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Décima Escena - El Pobre
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construcción, fracturándose dos costillas y un brazo. Le llevaron al
hospital de los pobres, donde le trataron durante medio año, pero
le dieron el alta cuando todavía no se había curado bien.
Las niñas explican llorando: «Es que este hombre nos ha detenido
cuando pedíamos limosna en una calle, luego nos ha encerrado en
un cuarto oscuro, y como nos ha visto mendigar más veces, trajo
otro hombre, que parecía un señor, que nos hizo azotar, aunque de
rodillas le explicamos que pedíamos para nuestro padre enfermo.
Estamos llenas de sangre y todo nos duele. Nos preguntó por
nuestro domicilio y mandó a este guardia que nos llevara a casa.
¡Ay, madre, como nos duele todo!».
La madre, que apenas puede decir una palabra, suspira y dice: «¡Ay,
Señor, justo y bondadoso! Si existes, ¿cómo puedes permitir tanta
crueldad?». Luego lloró amargamente. El policía le recrimina sus
palabras en público y le ordena volver inmediatamente a su
vivienda. La madre se disculpa y llorando dice: «Ay Señor ¿qué otra
cosa puedo hacer sino llorar? Mi pobre marido de setenta años
está muriéndose de hambre, hace dos días que ninguno de
nosotros ha comido nada. El tiempo otoñal es frío y húmedo. No
tenemos leña para calentar la vivienda. Estoy débil y enferma.
Estas tres niñas son nuestro único sostén y ahora las habéis
pegado. ¡Ay, Dios! ¿Cómo puedo callarme? ¿No somos humanos?,
¿no somos cristianos?».
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ayudantes forzudos. Primero liberan a la mujer de las manos de los
verdugos y luego les dan una paliza, amenazándoles a ellos y a su
oficina, y diciendo: «¡En el nombre de Dios! Si os atrevéis otra vez
más a entrar en este santuario donde habitan los ángeles de Dios,
os espera una venganza horrorosa. No somos hombres o seres de
este mundo, somos los espíritus protectores de estos ángeles, que
pasan aquí su prueba carnal». Luego desaparecen los cuatro. Los
policías también se retiran, para no volver.
¿De qué me hubiese valido ser uno de los ricos de la Tierra? Al final
de mi vida terrenal no me esperaría sino la muerte eterna. Pero
ahora todo es diferente. No me asusta la muerte, para mí no existe.
¡Me estoy librando de todos mis sufrimientos terrenales y veo ante
mí la entrada majestuosa del Reino de Dios!
Mirad este gastado cuerpo mío, asiento del alma para que ésta
soporte la cruz divina: acostado en la paja está ya frío y muerto.
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Pero mi ser, mi alma y mi espíritu, que durante setenta años han
habitado en él, ya están libres y no han sufrido la muerte. En un
instante maravilloso me he visto libre de toda esta carga. Tocadme
y veréis que estoy muerto. (La mujer y las hijas tocan al cuerpo y
notan que esta frío, duro y muerto). Mirad, estoy vivo y puedo
hablar con vosotros mucho mejor que antes.
Sean mis últimas palabras en este mundo las riquezas que os dejo
en herencia, herencia ésta por la que no se pagan impuestos. Sacad
pronto este cuerpo de la habitación pues está muerto del todo.
Tampoco hacen falta grandes ceremonias pues para Dios las
ceremonias son abominables. Ni debéis pagar misa ninguna porque
a Dios le dan asco las oraciones por las que se ha pagado. En
cambio debéis alabar a Dios por la gracia que me ha concedido.
Todo honor, alabanza y nuestro amor para Él, eternamente. Amén».
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En el mundo fui pobre y miserable, pero sabía escribir y leer y
calcular bastante bien. Los domingos y días festivos me dediqué a
leer las Santas Escrituras. Cuanto más me adentraba en ellas, más
claramente veía que la iglesia católico-romana actúa contra la
enseñanza de Cristo y de los apóstoles, tal como está en los cuatro
Evangelios y en las Cartas de los Apóstoles. En una carta del
apóstol Pablo encontré este explosivo párrafo: “Y si viniere un
ángel del cielo y os enseñare un evangelio diferente a lo que yo os
anuncio, o sea el de de Jesús crucificado, ¡maldición para él!”.
Cada vez comprendía mejor el amor sin límites del Señor. Pero
también mi amor hacia Él iba creciendo, pese a todos mis
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sufrimientos terrenales, que más bien me reforzaban. Os digo
libremente y sin tapujos: Cristo es mi amor y mi vida, también en el
infierno, si fuera condenado; ¡pero nadie me puede quitar a mi
Jesús ni en el infierno!
Dice el pobre: «No. Si amo al Señor sobre todas las cosas ¿como
puedo temer a su enviado?».
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mano, eso prueba que eres un enviado del Altísimo y seguramente
me podrás decir lo que me espera ante el Juez supremo, ya que los
otros hermanos más bien querían asustarme. No tengo méritos, ni
podré adquirirlos jamás, y me siento un gran pecador ante el Señor.
Dime tú ¿puedo esperar su gracia y su misericordia?».
Dice el pobre: «¡Ay, hermano, qué excelsitud, con qué pureza brilla
la luz de la mañana, qué nubes más bonitas! ¡Y todos los prados y
los árboles! ¡Qué belleza! ¡Todo en este mundo celestial es
inimaginablemente bello! ¡Las magnificencias de la Tierra no son
nada en comparación! Y también veo una gran muchedumbre que
se acerca y oigo cantar canciones celestiales. ¿Quién puede
describir su armonía? Y la gente, ¡cómo brilla! ¿Qué pareceré entre
ellos con mis harapos?
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Jesús, el Cristo.
Tranquilo, pues todo ocurre como debe ser y para que nadie sufra
ningún daño en su salvación y su libertad. ¿Te gusta esta ciudad en
la que ahora entramos?».
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estamos dentro de la ciudad ¿dónde está Emaús y donde está el
Señor Jesús?».
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