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Me late que son novios y no quieren decirlo ––no somos novios, responden al unísono,
y es verdad: desde hace poco más de un mes duermen juntos, comen, leen, trabajan
juntos, y por eso alguien exagerado, alguien que los mirara y repasara cuidadosamente
las palabras que se dirigen, el modo en que sus cuerpos se acercan y confunden,
alguien impertinente, alguien que todavía creyera en esas cosas diría que se quieren
de verdad, o que al menos comparten una pasión peligrosa y solidaria que ha llegado
a acercarlos solidaria y peligrosamente. Y sin embargo no son novios, si hay algo que
ambos tienen claro es justamente eso ––ella es argentina y él chileno y es mejor, es
muchísimo mejor llamarlos así, la argentina y el chileno.
***
El metro se queda un rato largo, inexplicable, un lapso de seis o siete minutos detenido
en una estación intermedia, como suele pasar en el metro del DF, y esa demora que
es normal sin embargo los angustia, les parece intencional e innecesaria, hasta que
cierran las puertas y el carro arranca y por fin llegan a la estación y siguen caminando
juntos para llegar a la casa donde ella vive –ella vive con dos amigos, un español y un
chileno, otro chileno, en verdad no son amigos, o lo son pero no es por eso que viven
juntos, están todos de paso, son todos escritores y están en México para escribir
gracias a una beca del gobierno mexicano, aunque lo que menos hacen es escribir,
pero curiosamente cuando llegan y abren la puerta, el español, un chico muy flaco y
cordial, con los ojos quizás demasiado grandes, está escribiendo, y el chileno dos no
está —no queda más remedio que llamarlo el chileno dos, esta historia es imperfecta
porque en ella hay dos chilenos, debería haber sólo uno o mucho mejor sería que no
hubiera ninguno, pero hay dos, pero el chileno dos no está, el chileno uno y el chileno
dos no son amigos, en verdad son más bien enemigos, o lo eran en Chile, porque ahora
coincidieron en México y ambos son, a su manera, conscientes de que seguir peleando
sería absurdo e innecesario, pues por lo demás las peleas fueron tácitas y nada les
impedía ensayar una especie de reconciliación, aunque también ambos saben que no
serán nunca amigos y ese pensamiento en cierta forma los alivia, y hay algo que los
une, en todo caso, el alcohol, pues de todo el grupo sin duda ellos dos son los más
bebedores, pero el chileno dos no está cuando ellos llegan del secuestro, está
solamente el español, en la mesa del living, absorto, escribiendo junto a una botella
de Coca Cola, se diría que abrazando una botella de Coca Cola, y cuando le cuentan
lo que ha sucedido abandona su trabajo y se muestra conmovido y los acoge, los hace
hablar, matiza el ambiente con alguna broma oportuna y liviana, los ayuda a buscar el
número de teléfono al que deben llamar para bloquear sus tarjetas ––se quedaron con
tres mil pesos, dos tarjetas de crédito, dos celulares, dos chaquetas de cuero, una
cadena de plata y hasta con una cámara de fotos, porque el chileno se regresó a buscar
la cámara de fotos ––quería fotografiar a la argentina, porque la argentina es bellísima,
lo que también es un cliché, pero qué se le va a hacer, de hecho es bellísima, y claro
que ha pensado que si él no se hubiera devuelto a buscar la cámara no habrían tomado
ese taxi, del mismo modo que otras tantas posibles premuras o dilaciones podrían
haberlos salvado del secuestro.
***
Ahora llega alguien más, tal vez un amigo del español, y ellos vuelven al relato, sobre
todo la última parte, la última media hora en el taxi, que para ellos es una especie de
segunda parte, porque el secuestro duró una hora y durante la primera mitad temieron
por sus vidas y durante la segunda ya no temían por sus vidas, estaban aterrorizados
pero vagamente intuían que, durara lo que durara, los rateros no iban a matarlos,
porque el diálogo ya no era violento, o sí lo era pero de una manera sosegada y terrible
––ya habíamos asaltado a argentinos pero nunca a un chileno, dice el que viaja de
copiloto y su comentario parece verdaderamente curioso, y empieza a preguntarle al
chileno por la situación del país y el chileno responde correctamente, como si
estuvieran en un restaurante y fueran el mesero y el cliente o algo así y el tipo parece
tan articulado, tan acostumbrado a decir ese diálogo que el chileno (uno) piensa que
si llega a contar esa historia nadie va a creerle, y esa impresión se acentúa en los
minutos siguientes cuando el que viaja con ellos en el asiento de atrás, el que lleva la
pistola, dice me late que son novios y no quieren decirlo y ellos responden al unísono
que no, que no son novios, y por qué pregunta el ratero ––por qué no son novios si él
no está tan feo, dice, es feo pero no tanto, y estarías mejor si te cortaras ese pelo, es
de los setentas, ya nadie usa el pelo así, le dice, y también esos lentes tan grandes, te
voy a hacer un favor ––le quita los anteojos y los arroja por la ventana, y el chileno
piensa por un segundo en una película de Woody Allen que acaba de ver en la que al
protagonista le destruyen muchas veces los anteojos, el chileno sonríe ligeramente, tal
vez sonríe hacia adentro, sonríe como se sonríe cuando sentimos pánico pero sonríe.
No puedo cortarte el pelo, porque no traemos tijeras, recuérdame eso para mañana,
unas buenas tijeras para cortarles el pelo a los chilenos que nos toque asaltar, porque
de ahora en adelante vamos a asaltar a puros chilenos, hemos sido injustos, hemos
asaltado a muchos argentinos y solamente a este chileno de la chingada, de ahora en
adelante nos haremos especialistas en chilenos de pelo largo, tengo un cuchillo pero
no se puede cortar el pelo con un cuchillo, los cuchillos son para rajarles el corazón a
los pinches chilenos que tienen huevos, tu novio tiene huevos pero los que tienen
huevos a veces los pierden, no más dile que ya no tenga huevos, porque por tener
huevos estuve a punto de querer cogerte, argentina, y si no te cojo no es porqueno me
gustes, que estás bien buena, de todas las argentinas que he conocido eres la que está
más buena, pero ando trabajando ahora y cuando cojo no trabajo porque si mi trabajo
fuera coger sería un puto y aunque no me ves la cara tú sabes que no soy un puto, y
me gustaría que me vieras la cara paque te dieras cuenta que soy un ratero hermoso
que además sabe cortar el pelo aunque no trae tijeras y con el cuchillo no puedo
cortártelo, chileno, te puedo cortar la verga pero la necesitas para cogerte a la
argentina, y con esta pistola tampoco puedo cortarte el pelo o quizás sí, pero perdería
las balas y las necesito por si te vuelven los huevos y ahí sí que me cogería a la
argentina, después de matarte a ti, chilenazo, me cogería a tu novia, porque no pensaba
matarte pero te mataría y no pensaba cogérmela pero me la cogería, porque está
realmente buena, porque está para el mejor prostíbulo del DF, yo te elegiría
argentinita, mañana voy a ir de putas y voy a elegir la que más se parezca a ti,
argentinaza.
***
Quién es el Chupete Suazo, pregunta el chileno dos, que seguramente lo sabe pero se
siente obligado a demostrar que no le interesa el fútbol. Debería responder el chileno
uno, pero el español sabe bastante de fútbol y dice que es un centrodelantero chileno
que parece gordo pero no lo es, que juega en los Rayados y que tuvo un paso exitoso
cedido al Zaragoza, pero regresó a México porque los españoles no tenían los euros
que costaba. El chileno dos responde que a él le pasa lo mismo, que en verdad es flaco
pero la gente piensa que está gordo.
El chileno uno y la argentina siguen muy cerca, de forma prudente, pues aunque todos
saben o intuyen que están juntos, de todas maneras fingen y desarrollan una estrategia
para que no los descubran, y no es exactamente por pudor, sino por desesperanza, o
quizás porque realmente ya pasó el tiempo en que las cosas eran tan simples como
estar juntos o no, o quizás todo sigue siendo así de simple pero no han querido
enterarse, y es bastante absurdo que no vivan juntos porque duermen juntos ––casi
siempre es él quien se queda a dormir con ella, pero también a veces la argentina se
queda en el departamento que el chileno comparte con una chica ecuatoriana. Lo que
el chileno y la argentina desean es estar solos, pero la noche se alarga en el relato
eterno del secuestro, en el rastreo de detalles que no recordaban y que al recordarlos
les proporcionan una nueva y renovada complicidad. Finalmente él dice que va al
baño y se mete a la habitación de la argentina, quien se queda un rato más en el living
y al cabo se retira.
Ella toma una ducha larga y lo obliga también a tomar una, para sacarse de encima el
secuestro, dice, pensando en los manoseos de que fue objeto, manoseos en todo caso
mínimos, ella lo agradece, de hecho eso les dijo a los rateros cuando se bajó del auto:
gracias. Eso ha dicho ella muchas veces esta noche: gracias, gracias a todos. Al
español que los acogió, al chileno que los ignoró pero que en alguna medida también
los acogió. Y a los rateros, también, de nuevo, nunca está de más volver a decirlo:
gracias, porque no nos mataron y la vida puede continuar.
También le dice gracias, al final, al chileno uno, después de unas horas largas en que
se acarician sabiendo que esta noche no harán el amor, que van a pasarse las horas
muy juntos, peligrosamente juntos, solidarios, conversando. Antes de dormir ella le
dice a él gracias y él responde a destiempo pero con convicción: gracias. Y duermen
mal, pero duermen. Y siguen hablando al día siguiente, como si tuvieran toda la vida
por delante, dispuestos al trabajo del amor, y si alguien los viera de fuera, alguien
impertinente, alguien que creyera en esta clase de historias, que las coleccionara, que
intentara contarlas bien, alguien que los viera y creyera todavía en el amor pensaría
que van a seguir juntos muchísimo tiempo.