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Trabajos y Publicación del Master Oficial en Estudios Internacionales

y del Programa de Doctorado Cooperación, Integración y


Conflicto en la Sociedad de Internacional Contemporánea.
ensayos Departamento de Derecho Internacional Público,
Número 6 (julio de 2007) Relaciones Internacionales e Historia del Derecho
UPV/ EHU
ISSN: 1887-5688

Tendencias actuales en torno a la teoría de nuevo medievalismo

Ander Gutiérrez-Solana Journoud

1. INTRODUCCIÓN

Cuando en 1977 Hedley Bull publicó “La sociedad anárquica”1, en el que analizaba la
estructura de la sociedad internacional del momento, tuvo la lucidez de plantear escenarios a
futuro, posibles evoluciones de la sociedad internacional en función de los cambios que se
empezaban a dar y que analizaba en su obra.

Una de las claves, aunque no la única, por la que esta obra es considerada un clásico de
las Relaciones Internacionales, fue su propuesta conceptual de nuevo medievalismo. A saber,
la posibilidad de que la progresiva pérdida de influencia y poder de los Estados terminase
configurando una estructura similar a las épocas medievales, marco temporal en el que el
poder estaba en manos de una pluralidad de actores no exclusivamente políticos y sin una
clara base territorial. De esta manera cada actor regulaba algunos ámbitos de la vida social,
pero ninguno tenía la exclusividad.

Este concepto propuesto por Bull para el futuro supondría un avance hacia este tipo de
estructura en el que la ciudadanía no tendría un marco claro de referencia y la soberanía
estaría, por lo tanto, dividida.

En su análisis teórico, el autor australiano marcaba cinco tendencias que podían empujar
al sistema internacional hacia una situación de este tipo. Las dinámicas a analizar eran las
siguientes: en primer lugar, la integración regional de los Estados. En segundo lugar, la
posible desintegración de los mismos debido a las tendencias separatistas en el interior de
muchos de ellos. En tercer lugar, el auge de la violencia privada, sustrayendo al Estado una de
sus características básicas como es el monopolio del uso de la fuerza. En cuarto lugar, la

1
H. Bull, La sociedad anárquica. Un estudio sobre el orden en la política mundial, Madrid,
Libros de la Catarata, 2005.

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expansión de la influencia de los actores transnacionales poniendo en cuestión la soberanía


del Estado en muchas cuestiones y, por último, la unificación tecnológica del mundo que
contribuye a borrar la influencia de las fronteras nacionales.

Este análisis de Bull supone un interesantísimo trabajo de estudio teórico, toda vez que
el propio autor termina concluyendo que no cree, en el momento de escribir esta obra, que se
den las condiciones para afirmar que realmente la sociedad internacional se dirija hacia un
panorama similar al medieval en cuanto al ámbito estudiado.

La investigación que aquí nos planteamos realizar no es tanto sobre el concepto mismo
de la teoría de nuevo medievalismo, sino un breve análisis de qué tendencias deberíamos
estudiar casi treinta años después de publicada la obra para seguir estudiando la actualidad del
concepto. De esta manera, proponemos la elección de nuevas variables surgidas o
profundizadas en los últimos años y que afectan a la soberanía del Estado de una forma que
podría entenderse lleva la sociedad internacional hacia presupuestos pre-westfalianos.

Así, tras un recordatorio de qué planteaba la teoría de nuevo medievalismo,


propondremos otras tres variables. Estudiaremos qué supone para la soberanía estatal el
proceso de integración económica mundial y el papel en el mismo de las grandes
corporaciones, nos acercaremos a los nuevos fenómenos de violencia privada observando qué
objetivos puede tener el megaterrorismo y, por último, observaremos el fenómeno de los
Estados colapsados.

2. EL NUEVO MEDIEVALISMO. CONCEPTO

El concepto de nuevo medievalismo es planteado por Hedley Bull al analizar nuevas


formas de orden internacional que pudieran surgir en el caso de que el sistema interestatal
perdiese eficacia. Toda la propuesta está marcada por un fuerte estatocentrismo2 lo que en
nuestra opinión, lo hace aún más interesante para nuestro objeto de estudio.

2
C. García Segura, “Prólogo a la edición española”, en H. Bull, La sociedad anárquica. Un
estudio sobre el orden en la política mundial, Madrid, Libros de la Catarata, 2005.

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En efecto, el nuevo medievalismo supondría la práctica desaparición del Estado tal y


como lo conocemos, y que ha mantenido unas estructuras más o menos estables desde
Westfalia. De esta manera, la soberanía recae sobre el propio Estado y es absoluta dentro de
su propio territorio. Esta cualidad definitoria de los Estados modernos, supone un referente
útil para la ciudadanía, puesto que en todo momento es capaz de reconocer de dónde proviene
el sistema en el que se desarrolla su vida.

La puntualización sobre la importancia de la percepción ciudadana de dónde reside la


soberanía es fundamental para la comprensión de la propuesta teórica que estudiamos.

En efecto, Bull reconoce que aunque el sistema internacional sigue siendo en su opinión
básicamente interestatal, es fundamental a la hora de emprender su estudio y prever su posible
evolución reconocer la entrada de nuevos actores que participan del sistema y que de, alguna
manera, están a su vez utilizando mecanismos propios del Estado, esto es, socavando su
soberanía.

De esta manera, la proposición sobre la que girará la teoría no es de ningún modo


analizar si las competencias del Estado soberano están siendo modificadas por la nueva
realidad, sino si esta modificación está vulnerando los principios constitutivos del Estado
hasta diluirlo en entes diversos y entrelazados.

Así pues, se nos propone una mirada al pasado como marco de referencia. En la Edad
Media, en Europa, los gobernantes no eran soberanos tal y como lo entenderíamos más
adelante. No tenían un control absoluto sobre su territorio, ni militar ni económico. Y es que
sobre un mismo espacio convivían diferentes autoridades, la de los propios gobernantes por
supuesto, pero también la de los vasallos que no cedían en sus privilegios; importante también
la labor de los gremios que regulaban sus actividades de forma casi autónoma y por supuesto,
la enorme autoridad de la Iglesia Católica, que no tenía un papel exclusivamente religioso
sino que tenía una influencia de marcado carácter político.

De esta manera, los habitantes de un lugar se debatían entre diferentes autoridades y,


por lo tanto, su percepción sobre de dónde provenía el sistema rector que regía sus vidas era
múltiple. Es aquí donde volvemos a la percepción ciudadana. La soberanía depende mucho de
las lealtades de la ciudadanía o, por decirlo de otro modo, de dónde crea ésta que se encuentra
el poder.

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Así pues, el análisis subsiguiente no puede ser otro que investigar cómo la multiplicidad
de actores que coexisten en el sistema internacional están afectando la soberanía del Estado,
porque si llevamos su influencia hasta las últimas consecuencias podríamos descubrir que “los
Estados soberanos comparten el protagonismo en la escena política mundial con ‘otros
actores’, de la misma forma que en la época medieval el Estado tenía que compartir el
protagonismo con ‘otras asociaciones’”3.

Para saber si estamos ante un sistema de este tipo, no basta por supuesto con comprobar
la existencia de varios actores internacionales además de los Estados, sino si de verdad estos
actores le han obligado a compartir su postura hegemónica dentro del sistema.

Lo que Bull pretende descubrir, y en cualquier caso propone para su análisis, es si el


hecho de convivir con actores que menoscaban su soberanía tanto por arriba (integración
regional y organizaciones internacionales), como en su interior (autoridades subestatales y
subnacionales) supone de verdad un cuestionamiento de su autoridad.

Volviendo por última vez a la percepción ciudadana, podría ser que cuando la
ciudadanía de un lugar se debata entre diferentes autoridades sin reconocer la primacía de
ninguna, en especial de ninguna de forma estatal, estemos ante un nuevo orden internacional
de carácter neomedieval.

3. TENDENCIAS ACTUALES

La sugerente idea de una sociedad encaminada de nuevo hacia un tipo de relación


medieval es especialmente importante a la luz de las nuevas dinámicas que se han dado a lo
largo de los últimos años. De esta manera, nos proponemos seleccionar tres de las más
importantes y analizar si su aparición, o su aumento de influencia, suponen una verdadera
pérdida del control soberano por parte de los Estados y, por ende, una división de la influencia
en varios actores, o si son simplemente nuevas expresiones dentro del sistema de Estados
tradicional.

3
H. Bull, op. cit., p. 305.

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3.1. Integración económica y financiera

El final del Siglo XX y el inicio del XXI han venido a reforzar una dinámica que venía
dándose ya desde mucho antes: la integración económica mundial. Este proceso supone la
aceptación por parte de una mayoría de países de una política liberalizadora de sus
transacciones internacionales corrientes. Implicaba abandonar la planificación central de la
economía y, por lo tanto, reducir el peso del Estado en el control de la economía4. De esta
manera nos enfrentamos a dos presupuestos: la pérdida de influencia del Estado en la
economía y el hecho básico de que esto se ha producido por una decisión voluntaria de los
mismos (en realidad, la voluntariedad es aplicable más bien a los países más desarrollados y
que provienen del antiguo eje capitalista).

A partir de esta decisión, el mercado es más libre de imponer políticas y “la autonomía
de cada país se ve constreñida” por las fuerzas del mismo5. Así, la interdependencia
económica sustituye a la soberanía y la economía nacional deja de algún modo de existir para
convertirse en economía mundial6.

Así, el Estado ha modificado sus actividades y su influencia en el mundo globalizado y,


con respecto a sus funciones en el ámbito económico, la capacidad que tenía para evitar el
conflicto social y lograr la redistribución de la riqueza ha sido modificada a la baja. Sin
embargo, su labor de control o de supervisión del sistema capitalista es aún visible y básica7.

Aún así, es evidente que existe una sensación a nivel general de sumisión de los
gobiernos centrales a las exigencias y veredictos de esos mercados y, por lo tanto, de una
relativa incapacidad de distanciarse de esas políticas macroeconómicas8.

Esta percepción ciudadana es básica para el problema que estudiamos. Decíamos al


principio que la sensación de dónde reside la soberanía es básica a la hora de dilucidar hacia
qué sistema internacional nos encaminamos.

4
M. Guitián, “La búsqueda de orden por medio de la arquitectura”, Economistas, nº. 80, 1999, pp. 36-40.
5
Ibidem, p. 40.
6
J.-M. García de la Cruz, “La economía global: lo viejo y lo nuevo”, Documentación Social, nº. 125, 2001, pp.
61-77.
7
Ibidem.

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De hecho, en el informe elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el


Desarrollo (PNUD), La democracia en América Latina9, para analizar la salud democrática de
la región, nos encontramos con una percepción de preocupación por el aumento de influencia
de grupos empresariales.
El informe, que utilizaba como herramienta un sondeo en toda la zona, el Latino-
barómetro, destacaba que la población encuestada advertía entre los principales riesgos para el
sistema democrático la proliferación de grupos empresariales con intereses más o menos
ocultos y que suponían un riesgo para la imparcialidad de los poderes estatales. De la misma
forma, la encuesta subrayaba que, a nivel externo, la población se siente amenazada por la
dependencia de sus economías a los organismos internacionales de crédito y al vaivén de los
mercados internacionales.
Esta sensación no es exclusiva de la ciudadanía, puesto que son muchos los gobiernos
que empiezan a sentirse, a su vez, encorsetados por las dinámicas internacionales. Y es que la
presión de instituciones financieras internacionales y de grandes grupos empresariales o
financieros supone tal presión para los responsables de adoptar decisiones que el vértigo a no
cumplir sus directrices es demasiado alto.
De hecho, si un país transgrede las normas de los mercados globales, se arriesga a
graves consecuencias como la devaluación de la moneda y la huida del capital. De esta
manera se registra “una brecha entre la idea de comunidad política que determina su propio
futuro y la dinámica de la economía política contemporánea”10.
Dicha percepción es especialmente fuerte en Estados de reciente independencia, pero
que se han encontrado con que este hecho no les reporta ningún control real sobre sus
preferencias de políticas económicas a adoptar11. Y es que ya no es posible asumir de forma
uniforme la naturaleza y efectividad de todos los Estados sobre las relaciones sociales y
económicas, ya que a la hora de adoptar decisiones, su opinión, su voluntad, no
necesariamente es la que a la postre se llevará a cabo.
Como decíamos, la interdependencia de las economías es tal, debido a la reducción de
la intervención estatal, que la integración económica supone que las crisis económicas de los

8
E. Ontiveros, “Globalización financiera y soberanía económica”, Moneda y Crédito, nº. 210, 2000, pp. 111-
152.
9
PNUD, La democracia en América Latina: Hacia una democracia de ciudadanas y
ciudadanos, PNUD, n.l., 2004.
10
D. Held, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita, Barcelona, Paidós,
1997, p. 166.

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años noventa (Sudeste asiático, México, etc.) se debieron fundamentalmente a episodios


externos y, lo que es aún más singular, tuvieron como característica su propagación
internacional12.
Sin embargo, en nuestra búsqueda de pruebas que indiquen el definitivo
derrumbamiento del poder del Estado y la división del mismo, no nos es suficiente
comprobar, como hemos hecho hasta ahora, que la dinámica de integración económica y
financiera está lesionando gravemente la capacidad del Estado de dirigir su política
económica.
Así, es evidente que los movimientos de capital que cada vez se producen de forma más
vertiginosa pueden desestabilizar las economías nacionales pero ni siquiera esto significa que
los Estados se opongan a ello.
La relación entre el Estado y las empresas transnacionales dominadoras del mercado
puede entenderse de forma “en la que ambas partes se influencian, moldeándose y
transformándose continuamente”13.
Respecto a las empresas transnacionales, éstas se han consolidado como agentes de la
economía mundial. Sin embargo incluso ellas están sujetas hoy en día a normas provenientes
del Estado. De esta manera, el Estado es el responsable de la protección de la propiedad
privada y regula el mercado de trabajo14. Y es que, en realidad, en esta red de intereses que
supone la sociedad internacional, no queda claro que los Estados hayan perdido su poder
habida cuenta que además es posible que los actores que le discuten su hegemonía tengan
interés en su supervivencia.
Apurando un poco más esta línea de reflexión, podemos suponer que los poderes
económicos no necesariamente quieren la desaparición del Estado, pero además lo que es
seguro es que en este momento no dan por finiquitada la institución estatal ya que una de sus
principales funciones supone precisamente la de influir en el poder político. Si creyesen
realmente que la influencia de los mismos ha desaparecido, no habría interés en controlarlos.
Y, a la inversa, los Estados, no podemos negarlo, fomentan tanto la influencia exterior de

11
S. Strange, La retirada del Estado, Barcelona, Icaria, 2001.
12
E. Ontiveros, op. cit.
13
C., García Segura, “La globalización en la sociedad internacional contemporánea:
dimensiones y problemas desde la perspectiva de las Relaciones Internacionales”, en
AA.VV., Cursos de Derecho Internacional de Vitoria-Gasteiz, Madrid, Tecnos, 1998, p. 348.
14
J.-M. García de la Cruz, op. cit.

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grandes empresas transnacionales con sede en su territorio, como la entrada en el país de otras
extranjeras15.
De esta manera hemos separado dos argumentos básicos. El primero e indiscutible es
que la integración económica ha debilitado la autonomía de los Estados para llevar a cabo
políticas económicas. El segundo, y que probablemente es sobre el que necesitemos seguir
estudiando en años venideros, es que dicha pérdida de autonomía ha sido voluntaria y por lo
tanto controlada de alguna manera.
El Estado no sería por lo tanto un títere de las dinámicas económicas sino que es un
participante e incluso un impulsor activo de la economía política global16, y su improbable
cambio de visión del sentido de la misma modificaría irremediablemente el esquema de poder
actual.
Este segundo argumento supone, por lo tanto, que la decisión de cuánto se ha cedido la
han adoptado los Estados que todavía controlan el poder estructural en el sistema y son, por lo
tanto, presionados por los representantes de intereses externos para doblegarse a sus intereses.
Frecuentemente lo hacen, pero aún no han perdido la oportunidad de negarse. En palabras de
Vicenç Navarro, actualmente “no es lo económico lo que determina lo político, sino al revés,
es lo político lo que determina lo económico”17.

3.2. Violencia privada: el mega-terrorismo

La aparición en los últimos años de un nuevo tipo de violencia privada ha supuesto un


nuevo cuestionamiento del monopolio de la violencia legítima que tradicionalmente ha tenido
el Estado. En este caso, nos referimos a la violencia de carácter terrorista internacional,
aquella que ha actuado con especial virulencia en distintas zonas del planeta.
No pretendemos entrar aquí en el inagotable debate sobre qué se entiende por
terrorismo. Para este trabajo nos referimos a un tipo concreto de éste, aquel que utiliza la
violencia principalmente contra civiles con el objetivo de atemorizar a la población y debilitar
gobiernos, que actúa en ámbitos ajenos a su propio territorio de origen, que tiene un ideario de
tipo religioso y que realiza acciones con el objetivo, muchas veces cumplido, de crear un gran

15
V. Navarro, “¿Están los Estados perdiendo su poder con la globalización?”, Sistema, nº. 155-156, 2000, pp.
31-47.
16
C., García Segura, op. cit. p. 346.
17
Ibidem, p. 38

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número de bajas. Así pues, quedan apartadas de nuestro análisis acciones de este tipo
cometidas por gobiernos estatales, puesto que no son útiles para nuestra investigación.
La particularidad de esta actividad terrorista privada no es su propia existencia, puesto
que pese al monopolio teórico de la violencia por parte del Estado, éste nunca se ha
materializado de forma completa. Sin embargo, y tal y como ocurría con los movimientos
políticos que utilizaban la violencia en las décadas sesenta y setenta, una parte de la
ciudadanía legitima de alguna manera estas actividades.
Bien es cierto que, de forma general, y a diferencia de lo que ocurría con éstos, no son
los Estados o una mayoría de ellos los que lo hacen. Sin embargo, y debido al sustrato
religioso inicial de estos movimientos y al hecho de que además provienen de zonas del
planeta perjudicadas en el orden global, gran parte de la población de estas zonas ve con
simpatía este fenómeno.
De cara a concretar un poco más el objeto de nuestro análisis, nos centraremos en la
cara más visible de este fenómeno, Al Quaeda, y sus objetivos. De esta manera, podremos
reconocer si sus actividades son un riesgo para la seguridad de los Estados o un riesgo para la
propia existencia de los mismos.
La diferencia fundamental con otros movimientos también calificados de terroristas es
que Al Quaeda, al basarse en una suerte de inspiración religiosa no pretende conquistar el
poder de los Estados. Precisamente la amenaza proviene de que sus acciones suponen un
ataque frontal a los Estados sin reclamar nada a cambio18.
Esto supondría una superación del pensamiento estatocentrista y, por lo tanto, de
extenderse podría suponer un nuevo paso hacia ese nuevo sistema internacional sin referentes
claros de soberanía. Podríamos encontrarnos ante una suerte de reproducción de la poliarquía
de la Edad Media donde grupos de distintas tribus o grupos armados guerreaban entre sí y
establecían vínculos de vasallaje más o menos sólidos19.
El terrorismo de Al Quaeda, al que se le unen cada vez más grupúsculos, pretende una
suerte de “guerra cósmica entre devotos e impíos”20, subrayando la cultura occidental como
esencialmente corrompida y, por lo tanto, con un mensaje claro de combate a la misma y a
todos aquellos traidores que colaboren con ella.

18
F. Reinares, “¿A qué obedece el megaterrorismo?”, Revista de Occidente, nº. 246, 2001,
pp. 56-66.
19
J. Jordan, “El terrorismo y la transformación de la guerra. Consideraciones sobre la lucha global de Al-Qaida”,
Anuario de Derecho Internacional, nº. 20, 2004, pp. 409-424.

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Sin embargo, ¿propone alguna alternativa al actual sistema internacional? Ésta es


realmente la cuestión básica que debemos preguntarnos. Porque, aunque es evidente el
inmenso daño que sus acciones pueden provocar, es bastante poco probable que una victoria
militar de Al Quaeda sea contemplada ni siquiera por los líderes de la organización.
La duda sería saber si nos enfrentamos a un tipo de violencia terrorista “soberana” en
términos de Baudrillard21, a saber, aquella que asume que no puede ganar al sistema y sin
embargo lo intenta; aquella que no se mide en cuanto a los efectos reales, políticos o
históricos; aquella, en definitiva, que trabaja en el ámbito de lo simbólico, en el desafío cada
vez mayor para provocar una respuesta aún más grave del Estado hasta llegar al colapso total.
En base a esta tesis, este tipo de terrorismo no aporta ninguna alternativa ideológica o política.
Lo que, por otra parte, ya es una alternativa en sí misma.
Ahora bien, aún a riesgo de caer en simplificaciones del realismo estatocéntrico, existe
la posibilidad de que los objetivos de Al Quaeda, aunque fuese en un inicio, fuesen más
prosaicos. Para muchos autores, esta organización ha tenido siempre la intención de que “la
nación del Islam se unifique en una única entidad política gobernada según preceptos de fe”22.
De esta manera, existiría un objetivo político y análogo al sistema actual de Estados y,
por lo tanto, lo que habría cambiado respecto a movimientos políticos de otras épocas es su
radicalismo religioso y sus tácticas violentas más indiscriminadas. Aún así, sería un proyecto
político dirigido a la Umma (colectivo de creyentes islámicos), con el objetivo además de
lograr un territorio donde aplicar dicho proyecto.
El objetivo inicial de Al Quaeda fue el derrocamiento de la Casa Saudí23 y, por lo tanto,
controlar tanto los lugares sagrados del Islam como los lugares “sagrados” del capitalismo, las
reservas de petróleo. El actual ataque contra todo aquello que tenga que ver con la cultura
occidental y fundamentalmente contra Estados Unidos se entendería desde la obsesión de
expulsar de las tierras sagradas al ejército americano, máximo valedor de los gobernantes
saudíes y, habida cuenta de la progresiva autoafirmación de Al Quaeda como defensor de los
creyentes musulmanes, en venganza por la situación de opresión del pueblo palestino.

20
F. Reinares, op. cit.
21
J, Baudrillard, “La violencia de lo mundial”, en J. Baudrillard y E. Morin, La violencia del mundo, Barcelona,
Paidós Asterisco, 2004.
22
F. Reinares, Terrorismo global, Madrid, Taurus, 2003, p. 49.
23
J. Gray, Al Quaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, Paidós, 2004, p.109.

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3.3.Desintegración del Estado: los Estados colapsados

Tras los fenómenos descolonizadores y la caída del bloque comunista, un gran número
de Estados se incorporaron al sistema internacional adoptando el sistema tradicional de los
Estados occidentales. Sin embargo, en muchos de estos lugares hemos asistido en poco
tiempo al derrumbamiento del Estado y a la aparición de conflictos internos que en
determinados casos han adquirido un carácter permanente.

De cualquier manera, el fenómeno del colapso de Estado es más amplio que una mera
rebelión puesto que supone una situación donde el viejo sistema estatal se ha hundido y, por
lo tanto es incapaz de garantizar el orden, la cohesión social o el funcionamiento mínimo de la
economía24.

Si bien es cierto, y hay que puntualizarlo, que el Estado a lo largo del tiempo ha ido
ampliando sus capacidades para incluir la función redistributiva y de garantía de servicios
públicos así como la protección del medio o de los bienes culturales, el hecho de que algunos
no logren cumplir estas expectativas no los califica directamente como Estados colapsados25.

Aunque en función de las diferentes definiciones y grados de Estados colapsados son


también variadas las características que las definen, podemos decir de forma general que un
Estado ha llegado a este punto cuando, en el transcurso de un conflicto interno, la integridad
territorial está en peligro y, fundamentalmente, es constatable la desaparición de la autoridad
gubernamental, la paralización o disolución del aparato jurídico-administrativo, grandes
violaciones de los Derechos Humanos y la existencia de varios centros de poder26.

La profundización en este fenómeno, especialmente desde el punto de vista que estamos


analizando, supone la constatación de que en determinados lugares del planeta la organización
social de base territorial estatal está siendo modificada y se están estructurando diferentes
formas de organización.

24
I. Ruíz-Giménez, “El colapso del Estado poscolonial en la década de los noventa: la participación
internacional”, en J. Peñas (ed.), Africa en el sistema internacional. Cinco siglos de frontera, Madrid, Libros de
la Catarata, 2000.
25
J.-G. Gros, “Towards a taxonomy of failed states in the New World Order: decaying
Somalia, Liberia and Rwanda”, Third World Quarterly, Vol 17, nº. 3, 1996, pp. 455-473.

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Esto representa la descentralización de la autoridad y el nacimiento de centros de


autoridad que se solapan y compiten entre sí. Implica de alguna manera proyectos políticos
que van más allá de las formas convencionales del territorio, de la burocracia o de la autoridad
jurídica. Su legitimidad, de tenerla, en ningún caso derivaría de las clásicas funciones del
Estado nación dentro de unas fronteras27.

Una de las particularidades de estas situaciones es que, aunque desde una óptica realista
tradicional nos encontraríamos ante un contexto de desgobierno, la realidad es que lo que está
sucediendo es una convivencia (no necesariamente pacífica) entre diferentes fuentes de poder.
Por una parte, estarían los señores de la guerra; por otra, las empresas que aprovechan este
tipo de situaciones. Asimismo, gobiernos vecinos que no dudan en participar del caos para
activar sus estrategias de control de zonas interesantes, pero también aparecerían formas de
gobierno tradicionales como el consejo de ancianos o cooperativas de mujeres; y, por
supuesto, la influencia de las organizaciones internacionales (gubernamentales o no).

En efecto, una de las cualidades más interesantes de este tipo de sociedades,


fundamentalmente africanas, es que pese a la influencia colonizadora y los intentos de
uniformidad estatal poscolonial, muchas de ellas no habían perdido su espíritu comunitario y,
por lo tanto, en una situación de incertidumbre estas formas de organización social recuperan
la fuerza de antaño. Así, es constatable que algunas comunidades han vuelto su atención a las
costumbres de respeto y dirección de la misma por los ancianos. Paralelamente, se han creado
en algunos países redes de cooperación entre mujeres que pese a los conflictos internos están
siendo capaces de mantener una relación comunicativa entre ellas con el objetivo de mantener
estructuras básicas de la sociedad28.

En cuanto a los señores de la guerra, éstos suponen representaciones variables e


innovadoras de formas no estatales de autoridad política29. De hecho, además de intentar
controlar alguna zona del Estado, han sido pioneros en el uso de relaciones con compañías
extranjeras para explotar los recursos de las zonas que controlan y reforzar así su autoridad
local.

26
J. Alvarez, “El Africa subsahariana y el concepto de falling state”, en J. Peñas, (ed.), Africa
en el sistema internacional. Cinco siglos de frontera, Madrid, Libros de la Catarata, 2000.
27
M. Duffield, Las nuevas guerras en el mundo global: La convergencia entre desarrollo y
seguridad, Madrid, Libros de la Catarata, 2004, p. 209.
28
I. Ruíz-Giménez, op. cit.
29
M. Duffield, op. cit.

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Sin embargo, no suelen intentar reemplazar la autoridad del Estado siendo más cómoda
la postura de control sin responsabilidades que han logrado, lucrándose con el desarrollo del
conflicto bélico. Aún así, es para ellos fundamental lograr una cierta legitimidad por parte de
la población bajo su mando, y no dudan en condicionar las políticas de ayuda humanitaria o
en realizar acciones violentas por el control de almacenes de alimentos para aparecer ante la
población como benefactores30.
Para concluir, la aparición del fenómeno de los Estados colapsados en la escena
internacional da cuenta de la fragilidad de muchos de los miembros del “club” de Estados,
que por una conjunción de factores históricos, internos y externos, pueden verse abocados a
situaciones de este tipo. Sin embargo, no parece que esta situación, pese a que es previsible
que se repita en otros lugares en los próximos años, vaya a propagarse al sistema en general.
Habida cuenta que no todos los países que han caído en esta situación la han convertido
en situación permanente, es de prever que, aunque sea una clara muestra de la debilidad del
sistema, no sea suficiente para ponerlo en riesgo.
Sin embargo, es precisamente el escenario más parecido que tenemos respecto a los que
existían en la época medieval europea, con un sinfín de centros de poder que se controlan
entre sí, sin llegar a lograr ninguno la autoridad definitiva sobre los demás.

4. CONCLUSIONES

Hemos analizado tres dinámicas de la sociedad internacional contemporánea, bajo el


paraguas del concepto de nuevo medievalismo.
Nuestra búsqueda ha supuesto un intento de adivinación. En efecto, tanto la teoría
propuesta por Bull, como más humildemente la investigación que hemos realizado, pretenden
servir de mapa para conocer el destino de la sociedad internacional. Y como la búsqueda es
más difícil partiendo de la nada hemos adoptado un punto de partida muy interesante, la
posibilidad de que nos estemos dirigiendo hacia un sistema donde la soberanía estatal se
diluya y quede repartida entre diferentes entes autónomos.

30
J.-G. Gros, op. cit.

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Al elegir tres dinámicas actuales, hemos pretendido realizar una continuación del
trabajo de Bull sustituyendo las presentadas por él y proponiendo tres que suponen desafíos
similares.
Hemos analizado la dinámica de integración económica mundial y cómo ha afectado al
sistema de Estados y a la soberanía de cada uno. Es evidente que las consecuencias de dichas
políticas están haciendo crecer la influencia de los actores privados y de las organizaciones
internacionales gubernamentales. Y parece también que, de reforzarse esta tendencia, no sería
posible mantener la actual definición de Estado como responsable de las políticas en su
territorio.
Sin embargo, es preciso también señalar que, en este momento, el Estado es aún el eje
sobre el que gira el sistema económico y no puede ser sustituido. Es necesario seguir
analizando de cerca si la progresiva perdida de poder estructural que está sufriendo,
recordemos que de forma voluntaria en gran medida, será tan fuerte como para desdibujarlo
frente a los otros actores.
En segundo lugar, nos hemos detenido en el fenómeno del mega–terrorismo,
singularizándolo en la organización Al Quaeda. Es evidente que la enorme capacidad de
destrucción de este tipo de violencia y el hecho de no realizar reclamaciones públicas en clave
estatal, supone un reto para el sistema internacional que será protagonista en los próximos
años.
Ahora bien, su fuerza devastadora no es suficiente, en nuestra opinión, para doblegar al
sistema y, además, no está claro que no existan reclamaciones de tipo estatal (control de la
península arábiga) como telón de fondo. Por lo que respecta a nuestro análisis sobre el devenir
de la sociedad internacional, no negamos que la multiplicación de este tipo de organizaciones
puede generar un panorama parecido al medieval, pero lo que parece menos probable es
precisamente la generalización del fenómeno.
Por último, hemos analizado el caso de los Estados colapsados donde, tal y como hemos
visto, se han producido frecuentemente episodios de organización social muy semejante a las
vividas en el medievo.
Hemos acordado presuponer que este tipo de situaciones no se va a generalizar a nivel
mundial aún siendo probable que Estados que hoy se encuentran en una posición frágil,
caigan al escenario de los “failed states”. Y, por lo tanto, esta dinámica que se está dando en
múltiples lugares del planeta no debería suponer una quiebra del sistema de Estados.

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Ander Gutiérrez-Solana: Tendencias actuales en torno a la teoría de nuevo medievalismo

En definitiva, estas tres tendencias, de generalizarse, podrían suponer cambios muy


profundos en la actual sociedad internacional aunque a día de hoy no podemos decir que la
realidad que suponen estén llevando a la ciudadanía a dudar de dónde se encuentra la
soberanía. Una vez más, nos fijamos en la percepción de la población para asegurar que pese
a las inquietudes que plantea el futuro que estamos estudiando, no existen razones de peso
para afirmar que nos encontremos ya en una sociedad de corte medieval respecto a las
diferentes fuentes de poder.
El Estado ha evolucionado, ha perdido su papel de absoluta hegemonía, no tiene la
exclusividad en cuanto a su actividad y sus obligaciones internacionales31 y ha debido
reconocer la participación de otros actores. Pero no ha desaparecido, no ha dejado de ser el
referente para la ciudadanía y un eje básico de las relaciones internacionales.
Como último punto para la reflexión, es básico a nuestro entender subrayar el hecho
objetivo de que las tres tendencias presentadas a estudio, nacen, se desarrollan o se sufren
fundamentalmente en Estados poco desarrollados y perjudicados en el reparto de recursos y
oportunidades en el orden mundial. De esta manera, la unión de los tres factores es posible en
determinados lugares del planeta y, por lo tanto, la perspectiva de zonas enfrascadas en modos
de vida medieval afectará de alguna manera al sistema global.

31
D. Held et al, Transformaciones globales. Política, economía y cultura, México D.F.,
Oxford University Press, 2002, p. 41.

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