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Tema II
Esquema
1. Nueva orientación de la política religiosa del imperio romano
1.1. El "giro" constantiniano
1.2. Conflicto entre paganismo y cristianismo en el siglo IV 1
2. El cristianismo, religión oficial del imperio:
2.1. Los nuevos problemas de las relaciones entre política y religión
2.2. Interpretación del "giro" constantiniano
3. El pensamiento patrístico en los siglos IV y V
3.1. Planteamiento del dogma trinitario: Nicea (325)
3.1.1. Interpretaciones heterodoxas de Nicea
3.1.2. Interpretaciones ortodoxas de Nicea
3.1.3. Afianzamiento de la tradición conciliar: Constantinopla I (381)
3.2. Planteamiento del dogma cristológico
3.2.1. La defensa de la unión humano-divina en Cristo:
3.2.2. La defensa de la dualidad en Cristo:
3.2.3. Enfrentamiento de las dos posturas y solución conciliar:
El sistema tetráquico (gobierno de cuatro) manifestó sus limitaciones a la abdicación por enfermedad de Diocleciano
en el otoño del 305. Inmediatamente fue superado por la usurpación, que va a dar lugar a una nueva configuración
política del imperio. Pero, además, se desactivaron las medias anticristianas, porque no había una directiva unitaria.
Galerio, sucesor y patrocinador de la política dioclecianea en Oriente, reconoce por fin el fracaso de la política religiosa
de persecuciones.
En el cambio de poderes del 305 Constantino no fue designado y se aleja definitivamente de la corte de Diocleciano en
Nicomedia, donde había sido educado. Vuelve a Tréveris, la sede de su padre el césar Constancio Cloro. El 306 el
ejército lo nombra augusto, cuando su padre murió en campaña contra Britania. Este nombramiento no respetaba el
ordenamiento tetrárquico. Quedan así abiertas las puertas para una innovación del imperio de profundas
repercusiones. El fenómeno histórico ha sido descrito como un tiempo de profunda transformación: el mundo de
Augusto y Virgilio, paganos, se transforma en el mundo de Teodosio y Agustín, cristianos.
La importancia de estos acontecimientos ha dado lugar a una amplia discusión entre los historiadores. Eusebio esbozó
una interpretación providencial, ya que Constantino protegió al cristianismo. Otras visiones revisionistas consideran los
hechos como fruto de la astucia y del cálculo del emperador. Un juicio más matizado lo ofrece Momigliano: "La
superioridad del cristianismo sobre el paganismo, desde el punto de vista del dinamismo y de la eficiencia, era ya clara
en el s. IV. Los cristianos se adaptaban mejor a la nueva situación social y política y podían tratar más eficazmente con
los bárbaros". Es decir, se entendieron mejor el rumbo de los nuevos acontecimientos de la historia.
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Por su parte Constantino inicia el 312 una campaña en Italia con la excusa de proteger a los cristianos, que estaban
siendo maltratados en la capital por "el tirano" Majencio. En esa guerra, ante las puertas de Roma, ordenó luchar
con el anagrama de Cristo puesto en los estandartes. La victoria del puente Milvio adquiere la confirmación y la
prueba de la especial protección divina a sus iniciativas. Los lábaros llevaban cruces monogramáticas (abreviaturas
del nombre) con los caracteres griegos de Cristo. Las victorias iniciales de Constantino por la regeneración del
imperio, como unidad superior de sus habitantes, son presentadas como originadas por una inspiración divina
(instinctu divinitatis). Así se escribió de forma genérica en el arco de triunfo, que le erigió el Senado el 315. Pero los
escritores cristianos Lactancio y Eusebio atribuyen muy pronto esta protección al Dios de los cristianos.
Como consecuencia de esta "bendición divina" equipara el cristianismo a una religio licita (religión oficial) en el
edicto del 313. El texto reproduce el edicto de Galerio: "Que a los cristianos y a todos los demás les sea dada la
posibilidad de confesar libremente la religión por ellos elegida, para que lo que de divino y celestial exista sea
propicio a nosotros y a nuestros súbditos" (LACTANCIO, De mort per 48,2). Este estatuto de tolerancia fue un
acuerdo entre Constantino y Licinio tomado en Milán. El edicto tenía un fin preciso: asegurar al cristianismo los
privilegios de religio licita. A tal fin de promulgan una serie de medidas. Ahora solamente Maximino Daya, césar del
lejano Egipto, seguía fiel a los antiguos cánones políticos y religiosos.
Esta idea cambiaba la tendencia de los últimos siglos y garantizaría a la romanitas un nuevo período bajo la égida
de la fe cristiana. La política religiosa de Constantino abrió el camino a un mayor desarrollo de la Iglesia. Así
Constantino se convierte en el artífice del reconocimiento del cristianismo y de su vinculación con el imperium. Lo
decisivo de esta medida no es que el emperador se percatara de la transcendencia de sus decisiones, sino que
desde ahora el cristianismo es una religión estrechamente unida al destino de Roma. El concilio de Arlés del 314,
convocado por Constantino, es la prueba de la relación estrecha entre el campo eclesiástico y el político, porque sus
cánones tratan sin matices ambos aspectos.
El pacto con Licinio no duró mucho. Constantino seguía fiel a su ideal monárquico y monoteísta, de modo que a
partir del 316 se enfrenta a Licinio. La excusa fue el cambio de su política proteccionista del cristianismo. Unido a
esto comenzaron a llegar las lamentaciones sobre el caso Arrio, que sacudía Alejandría. Bajo el signo de la cruz se
enfrenta contra su cuñado, que es derrotado en Adrianápolis el 324 y ejecutado en Tesalónica.
Es entonces cuando Constantino publica su edicto de libertad. La plena autoridad del soberano universal le permite
llevar a cabo una política unitaria en todo el imperio. Convoca en 325 el primer concilio en Nicea para tratar la
pendiente cuestión arriana y otras. A partir del 325 realizó construcciones en Roma y Jerusalén, pero su obra más
innovadora es la fundación de una nueva capital. El 11 de mayo del 330 queda inaugurada la fundación de
Constantinopla, con el nombre oficial de NEA ROMA (nueva Roma). El 337 recibe el bautismo en el lecho de muerte
del obispo Eusebio de Nicomedia. Es enterrado en la Iglesia de los apóstoles, que rodean su mausoleo. Esta
simbología se expresa en el calificativo de ισαπόστoλoς (igual a los apóstoles), indicando así su condición de
refundador del cristianismo.
La magnanimidad de Constantino no tiene límites por lo que refiere a la Iglesia oficial. Asigna al obispo de Roma los
palacios imperiales del Laterano y le da grandes basílicas. Estos inauditos favores no deben disimular la limitación
de la autoridad del obispo de Roma. Las atribuciones que concede al papa Silvestre (314-335), plagadas de
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leyendas, apenas si le permitían intervenir en los grandes asuntos. El concilio de Arlés del 314 produce una serie de
cánones, algunos inspirados en el de Elvira, en los que declara que los funcionarios públicos no deben ser
excomulgados ipso facto y se condenan a los soldados que se rebelan a la autoridad legítima. Ahora el servicio de
los cristianos al imperio no sólo era legítimo, sino que incluso se consideraba obligatorio. Aquí está el Agiro@
constantiniano.
A la muerte de Constantino le suceden sus hijos: en Occidente Constante (337-350), que era ortodoxo niceno, y en
Oriente Constancio (337-361), que era filoarriano homeo. Los hijos no conservan la moderación de su padre. Esto
da lugar a que Constancio se meta audazmente en controversias teológicas, llegando incluso a querer imponer a las
autoridades eclesiásticas una modificación de Nicea en sentido arriano. En un concilio en Milán el 355 hace
prevalecer su voluntad. Por la fuerza doblega al papa Liberio y coloca obispos arrianos prácticamente en casi todas
las sedes. Atanasio (+ 373), patriarca de Alejandría, es el gran opositor a este totalitarismo en la Iglesia y en el
Estado.
En estos decenios la tendencia de la legislación no sólo es negativa por relación al paganismo, que adquiere la
calificación de superstitio (no oficial), sino que se limitan los mismos ritos privados. El 341 se prohíben los sacrificios
paganos, legislación que se renueva más tarde de modo tajante. En la vieja Roma, a pesar de esta legislación,
seguían las tradiciones paganas y la alta administración aseguraba un espacio a la religión de los dioses
tradicionales. Pero el 356, cuando Constancio visitó Roma, hizo alejar de la curia la estatua de la Victoria.
Este filósofo emperador, convencido de que la decadencia del imperio se debía al cambio religioso, opuso al
cristianismo un sincretismo universal. Bajo el influjo de filósofos contemporáneos comienza a dirigirse de nuevo a
los dioses antiguos. La contraseña de su acción era "de Cristo a Platón". En su libro Contra los galileos acusa a los
cristianos de apostasía de la fe judía; califica esta fe de "superstición de Galilea" y dirige sus críticas contra el
Galileo, que era un "Dios sangrante en trance de morir".
La primera medida fue "hacer abrir los templos mediante decretos claros y perentorios@, llamando a los paganos a
un culto sincero. El 362 publica un decreto en el que "prohíbe a quien quiere enseñar, lanzarse a esta carrera de
manera desprovista y a la ligera". Por eso, el cristianismo quedó excluido por principio de la paideia clásica y quedó
descalificado desde el punto de vista de la razón. Con la ley escolar trató de parar el desarrollo decidido del
encuentro entre evangelio y filosofía. Algunos cristianos, como Proeresio (+ 368) en Atenas y Mario Victorino (+
364) en Roma, abandonan la enseñanza. Otros, como Apolinar y su hijo, idean una cultura alternativa
componiendo obras cristianas al modo clásico.
Pero el fracaso de esta empresa no se debió a Juliano, sino a la misma opinión pública pagana, que no era muy
fervorosa de la nueva alternativa. Ante sus contemporáneos aparece como un iluminado optimista. El paréntesis
duró muy poco, porque Juliano perece luchando contra los persas en Mesopotamia el 363. La oposición pagana
continúa afirmándose con personas como Libanio (+404), que protestó por el expolio estatal y la desordenada
destrucción de templos. El retórico Eunapio de Sardes (+ 420) exaltó contra los cristianos la resistencia de los que
se habían retirado a un misticismo de color neoplatónico. Otros grandes paganos como Símaco Quinto Aurelio (+
402), Vetio Agorio Pretestato (+ 385) y Amiano Marcelino (+ 406) clamaban por la libertad religiosa. Pero el
Senado, gran motor de la historia romana, tiene ahora dos sedes. Una sigue en la antigua Roma fiel al paganismo,
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por tanto conservadora y aferrada a sus tradiciones. Otra en la Nueva Roma, que había sido fundada sobre bases
cristianas.
El favoritismo de los emperadores a grupos arrianos había puesto en guardia a los cristianos sobre la validez de la
política de protección imperial, pero la controversia con la oposición pagana sirvió para precisar el tema de la
religión conveniente para el imperio. Estas medidas estaban inspiradas por Ambrosio (+ 397), antiguo funcionario
estatal. Ahora, obispo de Milán, se opuso en el nombre del verdadero Dios contra cualquier concesión e impidió así
una restauración de los antiguos cultos del nacionalismo romano.
Teodosio prefiere la vía administrativa para llevar a cabo su cometido de tutor de la religión y resolver así los
problemas que se presentaban. Su determinación para proponer el cristianismo como "religión oficial" es clara. Ya el
379 "por ley divina e imperial" anula las herejías, con lo cual ayuda a vencer el arrianismo. Con el edicto de fe del
27 de febrero del 380, dirigido a la población de Constantinopla, pero con la miraba puesta en todos los súbditos
del imperio, insta a los pueblos a él sometidos a que se mantengan por ley en la fe ortodoxa, definida en Nicea, de
modo que toda transgresión contra su santidad es castigada como sacrilegio. En este edicto acuña la expresión
católicos cristianos. Este edicto convirtió al cristianismo en religión de estado.
Pero si esta independencia eclesiástica era una conquista importante, sin embargo también tenía sus riesgos. Ahora
la Iglesia recibe una protección impensable en los siglos anteriores. Todos los eclesiásticos saludan con agrado la
legislación contra los herejes. Por eso, cuando extremistas cristianos destruyeron la sinagoga de Calinico y el
emperador Teodosio impuso a la comunidad local la reparación de los daños, el mismo Ambrosio le amenaza con
negarle la participación en el culto divino. Los episodios de intransigencia se van a manifestar en varios ambientes.
Pero también es verdad que siguen registrándose protestas cristianas contra esta línea por motivos de fe. Jerónimo
expresó esta crisis del espíritu cristiano escribiendo: "La Iglesia ha tomado a los príncipes cristianos en su seno y
así, evidentemente, ha ganado en poder y riqueza, pero, en cambio ha perdido en fuerza interior" (Vita Malchi 1:
PL 23, 55).
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El objetivo de la política de Constantino era conseguir la integración de los ciudadanos cristianos a todos los efectos
en la estructura del imperio. Este gesto no debe interpretarse como un acto de cálculo o como consecuencia de una
conversión personal, sino que hay que verlo en la lógica de la importancia que tenía toda religión para la
regeneración y renovación del imperio. El "giro" constantiniano tiene en Lactancio y Eusebio a dos testimonios
cualificados. Ambos realizan una apología sobre los acontecimientos pasados, propugnando una estrecha unión
entre cristianismo e imperio romano. Es evidente que Eusebio comparte la admiración de sus predecesores por el
imperio romano. Sin embargo, fue todavía más allá con su interpretación de la historia al presentar los hechos de
Constantino como la demostración de la superioridad de la monarquía por relación a cualquier otra forma de
gobierno. Para Eusebio el reino terrenal único y el Dios cristiano único encontraban con Constantino la unidad a la
que estaban predestinados. Para él, monarquía y monoteísmo van de acuerdo. A la antigua divinización del
emperador, que un cristiano no podía admitir, le sucede ahora la idea de una especie de vicario o representante de
la verdadera divinidad. La prueba de la validez de esta teología política es el éxito alcanzado.
Pronto se dejaron sentir las repercusiones de esta visión en la vida de la Iglesia. La espiritualidad cristiana de los
primeros siglos, que se expresa en el título de "Señor y Salvador", tiene un marcado acento cristocéntrico. Ahora
esa imagen se tiñe de rasgos políticos y militares. Ya no es la imagen "del pastor con el cordero a hombros", sino un
Cristo poderoso: el Rey de la gloria. Es cierto que la piedad cristiana había usado el título del Rey de la gloria,
incluso en los tiempos de persecución, pero en todo caso siempre con un profundo sabor escatológico, es decir, no
elimina la cruz de esta vida. Ahora, en cambio, la cruz invicta está relacionada ahora con los lábaros de las legiones
romanas y con otras insignias imperiales. La Iglesia del siglo IV es una iglesia triunfante. Los creyentes se
entregaron a sus obligaciones con la conciencia de pertenecer a una comunidad que había conquistado su propia
libertad y veían ante sí un grandioso futuro. Las nuevas generaciones de cristianos están más abiertas a las ideas
de la paz romana y a la salus generi humani (bienestar de los hombres) asegurado por los romanos.
El entrelazamiento de la Iglesia con el mundo provocó pronto en la misma Iglesia movimientos de protesta. Por eso,
ya entonces se planteó la cuestión de si no se estaría convirtiendo la escatología cristiana en ideología política. El
problema de la incompatibilidad del reino de Dios con un imperio, cuyo ordenamiento político era de origen
pagano, se plantea expresamente entonces. Esa oposición inspiró extremismos sectarios, como los donatistas, pero
también ambientes más moderados. Atanasio de Alejandría, Osio de Córdoba, Hilario de Poitiers, Liberio de Roma y
Lucífero de Cagliari también mantienen esta actitud, con la que obstaculizaron el poder absoluto. Las
acomodaciones fáciles entre imperio y cristianismo fueron pronto sacudidas. Los nuevos acontecimientos, como la
caída de Roma el 410 y la invasión de los bárbaros, no podían resolverse con la nostalgia o la consternación. Por
eso, ante estas sacudidas catastróficas los paganos hacen la pregunta crítica: ")Por qué el dios cristiano no protege
al imperio, si a su ayuda se atribuyó su existencia renovada?".
Será Agustín (+ 430) quien formule una teoría más profunda. Dirigió a sus fieles varios sermones sobre el tema de
las tribulaciones y aflicciones, pero su tratado sobre esta cuestión es su obra La ciudad de Dios. En ella se dirige no
sólo contra los paganos, sino también contra el exagerado patriotismo de sus contemporáneos cristianos. Por eso se
convierte en un tratado sobre el ajuste de cuentas con la ideología, pagana o cristiana, de Roma eterna. En la idea
de la eternidad del imperio, de unos y otros, veía Agustín una forma anticristiana de religiosidad política.
Su teología acentúa las posibilidades de la conciencia cristiana en sí misma. Las formas políticas se tornan
irrelevantes ante tal posicionamiento. La acción de los cristianos y de los emperadores cristianos sólo puede
constituir un intento de obtener lo mejor de unas instituciones de suyo cuestionables. Por eso está convencido de
que Dios no garantiza ninguna especial ventaja temporal a los gobernantes por el simple hecho de que ellos
profesen ser cristianos, manifestando así su desconfianza ante todas las formas políticas. Para Agustín la
identificación de Roma con Babilonia no deriva ya de posiciones apocalípticas, porque este juicio vale también para
el imperio cristiano, sino que la razón profunda de esta desconfianza radica en la escatología cristiana.
Frente a la generalizada creencia en el destino eterno de Roma y en su vinculación a la fe cristiana, esta importante
voz no fue muy escuchada. La evolución posterior fue distinta en Oriente y en Occidente. La Iglesia de Oriente
siguió estrechamente unida en su evolución al estado, convirtiéndose en parte integrante de la forma de vida
bizantina. En Occidente, el papado y la Iglesia evolucionan hacia una mayor autonomía, aunque muchas veces
entraba en conflicto con el estado.
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La nueva situación del cristianismo como religión oficial del imperio romano, permite una manifestación más
universal de la comunión de la Iglesia, pero también el enfrentamiento entre las diversas tradiciones locales. Cada
comunidad estaba acostumbrada a su propio lenguaje, que lo consideraban como un patrimonio irrenunciable. Pero
ahora era necesario formular la misma fe con un lenguaje más universal y común a toda la Iglesia. Teodosio I y sus
sucesores convirtieron el cristianismo en religión de Estado y procuraron dificultar la difusión del arrianismo y de
otras doctrinas, que se oponían a la fe tradicional. Pero estas intervenciones terminaban convirtiendo los asuntos
religiosos en verdaderas contiendas políticas. El mundo cristiano asiste en estos siglos a la formulación de una
doctrina ortodoxa, pero también a un espectáculo poco edificante por la rivalidad entre las diversas sedes
metropolitanas.
La simpatía de Constantino hacia el cristianismo se convierte también en preocupación por sus problemas internos.
Aunque había otras cuestiones pendientes como la fecha de la pascua, el cisma meleciano, el orden eclesiástico de
las sedes metropolitanas, sin embargo la crisis arriana, surgida en la segunda década del siglo, urgía una solución
ecuménica. El concilio se reúne el 325 en la pequeña ciudad de Nicea. El problema arriano se resuelve con la
composición de un símbolo, cuya cláusula más novedosa se refería a las relaciones del Padre con el Hijo expresadas
con las palabras consubstancial con el Padre (μooύσιov τ πατρί: Dz 125). En el concilio se vio la necesidad de
esta expresión, porque ni de las Escrituras ni menos aún de los símbolos de la fe en uso era fácil deducir la
enseñanza sobre las relaciones íntimas del Hijo con el Padre, es decir, son distintos, pero no separados. El
arrianismo radical no era muy común, sin embargo no todos veían en Nicea la alternativa real a esta corriente
herética.
- omeísmo: a mediados del siglo se proponen alternativas diversas a Nicea. Algunos preferían decir que el Hijo es
μoιoς= de semejante naturaleza que el Padre o que el Hijo es semejante en todo al Padre o que simplemente es
semejante. A estos grupos pertenecen mayoritariamente los obispos orientales.
- pneumatómakos o macedonianos: el arrianismo afecta a la persona divina del Espíritu, que también se
termina por reducirla a una simple criatura. Pneumatómakos significa los que combaten la divinidad del Espíritu. A
estos grupos se les denomina a veces trópicos, pues consideraban al Espíritu Santo como una figura=τρόπoς. La
solución será aplicar la doctrina nicena a la tercera persona divina.
explicar. El más típico representante de la defensa apologética de Nicea es Atanasio (+ 373), que justificaba la
condena del arrianismo con diversos argumentos, no todos igualmente convincentes. La observación más
importante, que hace Atanasio, se refiere a que la idea de redención cristiana se sustenta en la divinidad del
Mediador: en efecto, sólo Dios puede salvar. En esta órbita se mueve Hilario (+ 367), que es consciente de que el
lenguaje varía según los contextos en los que se desarrolla. Advierte que en la interpretación de la fórmula nicena
deben confluir dos exigencias de la verdad cristiana: la unidad y la trinidad divina, para evitar tanto el arrianismo
como el modalismo. Ambrosio (+ 397) también propone la unidad de substancia en Dios y la distinción de
personas.
La cuestión resultó más espinosa en Oriente, donde las posiciones estaban más diversificadas. La reticencia mayor
provenía del rechazo de la expresión "consubstancial", porque no aparecía en la Biblia y, además, resultaba
ambigua en la tradición. Por eso, muchos obispos moderados no aceptaban Nicea, aunque no fueran arrianos.
Basilio (+ 380), que actúa como un gran patriarca en Oriente rodeándose de obispos fieles y preparados, está
convencido cada vez más de la conveniencia de la aceptación de Nicea como alternativa al arrianismo. A estas
alturas era frecuente el uso tanto de la expresión tres hypóstasis o personas como la de una ousía o naturaleza.
Dídimo el Ciego (+ hacia el 398) en Alejandría así lo había hecho y en esto lo sigue Basilio. Algunos tachan esta
expresión de triteísmo, porque la comprensión de la divinidad parte de las hypóstasis, es decir de la distinción. En
efecto, la realidad o esencia divina para el cristianismo es trinitaria. Por consiguiente, el punto de partida de la
explicación de la divinidad cristiana son las tres hypóstasis, designando con ello a seres subsistentes y con
propiedades características. Es lo que se quiere expresar cuando se dice que el Padre crea, el Hijo redime y el
Espíritu santifica.
Usar esta terminología de la distinción no significaba en absoluto ceder al arrianismo, separación, porque se
completa con la expresión una naturaleza. Las expresiones de Gregorio Nacianceno (+ 390) son particularmente
luminosas a la hora de exponer lo que hace distintas a las tres divinas personas y lo que las hace iguales. Su
fórmula ha tenido gran éxito histórico: "En Dios todo es uno, donde no obste la oposición de relaciones". Es decir,
que lo único distintivo en cada una de las tres personas divinas es su respectiva relación de origen. Esta idea del
Nacianceno la desarrolla Gregorio de Nisa (+ 385) con penetrante teología. En efecto, la distinción de origen hace
que el Padre sea ingénito; el Hijo engendrado y el Espíritu proceda sin generación. La procesión del Hijo es directa,
mientras que la del Espíritu es mediata: procede del Padre a través del Hijo.
El 381 convoca un concilio en la nueva capital imperial, en el que en realidad se ratifican los acuerdos ya
alcanzados. La fe ortodoxa es propuesta con medidas administrativas contra toda una gama amplia de herejías.
Una naturaleza no debía entenderse modalísticamente, es decir que hay distinción, y tres hypóstasis no implicaba el
arrianismo, es decir que no hay separación. Por consiguiente una naturaleza y tres personas. En la fórmula conciliar
se usa la expresión de los Padres capadocios: "el Espíritu procede del Padre a través del Hijo". Es la fórmula más
conocida de la antigüedad y permanece así en Oriente. Con el tiempo los occidentales introducirán el Filioque, lo
cual dará lugar a polémicas interminables. El concilio da nombre al símbolo niceno-constantinopolitano, que se
supone que fue recitado por el nuevo patriarca de Constantinopla Nectario.
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La defensa de Atanasio de la divinidad de Cristo está sustentada por la misión soteriológica del Verbo de Dios. "Si
Cristo, escribe, no es Dios, el hombre no podría ser redimido", es decir, sólo Dios con un acto gratuito lo puede
salvar. Atanasio parte del tema alejandrino del Logos preexistente, que "está revestido de carne". Es un Logos que
es al mismo tiempo carne. La Encarnación es el descenso del Logos en carne humana. Esta cristología es correcta,
pero manifiesta sus límites, cuando trata de explicar el sujeto al que se le deben atribuir los cambios que en los
evangelios son referidos a la persona de Jesús y el cometido del alma humana en su antropología. La cuestión del
alma humana no es expresamente negada por Atanasio, pero tampoco es rotunda su afirmación, como se
desprende de la respuesta que da a la pregunta expresa de los antioquenos.
Apolinar (+ 390) era antiarriano, pero su clara defensa de la divinidad de Cristo le hizo pensar que ésta era también
negada por algunos teólogos "dualistas", que probablemente eran antioquenos y simpatizantes del arrianismo. Por
eso, en un contexto soteriológico como Atanasio, defenderá con todos los medios la unión personal de lo divino y lo
humano en Cristo. En este contexto se percató enseguida de la insuficiencia de algunos teólogos que, insistiendo en
la humanidad, yuxtaponían las personas humana y divina. Su argumentación se basaba en el principio filosófico que
entiende la unión como el resultado de dos substancias incompletas. En efecto, dos entidades completas no pueden
mezclarse en una unión substancial. Pero el efecto unitario era imprescindible en la redención. Por eso, si Cristo era
Dios -entidad completa-, no podía ser al mismo tiempo perfectamente hombre, es decir no tiene alma. Así la
humanidad de Cristo queda reducida a una especie de envoltorio, si se quiere de particular calidad.
Apolinar nunca llega a la conclusión de que Cristo no era verdadero hombre, pero niega expresamente que tuviera
alma humana, que era uno de los elementos substanciales de la antropología griega. Su postura rígida sobre el
tema de la unión de dos realidades le hace negar el alma en Jesús. Para él las funciones directivas del alma habían
sido asumidas por el Logos divino. En todo caso la única naturaleza apolinarista es siempre dinámica, es decir, más
cercana a nuestro concepto de persona que al de naturaleza abstracta y estática. La importancia del apolinarismo
estriba en que quedan perfectamente delimitados los problemas.
Los capadocios reaccionan enseguida contra el apolinarismo, rechazando la teología de Apolinar con una serie de
argumentos de desigual valor. En primer lugar, tachan al apolinarismo de docetismo redivivo, lo cual puede ser
excesivo. Pero, en segundo lugar, subrayan que no se puede privar de una normal psicología humana a Cristo,
como se desprende de una lectura directa de los evangelios. Para ellos esta psicología requiere la afirmación clara
del alma humana. Finalmente, ponen de relieve la verdad soteriológica de que solamente lo que es asumido es
realmente redimido. Este principio axiomático de la antigüedad ha servido siempre para afirmar la consistencia de
la humanidad en Cristo al lado de su divinidad. Es el misterio de la Encarnación.
En cambio, cuando tratan de explicar la unión de estos dos elementos presentes en la obra de la redención, se
encuentran ante una dificultad mayor, porque todavía no existía un lenguaje técnico. Dan explicaciones ingeniosas
y lingüísticas de la unión. Así, Gregorio de Nacianzo afirma que la unión deriva no del encuentro de elementos
concretos (personas), sino de elementos abstractos. Un griego seguramente no podía llegar a más. Gregorio de
Nisa acude a la imagen de la mezcla de la gota de vinagre versada en el mar. En realidad el problema de la unión
es el misterio de la Encarnación.
Diodoro de Tarso (+ 394), Juan Crisóstomo (+ 407) y Teodoro de Mopsuestia (+ 428) eran convencidos
antiarrianos, es decir, que tienen clara la divinidad de Jesús, pero otorgan mayor contenido a la humanidad en la
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obra de la redención. Aquí la humanidad de Cristo juega un papel decisivo en cuanto mediadora de la unión entre
Dios y el hombre. Además, su teología se desarrolla en el ámbito de la historia de la salvación, es decir, su
preocupación es recuperar la imagen de Dios, que el hombre había perdido. Esta historia se despliega en dos
edades: la antigua economía, que tiende a la salvación, y la nueva economía, que realiza esas aspiraciones. Este
objetivo, propio de la historia de la salvación, acontece en la humanidad de Cristo, punto de encuentro de ambas
edades. Ideas que provenían de la tradición de Ireneo y Orígenes.
Estas ideas son incipientes en Diodoro, cuya obra fragmentaria casi no permite reconstruir su cristología. En el tema
de la unión usa la terminología de la "inhabitación" del Logos en la carne, que puede parecer extrínseca. Crisóstomo
conserva las afirmaciones tradicionales, pero mantiene una reserva sintomática hacia el título de "Madre de Dios".
Seguramente lo evita para no exasperar a los arrianos, todavía muy activos en Constantinopla, como se verá bajo
su sucesor Nestorio.
El exponente clásico de esta escuela es Teodoro de Mopsuestia. Critica el modo de la unión presentado por Apolinar.
Para él un cuerpo revestido por el Logos, no por el alma, no estaría limitado. También la filosofía griega había
establecido que toda limitación provenía del principio de información de la materia. En consecuencia Cristo debía
tener alma humana, pues de otro modo no se explicarían las limitaciones, que los evangelios subrayan con gran
realismo: tener necesidades, sufrir, morir. Teodoro mantiene la divinidad de Cristo, pero su innovación más
interesante está en el sentido teológico que confiere al alma humana de Jesús.
Esta afirmación tan profunda de la humanidad no encuentra aún la misma claridad en el tema de la unión. La unión
es expresada con la terminología de la "inhabitación" o del famoso "hombre asumido", que puede ser entendido
como unidad accidental. Sin embargo, en sus textos la unión intrínseca entre la humanidad y la divinidad en un solo
sujeto también es expresamente afirmada. Es cierto que afirma la unión perfecta del sujeto, pero carece del
lenguaje técnico para ello. En Calcedonia se reconoce su ortodoxia, pero la historia futura lo asimilará al
nestorianismo.
Occidente procede sin las polémicas apolinaristas. Hilario (+ 367), afirma la divinidad contra los arrianos y la
humanidad contra los fotinianos, que negaban la Encarnación en virtud de su monarquismo, que negaba la
distinción de personas. Procede en la línea tradicional de afirmación de la Encarnación y al mismo tiempo de los
elementos imprescindibles para que se realice. Sin embargo, a pesar de afirmar el alma humana en Cristo, no saca
todas las necesarias consecuencias. Cuando trata de explicar la tristeza de Cristo fácilmente desvirtúa el realismo de
esos sentimientos y los atribuye más a la percepción de los discípulos que al sujeto de la Encarnación.
Un monje marsellés de nombre Leporio presenta a Agus´tin (+ 430) objeciones de tipo arriano. Este monje estaba
preocupado por el uso en la oración de afirmaciones del siguiente tenor: "Dios nació y murió". Agustín le responde
que para comprenderlas debe tener presente el sujeto al que se refieren. Del mismo modo que en la divinidad se
distinguen naturaleza y persona, así también en este caso hay afirmaciones que se refieren a la naturaleza divina o
ala humana del Verbo y otras que se refieren a la única persona. Por eso, estas expresiones se atribuyen no a Dios,
sino a la segunda persona de la Trinidad. En virtud de la unión hipostática, es decir de las personas, pueden
predicarse atributos humanos y divinos al mismo sujeto en la oración. Es una solución formal, pero, para expresar
el misterio de la Encarnación, Calcedonia acepta esta solución en la formulación de León Magno.
Las afirmaciones dualistas sobre Cristo era algo consolidado en la tradición. La escuela de Antioquía había hecho del
tema el objeto de su teología. Pero la carencia de una terminología clara era un signo de debilidad ante el
enfrentamiento que se avecinaba. Los arrianos tuvieron gran influjo en Oriente y eran contrarios a las afirmaciones
kerigmáticas como "Dios murió en la cruz" y "María es Madre de Dios". Nestorio (+ 451?), patriarca de
Constantinopla, no supo atajar la cuestión y permitió que se evitaran esas expresiones tradicionales en la
predicación. No hay afirmación positiva de la división de Cristo en cuanto Hijo de Dios y en cuanto Hijo de David,
pero tampoco hay una clara defensa de la unidad. La intervención decidida de Cirilo precipitó los acontecimientos,
que hicieron necesarios dos concilios en el espacio de veinte años.
Cirilo de Alejandría (+ 444) recoge la herencia de Atanasio, pero mediada por una terminología apolinarista. Su
interés se centra en mantener la unión de la persona divina de la Encarnación, rechazando explícitamente las
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No cabe duda que la doctrina de Cirilo es ortodoxa, pero la ambigüedad de su terminología y la prepotencia de sus
métodos van a desembocar en que autores cercanos a él, pero menos formados, propongan el monofisismo: en
Cristo no sólo hay una persona, sino también una sola naturaleza, la divina. Es la doctrina que propone el monje
Eutiques y que apoya el obispo Dióscoro, que dieron lugar al espectáculo del llamado Alatrocinio@ de Éfeso del 449.
ÉFESO 431: la política de Cirilo, denunciando las doctrinas de Nestorio, enfrentó a las escuelas alejandrina y
antioquena. Teodosio II convocó un concilio, que es el tercero ecuménico, pero que estuvo plagado de acciones
precipitadas. En realidad su obra doctrinal se limita a mantener las expresiones tradicionales de la fe y, en
particular, la de María "Madre de Dios", que favorecían la unidad del sujeto de la Encarnación. El concilio termina
con la acción sorprenderte del emperador, que condena a Cirilo, Nestorio y Memnón por motivos diversos.
PACTO DE LA UNIÓN 433: el mal resultado de Éfeso hizo que antioquenos y alejandrinos se reunieran de nuevo
para firmar un documento, estilado de forma equilibrada entre las exigencias de las dos escuelas sobre la unión y la
dualidad. Se conoce como "Pacto de unión", que trajo la paz a la Iglesia. Así Cirilo de Alejandría terminó haciendo
las paces con los antioquenos después del concilio de Éfeso.
CALCEDONIA 451: dos años antes se había producido el triste espectáculo del Alatrocinio@ de Éfeso, protagonizado
por los partidarios de Eutiques y animados por Dióscoro. León I (+ 461), obispo de Roma, había enviado una Carta
a Flaviano, pero el patriarca de Constantinopla murió como consecuencia de los trágicos hechos de Éfeso. La
improvisa muerte del emperador Teodosio II hizo que la nueva emperatriz Pulqueria se manifestara partidaria de
una solución conciliar. Convoca un concilio en Calcedonia y se llega a un acuerdo ecuménico, en el que tuvo gran
importancia la carta de León Magno. Su doctrina es clásica en la cristología.
El concilio condena en las dos direcciones opuestas: nestorianos y monofisitas. Los Padres firman el símbolo y
proclaman como doctrina ortodoxa la expresada en la Carta a Flaviano del obispo de Roma. En ella se recoge la
tradición occidental sobre las dos naturalezas y sobre la unión hipostática. A estas alturas tanto alejandrinos como
antioquenos estaban conformes con esta formulación. Es cierto que el misterio de la Encarnación transciende esos
instrumentos de análisis y expresión, pero también que se había conseguido un equilibrio doctrinal decisivo para la
tradición. Unir las personas sin confundir las naturalezas; distinguir las naturalezas sin separar las personas.
Bibliografía
E. GALLEGO, Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Madrid 1973.
P. Th. CAMELOT, Éfeso y Calcedonia, Historia de los concilios ecuménicos II, Vitoria 1971.
A. GRILLMEIER, Le Christ dans la tradition chrétienne. De l=âge apostolique à Chalcédoine, Cerf, París
1973.
B. STUDER, Dios Salvador en los Padres de la Iglesia, Secret. Trinitario, Salamanca 1993.
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Sugerencias para la reflexión y estudio personal del capítulo II1 y para debatir en el foro:
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