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Lejos del nido de Juan José Botero: novela

latinoamericana sobre el cautiverio*1


Lejos del nido by Juan José Botero: Latin American novel
about captivity

Juan Carlos Orrego Arismendi


juan.orrego@udea.edu.co
Universidad de Antioquia, Colombia
Recibido (15.02.2018) – Aprobado (19.04.2018)
DOI: doi.org/10.17533/udea.elc.n43a01

Resumen: Lejos del nido, novela del antioqueño Juan José Botero, ha gozado de
amplia difusión en la región y el país desde su publicación en 1924, muy a pesar de su
visión prejuiciada de lo indígena. La novela se ha editado ininterrumpidamente y ha
sido adaptada como guion televisivo. Con todo, no ha sido objeto de un trabajo crítico
especializado que la considere como novela latinoamericana de tema indígena. Este
artículo asume esa labor, en la que, tras dejar a un lado la convencional categoría del
indianismo —en la que podría acomodarse la obra dado su espíritu decimonónico—,
resulta plausible enmarcarla como un caso de la narrativa sobre el cautiverio.

Palabras clave: Lejos del nido; Juan José Botero; novela antioqueña; narrativa sobre
el cautiverio; indianismo.

Abstract: Lejos del nido, a novel by the Antioquian author Juan Jose Botero, has
enjoyed wide diffusion in the region and in the country since its publication in 1924,
and this inspite of its rather prejudiced vision of indigenous people. The novel has
been published without interruption and has been adapted to television. Despite that,
it has not been the object of a specialized critical study as a Latin American novel with
an indigenous theme. This article assumes this critical study, starting with leaving the
conventional category of Indianism —in which it would be possible to place the work
given its apparent 19th century spirit—, with the plausible result of placing it in the
category of a narrative about an experience in captivity.

Keywords: Lejos del Nido; Juan Jose Botero; Antioquian novel; narrative about
captivity; Indianism.

*
1
Artículo derivado de la investigación “La novela de tema indígena en Antioquia:
caracterización y proceso histórico”, financiada por el CODI de la Vicerrectoría
de Investigación de la Universidad de Antioquia en la Convocatoria Ciencias
Sociales, Humanidades y Artes 2016 (código del proyecto: 2016-12871). Grupo de
Investigación y Gestión sobre Patrimonio, Departamento de Antropología, Facultad
de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, Calle 70 # 52-21,
Medellín, Colombia.

Cómo citar este artículo: Orrego Arismendi, J. C. (2018). Lejos del nido de Juan
José Botero: novela latinoamericana sobre el cautiverio. Estudios de Literatura
Colombiana 43, pp. 13-27. DOI: doi.org/10.17533/udea.elc.n43a01

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Lejos del nido de Juan José Botero: novela latinoamerica sobre el cautiverio

Introducción
Entre las novelas producidas en Antioquia, una de las más populares
ha sido Lejos del nido (1924) del rionegrero Juan José Botero (1840-1926).
No solo ocurre que se la ha publicado con regularidad a lo largo de casi un
siglo —sin considerar varias ediciones clandestinas, se cuentan al menos seis
ediciones formales entre 1924 y 2009, una de ellas como libro de bolsillo
y otra en el marco de la Colección Bicentenario de Antioquia—, sino que
también se la adaptó como guion de una telenovela emitida entre 1978 y
1979.
La novela cuenta la historia de Filomena, hija de un matrimonio
antioqueño acomodado, que es raptada por los indios Mateo Blandón y
Romana Grisales. La niña, cuyo nombre es cambiado por el de Andrea, es
llevada por sus captores desde la hacienda San Pablo, situada en el sur de
Antioquia, hasta el sitio de “El Arenal”, no lejos del pueblo de El Retiro.
A lo largo de unas dos décadas —el narrador apenas insinúa esa magnitud
temporal—, Filomena soporta toda serie de maltratos y vejaciones, e
incluso debe sortear la obligación de casarse con Isidoro Quirama, hijo
de un compadre de Mateo y Romana, y cuyo talante bárbaro no agrada
a la muchacha. Mientras dura el largo cautiverio, es socorrida material y
moralmente por Luisa Villada, una mestiza que vive junto a “El Arenal”.
La aventura tiene desenlace cuando Luisa recibe la ayuda de Luciano Ruiz,
un joven hacendado de la región que se enamora de Filomena y quien, una
vez se descubre que ella había sido robada por Mateo y Romana, la ayuda
a completar su educación. Al final, la muchacha vuelve a San Pablo y se
reencuentra con sus padres y hermanos.
Sin lugar a dudas, la característica más notoria de la novela es su visión
prejuiciada del mundo indígena. Los personajes nativos, en su totalidad, son
presentados como gentes crueles, violentas, malignas, toscas, haraganas,
supersticiosas e ignorantes, en abierta oposición con los caracteres que se
ofrecen para los blancos católicos y acomodados. La sesgada imagen de
los nativos, transversal en la novela, ya se deja ver claramente cuando se
proporciona la primera noticia sobre Mateo y Romana: “A estas llegaron
a descansar cerca a la portada, dos indios que parecían marido y mujer;
ambos de edad avanzada, de caras patibularias, socarrones como los de su
raza” (Botero, 2009, p. 22). Wilson Orozco (2013), quien se ha interesado
por entender las razones que han hecho tan popular la novela de Botero,
cree que su éxito radica en ese planteamiento melodramático, maniqueo y

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prejuiciado, explícito y de fácil digestión: “Su toma de posición está definida


y no tiene empacho en comunicarla: los blancos son buenos, puros, virtuosos.
Los indígenas son malos, muy malos, y para colmo, feos” (p. 141).
Con todo y su popularidad, solo en los últimos años —desde que
apareció, en 2009, como número inaugural de la Colección Bicentenario de
Antioquia— Lejos del nido ha sido objeto de una atención especializada de
críticos e investigadores literarios (Gómez Cardona, 2009; Ramírez Zuluaga,
2012; Orozco, 2013; Jaramillo Monsalve, 2014), a los que, en sentido estricto,
apenas se anticipa un ensayo de Álvaro Pineda Botero (1999). Esos trabajos,
que en buena parte presentan la trama de la novela y señalan algunas de
sus características narratológicas y discursivas, se concentran sobre todo en
examinar el dibujo contrastivo entre indios y blancos, llamar la atención
sobre la mirada prejuiciada y la posición hegemónica del narrador e insinuar
—nada más que insinuar— la vinculación de la novela con relatos escritos
en Colombia en otras épocas, específicamente con los escritos coloniales
que mostraron a un indio sometido al colonizador europeo. Pero ninguno
de esos trabajos se ha arrogado la tarea de pensar la novela de Botero con
arreglo a las categorías clasificatorias con que convencionalmente se ha
pensado la novela latinoamericana de tema indígena, con la idea de situarla
en un panorama literario continental al que, dada la intensidad de esa entraña
temática, pertenecería Lejos del nido. A continuación se analiza la posibilidad
de situar la novela en la corriente indianista y, tras descartarlo, se propone
su acomodo en una tradición literaria igualmente consolidada: la literatura
sobre el cautiverio.

Lejos del nido: ¿novela indianista?


Por su aparición en 1924, Lejos del nido fue contemporánea de La
vorágine de José Eustasio Rivera. La coincidencia resultó fatal para la
novela de Juan José Botero, toda vez que habría puesto en evidencia su
espíritu anacrónico, lo que, muy probablemente, la desfavoreció como
objeto del interés crítico de época. Al menos esa es la tesis de Fabio Gómez
Cardona, quien sugiere que hay entre ambas obras un “abismo conceptual
y artístico” (2009, p. 85). De acuerdo con este comentarista, mientras La
vorágine inaugura la modernidad de las letras colombianas, Lejos del nido
“da perfecta cuenta de los paradigmas estéticos y sociales que dominaron
en el siglo xix”, y ello, sumado a los prejuicios sociales de que está preñada
la novela antioqueña, habría llevado a que la crítica literaria no se ocupara

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de ella en su momento (p. 85). Por supuesto, no se trata apenas de que un


espíritu de época se manifieste en la novela de Botero: objetivamente, ella
fue escrita —al menos parcialmente— en el siglo xix, según deja colegir un
anticipo publicado por la revista medellinense La Miscelánea en marzo de
1897 (Botero, 1897, pp. 161-165).
Los indicios con que Gómez Cardona lee el carácter decimonónico
de Lejos del nido son, entre otros, su estética costumbrista, su interés
por las “escenas idílicas”, la caricaturización de algunos personajes y la
“demonización del indígena”, expresión de su “su descalificación como ser
humano” (2009, p. 86). Similar es la impresión de Wilson Orozco (2013),
quien, como se dijo, revisa la disposición maniquea de los valores sociales
puestos en juego, el planteamiento melodramático y el sentimentalismo de la
trama. Mientras tanto, Óscar Eliécer Jaramillo Monsalve (2014) sugiere que
hay un tratamiento del paisaje acorde con las premisas románticas, además
de que ve en la novela una mediación favorable a la dicotomía sociocultural
civilización/barbarie; una dicotomía que, como bien se sabe, atraviesa el
discurso narrativo del siglo xix en América Latina y tiene a Civilización
y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga (1845), de Domingo Faustino
Sarmiento, como una de sus manifestaciones emblemáticas.
Con todo, la legítima clasificación de la novela de Juan José Botero
como una obra de escritura, estética y espíritu decimonónicos entraña
un problema. Se refiere este a lo que, una vez asumida esa etiqueta,
correspondería a su carácter de novela latinoamericana de tema indígena.
De acuerdo con la crítica especializada de ese subgénero, durante el siglo xix
surgió y se desarrolló la corriente indianista, cuyos rasgos incluyen, según
Tomás G. Escajadillo (1994), “idealización romántica del mundo indio”, falta
de “proximidad” respecto del universo sociocultural recreado —referido en
el siglo xix a fuentes casi que exclusivamente librescas— y ausencia de un
“sentimiento de reivindicación social” frente a la cuestión indígena (p. 42).
Concha Meléndez (1934) —stricto sensu, la pionera de los estudios sobre
la novela de tema indígena en el subcontinente— tradujo el componente
romántico del indianismo como un “predominio de la novela histórica”,
estimulado por el hecho de que las independencias hispanoamericanas, al
pretender —al menos retóricamente— negar la tradición hispánica, optaron
por la reivindicación y reescritura de la tradición indígena (pp. 61 y ss.).
La mejor prueba de ello es el inventario de novelas históricas establecido
por Meléndez, que inicia con Netzula (1832), del mexicano José María

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Lafragua, y termina con Huincahual (1888) del chileno Alberto del Solar,
y en el que se incluyen obras canónicas como Cumandá o un drama entre
salvajes (1879), del ecuatoriano Juan León Mera, y Enriquillo (1882), de
Manuel de Jesús Galván, dominicano; un inventario que agrupa veinticuatro
títulos en total.1
Basta echar un vistazo panorámico a la caracterización del indianismo
esbozada por Escajadillo y Meléndez para entender que Lejos del nido
no se acomoda plenamente en ese cuadro. Los hechos que refiere no son
históricos, o por lo menos no en el sentido de invocar el fastuoso pasado
prehispánico que es factor común en las novelas del inventario de Meléndez
(por lo demás, en el corpus de la narrativa colombiana decimonónica son rara
avis las novelas que refieren el personaje indígena a la contemporaneidad
del autor: quizá solo se plieguen a ello algunas obras de Eugenio Díaz
Castro, especialmente María Ticince o los pescadores del Funza [1860]).
Por otro lado, los personajes indios en Lejos del nido distan de aparecer
idealizados, o, para apelar una vez más al criterio particular de Meléndez,
no están “presentados con simpatía” (1934, p. 9). En la novela de Botero
es explícito el estatus de degradación moral, social y económica que
corresponde al indígena, al cual, también explícitamente, se lo sitúa en el
escenario socialmente heterogéneo y rural del siglo xix, sin que nada en
los elementos que pertenecen a ese universo étnico remita a esplendores
de otros siglos. En síntesis: indudablemente decimonónica, Lejos del nido
no se antoja como una novela propiamente indianista; de hecho, la imagen
adversa que se ofrece del nativo sugeriría incluso lo contrario; así se colige
por lo menos de una nueva reflexión de Meléndez, quien reconoce como
“literatura antiindianista” aquella en que se promueve la imagen de “indios
holgazanes, crueles y abyectos” (p. 10).
¿Significa lo anterior que Lejos del nido, además de ser una novela
estéticamente anacrónica para la fecha de su publicación, es incluso una
novela de tema y perspectiva singulares para la época de su —digámoslo
así— concepción? Sin duda no. Pero para entenderlo mejor es necesario
considerar un aspecto que no solo no ha sido tenido en cuenta por la crítica que
se ha interesado por la novela de Botero —o apenas tangencialmente—, sino
1
Debe aclararse que la última novela del inventario indianista, Aves sin nido (1889) de la
peruana Clorinda Matto de Turner, no es una novela histórica; sin embargo, hasta donde
conocemos, es la única que no reviste ese carácter. Debe advertirse que Meléndez no
considera la novela anónima Jicoténcal (1826), cuya consolidación como objeto de la
crítica literaria es un fenómeno relativamente reciente (de hecho, todavía hoy vacila la
atribución de la autoría entre los escritores cubanos José María Heredia y Félix Varela).

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que, en general, escasamente ha sido incluido en los estudios especializados


sobre la novela de tema indígena en Latinoamérica: el motivo del cautiverio,
tradicional en las letras del continente, e incluso del mundo.2

El motivo del cautiverio en la literatura latinoamericana


Desde la Conquista, la escritura en América ha incorporado un motivo
que, inspirado en las vicisitudes propias del contacto histórico entre indios y
blancos, acabó por encarnar en diversos géneros literarios, desde la leyenda
oral hasta la novela, pasando por la relación histórica, el cuento, la poesía y
el montaje teatral. Se trata del motivo del cautiverio, que provisionalmente
podríamos entender como la retención, por la fuerza, de un hombre o
mujer blancos entre gente india. Ya en las primeras décadas del siglo xvi
se conocieron hechos de cautiverio que más temprano o más tarde fueron
relatados por mano propia o ajena en diversos documentos de época, y que
en los siglos venideros acabaron siendo reescritos en formato literario. Por
ejemplo, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero fueron apresados por los
nativos de Yucatán en 1511, después de que naufragara el barco en el que
viajaban entre el Darién y Cuba. Hacia 1527, una mujer española que a la
sazón acompañaba a la hueste de Sebastián Caboto, Lucía Miranda, habría
sido raptada por los timbúes del río Carcarañá —afluente del Paraná— y
quemada viva junto con su marido español por orden de Siripo, un cacique
belicoso, ciego de pasión por la prisionera y obnubilado por el despecho a que
lo llevó la fidelidad de Lucía a su esposo. Por los mismos años, Álvar Núñez
Cabeza de Vaca logró sobrevivir al naufragio de la expedición de Pánfilo
de Narváez frente a las costas de La Florida, pero a cambio de ser cautivo
de varias naciones indias durante los años que siguieron. Estas aventuras,
referidas en los documentos históricos de Conquista y Colonia, afloraron
en el seno de varias obras literarias escritas después de las independencias
latinoamericanas, e incluso recientemente. Es el caso de “Las dos orillas”
(1993), el cuento de Carlos Fuentes que recrea la estadía de Aguilar y
2
Una vez más, es necesario acreditar el trabajo ya referido de Concha Meléndez (1934),
cuyo capítulo VI se ocupa en revisar las diversas reescrituras de la leyenda de Lucía
Miranda, la mujer española raptada por los timbúes del Paraná en el siglo xvi, y quien
habría sido inmolada, junto con su marido Sebastián Hurtado, por orden del cacique
Siripo. Pero Meléndez, además de subrayar el sesgo antiindianista de los personajes
nativos, no va más allá de reseñar cuatro novelas inspiradas en esa historia, sin
considerar la presencia del motivo general del cautiverio —su estructura básica— en
otras obras del subgénero; esto, por fuerza, significa que no toma en cuenta lo que, en
el plano étnico, se juega en esa representación.

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Guerrero en Yucatán. Por su parte la leyenda de Lucía Miranda inspiró dos


novelas homónimas en 1860, Lucía Miranda, una escrita por la argentina
Eduarda Mansilla y otra por su compatriota Rosa Guerra; un gesto que, en
el mismo país, emularon más tarde Alejandro Cánepa —autor de Lucía de
Miranda o la conquista trágica (1918)— y Hugo Wast —autor de Lucía
Miranda (1929)—. En cuanto a la aventura de Cabeza de Vaca, esta fue
el tema de una de las novelas históricas del también argentino Abel Posse,
El largo atardecer del caminante (1992). Por supuesto, lo anterior no es
más que un inventario bastante parcial: no tiene en cuenta, por ejemplo,
historias de cautiverio como la de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el
militar criollo que fue capturado por los mapuches en 1629, posteriormente
autor de la crónica Cautiverio feliz (1673), ni se consideran otras anécdotas
que inspiraron piezas literarias tardías como La cautiva (1837) de Esteban
Echeverría y La vuelta de Martín Fierro (1879) de José Hernández. Basta
considerar las leyendas medievales y renacentistas de europeos prisioneros
de los moros, y las versiones griegas antiguas del rapto de Helena por Paris
para tener una idea más completa de la antigüedad y difusión del motivo del
cautiverio en la literatura universal.
Con todo, en el contexto americano al motivo del cautiverio
corresponde una significación especial: la de representar, alegóricamente,
una oportunidad de comunión interétnica entre indios y blancos. De acuerdo
con Stefanie Massmann (2011), “las narraciones de cautiverios pueden
considerarse, en términos generales, lugares de enunciación especialmente
aptos para el encuentro cultural” (p. 161). Por supuesto, puede suceder que
esa expectativa resulte frustrada, pues, como advierte la misma autora, en
buena parte de los relatos de cautivos acaba reafirmándose la identidad del
prisionero blanco, con la forzosa consecuencia de que las diferencias étnicas
y culturales se reafirmen (p. 162). Así, más que representar la “oportunidad”
del encuentro, el motivo representaría las modalidades de resolución de un
encuentro en el que, a fin de cuentas, la violencia está siempre presente y
la asimetría entre las entidades en contacto es por completo insoslayable.
Esa es la perspectiva adoptada por Macarena Sánchez Pérez, para quien
el cautiverio literario está conformado por una tensión entre violencia,
transgresión, integración y mestizaje; es decir, todo lo que podría esperarse
de una puesta en escena en que “el Otro” se encuentra “conviviendo y
sobreviviendo con la alteridad” (2011, p. 217). Este punto de vista supone
una complejidad de base: el cautivo, para sobrevivir, tanto podría asimilar la

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cultura ajena como, por transculturación, insuflar en ella elementos nuevos;


y tanto podría consumar la oportunidad de la integración —por cualquiera de
esas dos vías— como ser refractario a ella. Esto último es lo que sucede, por
ejemplo, en el caso de Lucía Miranda: su muerte trágica a manos de Siripo
expresa la negación del mestizaje; proyecto que se consideraba inviable en
la Argentina del siglo xix en que fue actualizada la leyenda en las novelas de
Mansilla y Guerra y en que, sobre todo, se libró la etnofóbica Conquista del
Desierto por disposición del presidente Julio A. Roca.
La invocación de la leyenda de Lucía Miranda y sus realizaciones
literarias nos permitirá precisar, aún más, el motivo del cautiverio que nos
interesa en este artículo. De acuerdo con una revisión efectuada por Mariela
Insúa (2011) de las diversas versiones de esa leyenda reescritas en distintos
géneros literarios entre los siglos xvii y xx por parte de escritores de América
y Europa, es factible pensar que el caso de Miranda sea el más popular
entre los que han encarnado el motivo. De modo que, como representación
literaria, tendría más interés el que se trate de una cautiva y no de un cautivo.
Insúa señala sin ambages que “el motivo básico que sustenta el relato”
está compuesto por dos grupos humanos enfrentados, “que se consideran
diferentes”, y que en el centro de su pugna han puesto un “objeto preciado”:
una mujer (2011, p. 147). En seguida, la autora relaciona la presencia de la
mujer con la disputa de un territorio, lo cual no hace otra cosa que recalcar
el carácter de bien económico que reviste la cautiva. La teoría antropológica
respalda esa reflexión: Claude Lévi-Strauss (1991), en Las estructuras
elementales del parentesco, establece que los grupos humanos, puestos en la
coyuntura de confrontarse con aquellos que perciben como diferentes, se ven
ante la alternativa de hacer la guerra o establecer relaciones de reciprocidad.
El modo de optar por lo segundo se expresa en el intercambio de dones, el
más preciado de los cuales son las mujeres, consideradas una moneda social
para la teoría estructuralista. Escribe el antropólogo francés:
[...] existe una transición continua de la guerra a los intercambios y de los intercambios
a los intermatrimonios, y el intercambio de las novias no es más que el término de
un proceso ininterrumpido de donaciones recíprocas que realizan el pasaje de la
hostilidad a la alianza, de la angustia a la confianza, del miedo a la amistad (p. 108).
Esa perspectiva antropológica hace más concreta la idea de la
oportunidad del encuentro cultural. El cautiverio no culminado o no
consumado sería aquel en que el principio de reciprocidad no es implementado
o es obturado; en términos étnicos, es aquel que no conduce al mestizaje
por la vía de la alianza matrimonial. Por lo demás, esta lógica pone en tela

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de juicio la dicotomía conceptual planteada por algunos autores (Barraza


Toledo, 2011; Rodríguez, 2011) para distinguir el cautiverio de la mujer
blanca entre indios —el cautiverio propiamente dicho— y el que pone a la
india entre blancos, este etiquetado particularmente como esclavitud. Bien se
ve que estructuralmente se trata de una misma situación en clave de inversión,
una de cuyas modalidades —la llamada esclavitud— consuma el cautiverio
como eje de la articulación étnica y cultural, pues hace de la india capturada
la esposa efectiva o figurada del blanco y, por ende, la madre de una nueva
generación mestiza. Ocurre simplemente que, como señala Vania Barraza
Toledo (2011), lo que se hizo tradicional en la literatura latinoamericana fue,
sobre todo, la imagen invertida: la figura de “la mujer blanca raptada por los
indígenas” (p. 30). Más adelante volveremos sobre esto.
En el planteamiento argumental de Lejos del nido —una novela de
cautiverio no consumado— se destacan otros rasgos del motivo, según ha
dejado ver la crítica especializada. Stefanie Massmann (2011), al considerar
que la situación propicia para el encuentro podría no aprovecharse a causa
de que la diferencia cultural fuera subrayada antes que atenuada, reflexiona
que ello estaría relacionado con una suerte de componente “hagiográfico” en
la actitud y actos de la cautiva. Dicho de otro modo: los cautiverios literarios
no consumados suelen adoptar la lógica del “relato hagiográfico”, en el
cual la heroína pone su virtud por encima de cualquier otra consideración,
esto es, la prefiere contra la posibilidad de dar vía libre a un proceso de
mestizaje; en palabras de Massmann, “el rechazo está relacionado con la
necesidad de presentarse a sí mismo como un sujeto virtuoso que no ha
traicionado su pertenencia cultural”, y agrega: “El hito de la lucha contra
el demonio es el modo más directo en que [se] utiliza el relato hagiográfico
para los fines recién mencionados” (pp. 164-165). Es allí, en el énfasis
puesto en la identidad de la cautiva, donde se niega la puesta en marcha del
mecanismo de la reciprocidad social. Y no se trata solo de una afirmación
moral: la prisionera también suele caracterizarse física y materialmente por
unos rasgos que encarnan esa excelsitud espiritual; rasgos que, de acuerdo
con una sugestión de Vania Barraza Toledo (2011), suelen implicar que la
rehén, al momento del rapto, se muestre ausente, con la mirada perdida en el
vacío o desmayada, leve, casi inmaterial en un sentido corpóreo, vestida con
precariedad (p. 28). Mientras tanto, el indio raptor es rudo, violento y —para
retomar a Massmann— demoníaco; ni más ni menos como el Siripo de la
leyenda del Paraná, quien condena a su frustrada amante a morir entre las

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llamas. Desde ya logra adivinarse la justeza con que este orden de cosas se
corresponde con la novela de Juan José Botero.

La cautiva de “El Arenal”


En Lejos del nido, la sola procedencia de los protagonistas de la
situación del cautiverio establece a las claras que se trata de una oposición
entre una experiencia hagiográfica y una condición austera que, por significar
una prueba a esa virtud, la hace posible. El narrador pone en contraste, en
una misma construcción gramatical, dos lugares cuyos topónimos expresan
figuradamente esos valores: “[…] un paraje llamado ‘El Arenal’, donde
[los indígenas] construyeron su vivienda o mejor, la miserable choza que le
acababan de dar a… Andrea (será llamarla así) por morada, en cambio de la
hermosa y cómoda casa de ‘San Pablo’” (Botero, 2009, p. 29; el énfasis es
nuestro). En la misma ruta semántica, los protagonistas se disponen del lado
de lo demoníaco y de lo virtuoso según su condición étnica: “Los indios con
su aspecto diabólico, eran iluminados por la luz de los relámpagos, formando
un notable contraste, con sus caras de réprobos, con la dulce y angelical de
una niña que en brazos llevaban” (p. 25). Por lo demás, se trata de un juego
de asociaciones que, lejos de encarnar en una frase casual, atraviesa todo el
relato: se repite “hasta el cansancio”, según uno de los críticos de la novela
(Orozco, 2013, p. 139).
Antes, el episodio mismo de la captura ya había reproducido, con
sugestiva minuciosidad, el cuadro general de rasgos anunciados por Barraza
Toledo: la niña, de muy corta edad, se pliega a la escasa corporalidad que se
espera en la heroína raptada; se sume en la ausencia, toda vez que “su lloro
y gritos de espanto” no son oídos (Botero, 2009, p. 22); acaba “desvanecida
con el sereno de la noche” (p. 25), y al llegar a “El Arenal” su vestido le es
arrancado a cambio de una “tosca vestidura” (p. 28). Así pues, la escenografía
se ajusta a la que corresponde al tradicional cuadro literario de la mujer
blanca raptada por bárbaros. Marcada así, de una manera que insinúe su alta
espiritualidad —a la niña la define lo etéreo antes que la materialidad—, la
larga duración del cautiverio afirmará esa condición hasta convertirla en un
atributo moral: Filomena, por obra de una virtud católica que le es innata y
que no se mella en el rudo trato cotidiano con Mateo y Romana, triunfa en
la prueba y tiene como recompensa su restitución, sin mácula, a la sociedad
católica de los hacendados blancos. Pero la reafirmación de la identidad de
la cautiva, antes que expresarse con motivo de ese regreso al seno familiar,

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tiene lugar cuando ella se presenta ante Luciano como aquella que, por
mantenerse casta a pesar de los riesgos en que la puso su infortunio, es digna
de él, esto es, del hombre blanco y rico de su misma condición que confió
en ella al punto de prometerle su corazón. A su vez, esto solo puede ocurrir
cuando Filomena se sabe no india, una conciencia que el narrador define
como revelación (pp. 213-214).
La no consumación étnica del cautiverio se lee tanto en el retorno a la
sociedad patriarcal de una Filomena intocada como en la frustración de su
matrimonio con el indio Isidoro Quirama. El rechazo de este pretendiente
indeseado, que por obra de la fragilidad de Filomena no puede cumplirse
objetivamente en la trama, es efectuado por el discurso novelesco de dos
maneras. Una es la caracterización en oposición de la cautiva y el indio
que la pretende, quien es identificado con un “arrastrado lagarto que quería
chapotear y enturbiar el agua de aquella quebradita, desprendida de tan clara
y limpia fuente” (Botero, 2009, p. 101). La otra manera es la disposición
de la trama, por obra de la cual un piquete militar se presenta en el atrio de
la iglesia poco antes de que inicie la ceremonia nupcial, de lo cual resulta
el reclutamiento forzado de Isidoro. Es especialmente significativo que
ocurra de esa manera: las fuerzas oficiales, brazo armado de la sociedad
mayoritaria de la cual fue arrancada Filomena, son las que se encargan de
impedir la circulación interétnica de una de sus mujeres, imposibilitando
de esta manera la puesta en marcha de un mecanismo de reciprocidad que
habría de conducir a un tipo de mestizaje indeseado.
De todos modos, logra percibirse cierta traza de reciprocidad en las
relaciones entre blancos e indios en Lejos del nido. Lo paradójico es que
—contra la prédica levistraussiana— se trata de un tipo de reciprocidad
que niega la posibilidad de la alianza social. Precisamente es allí donde, de
modo tangencial, algunos estudiosos de la obra habían intuido su carácter
de novela del cautiverio. En su ya referido trabajo, Wilson Orozco (2013)
establece que en el robo de Filomena se efectúa una “venganza de clase” que
justificaría el trato cruel que Mateo y Romana dan a la niña, de otra manera
inexplicable (p. 145). Según Orozco, la novela expresaría así una mala
conciencia por “todas las injusticias y malos tratos que históricamente los
indígenas han recibido por parte de los blancos” (p. 145). Esa idea gana en
definición en el estudio publicado poco después por Óscar Eliécer Jaramillo
Monsalve (2014), quien vincula la novela con las relaciones de Conquista en
que el indio aparece “cazado” por el blanco; una situación que, según él, se

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Lejos del nido de Juan José Botero: novela latinoamerica sobre el cautiverio

materializa literariamente en la infancia de Mateo Blandón, de quien logra


saberse que “Aprendió a deletrear de chiripa, habiendo entrado de niño a
servir en la casa de un sacerdote, quien a fuerza de coscorrones y de rejo en
rejo le hizo conocer la lectura” (p. 38). La venganza de clase mencionada
por Orozco no podría, pues, ser otra que la del cautivo maltratado que se
convierte en cautivador cruel. Resulta interesante descubrir que la crítica
especializada sobre el cautiverio literario ya había previsto ese orden de
cosas: Vania Barraza Toledo (2011) tiene para sí que el cautiverio de la mujer
blanca entre los indios “convertirá a la española en esclava de su propia
criada” (p. 31). De todos modos, salta a la vista que, tal como se da en Lejos
del nido, el intercambio de afrentas obtura de modo radical la oportunidad
del mestizaje que está en ciernes: porque mientras la cautividad de Filomena
no se consuma gracias a la desaparición de Isidoro y el retorno de la mujer a
su grupo, la cautividad de Mateo, puesto en manos de otro hombre, no posee
ninguna potencia reproductiva. Hay, pues, una doble negación del encuentro
o alianza sociocultural en la novela de Juan José Botero.
Vale la pena ampliar el zoom y considerar el lugar que ocupa Lejos
del nido en el grupo conformado por las diversas resoluciones del cautiverio
en la literatura latinoamericana. Si se entiende que, de base, se trata de una
situación estructural en que varios elementos fijos permutan sus valores y
posibilidades de relación, habrá que reconocer que el mismo tema o motivo
puede expresarse en varios modelos, o bien asumir que cada uno de esos
modelos es un motivo en sí mismo. La situación del cautiverio que hemos
venido considerando implica, en esencia, tres elementos: un cautivador,
una cautiva y la cualidad de su relación, la cual podría ser de rechazo o de
aceptación de la oportunidad del encuentro cultural.
  Ha podido verse que las obras basadas en la leyenda de Lucía
Miranda, así como Lejos del nido, plantean una relación de hostilidad entre
un cautivador cruel y una cautiva cuya pretensión moral la hacen refractaria
al mestizaje. El mismo trauma, pero con intercambio de las posiciones de
cautivador y cautiva, es perceptible en Raza de bronce (1919) del boliviano
Alcides Arguedas: allí, Pablo Pantoja y sus amigos blancos capturan a Wata
Wara y la violan, de lo que resultan la muerte de la india y la del feto que
llevaba en el vientre. Mientras tanto, las numerosas obras que reescriben la
historia de la Malinche —un tanto al azar, podrían mencionarse las novelas
Malintzin, la princesa regalada (1999) de la colombiana Flor Romero y
Malinche (2006) de la mexicana Laura Esquivel— distinguen un cautivador

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blanco, una cautiva india y una mediación cultural favorable a la integración


étnica. Parece ser más problemático el modelo del cautivador indio, la
cautiva blanca y el mestizaje favorable; en teoría, está en la base de la historia
contada en Tabaré (1888), la novela en verso del uruguayo Juan Zorrilla de
San Martín, toda vez que el héroe, de piel cobriza y ojos azules, es hijo de
una mujer española raptada por un cacique charrúa; pero esta mujer muere a
causa de los malos tratos que recibe de los nativos, de la misma manera que
sucede con la mujer conocida por Martín Fierro en La vuelta de Martín Fierro
(1879) de José Hernández, mujer que, pese a que había procreado un hijo
con un indio de la pampa, muere junto con su vástago por la cruel decisión
de su cautivador. Es decir que, aunque se representa la integración étnica en
la reproducción efectiva, la satisfacción del encuentro cultural acaba siendo
negada por otra vía.3 Cuando el cautivo es un hombre, la explícita bondad del
cautiverio —como en Cautiverio feliz (1673) de Pineda y Bascuñán— o la
articulación funcional del cautivo —como en Naufragios (1542) de Cabeza
de Vaca y las obras que le son subsidiarias— se ven atenuadas por el carácter
no reproductivo de la experiencia.

A modo de conclusión
Podría objetarse que nuestro análisis se esfuerza, innecesariamente, en
argumentar una interpretación cuyo sentido ya es suficientemente explícito en
Lejos del nido: que la alegoría del encuentro étnico se traduce en frustración,
toda vez que el indio —inmoral, haragán y cruel— debe ser excluido de
una sociedad forjada según los valores patriarcales de los blancos. Incluso
si fuera necesario formular ese balance, de eso ya se habrían ocupado los
estudios previos sobre la novela; por lo menos Fabio Gómez Cardona (2009)
es suficientemente claro cuando apunta que
3
Es interesante comprobar que la misma ambigüedad subyace en el que, quizá, es uno
de los pocos antecedentes colombianos —si no el único— del tipo de cautiverio pre-
sente en Lejos del nido: el relato “Un asilo en la Goajira” (1879) de Priscilla Herrera
de Núñez. Allí, una mujer blanca abandona, junto con sus hijos, la ciudad de Riohacha,
asolada por el incendio en que paró la contienda civil de agosto de 1867. Los indios de
la península, amigos de su marido extinto, la convidan a refugiarse en sus rancherías.
En sentido estricto no se trata de un cautiverio, pero es claro que, en términos estructu-
rales, subyace ese sentido: al fin y al cabo, los nativos son quienes tienen la iniciativa
de buscar a la viuda y llevarla a su comarca (Herrera de Núñez, 1935, p. 123). Pero
mientras que es exitosa la integración cultural —la viuda aprende la lengua nativa, el
hijo menor se habitúa a los usos cotidianos de la llanura y la hija mayor enseña precep-
tos católicos a los niños indios—, la integración social fracasa: María, la hija núbil de la
blanca exiliada, se niega a tomar estado con los hombres guajiros y, a la postre, regresa
a la sociedad blanca para casarse con un joven comerciante venezolano.

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Lejos del nido de Juan José Botero: novela latinoamerica sobre el cautiverio

[…] este relato se deja leer como una especie de metáfora y propuesta de la configuración
de la nación, en donde los valores privilegiados son los de la raza blanca, la religión
católica y la cultura hispánica, negando de paso y menospreciando los posibles valores
que pudieran provenir del aporte de comunidades indígenas (p. 86).
Lo que no había sido considerado aún es que el discurso novelístico
se sirve del tradicional motivo del cautiverio para darle forma a la alegoría
segregacionista. Y mucho menos obvio es el hecho de que, por encarnar
una modalidad de ese motivo, Lejos del nido aparece como un elemento
de un conjunto conformado por otras novelas y relatos latinoamericanos
en los que, por circunstancias narrativas e históricas que aquí no podemos
considerar —o al menos no más allá de lo que ya lo hemos hecho—, los
componentes del motivo han permutado sus valores y posición para expresar
otros sentidos sociales. Finalmente, una conclusión alcanza el ámbito de la
crítica de la novela latinoamericana de tema indígena, cuyas periodizaciones
y clasificaciones estilísticas proponen el indianismo romántico, virtualmente,
como la estética exclusiva del siglo xix. Sería necesario considerar que la
narrativa del cautiverio, solo parcialmente adscrita a los tópicos indianistas,
representaría una alternativa como tradición literaria en la cual, también con
apreciable recurrencia, ha sido engastada la cuestión indígena.

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