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Capítulo I
El derrumbe de la Roma imperial
La antigua Roma pagana era reemplazada por una nueva Roma cristiana:
Constantinopla. Dirá Maier al respecto: “Aquí se fraguó el futuro papel de Roma: la
despolitización de la ciudad era la condición necesaria para que el papado, como
centro de la cristiandad occidental, pudiese alcanzar un día la independencia” (5). O
como lo expresa el historiador Robert Fossier: “Mucho antes de que Alarico la tomara
en 410, Roma ya no está en Roma, y ha dado paso a un vasto mundo nuevo, abierto a
los hombres en busca de esperanza” (6).
El cristianismo medieval
Pero para “cerrar” acabadamente, este paradigma agustiniano debió echar mano
aún de un elemento más: la resignación, es decir, la aceptación pasiva, voluntaria y
gozosa de la servidumbre terrenal (dominio de los hombres) como único camino para
ingresar en el reino celestial (dominio de Dios). Sólo mediante el castigo corporal-
terrenal, era posible liberar el alma. Es el cuerpo carnal, doliente y sensitivo, el que debe
someterse al dominio de un alma abstracta e idealizada, creada por Dios para regirlo.
Dice Puiggrós:“(El cristianismo) afirmaba la intrascendencia y el desprecio de los
bienes terrenales, a la par que señalaba como único bien a la ciudad de Dios,
prometida a los buenos y a los justos para después de la muerte, en el cielo. Para
Agustín, el pecado era causa, explicación y fundamento teológico de la servidumbre
feudal” (12). O como lo expresara Marx: “Los principios sociales del cristianismo
predican la necesidad de una clase dominante y de una clase dominada, y para ésta
última, se contentan con formular piadosamente el deseo de que la primera sea
caritativa. Los principios sociales del cristianismo trasladan al cielo la compensación
(...) de todas las infamias, y justifican de este modo la perpetuación de esas infamias
sobre la Tierra. Los principios sociales del cristianismo declaran que todas las
infamias cometidas por los opresores contra los oprimidos son el justo castigo del
pecado original o de otros pecados, o bien son pruebas impuestas por el Señor, en su
infinita sabiduría a las almas salvadas” (13).
Cristianismo y Capitalismo
Ya Marx había descubierto “el síntoma” (según Lacan), logrando desgarrar los
velos tras los cuales las relaciones sociales de poder se ocultaban para “aparecer” como
simples objetos inanimados (fetiches); ya Freud había dado cuenta de la determinación
histórica de la subjetividad mediante el proceso de interiorización psíquica de los poderes
externos, proponiendo un abordaje del aparato psíquico como el “último extremo de la
proyección e interiorización de la estructura social en lo subjetivo” (16); ahora
Rozitchner, por su parte, continúa la senda transitada por ambos maestros, pero como
buen discípulo, lejos de absolutizar o sacralizar sus originales concepciones, las recreará
y dinamizará señalando críticamente ciertas falencias y limitaciones a la vez que intentará
salvarlas.
Ya desde la Antigüedad clásica, nos recuerda Grüner en otro texto (18), había
comenzado a insinuarse el tránsito desde la cultura de la Vergüenza (que impone un
obrar acorde con las exigencias exteriores) a la cultura de la Culpa (que subjetiva e
internaliza las fuentes del terror como “interiorización de la amenaza espectral”); sin
embargo, el pensamiento aristotélico se había encargado de reafirmar el carácter político-
público del castigo, con el fin de evitar que “el sentimiento de responsabilidad
individual introducido por la cultura de la Culpa se transformara en fantasma
universal de contaminación de todos los miembros de la polis, que sus cuerpos fueran
invadidos por un Terror igualador que proviene de su interior” (19). Recién con San
Agustín se confirma la transformación definitiva de la Vergüenza en Culpa, al
instalar en lo más profundo de la subjetividad, la fuente y el origen del Terror. De
este modo, la “subjetivación de la violencia del Poder asumida como autodominación
(que es constitutivo de una cierta forma de la subjetividad occidental) puede ser
también pensada como violencia de la legitimación” (20).
(1) Grüner, Eduardo: “La cosa política y el nido de víboras”, en El Rodaballo nº 6/7,
otoño/invierno de 1997, edic. El Cielo por Asalto, Bs. As., pág. 87.
(2) Maier, Franz Georg: Las transformaciones del Mundo Mediterráneo, edit. siglo
XXI, Méjico, 1984, págs. 29 y 30.
(6) Fossier, Robert: La sociedad medieval; edit. Crítica, Barcelona, 1996, pág.25.
(9) Puiggrós, Rodolfo: La Cruz y el Feudo, Carlos Pérez editor, Bs. As., 1969, pág. 82.
(10) Rozitchner, León: La Cosa y la Cruz, edit. Losada, Bs. As., 1997, pág. 136.
(11) Freud, Sigmund: “El porvenir de una ilusión”, en Obras Completas, edit. Losada,
Bs. As., 1997, pág. 2965.
(13) Deutsche Brüsseler Zeitung, 12-9-1874; citado por Puiggrós, R. op. cit., pág 116.
(15) Foucault, Michel: Vigilar y castigar, edit. siglo XXI, Arg., 1989, pág. 198.
(16) Rozitchner, León: Freud y el problema del poder, edit. Plaza & Valdés, Méjico
1987, pág. 15.
(18) Grüner, Eduardo: Las formas de la espada, edit. Colihue, Bs. As., 1997.