Sei sulla pagina 1di 4

Clarín.com » Edición Sábado 30.10.

2004 » Revista Ñ » La maldición de los Lugones

MEMORIA

La maldición de los Lugones

El libro "Los Lugones, una tragedia argentina" evoca, con testimonios y ficciones, la
desgraciada saga familiar de Leopoldo, poeta genial y controvertido ensayista, su hijo Polo,
comisario y torturador, y Pirí, la hija de éste, militante montonera desaparecida en 1978. Aquí,
la historia. Textos de David Viñas, Daniel Divinsky y Carlos Giménez.

SOCORRO ESTRADA
La hora de la espada" pregonada por Leopoldo Lugones en 1924, durante las celebraciones del Centenario de
Ayacucho, cayó sobre su nieta, Pirí, en 1979. Ella murió, a los 52 años, en manos de los militares de la última
dictadura. Antes, fue torturada con los métodos que había introducido en el país su propio padre, Polo,
durante la tiranía de Uriburu. Poco más de cien años pasaron entre el nacimiento de Leopoldo Lugones y la
muerte de Pirí. Pasaron también un poeta, un torturador y una montonera. Dos suicidios y un asesinato. Y la
tragedia de la historia argentina en pleno.

Investigadas por historiadores, sociólogos y académicos de distintas disciplinas, las vidas de estos tres
personajes han ocupado ya diferentes páginas de la literatura y la historia argentina. Fondo negro (Solaris,
1997), de Eduardo Muslip, fue el primer libro que articuló sus relatos. Antes se había conocido, a partir de la
publicación que hizo María Inés Cárdenas de cartas y poemas inéditos, parte de la historia oculta de Leopoldo
Lugones. A saber, el romance secreto que mantuvo con la joven universitaria María Emilia Cadelago, durante
los últimos 12 años de su vida. En su novela, Muslip habló, pues, de la relación que podrían haber tenido Pirí y
Cadelago en un encuentro imaginario.

La historia de este amor oculto de Lugones fue luego retomada por Jorge Boccanera en La Pasión de los
Poetas (Alfaguara, 2002), quien le agregó uno de sus peores condimentos. Según sostuvo, fue el propio Polo
Lugones, hijo del poeta, quien se ocupó de que ese amor no tuviera un buen final. En 1926, Emilia Cadelago
era una tímida estudiante de letras que se acercó a Leopoldo Lugones pidiéndole un ejemplar del
agotado Lunario sentimental, texto que necesitaba para hacer un trabajo en el Instituto del Profesorado. El
tenía 52 años y la convirtió en "su" Aglaura, diosa griega que representa lo espléndido, la brillantez. Así la
llamaba en sus cartas y poesías, llenas de diminutivos y erotismo.

Desde el periodismo, Analía García y Marcela Fernández Vidal se ocuparon de la vida y obra de Pirí. Y
publicaron en 1995 Pirí. Retrato de Susana Lugones, en el cual se hilvana el testimonio de algunos de sus
amigos.

Es ahora de la mano de la escritora Marta Merkin que esta historia llegará a los lectores, contada en la forma
de una novela histórica. Con los elementos de ficción que todo relato de ese tipo agrega, pero también con la
certeza de que —según destaca la autora— es fiel al espíritu de cada época y también fiel a los hechos. "Mi
objetivo ha sido mostrar cómo el drama argentino del siglo XX empieza en el 30 y cómo la espada que levantó
Lugones fue responsable de la muerte de su nieta. Creo que esta historia señala que la nuestra es una
sociedad que mata a sus propios hijos, que cada generación amenaza permanentemente a la siguiente",
explica Merkin. Consciente además de las limitaciones del género que ha elegido, la autora defiende sus
posibilidades en términos de difusión y construcción del relato.

La vida de Leopoldo Lugones (1876-1938) es conocida. Socialista de joven, férreo nacionalista después y
antidemocrático al final de sus días, fue reconocido desde principios del siglo XX en Buenos Aires como poeta,
orador y polemista. También criticado e incluso denostado, a medida que sus discursos se encendían y
fortalecía su apoyo a los gobiernos militares.

Vivió intensamente hasta que decepcionado por la marcha de la historia política argentina o —según se
interpretó a partir del libro de Cárdenas— víctima de una pena de amor, Lugones se suicidó el 18 de febrero
de 1938. A los 64 años tomó un vaso de whisky con arsénico en la habitación de la posada El Tropezón, en el
Tigre.

En las crónicas de la época, el padre Leonardo Castellani, que lo había asistido en su conversión al catolicismo
en 1934, lamentó ese "suicidio de sirvienta". Como otros hombres de su tiempo, nunca pudo comprender no
ya el suicidio sino por qué había elegido el veneno teniendo a mano su arma, a la que Lugones llamaba "La
nena".

Su hijo Polo jamás quiso hablar del tema. "Una tremenda realidad, compuesta de pena, soledad y angustia
precipita al ser y despéñalo en la eternidad", fueron las únicas enigmáticas palabras que escribió al respecto
en el prólogo de la Selección de verso y prosa de Leopoldo Lugones, publicada en Buenos Aires por
Huemul en 1971.

Emilia Cadelago, en cambio, se ocupó de decir a sus pocos confidentes que el comisario Lugones era
responsable de aquel desenlace. Según contaba fue él quien detuvo el romance tardío del viejo, amenazando
a la familia de la chica: de continuar, decía, metería a su padre en un manicomio. Dejaron de verse, pero
Emilia lo amó hasta el final de sus días. Tanto, que pidió que, a su muerte, colocaran en su ataúd un pequeño
gato de peluche que Lugones le había regalado.
Fue después de muerto Lugones que su obra pudo ser considerada con serenidad, tanto por detractores como
por sus admiradores. Lo que significó que, más allá de las diferencias, fuera reconocido como uno de los
patriarcas de la literatura argentina.

Se le atribuye haber situado a José Hernández en el centro del canon, con sus trabajos sobre el Martín
Fierro. Casi medio siglo más tarde, fue Jorge Luis Borges quien puso a Lugones en ese mismo centro, a
través de una operación muy peculiar: en el prólogo de El hacedor (1960) proclamó la grandeza de Lugones,
a la vez que se declaraba su heredero. "En vida, Lugones era juzgado por el último artículo ocasional que su
indiferencia había consentido. Muerto tiene el derecho póstumo de que se lo juzgue por su obra más alta",
había escrito años antes.

Más tarde, en la colección Perfiles de la editorial de Jorge Alvarez, donde trabajaba su nieta Pirí, Dardo Cúneo
publicó un libro sobre Lugones. "Lo traigo —escribió su autor— con su ardorosa carnadura conflictiva, con sus
desacomodos, con sus propios compromisos, con sus propios desafíos, en cuyo genio y figura culmina y hace
crisis, en su versión intelectual, el liberalismo en el país."

La historia de Leopoldo Lugones hijo (1897-1971), Polo, en cambio es más sombría y menos pública. Poco se
ha escrito de él aún en los libros que hablan de su padre o en los tratados sobre la tortura en la Argentina. Y
poco ha quedado por él escrito, más allá de los prólogos con que, como albacea literario de su padre, exigió
acompañar cada una de las reediciones de sus obras mientras estuvo vivo.

Se sabe, en concreto, que durante la presidencia de Alvear fue director del Reformatorio de Menores de
Olivera. Que entonces fue procesado por el delito de corrupción y violación de menores y que cuando iba a ser
condenado a diez años de reclusión, el presidente Yrigoyen lo salvó cediendo ante un pedido de Lugones
padre. De rodillas, éste le habría implorado que consiguiera su absolución por "el honor de la familia".

Su suerte mejoraría aún más tras el golpe de Uriburu, que a modo de reparación le hizo pagar los sueldos que
dejó de percibir cuando, antes de comenzar el proceso, se lo exoneró del cargo público que detentaba.
Uriburu lo nombra además comisario inspector de la Policía, en la misma repartición en la que figuraba su
prontuario, que lo calificaba de "pederasta" y "sádico conocido".

Ya instalado en su nuevo cargo, Polo Lugones implementa, en el sótano de la vieja penitenciaría de la calle Las
Heras, una sala de interrogatorios y torturas. Hecho, que ha sido documentado en distintas investigaciones
sobre la tortura, entre ellos en Breve Historia de la tortura en la Argentina, escrita por Marcelo M.
Benítez. Para ello, Lugones hace restaurar los elementos de torturas quemados públicamente en 1913, "con el
refinamiento que le dan la aplicación de la electricidad, la mecánica y los modernos inventos", según relató
Carlos Gimenez, un radical allí torturado en el libro El martirologio argentino, publicado en 1932.

En ese libro, Gimenez también se ocupó de describirlo con saña: "Se trata de un antropoide de mediana
estatura, más bien grueso, de tez blanca, de voz un tanto atiplada, de cara redonda, mirada oblicua y turbia;
sus ojos verdosos e informes son el espejo más claro de su alma tenebrosa; poco cabello de color negro y
peinado a la gomina, su aspecto general es el de un feto grande que al nacer, ve, camina y habla", sostuvo
Gimenez, desde el exilio en Montevideo.

A partir de ese relato y el de otras de sus víctimas se supo que su participación en la mazmorra era activa, a
pesar de que su misión era más la de sabueso persecutorio que la de ejecutor de tales interrogatorios. Esta
fama de torturador le valió una caricatura que lo mostraba como un monstruo y que el diario Crítica publicó
en primera plana bajo el título "El torturador Lugones", cuando su hija Pirí tenía diez años.

El libro de Gimenez también incluye una anécdota de la infancia de Polo —que no aparece en otros
documentos bibliográficos— que por su enorme valor ilustrativo Marta Merkin incorporó a su novelización. En
ella se sostiene que durante una temporada que pasó en el campo siendo adolescente, Polo Lugones
acostumbraba "violar a las gallinas" y torcerles el pescuezo "cuando ya iba a satisfacer sus salvajes
sensualismos" para "aumentar sus espasmos infernales con las convulsiones de muerte del ave".

Polo tuvo dos hijas. Susana, a la que todos llamaban Pirí, y Babú. Como su padre, Polo también se suicidió.

Pirí (1925-1979), la menor de sus hijas, tenía —a causa de una enfermedad padecida cuando era una niña—
una pierna más corta que la otra y una renguera evidente. Sin embargo, la disimulaba con elegancia y había
aprendido, en virtud de su humor ácido y su fuerte personalidad, a llevarla con cierta belleza. Según contaba,
durante su infancia le había sido mucho más fácil sobreponerse a las burlas sobre su pierna que a los
comentarios acerca de su padre torturador.

Por eso, desde que cayó en la cuenta de quién había sido Polo Lugones, solía sorprender al interlocutor de
turno presentándose como "la hija del torturador y la nieta del poeta". Atada a un pasado que no le daba
tregua ni contención, eligió una vida intensa, desenfrenada, caótica y plena de contradicciones y dolores. Se
casó y tuvo tres hijos, aunque su médico personal le había dicho que los embarazos eran un riesgo para su
salud. Uno de ellos, Alejandro, no pudo escapar al estigma de los Lugones y se suicidó, también en el Tigre.

Fue mentora del mundo cultural y literario del Buenos Aires de entonces. A las fiestas que hacía en su
departamento, ubicado en el edificio de El Hogar Obrero de Caballito, asistían Noé Jitrik, Osvaldo Lamborghini,
Quino, León Rozitchner, Tanguito y el Tata Cedrón, entre otros.

Sin haberse dedicado exclusivamente a las letras —aunque se conservan muchos de sus relatos y
compilaciones—, Pirí Lugones entregó su entusiasmo a la literatura a través del trabajo editorial. Fue amiga de
editores como Jorge Alvarez y Daniel Divinsky, y contribuyó a definir esos dos grandes centros de la
producción del libro en la Argentina que fueron la editorial Jorge Alvarez y Ediciones de La Flor, a la cual le dio
el nombre. Fue amiga de Paco Urondo, Juan Gelman y Rodolfo Walsh, con quien convivió un tiempo.

A comienzos de los 70, cuando el clima político se había enrarecido, Pirí optó por la revolución. Junto a sus
amigos de toda la vida se sumó a la resistencia, aceptando el disciplinamiento que le imponía. A los 50 años se
hizo montonera y se entregó a tareas clandestinas de información e inteligencia. El 24 de diciembre de 1978
fue detenida en un departamento de Barrio Norte. Se supo que la torturaron y que estuvo al menos en tres
centros de detención clandestinos. También que mantuvo hasta último momento su sentido del humor y que
con sorna le decía a sus verdugos que ni siquiera eran capaces de torturar como su padre. Hay testimonios
que indican que murió un 17 de febrero. Y aunque pudo haberse suicidado como su padre y su abuelo, antes
de que la apresaran, optó por no hacerlo. Como si así pudiera escapar a su destino. Sin embargo, si en algo se
pareció a su abuelo fue en la intensidad con que eligió vivir y morir.

"No se lo busque a Ud. en un solo lugar", le decía Dardo Cúneo a Lugones en una carta que agregó a aquel
perfil publicado por Jorge Alvarez en 1968. "Usted, Lugones, como Sarmiento, es pleno argentino de energías
y de enmiendas, de empuje y de contradicciones, que son las maneras de proceder de patria descargada de
pasado y habitada de vacíos a poblar. A ese Lugones, a Usted, vale la pena retenerlo un momento más entre
nosotros, para que siga gastando vida en esa relación directa de huevos-corazón, que fue su manera de vivir y
de morir". Del mismo modo, así, vale la pena retener a Pirí, y enterarse también de esta historia de tres
generaciones. Tan cercana aún en su tragedia.

Potrebbero piacerti anche