Sei sulla pagina 1di 2

El exorcismo de Matías Alé

Recordemos un episodio ya pasado, pero no por eso menos actual: en el mes de


noviembre del 2015, apareció la noticia de que Matías Alé había sido internado. No era
una cuestión, digamos, orgánica la que lo llevó al hospital, sino que se trató de una
internación psiquiátrica. Para decirlo en criollo (como muchas veces, la sabiduría
popular va un paso delante de la ciencia): Matías Alé “se volvió loco”. Según se supo
más tarde de boca de él mismo, habría presentado ideas delirantes de contenido místico.
En sus propias palabras, “creía que era un Cristo enviado que tenía que hablarles a todas
esas personas. Yo sentía que la gente me agradecía por como hablaba, y otros eran la
cara mala, de la que me tenía que alejar”. Dato de color: unos días antes de este
episodio, el modelo/actor/Casanova se había presentado en el programa de Alejandro
Fantino, donde afirmó que quería ser “el Brancatelli de Macri”.

Pronto la noticia alcanzó las primeras planas de pasquines chimenteros y ocupó


varias horas de televisión. Entre otras cosas que se mostraron, recordemos las imágenes
que mostraban a Alé “contenido” (eufemismo de la jerga psiquiátrica para maniatado),
forcejeando en la puerta de la clínica en la que estaría internado algún tiempo, hasta ser
dado de alta. Hoy, podemos verlo dando testimonio del episodio que atravesó,
nuevamente frente a las cámaras, espacio que pareciera ser su hábitat natural.

Dentro de este verdadero show montado en torno a un hecho cuyo único interés
público era la caída en desgracia de un tipo que había sabido conquistar mujeres hasta
hacer de eso una suerte de oficio (recordemos la publicidad de agua saborizada en la
que hacía precisamente de chamuyero), los sensacionalistas de siempre no demoraron
en dar inicio al desfile de “expertos” en cuestiones de locura.

Entre esas luminarias, un cura. Así es: un vocero de Dios sobre la tierra, un
representante del reino de los cielos ante nosotros, mortales. Consultado por el cuadro
de Matías Alé, su voz autorizada pregonó un tratamiento tan evidente que nos hace
cuestionar la existencia misma de la psiquiatría, el psicoanálisis y otras prácticas cuyo
savoir-faire anda por esos pagos: a Alé hay que exorcizarlo. ¡Pero claro! ¿Cómo no se
me ocurrió antes? ¿Cómo no vi la estrategia? La solución a una cuestión tan antigua
como la humanidad misma es tan sencilla como liberar a M.A. (y a todos los que
acuden a los servicios de Salud Mental) del acólito de Satán que habita su cuerpo.

Ironías al margen, detengámonos en este punto un momento. El ridículo planteo


del clérigo se inscribe dentro de una serie más amplia, entre la que se encuentran
también aquellos otros especialistas del padecimiento psíquico. La diferencia radica en
que estos últimos, los paladines del campo psi (especialmente psiquiatras), tienen el
visto bueno de la sociedad en tanto vienen envueltos en los ropajes de la ciencia. Si el
dentífrico blanquea hasta el extremo de la escala cromática y un odontólogo lo ratifica,
¿por qué no vamos a creer que Matías Alé sufrió un “brote psicótico”?
(Conceptualmente errado, ya que el término brote se reserva para la eclosión de la
esquizofrenia, una entidad clínica delimitada al interior del campo de las psicosis).

¿Por qué esta proliferación de voces sobre el caso Alé y, en un sentido más
amplio, sobre la cuestión de la locura? Porque se trata de una experiencia de orden
inefable, de un encuentro con lo que Lacan llama lo real, totalmente desestructurante del
orden de la realidad, tanto en el paciente como en aquel a cargo de su tratamiento y, en
este caso, de los telespectadores. Un caso como el de Matías Alé nos confronta con
nuestra propia fragmentación, con la amenaza de perder el lazo con la realidad, de la
cual, en estos casos, comenzamos a sospechar no es tan cierta y estable como parece.
Freud advirtió que la realidad se construye, pero, así como se erige en certeza, se puede
perder. Eso es lo que emerge ante la locura, y es en este punto donde el diagnóstico hace
su entrada: allí donde no hay sentido, en tanto somos sus esclavos, nos vemos
conminados a poner algo del orden del lenguaje que nos tranquilice, es decir, un
diagnóstico. Matías Alé tuvo un brote psicótico y a otra cosa, nuestra realidad no vacila.

¡Pero cuidado! El diagnóstico no debe reducirse a esta función de calmar a quien


lo hace. No debe olvidarse que el término diagnóstico porta la raíz dia, que literalmente
(al menos, todo lo literal que puede ser una traducción) significa a través, lo cual da la
idea de un proceso. Seguir el camino del diagnóstico rápido conduce a un único destino:
una etiqueta disparada sobre un ser humano con la velocidad de un pistolero del Far
West. Y esto no nos deja al abrigo de la locura. En otras palabras, por más que el loco
sea el Casanova redimido, como dice Bersuit, nadie está a salvo de la locura. Quizás sea
cuestión de vernos menos al espejo, que siempre devuelve la loca certeza de que somos
el que está ahí…hasta que deja de hacerlo.

https://www.youtube.com/watch?v=RVlhvN-K5bo

http://www.diariopopular.com.ar/notas/150119-la-historia-del-exorcista-
favorito-del-papa-francisco

Potrebbero piacerti anche