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Los que luchan contra el poder de los apetitos deberían ser instruidos en los principios del sano

vivir. Debe mostrárselas que la violación de las leyes que rigen la salud, al crear condiciones
enfermizas y apetencias que no son naturales, echa los cimientos del hábito de la bebida. Sólo
viviendo en obediencia a los principios de la salud pueden esperar verse libertados de la ardiente
sed de estimulantes contrarios a la naturaleza. Mientras confían en la fuerza divina para romper
las cadenas de los apetitos, han de cooperar con Dios obedeciendo a sus leyes morales y físicas.
La única solución es la total dependencia de Cristo.

Aun aquellos que con sinceridad procuran reformarse no están exentos del peligro de la recaída.
Necesitan que se les trate con gran sabiduría y ternura. La tendencia a adular y alabar a los que
fueron rescatados de los más hondos abismos, prepara a veces su ruina. La práctica de invitar a
hombres y mujeres a relatar en público lo experimentado en su vida de pecado abunda en
peligros, tanto para los que hablan como para los oyentes. El espaciarse en escenas del mal
corrompe la mente y el alma. Y la importancia concedida a los rescatados del vicio les es
perjudicial. Algunos llegan a creer que su vida pecaminosa les ha dado cierta distinción. Así se
fomenta en ellos la afición a la notoriedad y la confianza en sí mismos, con consecuencias fatales
para el alma. Podrán permanecer firmes únicamente si desconfían de sí mismos y dependen de la
gracia de Cristo. Se ayuda a sí mismo el que ayuda a los demás.

Puede llegar a ser hijo de Dios uno que está debilitado y hasta degradado por la complacencia
pecaminosa. Está en su poder el hacer continuamente bien a los demás al ayudarlos a vencer la
tentación; al hacerlo se estará beneficiando a sí mismo. Puede ser una luz clara y brillante en el
mundo, y al fin oír la bendición: "Bien hecho, buen siervo y fiel", de los labios del Rey de gloria.
El Señor tiene un remedio para cada persona que está asediada por un gran apetito por las
bebidas fuertes o el tabaco, o por cualquier otra cosa dañina que destruye la fuerza cerebral y
contamina el cuerpo. Nos pide que salgamos de entre esas cosas y, nos separemos, y no toquemos
cosas inmundas. Debemos dar un ejemplo de temperancia cristiana. Debemos hacer todo lo que
esté en nuestro poder mediante la abnegación y el sacrificio propio para dominar el apetito.
Después de haberlo hecho todo, nos pide que nos irgamos, apoyados en su fuerza. Desea que
seamos victoriosos en todo conflicto con el enemigo de nuestras almas. Desea que obremos con
entendimiento, como sabios generales de un ejército, como hombres que tienen perfecto dominio
sobre sí mismos.

Con toda ternura decía a los cansados: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas"(Mat. 11:29).

Cristo conoce las debilidades de la humanidad. El Hermano mayor de nuestra familia humana está
junto al trono eterno. Mira a toda alma que vuelve su rostro hacia él como al Salvador. Sabe por
experiencia lo que es la flaqueza humana, lo que son nuestras necesidades, y en qué consiste la
fuerza de nuestras tentaciones, porque fue "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado"(Heb. 4:15). Está velando sobre ti, tembloroso hijo de Dios. ¿Estás tentado? Te librará.
¿Eres débil? Te fortalecerá. ¿Eres ignorante? Te iluminará. ¿Estás herido? Te curará. Jehová
"cuenta el número de las estrellas"; y, vio obstante, es también el que "sana a los quebrantados de
corazón, y liga sus heridas"(Sal. 147:4,3).

Terrible era el conflicto entre sus deseos de libertad y el poder de Satanás. Parecía que el pobre
atormentado habría de perder la vida en aquel combate con el enemigo que había destruido su
virilidad. Pero el Salvador habló con autoridad y libertó al cautivo. El que había sido poseído del
demonio, estaba ahora delante de la gente admirada, en pleno goce de la libertad y del dominio
propio. Con voz alegre, alabó a Dios por su liberación. Los ojos que hasta entonces despedían
fulgores de locura brillaban ahora de inteligencia y derramaban lágrimas de gratitud. La gente
estaba muda de asombro. Tan pronto como hubo recuperado el uso de la palabra, exclamó: "¿Qué
es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con potestad aun a los espíritus inmundos manda, y le
obedecen?"(Mar.1:27).

Aquellos a quienes Cristo más haya perdonado serán los que más le amarán. Estos son los que en el
último día estarán más cerca de su trono. "Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes" (El
Ministerio de Curación, pág. 137).112

En el seno de las iglesias, de las instituciones religiosas y de los hogares en que se hace profesión
cristiana, muchos jóvenes van camino de su ruina. Sus hábitos intemperantes les acarrean
enfermedades, y por el afán de obtener dinero para satisfacer sus apetitos pecaminosos caen en
prácticas deshonestas Jamás debe dársele lugar a que diga: "Nadie se preocupa de mi alma".
Prestad preferente atención a la condición física.

Entre las víctimas de la intemperancia hay representantes de toda clase social y de todas las
profesiones. Hombres encumbrados, de gran talento y altas realizaciones, han cedido a sus
apetitos hasta que han quedado incapaces de resistir a la tentación. Algunos que en otro tiempo
poseían riquezas, han quedado sin familia ni amigos, presos de padecimientos, miseria, 113
enfermedad y degradación. Perdieron el dominio de sí mismos. Si nadie les tiende una mano de
auxilio, se hundirán cada vez más. En ellos el exceso no es tan sólo pecado moral, sino enfermedad
física. Para muchos las bebidas alcohólicas son el único solaz en la aflicción; pero tal no sucedería
si, en vez de desempeñar el papel del sacerdote y del levita, los cristianos de profesión siguieran el
ejemplo del buen samaritano.

No os fijéis en su exterior repulsivo; antes acordaos de la preciosa vida por cuya redención Cristo
murió. Al despertar el borracho a la conciencia de su degradación, haced cuanto os sea posible por
demostrarle que sois amigos suyos. Hallaránse algunos con las mentes envilecidas por tanto
tiempo que nunca llegarán a ser en esta vida lo que hubieran podido ser si hubiesen vivido en
mejores circunstancias. Pero los brillantes rayos del Sol de justicia pueden alumbrar sus almas.
Tienen el privilegio de poseer la vida que puede medirse con la vida de Dios. Sembrad en sus
mentes pensamientos que eleven y ennoblezcan.

Hacedles ver por vuestra vida la diferencia entre el vicio y la pureza, entre las tinieblas y la luz, y
por vuestro ejemplo lo que significa ser cristiano. Cristo puede levantar a los más pecadores, y
ponerlos donde se les reconozca por hijos de Dios y coherederos con Cristo de la herencia
inmortal. Las personas se sienten atraídas por la simpatía y el amor, y muchos pueden ser ganados
de esta forma a las filas de Cristo y la reforma. Pero no han de ser obligados ni impulsados. La
tolerancia, el candor, la consideración y la cortesía cristianas hacia los que no ven la verdad como
nosotros la vemos, ejercerán una influencia 117 poderosa para el bien. Debemos aprender a no ir
demasiado rápido y a exigir demasiado de los que están recién convertidos a la verdad
Cristo nos mostrará cómo. Somos invitados a trabajar con energía más que humana, a obrar con el
poder que hay en Cristo Jesús. El que condescendió a tomar la naturaleza humana es el que nos
mostrará como dirigir la batalla. Cristo dejó su obra en nuestras manos y hemos de luchar con
Dios, impetrando día y noche el poder invisible. Echando mano de Dios por intermedio de
Jesucristo es como ganaremos la victoria (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 399).
"Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios".
Se nos concede solamente una vida; y la pregunta de cada uno debería ser: ¿Cómo puedo, invertir
mi vida para que produzca el mayor beneficio? ¿Cómo puedo hacer lo máximo para la gloria de
Dios y en beneficio de mis semejantes? Porque la vida es solamente valiosa cuando se la usa para
alcanzar esos fines. Nuestro primer deber hacia Dios y nuestros semejantes es el propio desarrollo.
Cada facultad que el Creador nos ha confiado debería ser cultivada hasta alcanzar el más alto
grado de perfección, para que seamos capaces de hacer la mayor cantidad de bien que podamos.
Por lo tanto, es tiempo bien empleado el que está dirigido al establecimiento y preservación de
una sólida salud física y mental. No podemos permitirnos menguar o estropear una sola función de
la mente o el cuerpo por trabajo excesivo, o por abuso de cualquier parte de la maquinaria
viviente. Tan seguramente como hacemos esto, sufriremos las consecuencias. La intemperancia,
en el verdadero sentido de la palabra, está en la base de la mayor parte de las enfermedades de la
vida, y anualmente destruye decenas de millares. Porque la intemperancia no se limita al uso de
licores embriagantes; tiene un sentido más amplio, e incluye la complacencia da dañina de
cualquier apetito o pasión (Signs of the Times, 17-11-1890).

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