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Contexto
Así al querer adentrarnos a este tratado, es menester que presentemos algunas razones
de el por qué de este tratado dogmático. Naturalmente que las siguientes consideraciones
pretenden dar algunas pautas para su mejor acercamiento y comprensión.
Orden sistemático
Teológica (Mediación-Salvación):
La revelación cristiana nunca habla de un Dios solitario, aislado, impersonal sino habla
de un Dios que es Comunión, es decir, la Trinidad. La confesión de la Iglesia y la fe en el
Dios trino es resultado del eco de esa automanifestación de Dios como Padre de Jesucristo,
la Palabra eterna hecha hombre, y como don de su Espíritu. Con otras palabras, la buena
noticia cristiana es el evangelio trinitario y la divinidad de Dios no puede ser pensada,
creída y profesada más que como divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Así pues, en esta perspectiva se comprende que a partir del acontecimiento pascual se
revela la historia trinitaria de Dios, en la que la comunión y la alteridad expresan la verdad
que es Dios, marcada por un amor único e impensable. El Dios, uno y trino, bajo la óptica
de la revelación es amor, es decir, significa que Dios es Dios, precisamente porque, desde
toda la eternidad, el Padre genera en el amor, libremente, al Hijo y, con el Hijo, espira al
Espíritu Santo; en otras palabras, es misterio de Amor, porque es comunión de tres
personas, y por esto es misterio de vida sin fin.
1
Cf. DV n. 4
2
Las tres Personas divinas, existen en la única divinidad como puras relaciones, sin yuxtaposición alguna. En
este sentido, el ser del Padre es el principio de todo; la esencia de la segunda Persona es la filiación; mientras
lo especifico de la tercera Persona es ser espirada por el Padre y por el Hijo.
En lo que respecta a cada Persona divina, precisamente porque es distinta de las otras,
posee, por apropiación, una propia actividad en la historia de la salvación, tiene una
relación con la creación y, sobre todo, con el hombre. Por consiguiente, el Espíritu Santo no
puede ser descartado o menospreciado dentro de la historia de la salvación, ya que lo que
sale de la esencia más íntima de Dios y se comunica y penetra en la más profunda
autorealización del hombre (en su «corazón», cf Rom 5,5) es el «Espíritu Santo». El
Espíritu Santo no es un poder, una eficiencia o una repercusión en el ámbito de la creación
distinto de la esencia y de la autorealización personal de Dios3.
Más palpablemente podemos afirmar que el Espíritu Santo es Aquel que hace eficaz y
realiza la acción del Padre y del Hijo a lo largo de todo el arco de la historia de la salvación.
Por eso, la economía divina es obra común de las tres Personas divinas, comprometidas en
la misma misión: acompañar al hombre al descubrimiento del amor y a la comprensión de
quien es Dios, fundamento de la realidad y verdad del ser4.
Cosmológica:
La Iglesia cree que Dios crea todo, dando la existencia y la vida por medio de Cristo en
su Espíritu y en el Espíritu Santo es como Dios Padre transciende su vida a-temporal y hace
espacio a sus creaturas. Desde el punto de vista global de que el Dios Trino es origen,
centro y meta de todo lo creado, la pneumatología tiene la misión de elevar hasta el plano
de la conciencia la eficacia específica del Espíritu Santo en la creación6, la historia de la
salvación7, la redención, la reconciliación y la consumación.
Antropológica:
Cristológica:
Por otro lado, es también el Espíritu de Dios quien mueve al hombre Jesús en su
historia, en su actividad pública, en la proclamación del reino de Dios, en la soteriopraxis
del mediador de la basileia, hasta su entrega en la cruz, y quien le resucita, en fin, de entre
los muertos, de modo que en virtud de esta resurrección, y de acuerdo con el espíritu de
santidad, es instituido como el Hijo de Dios mesiánico. El Cristo exaltado hasta el Padre
transmite, en virtud de su humanidad glorifica da, el Espíritu prometido para el fin de los
tiempos. El Espíritu enviado por el Padre y el Hijo lleva a los hombres, en la fe, al
conocimiento de la presencia escatológica de Dios en la humanidad de Jesús de Nazaret. El
Espíritu universaliza e interioriza la revelación histórica de Dios en Jesús.
Eclesiológica:
La primera obra del Espíritu, que es Espíritu de comunión, consiste en hacer cada vez
más de la Iglesia un signo del amor trinitario de Dios. Así la Iglesia es, como casa de Dios,
Iglesia del Padre; como cuerpo de Cristo, Iglesia del Hijo; como creación del Espíritu
templo e Iglesia del Espíritu Santo. El Hijo transmite su misión a sus discípulos. Les
confiere el Espíritu Santo para que la Iglesia, al perdonar los pecados, lleve a cabo la
salvación de Jesucristo (Jn 20,21-23).
Mariológica:
3.- María, en el espíritu, continúa siendo Madre del cuerpo de Cristo. En la economía de
la gracia, actuada bajo la acción del espíritu Santo, se da una particular correspondencia
entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. Es ella la
que une estos dos momentos: María de Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. Y por
ser asunta junto al hijo es lo que la pone en condición de generar espiritualmente, es decir,
en el Espíritu, a Cristo en sus miembros.
Litúrgica (gracia-sacramento):
La obra de salvación es dada por Jesucristo con la fuerza del Espíritu Santo, y a que
ahora las acciones salvíficas de Cristo resucitado se hacen visibles a través de signos para
que los hombres se hagan contemporáneos de ellas mismas. Pues bien, a estar acciones
capaces de actualizar los misterios de Cristo en el hoy de la Iglesia se llama sagrada
liturgia. En ella toda la trinidad actúa, y el Espíritu Santo es el que hace presente a Cristo en
el hoy de la Iglesia, por lo cual en su interior de ella es donde va acogida la dimensión
litúrgico-sacramental de la vida cristiana.
De ahí que en la sacramentología se habla del Espíritu de Dios sobre todo en conexión
con la fundamentación de la existencia cristiana en el bautismo8, la confirmación9 y la
eucaristía10. El acontecimiento y la fe pascuales son obra del Espíritu vivificante y creador
de la fe del Padre y del Hijo11. El envío del Espíritu (Joel 3,1-5) muestra que la resurrección
de Jesús es el acontecimiento salvífico del fin de los tiempos. Quien recibe el Espíritu entra
en la comunión de vida con el Señor resucitado. En el bautismo se convierte en nueva
criatura (Gál 6,15; 2Cor 5,17) y recibe del Espíritu vida eterna (cf. el bautismo como
renacimiento del agua y del Espíritu Santo: Jn 3,5; Tit 3,5). Al vivir en el Pneuma santo, el
bautizado se eleva por encima de la existencia sárquica del mundo viejo e irredento de la
ley y se le concede la gracia de la justificación que excluye todo egoísmo y todo pecado y,
finalmente, también la muerte (Rom 8,9): «Pero vosotros no vivís en lo de la carne, sino en
lo del espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en vosotros»).
8
El bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de toda la vida en el Espíritu… (Cf. CEC
1213).
9
“Desde aquel tiempo los apóstoles, en cumplimiento del querer de Cristo, comunicaban a los neófitos, a
través de la imposición de manos, el don del espíritu, destinado a completar la gracia del bautismo…” (cf.
Const. Ap. Divinae consortium naturae)
10
En la eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra pascua. (Cf.
PO 5).
11
Cf. Rom 1,3; 8,11; Jn 6,63.65; 1Cor 12,3; Mt 16,16; l Jn 4,2
Mistagógica (vida del cristiano):
De esta forma, el Espíritu Santo es el corazón de la vida del cristiana, sin él no seremos
capaces de vivir en el servicio del testimonio y de la caridad, ya que bajo su influjo, los
hombres descubren esta dimensión divina de su ser y de su vida, haciéndolos capaces de
liberarse de los diversos determinismos ofrecidos por el mundo actual.
Escatológica:
El Espíritu Santo ha sido dado a la Iglesia para que, con su poder, toda la comunidad
del pueblo de Dios, que a pesar de sus múltiples ramificaciones y diversidades, persevere
en la esperanza: aquella esperanza en la que hemos sido salvados. Es la esperanza
escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la esperanza del reino
eterno, que se realiza por participación en la vida trinitaria. Es decir, el Espíritu Santo, dado
a los Apóstoles como Paráclito, es el custodio y el animador de esta esperanza en el
corazón de la Iglesia (cf. Rom 8,23).
Con esto, podemos decir que en la escatología debe analizarse el tema de la acción del
Espíritu Santo desde el punto de vista de que sólo él puede llevar a cabo la resurrección de
los muertos y la transformación definitiva del mundo hasta llegar a la comunicación plena
del amor entre Dios y las criaturas personales. La escatología remite al origen de la
creación en la presencia del Espíritu de Dios. La creación surge, en efecto, gana vida y
alcanza un horizonte final en virtud de la presencia del Espíritu Santo.
Pastoral:
1. La Carta del obispo Dionisio de Roma al obispo Dionisio de Alejandría, del año 260, previene
frente a una distinción demasiado acentuada de las personas divinas, para poder salvaguardar
tanto la Trinidad como la monarquía divina.
2. En el Escrito del sínodo alejandrino a los antioquenos, del año 362, la Iglesia reconoce
expresamente por vez primera la subsistencia personal del Espíritu Santo.
3. En su Carta a los obispos orientales del 374, el papa Dámaso 1 enseña que el Espíritu Santo
tiene naturaleza divina y que no es una criatura.
4. El Credo de san Epifanio de Salamina (hacia el 374) testifica la igualdad esencial entre el
Espíritu y el Padre y el Hijo.
5. El Símbolo niceno-constantinopolitano del 381 precisa más la Confesión de fe del 325
mediante las adiciones: «... Señor y vivificante, que procede del Padre (y del Hijo), que con el
Padre y el Hijo es justamente adorado y glorificado, que habló por los profetas.
6. En el Tomus Damasi del 382 la Iglesia de Occidente admite expresamente los concilios de
Nicea y Constantinopla y enseña la divinidad y la personalidad del Espíritu Santo.
7. La Carta sinodal de Constantinopla al sínodo romano del 382 confirma la confesión de los
concilios de Nicea y Constantinopla, ambos reconocidos como ecuménicos.
8. El Decretum Gelasianum, de inicios del siglo VI, agrupa en su primera parte decisiones
acerca de la doctrina del Espíritu Santo y su relación trinitaria e histórico-salvífica con Cristo y sus
nombres, que pueden remontarse a un sínodo romano (381), bajo el pontificado de Dámaso 1:
Decretum Damasi seu de Explicatione fidei.
9. La Carta 15 de León I al obispo Toribio de Astorga torna posición contra el priscilianismo,
que propugnaba una doctrina trinitaria de índole moralista.
10. El Símbolo atanasiano (siglos IV-VI) ofrece una precisa explicación de los misterios de la
Trinidad y de la encarnación.
11. El Credo del XI concilio de Toledo (675) expone una importante síntesis de la tradición
doctrinal occidental.
12. El II concilio de Lyon, en la constitución Fideli ac Devota (1274), reafirma la fe de que el
Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filio que).
13. Tras difíciles discusiones, los representantes de las Iglesias griega y latina convinieron en
que la diferente interpretación de las procesiones trinitarias no ponía en peligro la unidad de la fe:
bula Laetentur coeli de 1439.
14. El Concilio de la unión de Florencia, del año 1442, llegó a un acuerdo con los coptos acerca
de la procesión del Espíritu Santo (bula Cantate Domino).
15. Hasta algunos siglos más tarde no volvió a pronunciarse el magisterio doctrinal acerca de
la pneumatología. El papa León XIII, en la encíclica Divinum illud, de 9 de mayo de 1897, habla de
la inhabitación del Espíritu Santo en los justos.
16. El papa Pío XII afirma, en su encíclica Mystici Corporis Christi, de 29 de junio de 1943, que
el Espíritu Santo es el «alma» de la Iglesia.
17. Todos los documentos del II concilio Vaticano responden a una concepción trinitaria. Se
refieren de manera especial al Espíritu Santo y a su eficacia las constituciones dogmáticas sobre la
Iglesia (Lumen gentium) y sobre la revelación divina (Dei Verbum).
18. El papa Juan Pablo II ofrece en su encíclica Dominum et vivificantem, de 18 de mayo de
1986, empleando un lenguaje espiritual, una exposición resumida de la renovación
pneumatológica en la Iglesia y la teología del Occidente latino.
Valoración:
«En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Y
nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo.... Y nosotros
hemos llegado a conocer y creer el amor que Dios tiene por nosotros. Dios es amor: y quien permanece en el
amor, permanece en Dios, y Dios en él» (lJn 4,13-16).
Considero que este trabajo que he realizado, ha sido de buen beneficio para mi
formación y mi propia realidad como creyente, ya que me ha favorecido al obtener una
pequeña luz sobre la presencia del Espíritu Santo entre nosotros. Ciertamente en la práctica
se percibe una pobre relación, búsqueda o compañía hacia esta Tercera Persona Divina. Los
mismos documentos que indague un poco afirman este hecho. Y ahora con esta realidad,
veo conveniente el de tratar de motivar o instruir a nuestra gente con la finalidad de
desarrollar una conciencia de la actividad del Espíritu Santo.