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Introducción
Hasta el VATICANO II el laico no encontró su verdadero sitio en el pueblo de Dios.
El Código de Derecho Canónico habla del seguidor de Cristo: “Los seguidores de
Cristo son aquellos que habiendo sido incorporados a Cristo mediante el bautismo
han sido constituidos pueblo de Dios y, por esto, hechos partícipes a su manera del
oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, son llamados según la propia condición
de cada uno a ejercer la misión que Dios confió a la Iglesia cumplir en el mundo”. De
estas afirmaciones se desprende que ser seguidores de Cristo es ser bautizado en
su nombre, viviendo el bautismo que se ha recibido. Cualquier bautizado, sea
él laico, religioso o sacerdote, es seguidor de Cristo y el bautismo establece entre
ellos esa igualdad fundamental señalada por el mismo Vaticano II.
El laico cristiano
INTRODUCCIÓN
También pretende ofrecer una visión actual de los laicos, conocer su verdadera
identidad, los límites y los retos a los que se enfrentan, y finalmente dar una
propuesta para superar las diferencias dentro de la Iglesia y en la sociedad.
¿Qué se entiende por laicos? La palabra “laico” es un derivado del término latino
“laos” que significa “pueblo” y fue acuñado muy temprano por el cristianismo. Por el
nombre de laico se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los
miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso
reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a
Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su
manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte,
la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo (LG).
Antes del Vaticano II, el laico era considerado como una persona pasiva, sometida
siempre a la jerarquía. El Concilio define ahora al laicado de forma positiva y activa.
En su reflexión sobre la Iglesia (LG), el Vaticano II ha puesto las bases para una
visión eclesiológica renovada, al optar por poner delante del capítulo sobre la
jerarquía un capítulo sobre el pueblo de Dios.
Según Aparecida, los fieles laicos son cristianos que están incorporados a Cristo por
el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo
sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el
pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Son hombres y mujeres de Iglesia en el
corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia (N°
209).
En resumen: a la hora de definir a los laicos se daba de ellos una definición negativa
(el “no clérigo” y “no religioso”). El Vaticano II buscó superar esta orientación
negativa y definir de forma positiva al laicado.
La Iglesia es comunitaria y dentro de ella todos somos miembros plenos: el papa, los
obispos, los sacerdotes o los religiosos por su condición no son más cristianos que
los laicos. (Estrada, J., 1989, p.161)
Para el padre San Agustín, los seglares son insertos en una sociedad
mayoritariamente pagana, han de comprenderse en la obra de regeneración y de
construcción de un orden nuevo que propugna el cristianismo.
Cuando pasan las persecuciones, el modo de vivir de muchos cristianos lleva a los
obispos y sacerdotes a valorarlos cada vez menos. Esta devaluación ocasiona
algunas manifestaciones como:
En los templos se crean espacios reservados para clérigos.
Los seglares solo pueden participar en la preparación de los catecúmenos.
Las mujeres no pueden preparar a los hombres para el bautismo.
Se comienza a eliminar la participación de los hombres para el bautismo.
Se comienza a eliminar la participación de los seglares en la elección del
clero.
Se reserva el clero el derecho de enseñar las verdades cristianas.
Según Yves Congar, en la alta edad media, hay una tendencia general hacia la
devaluación del laicado, pero también hay momentos de estima y promoción seglar.
La eclesiología en este tiempo considera más dignas las categorías de monjes y
clérigos. En estos momentos de decadencia del laicado se tiene las conciencias
de que todos formamos un solo cuerpo, una unidad, pero esta unidad está integrada
en dos clases de personas: por una parte están los clérigos y los monjes y, por otras
están los laicos a quienes se les concede usar los bienes terrenales.
Hay una fuerte conciencia de que por el bautismo todos los cristianos forman parte
del cuerpo de Cristo, participan de la realeza y del sacerdocio de Cristo y, por tanto,
no han de ser pasivos en la Iglesia, ni aún en la liturgia y la administración de los
sacramentos.
A lo largo de los siglos XI-XVII, la historia del laicado se inicia con el apogeo del
humanismo y la reforma protestante y se cierra la conmoción del cristianismo con la
Revolución Francesa y las ideas de la ilustración.
Los reformadores protestantes niegan toda diferencia esencial entre los laicos,
sacerdotes y monjes, solo se toma en cuenta el oficio o ministerio y frente a ello el
Concilio de Trento, negó enérgicamente que los laicos tengan el poder de
administrar todos los sacramentos y reafirmó la institución divina de la jerarquía. En
este periodo se multiplican las asociaciones laicales dedicadas a la caridad y a la
asistencia de los pobres y enfermos.
A principios del s. XX, tras la primera guerra mundial, comienza a surgir una
conciencia de que el clero no puede representar la única presencia de la Iglesia en
el mundo. En este siglo la Iglesia jerarquía y el clero, son entonces objeto de
hostilidad y descrédito; se vuelve más conservadora, por rechazar el secularismo de
la ilustración; rechazan los valores expresados en las siguientes palabras: progreso,
libertad, igualdad, fraternidad, democracia y que hoy estás palabras llenan la boca
de todos los cristianos, tanto clérigos y laicos.
Yves Congar resume la historia del laicado en este siglo con esta frase “hay laicos
que son apóstoles en una iglesia todavía clerical que se defiende en un mundo en
vías de secularización”. (Vidales. A., 1985, p.15-19)
Así se llega a la convocación al CONCILIO VATICANO II, como una llamada del
Papa Juan XXIII a dejar entrar estos aires nuevos, a desentrañar en conjunto los
nuevos llamados del Espíritu a la Iglesia, y a responder con fidelidad a ellos
buscando nuevas formas de encarnarlos.
Antes del Concilio Vaticano II la postura principal de los concilios anteriores, eran
condenar herejías, definir verdades de fe y costumbres y corregir errores que
nublaban la claridad de la verdad plena (R. Concilium 346, p.104). Por lo tanto el
laico estaba sometido a la jerarquía, era pasivo y simple receptor del mensaje
cristiano. Definido por lo que no era: no es religioso ni sacerdote (ministro).
Los laicos estaban en función de los ministros. A comienzos del s. XX, tras la primera
guerra mundial, comienza a surgir una conciencia de que el clero no puede
representar la única presencia de la Iglesia en el mundo. En siglo XIX la iglesia
sobre todo la jerarquía y el clero, se vuelve más conservadora, y muestra un claro
rechazo al secularismo de la ilustración. En siglo XX persiste una mentalidad
clerical y la iglesia jerárquizada y, al mismo tiempo, aumenta la participación de los
seglares en el apostolado. (VIDALES.A., 1985, p.15-19).Ya en el Vaticano II desde el
principio Juan XXIII, exhorta a repensar las costumbres del pueblo cristiano y
adaptar la disciplina eclesiástica a las condiciones del mundo moderno. La palabra
italiana aggiornamento expresaba lo que el concilio pretendía y los frutos que
deseaban obtener.
La percepción del Concilio es afirmar que los laicos no son súbditos o meros
servidores de los pastores, sino sus hermanos:” los laicos, del mismo modo que por
benevolencia divina tiene como hermano Cristo, quien, siendo Señor de todo, no
vino para ser servido, sino a servir (Mt 20,28), también tiene por hermanos a los que,
constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la
autoridad de Cristo, apacientan a la familia de Dios, de tal suerte que sea cumplido
por todos el nuevo mandamiento de la caridad. (R. Concilium 346, p.104-106).
Finalmente todos los laicos como pueblo de Dios están llamados en la misión
evangelizadora de la Iglesia que hoy es urgente e incluso, más necesaria que nunca.
La autonomía de nuestra sociedad crecientemente secularizada; la separación,
pretendidamente justificada, entre la fe y la vida diaria, pública y privada; la tentación
de reducir la fe a la esfera de lo privado; la crisis de valores; pero también la
búsqueda de verdad y sentido etc., son otros tantos desafíos que urgen a los
católicos a impulsar una nueva evangelización, a contribuir a promover una nueva
cultura y civilización de la vida y verdad, de la justicia y la paz, de la solidaridad y el
amor” (Cristianos Laicos, Iglesia en el mundo, núm. 43).
4.- LÍMITES Y RETOS DE LOS LAICOS DESPUÉS DEL CONCILIO VATICANO II
Los límites siempre son difíciles de definir, sin embargo se debe de trabajar en
armonía con la Iglesia jerárquica. El laico tiene que hacer énfasis y defender su
laicidad, porque el laico no es un cura a medias. Debe de ser consciente de las
tareas que no le corresponde, sino que debe vivir su ser cristiano como laico en los
ámbitos donde desarrolla su vida, su labor profesional, en su familia, en el congreso
en la república, en los medios de comunicación, etc ., ahí donde se juega la vida de
las personas Imprimir los valores del evangelio ahí donde está, ser la sal del mundo.
También otro de los retos es ser testimonio de Dios y manifestarlo a los demás
evangelizando a las personas, a las culturas, trabajando desde dentro, como la
levadura en la santificación del mundo, para la construcción de un mundo más digno
de los hombres, hijos de Dios. En el campo de la misión el laico no tiene límites,
cuando se trata de misionar para el servicio del Reino de Dios.
Así los laicos pueden actuar en la Iglesia y en el mundo superando las tensiones y
conflictos que van surgiendo en la Iglesia. Sin embargo también puede haber algo
de tentación enfatizar el rol del laico en el mundo. Los obispos que constituyeron el
Sínodo sobre los laicos reiteraron que “el campo propio de su actividad
evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social,
de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la
vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras
realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la
educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento
etc. Pero, sería un error quedarnos solo en el ámbito del mundo, puesto que también
están muy presentes en la Iglesia. Por ello, que en cualquier caso se subraya
constantemente que no se debe confundir el campo de los clérigos y el de los fieles
laicos. Ya que colaborar con el Sagrado ministerio no significa “suplir ni sustituir”.
Cada uno está llamado a colaborar con la misión de construir el Reino desde su
condición y lugar de vida.
De ahí es el llamado a que todos los laicos, recuerden que ellos son también
Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio al mundo entero.
También deben sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad,
especialmente según los criterios del Evangelio, con entusiasmo, creatividad,
audacia en comunión con los sacerdotes, obispos, religiosas y religiosos.
Por eso, el laico no puede perder nunca su identidad eclesial. En este sentido
cremos que la invitación tanto a los laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, es a
buscar siempre el diálogo y tomarnos nuestra participación en la Iglesia y en el
mundo en serio. Es decir:
A la jerarquía, un laico le debe pedir que no dialogue consigo misma, que
fomente la participación activa y efectiva del laico, que no monopolice los
poderes en la Iglesia, que confíen más en el laicado, que vele por su buena
formación- acompañamiento, y repensar que el laico nos constituye como
Iglesia. Es decir que la Iglesia tiene una misión: ser sacramento de salvación.
Por lo tanto la Iglesia será de Jesús si es fiel a la misión encomendada de
velar por la unidad de la humanidad y la comunión con Dios. Eso es lo más
importante, lo que nos constituye como Iglesia por encima de la organización.
Franklin Ruiz, nos dice que a los religiosos/as, se nos pide no contraponer
nuestro modos de vida, porque casi siempre “a un religioso/a se le ha
distinguido tradicionalmente del laico por vivir con mayor radicalidad el
Evangelio, por estar más disponible a cualquier tipo de misión en cualquier
parte del mundo, por tener un amor más multiplicador”. Nos preguntamos si
¿realmente es así? Frente a ello afirmamos que el seguimiento cristiano
coherente a veces se nos hace difíciles tanto a laicos y a religiosos/as.
Frente a todo ello nos atrevemos a decir que toda la vida religiosa está
llamada y comprometida a vivir con radicalidad los consejos evangélicos
(pobreza, castidad y obediencia) y velar por la formación y acompañamiento
de los laicos.
1. Seguidor de Cristo
El primer rasgo que define al laico cristiano es su adhesión a Cristo, su respuesta a
la llamada de Cristo, su seguimiento fiel. Ahí está la fuente de toda vocación
cristiana: en la adhesión incondicional a su persona y a su Evangelio. Ahí está la
fuente del ser y del obrar laical.
Esto exige una espiritualidad de seguimiento y discipulado. El laico se siente
llamado a encarnar los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo. Seguir a
Cristo es identificarse con él, adherirse a su persona, dejarse configurar por él,
inspirarse en su espíritu, mirar la vida como la miraba él, tratar a la gente como él la
trataba, poner la esperanza donde la ponía él, defender su causa... Irse haciendo
«cristiano».
El Vaticano II proclama que «todos los cristianos, de cualquier estado o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del
amor», naturalmente, desde su propia condición laical.
4. Enviado al mundo
Seguidor convencido de Cristo, animado por el Espíritu para el servicio del Reino de
Dios, constituido en sujeto integrante del Pueblo de Dios con pleno derecho,
el laico se siente enviado al mundo donde ha de desarrollar su misión a través del
testimonio y del compromiso transformador.
Esto exige descubrir la vocación matrimonial y la espiritualidad conyugal, vivir la
vocación cristiana de madre o padre, descubrir el valor cristiano del trabajo y la
profesión secular, la importancia de la transformación de la sociedad, el valor
cristiano del ocio y del tiempo libre...
El laico cristiano ha de tener muy claro que está llamado a ser testigo, apóstol,
militante, agente transformador. Esto es ser «practicante». Habría que ampliar el
contenido de practicante más allá de la participación en la Eucaristía dominical y
hacer que abarque la praxis, el comportamiento en la vida y en la sociedad.
6. Radicalidad evangélica
La espiritualidad del laico no es menos exigente que otras formas de vida, pues está
marcada por la radicalidad evangélica del seguimiento. Es falsa aquella división
clásica que separaba a los cristianos en dos sectores: el sector llamado a una vida
de perfección en la consagración de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia),
y la mayoría de los cristianos, llamados solamente al cumplimiento de los
mandamientos de Dios: cristianos de segunda categoría.
Todos estamos llamados a seguir a Cristo según el espíritu de las
bienaventuranzas, todos hemos de vivir con el corazón entregado a Dios como único
Señor, todos hemos de usar los bienes materiales desde y para el amor, todos
hemos de buscar la obediencia a la voluntad del Padre. No hay estados más o
menos perfectos, sino formas diversas de escuchar y vivir la llamada al seguimiento.
Lo que sí hemos de destacar es algunas virtudes y actitudes que reclaman hoy
un cuidado más especial en el mundo actual de competitividad, consumo,
apariencia, agresividad... Así, la misericordia, la honradez, la libertad personal, el
desprendimiento, la lucha incansable por la justicia, la cercanía y solidaridad con los
más necesitados, el perdón y la actitud de reconciliación, la esperanza.
7. La formación
No es posible un crecimiento responsable del laicado si no se cuida y promueve
debidamente su formación. Sólo con una formación y capacitación adecuadas,
podrán los laicos, educados desde otras claves y otra sensibilidad, adquirir
personalidad, seguridad e iniciativa dentro del Pueblo de Dios.
Es importante promover medios, jornadas, procesos que ayuden a descubrir la
personalidad cristiana laical y su misión en la Iglesia y en el mundo. Junto a esto, es
necesaria la capacitación especializada para cada campo pastoral o ámbito secular.
No hemos de esperar a la actuación de los presbíteros o de la jerarquía. Son los
mismos laicos y laicas quienes han de tomar la iniciativa para pedir, promover y
poner en marcha los instrumentos y servicios necesarios.