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LA VOCACIÓN DEL LAICO

Introducción
Hasta el VATICANO II el laico no encontró su verdadero sitio en el pueblo de Dios.
El Código de Derecho Canónico habla del seguidor de Cristo: “Los seguidores de
Cristo son aquellos que habiendo sido incorporados a Cristo mediante el bautismo
han sido constituidos pueblo de Dios y, por esto, hechos partícipes a su manera del
oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, son llamados según la propia condición
de cada uno a ejercer la misión que Dios confió a la Iglesia cumplir en el mundo”. De
estas afirmaciones se desprende que ser seguidores de Cristo es ser bautizado en
su nombre, viviendo el bautismo que se ha recibido. Cualquier bautizado, sea
él laico, religioso o sacerdote, es seguidor de Cristo y el bautismo establece entre
ellos esa igualdad fundamental señalada por el mismo Vaticano II.

El laico cristiano

Si todo bautizado es seguidor de Cristo, ¿quién es el laico en la Iglesia?. El Concilio


dice en el Capítulo 4 de la Constitución sobre la Iglesia: “ Con el nombre de laico se
designan aquí todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden
sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en
cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos
partícipes, a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en
la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que le
corresponde”(Lumen Gentium 31). Por este pasaje salta a la vista que laico en
sentido estricto es el bautizado que: - no ha recibido el orden sagrado; - no ha
ingresado a una comunidad religiosa. Así, pues su estado de vida o forma de ser en
la Iglesia resulta de una doble delimitación o está recortada por dos NO: no
sacerdote y no religioso.

El laico cristiano, creyente no ordenado: Al ser el sacerdote un creyente ordenado,


el laico es un creyente no ordenado; esto quiere decir que él, en calidad de tal, está
incapacitado para realizar en la Iglesia aquello que, en virtud de la ordenación
sacramental, está reservado al sacerdote (ej.: celebrar la eucaristía). Fue Cristo que
decidió que en su Iglesia hubiese bautizados ordenados y no ordenados o que se
estructurara así como la vemos estructurada. A causa de esta decisión, laicos y
clérigos son dos grupos de creyentes, esenciales en ella, no pueden faltar. De
hecho, clérigos y laicos continúan entendiéndose como grupos opuestos entre sí y,
más frecuentemente, en dependencia abusiva el uno del otro. En la práctica se sigue
a contramano de las directivas del Concilio con daño de la tarea que Jesús confió a
todos.
El laico cristiano, creyente no religioso: En cuanto al segundo NO, la diferencia
entre laico y religioso no surge de la ordenación sacerdotal, pues tanto el uno como
el otro son, en cuanto tales, no ordenados y, entonces, igualmente seglares o laicos.
Consiste en la manera respectiva de estar en el mundo. Por consiguiente, la
diferencia entre laico y religioso es sociológica y no, sacramental como la anterior.
Ser laico y ser religioso son dos formas de vivir en cristiano. El laico trabaja para
abrir el mundo al Reino, es fermento de Cristo en el mundo; el religioso se afana por
transparentar el Reino en el mundo, quiere ser el signo luminoso y entusiasta de lo
venidero aquí y ahora, ya. Y no por esto renuncian a ser ambos en la Iglesia lo que
son según el llamado de Dios.
Así, a través de estos dos NO, se llega al siguiente concepto de laico: Es un
seguidor de Cristo no ordenado (no sacerdote) y no religioso.

¿Quiénes son los fieles laicos?


El Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas,
se abrió a una visión decididamente positiva, y ha manifestado su intención
fundamental al afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su
misterio, y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la
finalidad de “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y
ordenándolas según Dios”.
Los fieles laicos deben tener conciencia cada vez más clara, no solo de pertenecer
a la Iglesia, sino de ser la Iglesia, es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra
bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él.
Según la imagen bíblica de la viña, los fieles laicos (al igual que todos los miembros
de la Iglesia) son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos por él
en una realidad viva y vivificante.
No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el
llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento
de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la
vocación que ha recibido de Dios.
“Los laicos son llamados por Jesús para trabajar en su viña construyendo el Reino
de Dios en este mundo, tomando parte activa, consciente y responsable en la misión
de la IGLESIA” (ChristifidelesLaici).

INTRODUCCIÓN

La vida y misión de los laicos en el contexto de la eclesiología constituyen el tema


central de este estudio. Al mirar retrospectivamente hacia el Concilio Vaticano II y
analizar sus consecuencias para la vida de la Iglesia, aparece la doctrina conciliar
sobre los laicos como el elemento quizá más relevante de la herencia conciliar. Es
decir han sido los laicos, junto con los obispos, los miembros de la Iglesia más
revalorizados por el Concilio. Nunca en la historia de la Iglesia ha hablado un sínodo
de forma más extensa, positiva y sistemática sobre la identidad, las funciones y el
lugar que los laicos tienen en la Iglesia.

Por lo tanto, el Concilio Vaticano II configura la identidad, la responsabilidad y el


compromiso de los laicos en el mundo.

Dentro de esta época de cambios, este charla busca ubicarnos en la historia de la


Iglesia y hacer un recorrido real sobre el papel de los laicos, fundamentado en la
Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia.

También pretende ofrecer una visión actual de los laicos, conocer su verdadera
identidad, los límites y los retos a los que se enfrentan, y finalmente dar una
propuesta para superar las diferencias dentro de la Iglesia y en la sociedad.

1.- LOS LAICOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO

¿Qué se entiende por laicos? La palabra “laico” es un derivado del término latino
“laos” que significa “pueblo” y fue acuñado muy temprano por el cristianismo. Por el
nombre de laico se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los
miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso
reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a
Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su
manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte,
la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo (LG).

Antes del Vaticano II, el laico era considerado como una persona pasiva, sometida
siempre a la jerarquía. El Concilio define ahora al laicado de forma positiva y activa.

En su reflexión sobre la Iglesia (LG), el Vaticano II ha puesto las bases para una
visión eclesiológica renovada, al optar por poner delante del capítulo sobre la
jerarquía un capítulo sobre el pueblo de Dios.
Según Aparecida, los fieles laicos son cristianos que están incorporados a Cristo por
el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo
sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el
pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Son hombres y mujeres de Iglesia en el
corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia (N°
209).

Hasta el Vaticano II la respuesta usual era siempre la misma: un laico es el que no


es sacerdote (ministro) ni religioso. Es decir, se definía al laico no por lo que era,
sino por lo que no era. En el marco de una eclesiología clericalizada, en que se
entendía a identificar sin más la Iglesia con la jerarquía, los laicos se definían en
función de los ministros, aludiendo a las funciones y tareas que no tenían en la
Iglesia (porque eran específicas de la jerarquía).

En resumen: a la hora de definir a los laicos se daba de ellos una definición negativa
(el “no clérigo” y “no religioso”). El Vaticano II buscó superar esta orientación
negativa y definir de forma positiva al laicado.

En este sentido la Iglesia somos todos, no sólo la jerarquía. Por lo tanto no se


puede confundir la comunidad, el pueblo que somos todos con la parte de los
ministros. En este sentido, el concilio no avala ni el papalismo en el siglo XIX (el
Papa no es la iglesia, ni está sobre ella, sino que forma parte de la comunidad), ni el
posible episcopalismo del postvaticano II(los obispos no son la Iglesia y están dentro
de ella), ni los clericalismos del segundo milenio (los curas no son más Iglesia que
los seglares.

La Iglesia es comunitaria y dentro de ella todos somos miembros plenos: el papa, los
obispos, los sacerdotes o los religiosos por su condición no son más cristianos que
los laicos. (Estrada, J., 1989, p.161)

2.- BREVE HISTORIA DEL LAICADO ANTES Y DESPUÉS DEL CONCILIO


VATICANO II

Durante la era apostólica: en el Nuevo Testamento no existe una distinción entre


clérigos y laicos. Todos los creyentes están llamados por igual a vivir la vida de
Cristo y en el Espíritu a ser testigos y servidores del Evangelio.

Las funciones de los seglares en la primeras comunidades cristianas, aparecen con


frecuencia en Hechos de los apóstoles y el las cartas de San Pablo. Por ejemplo:
 Dando hospedaje y prestando asistencia a los apóstoles y a los misioneros
itinerantes. Ofreciendo su casa para las reuniones de la comunidad cristiana
(Hch 12,12; Col 4,10-15; Fim 1,1-2; etc
 Ayudando económicamente a los apóstoles y a las iglesias locales
necesitadas (Flp 4,15-16; Hch 11, 28-30)
 Participando en la vida y los asuntos de la comunidad. (Hch 1,23; 15,22)
 Evangelizando mediante la Palabra (Hch 18,26; Rm 16,7), etc
En la era de los padres de la Iglesia se da mucha importancia al papel de los
seglares. Entre todos ellos se destaca a S. Juan Crisóstomo (349-407) que insiste
en el deber apostólico y misionero de los seglares:
 En el S. IV afirma que la vocación a la santidad y las bienaventuranzas son
para todos.
 Defiende también la santidad del apostolado laical fundándolo sobre la
doctrina del sacerdocio universal de los fieles.

Para el padre San Agustín, los seglares son insertos en una sociedad
mayoritariamente pagana, han de comprenderse en la obra de regeneración y de
construcción de un orden nuevo que propugna el cristianismo.

En algunas partes los seglares desempeñan un papel importante en la vida y en las


estructuras de la Iglesia (pueblo participa en la elección de sus pastores, de los
ordenados y autoridades eclesiásticas).

El papa Celestino I (422-532) decía que “no se imponga un obispo contra la


voluntad de éste.

En el s. IV se fija también la posición jurídica de las personas en la Iglesia con la


distinción cada vez más clara entre seglares, clérigos y monjes. A partir de ahí la
santidad parece más reservada a los monjes, que huyen del mundo, y las
responsabilidades de la Iglesia a los clérigos.

Cuando pasan las persecuciones, el modo de vivir de muchos cristianos lleva a los
obispos y sacerdotes a valorarlos cada vez menos. Esta devaluación ocasiona
algunas manifestaciones como:
 En los templos se crean espacios reservados para clérigos.
 Los seglares solo pueden participar en la preparación de los catecúmenos.
 Las mujeres no pueden preparar a los hombres para el bautismo.
 Se comienza a eliminar la participación de los hombres para el bautismo.
 Se comienza a eliminar la participación de los seglares en la elección del
clero.
 Se reserva el clero el derecho de enseñar las verdades cristianas.

Según Yves Congar, en la alta edad media, hay una tendencia general hacia la
devaluación del laicado, pero también hay momentos de estima y promoción seglar.
La eclesiología en este tiempo considera más dignas las categorías de monjes y
clérigos. En estos momentos de decadencia del laicado se tiene las conciencias
de que todos formamos un solo cuerpo, una unidad, pero esta unidad está integrada
en dos clases de personas: por una parte están los clérigos y los monjes y, por otras
están los laicos a quienes se les concede usar los bienes terrenales.

En los ambientes monacales y clericales se sigue pensando que la santidad, no es


para seglares y que el monje es el cristiano perfecto. Para algunos autores de la
época, el, laico o lego es hombre sin letras, porque no hablaba el latín.
Además la jerarquía y los concilios de la época insisten en que los deberes de los
seglares son: respetar al clero y pagar los derechos e impuestos eclesiásticos,
observar los deberes de caridad para el prójimo, acudir al templo para escuchar las
instrucciones, aprender a rezar.

A finales del s. XI y principios del s. XI hay un aumento hacia la valoración de los


laicos. Algunos autores no define ya la condición laical simplemente en relación a
los clérigos (laico= no clero), sino que la define en sí misma, a partir del bautismo y
de su lugar en la sociedad; afirman que los seglares, como verdaderos cristianos,
han renunciado también al mundo y son, a su modo, regulares, porque viven
conforme a la regla del evangelio.

Hay una fuerte conciencia de que por el bautismo todos los cristianos forman parte
del cuerpo de Cristo, participan de la realeza y del sacerdocio de Cristo y, por tanto,
no han de ser pasivos en la Iglesia, ni aún en la liturgia y la administración de los
sacramentos.

A lo largo de los siglos XI-XVII, la historia del laicado se inicia con el apogeo del
humanismo y la reforma protestante y se cierra la conmoción del cristianismo con la
Revolución Francesa y las ideas de la ilustración.

Los reformadores protestantes niegan toda diferencia esencial entre los laicos,
sacerdotes y monjes, solo se toma en cuenta el oficio o ministerio y frente a ello el
Concilio de Trento, negó enérgicamente que los laicos tengan el poder de
administrar todos los sacramentos y reafirmó la institución divina de la jerarquía. En
este periodo se multiplican las asociaciones laicales dedicadas a la caridad y a la
asistencia de los pobres y enfermos.

A principios del s. XX, tras la primera guerra mundial, comienza a surgir una
conciencia de que el clero no puede representar la única presencia de la Iglesia en
el mundo. En este siglo la Iglesia jerarquía y el clero, son entonces objeto de
hostilidad y descrédito; se vuelve más conservadora, por rechazar el secularismo de
la ilustración; rechazan los valores expresados en las siguientes palabras: progreso,
libertad, igualdad, fraternidad, democracia y que hoy estás palabras llenan la boca
de todos los cristianos, tanto clérigos y laicos.

En este siglo persiste también la mentalidad clerical y, al mismo tiempo, aumenta la


participación de los laicos en el apostolado. El papa Pio XI y Pio XII, impulsaron su
participación en la evangelización. Se da también un resurgir de las instituciones
laicales vinculadas a las diferentes familias religiosas como: terciarios franciscanos,
dominicos, cooperadores salesianos, comunidades de vida cristiana
(congragaciones marianas), etc. Surgen asociaciones y movimientos laicales.

Yves Congar resume la historia del laicado en este siglo con esta frase “hay laicos
que son apóstoles en una iglesia todavía clerical que se defiende en un mundo en
vías de secularización”. (Vidales. A., 1985, p.15-19)
Así se llega a la convocación al CONCILIO VATICANO II, como una llamada del
Papa Juan XXIII a dejar entrar estos aires nuevos, a desentrañar en conjunto los
nuevos llamados del Espíritu a la Iglesia, y a responder con fidelidad a ellos
buscando nuevas formas de encarnarlos.

En la época después del Concilio Vaticano II significó el final de una visión


eclesiológica piramidal que marcó a la Iglesia por casi todo el 2° milenio. Dentro de
este contesto surgen varios documentos eclesiásticos que tratan de afirmar la
identidad, la vida y misión de los laicos: Entre ellos esta la Constitución
Dogmática Lumen Gentium, la cual define al laico Cristiano como “creyente que se
ocupa de ordenar la realidad temporal, las estructuras seculares, contribuyendo a la
construcción del Reino de Dios” (LG 31). También habla de la igualdad dignidad de
los todos los laicos en la Iglesia (N° 32), del apostolado como la misma misión
salvífica de la Iglesia (N°33), la participación en la función profética de Cristo (N° 35),
la relación de los laicos y la jerarquía (N° 37). Aquí, el concilio ha superado
eclesiología jerarcológica. Por ende cada bautizado está al servicio de sus
hermanos. (Perea, J., 2001 p.157-172).

Producto de años de reflexión post-conciliar, Juan Pablo II dice: “Ciertamente todos


los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular, pero lo son de
formas diversas”. La secularidad es una dimensión de toda la Iglesia, de todo el
Pueblo de Dios, de todo el Cuerpo de Cristo que peregrina en este mundo y va
haciendo historia en él. En el mundo debemos trabajar, codo a codo, sacerdotes,
religiosos/as y laicos; todos los cristianos como comunidad de Iglesia.

3.-POSTURAS AL INTERIOR DE LA IGLESIA SOBRE EL TEMA.

Antes del Concilio Vaticano II la postura principal de los concilios anteriores, eran
condenar herejías, definir verdades de fe y costumbres y corregir errores que
nublaban la claridad de la verdad plena (R. Concilium 346, p.104). Por lo tanto el
laico estaba sometido a la jerarquía, era pasivo y simple receptor del mensaje
cristiano. Definido por lo que no era: no es religioso ni sacerdote (ministro).

Los laicos estaban en función de los ministros. A comienzos del s. XX, tras la primera
guerra mundial, comienza a surgir una conciencia de que el clero no puede
representar la única presencia de la Iglesia en el mundo. En siglo XIX la iglesia
sobre todo la jerarquía y el clero, se vuelve más conservadora, y muestra un claro
rechazo al secularismo de la ilustración. En siglo XX persiste una mentalidad
clerical y la iglesia jerárquizada y, al mismo tiempo, aumenta la participación de los
seglares en el apostolado. (VIDALES.A., 1985, p.15-19).Ya en el Vaticano II desde el
principio Juan XXIII, exhorta a repensar las costumbres del pueblo cristiano y
adaptar la disciplina eclesiástica a las condiciones del mundo moderno. La palabra
italiana aggiornamento expresaba lo que el concilio pretendía y los frutos que
deseaban obtener.

El Concilio asume una postura positiva, en cuanto a la participación de la fe católica


en la sociedad. Deseaba debatir no solo definiciones dogmáticas y teológicas, sino
dirigir también la atención hacia los problemas económicos y sociales, viéndolos no
como amenazas, sino como auténticos desafíos pastorales que exigían una
respuesta por parte de la iglesia.

La cuestión del laicado, que anhelaba una mayor participación en la vida y en la


misión de la Iglesia, fue uno de los puntos importantes del concilio. Es ahí donde se
dio el boom oficial de la emergencia de los laicos en la Iglesia y la asunción, por
parte del magisterio de la Iglesia, de una teología del laicado que ya habían
sistematizado grandes teólogos europeos. Los documentos conciliares, por su parte,
contiene múltiples reflexiones, propuestas sobre la identidad y rol de los laicos en la
Iglesia y en el mundo.
Por otro lado movimientos laicos apostólicos activos en las décadas anteriores al
concilio, proporcionaron a los padres conciliares material importante e inspirador
para poder avanzar superando obstáculos en dirección a una eclesiología más
integrada y de comunión. En este este sentido, el concilio asume las siguientes
posturas:
 Procura superar al menos en gran parte la definición negativa del laico (el que
no es sacerdote, el que no es monje, el que no es religioso/a), destacando
características más positivas (miembro del pueblo de Dios) y valorándolo
como miembro activo, responsable de la construcción del tejido especial.
 Define los ministerios de condición laical, y en la LG presenta la comunidad
eclesial como pueblo de Dios, donde todos somos miembros plenos.
 Revaloriza la comunidad, en contraste con las eclesiologías verticalistas y
jerarquizantes, lo que el Padre Yves Congar denomina “jerarcologías”.

La percepción del Concilio es afirmar que los laicos no son súbditos o meros
servidores de los pastores, sino sus hermanos:” los laicos, del mismo modo que por
benevolencia divina tiene como hermano Cristo, quien, siendo Señor de todo, no
vino para ser servido, sino a servir (Mt 20,28), también tiene por hermanos a los que,
constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la
autoridad de Cristo, apacientan a la familia de Dios, de tal suerte que sea cumplido
por todos el nuevo mandamiento de la caridad. (R. Concilium 346, p.104-106).

Finalmente todos los laicos como pueblo de Dios están llamados en la misión
evangelizadora de la Iglesia que hoy es urgente e incluso, más necesaria que nunca.
La autonomía de nuestra sociedad crecientemente secularizada; la separación,
pretendidamente justificada, entre la fe y la vida diaria, pública y privada; la tentación
de reducir la fe a la esfera de lo privado; la crisis de valores; pero también la
búsqueda de verdad y sentido etc., son otros tantos desafíos que urgen a los
católicos a impulsar una nueva evangelización, a contribuir a promover una nueva
cultura y civilización de la vida y verdad, de la justicia y la paz, de la solidaridad y el
amor” (Cristianos Laicos, Iglesia en el mundo, núm. 43).
4.- LÍMITES Y RETOS DE LOS LAICOS DESPUÉS DEL CONCILIO VATICANO II
Los límites siempre son difíciles de definir, sin embargo se debe de trabajar en
armonía con la Iglesia jerárquica. El laico tiene que hacer énfasis y defender su
laicidad, porque el laico no es un cura a medias. Debe de ser consciente de las
tareas que no le corresponde, sino que debe vivir su ser cristiano como laico en los
ámbitos donde desarrolla su vida, su labor profesional, en su familia, en el congreso
en la república, en los medios de comunicación, etc ., ahí donde se juega la vida de
las personas Imprimir los valores del evangelio ahí donde está, ser la sal del mundo.

Y trabajar en armonía con la iglesia Jerárquica (Entrevista Hno. Francisco Sáez).


Uno de los retos es hacer realidad la misión de Jesucristo, de la que él mismo nos
ha hecho partícipes. Se trata de llevar las buenas noticias, de anunciar la libertad,
de liberar de ataduras y cegueras, de proclamar el amor de Dios que todo lo llena
con su gracia. Y se trata de hacerlo entre los hombres y mujeres de hoy, con nuestra
vida, preferencialmente entre los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos.
Cristo nos da la misión, de él la recibimos, somos primordialmente sus testigos, y no
propagandistas o activistas de un proyecto propio.

También otro de los retos es ser testimonio de Dios y manifestarlo a los demás
evangelizando a las personas, a las culturas, trabajando desde dentro, como la
levadura en la santificación del mundo, para la construcción de un mundo más digno
de los hombres, hijos de Dios. En el campo de la misión el laico no tiene límites,
cuando se trata de misionar para el servicio del Reino de Dios.

Así los laicos pueden actuar en la Iglesia y en el mundo superando las tensiones y
conflictos que van surgiendo en la Iglesia. Sin embargo también puede haber algo
de tentación enfatizar el rol del laico en el mundo. Los obispos que constituyeron el
Sínodo sobre los laicos reiteraron que “el campo propio de su actividad
evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social,
de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la
vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras
realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la
educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento
etc. Pero, sería un error quedarnos solo en el ámbito del mundo, puesto que también
están muy presentes en la Iglesia. Por ello, que en cualquier caso se subraya
constantemente que no se debe confundir el campo de los clérigos y el de los fieles
laicos. Ya que colaborar con el Sagrado ministerio no significa “suplir ni sustituir”.
Cada uno está llamado a colaborar con la misión de construir el Reino desde su
condición y lugar de vida.

5.- PROPUESTAS PARA SUPERAR LOS PUNTOS DE DESACUERDO


En la primera comunidad no existía distinción entre el religioso y laico, todos eran
iguales, después hay una separación que piramidita el pueblo de Dios: la jerarquía
arriba y el laicado en la base, como entes recesivos. Con el Vaticano II todos
estamos llamados a trabajar como hermanos y hermanas y reconocernos
compañeros y compañeras de camino, llamados a compartir el pan, el camino y la
vida. Por lo tanto todos los fieles laicos, juntamente con los sacerdotes, religiosos y
religiosas, constituimos el único pueblo de Dios y cuerpo de Cristo. Es decir el
Pueblo de Dios somos todos los consagrados por su Espíritu. Por ello en el bautismo
Dios nos hace sacerdotes, profetas y reyes.

De ahí es el llamado a que todos los laicos, recuerden que ellos son también
Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio al mundo entero.
También deben sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad,
especialmente según los criterios del Evangelio, con entusiasmo, creatividad,
audacia en comunión con los sacerdotes, obispos, religiosas y religiosos.

A demás su índice secular, tiene el deber de hacer creíble la fe que profesan,


mostrando autenticidad y coherencia en su vida y misión en la Iglesia y en el mundo.

Por eso, el laico no puede perder nunca su identidad eclesial. En este sentido
cremos que la invitación tanto a los laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, es a
buscar siempre el diálogo y tomarnos nuestra participación en la Iglesia y en el
mundo en serio. Es decir:
 A la jerarquía, un laico le debe pedir que no dialogue consigo misma, que
fomente la participación activa y efectiva del laico, que no monopolice los
poderes en la Iglesia, que confíen más en el laicado, que vele por su buena
formación- acompañamiento, y repensar que el laico nos constituye como
Iglesia. Es decir que la Iglesia tiene una misión: ser sacramento de salvación.
Por lo tanto la Iglesia será de Jesús si es fiel a la misión encomendada de
velar por la unidad de la humanidad y la comunión con Dios. Eso es lo más
importante, lo que nos constituye como Iglesia por encima de la organización.

 Franklin Ruiz, nos dice que a los religiosos/as, se nos pide no contraponer
nuestro modos de vida, porque casi siempre “a un religioso/a se le ha
distinguido tradicionalmente del laico por vivir con mayor radicalidad el
Evangelio, por estar más disponible a cualquier tipo de misión en cualquier
parte del mundo, por tener un amor más multiplicador”. Nos preguntamos si
¿realmente es así? Frente a ello afirmamos que el seguimiento cristiano
coherente a veces se nos hace difíciles tanto a laicos y a religiosos/as.

Frente a todo ello nos atrevemos a decir que toda la vida religiosa está
llamada y comprometida a vivir con radicalidad los consejos evangélicos
(pobreza, castidad y obediencia) y velar por la formación y acompañamiento
de los laicos.

La vida laical también esta llamada y comprometida a vivir la fidelidad,


austeridad y disponibilidad, desde sus condiciones propias de vida. También
se nos dice que seamos compañeros de misión, una comunidad unida por la
fe al servicio de la humanidad, siendo miembros de la Iglesia, más allá de las
diferencias jurídicas y roles, debemos considerarnos comunidad en misión y
para la misión, pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.

Finalmente al laicado en general, se les invita , se les pide: no encerrarse en lo


eclesial ni dedicarse sólo a lo del mundo, deben ganar participación dentro de la
Iglesia; no separar fe y vida ( no abdicar de su ser Iglesia, de su condición eclesial,
de su ser ciudadano, de su compromiso familiar); no ser clericalistas (quitarse la
concepción de que el laico es mejor laico cuanto más se parece a un clérigo); tener
mayor creatividad e intrepidez, tomarse más en serio su formación, profundizar en
su ser laical, vivir radicalmente su sacerdocio, acoger su vocación como un don de
Dios y vivir el evangelio, que esta escrito para todos, siguiendo el llamado de
Aparecida de ser discípulos y misioneros.

VI.- PERFIL DEL LAICO CRISTIANO


De manera breve, vamos a señalar algunos rasgos propios del laico cristiano, que
es necesario tener en cuenta para cultivar una espiritualidad laical.

1. Seguidor de Cristo
El primer rasgo que define al laico cristiano es su adhesión a Cristo, su respuesta a
la llamada de Cristo, su seguimiento fiel. Ahí está la fuente de toda vocación
cristiana: en la adhesión incondicional a su persona y a su Evangelio. Ahí está la
fuente del ser y del obrar laical.
Esto exige una espiritualidad de seguimiento y discipulado. El laico se siente
llamado a encarnar los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo. Seguir a
Cristo es identificarse con él, adherirse a su persona, dejarse configurar por él,
inspirarse en su espíritu, mirar la vida como la miraba él, tratar a la gente como él la
trataba, poner la esperanza donde la ponía él, defender su causa... Irse haciendo
«cristiano».
El Vaticano II proclama que «todos los cristianos, de cualquier estado o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del
amor», naturalmente, desde su propia condición laical.

2. Al servicio del Reino de Dios


Seguir a Cristo es ponerse al servicio del Reino de Dios, que es el objetivo al que se
entregó, por el que vivió y murió Jesús. Esto tiene diversas exigencias.
Lo primero es renunciar a toda clase de ídolos y falsos dioses (dinero, bienestar,
poder), para rendir nuestro ser sólo a Dios nuestro Padre y buscar sólo su voluntad,
que es la felicidad de todas y cada una de sus criaturas.
Exige, además, trabajar por una sociedad donde reine Dios. Si reina Dios, no
pueden reinar los fuertes sobre los débiles, los ricos sobre los pobres, los varones
sobre las mujeres, el Primer Mundo sobre el Tercero... Donde reina Dios como
Padre, ha de reinar la fraternidad (no la insolidaridad), la justicia (no el abuso), la
libertad (no la opresión y las servidumbres), la paz (no la violencia), la verdad (no el
engaño y la mentira).
El laico cristiano tiene muy claro hacia dónde ha de dirigir sus esfuerzos y
trabajos, hacia dónde ha de orientar su vocación laical, dónde ha de poner su
mirada, sus objetivos y aspiraciones.

3. Miembro activo y responsable del Pueblo de Dios


Lo hemos dicho ya. Es un rasgo esencial. El laico se ha de sentir sujeto de pleno
derecho en la comunidad eclesial. Está animado por el Espíritu que alienta a toda la
Iglesia. Con derecho y obligación de manifestar sus necesidades, sugerencias y
opiniones por el bien de la Iglesia. Con derecho a tomar parte en la vida y en la
marcha de la comunidad según su vocación, sus cualidades y posibilidades.
Para que el laico pueda tomar parte en la comunidad es importante el esfuerzo
por discernir y encontrar la propia vocación, el servicio que cada uno puede realizar,
individualmente, con su pareja, en un grupo o movimiento...

4. Enviado al mundo
Seguidor convencido de Cristo, animado por el Espíritu para el servicio del Reino de
Dios, constituido en sujeto integrante del Pueblo de Dios con pleno derecho,
el laico se siente enviado al mundo donde ha de desarrollar su misión a través del
testimonio y del compromiso transformador.
Esto exige descubrir la vocación matrimonial y la espiritualidad conyugal, vivir la
vocación cristiana de madre o padre, descubrir el valor cristiano del trabajo y la
profesión secular, la importancia de la transformación de la sociedad, el valor
cristiano del ocio y del tiempo libre...
El laico cristiano ha de tener muy claro que está llamado a ser testigo, apóstol,
militante, agente transformador. Esto es ser «practicante». Habría que ampliar el
contenido de practicante más allá de la participación en la Eucaristía dominical y
hacer que abarque la praxis, el comportamiento en la vida y en la sociedad.

5. Enraizado en la Palabra de Dios y en la Eucaristía


La vida del laico se alimentan en dos fuentes: la Palabra de Dios y la Eucaristía
dominical.
Es de gran importancia la lectura personal habitual, a solas o en grupo, el contacto
frecuente con el Evangelio (aprendizaje, práctica, método, en grupo, en pareja...). Y,
junto a todo ello, la Eucaristía dominical participada de manera gozosa, activa,
consciente, comulgando con Cristo y con la comunidad, alimentando la propia fe y la
vocación cristiana.
Sólo así se puede luego leer el libro de la vida, escuchar a Dios en los
acontecimientos, ver a Cristo en los pobres, hacer una lectura creyente de la
realidad, comulgar con hombres y mujeres, crecer en el servicio al Reino de Dios.

6. Radicalidad evangélica
La espiritualidad del laico no es menos exigente que otras formas de vida, pues está
marcada por la radicalidad evangélica del seguimiento. Es falsa aquella división
clásica que separaba a los cristianos en dos sectores: el sector llamado a una vida
de perfección en la consagración de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia),
y la mayoría de los cristianos, llamados solamente al cumplimiento de los
mandamientos de Dios: cristianos de segunda categoría.
Todos estamos llamados a seguir a Cristo según el espíritu de las
bienaventuranzas, todos hemos de vivir con el corazón entregado a Dios como único
Señor, todos hemos de usar los bienes materiales desde y para el amor, todos
hemos de buscar la obediencia a la voluntad del Padre. No hay estados más o
menos perfectos, sino formas diversas de escuchar y vivir la llamada al seguimiento.
Lo que sí hemos de destacar es algunas virtudes y actitudes que reclaman hoy
un cuidado más especial en el mundo actual de competitividad, consumo,
apariencia, agresividad... Así, la misericordia, la honradez, la libertad personal, el
desprendimiento, la lucha incansable por la justicia, la cercanía y solidaridad con los
más necesitados, el perdón y la actitud de reconciliación, la esperanza.

7. La formación
No es posible un crecimiento responsable del laicado si no se cuida y promueve
debidamente su formación. Sólo con una formación y capacitación adecuadas,
podrán los laicos, educados desde otras claves y otra sensibilidad, adquirir
personalidad, seguridad e iniciativa dentro del Pueblo de Dios.
Es importante promover medios, jornadas, procesos que ayuden a descubrir la
personalidad cristiana laical y su misión en la Iglesia y en el mundo. Junto a esto, es
necesaria la capacitación especializada para cada campo pastoral o ámbito secular.
No hemos de esperar a la actuación de los presbíteros o de la jerarquía. Son los
mismos laicos y laicas quienes han de tomar la iniciativa para pedir, promover y
poner en marcha los instrumentos y servicios necesarios.

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