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Una curación en sábado

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Luis Gralla

Lucas 13, 10-17

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu
tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno
enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le
impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en
sábado, decía a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a
curaros, y no en día de sábado.
Replicóle el Señor: ¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a
vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham,
a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura
en día de sábado? Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos,
mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Reflexión

Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos
pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los
medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que
conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con
el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para
poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante:
el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es
maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente
superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por
amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si
pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos.
Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que
estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra
transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final,
un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.

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