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GRADIVA
WILHELM JENSEN
G R A D I V A
COLECCION PERSEO
EDITORIAL POSEIDON
BUENOS AIRES
Reservados todos los derechos. Queda
hecho el depósito que previene la ley
N°. 11.723. Copyright 1946 by Editorial
Poseidon, Sociedad de Responsabilidad
Limitada, Perú 973, Buenos Aires-
Impreso en la República Argentina.
Traducción de
EDUARDO TOKREGBOSA
Visitando una de las grandes co-
lecciones romanas de la antigüedad,
Norberto Hanold se sintió profunda-
mente impresionado por un bajorre-
lieve. Al regresar a Alemania se
sorprendió al encontrar una exce-
lente reproducción en yeso, que, al-
gunos años después, se adosaba a un
lugar predilecto de su gabinete de
trabajo cuyos muros se ofrecían casi
en toda su extensión, cubiertos de es-
tantes atiborrados de libros. La luz
caía de lleno sobre el bajorrelieve, y
el sol poniente lo alumbraba durante
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"WILHELM JENSEN
—¿Seguiremos preocupándonos
del mañana?
—Consultaremos la Baedecker a
la hora del desayuno y veremos lo
que nos queda todavía por hacer.
—¡Mi incomparable Augusto, me
gustas mucho más que el Apolo de
Belvedere!
—¡Es precisamente lo que a me-
nudo he pensado de ti, mi dulce Gre-
ta: eres mucho más bella que la
Venus Capitolina!
—¿El volcán que vamos a escalar
está cerca de aquí?
—No; creo que tendremos que ha-
cer un viaje de algunas horas en
tren.
—¿Qué harías tú si entrara en
erupción en el momento en que es-
tuviésemos allí?
—No podría t e n e r otro pensa-
miento que el de tratar de salvarte,
y te tomaría en mis brazos; así, de
esta manera...
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destrucción de P o m p e y a . . . Pero te
reconocí en cuanto te T Í .
— ¿ M e has reconocido en sueños?
¿ Y cómo?
— A n t e todo, por tu característico
modo de a n d a r . . .
— ¿ E s o es lo que te ha impresio-
nado? ¿Acaso yo camino de un mo-
do particular?
Su sorpresa parecía aún mayor, y
él le respondió:
—¡Oh! ¿ N o lo sabes? Tienes el
f
" paso más gracioso de cuantas mu-
jeres he conocido; al menos, que to-
das lasi mujeres contemporáneas.
Pero hay algo más que me hubiera
permitido reconocerte :^tu cuerpo y
^ tu rostro, tu porte y ¿tu vestido, que
correspondían cabalmente a la for-
ma en que estás representada en el
bajorrelieve de Roma.
— A h , sí —repuso ella, con un to-
no semejante al adoptado antes—•
en mi bajorrelieve de Roma. Sí; no
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do apareciste de improviso en mi
presencia, me costó gran trabajo —al
principio— captar lo que había tras
la increíble tela tejida por tu ..ima-
ginación en tu cerebro. Luego lo en-
contré divertido y me gustó, pese a
su evidente resabio de manicomio.
Pues, como te he dieho, no me lo es-
peraba de tu parte.
Al decir esto, la señorita Zoé Bert-
gang terminó por suavizar un poco
el tono de su voz y su expresión.
Mientras pronunciaba este sermón
severo, sin rodeos, circunstanciado e
instructivo, su parecido con el bajo-
rrelieve de Gradiva era verdadera-
mente extraordinario, no sólo por los
rasgos de su semblante, por su talla,
por la expresión prudente de sus
ojos, por sus cabellos de gracioso on-
dulado, por el modo de andar que
había manifestado a menudo, sino
por su atavío, su vestido y su paño-
leta de fino y suave casimir color
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