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If,
Cardenal Eduardo F. Pironio

Señor,
enséñanos a orar

Editorial Claretiana
© Publicaciones Clarctianas, Madrid.
I S B N. 84-86-125-18-2

Editorial Clarctiana, 1998.


I S B N . 950-512-313-2

Hecho el depósito que previene la ley.


Todos los derechos reservados.
Impreso en la Argentina.
P rinted in Argentina.

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Editorial Claretiana
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1138 Buenos Aires
R e p ú b lic a A rgen tin a
Tel. 305-9597 - FAX 305-6552
Presentación

«La oración del pobre va de su


boca a los oídos de Dios» (Sir 21,5).

/ \ 1presentar esta colección de oraciones del Cardenal Eduardo F.


J L j L Pironio, nos hacem os eco de la imperiosa necesidad de oración
que tiene todo hombre:
«El m undo de hoy —sobre todo los jóvenes—necesita orar. Tie­
ne hambre de oración. Por eso exige de nosotros que no sólo seamos
“hombres de oración”, sino “maestros de oración”1.
En los escritos del Cardenal y en sus palabras recibimos siem­
pre una luz sobre la oración. Esta serie de oraciones es una cristali­
zación de las tres actitudes interiores necesarias a fin de que la ora­
ción en torno a la Palabra de Dios sea fecunda: la pobreza, el silen­
cio, la disponibilidad.
La fuente principal de estas oraciones es la Palabra de Dios,
por eso son sencillas en su cristalina profundidad, alegres y colma­
das de esperanza, serenas y confiadas.
Las volvemos a editar con motivo de la partida del Cardenal
Pironio a la casa del Padre, porque ahora su calidad de maestro de
oración de nuestro tiem po se confirma y se consolida en su testa­
m ento espiritual que incluimos aquí. Todo su testam ento es una
profunda y gozosa oración al Padre, al Hijo y al Espíritu. Revela
amor y conform idad con la voluntad de Dios, gratitud, paz, alegría,
perdón por las ofensas, am or a la madre del Señor, a la Iglesia, a sus

1 Comunidades orantes. Revista “Vida Religiosa", núm. 345.

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herm anos... La actitud orante de toda su vida, que afloró con natu­
ralidad al llegarle, com o a Jesús, la hora de partir de este m undo al
Padre, nos m uestra los caminos de la oración que son los caminos
del Espíritu. Impulsados por este Espíritu, que «sondea las profundi­
dades de Dios» (1 Co 2,10) y a la vez ora en nosotros con gemidos
inefables (cf. Rm 8,26), serem os transform ados en nuestro interior
y entonces sí la oración nos hará sencillos y al mismo tiem po auda­
ces, marcados por la cruz y alegres, llenos de trabajos y serenos. Ella
será el secreto de nuestro equilibrio inalterable y de nuestra alegría
serena y contagiosa, la raíz de nuestra generosa hospitalidad y de
nuestro incansable servicio a los hermanos.

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Señor, enséñanos a orar

«Señor, enséñanos a orar com o Ies enseñaste a los apóstoles.


Que tu persona orante que busca el desierto, el m onte, el la­
go, las horas más silenciosas para entrar en com unión con el Padre,
porque todos te buscan, nos enseñe a orar así.
Que aprendam os a vivir en experiencia de desierto, a dejarlo
todo para recuperarlo todo. Que aprendamos que el dejar m om entá­
neam ente alguna actividad es ganar la vida, es para que la ganen
nuestros hermanos.
Señor, haznos sentir necesidad de m omentos muy fuertes de
total y absoluto silencio para entrar en el Dios de la vida, en el Dios
de la paz, en el Dios de la esperanza; haz que sepamos que sólo así
podrem os bajar después com o Moisés, irradiando luz a los demás. El
mundo tiene derecho a esa luz, tiene derecho a nuestra paz, a nues­
tro equilibrio.
Danos, Señor, el don de la contem plación. Haznos gustar la
gratuidad de este don. Al mismo tiempo, danos a com prender que en
la medida en que vivamos en interioridad contemplativa podrem os
ser equilibrados y dar a los demás la serenidad y la paz, podrem os
transmitirles esa sed de Dios que dispone a buscar Su rostro.
Señor, revélanos al Padre y esto nos basta.

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Que tengam os una experiencia muy fuerte de la paternidad di­
vina. Que sintamos que el Padre está aquí bien presente.
Señor, haznos com prender que orar es entrar en comunión
gozosa con el Padre. Concédenos la simplicidad de los pequeños, a
quienes se les muestra que orar es sencillamente situarse frente al Pa­
dre y abrirse a su com unicación en silencio.
Danos la convicción muy fuerte de que Dios es nuestro Padre,
de que Tú, Cristo, eres nuestro amigo.
Señor, danos esa conciencia filial m ediante el don del Espíritu.
Infunde en nosotros el Espíritu que grite: ¡Abbá, Padre! Haz que el
Espíritu Santo entre en nosotros, se apodere de nuestro silencio.
Señor, introdúcenos en tu corazón filial para que sintamos allí
al Padre y entrem os en com unión con su voluntad y así nuestra ora­
ción sea perfecta.
Señor, invádenos fuertem ente con el Espíritu de adopción fi­
lial y que nuestra oración sea una simple palabra, com o fue el SI, PA­
DRE, es decir, toda nuestra voluntad entregada a la tuya y en la tuya
al Padre. Amén.»

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I
Oraciones a Cristo
»
1.
Oraciones del cristiano

1. Creo, Señor, en Ti
«Creo, Señor, en Ti. Creo que Tú vives. Creo que has resucita­
do. Creo que sigues peregrinando en la historia. Tú eres el Señor de
la historia. Tú vives en la Iglesia que es tu sacramento, es decir, el sig­
no e instrum ento de tu presencia. Señor, Tú vives en mi pcqueñez,
en mi pobreza, en mi limitación, en mi debilidad. Señor, Tú sigues
viviendo en mí. Tú vives, Señor, en mis hermanos, en aquellos, so­
bre todo, que más lo necesitan. Tú vives y esperas. Yo creo: digo que
sí a todas tus exigencias y me com prom eto desde ahora a ser en la
sencillez de lo cotidiano, un sereno y luminoso testigo de la Pascua.
Que así sea.»

2. Señor, te he encontrado
«Señor, te he encontrado. Pero no me quedo aquí. Porque te
he encontrado, Señor, me siento inm ensam ente feliz y veo que mi vi­
da cambia. Porque te he encontrado, Señor, y Tú eres mi esperanza,
veo que en mi corazón lleno de tristeza, de pesimismo, de cansancio
y de desesperanza, ha brillado otra vez la esperanza. Pero, sobre to­
do, Señor, porque te he encontrado y Tú eres mi herm ano y amigo
que te me das en la fracción del pan, yo descubro que no puedo
guardarte para mí sólo; que tengo que salir, que tengo que partir el

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pan con los herm anos, que tengo que gritarles a estos hom bres, en
mi ciudad, en mi barrio, en mi casa, en mi oficina: que sí, que es ver­
dad que Tú has resucitado, que vas haciendo el camino con noso­
tros, que nos das la Palabra, nos explicas la cruz y nos repartes el
Pan.
Que Nuestra Señora de la Esperanza —Nuestra Señora del Ca­
mino, la Pobreza y el Servicio— nos acom pañe, haga luminosa nues­
tra ruta, gozoso nuestro encuentro y firme nuestra esperanza. Que
así sea.»

3. Señor...
...ilum ina nuestra soledad
«Señor, qué solos nos sentim os y cóm o sufrimos cuando nos
cerramos adentro; cóm o necesitam os que Tú nos acompañes, cómo
necesitamos tam bién nosotros acercarnos a los herm anos para decir­
les: no te sientas solo, voy contigo, soy tu hermano, Cristo vive.»
...suprim e nuestros odios y violencias
«Señor, Tú eres el Príncipe de la Paz, has querido quedarte,
una tarde com o hoy, en medio de nosotros para asegurarnos la uni­
dad de los herm anos. Sin embargo, esta unidad se quiebra todos los
días. Vivimos ignorándonos, odiándonos, matándonos. Concédenos,
de veras, ser herm anos y que nos com prom etam os a construir la
paz.»
...abre nuestro corazón al servicio
«¡Cuántas veces, Señor, he pasado al lado de mi herm ano y he
desconocido su desgracia! ¡Cuántas veces, Señor, no he sabido des­
cubrir que Tú llorabas en el prójimo! ¡Cuántas veces me has tendido
tus dos manos a través de un pobre que sufría, de un hom bre ham­
briento y desnudo que reclamaba mi presencia, mi com prensión, un
gesto de amistad! Y pasé de largo porque andaba con muchos pro­
blemas, porque tenía muchas cosas en la cabeza, porque temía com ­
prom eterm e. Sin embargo, Señor, Tú estabas allí. Tengo que rom per
ahora mi egoísmo y salir al encuentro. Mi vida tiene que ser un ser­
vicio, una donación, un gesto de amor.»

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4. Señor, quiero ser testigo de tu am or (Jueves Santo)
«¡Señor! Mañana es Jueves Santo. Es el día del m isterio del
amor, el día en que te has querido quedar con nosotros por am or,
el día en que has establecido una com unión muy íntima con tus dis­
cípulos a los cuales has llamado amigos. Mañana, Jueves Santo, yo
viviré el m isterio del amor. Pasado mañana es Viernes Santo. Tú
abres tus brazos en la cruz, Señor, y me enseñas qué significa amar,
que no hay am or más grande que el de aquel que da la vida por los
amigos, y que Tú, si te elevas sobre la tierra, es para indicar que no
tienes preferencias sino por los pobres, por los que sufren, por los
afligidos, pero que abrazas a todos los hom bres por amor y que
quieres que todos seamos herm anos. Pasado mañana, Señor, será el
misterio de tu entrega, para que los hom bres aprendam os lo que
significa el amor. Y el sábado, Señor, será la gran noche, la gran luz,
la gran esperanza de la resurrección. El hom bre nuevo que nace.
Cómo quisiera yo, Jesús, Hom bre Nuevo, que este año a mí y a mis
herm anos nos hicieras de veras hom bres nuevos, libres y genero­
sos, hom bres sinceros y veraces, fraternos y serviciales, hom bres
en cuyos labios, en cuya presencia, en cuyo corazón, no haya más
que una sola palabra: amor. Porque el amor, Señor, es lo único que
puede darnos la paz, lo único que puede construir de veras la his­
toria. Señor, que yo aprenda a amar y a sem brar el amor entre mis
herm anos.
Yo te lo pido, Señor, esta noche, para mí y para mis hermanos,
por intercesión de María nuestra Madre que vivió la intensidad del
amor hecho contem plación, hecho servicio, hecho redención. Que
Ella, Señor, nos enseñe a ser testigos de tu Amor. Así sea.»

5. Gracias, Señor, por la Cruz...


«Señor, gracias por esta cruz, gracias por mi cniz, la que has
dado a mis herm anos sacerdotes, la que das a mi pueblo. Señor, yo
te agradezco esta cruz, porque sin ella no habría redención, no ha­
bría fecundidad, no habría Pascua. Yo te pido, Señor, que a mí como
obispo, y a mis herm anos, nos des un corazón sereno, fuerte com o

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el de Nuestra Señora y que esta cruz resulte verdaderam ente lumino­
sa y fecunda para los demás: “Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda solo; pero si m uere, entonces es cuando produce fru­
to ” (Jn 12,24). Gracias, Señor, porque llega el m om ento en que me
haces desaparecer, me entierras, pero yo tengo la seguridad de que
fructifica la Iglesia, que nace la Pascua, de que se hace la reconcilia­
ción entre los hombres.»
«Jesús, gracias porque hoy, Viernes Santo, día de la donación,
Tú te entregas com o el prim ogénito que da la vida por sus amigos;
hoy nos llamas a que comamos tu Pan, a que participem os honda­
m ente en tu cuerpo. Gracias, Señor. Enséñanos a ser hermanos. Que
experim entem os la fecundidad de tu Cruz. Que tu Cruz ilumine tam­
bién nuestro propio sufrimiento. Sobre todo, Señor, cambia el cora­
zón de los hom bres, cambia mi propio corazón y dame un corazón
fraterno. Hazme sinceram ente herm ano de todos los hom bres, parti­
cularm ente de los que lloran, de los que sufren, de los que padecen
la injusticia, de los que son injustam ente acusados.
Señor, que yo camine con los hombres. Dame participar en tu
cuerpo y en tu sangre. Que avancemos juntos hacia esta Pascua de
mañana, hacia la Pascua de la historia, hacia la Pascua definitiva, Je­
sús, cuando Tú vuelvas. Entonces sí que serem os un único Pueblo,
único Cuerpo, único Templo.
Que Nuestra Señora de la Cruz, la Madre que Tú nos diste al mo­
rir, nos alivie el dolor y nos abra el camino en la esperanza. Que así sea.»

6. Señor, esta noche de la Soledad de Nuestra Señora,


es la noche de la unidad (Sábado Santo)
Es tam bién la noche en que nos com prom etim os los cristianos
a construir un m undo nuevo en el amor.
«Señor, yo quiero que tu m uerte sea definitivamente la exalta­
ción de la paz. Señor, Tú nos has dado la vida no para que los hom ­
bres nos odiáramos sino para que nos amáramos. Señor, a los cristia­
nos nos has dado un solo precepto, una sola ley: que nos amáramos
los unos a los otros como Tú nos has amado. Enséñanos a construir

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un mundo en el amor, este m undo nuestro, este que nos toca vivir,
esta historia nuestra dolorosa y sufriente, pero tan llena de esperan­
za; esta hora nuestra, Señor, que todos tenem os que vivir con fideli­
dad, ayúdanos a construirla en el amor. Pero será necesario que yo
abra los ojos a la cruz y sepa descubrir que este hom bre es herm ano
mío, que este problema, este sufrimiento, esta pobreza, esta injusti­
cia, es el dolor, la enfermedad, la pobreza, la cruz de un herm ano
mío. Señor, hasta que yo no com prenda el amor, hasta que yo no
com prenda que debo construir con mis herm anos el m undo en el
amor, las cosas no van a cambiar». Que María nos acompañe. Así sea.

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2.
Oraciones por las comunidades

1. Señor, hoy te pido por las comunidades


«Señor Jesús, Tú has estado hoy en medio de nosotros de una
manera particular. Tú estás en m edio de nosotros y nos hablas y
nos pides que form em os com unidades pascuales. Señor, esas co­
m unidades pascualeá exigen que Tú estés allí, que sean com unida­
des que te transparenten y te com uniquen. Para esto hace falta, Se­
ñor, que el Espíritu venga sobre nosotros. Ayer celebram os este
prim er descendim iento sobre la com unidad prim era, de tu Iglesia
nueva. Ahora, Señor, sobre nosotros, sobre nuestras com unidades,
envía tu Espíritu, Espíritu de verdad, de fortaleza y de amor. Envía
el gran Consolador, para que nuestras com unidades sean realm en­
te com unidades de oración, com unidades alegres, com unidades de
esperanza. Señor, que cuando la actividad nos tiente a dejar la pro­
fundidad interior, Tú nos llames al destierro, donde nos encontre­
mos contigo y allí te encontrem os con corazón de herm ano univer­
sal para todos los hom bres que sufren. Señor, que cuando el desa­
liento nos tiente al cansancio, a la desesperanza, Tú nos estés gri­
tando dentro por tu Espíritu: ánim o, que todavía te falta un largo
camino; sal a gritar a los hom bres la esperanza y así la tendrás tam ­
bién reconquistada. Es la m ejor m anera de reconquistar la esperan­
za que se nos había perdido, com prom eternos a com unicarla a los
herm anos.

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Señor, que en los m om entos más intensos de noche, de oscu­
ridad, de sufrim iento y de cruz, cuando estem os tentados de triste­
za, Tú nos envíes al Consolador, al Paráclito, a la consolación verda­
dera, para que gustem os adentro la alegría del espíritu, para que sea­
mos fundam entalm ente alegres, para que desde allí, oh Jesús, com u­
niquem os a los demás la alegría de la pascua. Señor, de esta com u­
nidad aquí presente, de todas las com unidades, las que están espar­
cidas por todo el m undo, haz que sean verdaderam ente com unida­
des pascuales, es decir, com unidades que viven la vida del Espíritu,
que viven en ti generosam ente abiertas en servicio integral a los
hom bres, Señor, que esperan la buena noticia de la salvación.
Amén.»

2. Señor, concédenos el gozo de la comunión


«Señor, Tú has sido enviado por el Padre. Nos has com unicado
el Espíritu para que vivamos el gozo de la comunión. Tú has venido,
Señor, para indicarnos que la Iglesia es comunión desde la Trinidad,
en la Trinidad, para la Trinidad. La Iglesia es así, Pueblo de Dios con­
gregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Señor, haznos gustar la com unión en este m om ento de la his­
toria del m undo en que los hom bres están tan profundam ente divi­
didos.
Ayúdanos a com prender qué significa una Iglesia en comunión.
Ayúdame, Señor, a que en la propia comunidad donde estoy,
en el barrio donde vivo, en el colegio donde trabajo, logre m orir ca­
da día un poco más a mí mismo y viva cada día un poco más por mis
herm anos, construyendo tu Iglesia-Comunión. Que todos los hom ­
bres, al vernos unidos, reconozcan tu presencia y crean de verdad
que Tú has venido a traernos el gozo y la comunión. Amén.»

3■ Señor, haznos constructores de comunidad


«Señor, Tú estás aquí y te manifiestas a través de un dolor, de
una palabra, de la alegría, de esta paz muy honda que ahora experi­
mentamos.

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Señor, Tú estás aquí y me hablas y yo escucho y respondo. Tú
me estás pidiendo algo y yo te lo doy.
No hasta que te haya dicho: Señor, quiero cambiar, quiero vi­
vir m ejor mis deberes contigo y mis deberes con mi prójimo.
No basta. Tenemos que decidirnos a formar una comunidad
nueva: una com unidad cristiana, que sea auténtica comunidad de fe,
de esperanza y de amor. Porque lo que cambia el m undo no es sim­
plem ente el testim onio aislado de una persona. Lo que cambia es el
testim onio de una comunidad que ama y que se com prom ete por el
amor a cambiar la historia.
Que la Virgen del Hombre Nuevo nos haga a nosotros “crea­
ción nueva” por el Espíritu.
Que la Virgen de la Caridad y del Servicio nos abra a los her­
manos y nos com prom eta de veras a abrazar al m undo, iluminándo­
lo en la fe gozosa del Amor. Amén.»

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«Señor, Tú eres el Cordero de Dios, el que quita el pecado del
mundo; quiero ayudarte a quitar ese pecado del m undo, por eso
quiero vivir una vida totalm ente escondida contigo esperando en la
inagotable misericordia del Padre. Me siento feliz porque soy la oveja
perdida que has cargado, que cargas ahora, con tanto amor sobre tus
hombros. Señor, soy el hijo que se había alejado del amor del Padre
y que ahora siente que el Padre lo espera. Señor, Tú eres el que nos
reconcilia: ayúdame a vivir la alegría de la salvación; envía, Señor, tu
Espíritu sobre mí; arráncame este corazón de piedra y dame un
corazón de carne, fraterno, un corazón de hijo, y haz que vuelva a
decir: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti, pero experi­
m ento ahora la alegría de tu abrazo, la bondad y la cercanía de tu
paternidad. Siento que me has cam biado”.
Te lo pido a Ti, oh Cristo, que nacido de María vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.»

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4.
Oraciones del consagrado

1. Señor, haz que sea luz


«Señor, Tú eres la luz que brilla en la historia y en la plenitud
de los tiempos; el Sol de justicia que nos vino por María, la Aurora
bellísima que te apunció y que te trajo.
Tú, Señor, eres la luz que nació en mitad de la noche en los
campos oscuros de Belén. Eres la luz que alumbró al salir del sepul­
cro en la resurrección. Tú eres la luz densísima que brilló sobre los
discípulos reunidos en el cenáculo, cuando vino el Espíritu Santo.
Tú eres la luz verdadera que viene constantem ente a este m un­
do. Tú has venido para revelarnos al Padre, para com unicarnos la vi­
da. Tú eres la Palabra que estaba en Dios, la Palabra que era luz, que
era vida.
Has querido que yo fuera luz. Por el bautismo, Señor, me has
incorporado a tu cruz y a tu m uerte, a tu gloria y a tu resurrección;
por eso me has sacado de las tinieblas y me has trasladado al reino
de la luz, y me pides que sea luz del mundo.
No tengo que ocultarm e, tengo que ser hoguera; pero, Señor,
tengo que vivir muy hondam ente en Ti para ser luz; porque si no, me
contagiaré de la superficialidad del m u n d o .'
Tú me has elegido de una manera particular en la Iglesia para
que sea luz, viviendo a fondo el misterio de mi consagración, que es
misterio de amor.

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Señor, haz que sea luz porque el mundo de hoy espera de mi
esa transparencia, esa claridad que irradias Tú. Señor, yo veo que mi
vida se ha vuelto tan opaca que no deja pasar la luz, es demasiado te­
nebrosa. Y si la luz que hay en mí se hace tiniebla, ¡qué oscuridad ha­
brá!
Señor, hace falta que Tú aum entes mi fe, que me hagas más
profundo en la contem plación, más ardiente en la caridad, más sere­
no en la cruz y más alegre en la virginidad.
Señor, que eres la luz, el que te siga tendrá la luz de la vida.
Ayúdame a ser luz por María, la Madre de la Luz. Amén.»

2. Señor, infúndeme alegría y esperanza


«Señor, Tú eres nuestra esperanza, Tú eres el que ha venido a
transmitirnos la alegría de la salvación, de la llegada del Reino.
Señor, cuando Tú ibas a venir al mundo, un ángel se acercó a
una mujer muy pobre y muy sencilla en Nazaret y la invitó a la ale­
gría: “Alégrate, llena de gracia”.
Otra vez, cuando ibas a nacer en ¡a soledad de los campos de
Melón, otro ángel se acercó a los pastores que tenían miedo, que no
entendían la claridad de la luz que los envolvía, y el ángel les dijo:
“No tengáis miedo, os vengo a anunciar una gran alegría. Y es que
hoy nacerá Jesús el Salvador”.
Otra vez, Señor, cuando el m undo estaba sumido en la triste­
za, en el dolor, en el desaliento, porque Tú habías m uerto, otro án­
gel se acercó a las mujeres que iban corriendo al sepulcro, y Tú mis­
mo, Señor, te apareciste a ellas y les dijiste: “¡Alegraos, no tengáis
miedo. Decid a los discípulos que yo he resucitado!”.
Señor, quiero pedirte que infundas en mí esta alegría y esta es­
peranza.
Gracias por todo lo que has hablado del Padre, gracias por ha­
berme hecho entender la sabiduría y la potencia de la cruz. Gracias,
Señor, por haberm e hecho gustar el sentido de mi consagración re­
ligiosa.
Quiero vivir alegre y contagiar mi alegría. Quiero vivir en es­
peranza.

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Señor, por María, causa de nuestra alegría, Madre de la santa
esperanza, afírmame en el gozo de la esperanza. Ayúdame a ser siem­
pre com unicador de alegría y profeta de esperanza. Amén.»

3 - Señor, ayúdam e a ser fiel a m i misión profética


«Tú eres, Señor, el profeta que ha sido ungido por el Espíritu y
enviado por el Padre para anunciar la buena noticia a los pobres. ¡Ay
de mí, Señor, si no evangelizare!, diré con palabras del apóstol Pablo.
Siento que Tú me has enviado, Señor, a evangelizar, a anunciar a los
demás la Buena Noticia de tu llegada, la presencia de tu Reino.
Quiero que mi vida consagrada sea un grito a los hom bres de
que Tú has llegado, de que tu Reino está presente en medio de no­
sotros. Quiero así que mi vida toda sea un testimonio de esperanza y
una llamada a la conversión.
Ayúdame, Señor, a vivir a fondo mi vocación profética.
En este m om ento tan providencialmente rico y difícil de nues­
tra Iglesia y del mundo, ayúdame, Señor, a aprovechar el don de la
profecía, ayúdame a ser fiel a mi vocación profética; y para ello, Se­
ñor, hazme profundam ente contem plativo, ayúdame a ser fiel a la Pa­
labra que estaba en Dios y era Dios.
Ayúdame a ser fiel a la expectante necesidad de los hom bres,
mis hermanos; que me encarne profundam ente en ellos para hablar­
les luego en lenguaje sencillo, pobre, pero que sea tu Palabra la que
yo les diga.
Ayúdame, Señor, a ser fiel al Espíritu Santo; que Él me invada
profundam ente. Que cuando yo hable no sea yo quien hable, sino
que sea Él el que ponga en mis labios la Palabra que eres Tú. Sobre
todo, Señor, que sea Él el fuego que me abrase y me purifique para
que mi voz sea sim plem ente un testimonio suyo.
Que la palabra que yo diga no salga sino de la profundidad de
la contem plación y de la serenidad de la cruz, porque, Señor, esa se­
rá la Palabra que salve a los demás.
Ayúdame a formar con mis hermanos una comunidad orante,
fraterna, misionera, que sea verdaderam ente un signo profético para
los hom bres. Amén.»

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4. Señor, haz que sepamos anunciar tu Buena Nueva
«Señor, Tú eres el enviado del Padre y has venido no para ha­
cer tu voluntad sino la suya; por eso nos has revelado tu Reino, los
secretos del Padre; por eso, Señor, com o enviado del Padre, subiste
a la cruz y diste la vida por los hombres.
Enviaste al Espíritu Santo a tu Iglesia. Una vez que la Iglesia
quedó llena del Espíritu Santo, la enviaste por todo el mundo.
Señor, Tú nos dijiste que también nosotros fuéramos por todo el
mundo llevando la Buena Noticia de la salvación a todos los hombres.
¡Gracias por hacernos sentir iglesia misionera, gracias porque
nuestra vida consagrada realiza de un modo especial esta misión!
También nosotros, como Juan el Precursor, somos enviados
para dar testim onio de la luz, a través de la alegría, del amor con que
vivimos nuestra vida consagrada.
También nosotros somos enviados al m undo para anunciar
que el Reino de Dios ha llegado, que es necesario convertirse, creer
en la Buena Nueva.
Nos sigues enviando al m undo para llevar una palabra de alien­
to, de alegría, de esperanza a los hombres; tam bién para curar sus
cuerpos, para asumir sus angustias y esperanzas.
¡Gracias, Señor, por todo esto!
Ayúdame a vivir con alegría mi misión en una fidelidad total a
Ti que vives en mí; en una fidelidad muy grande a los hom bres que
esperan; en una fidelidad com pleta a la Buena Noticia que tengo que
proclamar y entregar.
Ayúdame, Señor, a ser com o María, que recibe la Palabra, que
la contem pla dentro, pero que inmediatamente corre a donde están
sus herm anos para llevar en silencio, serena y gozosam ente, tu pre­
sencia, la salvación. Amén.»

5. Gracias, Señor, porque me elegiste testigo


de reconciliación
«Señor Jesús, enviado del Padre, Tú viniste a traer la Palabra de
la reconciliación, a dejarnos en la Iglesia el ministerio de la reconci­
liación por tu sangre, por tu cruz, por tu muerte.

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Gracias por hacer que la Iglesia, hum anidad nueva, sea ahora
el ministro de la reconciliación.
Gracias, Señor, porque dentro de la Iglesia me has elegido de
una manera particular para que testifique la alegría de la comunión,
del encuentro, por consiguiente de la reconciliación, siendo ante los
hom bres testigo de amor.
Señor, que sintamos el gozo de la reconciliación, que aprove­
chemos el Sacramento de la reconciliación y que descubramos al Pa­
dre y a los herm anos; que nuestra vida sea de tal manera vivida en
com unión con el Padre y con los herm anos, que se convierta en un
grito a los hom bres, una llamada a la reconciliación fraterna. Y, so­
bre todo, Señor, que sea un camino abierto para la reconciliación
con el Padre; que nuestra vida consagrada sea la senda por donde los
hom bres descubran cómo se llega a Él. Amén.»

6. Gracias, Señor, por tu cruz. Gracias por m i cruz...


«Señor, gracias por el misterio de tu cruz. Gracias por revelar­
me el sentido de la cruz en aquel maravilloso diálogo de esperanza
con los discípulos cansados de Emaíis: “F.ra necesario pasar todas es­
tas cosas para entrar en la gloria”.
Gracias, Señor, porque me has hecho partícipe de tu cruz. He
em pezado a participar en el bautismo y esa participación se ha he­
cho más honda a partir de mi consagración, de mi opción definitiva
por Ti a través de mi anonadam iento en los tres votos.
Jesús, has querido probarm e de un modo especial por la cruz.
Yo te doy gracias por ello y te pido que me des serenidad y fuerza;
que mi cruz sea para mis herm anos fuente de vida y de resurrección,
camino de esperanza.
Gracias por habernos dado a María com o Madre. Gracias por­
que en aquella hora, en aquella tarde, Tú pensaste en Juan y pensas­
te también en mí, y al nom brar a Juan, misteriosamente me nombras­
te a mí.
Gracias porque en aquella hora me diste a María como Madre.
Gracias porque en aquel m om ento me dijiste: “Ahí tienes a tu Ma­
dre”. Y yo la siento así, en mi pobreza, en mi enfermedad, en mi de-

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hilidad, en mi cruz. Tú me la diste com o Madre y esto me hace in­
mensamente feliz. Amén.»

7. Señor, revélanos el misterio de tu Iglesia


«Señor, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Tú vives ahora
en la Iglesia, en nuestra Iglesia, en esta Iglesia concreta que vive en
un lugar determ inado y en un tiem po determ inado de la historia, con
la imperfección propia de los límites del tiem po y de los hombres.
Tú eres el Cristo, esperanza de la gloria.
Ayúdanos a descubrir cada vez más este misterio, Señor. Haz
que todo en nuestra vida personal, en nuestras com unidades, en las
obras que realizamos, en la misión que nos ha sido confiada, sea una
expresión de tu m uerte y resurrección, sea una com unión de tu pre­
sencia salvadora.
Señor, ayúdanos a que em prendam os, de una vez por todas,
bajo la acción del Espíritu, el auténtico proceso de renovación, me­
diante la incorporación a tu m uerte y a tu resurrección.
Ayúdanos a ponernos en un clima muy sincero y sereno de
conversión, porque la Iglesia eres Tú, Señor, esperanza de la gloria.
Nosotros en la Iglesia querem os ser esa expresión, esa mani­
festación; querem os que todo en nosotros, com o consagrados, s c j
una cotidiana com unicación de Ti, Cristo Pascual, Esperanza de h
(iloria. Amén.»

23
5.
Oraciones del sacerdote

1. En el Jueves Santo: Señor, que hoy sea el día del


amor
«Hoy querem os, Jesús, en esta tarde del amor, recibir tu m en­
saje y vivirlo con sencillez cotidiana. Señor, al term inar el Evangelio
de este Jueves Santo, Tú nos has dicho: “Os he dado el ejemplo, para
que hagáis lo mismo que yo hice con vosotros” (Jn 13,15). Y Tú
acabas de hacer lo que yo ahora, humilde servidor tuyo, voy a hacer
delante de esta com unidad de hermanos: lavaste los pies a los após­
toles. Yo, en nom bre de toda la Iglesia, en nom bre de toda esta
comunidad de herm anos, quiero repetir tu gesto. Lavaré los pies a *
estos hom bres maduros, ancianos de esta comunidad, com o que­
riendo decir: si no nos ponem os todos en actitud de donación, de
amor y de servicio a los demás, nunca brillará la paz entre los hom ­
bres, nunca tendrem os la reconciliación tan deseada, nunca seremos
verdaderam ente feIices.
Señor, te lo pedim os por María, la Madre del Amor herm oso,
aquella que estuvo acom pañándote la noche de la Eucaristía, la
noche del amor. Aquella que nos enseñó que para amar no son nece­
sarias ni grandes fuerzas, ni sublimes palabras, ni gestos extraordi­
narios. Su am or se hacía silencio y contem plación, se hacía
serenidad y fortaleza de cruz, se hacía alegría de donación y servicio.

24
Por María, tu humilde servidora, la humilde servidora de los hom ­
bres, yo te pido Señor que esta noche sea verdaderam ente la noche
de la reconciliación y del amor. Que así sea.»

2. Nos hiciste, Señor, ministros de la Vida


«Señor Jesús, Tú eres el Pan de la Vida, y por eso la Iglesia con­
sagra este día a los ministros de la Vida. Te pedim os que aum entes
las vocaciones sacerdotales: aumenta, Señor, los herm anos de los
hombres, los testigos del amor y de la esperanza.
Tú eres, oh Señor, el Pan de la esperanza para nuestros cora­
zones cansados. Tú nos repites las palabras que fueron dichas al pro­
feta I-lías en el m om ento del cansancio: “Levántate, com e y camina
porque el camino es muy largo” (cf. 1 Re 19, 5.7). Señor, que no nos
falte nunca la esperanza.
Tú eres el Pan del amor para nuestros corazones sacudidos.
I laz que vivamos en la sinceridad del amor. Que te amemos a ti, oh
lesús, el Enviado del Padre; que acojamos tu Palabra, te entreguem os
nuestro corazón y amemos a nuestros hermanos.
Quédate con nosotros, Señor, Pan de la Vida, Pan de la
Esperanza, Pan del Amor. Amén.»

25
6.
Oración del Obispo

Oración del miedo


«Señor:
Hoy necesito hablar contigo
con sencillez de pobre,
con corazón quebrado pero enteram ente fiel.
No me arrepiento de haberío dicho que sí con
toda el alma
com o María,
aun sin entender del todo.
Y siento ganas de gritar Magníficat
aunque parezca absurdo.

Sí, Señor: te doy gracias por todo.


Porque me siento mimado por tu cruz,
estrujado por tu amor,
sepultado y enterrado.
Gracias por todo:
por el dolor de la partida
—el desprendim iento que me cuesta—
y por el tem or, el miedo que me espera.
Yo sé que es fecunda la vida cuando se muere
(¡tantas veces lo predico a mis hermanos!),

26
pero soy tan cobarde que necesito que otros me lo griten
o que yo mismo me lo escriba para decírmelo de una vez.

Yo sé que Tú enseñaste a la Virgen


que era preciso “estar en las cosas del Padre”.
Pero también a María le dolió tu respuesta,
como le dolieron las misteriosas palabras de Simeón
en el Templo:
“liste será signo de contradicción. Tu alma será traspasada”.
Yo sé que me esperan
sufrimientos nuevos y más hondos,
porque subir a Ti es encontrarte en la cruz.
No te pido que me alivies ni me tengas lástima.
lis duro esto que te escribo, Señor, pero no me arrepiento:
Tú puedes estrujarme y crucificarme
ron tal que el Padre sea glorificado,
la Iglesia construida y el mundo redimido;
con tal que haya paz entre los hom bres
y ellos sean felices.
( ion tal que haya luz en los corazones
no importa si me encierras en las tinieblas.
Pero eso sí, que Tú seas siem pre “mi luz y mi salvación”.
Que yo vea siem pre claro,
que vea claro por lo menos esto:
que Tú quieres adorablem ente mi oscuridad,
para que otros vean y encuentren el camino.

También sufro, Señor, porque tengo miedo,


mucho miedo, más que nunca.
Yo no sé por qué,
o mejor, sí sé por qué:
porque Tú, Señor, adorablem ente lo quieres.
Y yo lo acepto.
Pero tam bién escucho tu voz de amigo:
"no tengas miedo. No se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final”.
Repítemelo siem pre Señor,
y en los m om entos más difíciles
suscita a mi alrededor almas muy simples
que me lo digan en tu nombre.
Yo les creo a las almas simples,
a las que me lo dicen verdaderam ente en tu nom bre
—com o una voz tuya—
y porque me quieren de veras.

Tengo miedo, Señor, m ucho miedo.


Miedo de no com prender a mis hermanos
y decirles las palabras que necesitan.
Miedo de no saber dialogar,
de no saber elegir bien a mis colaboradores,
de no saber organizar la diócesis,
de no saber planear,
de dejarme presionar por un grupo o por el otro,
de no ser suficientem ente fírme
com o corresponde a un Buen Pastor,
de no saber corregir a tiempo,
de no saber sufrir en silencio,
de preocuparm e excesivam ente por las cosas
al modo hum ano,
y entonces, estoy seguro de que me irá mal.

Por eso, Señor, te pido que me ayudes.


Me hace bien sentirm e pobre,
muy pobre, muy inútil y pecador.
Ahora siento profundam ente mis pecados.
He pecado m ucho en mi vida
y Tú me sigues buscando y amando.
¿Puede un pecador, Jesús, santificar a sus hermanos?

Los sacerdotes me esperan.


¿Podré hacerles bien y llevarlos a Dios?
¿Podré ayudar a las religiosas

28
para que sean fíeles, alegrem ente fíeles?
¿Podré ubicarlas en su misión
para que no se aburguesen
ni sean superficiales?
¿Podré enseñarles a ser santas, profundas,
normales?
¿Podré com prender, alentar a los laicos,
sobre todo a los jóvenes...?
¡Me esperan con ansias y tienen tantas ilusiones!
I.os estudiantes, los pobres, los obreros...
Tengo miedo, Señor, m ucho miedo.
Pero me doy cuenta que confío en Ti,
porque Tú me lo dices demasiado claro:
"líl que cree en mí hará cosas mayores que Yo”.

Me parece que tengo poca fe,


que no creo en tu presencia de Resucitado.
Si lo creyera de veras,
lo sentiría en mi debilidad;
tendría seguridad de que estoy solo:
"porque Tú estás conm igo”.
Si soy enviado tuyo —com o Tú del P ad re-
lu estás en mí y yo en ti, Señor.
Que lo sienta de veras.

Pero te repito,
sigo teniendo miedo, m ucho miedo.
No lo tendría si fuera más humilde.
Yo creo que me asusta la posibilidad
—tan real y tan linda—del fracaso.
Temo fracasar, sobre todo después de que me
esperaron tanto.
Pero no pienso que Tú también fracasaste,
que no todos aceptaron tu enseñanza.
Hubo m uchos que te dejaron
porque “les resultaba dura”

29
y absurda tu doctrina.
Nunca te fue bien, Señor:
te criticaron siem pre y quisieron despeñarte.
Si no te mataron antes fue por miedo
al pueblo que te seguía.
Pero te rechazaron los sacerdotes;
te traicionó Judas; te negó Pedro;
te abandonaron todos tus discípulos
y ¿no sufrías entonces?
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro
y tener más fortuna que mi Señor?
Jesús, enséñam e a decir que sí
y a no dejarme aplastar por el miedo.

Hay dos cosas, Señor, que me dan seguridad


(aparte de tu presencia misteriosa y sacramental
en mi persona consagrada de obispo):
es la inquebrantable solidez del Espíritu Santo
y la bondadosa presencia maternal de María.
Ella nunca me ha fallado. La sentí siem pre muy cerca
y muy adentro en mi sacerdocio;
me tranquilizó en los m om entos más difíciles.
Y el Espíritu Santo: seré consagrado en el Espíritu Santo
por el Padre y enviado por Tí.
Deberé ser testigo de la Pascua,
del acontecim iento de Pentecostés.
Tengo que sentir entonces la fuerza del Espíritu
que Tú me envías desde el Padre,
para que dé testimonio.
Con tal que me deje conducir
dócilm ente por Él; y yo lo quiero.
Quiero m eterm e cotidianam ente
en el corazón pobre, silencioso
y disponible de Nuestra Señora,
mi dulcísima madre, y allí esperar cada rato
el Espíritu de la verdad, de la fortaleza y del amor.

30
Gracias, Señor. Ahora me siento más tranquilo
y aliviado; más seguro.
Te lo dije todo con sencillez.
Ahora dejo en tu corazón mis sentimientos,
y en el hueco de la mano del Padre,
mi miseria, mi debilidad, mi miedo,
mi tristeza, mi pobreza y deseos.
Gracias, Señor. Sé Tú mi luz y mi salvación.
Sé Tú mi roca inconmovible.
Sé Tú mi Pastor. Sé Tú mi amigo. Amén. Así sea.»
II
Oraciones a la Virgen
)
7.
Oración a la Virgen Inmaculada

«María, tú estuviste desde toda la eternidad en la m ente del Pa­


dre, tú estaban allí cuando el Padre organizaba todas las cosas, cuan­
do instalaba los montes, cuando hacía los mares, cuando pensaba en
los hombres. Tú estabas en la Sabiduría del Padre, en la potencia del
Padre. María, desde toda la eternidad el Padre te vio com o inmacula­
da, com o llena de gracia, para poder ser la Madre del Salvador. Ma­
ría, a tí el Padre te preparó y tam bién a mí. Desde toda la eternidad
el Padre pensó en mí, en mi existencia sencilla, pobre, pequeña, en
mi llamado a vivir la santidad aquí y ahora.
María, ayúdame a sentir la alegría de la consagración, la alegría
de la misión. Ayúdame a sentir, en estos días, que el Padre me toma
totalm ente para vivir en actitud de presentación. Y tú, que porque
fuiste la Inmaculada y la llena de gracia pudiste decir que sí, ayúda­
me hoy a decir que sí. Amén.»
8.
Oración a la Virgen en su natividad

«Señora, hoy es tu fiesta, es tu cumpleaños. Por eso es también


la fiesta de los hijos, es nuestra fiesta. Es la fiesta de Jesús, tu Hijo,
quien ciertam ente en el cielo, hoy te mirará de un modo particular.
María, te pedimos que desde el trono del Padre nos envíes al Espíri­
tu; ese Espíritu que te cubrió con su sombra e hizo posible que de ti
naciera Jesús, “el Dios que salva”, el Emmanuel, el “Dios con noso­
tros”. Ese Espíritu que descendió sobre ti de manera solem ne cuan­
do estabas reunida con los apóstoles el día de Pentecostés.
Haz que venga el Espíritu y nos haga sentir la alegría de ser hi­
jos adoptivos del Padre. Concédenos ese Espíritu que infundido en
nuestros corazones nos hará sentir que “la esperanza nunca falla por­
que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”.
Haz que vivamos siem pre en la alegría de la fidelidad, a través
del Espíritu que nos hizo nacer como hijos, en el cum plim iento ge­
neroso y fiel de la voluntad del Padre, hasta que nos encontrem os de­
finitivamente con Él en la gloria.
María, que al term inar esta jornada de tu natividad haya una
nueva aurora en nuestra vida que anuncie que está llegando la luz, el
Sol que es Cristo. María, alumbra nuestra esperanza, haz fecunda
nuestra contem plación, generosa y llena de alegría nuestra fidelidad.
Amén.»

36
9.
Oraciones a la Virgen
de la Encarnación

1. Nuestra Señora de la Encarnación


«Madre y Señora Nuestra, Virgen de la Encarnación, te damos
gracias por tu sí, porque lias creído en el amor del Padre, y por eso
desde tu pobreza, confiando en Aquel para quien nada es imposible,
dijiste: “Sí, yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu
Palabra”.
Señora, si no hubieses sido pobre, si el ángel no te hubiese di­
cho que para Dios nada es imposible, si no hubieses experim entado
hondam ente que eras la llena de gracia, la privilegiada, la amada, tal
vez te hubiese sido más difícil decir que sí. Pero a la luz del amor del
Padre y de su om nipotencia, dijiste que sí. Gracias, Señora, por tu sí.
Que podamos decir “hem os creído en el am or”. Y creyendo en el
amor, que podamos abrazar con alegría nuestra pobreza y nuestra
cruz. Que nuestra oración y contem plación sean gozo para nosotros,
luz para los demás y gloria para el Padre. Amén.»

2. Señora del Sí
«Señora del Sí, ayúdanos a com prender la profundidad y madu­
rez de tu sí. El Espíritu Santo que tom ó posesión de ti fue preparan­
do esta respuesta. Por eso pudiste decirlo con tanta libertad interior,
con tanta alegría y generosidad, con tanto sentido de participación

37
en el plan de salvación. María, enséñanos a decir cotidianam ente que
sí. Haz que hoy volvamos a decir que sí, el sí de nuestro bautismo, el
sí de nuestra consagración. Enséñanos a decir que sí con mucha fe,
con m ucha confianza, con espíritu contem plativo. Enséñanos a de­
cir que sí a la Palabra y a los hermanos; a decir que sí en la totalidad
de nuestra entrega a través de la pobreza, de la castidad y de la obe­
diencia consagradas, a decir que sí en la vida y en la muerte. Amén.»

38
10 .

Oraciones a la Virgen Madre

1. Madre, muéstranos a Jesús


«Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de Cristo el Señor, el
Salvador, Madre de la Iglesia, enséñanos a Jesús, m uéstranos a Jesús,
danos a gustar por dentro a Jesús. Que seamos dóciles a su Palabra.
Y que m ediante esta Palabra seamos fieles a la voluntad del Padre.
María: enséñanos a descubrir a Jesús en la noche y en la maña­
na, en la cruz y en la alegría, en la vida y en la m uerte. Madre: mués­
tranos a Jesús todos los días, para que al final de nuestro camino, de
nuestro destierro, nos m uestres ciara y definitivamente a Jesús el fru­
to bendito de tu vientre. Amén.»

2. Señora y Madre nuestra, ayúdanos a conocer a Jesús


«Señora y Madre nuestra, de ti nació Jesús llamado el Cristo, el
que nos reveló al Padre y dijo: “el Padre y yo somos una misma co­
sa, el que me ve a mí, ve al Padre”. María: tú conociste profundam en­
te a Jesús porque lo llevaste en tu seno durante nueve mees. Este Hi­
jo Unico estuvo escondido en tus entrañas virginales, tú lo conocis­
te desde el comienzo. También le enseñaste a cam inar y a hablar. A
este Jesús nosotros querem os conocerlo con sencillez familiar, como
tú lo conocías; con un conocim iento de entrega, com o tú te entrega­
bas a la voluntad del Padre a través del cuidado de Jesús, Hijo de Dios

39
e Mijo tam bién tuyo. Ayúdanos a penetrar en el misterio de la encar­
nación, de la m uerte y de la resurrección de Jesús. Te lo pedimos, oh
Madre, sabiendo con certeza que todo lo que te pedim os tú nos lo
concedes cuando es para la alabanza de la gloria de la gracia. Amén.»

3- María , enséñame la fecundidad de tu Sí


«Oh María, tú eres Madre; tú eres Madre de Jesús y Madre de
la Iglesia. Ésta nació de tu corazón lleno de fe y de caridad, de la
disponibilidad de tu corazón abierto al Espíritu Santo. Tú eres mi
Madre, tú me conoces. Conoces mis tristezas y alegrías, mis p reo ­
cupaciones y esperanzas. Tú conoces todo lo que hay en mí com o
proyecto de santidad porque tú me lo has inspirado. Señora, tú
e rts mi Madre y com prendes tam bién mi cam ino de consagración.
Engendra en mí tu propio sí, ponm e cada vez más en tu corazón
m aternal para que cada día ahonde en la riqueza, en la generosi­
dad, en la alegría, en la fecundidad de ese sí. Como tú, quiero ser
fiel a la contem plación, U la pobreza, a la sencillez. Como tú, quie­
ro ser fiel a la hum ildad, a la cruz, al servicio; quiero ser fiel al Es­
píritu Santo.
María, tú tam bién eres Madre de todos los hombres, particular­
m ente de los pobres, de los que sufren, por eso te pido que los hom ­
bres te sientan cada vez más dentro de su corazón y dejen que tú ilu­
mines su alegría, transformes su dolor y su pobreza, hagas fuerte su
esperanza. Amén.»

4. Madrecita del cielo (En el día de la Madre)


«Madrecita del cielo:
Madre de Dios y Madre mía.
¡Cómo me gusta llamarte así!
Como llamo a mi mamá todos los días.
Con la misma sencillez,
con la misma seguridad,
con el mismo cariño.

40
Que lindas las palabras de Jesús
cuando te dijo:
“¡Aquí tienes a tu hijo!”
Ese hijo era Juan, el amigo predilecto,
y era también yo.
Y mi com pañero de escuela,
y los chicos de mi barrio,
y todos los hom bres del mundo.
¡Qué lástima que m uchos no lo saben!
Y qué pena que a veces olvidamos
lo que Jesús nos dijo:
“¡Aquí tienes a tu Madre!”

Hoy te rezo
con más confianza que nunca.
Es el día de tu Fiesta
y también la fiesta de la madre.
Quiero agradecerte que seas mi Madre,
que me acom pañes y cuides,
que me sostengas y formes.
¡Ya sabes cóm o te necesito!
Me siento a veces tan pobre
que sólo la seguridad de tu cariño
me tranquiliza.
¡No me dejes Madre mía!
Yo quiero tener siem pre la sencillez
y la alegría de los niños.

Te pido por mamá, hoy que es su día.


Dios la hizo tan buena
que juntó en su corazón
la ternura de todas las cosas.
Cuando quiero pensar que Dios me ama,
yo me fijo en el amor que ella me tiene.

Yo sé que ella sufre por nosotros.


Lo adivino en su mirada un poco triste,
pero siem pre tan profunda y tan serena.
No sé cóm o pedirte por mamá.
Pero tú lo sabes,
porque entiendes mi silencio
y su problema.

Dale un poco de tu fuerza


cuando está cansada.
Un poco de tu alegría cuando sufre.
Un poco de tu serenidad
cuando esté preocupada por nosotros.
Cuídala mucho.
Yo no tengo cosas lindas para darle
porque lo más lindo que tengo
es ella misma.
Pero le doy mi corazón sencillo y pobre,
sincero y generoso,
dispuesto a seguir siem pre sus consejos.
Y te pido por la mamá de todos los chicos.
Y por los chicos que ya no tienen mamá.
Que todos sintamos
que tú eres nuestra Madre.
Que nos guardas en tu corazón,
que nos tomas de la mano y nos conduces
a la Casa del Padre que nos espera.

Madrecita del cielo:


caminaremos juntos en la vida.
Dame un corazón de hijo, limpio y bueno.
Y cuando sea grande
que tenga siem pre un corazón de niño:
sencillo y transparente,
alegre y generoso.

Para mí y para mi mamá,


para todos los chicos

42
y todas las mamas del m undo,
te pido en este día
la ternura de tu protección,
la alegría de tu presencia entre nosotros,
la seguridad de tu bendición
y la delicadeza de tu cariño.

Amén. Que así sea.»


n. ,
Oración a la Virgen Templo
de la Trinidad

«María, Madre nuestra: en ti habitó el Verbo de Dios; tú pres­


taste a la hum anidad de Jesús la fragilidad de tu carne. Sobre ti vino
el Espíritu Santo en Pentecostés com o había venido al comienzo de
la encarnación; y en ti, oh María, nació la Iglesia en la anunciación,
en la cruz y en Pentecostés. María, desde el silencio contem plativo,
tú adoraste la voluntad del Padre y constantem ente dijiste que sí a su
plan. Haz que tam bién nosotros vivamos la alegría de ser tem plos de
la Trinidad, que gustemos la presencia del Padre, del Hijo y del Espí­
ritu, que seamos fuertem ente contem plativos y caminemos en la vi­
da hacia la plenitud del gozo en la eternidad, para gustar de la Trini­
dad en tu compañía, oh Madre, por los siglos de los siglos. Amén.»

44
12.
Oraciones a la Virgen de la Visitación

1. Nuestra Señora del servicio y del amor


«María: tú eres feliz porque dijiste que sí, pero no guardaste es­
ta Palabra para ti sola, sino que fuiste de prisa a la montaña de Ain
Karim donde estaba tu prima Isabel. Tu vida se convirtió en un acto
de caridad, de servicio, porque tu prima te necesitaba. Tú le llevaste
la alegría de la salvación, por eso Juan, el Precursor, saltó de gozo en
su seno. María, tú has visto cóm o Dios ha ido haciendo maravillas en
tu pobreza: la contemplativa se convirtió en la mujer del servicio, de
la misión. Señora: que mi vida sea siem pre un acto de amor, una ex­
periencia muy profunda del Padre que me ama, un acto muy grande
de amor al Señor sobre todas las cosas, un acto de entrega cotidiana
en el amor, un amor que perdona, que com prende, que construye la
comunidad-comunión, un amor que com unica constantem ente a Je­
sús a los demás para la gloria del Padre. Amén.»

2. A María, mensajera de salvación


«María, tú fuiste proclamada feliz por Isabel porque dijiste que
sí (cf. Le 1,45). Este sí, tu respuesta a la Palabra, se convirtió ensegui­
da en una com unicación silenciosa de esa palabra a los demás, com u­
nicación que engendró la alegría de la salvación en Juan, el Precur­
sor, y en Isabel, que quedó llena del Espíritu Santo (cf. Le l,4 l). Ayú­

45
danos a vivir la fecundidad de nuestra respuesta. Querem os decir
siem pre que sí a las exigencias de Dios. Queremos vivir en una acti­
tud de desprendim iento y de pobreza, en una actitud de fecunda
contem plación y de firme y serena esperanza, a fin de entregar a
nuestros herm anos la alegría de la salvación. Que el mundo de hoy
sienta la alegría de tu presencia porque tú nos has contagiado la ale­
gría del llamado y de la consagración y nos haces vivir la alegría de
la misión apostólica. Amén.»

46
13.
Oraciones a la Virgen del Magnificat

1. Señora clel Magníficat, Virgen orante


«Señora, hoy hemos contem plado tu camino de Nazaret a Ain
Karim. Hemos visto la alegría de la salvación que tú has llevado. He­
mos sentido cóm o te proclamaron feliz porque dijiste que sí, y cómo
agradeciste al Señor por las maravillas que había realizado en tu pe-
queñez de servidora.
María, Virgen orante, concédenos profundidad, confianza y se­
renidad en nuestra oración.
Que nuestra oración sea constantem ente glorificar al Padre y
agradecerle su fidelidad.
Que nuestra oración, partiendo de nuestra pobreza, sea una
entrega cada vez mayor a la voluntad adorable del Padre.
María, tú que dijiste: “Yo soy la servidora del Señor, que se ha­
ga en mí según tu Palabra”, enséñanos cóm o tenem os que orar para
orar bien. Amén.»

2. María, enséñame a proclamar la grandeza del Señor


«María, tú has expresado en el Magníficat tu reconocim iento a
la Trinidad por todas las maravillas que el Padre, el Hijo y el Espíritu
han obrado en tu pobreza. El Señor, el Salvador, el Todopoderoso, el
Santo te ha tom ado totalm ente. Tú cantaste tu acción de gracias y ex­

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presaste tu alegría incontenible. Haz que mi corazón brote de una
conciencia muy grande de mi pobreza y de una experiencia más
grande todavía de la Trinidad que habita en mí: del Padre que me
ama, del Hijo que me da su vida y su Palabra, del Espíritu que me cu­
bre con su sombra y hace fecunda mi existencia. Haz que sienta la
alegría de esta inhabitación de la Trinidad, que descubra las maravi­
llas que Dios va haciendo en mi pobreza. Haz que siem pre sea sere­
nam ente alegre, y que exprese esta alegría a los herm anos con una
actitud recogida, de oración contemplativa, de pobreza confiada.
Amén.»

j Señora del Magníficat, danos un corazón pobre


«Señora del Magníficat, María, la Pobre, que tuviste la expe­
riencia de cóm o Dios obraba en los sencillos y en los pobres..., da­
nos un corazón muy pobre, para poder ser fuertem ente contem pla­
tivos. María, tú que cantaste la fidelidad de Dios y la alegría de la p r o
pia fidelidad, danos también un corazón fiel para ser inmensamente
felices... María, que cantaste las maravillas realizadas en todo el pue­
blo... —com o la síntesis del pequeño resto, pueblo hum ilde de Is­
rael—, haz que nosotros orem os desde el corazón de nuestros herm a­
nos y que seamos la voz silenciosa y orante de nuestros hermanos
que tienen derecho a nuestro silencio, a nuestro desierto, a nuestra
contem plación, a nuestra adoración, a nuestro anonadam iento fe­
cundo. Amén.»

48
14. ,
Oración a la Virgen de la Nochebuena

...Señora del Silencio y de la Espera


«Señora de la Nochebuena, Señora del Silencio y de la Espera:
esta noche nos darás otra vez al Niño. Velaremos contigo hasta que
nazca en la pobreza plena, en la oración profunda, en el deseo ar­
diente. Cuando los ángeles canten “Gloria a Dios en lo más alto de
los cielos y Paz sobre la tierra a los hom bres amados por Él”, se ha­
brá encendido una luz nueva en nuestras almas, habrá prendido una
Paz inmutable en nuestros corazones y se habrá pintado una Alegría
contagiosa en nuestros rostros. Y nos volveremos a casa en silencio:
iluminando las tinieblas de la noche, pacificando la nerviosidad de
los hom bres y alegrando la tristeza de sus cosas. Después, en casa,
celebraremos la Fiesta de la Familia. Alrededor de la mesa, sencilla y
cordial, nos sentaremos los chicos y los grandes; rezaremos para
agradecer, conversaremos para recordar, cantarem os para com uni­
car, com erem os el pan y las almendras que nos unen. Afuera, el m un­
do seguirá tal vez lo mismo. Tinieblas que apenas quiebra la palidez
de las estrellas. Angustias que apenas cubre el silencio vacío de la no­
che. Tristezas que apenas disimula la lejana melodía de las serenatas.
En algún pueblo no habrá Nochebuena porque están en guerra. En
algún hogar no habrá Nochebuena porque están divididos. En algún
corazón no habrá Nochebuena porque está en pecado.

49
Señora ele la Nochebuena —Madre de la Luz, Reina de la Paz,
Causa de nuestra alegría—, que en mi corazón nazca esta noche otra
vez Jesús. Pero para todos: para mi casa, para mi pueblo, para mi pa­
tria, para el m undo entero. Y sobre todo, fundam entalmente, que
nazca otra vez Jesús para la Gloria del Padre. Amén. Que así sea.»

»
15.
Oraciones a la Virgen de Belén

/. María de Belén, prepáranos a recibir al Emmanuel


«María de Belén, tú nos diste a Jesús, el Dios con nosotros, el
Dios que nos salva, el Emmanuel: nos lo diste en la prim era Noche­
buena de la historia, y los primeros en recibir la noticia fueron los pe­
queños, los humildes, los pastores. Nosotros querem os recibir hoy,
otra vez, la Buena Nueva del nacimiento de Jesús. Querem os que Je­
sús nazca en nuestro corazón. Por eso te pedim os que tú misma nos
prepares dándonos un corazón pobre, humilde y pequeño, silencio­
so y contem plativo, dispuesto a la ofrenda y al don; un corazón co­
mo el tuyo. Sólo entonces nacerá en nosotros el don: Jesús, que nos
convertirá en ofrenda y en don; ofrenda para la gloria del Padre y
don para la salvación de los hom bres, nuestros hermanos. María de
Belén, haznos experim entar la alegría de este nuevo nacimiento, y
mientras tanto haz que realicemos contigo un mismo camino de es­
pera y de esperanza. Amén.»

2. Señora de Belén, Señora de la Noche y la Mañana,


Señora del Silencio y de la Luz
«Señora de Belén, Señora de la Noche más buena y esperada,
Señora del Silencio y de la Luz, Señora de la Paz, la Alegría y la Espe­

51
ranza. Señora de la sencillez de los pastores y de la claridad de los án­
geles que cantan: “Gloria a Dios en el cielo. Paz en la tierra a los hom­
bres que Dios am a”. Señora de los pobres y de los niños. Señora de
los que no tienen nada, de los que sufren soledad porque no encuen­
tran com prensión en ningún alma.
Gracias por habernos dado al Señor en esta Noche. Por haber­
nos entregado el Pan que nos faltaba. Gracias por habernos hecho ri­
cos con tu pobreza y tu fidelidad de esclava. Gracias por tu Silencio
que recibe y rumia y engendra en nosotros la Palabra. Nos sentimos
felices esta Noche. Y con ganas de contagiar esta dicha a muchas al­
mas. De gritar a los hom bres que se odian: que Dios es Padre y los
ama. De gritar a los que tienen miedo: “No tem áis”. Y a los que tie­
nen el corazón cansado: “Adelante. Que Dios os acom paña”.
Señora de Belén. Señora de la noche y de la mañana. Señora de
los campos que despiertan porque Jesús ha nacido en la comarca. Se­
ñora de los que peregrinan, com o tú, sin hallar tam poco una posada.
Enséñanos a ser pobres y pequeños. A no tener ambición por nada.
A desprendernos y entregarnos. A ser los mensajeros de la paz y la
esperanza.
Que esta Noche la Luz que tu nos diste sea el comienzo de una
claridad que no se acaba. Que el amor sustituya a la violencia. Que
haya justicia entre los hombres y los pueblos. Que en la Verdad, la
Justicia y el Amor se haga la verdadera Paz cristiana. Que esta Noche
Jesús nazca entre nosotros y que al volver después a nuestra casa po­
damos decir a los hom bres que viven inseguros y sin esperanzas: “No
temáis. Os traem os la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pue­
blo: Hoy, en la Ciudad de David, os ha nacido el Salvador, el Mesías,
el Señor”. Que así sea.»

3. Señora y Madre de la Luz


«Señora y Madre de la Luz, en la primera Nochebuena de la his­
toria tú nos diste a Jesús en la claridad que inundó entonces los cam­
pos de Belén. Era un signo de la luz que resplandecía para todos los
pueblos; esa luz de la cual hablaba el profeta Isaías: “El pueblo que
andaba a oscuras vio una luz grande” (Is 9,1a). María, tú fuiste cami­

52
nando de luz en luz pero a través de sombras y oscuridades, de pre­
guntas y dudas. Tu fe fue inquebrantable y se convirtió en fidelidad.
Ayúdame a ser luz; luz para quienes lo necesitan y esperan. Haz que
mi fe sea inconmovible y mi oración profunda y contem plativa para
que de ellas nazca esa luz. Haz que mi fe sea cada vez más com pro­
metida, más luminosa y más firme para que ilumine a quienes van ha­
ciendo conmigo el camino, y así, de luz en luz, podamos llegar has­
ta la Luz que no tiene ocaso. Amén.»

53
16.
Oraciones a la Virgen de Cana

l. Señora de Cana, Virgen de la Presencia silenciosa


«Tú, Señora, estabas allí, en la fiesta de Cana y con tu presen­
cia la hiciste más fiesta todavía. Era la fiesta de la presencia de tu Hi­
jo con sus discípulos y era tam bién la fiesta de tu presencia silencio­
sa de Madre. Haz que descubram os siem pre tu presencia cuando el
Señor nos llena de alegría y haz que sepamos llevar a nuestros her­
manos tu presencia que transforma. Que nuestra presencia en la fies­
ta sea siem pre com o la tuya: un clam or que diga a los hombres: “Ha­
ced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Que nuestra presencia abra el cami­
no a los que tienen que ser discípulos de la Palabra. Amén.»

2. Señora de Cana de Galilea


«¿Sabes una cosa, María?
Que también nosotros nos vamos a casar.
Nos falta el vino y muchas otras cosas.
Sólo tenem os un corazón joven abierto para amar,
un corazón que sueña y reza,
que sabe cantar con todos y tam bién llorar.
Tenemos un techo y un pedazo de pan.

54
¡Hay tanta gente, María, que no lo tiene!
Pero, además, tenem os amigos, m uchos amigos,
chicos y grandes, pobres y ricos, de la ciudad y del campo,
gente que cree en Dios más que nosotros
y gente que lo está buscando precisam ente en nosotros.

Señora de Caná de Galilea,


la del corazón atento y contemplativo,
la que supo descubrir el apuro de los novios
y se puso enseguida a su servicio,
la que adelantó la hora de Jesús
para que en la mesa no faltara el vino.

También nosotros nos vamos a casar.


Y tú estarás allí, com o en Caná.
Y estará también Jesús. Y con Él la Iglesia.
¡Qué linda fiesta, María!
Todo será sencillo y en familia.
Muy a lo hondo como las cosas grandes.
Sin discursos, com o en Caná.
Sólo vamos a decir que Sí.
Y a sentir que Jesús nos dice Sí,
porque nos amó primero.

Cambia, María, nuestra agua en vino.


El agua es buena, fresca y transparente.
Pero el vino es mejor: será la sangre de Jesús
y el fuego del Espíritu. Será alegría y donación,
coraje de servicio y serenidad de cruz.
Será fiesta, María. Será Pascua.

Haz que seamos una pareja santa.


Haz que formemos una “iglesia dom éstica”:
comunidad de vida y de amor,
familia que reza unida y anuncia el Evangelio.

55
Que no nos falte, María, la esperanza.
Que irradiemos siem pre la alegría fecunda del amor.
Y que en nuestro hogar se aprenda cada día
que la felicidad consiste en decir siem pre que Sí,
que Jesús es Fiel y no falla nunca,
y que nosotros querem os vivir en la pobreza,
en la oración y en la alegría serena de la fidelidad.
Amén. Que así sea.»

1
17.
Oraciones a la Virgen del Camino

/. Señora de la Pascua y de todas las partidas


«Señora de la Pascua: Señora de la Cruz y de la Esperanza, Se­
ñora del Viernes y del Domingo, Señora de la noche y de la mañana,
Señora de todos los caminos, porque eres la Señora del “Tránsito” o
la “Pascua”.
Escúchanos. Hoy querem os decirte: “Muchas gracias”. Muchas
gracias, Señora, por tu Fiat, por tu completa disponibilidad de “Escla­
va”. Por tu pobreza y tu silencio. Por el gozo de tus siete espadas. Por
el dolor de todos tus caminos, que fueron dando la paz a tantas al­
mas. Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiem po y las dis­
tancias.
Tú conoces el dolor de la partida porque tu vida fue siem pre
despedida. Por eso fuiste “feliz” y fue fecunda tu vida.
Todo fue por “haber creído” (Le 1,45). Porque le dijiste al Se­
ñor que “Sí”, en aquel mediodía de los tiem pos (cf. Le 1,38). Apenas
el Señor bajó a tu pobreza, com enzaron tus partidas. “El ángel se ale­
jó”, y tú te fuiste “sin demora a una m ontaña de ju d á ” (Le 1,39). Allí
hiciste felices a Isabel, tu prima, y al niño que llevaba en sus entra­
ñas. Cumplida tu tarea, regresaste sencillamente a tu casa (cf. Le
1,56).

57
Otro día (u otra noche), cuando esperabas en tu silencio de
Nazaret, te llegó otra orden de partida: a Belén de Judá, la ciudad de
David (cf. Le 2,4), porque allí, en la Casa del Pan, había de nacer el
Niño (cf. Miq 5,2). Tu partida costosa fue el preanuncio de la salva­
ción que ya llegaba en la primera Nochebuena de los siglos.
Una noche, inesperadam ente, el Angel del Señor habló a tu es­
poso, y “José se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se
fue a Egipto” (Mt 2,13-14).
Fue la tercera vez que pedían tu partida.
Más tarde, cuando ya te habías acostum brado a lo provisorio
del destierro, otra vez el Ángel del Señor habló a José y le dijo: “Le­
vántate, tom a al Niño y a su m adre y regresa a la tierra de Israel”
(Mt 2,20).
Tu vida estaba señalada por las despedidas.
Otra vez, cuando el Niño era ya grande y tú le habías enseña­
do a orar, se te quedó misteriosamente en el templo. Ahora era Él el
que partía.
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparm e de
los asuntos de mi Padre?” Y tú no entendiste el sentido total de la
partida (cf. Le 2,49-50).
Después, en Caná de Galilea, cuando se manifestó el Señor en
el prim ero de sus signos, por hacer bien a los demás, tú te olvidaste
de ti misma y le pediste que adelantara “la hora” de su partida (cf. Jn
2,4). Y Él partió a “llevar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a
los cautivos la liberación, y a los ciegos la vista, a dar libertad a los
oprim idos” (Le 4,18).
Mientras tanto, tú lo acompañabas desde cerca y desde dentro,
rumiando en tu corazón la Palabra que Él iba predicando (cf. Le 11,28).
Hasta que llegó la tarde de un viernes en Jerusalén. Era la ho­
ra de la Pascua y la partida. La noche antes, en el Cenáculo, Él cele­
bró la Cena de la despedida. Era también la cena de la amistad y la
presencia, de la com unión fraternal y del encuentro.
Amarrado por los hombres a los brazos de la cruz, Él se descol­
gó para subir al Padre; tú mirabas desde abajo y desde cerca, bien se­
rena y fuerte (cf. Jn 18,25).

58
El corazón de la cruz era el punto inicial de su partida. Y también
de su regreso: “Me voy y volveré a vosotros”. Mezcla extraña de gozo y
de tristeza: “También vosotros ahora estáis tristes, pero yo os volveré a
ver y tendréis una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn 16,22).
Señora del Silencio y de la Cruz. Señora del Amor y de la En­
trega. Señora de la Palabra recibida y de la palabra em peñada. Seño­
ra de la paz y la esperanza. Señora de todos los que parten, porque
eres la Señora del camino y de la pascua.
También nosotros hemos celebrado ahora la Cena de la despe­
dida. Hemos comido contigo el Cuerpo del Señor, hemos partido
juntos el pan de la amistad y la unión fraterna. Nos sentimos fuertes
y felices. Al mismo tiempo, débiles y tristes. Pero nuestra tristeza se
convertirá en gozo y nuestro gozo será pleno y nadie nos lo podrá
quitar (cf. Jn 16,20-24).
Enséñanos, María, la gratitud y el gozo de todas las partidas.
Enséñanos a decir siem pre que Sí con toda el alma. Entra en la pc-
queñez de nuestro corazón y pronúncialo tú misma por nosotros.
Sé el Camino de los que parten y la serenidad de los que que­
dan. Acompáñanos siem pre mientras vamos peregrinando juntos ha­
cia el Padre.
Enséñanos que esta vida es siem pre una partida. Siempre un
desprendim iento y una ofrenda, siem pre un tránsito y una Pascua.
Hasta que llegue el Tránsito definitivo, la Pascua consumada.
Entonces com prenderem os que para vivir hace falta morir;
que para encontrarse plenam ente en el Señor hace falta despedirse.
Y que es necesario pasar por muchas cosas para poder entrar en la
gloria (cf. Le 24,26).
Señora de la Pascua: en las dos puntas de nuestro camino, tus
dos palabras: fíat y magníficat. Que aprendam os que la vida es siem­
pre un “Sí” y un “Muchas gracias”. Amén. Que así sea.»

2. María, Virgen del Camino


«A ti, oh María la Virgen del Camino, encomiendo estos jóvenes
que escuchan la Palabra y celebran la Eucaristía. Tú los conoces y los
amas. Tú sabes que son fuertes y generosos, que aman a Jesucristo, a

59
la Iglesia y a los hombres; que son conscientes de la grandeza y respon­
sabilidad de esta hora que es la suya; que quieren responder al Señor
y salvar a los hermanos; que quieren ser santos y construir un nuevo
mundo. Guárdalos en tu corazón de Madre; que ellos sientan que van
haciendo contigo el camino de tu Hijo: camino de encarnación y de
servicio, de oración y de profecía, camino de desprendimiento y de
donación, de cruz y de resurrección. ¡Camino de Pascua!
Tú conoces estos m uchachos y estas chicas. Tú los recibes en
tu Casa y les das el Pan de Vida. Tú les dices que Jesús es el único ca­
mino. Hoy dejamos en tu corazón de Madre esta juventud: juventud
que reza y canta, que sufre y espera, que construye la paz y celebra
en la fiesta la civilización del amor. Que estos jóvenes, María, no se
cansen de gritar a los hom bres el amor de Dios, la alegría de la fide­
lidad y la inquebrantable firmeza de la esperanza. Amén.»

3. Señora y Madre nuestra, que haces camino con no­


sotros |
«Señora y Madre nuestra, Virgen del camino y de la esperanza,
tú nos has dado el Pan de la vida. Ese pan que comem os todos los
días es el Cuerpo del Señor formado en tus entrañas virginales; y la
sangre que bebem os es la Sangre de Jesús tomada de tus venas y de
tu cuerpo virginal. Madre: danos siem pre de ese pan. Haz que sepa­
mos valorar la Eucaristía de cada jornada, la presencia de Jesús com o
herm ano y amigo; haz que nuestra vida sea una perm anente adora­
ción de Cristo, el Pan de vida. María: tú has llevado la salvación a tu
prima Isabel y a Juan el Precursor, y has hecho saltar de alegría al ni­
ño; te pedimos que tam bién nuestros corazones salten de alegría por
la presencia de Jesús, el Pan de vida.
Señora de la Visitación, de la fidelidad, de la pobreza y del ser­
vicio, Señora del Magníficat: haz que siem pre experim entem os en
nuestra vida las maravillas que Dios hace en los pobres. Te lo pedi­
mos a ti, oh Madre, que nos has dado a Jesús; te lo pedim os a ti que
vas haciendo el camino con nosotros: muéstranos el fruto bendito de
tu vientre: Jesús. Amén.»

60
18.
Oraciones a María, la Virgen Pobre

1. María, Virgen Pobre, ayúdanos a tener un corazón


de pobre
«María, tú te sentiste feliz porque el Señor miró tu pequeñez y
tu pobreza, Dios hizo cosas grandes en ti... porque fuiste verdadera­
m ente pobre. Tú acogiste a Cristo, el que vino a evangelizar a los po­
bres. Tú acompañaste a Jesús, el Pobre, cuando iba anunciando la
Buena Noticia a los más necesitados. María, tú conociste quiénes
eran los pobres de Jesús: eran los niños, los enfermos, los que no te­
nían nada, los pecadores. Tú supiste descubrir quiénes eran los po­
bres... Hoy, nosotros necesitamos ser radicalmente más pobres, con
una pobreza que sea expresión de caridad y condición necesaria pa­
ra amar de veras. Hoy necesitam os estar desprendidos. María, tú que
eres la Pobre, danos un corazón sencillo, un corazón desprendido y
generoso, quemado por el amor de Dios y los hermanos. De tal ma­
nera que vivamos exclusivam ente abiertos al Señor que nos llama,
que nos exige, que nos consagra y nos envía. Y abiertos al mundo de
los más necesitados, de los que no tienen pan, de los que no tienen
trabajo, de los que no tienen salud, de los que no tienen libertad, de
los que no tienen amistad, de los que no conocen el amor, de los que
han perdido el sentido de la vida, de los que no tienen esperanza, de
los que han perdido la fe, de los que nunca tienen posibilidad de dia­

61
logar, de los que viven en dolorosa soledad, de los que nunca, oh Ma­
ría, lian sabido que Dios es amor... Ayúdanos a com prenderlos y a
acercarnos a ellos con generosidad austera, sencilla y humilde.
Amén.»

2. María, ayúdanos a hacer de nuestra vida un don


«María, tú que fuiste enriquecida por la presencia del Señor en
tu pobreza, ayúdanos a desprendernos de todo, ayúdanos a ser radi­
calm ente pobres, para com prender quiénes son los pobres de hoy,
cóm o tenem os que ir a ellos, cómo tenem os que amarlos, solidarizar­
nos con ellos, com partir su propio sufrimiento. María, la Pobre, haz
que nuestra vida sea constantem ente un peregrinar de fe, un depen­
der totalm ente de la voluntad del Padre. Ayúdanos, María, la Pobre,
para que nuestra vida sea una constante donación de servicio a nues­
tros hermanos. Que la pobreza nos haga felices y serviciales, que nos
haga verdaderam ente libres y fecundos. Que nos haga hom bres y
mujeres de esperanza. Amén.»

62
19.
A María, Virgen de la fe
y de la fidelidad!_ _

«Oh María, Virgen que peregrinas en la fe, contem plam os tu


pobreza y querem os vivirla; contem plam os tu obediencia, querem os
realizarla; pensamos en tu contem plación, querem os recibirla como
don del Espíritu, Señora y Madre nuestra, haz que nos acostum bre­
mos a ver siempre en nuestra vida el rostro bondadoso del Padre; que
cada acontecim iento sea una manifestación de un Padre que cuida de
nosotros, que nos alimenta más que a los pájaros del cielo, que nos
viste con más herm osura que a los lirios del campo; un Padre que no
permite que suceda nada en nuestra vida que no sea por amor.
María, Virgen fiel, virgen de la fe y de la fidelidad, ayúdanos a
vivir así, en la fe que es confianza, abandono filial en las manos del
Padre; en la fe que es entrega, fidelidad, que es decir com o dijiste tú:
“Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.
María, ayúdanos a vivir alegres en la fidelidad. Que así sea.»

63
20.
Oraciones a Nuestra Señora
de la E sp e ra n z a _ _ _

1. A Nuestra Señora, causa de la alegría, Madre de la


santa esperanza I
«Madre y Señora nuestra, causa de nuestra alegría, tú nos has
dado a Jesús que es nuestra feliz esperanza. Ayúdanos a ser testigos
de la resurrección del Señor. Enséñanos a com unicar a los hom bres
—nuestros herm anos— la alegría que es fruto del amor, que es fruto
del Espíritu Santo.
María, haz que vivamos como tú la alegría de sentirnos profun­
dam ente amados por el Padre; la alegría de querer ser fieles y de de­
cir todos los días com o tú: “Sí, yo soy la servidora del Señor, que se
haga en mí según tu Palabra”. Oh Madre, danos la alegría del servicio
com o tú la viviste en la visitación y en las bodas de Cana; danos la
alegría de la cruz, de vivir serenos y fuertes al pie de la cruz, sabien­
do que desde allí se realiza la reconciliación del mundo con el Padre.
María: que no nos falte la alegría ni aun en los m omentos de su­
frimiento; que tengamos mucha paz, mucha serenidad y mucha ale­
gría por dentro aun cuando estemos llorando por fuera. Que sepamos
com unicar esperanza a todos los hom bres con quienes nos encontra­
mos, especialm ente a los hermanos de la propia comunidad.

64
Madre de la santa esperanza, causa de nuestra alegría, ruega
por nosotros. Amén.»

2. A María de Nazaret, Madre de la Santa Esperanza


«María de Nazaret, Madre de la Santa Esperanza, Señora nues­
tra de Lujan: gracias por hacernos vivir en esta hora difícil y decisi­
va. Gracias por tu presencia de Madre en esta hora. Ayúdanos a dar
siem pre razón de la esperanza que hay en nosotros. Que no tenga­
mos miedo, que confiemos siem pre en la bondad del hom bre y en el
amor del Padre; que aprendam os de una vez que el mundo se cons­
truye desde dentro: desde la profundidad del silencio y la oración,
desde la alegría del amor fraterno, desde la sencillez de la pobreza,
desde la fecundidad insustituible de la cruz. Tú eres la Madre de la
Santa Esperanza. Danos siem pre a Jesús, nuestra feliz esperanza.
Amén.»

65
21.
Oraciones a la Virgen
al pie de la cruz

1. Ven a nuestra casa


«Señora y Madre nuestra: tú estabas serena y fuerte junto a la
cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo.
Lo perdías, en cierto sentido, porque Él tenía que estar en las
cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en el Redentor
del mundo, en el Amigo que da la vida por sus amigos.
María, ¡qué herm oso es escuchar desde la cruz las palabras de
Jesús: “Ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu Madre”!
¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan! Quere­
mos llevarte siem pre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde
vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la
Trinidad Santísima. Amén.»

2. Señora, enséñanos a estar ju n to a la cruz


«Tú, Señora, estabas allí, junto a la cruz de Jesús. Haz que des­
cubram os tu presencia sobre todo en nuestra cruz. Haz que en la
cruz experim entem os la presencia del Padre y tu presencia. Que en
los momentos en que la cruz es más pesada sepamos que el Hijo nos

66
está diciendo: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,27a); y que a ti te está
diciendo: “Aquí tienes a tu hijo” (Jn 19,26b). María, en la fiesta o en
la cruz, ven a nuestro corazón: a nuestro corazón de fiesta o a nues­
tro corazón sufriente y silencioso. Señora, que tú estés siem pre allí y
que nosotros tam bién aprendam os a estar donde nos pide el Señor.
Amén.»

67
22.
Oraciones a la Virgen de la Pascua

1. Virgen de la Pascua, ayúdanos a ser testigos de la


Resurrección
«María de la Pascua, María de la Cruz, María de la inmolación
total, de la donación gozosa y sencilla, María la contem plativa, la fiel,
ayúdanos a vivir la alegría de nuestra fidelidad, ayúdanos a descubrir
el misterio de nuestra hora, de nuestra hora en la Iglesia y en el mun­
do. Ayúdanos a ser generosam ente fieles a Jesucristo en su Iglesia pa­
ra la salvación de los hermanos. Ayúdanos, oh María, causa de nues­
tra alegría, Madre de la Santa Esperanza, a ser entre los hom bres de
hoy testigos luminosos de la Resurrección, com unicadores constan­
tes de la Novedad Pascual. Hombres y mujeres que gritan, en su exis­
tencia misma, que Dios los ama y engendran en el corazón de sus
herm anos la alegría de la esperanza. Amén.»

2. Señora de la Pascua, que esta Pascua sea nueva


«Señora de la Pascua, Madre de Cristo, el Hombre nuevo, Ma­
dre mía, hom bre nuevo por el Bautismo, Señora de la Reconcilia­
ción, haz que esta Pascua sea nueva, original, definitiva en mi vida.
Ayúdame a descubrir al Padre. Ayúdanos a experim entar el gozo del
Padre que nos ama y que habita en nosotros. Ayúdanos a gritar a los

68
hom bres que somos hijos de un mismo Padre, que somos todos her­
manos. Ayúdanos a formar una comunidad muy honda en la contem ­
plación, fraterna en la caridad, dinámica y generosa en la misión.
Señora de la Pascua, concédenos vivir este año la Pascua de la
gracia, la Pascua de la amistad, la Pascua del encuentro, la Pascua de
la reconciliación. Que así sea.”

3- Señora ele la Pascua, renueva nuestro corazón


«Señora de la Pascua, te pido la alegría del hom bre nuevo que
nace en la historia para mí, para estos queridos herm anos sacerdotes
que concelebran conmigo la Eucaristía, para las religiosas, para todo
este pueblo fiel que canta el aleluya de la resurrección.
Madre de la Esperanza, renuévanos, cambia nuestro corazón-
de piedra por un corazón de carne. Envíanos con Cristo, desde el Pa­
dre, el Espíritu que nos hace nuevos, que nos inunda de paz y de go­
zo, que nos hace mensajeros de esperanza.
Señora de la Pascua, Señora que aguardaste esta madrugada de
la resurrección. Señora que sentiste el dolor fecundo de la cruz y por
eso supiste lo que es esperar, enséñanos —aun en m edio de la oscu­
ridad humana en que nos debatimos—a esperar. Enséñanos sobre to­
do, Señora, a amar. Que brindem os a quienes viven con nosotros, a
quienes encontram os en el barrio, en la escuela, en el negocio, en el
taller, en el ómnibus, en el m ercado, la luz y la esperanza que esta
noche se han encendido de una manera inextinguible en nuestro co­
razón.
Sí, Madre de la Pascua, estoy seguro y lo grito con toda el al­
ma: “Resucitó Cristo, nuestra esperanza”. Que así sea.»

69
23.
Oraciones a la Virgen
Madre de la Iglesia

1. Virgen clel Cenáculo


«María, Virgen del Cenáculo, imagen y principio de la Iglesia, tú
nos muestras a la Iglesia Virgen, Esposa y Madre. Tú nos muestras a la
Iglesia contemplativa, fraterna y misionera. Ayúdanos a prestar nues­
tro sí constante al Señor para que nuestra presencia en el seno de la
Iglesia sea com o la tuya: oculta y a la vez real, verdadera y fecunda.
Señora del Cenáculo, Madre de la Iglesia, tú que presidiste en
el amor la oración de los apóstoles y la espera del Espíritu Santo, en­
séñanos a vivir y a gustar el misterio de la Iglesia.
Enséñanos a engendrar la Iglesia com o tú, desde nuestro cora­
zón lleno de fe. Enséñanos tu oración silenciosa y tu disponibilidad
al Espíritu para saber orar con los apóstoles en comunicación ecle-
sial; para saber acom pañar a la Iglesia desde dentro, com o tú; para
que por nuestro sí la Iglesia vaya creciendo en fidelidad, en com u­
nión, en santidad. Amén.»

2. Virgen Madre de la Iglesia


«Señora, Madre de la Iglesia, de .la cual nace Jesús constante­
m ente para el mundo: guárdanos e a tu corazón pobre, contemplati-

7Q . •

i
vo y fiel. Que aprendam os a escuchar com o tú la Palabra, que la guar­
demos y la rumiemos en el silencio contem plativo, que gocemos la
presencia del Padre. Que desde tu corazón podam os decir com o tu
Hijo Jesús, “el prim ogénito entre m uchos herm anos” (Rm 8,29): “Ab-
bá, Padre”, “Sí, Padre”. Amén.»

71
24.
Oraciones a la Virgen de la Asunción

1. Virgen de la Asunción, danos un corazón de


peregrinos
«María, tú eres la m ujer vestida de sol con la luna bajo sus pies,
coronada de doce estrellas. Tú eres la m ujer que nos ha dado a Cris­
to y a la Iglesia. María, coronada en el cielo como Madre y Reina
nuestra, tú eres signo de esperanza cierta y de consuelo para noso­
tros, que todavía peregrinam os en la tierra. Danos un corazón senci­
llo y pobre com o el tuyo para poder esperar verdaderamente. Danos
un corazón orante y contem plativo para descubrir constantem ente
el paso del Señor en nuestra historia hasta que nos abramos al en­
cuentro definitivo, en la* visión. Danos un corazón lleno de caridad
que viva en disponibilidad total a la voluntad del Padre y en servicio
generoso a los herm anos. Danos un corazón sereno y fuerte para que
gustemos la cruz pascual y contagiemos a los hom bres la esperanza.
Danos un corazón de discípulo para que escuchem os constantem en­
te la Palabra, la acojamos en nuestro interior y la com uniquem os con
alegría. Danos un corazón de peregrinos para caminar contigo, oh
Madre y Señora nuestra, hasta el encuentro definitivo con el Hijo que
nació de ti y reina con el Padre y el Espíritu por los siglos de los si­
glos. Amén.»

72
2. Señora de la Asunción, llévanos de la mano hasta
la Casa del Padre
«Señora de la Asunción —Virgen de la glorificación definitiva y
de la Pascua—, hoy querem os hablar contigo, muy filialmente, de un
modo especial y nuevo, para decirte:
— Que cantamos contigo el Magníficat al Padre por todas las
maravillas que Él ha obrado en tu pequenez y tu pobreza, y que hoy
se consuman en la gloria que Dios hace resplandecer sobre tu alma
y tu cuerpo.
—Que agradecemos tu plena disponibilidad al Padre y la sere­
na alegría conque —desde la Anunciación hasta la Cruz— has vivido
tu Fiat, el “Sí” generoso y sencillo con que has recibido y practicado
siem pre la Palabra de Dios.
—Que nos consagramos a ti con toda el alma. Guárdanos en tu
corazón y ayúdanos a ser “fieles”: a vivir, com o tú, en el silencio, en
la pobreza, en la disponibilidad; a realizar con alegría la voluntad del
Padre; a servir con generosidad a nuestros hermanos.
Sé tú nuestra Señora y nuestra Madre.
Santifica a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y reli­
giosas, a los apóstoles laicos.
Ilumina a los que nos gobiernan.
Conserva la inocencia de los niños, la generosidad ardiente de
los jóvenes, la armonía fecunda de los hogares.
Socorre, muy especialm ente, a los pobres, a los enfermos, a
los que sufren.
Alivia nuestra tristeza, aumenta nuestra alegría, asegura nues­
tra paz.
Y llévanos de la mano, Señora y Madre nuestra, hasta que sea­
mos glorificados contigo en la Casa del Padre. Amén.»

73
25. /
Oración a María la Mujer Nueva

«María, la llena de Gracia, ¡alégrate! te decimos con el Ángel, y


necesitamos que el mismo Ángel nos lo repita a nosotros para sentir­
nos más serenos, más tranquilos, más alegres; para com unicar a los
hom bres la alegría de un Dios que, por amor, se ha manifestado en
tu Hijo, Jesucristo... María, la Mujer Nueva, que nos ha dado el Hom­
bre Nuevo; María, la Nueva, que posibilité) que fuéramos, por el Hi­
jo, rescatados de la ley y hechos hijos adoptivos. María, que presidió
la oración de los Apé>stoles en Pentecostés cuando descendió el Es­
píritu. María, tú eres el signo de la novedad Pascual, tú eres la nueva
criatura; lo fuiste desde la concepción inmaculada, lo eres ahora des­
de la gloria... Ayúdanos a hacernos nuevos y a enseñar a los hom bres
la victoria de lo nuevo sobre lo viejo, de la luz sobre las tinieblas, del
amor sobre la violencia, de la vida sobre la m uerte, de la com unión
sobre el egoísmo, de la esperanza sobre el desaliento... María, alégra­
te, ¡til eres la llena de Gracia! Amén.»

74
26. /
Oración a Nuestra Señora de América

«Virgen de la esperanza, Madre de los pobres, Señora de los


que peregrinan: óyenos.
Hoy te pedimos por América Latina, el continente que tú visi­
tas con los pies descalzos, ofreciéndole la riqueza del Niño que aprie­
tas en tus brazos. Un Niño frágil que nos hace fuertes. Un Niño po­
bre que nos hace ricos. Un Niño esclavo que nos hace libres.
Virgen de la esperanza: América despierta. Sobre sus cerros
despunta la luz de una mañana nueva. Es el día de la salvación que
ya se acerca. Sobre los pueblos que m archaban en tinieblas ha brilla­
do una gran Luz. Esa Luz es el Señor que tú nos diste, hace m ucho,
en Belén, a m edianoche. Queremos caminar en la esperanza.
Madre de los pobres: hay m ucha miseria entre nosotros. Falta
el pan material en muchas casas. Falta el pan de la verdad en mu­
chas m entes. Falta el pan del am or en m uchos hom bres. Falta el Pan
del Señor en m uchos pueblos. Tú conoces la pobreza y la viviste.
Danos alma de pobres para ser felices. Pero alivia la miseria de los
cuerpos y arranca del corazón de tantos hom bres el egoísmo que
em pobrece.
Señora de los que peregrinan: somos el Pueblo de Dios en
América Latina. Somos la Iglesia que peregrina hacia la Pascua.
Que los Obispos tengan un corazón de padre. Que los sacer­
dotes sean los amigos de Dios para los hombres. Que los religiosos

75
m uestren la alegría anticipada del Reino de los cielos. Que los laicos
sean, ante el m undo, testigos del Señor resucitado. Y que camine­
mos juntos con todos los hombres com partiendo sus angustias y es­
peranzas. Que los pueblos de América Latina vayan avanzando hacia
el progreso por los caminos de la paz en la justicia.
Nuestra Señora de América: ilumina nuestra esperanza, alivia
nuestra pobreza, peregrina con nosotros hacia el Padre. Así sea.»

76
27. /
Oración a Nuestra Señora de la
Reconciliación

«Nuestra Señora de la Reconciliación: Virgen de la fidelidad y


del servicio, de la pobreza y del silencio, de la nueva creación por el
Espíritu. Madre de los que sufren en la soledad y buscan en la espe­
ranza. Señora de los que vuelven a la Casa y descubren al Padre y al
hermano. Virgen de la Amistad y del Amor, Señora de la Paz y de la
Alianza.
Tú nos diste a Jesús, “el Salvador”, “el que quita el pecado del
m undo” y lo reconcilia con el Padre por su Sangre. El que nos dio la
Eucaristía y nos pidió que nos amáramos.
Gracias por ser así: tan sencilla y tan buena, tan honda en la
contem plación y tan abierta a los problem as de los otros, tan fiel ser­
vidora del Señor y tan cercana a los hom bres que pecamos.
Gracias por habernos recibido. Por habernos golpeado el co­
razón y enseñado la senda del regreso. Por habernos serenado en el
camino. Por hacernos sentir que somos hijos. Olvidamos al Padre
que nos ama y nos hemos encerrado ante el dolor, la pobreza y la in­
justicia.
Hoy gozamos en la paz y la alegría del reencuentro. Hemos
vuelto al Señor que nos libera y hace nuevos. Saboreamos adentro su
Palabra y comimos en familia el Pan de la unidad que da la vida. De

77
allí nace para todos el Espíritu de Amor que nos faltaba, y esa sed de
justicia verdadera que es la raíz de la paz entre los pueblos. Gracias
por todo, Madre del Camino y la Esperanza. Gracias por habernos al­
canzado la reconciliación con Dios y con los hom bres en tu Hijo.
Virgen de la Reconciliación: Muéstranos al Padre cada día y a
Cristo que vive en los hermanos. Ayúdanos a com prender las exigen­
cias del Sermón de la Montaña. Que seamos sal de la tierra, luz dei
m undo, levadura de Dios para la historia. Enséñanos a vivir sencilla­
m ente la fecundidad de las Bienaventuranzas. Que seamos pobres y
misericordiosos, limpios de corazón y serenos en la cruz, ham brien­
tos de justicia y hacedores de la paz. Que gritemos al m undo “Dios
es nuestro Padre” y “todo hom bre es nuestro herm ano”. Que asuma­
mos sus angustias y esperanzas.
Que enseñem os a los hom bres descreídos y amargados, que
sólo confian en la ciencia y en las armas, y viven la explosiva tenta­
ción de la violencia que “la paz es posible todavía porque es posible
el am or”.
Nuestra Señora d e ja Reconciliación —imagen y principio de la
Iglesia—: hoy dejamos en tu corazón —pobre, silencioso y disponi­
ble— esta Iglesia peregrina de la Pascua, lina Iglesia esencialm ente
misionera, ferm ento y alma de la sociedad en que vivimos; una Igle­
sia Profètica que sea el anuncio de que el Reino ya ha llegado. Una
Iglesia de auténticos testigos, insertada en la historia de los hom bres
com o presencia salvadora del Señor, y com o fuente de Paz, de Ale­
gría y de Esperanza. Amén. Que así sea.»

78
28. ,

Oración a Nuestra Señora


de la Misión

«Virgen de la Buena Nueva:


recibiste la Palabra y la practicaste.
Por eso fuiste feliz y cambió la historia.
Virgen de la misión y del camino,
la que llevó a la casita de Isabel la Salvación
y a los campos de Belén la Luz del Mundo.
Gracias por haber sido misionera.
Por haber acom pañado a Jesús en el silencio
y la obediencia a su Palabra.
Gracias porque tu misión fue hasta la cruz
y hasta el Don del Espíritu en Pentecostés.
Allí nació la Iglesia misionera.

Virgen de la Misión:
También nosotros viviremos en misión.
Que toda la Iglesia se renueve en el Espíritu.
Que amemos al Padre y al hermano.
Que seamos pobres y sencillos,
presencia de Jesús y testigos de su Pascua.
Que al entrar en cada casa com uniquem os la Paz,

79
r
anunciem os el Reino y aliviemos a los que sufren.
Que formemos comunidades ORANTES,
FRATERNAS Y MISIONERAS.
Virgen de la Reconciliación:
nuestra Iglesia peregrina
quiere proclamar la Fe con la Alegría de la Pascua
y gritar al mundo la Esperanza.
Por eso se hunde en tu silencio, tu com unión
y tu servicio.
Ven con nosotros a caminar.
Amén. Que así sea.»

80
29.
Oración a Nuestra Señora de la Peña

«Señora de la Peña:
Hemos subido hasta aquí para rezarte.
Venimos con el cariño y la esperanza de los hijos.
Con el cansancio y la debilidad de los peregrinos.
No tenem os nada para darte.
Sólo nuestra miseria y nuestra cruz,
nuestra pequeñez y nuestro deseo de ser más buenos.
Tú eres nuestra fortaleza, Señora de la Peña.
Ahora seguiremos caminando.
Bajaremos del cerro purificados y cambiados,
iluminados adentro.
Tú eres la inmaculada, la nueva creatura,
la que ha sido com o plasmada por el Espíritu Santo.
Limpíanos, purifícanos.
Que la Sangre de Jesús nos haga nuevos.
Que su palabra nos ilumine.

Virgen de la Peña:
Tú seguirás haciendo el camino con nosotros.
Nos m eterem os dentro de tu corazón Fiel.
Querem os decirle al Padre que sí con toda el alma.
Decirle que sí a la pobreza que nos hace libres,

81
a la Contemplación que nos hace luminosos,
a la Cruz que nos hace fecundos.
Que experim entem os siempre tu presencia
en nuestra vida.
Que al bajar del cerro,
cuando nos encontrem os otra vez
con lo difícil y lo triste,
con lo alegre y esperanzado,
oigamos siem pre una voz que nos está diciendo
desde tu Corazón bondadoso y tierno:
“Aquí tienes a tu Madre”.

Señora de la Peña:
Gracias por todo. Ven con nosotros a caminar.
Amén. Así sea.»

82
30. ,
Oración a Nuestra Señora
de la Piedad

«Señora de la Piedad:
Tú conoces la pobreza y el dolor, la separación y la m uerte, la
cruz y la soledad. Por eso puedes entenderm e.
Todo com enzó un día en que le dijiste al Señor que “Sí”. Pere­
grinaste en la fe, sin com prender muchas cosas. Pero guardabas en
tu corazón la palabra recibida y fuiste fiel. Junto a la Cruz perm ane­
ciste de pie, serena y fuerte. Luego viviste en la soledad y la espera
hasta la madrugada de Pascua en que la claridad del Hijo resucitado
llenó tu alma sencilla y pobre.
Madre de la Compasión:
Estoy sufriendo muchísimo. Al pasar por aquí me detuve a
contem plarte. Tu silencio doloroso me pacifica.
Sólo te pido que vivamos juntos mi pobreza, mi dolor, mi so­
ledad. Que me des un poco de serenidad en la cruz. Que me acom­
pañes ahora que vuelvo a casa, al trabajo, a mi vida diaria: para que
la luz de mi Esperanza no se apague.
Y te pido por todos los que sufren. Por los que-se sienten po­
bres y solos. Por los que no tienen amigos que les m uestren el senti­
do del dolor y la fecundidad de la cruz. Con todos ellos yo quiero ir

83
andando el camino de la vida, peregrinando juntos hacia el Padre,
com partiendo las angustias y esperanzas.

Señora de la Pascua:
Tú vienes ahora con nosotros, conmigo, con los de casa, con
todos los que sufren. Para que la oscuridad de la ruta no nos pierda,
para que la rudeza del trabajo no nos canse, para que la luz de la Ca­
sa del Padre nos alum bre siem pre y nos alegre. Así sea.»

•A

84
El Testamento Espiritual

¡En el nom bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén!
¡Magníficat!
Fui bautizado en el nom bre de la Trinidad Santísima; creí fir­
m em ente en Ella, por la misericordia de Dios; gusté su presencia
amorosa en la pequeñez de mi alma (me sentí inhabitado por la Tri­
nidad). Ahora entro «en la alegría de mi Señor», en la contem plación
directa, «cara a cara», de la Trinidad. Hasta ahora «peregriné lejos del
Señor». Ahora «lo veo tal cual Él es». Soy feliz ¡Magníficat!
«Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el m undo y vuelvo
al Padre». Gracias, Señor y Dios mío, Padre de las misericordias, por­
que me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu
perdón.
No quiero que lloren mi partida. «Si me amáis, os alegraréis:
porque me voy al Padre». Sólo pido que me sigan acom pañando con
su cariño y oración y que recen m ucho por mi alma.
¡Magníficat! Me pongo en el corazón de María, mi buena Ma­
dre, la Virgen fiel, para que me ayude a dar gracias al Padre y a pedir
perdón por mis innunerables pecados.
¡Magnificad Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lin­
do es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la es­
pero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mi Verdad y mi Camino.
¡Magníficat! Doy gracias al Padre por el don inapreciable de mi
Bautismo que me hizo hijo de Dios y tem plo vivo de la Trinidad. Me
duele no haber realizado bien mi vocación bautismal a la santidad.

85
¡Magníficat! Agradezco al Señor por mi sacerdocio. Me he
sentido extraordinariam ente feliz de ser sacerdote y quisiera trans­
m itir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, com o mi m ejor
testam ento y herencia. El Señor fue bueno conmigo. Que las almas
que hayan recibido la presencia de Jesús por mi m inisterio sacer­
dotal, recen por mi eterno descanso. Pido perdón, con toda mi al­
ma, por el bien que he dejado de hacer com o sacerdote. Soy ple­
nam ente consciente de que ha habido m uchos pecados de om i­
sión en mi sacerdocio, por no haber sido yo generosam ente lo que
debiera frente al Señor. Quizás ahora, al m orir, em piece a ser ver­
daderam ente útil: «Si el grano de trigo... cae en tierra y m uere, en­
tonces produce m ucho fruto». Mi vida sacerdotal estuvo siem pre
m arcada por tres am ores y presencias: el Padre, María Santísima,
la Cruz.
¡Magnificat! Doy gracias a Dios por mi m inisterio de servicio
en el episcopado. ¡Que bueno ha sido Dios conmigo! He querido
ser «padre, herm ano y amigo» de los sacerdotes, religiosos y religio­
sas, de todo el Pueblo de Dios. He querido ser una sim ple presen­
cia de «Cristo, Esperanza de la (»loria». Lo he querido ser siem pre,
en los diversos servicios que Dios me ha pedido com o Obispo: Au­
xiliar de La Plata, Adm inistrador Apostólico de Avellaneda, Secreta­
rio General y Presidente del CELAM, Obispo de Mar del Plata y lue­
go, por disposición del Papa Pablo VI, Prefecto de la Sagrada Con­
gregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y, finalm en­
te, por benigna disposición del Papa Juan Pablo II, Presidente del
Pontificio Consejo para los Laicos. Me duele no haber sido más útil
com o obispo, haber defraudado la esperanza de m uchos y la con­
fianza de mis queridísim os Padres los Papas Pablo VI y Juan Pablo
II. Pero acepto con alegría mi pobreza. Q uiero m orir con un alma
enteram ente pobre.
Quiero manifestar mi agradecimiento al Santo Padre, Juan Pa­
blo II, por haberm e confiado, en abril de 1984, la animación de los
fieles laicos. De ellos depende, inmediatamente, la construcción de
la «civilización del amor». Los quiero enorm em ente, los abrazo y los
bendigo; y agradezco al Papa su confianza y su cariño.

86
¡Magníficat! Doy gracias a Dios que, por el Santo Padre Pablo
VI, me ha llamado a servir a la Iglesia Universal en el privilegiado
cam po de la vida consagrada. ¡Cómo los quiero a los Religiosos y Re­
ligiosas y a todos los laicos consagrados del mundo! ¡Cómo pido a
María Santísima por ellos! ¡Cómo ofrezco hoy con alegría mi vida por
su fidelidad! Soy Cardenal de la Santa Iglesia. Doy gracias al querido
Santo Padre Pablo VI por este nom bram iento inmerecido. Doy gra­
cias al Señor por haberm e hecho com prender que el Cardenalato es
una vocación al martirio, un llamado al servicio pastoral y una forma
más honda de paternidad espiritual. Me siento así feliz de ser mártir,
de ser pastor, de ser padre.
¡Magníficat! Agradezco al Señor el privilegio de su cruz. Me
siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber su­
frido bien y no haber saboreado siem pre en el silencio mi cruz. De­
seo que, al menos ahora, mi cruz com ience a ser luminosa y fecun­
da. Que nadie se sienta culpable de haberm e hecho sufrir, porque
han sido instrum ento providencial de un Padre que me amó mucho.
¡Yo sí pido perdón, con toda mi alma, porque hice sufrir a tantos!
¡Magníficat! Agradezco al Señor que me haya hecho com pren­
der el Misterio de María en el Misterio de Jesús y que la Virgen haya
estado tan presente en mi vida personal y en mi ministerio. A Ella le
debo todo. Confieso que la fecundidad de mi palabra se la debo a Ella
y que mis grandes fechas —de cruz y de alegría—fueron siem pre fe­
chas marianas.
¡Magníficat! Agradezco al Señor que mi ministerio se haya de­
sarrollado casi siempre, de un modo privilegiado, al servicio de los
sacerdotes y seminaristas, de religiosos y religiosas y últimam ente de
los fieles laicos. A los sacerdotes a quienes, en mi largo ministerio,
pude hacerle algo de bien les ruego la caridad de una Misa por mi al­
ma. A todos les agradezco el don de su amistad sacerdotal. A los que­
ridos seminaristas —a todos los que Dios puso un día en mi caminó­
les auguro un sacerdocio santo y fecundo: que sean almas de ora­
ción, que saboreen la cruz, que amen al Padre y a María. A los queri­
dísimos religiosos y religiosas, «mi gloria y mi corona», les pido que
vivan con alegría honda su consagración y su misión. Lo mismo les

87
digo a los queridísimos laicos consagrados en la providencial llama­
da de los Institutos Seculares. A todos les pido que perdonen mis ma­
los ejem plos y pecados de omisión.
¡Magníficat! Doy gracias a Dios por haber podido gastar mis
pobres fuerzas y talentos en la entrega a los queridos laicos, cuya
am istad y testim onio me han enriquecido espiritualm ente. He
querido m ucho a la Acción Católica. Si no hice más es porque no
he sabido hacerlo. Dios me concedió trabajar con los laicos desde
la sencillez cam pesina de M ercedes (Argentina) hasta el Pontificio
Consejo para los Laicos. ¡Magníficat!
Pido perd ó n a Dios por mis innum erables pecados, a la
Iglesia por no haberla servido más generosam ente, a las almas por
no haberlas am ado más heroica y concretam ente. Si he ofendido
a alguien, le pido que me perdone: quiero partir con la concien­
cia tranquila. Y si alguien cree haberm e ofendido, quiero que
sienta la alegría de mi perdón y de mi abrazo fraterno.
Agradezco a todos su amistad y su confianza. Agradezco a mis
queridos padres —a quienes ahora encontraré en el cielo— la fe que
me transmitieron. Agradezco a todos mis herm anos su compañía es­
piritual y su cariño, especialm ente a mi herm ana Zulema.
Amo con toda mi alma al Papa Juan Pablo II, le renuevo mi en­
tera disponibilidad, le pido perdón por todo lo que no supe hacer co­
mo Prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos
Seculares y com o Presidente del Pontificio Consejo para Kvs Laicos.
Dios es testigo de mi absoluta entrega y de mi total buena volun­
tad. Le agradezco la delicadeza y la bondad de haberme querido nombrar
Cardenal Obispo de la Diócesis Suburbicaria de Sabina - Poggio Mirteto.
Renuevo a las queridas Siervas de Cristo Sacerdote, que me
acom pañaron durante tantos años, toda mi gratitud, mi cariño pater­
nal y mi profunda veneración por su vocación específica tan provi­
dencial en la Iglesia. Las quiero m ucho, rezo por ellas y las bendigo
en Cristo y María Santísima.
Agradezco a mi querido y fiel Secretario, el R. P. Fernando Vér-
gez, Legionario de Cristo, su cariño y su fidelidad, su compañía tan
cercana y eficaz, su colaboración, su paciencia y su bondad.

88
Pido que hagan celebrar misas por mí y rezar por mi alma y las
de tantos por quienes nadie se acuerda. De un modo especial quiero
que hagan rezar por la santificación de los sacerdotes, de los religio­
sos y las religiosas y de todas las almas consagradas.
Quiero morir tranquilo y sereno: perdonado por la misericor­
dia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y com pren­
sión de mis hermanos. No tengo ningún enemigo, gracias a Dios; no
siento rencor ni envidia a nadie. A todos les pido que me perdonen
y recen por mí.
¡Hasta reunirnos en la Casa del Padre! ¡Los abrazo y bendigo
con toda mi alma por última vez en el nom bre del Padre y el Hijo y
el Espíritu Santo! Los dejo en el corazón de María, la Virgen pobre,
contemplativa y fiel. ¡Ave María! A Ella le pido: «Al final de este des­
tierro muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús».

89
)
Indice

Presentación..............................................................................................3
Señor, enséñanos a orar...........................................................................5

/. Oraciones a Cristo................................................................ 7
1. Oraciones del cristiano....................................................................... 9
1. Creo, Señor, en Tí............................................................................9
2. Señor, te he en co n trad o .................................................................9
3. Señor................................................................................................ 10
4. Señor, quiero ser testigo de tu amor (Jueves Santo).............. 11
5. Gracias, Señor, por la C ruz......................................................... 11
6. Señor, esta noche de la Soledad de Nuestra
Señora, es la noche de la unidad (Sábado Santo)................... 12
2. Oraciones por las com unidades......................................................14
1. Señor, hoy te pido por las com unidades..................................14
2. Señor, concédenos el gozo de la com unión............................ 15
3. Señor, haznos constructores de com u n id ad ............................15
3. Oración del hijo pródigo.................................................................. 17
4. Oraciones del consagrado................................................................18
1. Señor, haz que sea lu z .................................................................. 18
2. Señor, infúndeme alegría y esperanza....................................... 19
3. Señor, ayúdame a ser fiel a mi misión profètica..................... 20
4. Señor, haz que sepamos anunciar tu Buena Nueva................21
5. Gracias, Señor, porque me elegiste
testigo de reconciliación............................................................. 21

91
6. Gracias, Señor, por tu cruz. Gracias por mi c ru z .......... .22
7. Señor, revélanos el misterio de tu Iglesia........................ .23
5. Oraciones del sacerdote......................................................... .24
1. En el Jueves Santo: Señor, que hoy sea el día del amor .24
2. Nos hiciste, Señor, ministros de la Vida.......................... .25
6. Oración del O b isp o ................................................................. .26

II. Oraciones a la Virgen.............................................. 33


7. Oración a la Virgen Inm aculada............................................ .35
8. Oración a la Virgen en su natividad..................................... .36
9. Oraciones a la Virgen de la Encarnación............................. .37
1. Nuestra Señora de la Encarnación.................................... .37
2. Señora del S í......................................................................... •37
10. Oraciones a la Virgen M adre............................................... .39
1. Madre, muéstranos a J e s ú s ................................................ .39
2. Señora y Madre nuestra, ayúdanos a conocer a Jesús... .39
3- María, enséñam e la fecundidad de tu S í.......................... .40
4. Madrecita del cielo (En el día de la M adre).................. .40
11. Oración a la Virgen Templo de la Trinidad...................... .44
12. Oraciones a la Virgen de la Visitación............................... .45
1. Nuestra Señora del servicio y del am o r........................... .45
2. A María, mensajera de salvación....................................... 45
13- Oraciones a la Virgen del Magnificat.................................. .47
1. Señora del Magníficat, Virgen o ra n te .............................. .47
2. María, enséñam e a proclamar la grandeza del Señor .... .47
3. Señora del Magnificat, danos un corazón p o b re ........... 48
14. Oración a la Virgen de la N ochebuena............................. 49
Señora del Silencio y de la E spera........................................ 49
15. Oraciones a la Virgen de B elén........................................... 51
1. María de Belén, prepáranos a recibir al Em manuel....... 51
2. Señora de Belén, Señora de la Noche
y la Mañana, Señora del Silencio y de la Luz.................. 51

92
3. Señora y Madre de la Luz.......................................................... 52
16. Oraciones a la Virgen de C a n a .....................................................53
1. Señora de Cana, Virgen de la Presencia silenciosa.................54
2. Señora de Cana de G alilea.......................................................... 54
17. Oraciones a la Virgen del Cam ino............................................... 57
1. Señora de la Pascua y de todas las partidas.................... ........ 57
2. María, Virgen del C am ino............................................................59
3. Señora y Madre nuestra, que haces camino con nosotros ....60
18. Oraciones a María, la Virgen P obre............................................. 6l
1. María, Virgen Pobre, ayúdanos a tener un corazón de pobre .61
2. María, ayúdanos a hacer de nuestra vida un d o n ................... 62
19. A María, Virgen de la fe y de la fidelidad...................................63
20. Oraciones a Nuestra Señora de la E speranza............................ 64
1. A Nuestra Señora, causa de la alegría,
Madre de la santa esperanza....................................................... 64
2. A María de Nazaret, Madre de la Santa Esperanza.................65
21. Oraciones a la Virgen al pie de la cruz...................................... 66
1. Ven a nuestra c a sa ........................................................................66
2. Señora, enséñanos a estar junto a la cru z................................ 66
22. Oraciones a la Virgen de la Pascua.............................................. 68
1. Virgen de la Pascua, ayúdanos a ser
testigos de la Resurrección..........................................................68
2. Señora de la Pascua, que esta Pascua sea n u e v a ..................... 68
3. Señora de la Pascua, renueva nuestro c o ra z ó n ...................... 69
23. Oraciones a la Virgen, Madre de la Iglesia................................ 70
1. Virgen del C enáculo..................................................................... 70
2. Virgen Madre de la Iglesia.......................................................... 70
24. Oraciones a la Virgen de la Asunción..........................................72
1. Virgen de la Asunción, danos un corazón de peregrinos......72
2. Señora de la Asunción, llévanos de la
mano hasta la Casa del P a d re .....................................................73

93
25. Oración a María la Mujer Nueva................................................. 74
26. Oración a Nuestra Señora de A m érica...................................... 75
27. Oración a Nuestra Señora de la R econciliación......................77
28. Oración a Nuestra Señora de la M isión.................................... 79
29. Oración a Nuestra Señora de la P e ñ a ........................................81
30 Oración a Nuestra Señora de la P iedad.................................... 83

El Testam ento Espiritual.......................................................................85

94
liste libro se terminó de imprimir en el mes de abril de 1998, en los
Talleres Gráficos Color Ufe, Paso 192, Avellaneda, Buenos Aires, Argentina.
...¡Magníficat! Agradezco al Señor que m i m inisterio se haya
desarrollado casi siempre, de u n m odo privilegiado, al servicio de
los sacerdotes y sem inaristas, de los religiosos y religiosas y, últi­
m am ente, de los fieles laicos. A los sacerdotes a quienes, en m i lar­
go m inisterio, p u d e hacerles algo de bien les ruego la caridad de
u n a Misa p o r m i alma. A todos les agradezco el don de su a m ista d
sacerdotal. A los queridos sem inaristas —a todos los que Dios puso
un día en m i ca m ino— les auguro un sacerdocio santo y fecundo:
que sean alm a s de oración, q u e saboreen la cruz, que a m en al Pa­
dre y a María. A los queridísim os religiosos y religiosas, «mi gloria
y m i corona», les p id o que viva n con alegría h onda su consagra­
ción y su m isión. Lo m ism o les digo a los queridísim os laicos con­
sagrados en la p ro videncial llam ada de los Institutos Seculares. A
todos les p id o que perdonen m is m alos ejem plos y pecados de o m i­
sión.
¡Magníficat! D oy gracias a Dios p o r haber podido gastar m is
fu e r z a s y talentos en la entrega a los queridos laicos, cuya a m is­
ta d y testim onio m e h a n enriquecido espiritualm ente. He querido
m ucho a la Acción Catódica. Si no hice m ás es p o rq u e no he sabi­
do hacerlo. Si he ofendido a alguien, le p id o q u e m e perdone: quie­
ro p a rtir con la conciencia tranquila. Y si alguien cree haberm e
ofendido, quiero que sienta la alegría de m i p erd ó n y de m i abra­
z o fraterno...
Del “Testamento Espiritual”
Cardenal Eduardo F. Pironio

I SBN 950-512-313-2

7 8 9 5 0 5 1 2 3 1 3 1

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