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Mapa extraído de: Kinder, Hermann. Hilgemann, Werner (2006) “Atlas Histórico Mundial I. De los orígenes a la
revolución francesa”. Madrid, España: Ediciones AKAL, S.A - Ediciones ISTMO, S.A.
Escogimos este mapa debido a que permite distinguir con facilidad los diversos
puntos que caracterizan los movimientos migratorios invasivos, sus causas, más
concretamente el movimiento de los hunos, así como sus puntos de origen y sus
respectivos destinos, como así también, la división de los godos en ostrogodos y
visigodos, además de cómo se fueron empujando mutuamente, pudiendo ubicar
todo esto en su escenario correspondiente.
Punteo:
“Desde el siglo III, el Imperio romano se vio envuelto en una crisis profunda. Sus
rasgos son bien conocidos. Entre ellos, cinco parecen los más destacados. La
pérdida de funciones por parte de las ciudades, en especial, su capacidad de
articulación de los espacios. La ruralización de la vida. La debilitación de las
relaciones de tipo público en beneficio de las de tipo privado. El creciente peso de la
fiscalidad imperial, necesitada de recursos para comprar la fidelidad de las tropas,
asegurar el aprovisionamiento de las grandes ciudades, en especial, Roma, o hacer
frente a las revueltas sociales y las amenazas de los bárbaros. Y la difusión de
religiones menos cívicas y colectivas y más salvíficas y personales, particularmente,
el cristianismo.
La penetración de los bárbaros en el Imperio romano adoptó dos modalidades:
entradas toleradas e invasiones propiamente dichas. Los invasores pertenecían a
muy variadas etnias, aunque solemos utilizar el colectivo «germanos» para
agruparlas. Sus desplazamientos tuvieron más el carácter de
migraciones de pueblos que de invasiones relámpago. Su aspiración era hallar
lugares en que instalarse y desarrollar una agricultura sedentaria combinada
con la ganadería vacuna. Durante los siglos II a IV, lo intentaron en grupos
familiares o pequeñas fracciones de tribus, que el Imperio acogió sin dificultades.
Pero, a finales del siglo IV y durante el siguiente, los intentos los protagonizaron
pueblos enteros dotados de fuerte cohesión étnica, reforzada por tradiciones y
creencias religiosas propias”. (García de Cortázar: 2008, p. 26)
Tras la destrucción de su reino, situado junto al Mar Negro a mano de los hunos, los
Ostrogodos recuperaron su independencia tras la muerte de Atila y luego pasaron a
formar parte del Imperio Romano de Oriente.
En 488 Bizancio optó por rehacer su alianza con los ostrogodos. Teodorico fue
nombrado como patricio romano y enviado a Italia a destituir a Odoacro, que como
rey de los hérulos había fijado su capital en Rávena. Luego de lograda la conquista
fundaron el reino ostrogodo de Italia, conservaron Rávena como capital y se
preocuparon por mantener la organización y la cultura romana.
Los problemas sucesorios y la creciente tensión entre ostrogodos arrianos y
romanos católicos supusieron duros golpes para el reino ostrogodo.
● Los Suevos
En 406, ante la presión ejercida por el avance de los godos, los suevos se
desplazaron hacia las provincias del imperio romano atravesando la Galias e
instalándose en Hispania.
Los suevos constituían una alianza de marcomanos, alamanes, senones, cuados,
nemedos y vanjones. Atravesaron el río Rin, recorrieron las Galias y penetraron en
la península ibérica. A comienzos del siglo V, los suevos se establecieron en
Galicia. Consiguieron establecer un reino propio.
La marcha de los vándalos al norte de África había dejado a los suevos, instalados
al principio en Gallaecia y Lusitania, como dueños de la península Ibérica. Veinte
años después, los suevos fueron el primer pueblo bárbaro que se convirtió al
catolicismo. En 456, los visigodos los derrotaron, pusieron freno a sus correrías, los
arrinconaron en la Gallaecia, esto es, entre el Atlántico y Astorga, el Cantábrico y el
Duero, y los obligaron a convertirse al arrianismo. Durante un siglo, la historia de los
suevos es prácticamente desconocida, hasta que, entre 560 y 580, Martín de Braga
o Dumio, originario de Panonia, volvió a convertirlos al catolicismo, lo que llevó otra
vez a los suevos a enfrentarse con los visigodos, arrianos, que dominaban el resto
de la Península. En 585, con la excusa de que los suevos habían colaborado en la
sublevación de su hijo Hermenegildo, el monarca visigodo Leovigildo anexionó el
reino suevo, que desapareció.
● Los Burgundios
A principios del siglo V los burgundios emigraron hacia el área situada entre el Rin y
el Main y fundaron su reino, con capital en Worms. Este reino fue destruido en 436
por tropas auxiliares de los hunos, llamadas por el general romano Aecio. Tras una
nueva migración, en 443 se instalaron a orillas del lago Ginebra y se extendieron por
el curso del Saona y del Ródano, para proteger los pasos alpinos.
Tras el enfrentamiento armado en el año 500 con los francos en Dijon, los
burgundios se aliaron con éstos contra los visigodos. Finalmente, luego de varios
intentos, los francos consiguieron consiguieron conquistar el reino de los burgundios
en el 534.
● Los Vándalos
● Los Francos
La tensión entre los nietos de Clodoveo resultó en una serie de intrigas y conflictos
políticos en los que las reinas de este período tuvieron también su rol; se trataba del
tipo de mujeres que recreó la ópera decimonónica. Las acciones emprendidas tanto
por los reyes como por sus esposas se vieron abarcadas en un marco de
complejidad y de rencorosas conspiraciones con el objetivo de expandir
ambiciosamente su dominio, esfera de influencia y poder, además de terminar
rompiendo, con este propósito diversas alianzas, llegando estas reinas a gobernar
en representación de su descendencia, y en algunos casos acaparando gran poder
dentro del territorio que de iure era el reino franco, con el objetivo de volver a
unificarlo bajo su mando y vengarse de ofensas varias ejercidas contra ellas o sus
familiares.
Las tragedias llegaron a su fin con el reinado de Clotario II en el 584, a quien
acudieron los nobles de Austrasia, Pipino y Arnulfo de Metz en pos de terminar con
la amenaza que suponía Brunequilda, que buscaba hacerse con el control de todo el
reino merovingio. Su gestión resultó efectiva a este propósito, y se caracterizó por
ceder cierta cuota de poder a los nobles, reduciendo su autoridad, además de que
publicó una constitución seguida de una praeceptio, en la que se establecía la
libertad de elecciones episcopales, se extendía la jurisdicción de los tribunales
eclesiásticos, se prometía el respeto de los testamentos a favor de la Iglesia, que se
convirtió en el principal terrateniente junto con el establecimiento del diezmo, y se
acordaba nombrar para el cargo de conde a los naturales del condado, lo que
restringía el asumir este cargo a un selecto grupo social local y nobiliario, dándoles
el poder a éstos en esta instancia.
Esto supuso desde el punto de vista judicial una combinación de elementos del
derecho germánico basado en la ley sálica y aspectos del derecho latino basado en
la ley romana, con algunas gotas de las costumbres del viejo reino burgundio.
Las reformas también implicaron el establecimiento de toda una serie de fieles que
rodeaban al rey; los leudes, que constituyeron un grupo estable en la corte llamada
trustis, por lo que estos funcionarios pasaron a llamarse antrustiones, y ejercieron
dentro de esta reforma institucional política, grandes presiones, estando divididos
en; el senescal de la domus, o casa mayor, que era el criado mayor, el mariscal, o
caballerizo, el camarero, y sobre todo, el mayordomo de palacio, el maestro del
domus. Todos estos eran cargos de confianza y sus aspirantes eran seleccionados
entre la nobleza más fiel y cercana al rey, sobre todo entre aquellos que lo habían
acompañado a sus expediciones, y, aunque todos compartían singular importancia,
el mayordomo de palacio era por lejos, el más influyente, siendo seleccionado entre
los mayores propietarios de tierras del reino, y su poder crecía conforme lo hacía el
palacio y por tanto, la corte real, haciendo que el gobierno de ésta se confundiese
con el gobierno general del reino, lo que reflejaba el poder de estos encargados del
cortejo real, que fueron desplazando gradualmente al rey del centro de gravedad en
el que recaía el poder, llegando a gobernar por su cuenta, estando el rey presente,
aunque carecían de sangre real, y por tanto, de legitimidad. Los monarcas que
estuvieron presentes durante el ejercicio del poder de estos funcionarios reales
conocidos como mayordomos de palacio, son recordados por el mote de “reyes
holgazanes” que la historia les atribuyó debido a que su presencia de forma paralela
al gobierno de estos funcionarios se caracterizó más bien por ser un auténtico culto
a la negligencia gubernamental y a la ineptitud e incapacidad política.
● Los Lombardos
Los lombardos se habían instalado en Panonia hacia el año 520, cuando sus
antiguos ocupantes habían avanzado hacia el oeste. Pero, a su vez, en 567, la
irrupción de los ávaros los obligó a salir de aquellas tierras y a dirigirse hacia
la arruinada Italia. Bizancio dominó todo el territorio de Italia desde la victoria contra
los ostrogodos en 553 hasta la invasión lombarda iniciada en 568.
Como retaguardia del mundo germano, los lombardos carecían de influencia
romana alguna. Ni siquiera su organización política había experimentado el proceso
de consolidación de la monarquía propio de los otros germanos, sino que seguía
basada en la existencia de bandas dirigidas por más de treinta jefes. Los lombardos,
que nunca consiguieron conquistar toda la península, se instalaron en la llanura del
Po (a partir de entonces llamada Lombardía) y ocuparon Milán. Luego, un grupo se
dirigió a la Galia en donde fueron detenidos por los francos.
En estas condiciones, arruinada la estructura administrativa de los ostrogodos, con
los bizantinos resistiendo en los puertos del mar Adriático, con el poder papal
emergiendo en Roma, y con múltiples jefes o duques lombardos, la realidad
mostraba una aguda fragmentación política del espacio italiano. Todavía a
mediados del siglo VII no se había producido la conversión de los lombardos al
catolicismo y en el año 643, fecha del Edicto de Rotario, se seguía reconociendo
una dualidad de regímenes legales entre los lombardos y los restantes habitantes
de Italia.