Sei sulla pagina 1di 2

Florence Thomas

Nació en Rouen, Francia. Es psicóloga con Magíster en Psicología Social de la Universidad


de París. Desde 1967 se encuentra vinculada a la Universidad Nacional de Colombia como
profesora titular y emérita del Departamento de Psicología y desde 1985 es coordinadora
del Grupo Mujer y Sociedad.

El muro de la infamia
Siempre me pareció que hay que darles rostro a la violencia y a los violentos. En
lugar de mostrar a Lizzeth Ochoa con la cara llena de moretones y un ojo casi
cerrado, los diarios habrían debido mostrar la foto en grande de su ‘dulce’ marido
barranquillero.
La humillación debe dirigirse al violento y no a la violentada. Suficiente con lo que le ha
pasado a la víctima. Y en estos casos me parece que darle rostro a la violencia tiene un
significado simbólico de una enorme importancia. Una foto en un diario para informar
sobre una realidad denigrante y aun tan cotidiana en la vida familiar señala la
responsabilidad de los hombres violentos sobre sus actos. Y no estoy hablando de un
muro de la infamia.

Ahora, a propósito de ese muro, bien controvertido por cierto, tengo argumentos para
hacer público mi repudio a esta iniciativa.

El primero: en la gran mayoría de casos, el violador es un conocido de la víctima (las


estadísticas muestran que aproximadamente el 80 por ciento de los abusadores son
personas cercanas a la niña o al niño); incluso, a veces es el mismo padre, padrastro,
abuelo o tío. Entonces, con el muro de la infamia, será una familia, una niña, un niño o
una adolescente quienes tendrán que soportar día a día la mirada inquisidora de vecinos y
vecinas, a veces incluso de todo un barrio, con el resultado de que todos y todas de
alguna manera terminarán sintiéndose culpables. Así, el muro revictimiza a las víctimas.

El segundo: no se puede reparar un derecho, de los más graves por cierto, vulnerando
otro. El Estado Social de Derecho tiene mecanismos previstos para juzgar y condenar
conductas de este tipo, mecanismos que, por cierto, pretenden deslegitimar la ya
medieval costumbre del “ojo por ojo, diente por diente”.

Estas prácticas nada favorecen a los países en donde la gente fácilmente toma la justicia
en sus manos, y en los cuales la rehabilitación de los violadores hombres no está ni
siquiera prevista. Y digo esto justamente en nombre de la justicia.

Basta ver cómo en ciertos países muchos de los supuestos violadores son linchados,
golpeados y quemados en plazas públicas; o basta ver la suerte de los violadores en las
cárceles de nuestro país, y ello en nada contribuye a disminuir estos delitos atroces.
Creo sí en la imperativa necesidad de definir y aplicar penas más altas que se acompañen
de procesos sólidos de rehabilitación. Sé que puede parecer extraño que yo escriba esto.
Si hay alguien que piensa y que ha escrito varias veces que la violación de una mujer, de
una niña o de un niño es de lo más infame, soy yo; si hay alguien que no entiende cómo
un hombre puede violar a una niña de 4 años, de 2 años o de 14 años, soy yo. Pero tengo
una idea de la justicia que no puede ser esta idea feudal del escarnio público.

Creo aún en una posible rehabilitación porque no todo está perdido. Le apuesto a una
sociedad madura, en la que no tengan lugar las violaciones de mujeres, niñas y niños; a
una sociedad en la que la precariedad de la educación y de las condiciones de vida sea
mínima y, sobre todo, en la que el cuerpo femenino deje de ser una espacio para el
ejercicio del poder patriarcal; y también a una sociedad capaz de hacerse preguntas que
revelan más de la psiquiatría o de desórdenes psico-sexuales de complejos y largos
tratamientos.

Por último, creo que los y las integrantes del Concejo de Bogotá, en lugar de propiciar el
odio y el escarnio público, deberían ir a ver la película Secretos íntimos, actualmente en la
cartelera de Bogotá.

Potrebbero piacerti anche