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Es aquella parte de la ética profesional que se ocupa de los deberes morales de los
abogados, de los deberes de estos servidores del derecho.
La deontología jurídica trata sobre la moral del abogado y la forma de actuar con
su cliente, el profesional del derecho tiene que defender los intereses de su
patrocinado siempre actuando con la verdad y siempre teniendo en cuenta
su ética profesional.
El abogado que es honesto tiene como deber ético el guardar reserva de los asuntos
vinculados con la vida privada de sus clientes. Ello, porque se debe proteger el bien
jurídico correspondiente a la intimidad de la vida privada de las personas, protegidas
por la normatividad jurídica.
La ética constituye el ámbito que inspira y cobija los más nobles sentimientos del ser
humano. Sin ética el hombre estaría sin "hogar", a la intemperie, desamparado en un
mundo en el que sólo imperaría la ley de la selva y la de los más bajos instintos.
Es un importante deber de las Facultades de Derecho y de los colegios de abogados
preocuparse seriamente y con sentido de responsabilidad de recordarle a los que
ejercen o han de ejercer la abogacía cuáles son sus deberes.
Dentro del marco profesional, los abogados tienen que tener ética en los servicios del
cliente, ya que es la persona que está presente y conoce todos los destinos de sus
bienes por la razón de que participa en la redacción de su testamento, El abogado
que no tiene ética, es repudiado por la sociedad y después que la sociedad lo juzga
es muy difícil volver a establecerse.
Como objeto accesorio del proceso se plantea la reparación del daño, si bien debe
darse mucha mayor relevancia a la reparación del daño causado a la víctima; esto
es, por lo general, una compensación de orden patrimonial de acuerdo a la
magnitud del daño ocasionado. Esto debe ser una exigencia social, pues
evidentemente el perjudicado con el ilícito, sea la sociedad o alguna persona
específica, exige se le retribuya de acuerdo a las consecuencias negativas que le
ha acarreado el delincuente con su conducta, pudiendo ser éstas quebrantamiento
de la paz pública, en el caso de la sociedad, o agresiones a la integridad personal
o patrimonial, en el caso de las personas.
La reparación del daño debe ser atendida con mayor interés por el derecho
procesal penal; si bien es cierto que se ha avanzado, lo real es que falta mucho
por garantizar en ese renglón principal. La víctima ya ha sufrido de manera brutal
el delito, para que además se le escatime el beneficio de la reparación del daño, el
cual tiene que entenderse en diversas dimensiones, algunas de ellas directas, y
otras, indirectas o compensatorias.
Además de los anteriores objetos, la doctrina ha hablado de los fines del proceso
penal, mediatos e inmediatos. El fin esencial del procedimiento penal es la
averiguación de la verdad y la verificación de la justicia. Debe dejarse bien en
claro que, a final de cuentas, el fin general que persigue el proceso penal debe ser
el mismo que se persigue con el Derecho Penal, porque el proceso no es más que
la ejecución de las normas que constituyen el Derecho Penal. Los fines
específicos del proceso penal deben servir para el alcance de los fines generales.
Entre ellos, se establece primeramente, la capacidad que se tenga durante el
proceso para determinar cuál es la verdad histórica, la verdad real, diferente de la
verdad convencional, quizá no totalmente real.