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Adrián G. Campos.

Adrián Aldair Gómez Campos es estudiante de filosofía en la Facultad de Filosofía


y Letras de la UNAM. Nació en la Ciudad de México en el seno de una familia con
marcada afinidad por las humanidades y las artes así como una fuerte impronta
por la lectura la cinematografía y la música. Incursionó en los oficios teatrales
desde los 12 años formando parte del cuerpo técnico del grupo teatral Medusa
Teatro, conviviendo en un quehacer artístico y la tradición familiar decide
emprender un viaje a través del rico mundo de las artes, las letras y las
humanidades.
Este cuento se cocinó en noviembre, mes en el que celebramos y recordamos la
muerte, ofrendando comida para los que se han ido de fiesta con ella.

Calidopalido y frito.

Gatuerte.

-¡Te ves Calidopalido! ¡¿Qué te pasa?! Contesta ¡¿Qué te pasa?!

Veía personas juntarse al lado mío, sentía su confusión mezclarse con mi


dolor; la corriente eléctrica se deslizaba por mi cuerpo, atravesaba mis huesos y
me golpeaba el estómago, pateó aquella pereza que traía atorada. Mi flaquimosa
seguía a mi lado, solo gritaba -¡¿Qué te pasa?! ¡¿Qué te pasa?!- no hacía nada
más, creo ni gritos eran, quizá eso parecían.

-¡flaquimosa ayúdame ¡flaquimosa!- creo eso pude decir, o pensar, mi letargo se


esfumó por un momento pero aquello que vi lo hizo regresar, nunca me dejaría.
Caí al suelo, algunos con sus curiojos me miraban, otros agitaban las manos, las
gotas de sudor caían de sus rostros mas no despertaba en ellos ningún motivo por
ayudarme. Por las narices me entraba un hedor, no era el de la comida, era el
mío, estaba frito.

Golpescupo.

Veinte minutos antes de la escena dábamos el pasarato en el tianguicida, el


golpescupo de esa tarde nos tenía atarantados y flojos más que de costumbre y
eso ya era bastante; Anduvimos al tientociego, rozando con los dedos las frutas
frescas en busca de comida, intentando calmar nuestros estómagos y cambiar
esas monedastrosas que apestaban a grasa, mugre y trabajo; yendo de puesto en
puesto, curiojos registraban las diferentes garnachas que relucían cada vez que
sus miradas las apuntaban; nuestras narices saboreaban las quesarricas, lamían
los tacolengua y deglutían las garnachas.
Le preguntaba a mi flaquimosa qué quería pero no contestaba, pensé que
no escuchaba o que quizá no me hacía caso, ella me preguntaba a dónde íbamos
y yo le respondía con un abrazarcástico pues, no traía ni un salivazo en el
estomago después de las nochelas de ayer, de antier, de todo el mes; nos
quedábamos hasta tarde sin saciar las molestas tripas, necesitábamos ese jalón
para poder salir de casa aunque no siempre lo conseguíamos; ese algo lo
encontramos comiendo.
El olor a grasa nos enganchó y jaló las narices hacía el puesto favorito de carnitas
en aquel cazo burbujeante, también se mantenían calientes debajo de grandes
focos ardientes y amarillos; pedimos, el estómago se estrujaba, la baba se
escurría de la boca y las primeras mordidas la regresaban a su lugar.
La raticía daba su rondín paseándose al ciegoveo; esa tarde tendrían que
actuar, sus patrullas con las sirenas gritando se detuvieron en la esquina del
puesto; como un chispazo todo cambió, el siniestro había ocurrido, piroladrones
habían disparado a Celedonio por resistirse al atraco, no tuve la fuerza de
voltearme, pegué un mordisco a mi taco y entonces tronó el sonido como un
latigazo, mi plato cayó al suelo, la bulla se apagó, el foco de las carnitas estalló y
el cristal se vino abajo en pedazos, pirobalas asestaban en los cuerpos que tenía
al frente y se freían perforando el cazo lleno de grasa (gatuerte andaba al acecho),
seguían sonando latigazos, otro foco roto, el cable de corriente eléctrica que se
conectaba a los focos cayó en mi mano, del susto lo apreté y ahí fue cuando sentí
la descarga, mis hombros se entumieron, los curiojos se me abrían, la descarga
me pateaba la cabeza y me sentía vivo y reanimado; con fuerza salté por mis
calambres antes de quedar callaplejico, tieso como hueso, el alboroto se terminó
por fuera pero ahora yo lo traía por dentro, mi piel comenzó a humear, se puso
negra y despedía un olor fétido, frito, sentí otro golpescupo, mi flaquimosa solo
decía:

-¡Te ves Calidopalido! ¡¿Qué te pasa?! Contesta ¡¿Qué te pasa?!

Fin de una pereza.

Vi a gatuerte danzando parsimoniosa entre los cuerpos agujereados, se deslizaba


rozando con sus manos frías y puntiagudas aquellas sangrelasticas del piso, era
su momento un vals de celebración, con abrazarcásticos los levantaba, bailaba
con ellos y después los tiraba al piso. Terminando aquél número acercó mi banco
y lo acomodó para sentarse con la misma pereza con la que yo había vivido una
vida, agarró lo que quedó de mi taco, le limpió el polvo y se sentó en mi lugar,
antes de darle una mordida me sonrió girando la cabeza como aquellos perros
cuando parecen no entender, me dio flojera regresarle la sonrisa y caí al suelo, las
personas parecían gritar, corrían de un lado a otro; mi flaquimosa no se acercó,
sus curiojos cambiaron, se hicieron dulces, tiesos y tristes; me sentía despierto
pero creo que no duró mucho, no pude saciar mi hambre aunque sí descansar un
poco más, el olor a frito me mantendría despierto, quise cerrar mis ojos pero
gatuerte me levantó de una zarandeada y comenzó a bailar conmigo sin prisa, sin
fin, sin dolor y sin latidos.
Necrominósis.

Ramiro entró y cagó, se lavó las manos; le siguió Natalia que se miraba al espejo
y ponía en su lugar lo que el baile y el sudor habían deshecho. La puerta del baño
abría y cerraba, el agua no paraba de fluir, el espejo de reflejar, las llaves del grifo
giraban y tocaban las manos desconocidas que peinaban o acariciaban pieles; a
veces el baño tenía vómitos y lavadas, narices respiraban un poco y se relajaban,
la luz desaparecía por ratos, la puerta sostenía golpes de ansiosos preguntando si
el baño estaba ocupado, rechinaba, salían y entraban unos tras otros.
Ramiro entró por tercera ocasión, vomitó, jalo del wáter y se miró al espejo,
volvió a vomitar, el cabello despeinado y su rostro desaliñado, sudoroso, parecía
no ser el mismo desde la primera vez que entró: -¡qué mierda me veo!- los ojos de
cristal, cara pálida y sonrisa fea, bajaba la mirada por el mareo y se tallaba los
ojos, parecía verse peor, las ganas de vomitar eran más fuertes, se escuchaba la
puerta: –ya Ramiro, me estoy orinando- su compañero de trabajo, Eduardo, afuera
celebraban que había regresado de Brasil.
-¡voy, acabo de entrar!- Ramiro gritó apresurado y con dolor de cabeza.
-llevas un chingo y es tu quinta vez, ¡me estoy orinando!- La mano izquierda de
Ramiro abrió la llave del grifo que no tenía vómito, limpió todo y con la misma
enjuagó boca y cara, dio unos sorbos; la puerta se movió.
-cabrón, cómo te tardas-
-¡ni-que tú-no-cagaras-cabrón también-acabas de-entrar- le respondió Ramiro
arrastrando palabras.
-ya, ya, y tú chela?
-no sé qué-la-hice-
-Natalia tiene las otras, ve con ella que se quedó esperando- Eduardo entró al
baño, cantaba mientras orinaba. Ramiro se acercó a Natalia, a pesar de la
borrachera y de lo mal que se sentía llegó bailando, abrió otra cerveza y dio un
gran sorbo.
-Ramiro, te ves mal, ¿cuántas llevas?
-no muchas-pero estoy bien- sudaba y buscaba el momento para poder dar un
respiro. Eduardo en el baño terminaba de orinar, cuando salió se acercó a Ramiro
que regresó al baño en ese mismo instante, al entrar lo primero que hizo fue
enjuagarse la cara, echarse agua al cuello y sentarse en el escusado, de nuevo
vomitó, sus ojos vieron sus manos y desmayó, la frente golpeó el piso, la sangre
brotaba de la nariz, los ojos estaban inflamados y rojos, parecían explotar, fiebre
alta, faringe hinchada y el sudor era demasiado.
Sus amigos entraron forzando la puerta que sus piernas bloqueaban, el
agua salía del grifo inundando el piso y mezclaba la sangre con sudor y vómito,
Ramiro yacía tirado, había muerto, el virus salía de su boca y de su nariz nadando
entre los fluidos del piso, Eduardo cerró la llave, los virus de Necrominósis de su
mano se encontraron de nuevo con los que había allí, se saludaron. Alguna cosa
sucedía con Ramiro que fue el único al que contagió Eduardo o mejor dicho, su
mano, o más bien, el grifo.

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