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Juliaca ¿tierra de linchamientos?

El día en que lo iban a matar, Feliciano Itusaca llevaba un arma de fuego. El martes 13 de enero a
las 11:30 pm, Feliciano regresaba a su casa en un mototaxi. A una cuadra de su casa, tuvo un
altercado con el conductor del mototaxi, salió del mototaxi, cuando el conductor empezó a
recriminarle, Feliciano soltó disparos al aire. El asustado conductor pidió ayuda a otros
conductores mototaxistas y a los vecinos de la urbanización Tambopata, terminando en lo que al
día siguiente sería la portada de los diarios: “empresario muere quemado por confusión”

El arma descubrió al hombre afirma constantemente Marco Aurelio Denegri. ¿Acaso Juliaca está
llena de pobladores furibundos que aprueban los linchamientos? ¿Por qué la justicia popular es
consentida? La semana pasada caminaba por la urbanización Tambopata, a 25 minutos del centro
de la ciudad. Para llegar debes caminar a paso ligero o puedes tomar una combi que recorre la
malhadada avenida Huancané, donde se observa un hospital general, lubricentros, carteles de
pollerías y farmacias. Llego a la urbanización Tambopata, todo parece un día normal, las combis
pasan por la pista quebrada y llena de vaches, los mecánicos continúan empeñados en su labor, las
viejas señoras sentadas en sus tiendas de abarrotes. Curiosamente, pregunto y no encuentro
comisaria cercana, ni carros de policías. Un farmaceútico me dice que los policías solo vienen a
cobrar a los carros en falta.

Sí, lo decimos: la presencia del Estado en la urbanización Tambopata, y a lo largo de la avenida


Huancané es tímida y exigua, tiene un hospital olvidado, asfalto quebrado, y mucho polvo. En la
ciudad más grande de Puno, los pobladores consienten en castigar a los delincuentes, ladrones,
violadores, porque la justicia no les llega. Entonces si alguien muere en manos de la justicia
popular sea ladrón o no ¿estaría justificado? Desde luego que no. Ensañarse, asesinar con
crueldad es la parte más abominable del ser humano. Hace cuatro años, unas cuadras más atrás,
el hijo de un fiscal murió asesinado por confusión también. El poblador de Juliaca, desconfiado
desde hace mucho, no enfrenta adecuadamente, la inestabilidad y la ausencia del Estado. Pero
lector, no quiero ahuyentarte de los juliaqueños, trabajadores y emprendedores. En Juliaca
debemos combatir con nuestros propios demonios: las turbas envalentonadas.

Una de las peores armas del ser humano es el consentimiento de las muertes, esa arma
inmaterial nos descubre crueles y sanguinarios. El martes pasado ofrecimos la peor lección de
convivencia, respondimos a la violencia con mucha más violencia, quien disparó erró, quienes
atacaron se equivocaron mucho peor. Por lo tanto, si ves una turba envalentonada por las calles
de tu ciudad, no le huyas, colócale cabeza fría, a riesgo de ser linchado, escribo con el temor de ser
linchado algún día en la esquina del mercado donde vivo.

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