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1. INTRODUCCIÓN
Cuando en 1977 Hedley Bull publicó “La sociedad anárquica”1, en el que analizaba la
estructura de la sociedad internacional del momento, tuvo la lucidez de plantear escenarios a
futuro, posibles evoluciones de la sociedad internacional en función de los cambios que se
empezaban a dar y que analizaba en su obra.
Una de las claves, aunque no la única, por la que esta obra es considerada un clásico de
las Relaciones Internacionales, fue su propuesta conceptual de nuevo medievalismo. A saber,
la posibilidad de que la progresiva pérdida de influencia y poder de los Estados terminase
configurando una estructura similar a las épocas medievales, marco temporal en el que el
poder estaba en manos de una pluralidad de actores no exclusivamente políticos y sin una
clara base territorial. De esta manera cada actor regulaba algunos ámbitos de la vida social,
pero ninguno tenía la exclusividad.
Este concepto propuesto por Bull para el futuro supondría un avance hacia este tipo de
estructura en el que la ciudadanía no tendría un marco claro de referencia y la soberanía
estaría, por lo tanto, dividida.
En su análisis teórico, el autor australiano marcaba cinco tendencias que podían empujar
al sistema internacional hacia una situación de este tipo. Las dinámicas a analizar eran las
siguientes: en primer lugar, la integración regional de los Estados. En segundo lugar, la
posible desintegración de los mismos debido a las tendencias separatistas en el interior de
muchos de ellos. En tercer lugar, el auge de la violencia privada, sustrayendo al Estado una de
sus características básicas como es el monopolio del uso de la fuerza. En cuarto lugar, la
1
H. Bull, La sociedad anárquica. Un estudio sobre el orden en la política mundial, Madrid,
Libros de la Catarata, 2005.
1
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Ander Gutiérrez-Solana: Tendencias actuales en torno a la teoría de nuevo medievalismo
Este análisis de Bull supone un interesantísimo trabajo de estudio teórico, toda vez que
el propio autor termina concluyendo que no cree, en el momento de escribir esta obra, que se
den las condiciones para afirmar que realmente la sociedad internacional se dirija hacia un
panorama similar al medieval en cuanto al ámbito estudiado.
La investigación que aquí nos planteamos realizar no es tanto sobre el concepto mismo
de la teoría de nuevo medievalismo, sino un breve análisis de qué tendencias deberíamos
estudiar casi treinta años después de publicada la obra para seguir estudiando la actualidad del
concepto. De esta manera, proponemos la elección de nuevas variables surgidas o
profundizadas en los últimos años y que afectan a la soberanía del Estado de una forma que
podría entenderse lleva la sociedad internacional hacia presupuestos pre-westfalianos.
2
C. García Segura, “Prólogo a la edición española”, en H. Bull, La sociedad anárquica. Un
estudio sobre el orden en la política mundial, Madrid, Libros de la Catarata, 2005.
2
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En efecto, Bull reconoce que aunque el sistema internacional sigue siendo en su opinión
básicamente interestatal, es fundamental a la hora de emprender su estudio y prever su posible
evolución reconocer la entrada de nuevos actores que participan del sistema y que de, alguna
manera, están a su vez utilizando mecanismos propios del Estado, esto es, socavando su
soberanía.
Así pues, se nos propone una mirada al pasado como marco de referencia. En la Edad
Media, en Europa, los gobernantes no eran soberanos tal y como lo entenderíamos más
adelante. No tenían un control absoluto sobre su territorio, ni militar ni económico. Y es que
sobre un mismo espacio convivían diferentes autoridades, la de los propios gobernantes por
supuesto, pero también la de los vasallos que no cedían en sus privilegios; importante también
la labor de los gremios que regulaban sus actividades de forma casi autónoma y por supuesto,
la enorme autoridad de la Iglesia Católica, que no tenía un papel exclusivamente religioso
sino que tenía una influencia de marcado carácter político.
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Así pues, el análisis subsiguiente no puede ser otro que investigar cómo la multiplicidad
de actores que coexisten en el sistema internacional están afectando la soberanía del Estado,
porque si llevamos su influencia hasta las últimas consecuencias podríamos descubrir que “los
Estados soberanos comparten el protagonismo en la escena política mundial con ‘otros
actores’, de la misma forma que en la época medieval el Estado tenía que compartir el
protagonismo con ‘otras asociaciones’”3.
Para saber si estamos ante un sistema de este tipo, no basta por supuesto con comprobar
la existencia de varios actores internacionales además de los Estados, sino si de verdad estos
actores le han obligado a compartir su postura hegemónica dentro del sistema.
Volviendo por última vez a la percepción ciudadana, podría ser que cuando la
ciudadanía de un lugar se debata entre diferentes autoridades sin reconocer la primacía de
ninguna, en especial de ninguna de forma estatal, estemos ante un nuevo orden internacional
de carácter neomedieval.
3. TENDENCIAS ACTUALES
3
H. Bull, op. cit., p. 305.
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El final del Siglo XX y el inicio del XXI han venido a reforzar una dinámica que venía
dándose ya desde mucho antes: la integración económica mundial. Este proceso supone la
aceptación por parte de una mayoría de países de una política liberalizadora de sus
transacciones internacionales corrientes. Implicaba abandonar la planificación central de la
economía y, por lo tanto, reducir el peso del Estado en el control de la economía4. De esta
manera nos enfrentamos a dos presupuestos: la pérdida de influencia del Estado en la
economía y el hecho básico de que esto se ha producido por una decisión voluntaria de los
mismos (en realidad, la voluntariedad es aplicable más bien a los países más desarrollados y
que provienen del antiguo eje capitalista).
A partir de esta decisión, el mercado es más libre de imponer políticas y “la autonomía
de cada país se ve constreñida” por las fuerzas del mismo5. Así, la interdependencia
económica sustituye a la soberanía y la economía nacional deja de algún modo de existir para
convertirse en economía mundial6.
Aún así, es evidente que existe una sensación a nivel general de sumisión de los
gobiernos centrales a las exigencias y veredictos de esos mercados y, por lo tanto, de una
relativa incapacidad de distanciarse de esas políticas macroeconómicas8.
4
M. Guitián, “La búsqueda de orden por medio de la arquitectura”, Economistas, nº. 80, 1999, pp. 36-40.
5
Ibidem, p. 40.
6
J.-M. García de la Cruz, “La economía global: lo viejo y lo nuevo”, Documentación Social, nº. 125, 2001, pp.
61-77.
7
Ibidem.
5
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8
E. Ontiveros, “Globalización financiera y soberanía económica”, Moneda y Crédito, nº. 210, 2000, pp. 111-
152.
9
PNUD, La democracia en América Latina: Hacia una democracia de ciudadanas y
ciudadanos, PNUD, n.l., 2004.
10
D. Held, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita, Barcelona, Paidós,
1997, p. 166.
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11
S. Strange, La retirada del Estado, Barcelona, Icaria, 2001.
12
E. Ontiveros, op. cit.
13
C., García Segura, “La globalización en la sociedad internacional contemporánea:
dimensiones y problemas desde la perspectiva de las Relaciones Internacionales”, en
AA.VV., Cursos de Derecho Internacional de Vitoria-Gasteiz, Madrid, Tecnos, 1998, p. 348.
14
J.-M. García de la Cruz, op. cit.
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grandes empresas transnacionales con sede en su territorio, como la entrada en el país de otras
extranjeras15.
De esta manera hemos separado dos argumentos básicos. El primero e indiscutible es
que la integración económica ha debilitado la autonomía de los Estados para llevar a cabo
políticas económicas. El segundo, y que probablemente es sobre el que necesitemos seguir
estudiando en años venideros, es que dicha pérdida de autonomía ha sido voluntaria y por lo
tanto controlada de alguna manera.
El Estado no sería por lo tanto un títere de las dinámicas económicas sino que es un
participante e incluso un impulsor activo de la economía política global16, y su improbable
cambio de visión del sentido de la misma modificaría irremediablemente el esquema de poder
actual.
Este segundo argumento supone, por lo tanto, que la decisión de cuánto se ha cedido la
han adoptado los Estados que todavía controlan el poder estructural en el sistema y son, por lo
tanto, presionados por los representantes de intereses externos para doblegarse a sus intereses.
Frecuentemente lo hacen, pero aún no han perdido la oportunidad de negarse. En palabras de
Vicenç Navarro, actualmente “no es lo económico lo que determina lo político, sino al revés,
es lo político lo que determina lo económico”17.
15
V. Navarro, “¿Están los Estados perdiendo su poder con la globalización?”, Sistema, nº. 155-156, 2000, pp.
31-47.
16
C., García Segura, op. cit. p. 346.
17
Ibidem, p. 38
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número de bajas. Así pues, quedan apartadas de nuestro análisis acciones de este tipo
cometidas por gobiernos estatales, puesto que no son útiles para nuestra investigación.
La particularidad de esta actividad terrorista privada no es su propia existencia, puesto
que pese al monopolio teórico de la violencia por parte del Estado, éste nunca se ha
materializado de forma completa. Sin embargo, y tal y como ocurría con los movimientos
políticos que utilizaban la violencia en las décadas sesenta y setenta, una parte de la
ciudadanía legitima de alguna manera estas actividades.
Bien es cierto que, de forma general, y a diferencia de lo que ocurría con éstos, no son
los Estados o una mayoría de ellos los que lo hacen. Sin embargo, y debido al sustrato
religioso inicial de estos movimientos y al hecho de que además provienen de zonas del
planeta perjudicadas en el orden global, gran parte de la población de estas zonas ve con
simpatía este fenómeno.
De cara a concretar un poco más el objeto de nuestro análisis, nos centraremos en la
cara más visible de este fenómeno, Al Quaeda, y sus objetivos. De esta manera, podremos
reconocer si sus actividades son un riesgo para la seguridad de los Estados o un riesgo para la
propia existencia de los mismos.
La diferencia fundamental con otros movimientos también calificados de terroristas es
que Al Quaeda, al basarse en una suerte de inspiración religiosa no pretende conquistar el
poder de los Estados. Precisamente la amenaza proviene de que sus acciones suponen un
ataque frontal a los Estados sin reclamar nada a cambio18.
Esto supondría una superación del pensamiento estatocentrista y, por lo tanto, de
extenderse podría suponer un nuevo paso hacia ese nuevo sistema internacional sin referentes
claros de soberanía. Podríamos encontrarnos ante una suerte de reproducción de la poliarquía
de la Edad Media donde grupos de distintas tribus o grupos armados guerreaban entre sí y
establecían vínculos de vasallaje más o menos sólidos19.
El terrorismo de Al Quaeda, al que se le unen cada vez más grupúsculos, pretende una
suerte de “guerra cósmica entre devotos e impíos”20, subrayando la cultura occidental como
esencialmente corrompida y, por lo tanto, con un mensaje claro de combate a la misma y a
todos aquellos traidores que colaboren con ella.
18
F. Reinares, “¿A qué obedece el megaterrorismo?”, Revista de Occidente, nº. 246, 2001,
pp. 56-66.
19
J. Jordan, “El terrorismo y la transformación de la guerra. Consideraciones sobre la lucha global de Al-Qaida”,
Anuario de Derecho Internacional, nº. 20, 2004, pp. 409-424.
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20
F. Reinares, op. cit.
21
J, Baudrillard, “La violencia de lo mundial”, en J. Baudrillard y E. Morin, La violencia del mundo, Barcelona,
Paidós Asterisco, 2004.
22
F. Reinares, Terrorismo global, Madrid, Taurus, 2003, p. 49.
23
J. Gray, Al Quaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, Paidós, 2004, p.109.
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Tras los fenómenos descolonizadores y la caída del bloque comunista, un gran número
de Estados se incorporaron al sistema internacional adoptando el sistema tradicional de los
Estados occidentales. Sin embargo, en muchos de estos lugares hemos asistido en poco
tiempo al derrumbamiento del Estado y a la aparición de conflictos internos que en
determinados casos han adquirido un carácter permanente.
De cualquier manera, el fenómeno del colapso de Estado es más amplio que una mera
rebelión puesto que supone una situación donde el viejo sistema estatal se ha hundido y, por
lo tanto es incapaz de garantizar el orden, la cohesión social o el funcionamiento mínimo de la
economía24.
Si bien es cierto, y hay que puntualizarlo, que el Estado a lo largo del tiempo ha ido
ampliando sus capacidades para incluir la función redistributiva y de garantía de servicios
públicos así como la protección del medio o de los bienes culturales, el hecho de que algunos
no logren cumplir estas expectativas no los califica directamente como Estados colapsados25.
24
I. Ruíz-Giménez, “El colapso del Estado poscolonial en la década de los noventa: la participación
internacional”, en J. Peñas (ed.), Africa en el sistema internacional. Cinco siglos de frontera, Madrid, Libros de
la Catarata, 2000.
25
J.-G. Gros, “Towards a taxonomy of failed states in the New World Order: decaying
Somalia, Liberia and Rwanda”, Third World Quarterly, Vol 17, nº. 3, 1996, pp. 455-473.
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Una de las particularidades de estas situaciones es que, aunque desde una óptica realista
tradicional nos encontraríamos ante un contexto de desgobierno, la realidad es que lo que está
sucediendo es una convivencia (no necesariamente pacífica) entre diferentes fuentes de poder.
Por una parte, estarían los señores de la guerra; por otra, las empresas que aprovechan este
tipo de situaciones. Asimismo, gobiernos vecinos que no dudan en participar del caos para
activar sus estrategias de control de zonas interesantes, pero también aparecerían formas de
gobierno tradicionales como el consejo de ancianos o cooperativas de mujeres; y, por
supuesto, la influencia de las organizaciones internacionales (gubernamentales o no).
26
J. Alvarez, “El Africa subsahariana y el concepto de falling state”, en J. Peñas, (ed.), Africa
en el sistema internacional. Cinco siglos de frontera, Madrid, Libros de la Catarata, 2000.
27
M. Duffield, Las nuevas guerras en el mundo global: La convergencia entre desarrollo y
seguridad, Madrid, Libros de la Catarata, 2004, p. 209.
28
I. Ruíz-Giménez, op. cit.
29
M. Duffield, op. cit.
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Sin embargo, no suelen intentar reemplazar la autoridad del Estado siendo más cómoda
la postura de control sin responsabilidades que han logrado, lucrándose con el desarrollo del
conflicto bélico. Aún así, es para ellos fundamental lograr una cierta legitimidad por parte de
la población bajo su mando, y no dudan en condicionar las políticas de ayuda humanitaria o
en realizar acciones violentas por el control de almacenes de alimentos para aparecer ante la
población como benefactores30.
Para concluir, la aparición del fenómeno de los Estados colapsados en la escena
internacional da cuenta de la fragilidad de muchos de los miembros del “club” de Estados,
que por una conjunción de factores históricos, internos y externos, pueden verse abocados a
situaciones de este tipo. Sin embargo, no parece que esta situación, pese a que es previsible
que se repita en otros lugares en los próximos años, vaya a propagarse al sistema en general.
Habida cuenta que no todos los países que han caído en esta situación la han convertido
en situación permanente, es de prever que, aunque sea una clara muestra de la debilidad del
sistema, no sea suficiente para ponerlo en riesgo.
Sin embargo, es precisamente el escenario más parecido que tenemos respecto a los que
existían en la época medieval europea, con un sinfín de centros de poder que se controlan
entre sí, sin llegar a lograr ninguno la autoridad definitiva sobre los demás.
4. CONCLUSIONES
30
J.-G. Gros, op. cit.
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Al elegir tres dinámicas actuales, hemos pretendido realizar una continuación del
trabajo de Bull sustituyendo las presentadas por él y proponiendo tres que suponen desafíos
similares.
Hemos analizado la dinámica de integración económica mundial y cómo ha afectado al
sistema de Estados y a la soberanía de cada uno. Es evidente que las consecuencias de dichas
políticas están haciendo crecer la influencia de los actores privados y de las organizaciones
internacionales gubernamentales. Y parece también que, de reforzarse esta tendencia, no sería
posible mantener la actual definición de Estado como responsable de las políticas en su
territorio.
Sin embargo, es preciso también señalar que, en este momento, el Estado es aún el eje
sobre el que gira el sistema económico y no puede ser sustituido. Es necesario seguir
analizando de cerca si la progresiva perdida de poder estructural que está sufriendo,
recordemos que de forma voluntaria en gran medida, será tan fuerte como para desdibujarlo
frente a los otros actores.
En segundo lugar, nos hemos detenido en el fenómeno del mega–terrorismo,
singularizándolo en la organización Al Quaeda. Es evidente que la enorme capacidad de
destrucción de este tipo de violencia y el hecho de no realizar reclamaciones públicas en clave
estatal, supone un reto para el sistema internacional que será protagonista en los próximos
años.
Ahora bien, su fuerza devastadora no es suficiente, en nuestra opinión, para doblegar al
sistema y, además, no está claro que no existan reclamaciones de tipo estatal (control de la
península arábiga) como telón de fondo. Por lo que respecta a nuestro análisis sobre el devenir
de la sociedad internacional, no negamos que la multiplicación de este tipo de organizaciones
puede generar un panorama parecido al medieval, pero lo que parece menos probable es
precisamente la generalización del fenómeno.
Por último, hemos analizado el caso de los Estados colapsados donde, tal y como hemos
visto, se han producido frecuentemente episodios de organización social muy semejante a las
vividas en el medievo.
Hemos acordado presuponer que este tipo de situaciones no se va a generalizar a nivel
mundial aún siendo probable que Estados que hoy se encuentran en una posición frágil,
caigan al escenario de los “failed states”. Y, por lo tanto, esta dinámica que se está dando en
múltiples lugares del planeta no debería suponer una quiebra del sistema de Estados.
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D. Held et al, Transformaciones globales. Política, economía y cultura, México D.F.,
Oxford University Press, 2002, p. 41.
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