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“Entonces ya es hora de acabar con esto. Para de pedir perdón a Dios y vete a pedir perdón a quien
heriste”.
Dando un ejemplo
Preguntaron a Dov Beer de Mezeritch:
“¿Cuál es el mejor ejemplo a seguir? ¿El de los hombres piadosos, que dedican su vida a Dios? ¿El
de los hombres cultos, que procuran entender la voluntad del Altísimo?”.
“Los niños no saben nada. Aún no aprendieron lo que es la realidad”, fue el comentario general.
“Estáis muy equivocados, porque ellos poseen tres cualidades de las que nunca deberíamos
olvidarnos”, dijo Dov Beer: “Están siempre alegres sin motivo. Están siempre ocupados. Y cuando
desean algo, saben exigirlo con insistencia y determinación”.
Asustada, su mujer obedeció. Desde entonces, siempre que el pastor llegaba a casa, todos
permanecían silenciosos en el momento de rezar. Pero él sentía que Dios ya no le escuchaba.
Una noche, en medio de la plegaria, preguntó al Señor: “¿Qué es lo que pasa? ¡Tengo la paz
necesaria y no consigo rezar!”.
Y un ángel le respondió: “Él escucha palabras, pero no escucha ya las risas. Él nota la devoción, pero
ya no percibe alegría”.
El pastor se incorporó y de nuevo gritó a su mujer: “¡Manda a los niños que jueguen! ¡Ellos forman
parte de la oración!”.
Lo que dirán de ti
Cuando era joven, Abin-Alsar escuchó una conversación de su padre con un derviche.
“Cuidado con tus obras”, dijo el derviche. “Piensa en lo que las generaciones futuras dirán de ti”.
“¿Y qué?”, respondió el padre. “Cuando yo me muera, todo estará acabado y no me importa lo que
dirán”.
Abin-Alsar jamás olvidó esa conversación. Durante toda su vida se esforzó para hacer el bien,
ayudar a la gente y ejecutar su trabajo con entusiasmo. Se volvió un hombre conocido por su
preocupación por los demás; al morir había dejado un gran número de obras que mejoraron el nivel
de vida de su ciudad.
“Una vida que termina con la muerte es una vida que no valió la pena”.