de intimidación
del gobierno, un jurado, todo blanco, tras ocho horas de
deliberación, condena a Peltier por el asesinato directo de dos
agentes del FBI.

2 de junio
Se sentencia a Peltier a dos cadenas perpetuas consecutivas
en prisión federal. Tras un breve periodo en Leavenworth, es
mandado a la penitenciaría de máxima seguridad de Marion, en
Illinois.

1978
4 de julio
Peltier es avisado por un compañero preso nativo de que pronto
será trasladado de la penitenciaría de máxima seguridad de
Marion a la prisión de Lompoc cerca de Santa Bárbara, California,
donde, se le dice, será objeto de un asesinato.

208
1979
5 de marzo
La Corte Suprema de EEUU se niega a revisar el caso de Leonard.

10 de abril
Se traslada a Peltier a la prisión de Lompoc, tal como se le había
advertido.

20 de julio
Temiéndose un intento de asesinato inminente, Peltier con los
compañeros prisioneros nativos Dallas Thundershield y Bobby
García, trepa por la valla del perímetro y escapa de la prisión
de Lompoc. Dallas Thundershield es disparado por la espalda y
muere. Bobby García es rápidamente recapturado, pero Peltier
escapa y elude una enorme persecución hasta ser finalmente
detenido en las tierras de un granjero cinco días más tarde. En el
consiguiente juicio, no se le permitió usar el miedo a ser asesinado
como defensa. Se añade siete años a la sentencia original de doble
cadena perpetua.

1980
4 de febrero
Leonard es trasladado de vuelta a la penitenciaría de Alta seguridad
de Marion. Ahora cree que toda la historia del “asesinato” de
Lompoc era un montaje para atraparle en un intento de escapada,
dando a los guardias la excusa para matarle.

13 de diciembre
Bobby García es hallado muerto en las instalaciones de prisión de
la penitenciaría federal de Terre Haute. Las autoridades declaran
que se ahorcó. Muchos están convencidos de que fue asesinado.

1984
1 de octubre
Empiezan las vistas para un nuevo juicio en Bismark, Dakota del
Norte, ante el mismo juez que presidió el juicio de Leonard en
Fargo.

209
1985
22 de mayo
Aunque el fiscal original admite que el gobierno no sabe quién
mató a los agentes del FBI, el mismo juez niega la apelación de
Leonard para un nuevo juicio.

Junio
Leonard es trasladado a la prisión de Leavenworth en Kansas.

1986
11 de septiembre
La condena de Peltier es confirmada por el Tribunal de
Apelaciones de Octavo Circuito, a pesar de reconocer la conducta
no apropiada del FBI.

1991
18 de abril
El juez retirado Gerald Heaney, del panel de Octavo Circuito
que denegó la apelación de 1986, ahora, habiendo dejado los
tribunales, escribe al presidente declarando que pruebas de
conducta ilegal no apropiada por parte del FBI y otras agencias
del gobierno evidenciada antes, durante, y después del juicio de
Fargo, le demuestran que Leonard merece clemencia ejecutiva.

5 de julio
Amotinamiento en Leavenworth. En principio se impone a
Leonard un cargo como “participante activo”, aunque él solo
había tratado de mantener a los presos nativos apartados de la
refriega. Luego se le absolvió del incidente, pero no de cumplir
condena en el Agujero.

Octubre
Vista para un nuevo juicio en Bismarck, Dakota del Norte.

30 de diciembre
La petición para un nuevo juicio es denegada nuevamente por el
juez original del juicio de Fargo de 1977.

210
1992
23 de marzo
Los abogados de Leonard presentan una nueva apelación al
Tribunal de Apelaciones de Octavo Circuito.

9 de noviembre
El fiscal original del juicio de Fargo admite de nuevo ante el
Tribunal de Octavo Circuito que el gobierno no sabe quién mató
a los dos agentes.

1993
7 de julio
A pesar de las abrumadoras pruebas exculpatorias el Tribunal
de Octavo Circuito vuelve a denegar la apelación de Leonard y
reafirma su condena.

21 de noviembre
Después de que la Comisión de Libertad Provisional de EEUU
denegase la apelación para la libertad provisional, el abogado de
las apelaciones de Leonard, Ramsey Clark, solicita formalmente la
clemencia ejecutiva del presidente; solicitud que es mandada a la
Fiscal General para su revisión y recomendación, un proceso que
normalmente dura entre tres y nueve meses.

1995
6 de febrero
Leonard comienza su vigésimo año en prisión, desde su arresto en
Canadá el 6 de febrero de 1976.

Diciembre
Leonard es trasladado temporalmente al centro médico de los
EEUU para prisioneros federales de Springfield, Missouri, donde
es operado de su mandíbula enferma; requiere seis transfusiones
de sangre y casi muere.

1996
19 de marzo
La Comisión de Libertad Provisional de EEUU deniega de nuevo

211
la libertad condicional a Leonard; le comunican que vuelva a
solicitarla en el año 2008.

1998
4 de mayo
En una vista intermedia para obtener la condicional, la Comisión
de Libertad Provisional de EEUU reafirma su negativa para la
libertad provisional de Leonard, de nuevo le dice que vuelva a
solicitarla en el año 2008.
12 de septiembre
54 cumpleaños de Leonard, en prisión desde los 31 años de edad.

21 de noviembre
Cinco años después de presentar la petición, la apelación de
Leonard para obtener clemencia permanece atascada en la oficina
del Departamento de Justicia.

19 de diciembre
El día nacional de desobediencia civil no-violenta se centra
en la larga demora del gobierno en responder a la petición de
clemencia ejecutiva.

1999
6 de febrero
Leonard comienza su vigésimo cuarto año en prisión.

212
Apéndice II

He llegado a odiar las salas de justicia porque éstas parecen ser


demasiadas veces el hogar no de la justicia sino de la injusticia.
Fiscales con demasiado entusiasmo atacan a los inocentes y
culpables por igual.” Cazar a su hombre” es más importante
que descubrir la verdad, ni qué dejar de descubrir la justicia,
de demostrar sabiduría, o de demostrar compasión humana.
Jurados inconscientes y desinformados son engañados, o hasta
intimidados, para que tomen decisiones injustas. Oficiales de la
ley, desde policías hasta jueces, consienten, a sabiendas, que se
subvierta la verdad tan a menudo como ellos selectivamente lo
apoyen. Aún más prisiones esperan a aquellos que están atrapados
en este terrible sistema, ya sean culpables o inocentes, y entre esos
fríos e inhumanos muros y vallas de alambre de espino que los
rodean el castigo y la injusticia continuaran, hasta se multiplicarán
con la venganza, como si la pérdida de la libertad de uno fuera
un castigo suficiente. Para aquellos de vosotros que creéis que
construir más prisiones curará los males de América, os ruego,
volver a pensar lo que estáis haciendo. Puede que podáis barrer
las calles de indeseables, de todo el que es un Otro, pero uno de
estos días, amigo mío, tú mismo podrás ser declarado Otro, y
entonces tú te darás cuenta de que una de esas nuevas y brillantes
celdas que pagaste con tus impuestos fue construida justo para ti.
Quiero incluir aquí mi declaración, previa a la sentencia, dirigida
al juez que presidía el juicio de Fargo. Sé que son palabras duras,
pero son verdad hasta la médula. La única respuesta del juez,
antes de que me sentenciara con dos cadenas perpetuas, fue: “Tú
declaras ser un activista para tu pueblo, pero lo que eres es un
desecho para los nativo-americanos”. Te dejaré a ti, y a la historia,
decidir quién dijo la verdad en aquel oscuro día de la historia de
la injusticia americana.
L.P
Declaración Previa a la Sentencia, por Leonard Peltier
Fargo, Dakota del Norte, I de junio de 1977

213
“No hay duda en mi mente ni en la mente de mi pueblo de que
usted me va a sentenciar con dos cadenas perpetuas consecutivas.
Usted tiene, y siempre ha tenido, prejuicios contra mí y contra
cualquier nativo-americano que haya estado ante usted. Ha
favorecido abiertamente al gobierno durante todo este juicio, y
está encantado de hacer lo que el FBI quiera que usted haga en
este caso”.

“Yo no he creído que esto fuera así siempre. Cuando le vi por


primera vez en la sala de justicia de Sioux Falls, su apariencia
digna me hizo pensar, de manera equivocada, que usted era
una persona equitativa que conocía la ley, y que actuaría de
acuerdo a la ley. Lo que significaba que usted sería imparcial y no
favorecería ni a un lado ni al otro en este proceso. Ese no ha sido
el caso, y ahora creo firmemente que usted me impondrá cadenas
perpetuas consecutivas sólo porque cree que de esa manera
evitará la indignación del FBI. Pero ni mi gente ni yo mismo
sabemos por qué podría estar usted tan preocupado por una
organización que ha traído tanta vergüenza al pueblo americano.
¡Pero lo está! Su conducta durante este juicio deja claro que usted
cumplirá las órdenes del FBI sin dudarlo.
“Usted está a punto de realizar un acto que cerrará un capítulo
más de la historia del fracaso de los Estados Unidos en hacer
justicia ante el caso de un nativo-americano. Tras siglos de
asesinatos perpetrados contra millones de mis hermanos y
hermanas por la América blanca racista, ¿habría sido sabio
pensar que usted rompería esa tradición y cometería un acto
de justicia? Obviamente, no. Debería haberme dado cuenta de
que lo que detecté era tan sólo una capa muy fina de dignidad y,
seguramente, no de una buena naturaleza.
“Si usted cree que mis acusaciones han sido duras e infundadas,
explicaré por qué he llegado a estas conclusiones, y por qué creo
que mi crítica no ha sido lo demasiado dura”.

“Primero: Cada vez que mi defensa trató de exponer la conducta


no apropiada del FBI durante la investigación de este proceso
y cuando trató de presentar pruebas de ello, usted reclamó que
era irrelevante para este juicio. Pero a la acusación se le permitió

214
presentar su caso usando pruebas que no
de manera alguna relevante. Por ejemplo, un automóvil eran que
estalla en la autopista de Wichita, Kansas; un intento de asesinato
en Milwaukee, Wisconsin, del que no he sido hallado ni inocente
ni culpable; o una furgoneta cargada de armas de fuego vendidas
legalmente y un policía que reclama que alguien le disparó en el
estado de Oregon”.

“La Corte Suprema de los Estados Unidos trató de prevenir


condenas de este tipo y aprobó una ley por la que sólo condenas
pasadas podrían ser presentadas como prueba… Este tribunal sabe
muy bien que no tengo condenas previas, ni siquiera he recibido
cargos por algunos de esos supuestos crímenes. Así, éstos no
pueden ser utilizados como prueba de cara a recibir una condena
en esta farsa llamada juicio". Esto es por lo que creo firmemente
que usted me impondrá dos cadenas perpetuas consecutivas”.

“Segundo: Usted no pudo tomar una decisión razonable sobre mi


sentencia porque sufre, como poco, de alguno de los tres defectos
que previenen una conclusión racional. Lo demostró claramente
con su decisión sobre los aspectos Jimmy Eagle y Myrtle Poor
Bear de este caso. Respecto a Jimmy Eagle, llamarlo irrelevante en
mi juicio responde a una razón infundada que sólo mantendría
un juez que conscientemente ignora la ley. En cuanto a la tortura
mental de Myrtle Poor Bear, ¡usted dijo que su testimonio
alarmaría la conciencia del pueblo americano si lo creían! ¡Pero
usted decidió lo que debía creerse, no el jurado! Su conducta
alarma la conciencia de lo que el sistema americano representa,
la búsqueda de la verdad por un jurado de ciudadanos. ¿Qué era
lo que le asustaba tanto como para no permitir ese testimonio?
¿Acaso su propia culpa por formar parte de un juicio corrupto,
previamente planeado para obtener una condena sin importarle
cómo se ensuciaría su reputación? Por estas razones creo
firmemente que usted obedecerá las órdenes del FBI y me dará
dos cadenas perpetuas consecutivas”.

“Tercero: En mi opinión, alguien que no acierta a ver la relación con


los hechos indiscutibles que rodearon la investigación realizada

215
por el FBI en su interrogatorio de los jóvenes navajo, para el que
se ató a Wilford Draper durante tres horas a una silla y no se
le permitió contactar a su abogado; se amenazó abiertamente
la vida de Norman Brown; se amenazó a Mike Anderson con
daños físicos y finalmente, se asesinó Anna Mae Aquash, debe
estar ciego, ser estúpido, o no tener sentimientos humanos. Así
que poca duda queda, y poca posibilidad, de que usted tenga la
capacidad de evitar hacer hoy lo que el FBI quiere que haga, que
es sentenciarme con dos cadenas perpetuas consecutivas”.

“Cuarto: Usted no tiene la capacidad de ver que la condena de


un activista del AIM ayuda a cubrir lo que esa propia prueba
del gobierno mostró, que un gran número de gente india estuvo
involucrada en ese tiroteo del 26 de junio de 1975. Usted no tiene
la capacidad de ver que el gobierno quiere ocultar el hecho de
que la gente india presenta un creciente enfado y que los nativo-
americanos resistirán cualquier nuevo abuso por parte de las
fuerzas militares de los americanos capitalistas, que se evidencia
en el gran número de residentes de Pine Ridge que tomaron las
armas el veintiséis de junio de 1975, para defenderse. Así que
usted no tiene la capacidad de desempeñar su responsabilidad
hacia mí de una manera imparcial, y me dará las dos cadenas
perpetuas consecutivas”.

“Quinto: Estoy ante usted como un hombre orgulloso. No


siento culpa alguna. ¡No he hecho nada de lo que deba sentirme
culpable! No me arrepiento de ser una activista nativo-americano.
Miles de personas en los Estados Unidos, Canadá y alrededor del
mundo, me han apoyado y seguirán apoyándome para sacar a la
luz las injusticias que han sucedido esta sala de justicia. Me da
lástima su pueblo, que tenga que vivir bajo un sistema tan feo.
Bajo su sistema se enseña avaricia, racismo, corrupción, y, lo más
serio de todo, la destrucción de la Madre Tierra. Bajo el sistema
nativo-americano, se nos enseña que todos somos hermanos y
hermanas y se nos enseña a compartir la riqueza con los pobres
y los necesitados. Pero lo más importante de todo es respetar y
preservar la Tierra, a quien consideramos nuestra Madre. Nos
alimentamos de su pecho. Nuestra Madre nos da vida desde el

216
nacimiento y, cuando es hora de dejar este mundo, nos lleva de
vuelta al interior de su seno. Pero lo principal que se nos enseña
es a preservarla para nuestros hijos y nuestros nietos, porque son
ellos los siguientes que vivirán sobre ella”.

“No, no soy el culpable aquí. No soy el que debiera ser llamado


criminal. La América blanca racista es el criminal culpable de la
destrucción de nuestras tierras y de mi gente. Para esconder su
culpa de los seres humanos decentes de América y de alrededor
del mundo, me condenarás con dos cadenas perpetuas sin vacilar”.

"Sexto: Hay menos de cuatrocientos jueces federales para una


población de más de doscientos millones de americanos. Así pues,
usted tiene una responsabilidad muy poderosa e importante, que
debiera ser desempeñada de manera imparcial. Pero usted nunca
ha sido imparcial en lo que me concernía a mí. Usted tiene la
responsabilidad de proteger los derechos constitucionales y las
leyes pero, en lo que a mí me concernía, usted faltó a considerar
mis derechos constitucionales o los de los nativo-americanos.
Pero, lo más importante de todo, ¡usted faltó a nuestros derechos
humanos!”.

“Si usted fuese imparcial, habría mantenido una mente abierta y


objetiva ante todos los contenciosos de este caso. Pero usted no
estaba dispuesto a permitir la más mínima posibilidad de que un
oficial de la ley mintiera en el estrado ¿Cómo podría ser usted,
entonces, lo suficientemente imparcial como para permitir que
mis abogados demostraran lo importante que resulta para el FBI
condenar a un activista nativo-americano en este caso? Usted
no tiene la capacidad de ver que dicha condena es una parte
importante de los esfuerzos realizados para desacreditar a los que
están tratando de alertar a sus hermanos y hermanas de la nueva
amenaza del hombre blanco, y del intento de destruir lo poco que
queda de tierra india para extraer nuestro uranio, petróleo y otros
minerales . De nuevo, para encubrir su propio papel en esto, usted
me llamará asesino de sangre fría y sin corazón que merece dos
cadenas perpetuas de manera consecutiva”.

217
“Séptimo: Yo no puedo esperar que un juez que ha tolerado
abiertamente las condiciones bajo las que se me ha encarcelado
tome una decisión imparcial sobre si yo debiera estar sentenciado
a cadenas perpetuas concurrentes o consecutivas. Se te hizo saber
las siguientes condiciones que tuve que soportar en la cárcel del
Condado de Grand Forks, desde el momento del veredicto: (1) se
me negó llamar por teléfono a mis abogados para mi apelación;
(2) fui encerrado y confinado en una celda sin acceso a ducha,
jabón, toalla, sábanas o almohada; (3) la comida era incomible, lo
poco que había; (4) a mi familia, hermanos, hermanas, madre y
padre, que viajaron largas distancias desde la reserva, se les negó
una visita”.

"Ningún ser humano debiera ser sometido a este trato… De


nuevo, la única conclusión que me viene a la mente es que usted
sabe y, siempre supo, que me sentenciaría con dos cadenas
perpetuas consecutivas”.

Finalmente, creo honestamente que usted se convenció hace


mucho tiempo de que yo era culpable y de que me iba a sentenciar
con la condena máxima permitida bajo la ley. Pero esto no me
sorprende, porque es usted un miembro de alto rango de la
clase dirigente (Establishment) americana blanca y racista, que
consecuentemente decía “En Dios Confiamos mientras ellos se
involucraban en el negocio de asesinar a mi pueblo e intentaban
destruir nuestra cultura”.

“ La única cosa de la que soy culpable, y por la que se me condenó,


es ser de sangre chippewa y sioux, y creer en nuestra sagrada
religión”.

El juez me sentenció entonces a dos cadenas perpetuas


consecutivas. Su propio día de juicio, supongo, tendrá lugar en
un juzgado superior.
Añadiré aquí sólo unas pocas palabras más que pronuncié en
el Octavo Tribunal de Apelaciones después de que el Tribunal,
a pesar de las montañas de pruebas exculpatorias se negara a
otorgarme un nuevo juicio en 1986.

218
Durante muchos años denuncié las injusticias que sufre pueblo
nativo, hasta que me mandaron a prisión por organizarnos contra
las violaciones de derechos humanos en nuestra Madre Tierra. No
he dejado de hacer denuncias sólo porque mi cuerpo haya sido
encerrado... Esta oposición vocal y mi trabajo organizativo son la
verdadera razón por la que me han metido en prisión.

“Creo firmemente que hasta el FBI y los fiscales de EEUU que


han trabajado en este caso saben que yo no soy culpable de
complicidad criminal de un asesinato. Nunca he abogado por la
violencia. Nunca he empleado la violencia”.
Y nunca lo haré.
Leonard Peltier

219
Índice

Introducción…………………………………………….. 11
Una Oración…………………………………………….. 13
Prólogo…..……………………………………………..... 15
Prefacio del autor. ……...……………………………….. 23

Parte I
En mi propia voz…………….....………………………... 27

Parte II
Quien yo soy………………….....……………………….. 59

Parte III
Crecer indio..…………………………………………….. 73

Parte IV
Meterse en política …………………....…………………. 95

Parte V
Aquel día en Oglala: 26 de junio de 1975 ………....……. 127

Parte VI
Una vida en el infierno. …………………………………. 139

Parte VII
Un mensaje para la humanidad …..……………………. 189

Apéndices. ………………………………………………. 201

221

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