Novelas y politica
Maria Teresa Gramuglio
I. Disparos en el concierto
En el capitulo XXII de la segunda par-
te de El rojo y el negro un pas
terrumpe, bruscamente, el relato. Est
puesto entre paréntesis y dice asf
“(Aqui querria el autor poner una
pagina de puntos suspensivos.
‘—Eso seria poco ameno —iscrepa el
ceditor—, y en un escrito tan frivolo, la
falta de amenidad ex la muerte
—La politica —replica el autor— es
una pledra atada al cvello ée la litera
tura y que la sumerge en menos de
seis meses. Cuando sobreviene la po-
litica en medio de los asuntos de ima
ginacién, es como un pistoletazo en
medio de un concierto. Es un ruido
desgarrador sin ser enérgico. No con-
cieria con el sonido de ningén instra-
a politica va a ivitar horri-
blemente a la mitad de los lectores, ¥
a aburrir a la otra mitad que la encon-
‘6 mucho mis interesante y més enér-
gica en el diario de la mafiana
sus personajes no hublan de po
lities observa el editor
franceses de 1830, y su lito ya no es
un espejo, como usted pretende que
sea)!
La imterrupcién ocurre cuando se
est contando una reunién secreta de
monérquicos ultras a la que el mar-
qués de La Mole ha Hevado a Julien
Sore, su Seerctario, para que tome n+
tas de lo que allf se bable, Entre am-
bos deberdin reducir luego las notas a
unas pocas paginas, para que Julien
pueda memorizarlas y transmitirlas a
tun incdgnito personaje extranjero,
diendo asf, al no llevar rapeles com-
prometedores, el espionaje a que se-
guramente ser sometido en un viaje
eno de acechanzas. En el momento
en que los misteriosos asistentes a la
reunién van a empezar a hablar, y Ju-
lien, por lo tamto, a escribir, et narra-
dor, gue hasta entonces habfa venido
dando cuenta detallada de cuanto alli
observa Julien, realiza una violenta
dlipsis, Dice escuctamente: “Preparé
cl papel y escribié mucho”. Es en este
punto preciso donde
saje citado.
Esta disposicién indica que el na-
rrador parecia resuelto a suprimir del
relato unas deliberaciones a las que ni
cl atractivo del secreto libraba de ser
tediows, para continuar con las mu-
‘cho més apasionantes aventuras de su
éroe. Pero después de la pequeiia es-
‘cena de la discusién entre el “autor” y
el “editor”, como si no tuviera mas
remedio que cumplir con una exig
cia para é1 penosa, se resigna a repo-
ner aquello que hubicra preferido omi-
tir. Aclara entonces que s6lo dard un
“extracto muy palido” de las veinti-
séis piginas que ocupaba el acta de
Julien, dado que debi6 suprimir “pa-
sajes tan ridiculos que habrian pareci-
{do odiosos 0 poco verosimiles”. ¥ co-
mo para que el lector se convenza de
imtercala el pa-
1. Alianza Bulitoral, Maid, bay vatiae ed
clones, Traduceida de Consuclo BergesTa necesidad de someter a un cierto
trabajo de elaboracién unos materia
les que de oto modo serian insopor-
tables, aflade, de nuevo entre parénte-
sis: “(Véase la Gazette des
Tribmunaut)”. Sélo después de todas es-
tas fintas, se decide a extenderse s0-
bre las detestables deliberaciones que
por fin los lectores podemos conocer.
Una linea de puntos, como un resto
de la pagina entera congue hubiera
querido reemplazarlas, las separa de
la continuacién del relato,
Los lectores saben muy bien que a
pesar de este tinglado de resistencias,
discusiones y discriminacién textual,
Stendhal no se privaba de saturar de
politica sus novelas. Hasta sus histo-
rias de amor tomaban la forma de ia
intriga politica. Sin embargo, parecia
tan conciente de que alli latfa una ame-
raza, que repiti6 varias veces en sus
textos su ahora célebre frase sobre la
politica ea la novela como un disparo,
etc. {Por qué esa insistencia, aqui su-
brayada con el artificio de la escena
intercalada? Creo que se debe a una
aguda percepcidn de los. problemas
formales y estéticos que planteaba ka
politica como una nueva zona de re-
presentacién en la novela del siglo
XIX
Tanto la presencia de Ia politica
como las modalidades que adopta en
las novelss de Stendhal han sido siem-
pre xefialadax por Ia eritica y contin
an siendo objeto de variados andlisis
¢ interpretaciones. La vida misma de
Stendhal y el periodo que le toc6 vivir
svelen tomarse como una clave expli-
cativa: asi, ser para algunos “el hom-
bbre de los momentos confusos” (Léon
Blum), y para otros, alguien que tue,
como ningun otro novelista francés del
siglo XIX, “zarandeado por Ia histo-
ria” (Eric Auerbach), Acaso es posi-
ble ignorar este peso de los aconteci-
mientos vividos, cuando é1 mismo fue
‘capar de escribir en su antobiogratia
“Yo caf con Napolesn”? Pero, bien
mirado, nuestro pasaje habla del ticm-
po de Stendhal de un modo que exce-
de tanto la biografia cuanto Las ima
genes que este egotista impenitente
construy6 de sf mismo: habla de au-
lores, lectores y editores, habla de pe~
Fiddicos, habla de entretenimiento y
de aburrimiento, habla de la tensién
centre potticas roménticas y realistas,
habla de la angustia por la duracién
de la obra. Y sobre todo, habla de la
dificultad tan moderna de hacer de la
materia dudosa del presente, incluida
Ja politica, materia del arte, Tratemos
de desplegar estas cuestiones.
Reemplazar la politica por una pa-
‘gina de puntos suspensivos seria la
muerte para un excrito tan frivolo, di-
ce el “editor”. Hay aqui un indicio
bien lamativo acerca del estatuto to-
davia incierto de la novela en la jerar-
quia de los géneros, y también de los
requerimientos que el mercado plan-
teaba justamente a través de esa figu-
ra modcma que es el editor) a las obras
de entretenimiento destinadas al nue-
vo piblico lector del siglo XIX, entre
las cuales se confundian esas novelas
que, como El rojo y el negro, hoy per-
teneeen al canon de la gran literatura
occidental,
El autor defiende su estrategia en
nombre de fa soberanfa de los domi-
nios de la imaginaci6n. ¥ es sobre es-
te punto que el “editor” le sefiala una
contradicciGn, recordéndole la meti-
fora del espejo que con frecuencia uti-
liza para asegurar el valor de verdad
que legitima sus invenciones noveles-
cas. El espejo, casi un emblema de las
potticas miméticas, forma parte de otra
de las frases recurrentes de Stendhal,
y ya haba hecho su aparicién como
epigrafe en un capitulo anterior de HT
rojo y el negro: “La novela es un es-
Pejo que se pasea a lo largo de un
camino”. Una (y uno) siempre se pre-
guntari qué clase de expejos usaba
Stendhal. 0 por qué caminos los pase-
aba, para encontrarse con personajes
tan tantasticos como Mathilde de lt
Mole y Julien Sorel. 0 como Fabrice.
la Sanseverina y el conde Mosca. Pe-
Fo Jo cierto es que con este argumento
el “editor” logra tiunfar en la discu-
siGn: habré que hablar de politica.
Si la mimesis realista exige. en-
tonces, la representacién de la politica
como algo que est en el camino en
Jos tiempos actuales, esto no deja de
causar perturbaciones, y a ellas se re-
fiere con vehemencia el “autor” cuan-
do apela a otras metiforas menos plé-
ccidas que la del espejo: la piedra atada
al cuello, el tiro de pistola, el ruido,
La novela corte el riesgo de pagar por
su verdad un alto precio: la disonan-
cia, la pérdida de energia, el aburri-
miento. En suma, que aquf “Ia politi-
ca” parece condensar todos esos males
de los “franceses de 1830" que Stend-
hal conjuraba con las fugas roménti-
ccas.a los tiempos y los espacios de la
cenergia napotednica, de tos bandidos
italianos o de los herofsmos cabalie-
rescos. Fs allf donde encontraba sus
conciertos y sus mdsicas. Y tambicn,
fuerza es reconocerlo, su politica.
Uno de tos modos caracte:
de las representaciones de la politica
‘en tos textos de Stendhal es el secre-
to. De ahf que revista con frecuencia
las formas de la intriga, la conspira-
ci6n y la conjura. Abundan los men-
sajes cifrados, los santo y sefias, las
farsas y disfraces, los venenos, Su mo-
delo heroico es el carbonario, ¥ su vi-
ano el déspota o el espfa. Este ima-
ginario rocambolesco no era un mero
anacronismo caprichoso de Stendhal:
durante el perfodo de la Restauracién,
y todavia después de la revoluciGn de
1830, los poderes absolutistas segufan
recurriendo a prdcticas secretas ¥ uti-
lizando confidentes policiales, espias
‘a sueldo y aun confesores eclesiasti-
cos; en el otro bando, rebelies y revo-
lucionarios tendfan en toda Europa a
onganizarse en asociaciones secretas
més 0 menos ritualizadas ¢ inicidti-
cas. Pero este clima de intriga y mi
carada coexiste y contrasta notable-
‘mente con lo que un largo proceso de
transformaciones y de luchas habia
producido en Inglaterra y la Revolu-
cin Francesa cred, “Je la noche al
dia", segdn dice Habermas, en Fran-
cia: el cuestionamiento del secreto de
Estado, y las instituciones que hicie-
ron posible someter los asuntos poli-
ticos a la critica de la opinion pablica
En este proceso, la prensa escrita s¢
convirtis en el espacio més caracteris-
ticamente modemo de la difusién pi-
blica de la politica, Si cn el siglo XVIII
nombres como los de Swift y Defoe
seiialan con elocuencia la malla apre-
tada que desde entonces se teje entre
literatura, periodismo y politica, en et
XIX, esa creciente vis que ad-
quiria la politica, puesta por los perid-
dicos ante los ojos de un pablico cada
vez més participative, no podria me-
znos que plantear nuevos y muy espe-ciales desafios a la novela realista. Para
construir esa nueva zona de represen
tacién, deberd trabajar unos mater
Jes que, al mismo tiempo que recién
conguistados, se encuentran ya so
tidos a tas leyes inexorables de la mer-
cantilizaci6n: como objeto de Ia opi-
ni6n pablica y como “novedad”.esto
es, como noticia periodistica, la poli-
tica parece perder cualquier aura
cluida ta det secreto, De abt que ta
falta de amenidad que teme el *
tor" no sea idéntica a ta que quisiera
¢squivar el “autor”, para quien “esa
politica” acarrea los estigmas de aque
“triste siglo XIX” que hacia la descs
peracién de Stendhal
Es mucho de esto lo que est de-
trés cuando el “autor” aduct que los
Jectores encontraran la politica mejor
‘expoesta en los periddicos, Pero si, co-
mo s¢ ha visto, no logra expulsarla de
su novela, ello se debe, entre otras c
ss, a la indole misma de ese género
‘nuevo que es Ia novela realista mo-
derma, en cuya génesis convergen no
s6lo formas anteriores de prosa, como
la picaresca la crdnica, la carta, el
diario fatimo y el mismo period
mo, bign multiples desarro-
llos —filos6ticos, culturales,
sociales, psicolgicos— propios de
modernidad, Entre ellos, es central esa
experiencia de un tiempo acclerado,
siempre en fuga, que parecia produc
uuna ruptura entre el presente y el pi
sado. Frente a esa experienc, ha sefia-
Jado Reinhart Koselleck, el presente
perdié fiabilidad para los historindo-
res, que se volvieron hacia el estudio
del pasado, mientras que 1a historio-
grafia del dia, en sus palabras, “se
deslizs hs erior que
continus siendo atendido por los pe-
riodistas”. Es atractivo derivar de alli
‘una hipétesis: el periodismo como his-
toriografia del presente. Pero deberi
mos agregar que esa historiografia se
desliz6 también hacia otro género in-
{ferior, atendido por los novelistas, con
Jo que obtendriamos una hipdtesis adi-
ional: la novela realista moderna co-
‘mo género del presente. Y sies cierto
{que no hay nada més viejo que el di
rio de ayer, esta proximidad entre pe:
riodismo y novela no pudo menos que
resultar desazonante. Si el presente ha-
bfa perdido “dignidad metédica” para
Jos historiadores, ce6mo podria tener
dignidad estética para el escritor?
Llegamos asi a la metéfora de la
politica como “una piedra atada al cue-
Ho de a literatura y que la sumerge
en menos de seis meses”. Alf subya-
ce Ta conciencia de que 1o actual de ta
politica, como materia expuesta en el
periddico, es lo que més pronto enve-
jece. Por esta via, Stendhal se aproxi-
maba a un nudo crucial de cuestiones
cestéticas y formales que angustiaron a
tantos artistas de la modernidad: ,pue-
de el ante tomar-sus materiales del pre-
sente sin quedar capturado por su pre-
cariedad? ja qué trabajo someter tales
materiales para asegurar esa perdura-
cién inagotable que se considera pro-
pia de lo estético? Alrededor de esta
conciencia giran las paradgjicas defi-
niciones de lo modemo que formulé
Stendhal y sus apuestas al futuro, a
que serfa comprendido en 1899, a lo
bello como promesa de Ia felicidad.
Se ha dicho muchas veces que Baude-
lire asumi6 estas preguntas de un mo-
do ejemplar. Pero pocas se
do en que integrar ta politica en tas
novelas sin producir disonancias que
perturbaran el concierto fue un arduo
problema formal, y no solo para Stend-
hal. Lo fue también para el Flaubert
de La educacién sentimental, que pre-
aba por la dificultad de enca}
a reparae