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Una categoría que queda fuera de los procesos anteriormente mencionados, es la tradición
de lucha organizada por la tierra, la zona del Tolima, ha asumido la violencia en carácter de
revancha terrateniente, y la resistencia ha adquirido el carácter de guerra revolucionaria.
Los bandoleros, en este contexto, llegan a asumir papeles de agentes de la represión.
Diferentes leyendas de heroísmo y vínculos de complicidad económica y política, hacen
parte de ambiente natural del bandolerismo.
En el país, fue notoria la existencia de muchos bandoleros conservadores, para quienes, era
fundamental el apoyo de la iglesia católica, la cual, veía en ellos a files soldados de Cristo.
En Santander y Boyacá, los procedimientos que comúnmente utilizaban las bandas con
iniciativa liberal y conservadora, era el exterminio del enemigo, siendo en la mayoría de los
casos, campesinos inocentes, por ello, su principal propósito era sembrar terror.
El bandolerismo conservador fue muy aislado, pero sus dinámicas y sus trayectorias fueron
muy similares a los de los defensores de la bandera liberal. Los “hijos de la violencia” se
encuentran en cualquier partido, y se construyen a partir de una infancia vivida en un
ambiente de terror, el cual les arrebata su familia y sus bienes materiales. El ingreso
prematuro a una lucha armada, la traición de sus líderes políticos, la ausencia de garantías
para estimular la normalidad de vida y un trabajo digno, imponen finalmente su rebelión.
Reconocer las almas de los bandoleros, es una aventura llena de sorpresas, conocer
personalmente a estos seres humanos que se han hecho legendarios, es, según el autor, “una
experiencia que deja en el alma un sabor amargo de asombro y de repugnancia.” La
mayoría de estos hombres, se encuentran entre los 18 y los 25 años, siendo el resultado de
un ambiente viciado y de una juventud hambreada con deseos de una vida de paz y
placeres, por lo que ven una salida en el crimen y la rebeldía contra toda represión humana
y social. Pero estas leyendas de la guerra no trabajan solas, generalmente lo hacen en una
banda, que es conformada por tres hasta nueve individuos, o en una cuadrilla, conformada
por dos o más bandas, pero esta numeración varía dependiendo el objetivo de sus
miembros. La presencia de hombres mayores es mínima, al igual que la de los niños que
están en un rango de edad entre los 11 y 12 años, la mayoría son hombres solteros y
generalmente, a las mujeres se les asignan funciones puramente sexuales o domésticas.
Durante los enfrentamientos entre los bandoleros-guerrilleros con las fuerzas militares, se
producía una extraña paradoja, cada uno buscaba parecerse más a su enemigo. Los
bandoleros con uniformes e insignias militares, y los militares haciendo el papel de
“paisano” en territorio rural. En este juego de roles la victima principal es el campesino, el
cual no sabe quien ha llegado a su propiedad. La búsqueda del control local o regional, ha
generado la creación de diversas técnicas militares, pero esto no se limita a espacios
rurales, muchos miembros de las cuadrillas salen a pueblos y ciudades a comprar
armamento, beber algo o a divertirse en centros de prostitución clandestino, lo que genera
un vinculo urbano, por lo que se establece un contacto permanente con ciudadanos y
comerciantes. En el Quindío, el transporte motorizado ha sido de privilegiada elección,
dando a muchas bandas una complejidad que no se observa en otros países, ofreciendo
mayor diversidad de funciones a los miembros. Sin embargo, las responsabilidades
militares y económicas de una cuadrilla varían, según un estatus social, y una filiación
política.
Las muertes trágicas y heroicas de algunos bandoleros reconocidos de diversas zonas del
país, han generado mitos y especulaciones de gran interés para muchos, consiguiendo que
diversas personas que no han estado inmersas necesariamente en el conflicto, se acerquen a
los territorios para hacer parte de las cuadrillas, un motivo más para que estas se
mantengan vigentes hasta el día de hoy.