Sei sulla pagina 1di 2

ARRAIGO HUMANO EN LA ORACIÓN1

He tenido varias veces ocasión de comprobar que cuando alegamos no disponer de


tiempo para orar, se trata, en la mayoría de los casos, no de una falta real de tiempo,
sino más bien de una incapacidad psicológica para procurarnos el tiempo necesario,
incapacidad originada por un estado interior de tensión y de precipitación, opuesto a
la actitud de alma necesaria para el recogimiento de espíritu. Nuestra vocación nos
obliga a buscar un camino para llegar a la oración contemplativa sin abandonar el trato
frecuente con la sociedad en que vivimos. De aquí la importancia que tienen para
nosotros los medios de alcanzar un estado de paz interior. Esta condición previa nos
parece quizá de muy poco valor, y de orden puramente psicológico, y nos
inclinaríamos a creer más perfecto darnos sin medida y esperarlo todo de la gracia, en
nuestras relaciones con Dios. En este asunto, es evidente que Dios puede hacer lo que
quiera. Pero sería un error descuidar las condiciones naturales, hechos de actos de
fidelidad a cosas muy pequeñas, para adquirir un equilibrio humano, base de la
contemplación. ¡Cuántos hogares cristianos, cuántas vidas sacerdotales o religiosas se
pierden en nuestros días por esta única falta de elemental prudencia!.

¿Por qué es tan frecuente este estado de precipitación interior y cuáles son sus
causas?

La primera es una predisposición del temperamento o hábito anterior. Siempre


podemos mejorar nuestro temperamento con la gracia de Dios, y armándonos de
paciencia incansable, de humildad y de perseverancia. No tenemos nunca que
pretender un resultado inmediato, ni rebasar la posibilidad psicológica del momento.
Actuamos con entera generosidad cuando damos toda nuestra medida: ir más lejos no
es generosidad, sino presunción o equivocación.

Otra causa es la influencia del medio ambiente, con todas sus consecuencias de
nerviosismo, agotamiento y falta de sueño. En este punto no se hace siempre lo que se
quiere, y sería ya mucho tomar en serio la obligación de hacer lo que se puede en los
límites de lo posible. Nos figuramos que la generosidad y la gracia de Dios nos
permiten afrontar sin perjudicarnos cualquier género de vida o cualquier ambiente de
excitación posible.

Pero la causa más importante y la más sutil de este desequilibrio, está con frecuencia
en nosotros mismos. Es un sentimiento de frustración, de insatisfacción profunda, de
carencia de una felicidad que se nos escapa. No nos atrevemos a confesárnoslo, y nos
esforzamos,, por generosidad y fidelidad, en una continua tensión de voluntad, por
darnos a los hombres y a Dios, con un desprendimiento de nosotros mismos que nos

1
Tomado de: VOILLAUME, Renè. Orar para vivir. Madrid, Narcea, 1972, pp 49-50
parece inhumano. Tenemos la impresión de que nuestra vida espiritual es un
andamiaje inestable, y que todo se derrumbaría si nos detuviéramos a reflexionar un
momento, porque entonces nos daríamos cuenta de nuestra profunda insatisfacción.
¿Acaso la vida contemplativa consiste en soportar con valor, sin diversión posible, ni
actividad provisional, la toma de conciencia de esta frustración de la felicidad de la
vida?

¿Dónde está el error?, porque nos parece que la renuncia de los santos de otros
tiempos era distinta. Sacrificio, abnegación completa, sí; pero acompañados de un
sentimiento de plenitud y de paz. Nos damos cuenta, aunque confusamente, de que
existe en el ambiente del mundo actual algo impalpable, cierta tendencia al
pesimismo, a la desesperanza, que influyen en nosotros. Sentimos interiormente un
malestar, casi un complejo, al constatar, delante de los que proclaman con ironía el
carácter mítico y egoísta de una fe en la felicidad perfecta de la vida. Tenemos que
volver a encontrar el equilibrio del hombre tal como Dios lo creó, y como Cristo lo creó
de nuevo; y atrevernos a mirar a Dios como el manantial de felicidad y de perfección
para cada hombre. La renuncia que Jesús nos pide no es la negación de los deseos
esenciales de nuestra naturaleza, sino una abstención temporal de bienes limitados,
para asegurarnos mejor la posesión definitiva de un bien supremo infinitamente
mayor. Consiste esta renuncia, en último término, en el hábito de esperar un gozo
mayor y más completo, no sólo del espíritu, sino de todo nuestro ser. Jesús habla de
tesoros, afirma que los que renuncian a todo lo deseable en este mundo, familia,
mujer, hijos, riquezas, recibirán el céntuplo. Mientras no admitamos entre nuestros
motivos de vida cristiana la urgencia de encontrar un camino más seguro hacia una
felicidad mayor, no realizaremos las condiciones de un pleno equilibrio espiritual. Es
preciso pasar por la cruz, pero a través de ella, mirando más allá. No vamos a hacerlo
mejor que Jesús, que tenía prisa por que pasara la agonía de Gestsemaní y la cruz del
Calvario, porque tenía sed, intensa sed, de otra cosa: del término del sufrimiento, de
su resurrección, de la glorificación de su humanidad.

Renè Voillaume.

Casablanca, 5 de febrero de 1960

Potrebbero piacerti anche