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“La mirada inspirada y prohibida” de Orfeo

Maurice Blanchot

En su texto “La mirada de Orfeo”, publicado en su libro El espacio literario el año 1955,
Maurice Blanchot propone una lectura sobre la mirada de Orfeo a Eurídice en el mito griego.
Para comenzar menciona que, en el descenso de Orfeo hacia Eurídice, el poder del arte abre
la noche. En ese descenso hacia los Infiernos, Eurídice es el extremo, el punto al cual el arte,
la noche, el deseo y la muerte se inclinan. Sin embargo, en el descenso, la obra de Orfeo no
busca acceder a ese punto; al contrario, conducir al punto hasta el día, hasta la luz, y en ella
dotarla de realidad. Pero a este punto no puede ser visto de frente por Orfeo: no puede mirar
el centro de la noche en la oscuridad. La revelación de esa noche recae en que Orfeo puede
ir hacia él, atraerlo hacia sí, llevarlo hacia lo alto, rodearlo, pero estando a la vez distante.
Empero, Orfeo olvida la obra que debe ejecutar, porque, en realidad, no debe haber obra,
debe haber un desafío hacia el punto. Blanchot afirma que el mito griego dice que la obra
nace de la prueba a la que se somete, de la búsqueda de la experiencia desmesurada. Ahora
bien, el destino de Orfeo muestra el no seguimiento de esta ley. Por ello, cuando Orfeo se
torna hacia Eurídice (pues no quiere hacerla vivir, quiere poseerla en la plenitud de su
muerte), estaría arruinando la obra: la noche y su esencia devendrían en inesenciales. Parece
entonces que el error de Orfeo es haber deseado a Eurídice, cuando su destino único es
brindarle cantos, pues él es en el himno, en el poema, y solo de esa manera puede relacionarse
con ella. Al desear a Eurídice más allá del canto, Orfeo la pierde perdiéndose a el mismo:
ella está muerta en el himno, y él deviene el “infinitamente muerto”. Esta muerte es la más
alta paciencia de Orfeo, originada -paradójicamente- en la impaciencia, entendida como
sustracción de la ausencia de tiempo.

Posteriormente, Blanchot afirma que la obra no juzga a Orfeo, pues parece que éste obedece
a su mandato profundo: dejar sin sombra a los Infiernos y los conduce a la luz a raíz de un
movimiento inspirado. Ese movimiento es el deseo impaciente de ver a Eurídice, dejando de
lado al canto. A partir de ello, el autor se pregunta si es acaso la inspiración quien convierte
a la belleza de la noche oscura en la “irrealidad del vacío”, quien hace de Eurídice una

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sombra, y de Orfeo el “infinitamente muerto”. La respuesta de Blanchot es sí. Es esa
inspiración la que transforma a la esencia de la noche en lo inesencial. La inspiración dirige
a Orfeo y a la obra al fracaso. Sin embargo, la inspiración es garantía de la obra misma, y
como esta debe ir más allá de la inspiración, Orfeo rompe la condición (sacrifica la obra) y
mira a Eurídice.

Blanchot señala que la obra se sacrifica a causa de la “despreocupación” que nace de un


vínculo con el deseo y la impaciencia, que, a su vez, se originan en una relación con la
inspiración. En ello, la noche esencial (la noche antes de la mirada) deviene en lo inesencial
(que no significa profano). Eurídice está encerrada en la noche, y la mirada de Orfeo rompe
los límites: la mirada es liberación, por un lado, de sí mismo; por otro, de la obra con respecto
a su fin. La mirada, además, libera la esencia de la noche.

Finalmente, el autor dice que la mirada empieza con la escritura, el deseo mueve a la mirada.
Ese movimiento que se despreocupa por el canto y por el destino, pero que a la vez los
consagra. Para eso, concluye Blanchot, Orfeo necesitó del arte y su poder. Ese arte, que,
como dijo al principio, abre la noche.

Blanchot, Maurice. “La mirada de Orfeo”. El espacio literario. Editora Nacional, Madrid:
1955.

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