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Unidad II: Elementos de las obligaciones

1. Elementos esenciales de la obligación.


Elementos esenciales de la obligación son aquellos presupuestos constitutivos, que no pueden
faltar nunca en las obligaciones, pertenecen a la esencia de las obligaciones porque son los
rasgos que las caracterizan y las definen como tales.
Según Llambías, los elementos de las obligaciones son “los factores irreductibles que hacen a
su existencia misma, de donde, si alguno de ellos faltare puede haber otras figuras, pero no
obligación”. Para Álvarez Caperochipi : “El principio de la autonomía de la voluntad comporta
que basta que se exteriorice la voluntad para que se constituya el crédito, la obligación nace
por la sola voluntad de las partes, o por las otras fuentes legales (responsabilidad,
restitución), pero no por su documentación o forma. Pero para que nazca jurídicamente la
obligación, debe trascender el ámbito interno de la conciencia y manifestarse externamente;
en las obligaciones contractuales la voluntad ha de constar expresamente no sólo sobre la
voluntad de obligarse, sino también sobre la concurrencia de unos elementos esenciales. Sólo
se reconoce por el derecho la obligación cuando vincula la voluntad (consentimiento) al
cumplimiento de una prestación debida (objeto) en virtud de una causa justa (la reciprocidad
de un contrato). En las obligaciones no contractuales (de responsabilidad o de restitución), su
estructura se configura a semejanza de las contractuales”. Por tanto, son elementos
esenciales de la obligación:
 la pluralidad de los sujetos (acreedor y deudor),
 el objeto
 y la causa.
Pluralidad de los sujetos
Sólo existe obligación si hay diversos sujetos, esto es, la dualidad de partes, normalmente
acreedor y deudor, pues no existen jurídicamente obligaciones con uno mismo.
El Objeto
Es también elemento esencial de la obligación la prestación debida: dar a hacer o no hacer
una cosa; objeto que ha de ser posible, lícito y determinado.
La Causa
Y toda obligación ha de tener también una causa jurídica de por qué se debe; en las
obligaciones contractuales la causa se refiere a la razón de ser del contrato (la reciprocidad,
el ánimo de lucro), en las no contractuales la causa es definida por su fuente (el deber de
indemnizar el daño en la responsabilidad, el enriquecimiento injusto en la restitución)”.
Agrega Álvarez Caperochipi que “todos los demás elementos que se agreguen a una
obligación se consideran elementos accidentales, definiéndose como tales la condición, el
término y el modo, que evidentemente sólo son accidentales en cuanto que su existencia no
es de esencia de la obligación, pero que una vez incorporados a la obligación forman parte de
la misma como circunstancias decisivas en la exigibilidad de la prestación. A su vez, como
hemos dicho, la documentación del crédito y la forma pública son considerados elementos
accidentales o instrumentales, porque puede haber obligación constituida verbalmente o por
signos, si no queda duda sobre la voluntad de obligarse, aunque, sin embargo, como
decimos, el documento y la forma pública identifican jurídicamente el crédito mismo, y le
otorgan un rango y una oponibilidad en ocasiones (título del crédito)”.
Así los caracteres que permitan identificar a una relación obligacional son los siguientes:
a) La obligación es un vínculo jurídico o de derecho.
b) La obligación es una relación personal.
c) Presencia de dos centros de interés en la obligación.
d) Existencia de un interés para el acreedor en su cumplimiento.
e) La obligación tiene una naturaleza pecuniaria o patrimonial, que se comunica a la
prestación, que está marcada por la nota de patrimonialidad.
f) Juridicidad de la prestación comprometida.
g) La obligación es un vínculo marcado por la relatividad.
h) La obligación jurídica es un vínculo de correlatividad entre dos sujetos.
i) La obligación está esencialmente limitada en el tiempo.
j) La obligación es normalmente un vínculo compulsivo.
Seguidamente desarrollaremos estos caracteres entremezclados con los elementos clásicos de
la obligación.
En el siguiente gráfico se muestran los elementos de las obligaciones.

Lafaille agregaba otros dos elementos:


1) el vínculo jurídico;
2) la compulsión (coerción que el derecho establece para el caso de que el deudor no
cumpliera con la obligación).
El Código francés trata las obligaciones junto a los contratos y agrega el elemento Causa-Fin
(finalidad inmediata, el objetivo próximo que tuvieron las partes al contratar (por ejemplo
compraventa: entrega de la cosa por el acreedor y entrega del precio causa-fin del deudor).
2. Caracteres de la obligación.
Los principales caracteres de la obligación son:
1. La Obligación es un vínculo jurídico o de derecho. La obligación no es un vínculo
físico, como era en la Roma arcaica.
En el derecho arcaico existía una atadura material entre acreedor y deudor, ya que la
garantía era la persona misma del deudor y el acreedor podía darle muerte o esclavizarlo.
El derecho actual prohíbe que se ejerzan sobre el deudor presiones o violencias atentatorias
contra los derechos humanos. Cuando el deudor se niega a cumplir con la prestación debida,
y es necesario ejercer violencia sobre su persona, en ese punto se detiene la coacción
legítima directa. En ese caso, el acreedor debe recurrir a los procedimientos de ejecución
establecidos por la ley.
La garantía recae sobre el patrimonio del deudor, específicamente sobre sus bienes no
indispensables con valor pecuniario. Además, están prohibidos los apremios corporales y la
prisión por deudas civiles.
El vínculo jurídico constituye el elemento abstracto de la relación obligacional; es el nexo que
existe entre el sujeto activo y el sujeto pasivo y que le confiere al primero el derecho de
exigir del último el cumplimiento de la prestación.
“La obligación es primero un vínculo de derecho, es decir un nexo jurídico dotado o proveído
de una sanción. No hay obligación más que allí donde existe una acción para obligar o
compeler a la ejecución. Así podemos diferenciar las obligaciones morales (hacer caridad o
dar limosna) de las obligaciones jurídicas: el que hace caridad no está obligado a hacerla, él
cumple una liberalidad, el segundo, el que está sometido a una obligación jurídica, ‘está
obligado’, a pagar su deuda”.
La relación jurídica obligacional se da entre uno o varios acreedores y uno o varios deudores,
o al menos uno de cada uno de los polos subjetivos que componen la obligación. Ese vínculo
puede basarse bien en un título de deuda o bien en una conducta determinada, que lleve
aparejados efectos jurídicos de tipo obligacional, como sería un acto imprudente que cause un
daño, un reconocimiento de deuda, un acto voluntario, etc.
Este vínculo jurídico se compone de dos elementos, no siempre coincidentes: el
débito o deuda y la responsabilidad.
El débito es un componente abstracto o inmaterial que la ley le marca como comportamiento
debido al deudor, constituyendo como un deber ínsito en su conciencia, que debe impelerlo a
satisfacer puntualmente su obligación, honrando sus compromisos.
Ahora bien, no siempre el ordenamiento confiere acción al acreedor para exigir ese débito en
toda su extensión. Hay casos en que el acreedor puede reclamar una parte -y en ocasiones
nada- de esa obligación, por lo que el otro tramo de la obligación, la responsabilidad, en tales
casos, no coincide con el débito.
El CCCN en su art. 724 define a la obligación como una relación jurídica, Pero a pesar de
los términos relación jurídica, el carácter vinculatorio de ese nexo surge claro de tal concepto.
2. La obligación tiene una naturaleza pecuniaria. Si bien es cierto que toda obligación
supone una relación de persona a persona, no es menos cierto que no todas las relaciones
personales pueden ser consideradas obligaciones. Si esas relaciones no son susceptibles de
una valoración pecuniaria, no constituyen una obligación. Por esa razón es que se considera
que los derechos de familia, tal como la autoridad de los padres sobre los hijos, el derecho al
honor, a la vida, etc., se encuentran fuera del derecho de las obligaciones.
Aunque, por caso, no cabe olvidar que la violación a la integridad física origina un crédito por
daños y perjuicios, a favor de la víctima.
Y tampoco cabe soslayar que no todos los derechos pecuniarios están comprendidos dentro
de la teoría de las obligaciones, pues los derechos reales y los intelectuales se encuentran
excluidos de ese concepto.
3. La obligación es una relación personal. Esta característica es lo que distingue la
obligación del derecho real. Supone una relación entre, al menos, dos personas. Una de las
partes es el deudor, que debe cumplir con la prestación prometida, y la otra, un acreedor que
pueda exigirla. Además, puede haber pluralidad de acreedores y deudores.
4. La obligación es un vínculo marcado por la relatividad. Bien se ha dicho que “La
relación jurídica obligatoria es aquella en virtud de la cual un sujeto (deudor) se encuentra
constreñido a realizar una determinada prestación (deber jurídico) a favor de otro sujeto
(acreedor), quien ostenta un derecho subjetivo, para exigir el cumplimiento de dicha
prestación, mediante los medios jurídicos que el ordenamiento jurídico establece a través del
órgano jurisdiccional. Que relaciona a dos sujetos claramente determinados, acreedor y
deudor en virtud del cual el deber jurídico de un sujeto da la razón jurídica de la existencia
jurídica del derecho del acreedor. Deber jurídico y derecho subjetivo se condicionan
recíprocamente condicionando su existencia. Esta situación delimita una característica
fundamental de la obligación jurídica, su relatividad”.
“la relatividad como característica de la obligación significa que se trata de una situación
jurídica en la que participan dos sujetos claramente determinados. No se trata del deber
jurídico de un sujeto frente a la colectividad como un todo o frente a toda la sociedad”.
5. Correlatividad. La obligación jurídica es un vínculo de correlatividad entre dos sujetos,
pues a la existencia de un deber jurídico se corresponde un derecho subjetivo de crédito.
6. La obligación está esencialmente limitada en el tiempo. No significa ello que no
puedan existir obligaciones de tracto sucesivo, fluyentes o aun de larga vigencia temporal,
pero incluso entonces la obligación está marcada por la nota de temporalidad, ya que es
inconcebible en nuestros días que existan obligaciones perpetuas (como si era en el derecho
romano preclásico y clásico), porque ello se opone a la libertad de actuación de los sujetos,
con lo que la sujeción obligacional debe ser temporal.
7. La obligación es normalmente un vínculo compulsivo. Cumplir o no cumplir la
obligación no es una decisión librada a la determinación del deudor, pues el derecho establece
medios de compulsión o coerción, para el caso de que el deudor no cumpla voluntariamente
la obligación.
El acreedor, sujeto activo de la relación obligacional, es titular de un derecho de crédito, que
lo legitima para exigir, en caso de incumplimiento, la ejecución coercitiva -en sede judicial- de
la prestación comprometida y no satisfecha.
También el deudor tiene la posibilidad de liberarse de su obligación coactivamente, cuando el
acreedor no desea recibirla o rehúsa prestar la colaboración que es necesaria para el cumpli-
miento. En estos casos, el deudor puede consignar judicialmente y quedar liberado de los
riesgos de la prestación.
Este carácter surge claro del concepto de obligación que da el nuevo art. 724 CCCN.:
“La obligación es una relación jurídica en virtud de la cual el acreedor tiene el
derecho a exigir del deudor una prestación destinada a satisfacer un interés lícito y,
ante el incumplimiento, a obtener forzadamente la satisfacción de dicho interés”.
En cambio, no es una característica esencial de todas las obligaciones su tipicidad.
La tipicidad era en Roma una característica esencial y definitoria de todas las obligaciones,
puesto que no existían obligaciones atípicas que llevaran aparejada la compulsión del vínculo
ante el incumplimiento.
En el derecho romano, las obligaciones eran figuras rigurosamente típicas, es decir,
contempladas y admitidas por el ius civile (derecho civil). Si este derecho no las reconocía, el
acreedor no tenía acordada una protección para actuar en justicia, en caso de incumplimiento
del deudor.
Esta tipicidad romana se advertía o manifestaba en una segunda dimensión: en Roma, así
como no existía “el contrato”, sino los contratos, esto es un elenco de ocho figuras
contractuales típicas, tampoco existía “la obligación”, sino las obligaciones, es decir, una serie
de obligaciones rigurosamente típicas, que tenían protección jurídica; y fuera de ellas sólo
existía un deber libre, de voluntario cumplimiento.
El derecho romano nunca conoció una categoría única, general y abstracta de obligaciones,
contentándose con figuras típicas singulares obligacionales.
Para la mentalidad casuista de los romanos, poco dada a las elaboraciones abstractas y
movida básicamente por la solución de problemas jurídicos concretos, no hacía falta un
concepto general, que la idiosincrasia romana consideraría una generalización inconveniente,
cuando no una cabal pérdida de tiempo y un esfuerzo inútil.
Por eso se ha concluido que “Los romanos no conocieron la“obligatio”, sino tantas
“obligationes” como casos específicos fueron catalogados como tales, no pudiendo
afirmarse que realizaran una metodológica propiamente dicha de las obligaciones”.
En Roma, la voz “obligatio” nunca denotó un concepto genérico o abstracto, sino que ella
expresaba un concepto dogmático, a la par que una realidad histórica.
El severo casuismo y tipicidad de la obligatio romana ha desaparecido hoy como característica
esencial de la obligación; pero de dos maneras esta tipicidad esencial sigue estando presente
en el derecho de obligaciones:
1) en la exigencia de que no hay obligación sin causa,
2) en las obligaciones resarcitorias nacidas de un delito civil.
1) La tipicidad en la exigencia de que no hay obligación sin causa
El art. 499 del CC establece: “No hay obligación sin causa, es decir, sin que sea derivada de
uno de los hechos, o de uno de los actos lícitos o ilícitos, de las relaciones de familia, o de las
relaciones civiles”.
De acuerdo a esta norma, está claro que una obligación no puede nacer válidamente de una
causa-fuente distinta de las mencionadas en ella, por lo que la tipicidad es clara en cuanto al
elenco de las fuentes de la obligación, lo que lleva a eliminar del catálogo de fuentes a
aquellas que no estén contenidas en ese listado.
2) La tipicidad en las obligaciones resarcitorias nacidas de un delito civil
Además, y esto es todavía más típico, en el Código de Vélez, la obligación indemnizatoria
nacida de uno de los delitos previstos por los arts. 1084 a 1095 del CC es esencialmente
típica, por lo que si no se cumplen los requisitos previstos en cada una de esas normas para
el delito civil respectivo, la obligación reparatoria derivada de él no nace.
Al respecto hemos expresado sobre el particular lo siguiente:
1) El Código de Vélez establece un sistema de tipicidad delictiva, bien que no exactamente
coincidente con la del Código Penal, los delitos definidos por el Código de Vélez no se hallan
siempre en exacta correspondencia con los tipificados en el Código Penal.
2) No hay en nuestro Código Civil delitos civiles que no sean típicos, es decir, que no estén
previstos expresamente en su articulado. Es así que los jueces no pueden crear delitos civiles,
relajando los requisitos estructurales o configurativos establecidos por el codificador para
cada delito.
3) Los requisitos típicos de las figuras delictivas civiles previstas por Vélez son inexcusables y
el juez no puede tenerlos por cumplidos si ellos no lo están.
4) Sin embargo, ello no obsta a que un hecho que no alcanza a configurar un delito civil, por
falta de algún elemento esencial, pueda sí dar nacimiento a un cuasidelito equiparable a él,
encuadrable en los términos del art. 1109 CC y por reconducción a la norma del delito civil
que le sirve de espejo.
5) Según enseña Diez-Picazo, “La ordenación de los daños extracontractuales se puede
calificar como típica cuando los supuestos de los daños resarcibles se encuentran
expresamente regulados en la ley y sólo respecto de ellos se debe la indemnización. En los
sistemas típicos... el juicio sobre la dignidad de la tutela se encuentra previamente realizado
por el legislador que excluye cualquier otro que los jueces puedan realizar... Los sistemas
típicos proceden de la interpretación pandectista del Derecho romano. En cambio, se
consideran atípicos aquellos sistemas de carácter abierto en que los daños resarcibles y los
supuestos comprendidos en la norma aparecen en una cláusula general abierta, como ocurre
en la protección iusnaturalista, en el Código Civil francés” y en el español;
A tenor de lo expuesto por Diez-Picazo, es indudable que en materia de delitos civiles nuestro
Código establece un sistema de tipicidad, ya que contempla específicamente cuáles son y
cómo se configura cada uno.
7) Claro que, así como nuestro Código establece un sistema de tipicidad de delitos civiles,
sienta implícitamente el principio inverso en materia de cuasidelitos, a mérito de la parte final
del art. 1109.
La matriz normativa de los cuasidelitos es amplia, genérica y generosa: el art. 1109 CC.
8) Existiendo un doble sistema de tipicidad para los delitos civiles y de atipicidad para los
cuasidelitos y equiparación de efectos indemnizatorios entre ambos, no resulta buena técnica
la que emplean algunos de nuestros magistrados y autores que ablandan o manosean los
requisitos típicos de los delitos civiles, exigiendo en algunos casos menos requisitos
estructurales para tener por configurado un delito, que los que el Código establece.
9) Los delitos típicos previstos por Vélez en los arts. 1084 a 1095 CC no sólo requieren
indiscutiblemente un factor de atribución de responsabilidad de índole subjetiva (éstos son el
dolo y la culpa), sino -más aún- que ellos sólo admiten la figura dolosa, con lo que ni siquiera
la constatación de la culpa en el actuar del demandado alcanza para configurar un delito civil.
10) Sin embargo, junto a los delitos civiles, ha establecido una figura cuasidelictual amplia
(art. 1109, primer párrafo in fine, CC), que permite tallar figuras cuasidelictuales sobre la
base de exigir los requisitos de los delitos de los arts. 1084 a 1095, pero en clave de culpa.
De lo visto hasta aquí puede apreciarse que la tipicidad obligacional ha quedado confinada en
el Código de Vélez al ámbito de la responsabilidad civil, concretamente, de la obligación re-
paratoria nacida de delitos -tipicidad en estado puro- o cuasi tipicidad, en el caso de los
cuasidelitos, que requieren de los mismos requisitos de la figura delictual equivalente, menos
el dolo, que es reemplazado por la culpa, lo que permite un cierto ablandamiento o
flexibilidad de tal tipicidad.
Podría citarse algún caso más, en el ámbito de las obligaciones, en que el ordenamiento
requiere de ciertos requisitos esenciales, pero claramente se trata de excepciones a la regla
general de la atipicidad obligacional, que es el principio rector hoy día.
Pero en otros segmentos del derecho de obligaciones, fuera de la responsabilidad civil, la
tipicidad ha desaparecido casi por completo, quedando hoy sólo vestigios de ella, con lo que
no podría predicarse válidamente como carácter esencial del vínculo obligacional a su
tipicidad.
Cabría analizar seguidamente el tema de la tipicidad obligacional en el nuevo Código Civil y
Comercial.
Inicialmente, cabría indicar que el nuevo ordenamiento es igual de típico que el que él
sustituye en cuanto al primer aspecto, pero lo es mucho menos en cuanto al segundo.
Seguidamente veremos a qué nos referimos.
1) Tipicidad relativa en la exigencia de que no hay obligación sin causa:
El CCCN sigue, en materia de causa-fuente de las obligaciones, una orientación similar al CC
de Vélez, al menos teóricamente, aunque en la práctica esa tipicidad aparece bastante
menguada.
Como suele ser costumbre, en el CCCN se establece el principio general de que no hay
obligación sin causa como tendencia general pero luego, en los hechos, la misma aparece
negada por otras normas particulares, que convierten a las excepciones al principio general
en verdaderas reglas, por su reiteración y alcances.
El art. 726 CCC en principio coincide con el CC. de Vélez, al establecer: “No hay obligación sin
causa, es decir, sin que derive de algún hecho idóneo para producirla, de conformidad con el
ordenamiento jurídico”; pero, claramente, no precisa cuáles son esas fuentes admitidas, lo
que deja librada la cuestión a la apreciación y, entonces, la tipicidad se vuelve opinable, pues
queda a criterio del intérprete determinar cuáles son causas legítimas de una obligación, lo
que resulta inconveniente y en la parte final del art. 727 CCCN se dice: “probada la
obligación, se presume que nace de fuente legítima mientras no se acredite lo contrario”.
Pero no se aclara qué se entiende por fuente legítima.
En síntesis el CCCN va, en materia de tipicidad, de la tipicidad proclamada a la atipicidad
obligacional efectiva.
2) Atipicidad en las obligaciones resarcitorias nacidas de un delito civil
La regla en materia de obligaciones resarcitorias es la atipicidad, ya que amén de no tener el
nuevo ordenamiento algunas normas que sí tiene el Código de Vélez en materia de delitos
civil, el listado de éstos es mucho más acotado y la enunciación de tales delitos aparece
incluso como desmañada.
El extenso listado de delitos civiles del Código de Vélez ha quedado reducido a unos pocos
tipos delictivos:
Homicidio (art. 1745 CCC).
Lesiones o incapacidad física o psíquica (art. 1746 CCC).
Encubrimiento de un delito (art. 1752 CCC).
Intromisión arbitraria en la vida ajena (art. 1770 CCC).
Acusación calumniosa (art. 1771 CCC).Dañoscausados a las cosas o bienes de otro (art. 1772
CCC).
Por otra parte, el régimen de estos delitos carece de precisióny aparecen ellos como
pincelazos en un cuadro inacabado, al que le faltan normas generales que precisen el régimen
general de los delitos civiles y que puntualicen los requisitos para la responsabilidad de
algunos de tales tipos delictivos.
1759, 1769, 1243, 1286 y 1685, que modelan un régimen de objetividad extrema, que acota
la incidencia de la culpa a algunos supuestos en materia de responsabilidad profesional y
poco más.
La regla, en consecuencia, es de hecho la atipicidad, lo que se potencia a tenor de la amplitud
de la matriz resarcitoria del art. 1716 CCC, otra norma de trazos gruesos e imprecisos:
establece que “la violación del deber de no dañar a otro, o el incumplimiento de una
obligación, da lugar a la reparación del daño causado, conforme con las disposiciones de este
Código”.
3. Naturaleza jurídica de la obligación.
En el plano doctrinario existen dos clases de teorías para explicar la naturaleza jurídica de la
obligación: las teorías subjetivas y las teorías objetivas.
Teorías subjetivas: son las tradicionales y de tendencia individualista. Caracterizan la relación
obligacional desde el punto de vista del sometimiento personal del deudor hacia el acreedor.
Quien se compromete a dar, hacer o no hacer restringe su libertad quedando sometido al
imperio de los poderes y faculta-des que el ordenamiento jurídico concede al acreedor.
Para las teorías subjetivas la relación de la obligación es una vinculación de persona a
persona en la que se destaca la idea de sumisión del deudor; ellas enfatizan la importancia de
los sujetos de la obligación.
Teorías objetivas: Conciben a la obligación no como un vínculo de persona a persona, sino
más bien como una relación de un patrimonio con otro patrimonio. El centro de gravedad de
la obligación ya no es la persona obligada, sino su patrimonio.
La obligación ya no es más un derecho respecto de la persona. Es un derecho sobre los
bienes. Hoy sólo puede hablarse de “yugo obligacional” en sentido figurado, mientras que en
el derecho romano el yugo obligacional era algo bien concreto: ante el incumplimiento de la
obligación por el deudor, el vínculo obligacional podía convertirse literalmente en un yugo,
esto es, una atadura tangible, física, como la que liga a los bueyes a una carreta, por sus
cuernos. Si el deudor no cumplía su obligación, podía ser esclavizado por el acreedor y
vendido como esclavo, con lo que hasta podía ser atado a una cadena o yugo para evitar su
escape. La personalidad de la obligación en el derecho romano primitivo era indudable y
evidente.
El concepto de obligación, en el derecho moderno, dejó de ser “la persona debe a la persona”,
para trocarse en otro diferente: “el patrimonio debe al patrimonio”. Esta concepción coloca a
las personas obligadas en segundo plano, dando primacía al patrimonio, siendo la obligación
un vínculo entre patrimonios, antes que entre personas.
Teoría de la deuda sin responsabilidad: es una variante de las teorías objetivas. Su origen se
encuentra en el derecho alemán, aunque puede mencionarse algún antecedente romano.
Según esta teoría, la obligación se halla compuesta de dos elementos: la deuda y la
responsabilidad. La deuda es el deber de realizar una prestación. La responsabilidad es el
efecto que entra en juego, a raíz del incumplimiento de la obligación y que afecta los bienes
del deudor.
En otras palabras, la persona que asume una obligación no se hace cargo sólo de un deber
moral, sino que corre el riesgo de perder su patrimonio, o una parte de él, en caso de no
cumplir la obligación asumida.
En un voto de nuestra autoría, hemos referido esta doctrina, expresando que llevando las
cosas a un extremo, en posición que no compartimos pero que tiene prestigiosos
sostenedores, se ha dicho también que en el caso de las obligaciones de demandada y
aseguradora citada en garantía quedaría patente aquella distinción ingeniosa que ha trazado
alguna doctrina europea entre deuda y responsabilidad.
El origen de esta elaboración se encuentra en el derecho alemán, aunque puede mencionarse
algún antecedente romano. Según esta teoría, la obligación se halla compuesta de dos
elementos: la deuda y la responsabilidad. La deuda es el deber de realizar una prestación. La
responsabilidad es el efecto que entra en juego, a raíz del incumplimiento de la obligación, y
que afecta los bienes del deudor.
En el antiguo derecho romano, deuda y responsabilidad se hallaban separados; utilizando
diferente terminología (debere y obligatio), los romanos, sin emplear elaboraciones
artificiosas, tuvieron por sentado que ambos elementos no siempre se conjugaban juntos: el
debere podía nacer de una simple promesa o de un pacto; la obligatio, en cambio, sólo nacía
si quedaba plasmada en un acto formal (stipulatio, nexum, etc.). La obligación no llevaba
aparejada la responsabilidad. Para que ésta pudiera surgir era necesario sumar otro acto
jurídico: la prenda comisoria. La prenda respondía por lo que el deudor debía, al tiempo que
este asumía una deuda desprovista de responsabilidad.
Más tarde hizo su aparición la autofianza, mediante la cual el deudor constituía su propia
persona en rehén, afectando su cuerpo y su libertad a la responsabilidad emergente del
incumplimiento.
También en la actualidad, la obligación, tal cual la conocemos, se compone de dos elementos
distintos y separables: deuda y responsabilidad. Esta dicotomía fue puesta de relieve por Von
Amira en sus investigaciones sobre el derecho de las obligaciones en los países germánicos
del norte de Europa. La deuda configura el deber de realizar una prestación; en tanto, la
responsabilidad es la sumisión o sujeción al poder coactivo del acreedor.
Esta dicotomía conceptual, presente en toda obligación, se muestra con mayor claridad en las
obligaciones surgidas de los contratos, donde aparece acentuada. La deuda nace en virtud de
la promesa o estipulación y es el deber de una persona de hacer o pagar algo a que se ha
comprometido.
La responsabilidad, en cambio, no nace sino de un acto formal en virtud del cual se constituía
un objeto de responsabilidad.
La diferencia fundamental estriba en que el deber es libre, al depender de la libre voluntad
del deudor para su cumplimiento; por el contrario, la responsabilidad es coercible, puesto que
expone al deudor a la coerción del acreedor.
Esta distinción entre deuda y responsabilidad como elementos diversos del todo “obligación”
se ha mantenido en la terminología jurídica de todos los idiomas. Una primera impresión
llevaría a pensar que esa distinción también ha sido receptada en nuestro Código Civil,
pudiéndose decir en esa línea que entre nosotros existen casos de deudas sin responsabilidad
(obligaciones naturales, etc.) y supuestos de responsabilidad sin deuda. Como principio
general, en nuestros días, los dos elementos se hallan unidos en la relación obligatoria, y la
responsabilidad sigue a la deuda como la sombra al cuerpo.
Algunos autores sostienen que existen excepciones, pues la obligación natural sería un caso
de deuda sin responsabilidad, ya que la deuda existe pero el acreedor no puede exigir su
pago. La fianza otorgada por un tercero sería, en cambio, un caso de responsabilidad sin
deuda. La sociedad de responsabilidad limitada o la aceptación de herencia con beneficio de
inventario serían casos en que la deuda existe, pero el deudor no responde con todo su
patrimonio, sino con una parte de él. Lo propio podría decirse del seguro con franquicia: el
asegurador responde hasta la suma asegurada y en los términos del contrato, que pueden
incluir una franquicia.
Por nuestra parte, coincidimos con Diez-Picazo en que no parece que ambos extremos
(“deuda” y “responsabilidad”) pue-dan jugar separadamente, configurando fenómenos de
distinto alcance.
A poco andar, se comprueba que los pretendidos casos de responsabilidad sin deuda no son
tales, sino espejismos que esconden a la mirada la deuda, que puede encontrarse tras ellos,
sólo que mediatamente. El caso del fiador es claro; el fiador también es deudor, no ya de una
deuda de dinero, sino de una obligación de garantía. Por ello, no consideramos que éste sea
un buen ejemplo de responsabilidad sin deuda. Pero distinta es la situación cuando se trata
de la posibilidad de que existan deudas sin responsabilidad o con una responsabilidad
limitada. Es un hecho incontrastable que existen casos donde se verifica una notoria falta de
adecuación entre el alcance de la deuda y el ámbito de cobertura de la responsabilidad.
Existen casos en que una deuda puede poseer -de hecho se presentan corrientemente casos
tales- una cobertura incompleta y la responsabilidad por deudas hallarse limitada a ciertos
bienes, quedando protegidos los restantes bienes del deudor de la ejecución coactiva de la
deuda. En dichos casos, existe una limitación de la responsabilidad y una cobertura
incompleta de la deuda, estando por tal motivo descalzados los términos “deuda” y
“responsabilidad” de la obligación. Podría sostenerse algo similar frente a un contrato de
seguro con franquicia o respecto de una obligación indemnizatoria a cargo de una
aseguradora respecto del monto que excediera el máximo de cobertura pactada.
Con estas aclaraciones, debe decirse que esta distinción entre deuda y responsabilidad, como
elementos conceptuales integrantes de un todo coherente (obligación) y no como fenómenos
autónomos e independientes, permite explicar razonablemente la inadecuación que en
oportunidades se verifica entre deuda y responsabilidad frente a la misma. También para
quienes adhieren a esta teoría existiría una gran diferencia entre las obligaciones de
demandada y citada en garantía de autos: la primera tendría una obligación completa, con
ambos términos presentes, mientras que la aseguradora tendría una responsabilidad sin
deuda, lo que acentuaría todavía más el carácter concurrente o convergente de las
obligaciones de ambos condenados en costas de esta causa.
Pero para quienes no adherimos a esta teoría más que en algún aspecto, nos parece que no es
difícil descubrir en la obligación de la aseguradora, aunque larvados o mediatizados, los
términos “responsabilidad” y “deuda”: la aseguradora tiene para con la reclamante una
responsabilidad a título de garantía.
Hernández Gil afirma que se trata de casos en los cuales la deuda tiene una extensión tal que
puede no estar cubierta económicamente por la responsabilidad de una manera total, porque
el patrimonio íntegro del deudor no queda afectado en su totalidad a responder por ella, sino
que para solventarla se destinan solamente algunos bienes patrimoniales
determinados.Existen casos en que una deuda puede poseer -de hecho se presentan
corrientemente casos tales- una cobertura incompleta y la responsabilidad por deudas puede
hallarse limitada a ciertos bienes, quedando protegidos los restantes bienes del deudor de la
ejecución coactiva de la deuda.
En dichos casos, existe una limitación de la responsabilidad y una cobertura incompleta de la
deuda.Bajo tales parámetros y con las salvedades descriptas, la distinción entre deuda y
responsabilidad, como polos de un todo coherente (obligación), y no como fenómenos
autónomos ni independientes, permite describir y conceptualizar la relativa inadecuación que,
en determinadas ocasiones y supuestos, se comprueba entre deuda y responsabilidad ante
ella.Pero es menester dejar perfectamente bien aclarado que, tanto en el Código Civil
argentino como en el español y en otros, estos supuestos de responsabilidad limitada frente a
una o varias deudas constituyen supuestos excepcionales, siendo lo corriente que el deudor
responda frente a sus deudas con la totalidad de su patrimonio, excepción hecha, siempre de
los bienes de primera necesidad y otros bienes declarados inembargables en aras de
fundamentos de solidaridad social.Por ello, el prestigio de esta teoría, al menos como
formulación global, ha ido decreciendo últimamente. La importancia práctica de la distinción
entre deuda y responsabilidad es bastante reducida y se aplica sólo a los casos de deuda sin
responsabilidad y no de responsabilidad sin deuda, por lo que el valor de la idea ha sido
exagerado.
Actualmente, la doctrina que acepta la existencia de estos dos elementos -entre la que nos
colocamos- no los considera separados ni aislados, sino fusionados, unidos, formando una
unidad orgánica. Sólo mediante una concepción integral se puede explicar la esencia de la
obligación
Prestación: concepto. Conducta del deudor; bien debido. Requisitos. Clases.
El objeto de la obligación es la prestación prometida por el deudor, la que puede consistir
en un dar, en un hacer, o en un no hacer. Vale decir que el objeto de la obligación es un
acto, un comportamiento o una conducta que debe cumplir el deudor y no la cosa o el
servicio debido.
La prestación es el comportamiento debido y exigible al deudor, el que tiene carácter
patrimonial y realiza y corresponde al interés del acreedor, siendo éste el objeto del
derecho de crédito.
La prestación constituye, por una parte, el fin de la obligación, esto es, la ventaja que al
acreedor se promete de ella, y, por otra, la limitación impuesta al deudor, por el deber que
alcanza a éste de hacer o no hacer algo. La prestación suele comúnmente, ser un hecho
positivo cuando el deudor se obliga a dar o hacer algo o un hecho negativo cuando se
obliga a una abstención, esto es, a no hacer algo.
El objeto de la obligación es la prestación, o sea, “el comportamiento a que el vínculo
obligatorio sujeta al deudor, y que tiene derecho a exigirle el acreedor. Y como este
comportamiento, a su vez, se refiere a cosas, servicios o abstenciones que vienen a ser el
objeto de la prestación, no parece incorrecto el distinguir un objeto inmediato de la
obligación, constituido por la prestación, y un objeto mediato, constituido por la cosa, el
hecho del deudor o su abstención (en otros términos, un dar, un hacer o un no hacer)”.
Ya Paulo decía que la esencia de la obligación no consiste en que hagamos nuestra una
cosa de otro sino en colocar, a una persona en la necesidad de dar, hacer o prestar alguna
cosa; desde el derecho romano se ha dicho que el objeto de la obligación es una actividad
positiva o negativa del deudor.
Este concepto resulta claro cuando se trata de obligaciones de hacer o de no hacer, pero en
las obligaciones de dar la cuestión se oscurece un tanto, surgiendo cuestionamientos tales
como ¿cuál es el objeto de la obligación? ¿Es la cosa prometida o el acto de entregarla?
Es dable advertir liminarmenteque en las obligaciones de dar, a diferencia de las de hacer o
no hacer, las cosas son jurídicamente más relevantes que la conducta, puesto que dicho
comportamiento no es sino un medio para lograr el resultado. Lo fundamental no es el acto
sino la cosa que se entrega.
El primer elemento de la obligación son los sujetos; de ellos nos ocuparemos más
adelante.El segundo elemento de la obligación es el objeto o prestación. Aquello concreto
que se persigue lograr a través de un vínculo obligatorio.
En un interesante fallo nacional se ha precisado que no debe confundirse la naturaleza de
la prestación debida u objeto in-mediato de la obligación (comportamiento asumido, con el
objeto mediato delnegocio o acto jurídico, que era la cosa o hecho conel cual se cumplía el
compromiso); aquélla era de valor, porque importaba un hacer dando el objeto mediato o
propio del contenido del acto, la cosa o hecho. La prestación obligacional no es el objeto de
este último y ella tenía condición no dineraria en sí misma, pues se identificaba con el
cumplimiento total de la encomienda, de la índole del mandato u obligaciones de hacer.
Y hay que distinguir entre objeto de las obligaciones y objeto de los contratos. Existen códigos
que tratan las obligaciones juntamente con los contratos, como el Código Napoleón, los
cuales confunden normalmente el objeto de la obligación con el objeto de los contratos, es
decir, no está clara en ellos la diferencia. Esto ha dado lugar a numerosos equívocos, que
no son saludables.
¿Cuál es el objeto del contrato?
El objeto de los contratos, en los Códigos como el francés, es la prestación de dar, hacer o no
hacer.
Pero para la doctrina francesa más prestigiosa (autores como Ripert,Josserand o Gaudemet),
el contrato no tiene objeto, sino que tiene efectos y esos efectos consisten en producir
obligaciones.
Para otros autores, como los hermanos Mazeaud, el objeto del contrato es la operación jurídica
que las partes pretenden realizar. Esta operación jurídica se distingue de las prestaciones
prometidas que son el objeto de la obligación. Este punto requiere de algunas precisiones.
El objeto de la obligación es la prestación, es decir, el comportamiento, la conducta, la acción
u omisión que debe cumplir el deudor. El objeto de la obligación es la conducta que el
deudor debe realizar, o sea, el dar, el hacer o el no hacer, conforme la clasificación básica
de las obligaciones del art. 495 del Código de Vélez.
El objeto de la obligación es la prestación propiamente dicha: dar, hacer o no hacer (acción,
omisión, conducta, comportamiento).
Hernández Gil dice que el objeto de las obligaciones está integrado por dos factores: a) la
conducta, que es invariable, y b) las cosas concretas o bienes negociados, que son
variables.
Para otros, el objeto de las obligaciones no es la conducta, sino el Bien Debido, dejando de
lado la conducta (Barassi, Betti) y tomando el bien o la utilidad que satisface un interés del
sujeto activo de la relación, que necesariamente debe ser material.
La conducta no es el objeto, es el bien, la utilidad, lo que satisface un interés. La conducta no
es el objeto, es el contenido.
El cumplimiento de la prestación no debe ser confundido con la satisfacción del interés del
acreedor, porque si fueran equiparables, todas las obligaciones serían de resultado.
Es menester anticipar el perfil de esta distinción, que en otro lugar -Capítulo 13- abordaremos
detalladamente. En cuanto a la diligencia exigible al deudor, existen dos clases de
obligaciones:
1) Obligaciones de medios, de actividad o de prudencia y diligencia:
• En ellas, la asunción de obligaciones se limita al desempeño o empleo de determinados
medios, o de conocimientos específicos, de prácticas recomendadas, de diligencia total, de
un procedimiento cualificado y técnico. Se anhela alcanzar un resultado, pero no se lo
garantiza.
• El comportamiento exigible al deudor consiste en el despliegue de una actividad diligente,
enderezada a satisfacer el resultado esperado por el acreedor.
• Por ende, el deudor, probando que ha puesto en juego una diligencia media para un sujeto
de su categoría, se libera, alcance o no el resultado esperado por el acreedor, pero no
comprometido por el deudor, quien se compromete a hacer lo razonablemente
proporcionado para alcanzar u obtener el resultado, pero no a obtenerlo necesariamente.
• La no consecución del resultado no provocará automáticamente el incumplimiento del
deudor, pues éste sólo se produce por la no realización de un facere diligente.
• Es decir que la prueba de la falta de culpa excusa de responsabilidad al deudor, tanto como
la propia obtención del resultado.
2) Obligaciones de resultado, determinadas o de fines
• En ellas la obtención de un resultado determinado es la conducta esperada por el acreedor
y comprometida por el deudor.
• Por ende, obtener el resultado comprometido por el acreedor es la única manera de
cumplimiento satisfactivo de la prestación, la que debe tenerse por no cumplida en caso
contrario, aun con la mejor diligencia empleada por el deudor.
• El resultado esperado por el acreedor integra el plan prestacional de la obligación y
solamente el deudor se excusa probando o bien el cumplimiento o bien el caso fortuito, ya
que la falta de culpa no excusa su responsabilidad.
• El deudor debe obtener el resultado esperado por el acreedor, no siendo suficiente -ni
liberatorio- que haya realizado una conducta dirigida a conseguirlo.
• El deudor garantiza, afianza y compromete la obtención de un resultado, resultándole
irrelevantes o neutros al acreedor los esfuerzos y afanes empleados por el deudor para
conseguir un resultado, si no lo obtuvo finalmente.
• Por ello, la constatación del incumplimiento en las obligaciones de resultado es tarea fácil:
existirá incumplimiento cuando tal resultado no haya sido alcanzado.
Esta clasificación de las obligaciones está expresamente presente en el CCCN., que en su art.
774 indica que:
la prestación de un servicio puede consistir:
a) en realizar cierta actividad, con la diligencia apropiada, independientemente de su éxito.
Las cláusulas que comprometen a los buenos oficios, o a aplicar los mejores esfuerzos
están comprendidas en este inciso; y
b) en procurar al acreedor cierto resultado concreto, con independencia de su eficacia;
c) en procurar al acreedor el resultado eficaz prometido. La cláusula llave en mano o producto
en mano está comprendida en este inciso.”
Si el resultado de la actividad del deudor consiste en una cosa, para su entrega se aplican las
reglas de las obligaciones de dar cosas ciertas para constituir derechos reales”.
Si bien se mira esta norma, ella recepta una variante de la clasificación de las obligaciones de
actividad, las que divide en obligaciones de medios y de resultado; pero el legislador de la
ley 26.994 innovó en la materia, descomponiendo en dos tramos las obligaciones de
resultado, al distinguirlas en:
1) obligaciones de procurar al acreedor cierto resultado concreto, con independencia de su
eficacia, y
2) de procurar al acreedor el resultado eficaz prometido.
Lamentablemente, en este tema como en muchos otros, el nuevo ordenamiento se queda en
la enunciación de categorías legales, sin prever luego en detalle el régimen legal de cada
una, el que queda en agua de borrajas y deberá ser inducido por la magistratura, a partir
de algunas pocas reglas, lo que de por sí no es lo más conveniente, ya que genera
inseguridad hasta el asentamiento de esos criterios.
Conforme a los arts. 746 a 761 y 773 a 778 CCCN., el objeto de las obligaciones pueden ser
prestaciones de dar, hacer o no hacer.
El nuevo régimen jurídico sancionado por la ley 26.994 contiene una muy escueta regulación
de las obligaciones de hacer, plasmando un régimen insuficiente en los arts. 773 a 777
CCCN., y quedándose en la mera definición de la obligación de no hacer, en el comienzo
del art. 778 CCCN., lo que implica directamente un desatino y estableciendo en su última
parte que “Su incumplimiento imputable permite reclamar la destrucción física de lo hecho,
y los daños y perjuicios”.
Esta última medida puede estar bien en general, pero debiera haberse receptado -o
explicitado- la regla judicial de que la destrucción de lo ya hecho implica ultima ratio del
ordenamiento y que solamente se llevaría adelante la destrucción cuando lo construido no
presentara interés para la parte o la sociedad.
Muchas veces, quienes persiguen la destrucción de algo ya construido muestran actitudes
caprichosas o parten de un anterior silencio, lo que implica una dualidad incompatible; este
tipo de actitudes duales no deben ser amparadas por el derecho.
Por ello, pensamos que, si bien la regla general del in fine del art. 778 CCCN., no está mal,
debió haberse aclarado que ello es así, en tanto lo construido o levantado no presentara
interés para la parte o la sociedad o en la medida en que quien pide la destrucción no haya
obrado con abuso de derecho o en contradicción a sus propios actos anteriores. Aunque la
norma no lo diga expresamente, creemos que así debe interpretarse, por el juego conjunto
de los arts. 778, 9, 10, 729, 961 y cc. CCCN.
4. Requisitos que debe reunir una obligación.
El CCCN., no define la prestación pero en su art. 725 regla sus requisitos, expresando: “La
prestación que constituye el objeto de la obligación debe ser material y jurídicamente
posible, lícita, determinada o determinable, susceptible de valoración económica y debe
corresponder a un interés patrimonial o extrapatrimonial del acreedor”.
De ello se extrae que el objeto de las obligaciones debe cumplir los siguientes requisitos:a)
Debe ser posible:
Nadie puede obligarse a una prestación imposible. Obligarselo imposible equivale a obligarse
a nada”.
La posibilidad es el más esencial e insustituible de los requisitos de la prestación. Ello, dado
que el requisito de posibilidad remite al origen de la construcción romana de la obligación,
la que era entonces un vínculo eminentemente físico -que con el paso de los siglos
evolucionó hacia un vínculo ideal-. Desde su inicio no podía desconectarse del concepto de
“neccesitas”, por ello era impensable que se configurara en caso de inviabilidad originaria
de entregar la prestación, y dejaba de ser tal en caso de imposibilidad sobrevenida de ello.
El requisito de posibilidad de cumplimiento era indisociable del propio concepto de
obligación romana, debiendo verse éste como un prius o prerrequisito indisputable respecto
de la ejecutabilidad de la obligación y que expresa la “neccesitas” de cumplir la prestación.
Pero no sólo en Roma una prestación imposible en el momento de comprometerla aniquilaba
la propia existencia de la obligación, que debía verse como una sombra o una mera
apariencia, sino que ello todavía ocurre en nuestros días, en los cuales todavía rige el
principio impossibiliumnulla obligado est, aunque limitado en su alcance absoluto a la
imposibilidad inicial de la obligación.
Como los sujetos obligacionales no configuran negocios jurídicos aleatoriamente, sino
buscando satisfacer intereses concretos y materializar ciertos objetivos, sean ellos
económicos, sociales o morales, la relación entre las partes no existe como un fin en sí,
sino que se constituye como un instrumento de concreción de intereses.
En contacto con la causa que ha originado las finalidades concretas de las partes involucradas
en la obligación, se torna perceptible la tensión o polaridad existente entre los aspectos
voluntaristas del vínculo -aspecto subjetivo- y su medio económico -aspecto institucional-
lo que relativiza, en las situaciones más dramáticas, la aludida voluntad, para permitir la
adaptación del contrato a la realidad subyacente. Así, es necesario ver tales intereses
traducidos en un elemento concreto da relación jurídica, de forma que puedan ser imbuidos
de especial fuerza para la propia determinación del contenido interno de la relación
obligacional”.
Cuando desde el comienzo mismo del vínculo jurídico éste se muestra inidóneo para canalizar
los intereses que busca satisfacer, en virtud de la imposibilidad de la prestación, no se está
en presencia de una relación obligacional, sino de una mera apariencia de ella.
La obligación debe ser vista como un proceso, de lo que deriva que toda obligación tiene un
comienzo y un final, que no están desconectados entre sí (salvo, tal vez, en el aspecto
temporal), pero que indudablemente están atados, conectados por un sentido finalista, la
satisfacción del interés del acreedor, de forma tal que la relación obligacional se torne no
un fin en sí misma, sino un medio de concretar un interés.
El principio impossibiliumnullaobligatioest se desenvolvió como un principio general para la
imposibilidad inicial de la prestación; el requisito absoluto de la posibilidad debe, por ello,
quedar limitado al surgimiento de la obligación. Ergo, tal principioconstituye una exigencia
estructural imprescindible de la obligación, como ocurriría con referencia a un concepto
estricto de deber en el sentido de que no puede deberse cumplir lo que no se puede
cumplir. De esta suerte emergen claros los límites... La imposibilidad sobrevenida libera al
deudor sólo cuando se presenta por causa no imputable a él, en tanto que cuando es
debida a causa imputable al deudor, la obligación se mantiene”.
El art. 725 CCC establece que “La prestación... debe ser material y jurídicamente posible...”.
Este artículo se alinea y corresponde con el art. 279 CCC: “El objeto del acto jurídico no debe
ser un hecho imposible o prohibido por la ley, contrario a la moral, a las buenas
costumbres, al orden público o lesivo de los derechos ajenos o de la dignidad humana.
Tampoco puede ser un bien que por un motivo especial se haya prohibido que lo sea”.
De ambas normas surgen varios corolarios: en primer término, que el objeto debe ser material
y jurídicamente posible al momento de formarse la obligación.
Es útil poner de resalto que la imposibilidad se aprecia al momento en que se pacta la
obligación. Si es jurídica y materialmente posible en el momento del nacimiento de la
obligación, pero luego se torna imposible, tal situación configura un caso de nulidad
sobreviniente, pero no de imposibilidad de objeto.
El derecho no puede receptar imposibles. Faber, un filósofo alemán, llamaba conductas super
erogatorias a aquellas que son propias de los ángeles, los mártires o los santos; está claro
que el derecho no puede exigir imposibles ni heroísmos.
Por lo tanto, un objeto imposible anula la obligación, como si ésta no tuviera objeto (art. 279
CC). Nuevamente se torna pertinente una aclaración: la imposibilidad debe ser absoluta
para todos los que están en igualdad de condiciones o circunstancias y debe apreciarse
desde la óptica del hombre medio.
Que la imposibilidad deba ser absoluta, implica que lo sea para todos y no sólo para el deudor,
como por ejemplo, la imposibilidad de transferir una cosa que por ley ha sido puesta fuera
del comercio. Si el hecho sólo es imposible para el deudor (por ejemplo: si un individuo se
hace pasar por sastre y se compromete a confeccionar un traje de medida, careciendo de
las aptitudes necesarias para hacer el trabajo), entonces la imposibilidad no es absoluta.
En ese caso, si el deudor no cumple su compromiso deberá pagar daños y perjuicios.
Pueden darse dos clases de supuestos de imposibilidad:
1. Imposibilidad física o material: El objeto es imposible porque de acuerdo con los medios
existentes en ese momento y lugar de cumplimiento, resulta inviable o impracticable
materialmente (por ejemplo: tocar el cielo con las manos, o levantar un edificio en un día).
2. Imposibilidad jurídica: Materialmente sería posible, pero jurídicamente no lo es, porque
existen normas que lo prohíben (por ejemplo, hipotecar una cosa mueble; ceder una
herencia futura; dividir una cosa que se tiene en condominio, cuando la división fuere
nociva por cualquier motivo -art. 2001 del nuevo CCCN. -; etc.).
En suma, de conformidad con los arts. 725 y 279 CCCN., no podría celebrarse un contrato que
no tuviere un objeto física o jurídicamente posible, de acuerdo con la estimativa social y
también con la tecnología existente en ese momento.
Como ejemplo de objeto físicamente imposible puede ponerse a un contrato de sociedad que
proyectase, por ejemplo, colonizar Marte, cuando ni siquiera el hombre ha podido
descender todavía allí resultaría nulo, como si no tuviera objeto.
Como supuesto de objeto jurídicamente imposible puede recordarse que en un fallo se decidió
que constituía un supuesto de objeto contractual jurídicamente imposible la pretensión de
efectuar la división de una fracción de terreno en lotes de tamaño menor al autorizado
legalmente como parcela mínima. De acuerdo con dicho fallo, posee un objeto
jurídicamente imposible un convenio de división de un inmueble en lotes de tamaño más
reducido al de la fracción mínima que resulte económicamente redituable, de acuerdo con
el inmueble, su ubicación y la producción de la zona.
b) Debe estar en el comercio:
También son nulas como si no tuvieran objeto las convenciones o actos realizados respecto de
bienes que no están en el comercio.
El CCCN., en su art. 234:
Están fuera del comercio los bienes cuya transmisión estáexpresamente prohibida:
a. por la ley;
b. por actos jurídicos, en cuanto este Código permite tales prohibiciones”.
A contrario sensu de esta norma, puede predicarse la existencia de un principio general de que
están en el comercio todas las cosas cuya enajenación no fuere expresamente prohibida
por la ley o por actos jurídicos válidos.
c) Debe ser lícito:
La prestación comprometida debe ser lícita. Todo objeto contrario a la ley anula la obligación.
El art. 279 CCC fulmina también de nulidad a un hecho o acto prohibido por la ley, contrario a
la moral, a las buenas costumbres, al orden público o lesivo de los derechos ajenos o de la
dignidad humana.
Para poner un ejemplo, conforme la cláusula moral del ordenamiento argentino, las sociedades
que tuvieran por objeto -aun mediato- cometer hechos ilícitos no podrían ser autorizadas a
funcionar, y si lo hubieran sido, debería, al comprobarse tal extremo, retirárseles la
personería. Por caso, una sociedad que se estableciera con el objeto de ejercer el
contrabando o la trata de personas (como la sociedad mañosa tristemente conocida como
“ZwiMigdal”) no podría ser autorizada a funcionar.
Aclarado ello, debe concluirse que en las obligaciones no debe hallarse presente la ilicitud de
objeto, porque en tal caso la obligación sería nula, como si no tuviese objeto, en el decir
del Código.
Por contravenir esta exigencia, serían nulas, por ejemplo: la sociedad constituida para ejercer
el contrabando, el contrato sobre herencia futura, la obligación que versare sobre la
comisión de un delito, etc.
d) No debe ofender la moral o las buenas costumbres
Lo inmoral coincide muchas veces con lo ilícito, motivo por lo cual buena parte de lo dicho en
el inciso anterior resulta de aplicación en éste; pero ello no siempre ocurre y a veces,
incluso, existen valoraciones cambiantes en el seno de una sociedad o en sus autoridades.
En un fallo trascendente se dijo que es principio de orden natural que si bien no todo lo moral
debe ser jurídico, todo lo jurídico debe ser moral. Divorciar el derecho positivo de la moral
es atentar contra la dignidad de aquél, abriendo cauces al leguleyismo y a la
deshumanización formalista, olvidando la advertencia del filósofo de que ninguna fuerza
puede consolidarse ordenamiento jurídico si no entraña o apunta a un hito moral.
En un voto minoritario, se sostuvo que los alcances del principio moral contenido en el art. 953
del CC se proyectan sobre la totalidad del ordenamiento jurídico. Lo mismo cabe decir para
el art. 279 CCC.
Pero es dable aclarar que el concepto de moral a tomarse en cuenta no es un concepto
subjetivo, librado al juicio discrecional de cada magistrado, sino un concepto objetivo o, al
menos, establecido sobre pautas concretas de lo que la sociedad desaprueba o admite en
cada época; es menester aclarar que tampoco se trata de un concepto pétreo, rígido,
anquilosado, sino que este concepto de moralidad cambia según las épocas, debiendo
adaptarse a la estimativa social del momento.
Bien han enseñado los maestros Flour, Aubert y Savaux que “decir que la moral cristiana es
solamente un ideal de justicia es demasiado vago y general. En nuestras sociedades, la
moral cristiana es el fundamento del derecho; por ejemplo el paso al consensualismo,
también la justicia conmutativa son manifestaciones de ella... La moral cristiana es siempre
una tradición social... Pero también a ella se debe el desarrollo de una moral laica del
contrato, con la buena fe como ariete, por ejemplo, para la colaboración para alcanzar el
fin del contrato, o incluso la transparencia y la proporcionalidad de las prestaciones. La
ética de la responsabilidad retorna, al compás de ella, hacia la idea de reparación de los
daños sufridos (derecho a la seguridad), antes que de la sanción del culpable. El autor del
daño es igualmente sancionado, por otro lado, sobre la base de la creación de un riesgo”.
No cabe dudar entonces de la influencia de la moral cristiana en el derecho de obligaciones.
Pero un ejemplo ilustra mejor cuanto decimos: En una época (alrededor de mediados de
este siglo), en nuestro país, era vista con disfavor la actividad de corretaje matrimonial o
vinculación de personas con “fines serios”. En caso de haberse presentado a inscripción
algún contrato de sociedad para ejercer tal actividad seguramente se habría denegado la
inscripción, alegándose que esa actividad afectaba la moral y buenas costumbres. Ese
disfavor jurisprudencial hacia tal actividad se ha ido atenuando, a tenor de nuevas
realidades y valoraciones, y en la actualidad se juzga al corretaje matrimonial como una
actividad corriente, que no porta un contenido inmoral.
Por nuestra parte, hemos tratado el tema en un voto en el que dejamos sentado, estando bajo
el imperio de una Constitución que en su art. 2 “sostiene el culto católico, apostólico y
romano”, que evidentemente su Código Civil no puede adoptar un concepto moral contrario
a la religión del Estado. Así, el concepto de moral y buenas costumbres que el Código Civil
menciona en varias normas no es otro que el de la moral occidental y cristiana.
En esta línea se ha dicho que el análisis de la moralidad de los actos debe ser realizado a
partir de conceptos objetivos correspondientes a la moral social o moral media, la cual no
es otra que aquella que se adecúa a los conceptos correspondientes de la moral cristiana.
Ante la necesidad de recurrir a criterios de moral objetiva, la moral cristiana constituye un
parámetro que descarta la aplicación de principios de la moral subjetiva que quisiera
expresar cada juez, con grave riesgo para la seguridad jurídica.
Agregamos en nuestro voto que no apreciábamos que la ética aristotélica ni la moral cristiana,
tal como ella está desplegada en el Evangelio, permitan sostener que el comportamiento
del allí actor haya sido contrario a sus cánones. Más diríamos: si hubiera que sostener la
existencia de alguna violación a la moral y las buenas costumbres, no sería en la conducta
del actor, sino en la del banco. Y esa violación se corporizaría, no casualmente, en la
excesiva presión que pretende ejercerse sobre las personas individuales que integran
sociedades, para que los entes no mantengan deudas con el banco, ni cuestionen ninguna ¡
de sus operatorias. Si se me apura, más diría: podría afirmarse;sin mayor
inconveniente que esta operatoria que al apoderado del banco le parece normal, es una
suerte de astreinte o mediode compulsión de naturaleza privada, que busca afectar a la
parte más débil de la ecuación comercial para que abdique de sus legítimos derechos y se
haga cargo con sus bienes de deudas de otra persona -la S.A. o S.R.L.- o no exija
rectificaciones de cuentas corrientes, que deben aceptarse sin queja, cualesquiera sean sus
circunstancias.
El hecho de percutir sobre la persona física para alcanzar a la sociedad deudora implica un
proceder sesgado, jurídicamente cuestionable, que en modo alguno puede sostenerse
regular y que podría, tal vez, ameritar una sanción en una oficina de protección del
consumidor.
Bien se ha dicho que “la categorización de lo que debe quedar sometido a la moral pública
puede variar -y de hecho varía- a lo largo del tiempo, pero no existiría vida organizada en
sociedad si ésta fuera incapaz de delimitar la frontera entre lo prohibido y lo permitido.
Sobre lo primero puede haber discusión, pero no desobediencia práctica; sobre lo segundo
hay libertad, lo que de porsí no implica aprobación moral. Una sociedad pluralista,
acostumbrada a discutir todas las creencias, que se apoya en las costumbres, corre el
riesgo de no distinguir adecuadamente los planos de la teoría y de la práctica, lanzándose a
un proceso de privatizaciónde la moral no sólo en el campo de la sexualidad humana
sinotambién en el de la economía y en el uso de la fuerza”.
El art. 279 CCC -y su antecesor 953 CC- constituye una “regla moral del ordenamiento”; se
trata de normas que con toda claridad constituyen un puente entre el derecho y la moral,
impidiendo que objetos gravosamente inmorales, contrarios a las buenas costumbres o
ilícitos se conviertan en el objeto de actos o negocios jurídicos válidos. La norma fulmina de
ineficacia a los actos que se produzcan en contravención a ella.
Una vez, el maestro José María López Olaciregui trazó una interesante comparación, que
explica cabalmente este artículo: “Cuando la voluntad se aparta de la ley, la ley se aparta
de la voluntad (de los particulares); es la represalia del ordenamiento” 59.
El objeto del acto jurídico de ruptura unilateral del contrato por parte del banco vulnera la
regla moral, al basarse en una injusta discriminación hacia el actor, en su condición de
miembro de una sociedad deudora y en su condición de solicitante de una rectificación de
cuenta corriente, atributos que no pueden sustentar válidamente un acto tan pernicioso
para los intereses de una persona y tan intempestivo en su materialización60.
Es que los recaudos a satisfacer por el “objeto” de los actos jurídicos y, por ende, los contratos
conciernen a su determinación, posibilidad, licitud y conformidad con la moral, todo lo cual
hace aplicable el Código de Vélez, arts. 953, 1167 y ss.61. Y en el nuevo ordenamiento tal
directiva está presente en los arts. 279, 725, 9, 729, 961 y cc.
Faltarían a este requisito, por ejemplo, las pseudo obligaciones que versaren sobre trata de
personas, sobre aportes o cesión de clientela profesional ente un profano y un profesional,
sobre venta de gestiones o influencias política, etc. Éstos son ejemplos rotundos, pues
afectan claramente todas y cualquier valoración moral.
Pero también existen supuestos, si se quiere más leves, donde también se afectarían la moral
y las buenas costumbres; un ejemplo histórico ilumina esta cuestión: la CSJN, en el año
1869, en el caso conocido como “Plaza de Toros”, consideró que el derecho de ejercer
industria lícita no implicaba la facultad de ofender las costumbres locales, poco propensas a
la matanza de animales en una faena taurina, prohibiendo el desarrollo de la corrida de
toros , por contraria a la moral y las buenas costumbres.
Cuando una prestación es contraria a la moral o a las buenas costumbres, al igual que cuando
ella es ilícita y se peticiona igualmente su cumplimiento, los tribunales suelen aplicar el
principio de derecho de que nadie puede invocar su propia torpeza
(nemoauditurpropriamturpitudinemallegans).
Por otra parte y en el mismo sentido, en tribunales rige una regla no siempre recordada, pero
que debe hacerse cumplir a rajatabla, sobre todo en estos tiempos aciagos y violentos:
quien esgrime en el Pretorio en su favor prerrogativas o derechos debe previamente
justificar que actúa con las manos limpias, es decir desde una posición que haya
cumplimentado la legalidad y la buena fe, so pena, de ser inaudibles sus pretensiones en
caso contrario.
e) Debe ser determinado o determinable
Ello no significa que estrictamente la prestación esté determinada desde sus orígenes, pero sí,
por lo menos, que sea de-terminable. Caso contrario, no sería posible obligar al deudor al
pago de una cosa o un hecho si no se puede precisar cuál es la cosa o el hecho debido.
En efecto, una prestación absolutamente indeterminada no puede ser objeto de una
obligación. Así, por ejemplo, la obligación de entregar una cosa daría al deudor la
posibilidad de liberarse entregando cualquier cosa.
La ley admite cierto grado de indeterminación inicial que debe cesar en el momento del
cumplimiento. Entre los casos de indeterminación permitidos por la ley tenemos: las
obligaciones facultativas, las obligaciones alternativas, las obligaciones de género, las
obligaciones de dar cantidades de cosas, etc.
En las obligaciones de género, las cosas no están designadas en su individualidad sino de
acuerdo con las características del género o especie a que pertenecen, como por ejemplo,
la obligación de entregar al acreedor dos toros, sin determinar la edad, la raza y alguna
otra característica. Pero en esta clase de obligaciones la prestación se determina
posteriormente mediante la elección, ya sea a cargo del deudor o del acreedor (arts. 762 y
763 CCC).
Finalmente, en una obligación alternativa, si una persona está obligada a dar una cosa u
otra, o hacer una cosa u otra, el objeto recién se determina cuando se ejerce la opción
(art. 780 CCC).
5. ¿Debe el objeto ser susceptible de apreciación pecuniaria?
Si debe cumplir o no este requisito el objeto de la obligación, es una cuestión que ha dado lugar
a una interesante controversia:
a) Pothier, Savigny, Aubry y Rau y otros sostienen que los derechos creditorios, como los
derechos reales, son patrimoniales; luego, para que una obligación sea civilmente exigible, la
prestación debe ser susceptible de valuación económica, debe ser valorable en dinero. Los
llamados “bienes ideales” están fuera del comercio y, por tanto, no pueden ser objeto de las
obligaciones.
Nadie negocia sobre su honor, su salud, su integridad física o sus afectos; y si alguien, urgido
por sus necesidades económicas, lo hiciere, el derecho no puede convalidar esta negociación.
Si la prestación no es susceptible de apreciación pecuniaria, el acreedor carecería de todo
derecho para reclamar del deudor la indemnización de daños y perjuicios, porque, ¿cómo se
podría indemnizar la inejecución de algo que no es valorable en dinero?
La prestación, además de ser susceptible de apreciación pecuniaria, ha de presentar para el
acreedor también una ventaja apreciable en dinero. Un interés puramente afectivo, o moral, o
estético, no sería suficiente para darle acción. Si un grupo de vecinos contrata la construcción
de una escuela, de un asilo; o un particular contrata la construcción de un sepulcro para su
padre fallecido, ¿puede el constructor faltar a su compromiso? La doctrina que analizamos
sostiene que sí, porque los vecinos no van a tener un provecho patrimonial con la escuela y el
asilo, ni el particular va a ganar dinero con el sepulcro de su hijo.
Si una persona se compromete a ayudar a otra en la preparación de determinada materia, o si
un vecino promete a otro no tocar el violín, tales promesas, que no representan un valor
económico, no constituyen obligaciones de carácter civil y pertenecen exclusivamente al
dominio de la ética.
b) Otros autores, como Ihering, opinan que los “bienes ideales” pueden ser objeto de las
obligaciones. El hombre no es un ser a quien muevan, solamente, intereses pecuniarios.
Tiene otra clase de sentimientos, de afecciones y de aspiraciones, y cuando en ellos se
experimenta alguna lesión, nace el derecho a una indemnización.
El Código Civil no es solamente un reglamento de la vida económica, sino que es el estatuto de
la vida jurídica íntegra de la sociedad, en sus diversos aspectos, tanto económicos, como
sociales, morales, culturales, artísticos, etc.
Cualquier interés, aunque sólo sea moral -dice Ihering-, es digno de protección por el
derecho, y la circunstancia de que el cumplimiento de la prestación no sea apreciable en
dinero, no es razón suficiente para dejar sin reparación al acreedor”.
Veamos un ejemplo: una señora viuda y enferma, a quien le molestan los ruidos, decide alquilar
una habitación vacía de su casa a un inquilino que le prometió no escuchar música con el
volumen alto. Pero el inquilino resultó ser un apasionado irremediable de la música de Chopin
y Bach, y a poco de vivir allí no pudo resistir sus impulsos y fue subiendo el volumen
gradualmente.
Se pregunta Ihering: ¿Por qué no va a admitirse que cuando no se ha cumplido una prestación
de ese género,el Juez intime al obligado a cumplir con su promesa, bajo apercibimiento de
que si no lo hace tendrá que pagar una indemnización?
El inconveniente que puede aducirse, fundado en la dificultad para establecer una perfecta
equivalencia entre el perjuicio y la indemnización, no es motivo suficiente para impedir que se
cumpla la prestación estipulada. Negar ese poder el juez sería condenarlo a la impotencia y
dejar sin prestación al derecho del demandante.
hering llega a la conclusión de que si bien las obligaciones, como todos los derechos
patrimoniales, tienen un factor traducible en dinero, ello no es una regla absoluta, pues hay
otra clase de sentimientos estéticos, artísticos, afectivos, intelectuales, etc., que no son
apreciables en dinero y que, sin embargo, provocan el nacimiento de obligaciones.
hering aclara que la protección de intereses extrapatrimoniales no es ilimitada, que existen
deberes simplemente sociales o éticos que no entran en la esfera jurídica, porque no pueden
ser exigidos compulsivamente, como por ejemplo: la promesa incumplida de concurrir a una
fiesta; la promesa hecha a un compañero de enseñarle una lección de matemática; la
promesa del enfermo a su médico de abstenerse de actividades que dañarán su salud.
c)Messineo en Italia y Llambías y Borda en la Argentina adoptan una posición intermedia:
distinguen entre el objeto de la obligación y el interés del acreedor en dicho objeto.
Estos autores sostienen que las relaciones obligatorias pueden tener en vista proteger otros
intereses que los puramente económicos, como por ejemplo, la educación de los hijos, el
sostenimiento de hospitales, escuelas, bibliotecas, etc. No se exige, pues que el acreedor
tenga un interés pecuniario exclusivamente. Pero ello no quiere decir que las obligaciones
pueden ser ajenas al patrimonio. La cuestión se aclara distinguiendo entre la prestación en sí
(que siempre debe ser susceptible de valuación económica) y el interés del acreedor en esa
prestación (que puede ser moral, estético, afectivo, científico etc. y no solamente
económico).
Así, por ejemplo, en un contrato de edición, el interés del autor de la obra en cuanto a la
publicación de la misma puede no ser estrictamente patrimonial y basarse en razones de
naturaleza afectiva o científica.
El CCCN., en su art. 724, solamente menciona el “interés lícito” como objeto de la obligación,
pero en el artículo siguiente expresamente indica que “La prestación... debe ser determinada
o determinable, susceptible de valoración económica...”
Es decir que una prestación determinable satisface el requisito legal y también ella debe ser
susceptible de valoración económica, por lo que los intereses puramente ideales quedarían
fuera de la norma.
Pero, ¿el interés que la prestación busca satisfacer también debe ser apreciable en dinero?Por
nuestra parte, sosteníamos antes del nuevo texto que no necesariamente todo interés debe
ser de contenido patrimonial o susceptible de apreciación pecuniaria para ser objeto de las
obligaciones, porque puede haber intereses relativos a cuestiones morales o culturales. Pero
debe tratarse de intereses serios (por ejemplo, un estudiante que alquila la habitación de una
casa de familia con la obligación de no hacer ruido, etc.); si estos intereses cambian, son
perfectamente protegibles. Por esto, no todo interés debe ser pecuniario para ser protegido o
tutelado. El BGB y el Código suizo aceptan la tutela de los intereses morales.
El Código de Vélez no decía nada determinante al respecto. Hay tres fuentes distintas:
1) Antes de la reforma al art. 522, los intereses debían ser de apreciación pecuniaria.
2) En las obligaciones nacidas de hechos ilícitos, a la par de intereses patrimoniales hay un
agravio moral (arts. 1078 y 1079 CC) (por ejemplo, en un accidente de tránsito, la
incertidumbre de saber si el lesionado va a volver a caminar, los días de internación, los
tratamientos dolorosos, el sufrimiento, deben ser resarcidos económicamente).
3) Derechos reales. Conforme los arts. 2844 y 3000 del CC, el objeto del usufructo o de las
servidumbres pueden ser cosas de mero placer o recreo (por ejemplo, preservar la vista de
una casa, evitando que mañana se levante enfrente un edificio de diez pisos (servidumbre de
vista que tiene un correlato económico).
La prestación en sí debe ser siempre susceptible de valoración pecuniaria, al menos en cuanto a
los efectos de su incumplimiento, porque de lo contrario no sería posible la ejecución del
patrimonio del deudor. El único procedimiento que se tiene para proteger y sancionar los
intereses no pecuniarios consiste en valuarlos o tasarlos en dinero.
Pensábamos antes de la reforma que, al disponer la indemnización del daño moral tanto en
materia de incumplimiento contractual (art. 522 CC) como de delitos (art. 1078 CC), el
Código Civil argentino incluye dentro del ámbito de las obligaciones aun a intereses no
apreciables en dinero.
El nuevo texto ha venido a ratificar nuestro criterio en este punto, ya que el art. 725 in fine
expresamente asevera que el interés del acreedor que se corresponde con la prestación
puede ser patrimonial o extrapatrimonial, lo que despeja cualquier duda.
En suma, pensamos, con Álvarez Caperochipi, que las prestaciones a que se ha obligado el
deudor no necesariamente deben ser de contenido estrictamente patrimonial; es decir que la
patrimonialidad no es elemento esencial de la prestación. Sin embargo, ante el
incumplimiento del deudor de su obligación, sólo podrá hacerse efectiva la garantía de
cumplimiento sobre el patrimonio del deudor, si su obligación es de carácter personal pero
queda expresada en una responsabilidad patrimonial, apreciable en dinero, ya que no hay
responsabilidades abstractas.
6. Sujetos de la obligación. Requisitos que deben reunir.
El primer elemento de una obligación son los sujetos; en la estructura de la obligación es
crucial la existencia de dos sujetos, al menos.
Por ello, es costumbre comparar la obligación con una moneda, pues, como ella, la obligación
necesariamente tiene dos caras, lo que se conoce como bipolaridad o, en terminología griega,
sinalagma.
Los sujetos son las personas entre las cuales se establece el vínculo obligacional. La relación
jurídica obligacional debe tener al menos dos sujetos: uno activo o acreedor (reuscredendi) y
otro pasivo o deudor (reusdebendi).
Uno de ellos es el sujeto activo, o acreedor; se le llama sujeto activo porque titulariza el crédito,
antes que porque puede perseguir su cobro. En el polo opuesto está el sujeto pasivo, el
deudor, obligado a dar una prestación -determinada o determinable-, por la que debe
responder con su patrimonio en el caso de incumplimiento imputable.
El sujeto activo es la persona a cuyo favor debe hacerse el pago o cumplirse la prestación. El
acreedor está investido del poder jurídico o facultad de reclamar.
El sujeto pasivo es la persona que debe pagar, es el sujeto que está gravado con la carga, con el
deber de cumplir la obligación en favor del otro sujeto con quien está ligado por el vínculo.
Los sujetos obligacionales deben estar determinados o ser determinables. La noción de
determinabilidad es fundamental para cumplir el requisito de la pluralidad de sujetos, como
elemento esencial de la obligación.
Los sujetos deben ser determinables, lo que no necesariamente significa que desde el inicio u
origen de la obligación deban estar determinados o individualizados con toda precisión el
acreedor y el deudor; lo que sí es imperioso es que, al momento del cumplimiento o
realización de la obligación, los sujetos deben ser conocidos.
Un ejemplo de indeterminación del sujeto al momento de la formación del nexo obligacional lo
constituye la promesa de recompensa: en esa promesa el deudor es cierto y determinado -el
promitente u ofertante- pero el acreedor está indeterminado, quedando determinado el
mismo por la realización del hecho al que se subordinó el pago -devolución de mascota
perdida, hallazgo de cosas extraviadas, suministro de datos ciertos para la ubicación de un
delincuente o anciano perdido-.
Otro ejemplo de esa indeterminación en el polo pasivo es el supuesto del adquirente de un
inmueble hipotecado o de un auto prendado, el que responde por el pago de la deuda,
aunque no haya sido el deudor originario, y en lugar de éste, incluso.
Tanto el sujeto activo como el pasivo pueden ser singulares o plurales, es decir, pueden
enfrentarse un acreedor y un deudor, un acreedor y varios deudores, varios acreedores y
varios deudores, o varios acreedores y un deudor.
El carácter múltiple de la obligación normalmente se refiere a la pluralidad de sujetos, aunque
también pueden existir varias prestaciones; de tal modo, normalmente, existirá pluralidad de
sujetos obligados a una única prestación, en cuyo caso se estará en presencia de un frente
codeudor, que puede estar obligado a satisfacer una obligación simplemente mancomunada
(art. 825 CCC), una prestación solidaria (arts. 827 a 849 CCC), una obligación concurrente
(arts. 850 a 852 CCC) o una prestación indivisible (arts. 813 a 824 CCC).
Pueden ser sujetos de las obligaciones las personas físicas y las personas jurídicas. De acuerdo
con el art. 23 CCC, “toda persona humana puede ejercer por sí misma sus derechos, excepto
las limitaciones expresamente previstas en este Código y en una sentencia judicial”.
Es decir que, conforme al art. 23 CCC, las personas físicas o de existencia visible pueden adquirir
todos los derechos y obligaciones, ejercitarlos, conservarlos y disponerlos. Y esa aptitud de
ser titular de obligaciones sólo termina frente a una norma legal expresa que disponga una
determinada prohibición.
La regla respecto de la capacidad de las personas individuales o de existencia visible, es en la
duda a favor de la capacidad o, lo que es lo mismo, la capacidad se presume y la restricción
se expresa.
Sujetos de derecho, con aptitud para adquirir obligaciones, son las personas físicas y las
personas jurídicas.
El art. 141 CCC prevé:
“Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere
aptitud para adquirir derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los
fines de su creación”.
Es un hecho incontrastable que cada día las personas jurídicas desplazan a las físicas en las
operaciones de cierta importancia económica.
Pero es menester aclarar que el principio en materia de capacidad de las personas jurídicas es el
inverso a las personas individuales o físicas. Respecto de las personas jurídicas, la capacidad
es taxativa y surge de su estatuto (art. 150 CCC).
Las personas jurídicas son públicas o privadas (conf. arts. 145 a 150 CCC).
Requisitos que deben reunir
Los requisitos que deben reunir los sujetos son:
a) Poseer capacidad
Tanto pueden constituirse en sujeto activo o pasivo de obligaciones las personas físicas (arts. 22
y 23 CCC), como las personas jurídicas, sean personas jurídicas de carácter público o privado
(arts. 141 y 143 CCC).
gualmente, las asociaciones civiles pueden ser sujetos de obligaciones (art. 168 CCC), así como
las simples asociaciones (art. 189 CCC) y las fundaciones (arts. 193, 194 y ss. CCC).
Bien han apuntado Pizarra y Vallespinos que “los sujetos de la obligación deben ser personas de
derecho, expresión que, entendida con. amplitud, permite que puedan asumir tal carácter las
simples asociaciones civiles, los consorcios de propiedad, la sociedadconyugal, el condominio
en ciertos supuestos, etcétera. Por el contrario, las cosas no pueden ser sujetos de una
obligación”.
Para ser sujeto obligacional, se requiere que el sujeto tenga capacidad de derecho, o sea, la
capacidad de goce, de ser titular de un derecho. No es necesario que las personas físicas sean
capaces de hecho, es decir, capaces de ejercer sus derechos por sí solos, pues faltándoles
esta capacidad pueden actuar por intermedio de sus representantes (arts. 100 y cc. CCC).
Las personas jurídicas poseen capacidad de derecho para adquirir derechos o contraer
obligaciones (art. 141 CCC), pero deben hacerlo por intermedio de los órganos establecidos
en sus estatutos, aun cuando no haya una norma específica del nuevo ordenamiento que así
lo establezca.
También creemos que puede ser sujeto de una obligación -tanto activo como pasivo- una
comunidad hereditaria. En primer lugar, así nos parece, porque vemos en la práctica que
normalmente son demandadas sucesiones, a las que se les reclaman las deudas del causante.
Es decir que, en la práctica de nuestros tribunales, ellas operan como sujetos obligacionales.
Y desde un punto de vista conceptual, tampoco vemos escollos significativos, ya que rigiendo
en nuestro derecho un sistema de herencia recibida presuntivamente bajo beneficio de
inventario, las masas de bienes de la herencia y el heredero no se confunden durante cierto
tiempo, por lo que durante él, la sucesión como es una verdadera persona de derecho,
adquiriendo derechos y contrayendo obligaciones.
en el CCCN., es también sujeto obligacional el consorcio de propietarios de un edificio de
propiedad horizontal (cfr. art. 2044 CCC), el que es definido en estos términos: “El conjunto
de los propietarios de las unidades funcionales constituye la persona jurídica consorcio”.
También los conjuntos inmobiliarios son sujetos obligacionales, ya que resultan definidos por las
normas aplicables a ellos como una entidad con personería jurídica que agrupe a los
propietarios de las unidades privativas, estableciendo el art. 2074 in fine CCC que las diversas
partes, cosas y sectores comunes y privativos, así como las facultades que sobre ellas se
tienen, son interdependientes y conforman un todo no escindible, y el art. 2075 CCC indica
que ellos conforman un derecho real de propiedad horizontal especial. Ergo, a tenor de la
nueva normativa (arts. 2074 y 2075 CCC), estos conjuntos conforman personas jurídicas
especiales y, por tanto, son sujetos obligacionales.
Ysi bien el nuevo ordenamiento no los declara expresamente personas jurídicas, entendemos que
otros centros de imputación de derechos y obligaciones o haces de imputación, como los
cementerios privados, podrían también ser sujetos obligacionales, dado que se trata de
patrimonios de afectación específica, que a tenor de los arts. 2104, 2109 y 2110 CCC podrían
ser titulares de derechos y obligaciones y demandar o ser demandados como tales, lo que
califica a un sujeto obligacional.
No ocurre así con los subconsorcios del art. 2068 CCC, dado que elin fine de la norma establece
la responsabilidad indiferenciada de todo el consorcio.
b) Debe tratarse de sujetos distintos
Las calidades de acreedor y deudor no pueden coincidir en la misma persona, pues de otro modo
se opera la extinción de la obligación por confusión (art. 931 CCC), ya que nadie puede
deberse a sí mismo una prestación.
Pero esta afirmación requiere una aclaración, una misma persona puede ser sujeto activo y
pasivo de una obligación, pero sin unificar sus roles, esto es, actuando en un caso por sí y en
el otro en representación. Aunque hay que aclarar también que normalmente no es sano que
se produzca esta situación. Cuando alguien reúne las dos calidades, “vende por sí y compra
en nombre de otro” (típico ejemplo es el testaferro), cabe sospechar que o existe alguna
situación oculta o es una simulación. Y además, en esos casos, el problema de los intereses
contrapuestos hace que la instrumentación deba ser impecable y no dejar duda alguna, pues
en la duda se sacrifican los derechos propios de quien opera también a nombre de otro.
Lo más corriente, lo mejor, es que deudor y acreedor no coincidan en la misma persona. Es
conveniente que sean sujetos distintos, porque si no puede sobrevenir la extinción de la
obligación por confusión. El art. 931 CCC establece:
La obligación se extingue por confusión cuando las calidades de acreedor y de deudor se reúnen
en una misma persona y en un mismo patrimonio”.
Esta formulación es compatible con el nuevo art. 2317 CCC, que establece:
Responsabilidad del heredero. El heredero queda obligado por las deudas y legados de la
sucesión sólo hasta la concurrencia del valor de los bienes hereditarios recibidos. En caso de
pluralidad de herederos, éstos responden con la masa hereditaria indivisa”.
Tal limitación de la responsabilidad queda sin efecto en la medida en que se configure alguna de
las situaciones previstas por el art. 2321 CCC, supuesto en que el heredero responde con sus
propios bienes por el pago de las deudas del causante y car-gas de la herencia.
Pero en la medida en que esta responsabilidad sea limitada y no plena, no se produce la
confusión entre acreedor y deudor, ya que el heredero tendría dos patrimonios, el de la
herencia recibida limitadamente en cuanto a su responsabilidad y el suyo propio, lo que hace
que durante ese tiempo no se produzca la confusión.
c) Ser determinados o determinables
Como regla o principio general se exige que los sujetos de la obligación estén determinados; sin
embargo, la ley admite, excepcionalmente, una indeterminación provisoria del sujeto activo,
que debe cesar en el momento del pago.
Constituyen casos de indeterminación del sujeto: las promesas de recompensa, los títulos al
portador, los documentos a la orden, las obligaciones ambulatorias o propter rem, las ofertas
al público, etc.
En nuestros días, resulta frecuente ver avisos publicados en la prensa ofreciendo recompensas a
quien encuentre un objeto perdido por el ofertante (por ejemplo, un perro dálmata o viejo
pastor inglés, una billetera con documentos personales, un maletín con documentación, etc.).
En este caso no se sabe quién es el acreedor, pues recién quedará individualizado éste cuando se
presente a entregar el objeto perdido y a reclamar la recompensa. Mientras no se haya
presentado alguien a reclamarla, el sujeto activo de la obligación está indeterminado.
Otro ejemplo lo constituyen los títulos al portador. Desde el mismo instante en que el firmante
suscribe y entrega el documento, para él la persona del acreedor queda indeterminada,
porque ese. título está destinado a circular de mano en mano. El deudor solamente podrá
saber a ciencia cierta quién es el acreedor cuando éste presente el documento al cobro,
momento en el cual se produce la individualización del acreedor.
Otro supuesto es la venta por cuenta de quien corresponda: el caso típico de los martilleros.
El martillero tiene un galpón con cosas muebles, y a la persona que compra no le importa el
nombre de quien vende. El martillero lo hace por cuenta de quien corresponda, aquél que le
dio en consignación los bienes. El sujeto dueño de la cosa está indeterminado. El derecho civil
admite cierta indeterminación de los sujetos en el nacimiento de la obligación pero, al
momento de la extinción de la misma, ellos deben estar perfectamente determinados; tal es
el caso del pagaré: al momento del pago el acreedor debe estar cabalmente determinado.
El restante ejemplo es la oferta al público. La oferta al público no vinculaba al ofertante, ya
que el Código Civil no la había receptado. Esta oferta no había sido legislada en nuestro país
hasta la sanción de la ley 24.240 (de protección del consumidor), la que en su art. 7 receptó
la oferta indeterminada en los siguientes términos:
Oferta. La oferta dirigida a consumidores potenciales indeterminados, obliga a quien la emite
durante el tiempo en que se realice, debiendo contener la fecha precisa de comienzo y de
finalización, así como también sus modalidades, condiciones o limitaciones.
La revocación de la oferta hecha pública es eficaz una vez que haya sido difundida por medios
similares a los empleados para hacerla conocer”.
Esta norma se integra ahora también con lo dispuesto por los arts. 1103 y cc. del CCCN.
7. Causa. Acepciones. La distinción entre causa-fin y causa-motivo. La causa-fin y
la causa-motivo en el nuevo Código Civil y Comercial.
La palabra “causa” ha sido utilizada en esta materia en tres sentidos: causa-fuente, causa fin
y causa motivo. Infra nos ocuparemos de precisar la diferencia entre estos conceptos.
La teoría de la causa en derecho carga con un serio lastre, casi con una leyenda negra, sobre
su dificultad, su equivocidad y hasta su carácter abstruso o incomprensible.
En esta línea ha dicho el profesor José Antonio Martín Pérez, el gran discípulo de Mariano
Alonso y nuestro antiguo compañero de aulas en la Universidad de Salamanca, que “la fama
que precede al concepto de causa no es muy alentadora, considerado uno de los conceptos
más oscuros y difíciles del Derecho Civil, acusado de incomprensible y misterioso, de ser el
terror de la doctrina europea. Ello es lógico, tratándose de un concepto en continua
elaboración, que en cuanto alcanza un mínimo estado de madurez muta en busca de una
fórmula satisfactoria para servir a cada época y lugar”.
Si bien la complejidad del tema es innegable, también lo es que bien explicado se vuelve
accesible, lo que intentaremos conseguir en esta obra.
En cuanto aquí interesa, aclaramos que en este segmento nos ocuparemos solamente de la
causa en el primer sentido mencionado, esto es, la causa fuente, que es otro de los
elementos esenciales de la obligación.
La fuente ha sido definida en estos términos: “El vocablo ‘fuente’ es empleado, en el sentido
corriente, para indicar la naciente o manantial del que brota una corriente de agua. En el
ámbito del derecho tiene el significado de causa u origen de los institutos. Es un hecho o acto
jurídico del que brota el vínculo obligacional. Fuente de la obligación lo constituye, así, el acto
o hecho que le da origen, teniendo en vista las reglas de derecho. Puede decirse, de este
modo, que constituyen fuentes de las obligaciones los actos jurídicos que dan origen a los
vínculos obligacionales, de conformidad con las normas jurídicas, o mejor, a los hechos
jurídicos que condicionan el surgimiento de las obligaciones”.
Nuestro ordenamiento se ocupa de este tema en el nuevo art. 726 CCCN:
Causa. No hay obligación sin causa, es decir, sin que derive de algún hecho idóneo para
producirla, de conformidad con el ordenamiento jurídico”.
En dicho artículo se encuentran incluidas todas las fuentes, dada la amplitud del concepto,
que deja librado al criterio del intérprete del concepto de “hecho idóneo para producir la
obligación”, separándose esta norma de su fuente, el art. 499 CC, el que enumeraba una
serie de fuentes.
Toda obligación supone un antecedente que le da origen, es decir, que le sirve de fuente. En
esto, las obligaciones no hacen sino cumplir la regla de la causalidad, que gobierna todos los
fenómenos de la naturaleza.
La obligación que pretenda hacerse recaer sobre un deudor requiere como elemento esencial
la existencia de una causa o fuente, esto es, el hecho o relación jurídica que la ha originado
(art. 726 CCC) pues, como enseñara Llambías, “no es posible pensar en una obligación que
exista porque sí y sin dependencia de un hecho antecedente que la haya producido”.
Tampoco en el mundo del derecho hay generación espontánea, de modo que si algo existe,
esto postula la necesidad de otro algo que de razón a la existencia del primero.
Podemos definir la causa fuente, entonces, como un hecho al que el ordenamiento jurídico le
asigna la virtualidad de establecer un vínculo jurídico válido que une a acreedor y deudor.
La jurisprudencia ha expuesto acerca de la causa fuente lo siguiente:
1 Causa o fuente de la obligación,
a) Por causa se entiende la fuente jurídica de la obligación: un contrato cualquiera, una
convención, un testamento, un precepto legal, etc.Constituyen “causa de la obligación” los
hechos o actos que de modo directo e inmediato le hubieran dado origen.
b) Se trata de un elemento esencial para la existencia de una obligación válida y exigióle,
pues los créditos deben encontrar una causa en lo que se reconoce normalmente como fuente
de las obligaciones. La causa eficiente o fuente, entendida como el hecho dotado por el
ordenamiento jurídico con virtualidad bastante para establecer entre acreedor y deudor el
vínculo que los liga, es un elemento esencial (constitutivo) para la existencia de la obligación.
c) No hay obligación sin causa, entendiéndose por tal el hecho generador de crédito, la
fuente o título de que deriva el derecho del acreedor respecto del deudor (art. 499 CC). Todo
pago supone una deuda; lo que ha sido pagado sin ser debido, ha sido pagado sin causa. Una
operación de esa índole es nula y, por lo tanto, el que ha pagado puede recuperar lo que ha
dado: esta acción lleva el nombre de repetición de lo indebido.
d) No existe sino una sola fuente de obligaciones: la voluntad, ya que en todos los
supuestos (contractuales, delictuales, cuasi- delictuales, cuasicontractuales e incluso legales),
la codificación civil no hace más que legalizar intenciones y voluntades, consagrar actitudes
jurídicas, y dar exigibilidad y forma, dentro de la convivencia colectiva, a la solución de los
problemas que en tales virtudes se originan.
2. Causa fuente, a) Los créditos deben encontrar una causa en lo que se reconoce
normalmente como fuente de las obligaciones: contratos, cuasicontratos, delitos y
cuasidelitos, a lo que podrá agregarse la ley, el abuso del derecho o alguna otra, según los
distintos criterios. Es inadmisible que una sola y desamparada referencia a la equidad sirva de
fuente a un crédito que las partes pretenden fundar en un contrato.
b) Constituyen causa de la obligación los hechos o actos que de modo directo e inmediato
le hubieran dado origen.
3. Esencialidad de la causa. La obligación que pretende hacerse recaer en un sujeto
requiere como elemento esencial la existencia de una causa o fuente, esto es, el hecho o
relación jurídica que la ha originado pues, como enseña Llambías, “no es posible pensar en
una obligación que exista porque sí y sin dependencia de un hecho antecedente que la haya
producido”. Tampoco en el mundo del derecho hay generación espontánea, de modo que si
algo existe, esto postula la necesidad de otro algo que dé razón a la existencia del primero.
4. Ley y causa, a) La ley es causa de todas las obligaciones, pues si los contratos, delitos y
cuasidelitos producen obligaciones, es porque a priori la ley natural ordena que cada uno
cumpla lo que promete y repare el daño que ha causado por su falta.
b) No existen fuentes obligacionales contrarias a la ley, pues en el terreno de la contradicción
a la ley no existen manantiales de los que emanen derechos puros y respetables. Y, por otra
parte, es claro que los jueces no pueden crear obligaciones de la nada. Como dice el viejo
principio filosófico, “ex nihilo, nihil” (“de la nada, nada adviene” o “la nada no puede
engendrar efectos jurídicos”.
c) Los jueces no pueden crear obligaciones que la ley, un contrato u otra fuente regular no
establezcan83.
d) La solidaridad debe estar expresada en la ley para el supuesto, es de excepción y no se
presume (art. 701 CC). No cabe presumir la solidaridad (art. 700 CC) y ella debiera estar
esta-blecida por la ley en forma expresa (como exige el art. 701 in fine CC), ya que los jueces
no pueden crearla si las partes no la han pactado y no está declarada por ley; ello así, y no
advir¬tiendo que exista un artículo de ninguna norma que establezca la solidaridad de la
responsabilidad de asegurador y condenada en costas, no pueden los jueces crear supuestos
de solidaridad, puesto que ello sería ir más allá de lo previsto por el legislador en violación del
principio establecido por el art. 19 de la CN: nadie está obligado a hacer lo que la ley no
manda, parámetro cuya violación engendraría una sentencia obviamente inconstitucional, en
lugar de una solución justa.
5. Sentencias judiciales, a) Los precedentes judiciales, en cuanto resuelven situaciones
concretas, no tienen otro valor que el de los principios generales que en ellos se vierten, de
manera que lo decidido sobre determinados signos es insusceptible de proyectar influencia en
los conflictos que se plantean con marcas distintas.
b) A tenor de lo dispuesto en el art. 19 de la Constitución nacional, nadie está obligado a
hacer lo que la ley no manda ni privado de lo que ella no prohíbe. De tal suerte, sin mandato
legal incumplido, no existe obligación alguna, pues la supuesta obligación carecería de causa.
De tal modo, indicar qué norma jurídica impone el pago a que se condenara al accionado era
requisito de validez de una sentencia. No constando tales normas, ni existiendo ellas en este
caso, la sentencia deviene arbitraria por crear ex nihilo un deber jurídico u obligación a cargo
de la demandada de autos, que no se corresponde con la legislación vigente88.
c) Las consecuencias de no advertir las implicancias que el art. 19 de la Constitución tiene
son graves, porque permitiendo que los jueces “creen” deberes jurídicos se hace tabla rasa
con los derechos constitucionales de los condenados a efectuar pagos o resarcir daños en
supuestos no previstos legalmente, a quienes se les inventan o conjeturan deberes jurídicos,
al correr de la sola voluntad del juez.
d) Parece extraño pero nadie se ha puesto a pensar que una sentencia que impone a una
persona una obligación no surgida de la ley no se sustenta constitucionalmente, no difiriendo
en nada de un mero despojo. Parece que no se ha reflexionado detenidamente sobre que los
jueces no pueden crear deberes jurídicos no surgidos de la ley.
e) Es innegable que: 1) una sentencia que imponga obligaciones no surgidas de la ley es
nula e inconstitucional; 2) sólo el legislador puede crear deberes jurídicos; y 3) el juez, a lo
sumo, puede extraerlos al interpretar normas legales, pero no puede ni extender éstas por
interpretación analógica ni conjeturar deberes que no surjan en forma clara de la normativa,
porque ello implicaría avanzar sobre los derechos constitucionales del demandado.
Causa. Acepciones.
Delimitación de conceptos. La palabra causa ha sido utilizada en derecho en tres sentidos
distintos:
a) Causa-fuente: es la causa antecedente, el origen, la generatriz de la obligación, es el origen
o antecedente de la obligación, el hecho, acto o relación jurídica que sirve de fundamento a la
obligación. Analizamos el tema in extenso en los Capítulos 19 y 20 de esta obra, a los que
remitimos.
b) Causa fin: significa la finalidad inmediata, el objetivo próximo perseguido por las partes al
contratar. Todos los objetivos, los más inmediatos, están íntimamente ligados a la estructura
de cada contrato. Ella es objetiva, abstracta, intrínseca, impersonal e inmutable.
c) Causa motivo: comprende todo lo que las partes han tenido en mira al realizar el negocio
jurídico, o sea, sus fines mediatos. Es una causa concreta y personal, es subjetiva y cambia
según las personas de los contratantes.
En algunos Códigos Civiles, los que tratan en forma global los contratos y las obligaciones, se
exige un elemento más para la existencia de la obligación: una causa lícita, como por ejemplo
el Código Civil francés en su art. 1108. Al referirse dichos códigos a la causa lícita no emplean
la palabra “causa” en el sentido ontológico, o sea como fuente sino en sentido teleológico, es
decir, en el sentido de finalidad, entendiendo causa como causa-fin. Este nuevo elemento, en
realidad, se refiere a las obligaciones derivadas de los contratos.
En el Código de Vélez no existe una norma similar al art. 1108 del Código francés. Pero los
arts. 500 a 502 CC hablan de las causas de las obligaciones. En nuestro derecho, la
controversia se concreta en diversas posiciones:
1) Un sector doctrinario interpreta que los arts. 500 al 502, al referirse a la causa de las
obligaciones, aluden a la causa fuente;
2) Otros autores opinan que en dichas normas la palabra referida debe entenderse en un
sentido teleológico, como causa-fin.
Pero no hay uniformidad entre los mismos, unos hablan de causa-fin y otros mentan la causa-
motivo, no faltando quienes estiman que incluye ambos significados. Como sea, la cuestión
carece ya de interés práctico, al haberse dictado la ley 26.994 que sanciona el nuevo Código
Civil y Comercial, cuyo régimen causal explicaremos infra.
La distinción entre causa-fin y causa-motivo.
La causa-fuente es el envase o vehículo en que se plasma la obligación (por ejemplo un
contrato). Dado que nos ocuparemos en extenso de estas causas, en el sentido de fuente de
la obligación, en los Capítulos XIX y XX de esta obra, allí remitimos por razones de brevedad.
La causa-fuente no ofrece inconvenientes para analizarla; en cambio, a veces, no es sencillo
distinguir entre causa fin y causa motivo.
Todo acto jurídico tiene una intención empírica, que está dada por la representación in mente
de los efectos económicos que el acto ha de acarrear a quien lo celebra.
Fin del contrato es el propósito básico de una de las partes, conocido y aceptado por la otra,
de manera tal que se objetiva y se convierte en fin para ambas partes; no es necesario que la
finalidad en cuestión se haya convertido en contenido del contrato por encontrarse
mencionada expresamente, pero sí que haya sido tenida en cuenta por ambas partes al
determinar tal contenido y manifestarse, al menos mediatamente, en el mismo.
Este último fallo se alinea con el problema de la diferencia entre causa-fin y causa-motivo,
que puede llevar a resultados muy distintos, según se valore una u otra en un contrato.
La causa-fin significa la finalidad inmediata, el objetivo próximo perseguido por las partes al
contratar. Todos los objetivos, los más inmediatos, están íntimamente ligados a la estructura
de cada contrato. Ella es objetiva, abstracta, intrínseca, impersonal e inmutable.
El concepto de causa (fin) es objetivo y típico; siempre el mismo según el modelo de contrato
de que se trate.
Por esa razón, ha de distinguirse la causa fin de los motivos particulares y subjetivos que
inducen a cada parte a celebrar el contrato. Estos últimos son, en principio, jurídicamente
irrelevantes.
La causa-motivo comprende todo lo que las partes han tenido en mira al realizar el negocio
jurídico, o sea, sus fines mediatos. Es concreta y personal, es subjetiva y cambia según las
personas de los contratantes.
A su vez, la causa-motivo ha sido dividida en dos grupos: la causa motivo reconocible y la
causa-motivo no reconocible, según que del texto del contrato o de la conducta de las partes
antes, durante y después de él pueda extraerse tal motivación. Si se puede extraerla, se
tratará de una causa-motivo reconocible, y si no se puede, será no reconocible.
En terminología grata a autores españoles, los que llamamos nosotros “motivos reconocibles”
se denominan “motivos causalizados”.
Respecto de ellos, cabe señalar que cuando determinados motivos -que, en principio, eran
particulares y subjetivos- fueron tenidos en cuenta por ambas partes como razón que les
impulsara a contratar y prestar el consentimiento contractual, esos motivos alcanzan
relevancia jurídica, al tornarse reconocibles.
Para distinguir con claridad los conceptos, características y funciones de la causa fin y de la
causa motivo nos valdremos del siguiente gráfico:
Causa-fin Causa-motivo
Es la finalidad inmediata que las partes persiguen al contratar o celebrar un negocio jurídico
(vgr. alquilar un inmueble). Es el objetivo mediato o final que las partes buscaron al
contratar (vgr. instalar una peluquería en el inmueble alquilado), llamada por algunos la
causa impulsiva.
Es el propósito típico y general que el negocio configurado cumple, es concebido de modo
abstracto (idéntico en cada contrato-tipo o negocio tipo). Es el motivos o móvil particular de
las partes que la impulsaron a concretar el acto o negocio.
Es intrínseca al contrato. Está ligada a la estructura del contrato y no cambia según los
contratantes. Puede ser extrínseca al contrato y permanecer en el pensamiento de las
partes, sin manifestarse.
Es objetiva, impersonal, abstracta e inmutable.Es subjetiva, concreta, extrínseca al contrato,
esencialmente personal y ocasional.
No varía según las personas de los contratantes. Es variable, no es la misma para todos y
cambia según las persona de los contratantes.
Siempre surge evidente de la lectura del contrato, por lo que el juez siempre debe tenerla en
cuenta. Para poder ser tenido en cuenta por el juez debe tratarse de una causa-motivo
reconocible. Es decir, el motivo debe ser determinante del acto y ser exteriorizado en el acto
o surgir de él, debiendo ser conocido por ambas partes.
Normalmente, cumple una función interpretativa y calificadora del contrato. Según el supuesto
puede servir de base para el planteo del pacto comisorio (art. 1086 CCC), de la excepción de
incumplimiento contractual (arts. 1083 y 1084 CCC) o de la doctrina de la imprevisión (art.
1091 CCC). Cuando el motivo es reconocible, al haber sido explicitado o surgir evidente del
contrato, la causa motivo puede servir para plantear la ineficacia del acto por contrariar la
ley, la moral o las buenas costumbres (art. 279 CCC). Puede servir también para el planteo
de la doctrina de la frustración del fin del contrato (art. 1090 CCC).
Cabe tener presente en esta materia algunos precedentes judiciales, entre ellos, algunos de
nuestra autoría respecto de la diferencia entre causa-fin y causa-motivo.
a) Todo acto jurídico tiene una intención empírica, que está dada por la representación in
mente de los efectos económicos que el acto ha de acarrear a quien lo celebra.
b) Fin del contrato es el propósito básico de una de las partes, conocido y aceptado por la
otra, de manera tal que se objetiva y se convierte en fin para ambas partes; no es necesario
que la finalidad en cuestión se haya convertido en contenido del contrato por encontrarse
mencionada expresamente, pero sí que haya sido tenida en cuenta por ambas partes al
determinar tal contenido y manifestarse, al menos, mediatamente en el mismo.
c) No debe confundirse la naturaleza de la prestación debida, u objeto inmediato de la
obligación (comportamiento asumido que nace de los arts. 1009 y 1911 CC), con el objeto
mediato del negocio o acto jurídico, que era la cosa o hecho con el cual se cumplía el
compromiso; aquélla era de valor, porque importaba un hacer dando el objeto mediato o
propio del contenido del
acto, la cosa o hecho. La prestación obligacional no es el objeto de este último y ella tenía
condición no dineraria en sí misma, pues se identificaba con el cumplimiento total de la
encomienda, de la índole del mandato u obligaciones de hacer".
La causa-fin y la causa-motivo en el nuevo Código Civil y Comercial.
El nuevo ordenamiento jurídico sancionado por ley 26.994 in-nova en materia causal, por una
parte, al exigir en su art. 735, de rondón, la licitud de la causa, introduciendo un elemento
que no contenía el Código de Vélez y que sí se encuentra en el art. 1108 del Código
Napoleón, con lo que el apartamiento del régimen anterior en esta materia es manifiesto
desde un comienzo.
Por otra parte, el nuevo Código disgrega o dispersa la normativa relativa a la causa,
esparciendo algunas normas en el segmento de los requisitos del acto jurídico (arts. 281 a
293 CCC), otras en el sector de los requisitos de la obligación (arts. 726 y 727 CCC) y otra en
el segmento del reconocimiento de la obligación (art. 735 CCC).
No se trata de si se requerían normas relativas a la causa en el capitulo atinente al negocio
jurídico o no. Eso es indudable, dado que como bien dice el maestro Rodolfo de Ruggiero, el
concepto de causa, que el Código italiano -y también el francés- menciona solamente
refiriéndose a los contratos, tiene un campo de aplicación más amplio y se extiende a todo
negocio jurídico, puesto que de éstos y no solamente de los contratos constituye un elemento
esencial 10°. Lo que sí resulta inconveniente es la dispersión de normas en tres segmentos
diferentes del nuevo Código.
Para peor, estas normas -claramente- no fueron redactadas por la misma mano, ni pensadas
por la misma mente, ni con un sentido unificador y coherente. De tal modo, su interpretación
exige un esfuerzo de armonización importante.
Otra importante modificación, respecto del Código de Vélez, es que ahora se recepta
expresamente tanto la causa-fin como la causa motivo, acabando con las discusiones sobre si
éstas estaban presentes en el texto velezano o no.
En este sentido expresa el art. 281 CCC:
Causa. La causa es el fin inmediato autorizado por el ordenamiento jurídico que ha sido
determinante de la voluntad. También integran la causa los motivos exteriorizados cuando
sean lícitos y hayan sido incorporados al acto en forma expresa, o tácitamente si son
esenciales para ambas partes”.
Es una norma novedosa, que no tiene antecedentes en el Código anterior.
Con gran agudeza ha dicho Gagliardo: “Causa es la justificación que el esquema del contrato
explícita de la respectiva obligación; obligación que, por otra parte, siempre resulta similar
para un mismo tipo contractual... Mientras que el motivo alude a una razón individual y
variable...; es una razón subjetiva, particular e independiente, que suele no trascender al
contrato. Es parte de la intimidad del contratante que cabe coincidir -o no- con la causa; el
motivo puede responder a varias causas y circunstancias... el motivo adquiere relevancia
jurídica cuando el sujeto así lo desea y lo exterioriza de modo de convertirlo en un dato
concluyente del negocio jurídico. Así, no cabe referirse a motivos del contrato, sino a motivos
de los singulares contratan-tes, cuya significación jurídica será diversa de la causa, aunque
de manera ocasional coincidan”.
El art. 282 CCC edicta:
Presunción de causa. Aunque la causa no esté expresada en el acto se presume que existe
mientras no se pruebe lo contrario. El acto es válido aunque la causa expresada sea falsa si
se funda en otra causa verdadera”.
Este artículo unifica dos normas del Código de Vélez, los arts. 500 y 501, con idéntica
regulación. Las diferencias son ligeras: en la primera parte de la nueva norma se eliminan
dos comas que tenía el artículo velezano en vez de decir “expresada en la obligación” dice
“expresada en el acto”, y en vez de “mientras el deudor no pruebe lo contrario”, ahora se dice
“mientras no se pruebe lo contrario”. Y el in fine de la norma es exactamente igual al art. 501
CC, salvo que cambia la expresión “la obligación” por “el acto”.
Estas modificaciones, a su vez, prueban que el régimen causal de Vélez fue receptado en
buena medida, pero se lo parceló innecesariamente.
El art. 283 CCC también constituye una innovación:
Acto abstracto. La inexistencia, falsedad o ilicitud de la causa no son discutibles en el acto
abstracto mientras no se haya cumplido, excepto que la ley lo autorice”.
Respecto de esta categoría cabe recordar un agudo párrafo de Diez-Picazo, “Se habla de
negocio abstracto para designar a un negocio jurídico que aparece desligado e independizado
de su ‘causa’ y que funciona con completa independencia de ella, es decir, que funciona
abstracción hecha-de aquí su nombre: ‘abstracto’- de cuál sea esta causa. Cuando hablamos,
por ejemplo, de una transmisión abstracta del dominio significamos que el dominio se
transmite por medio de un negocio formal y abstracto de transmisión, sin tener en cuenta los
actos jurídicos a que esta transmisión, en definitiva, obedece -v. gr.: compra, donación, etc.-,
de tal manera que, aunque en estos negocios exista una anomalía, una irregularidad o un
vicio, el efecto traslativo se produce; y el accipiens adquiere el dominio y el tradens lo pierde.
Cuando hablamos, por ejemplo, del carácter abstracto de un título valor significamos que el
portador legítimo del título puede exigir el crédito o ejercitar el derecho incorporado en el
tí¬tulo con independencia de los actos o negocios que dieron lugar a la creación de dicho
título, v. gr., aunque el ‘deudor cartular’ no esté, según ellos, obligado a pagar. Todo el
problema de la admisibilidad del negocio abstracto y de sus relaciones con el llamado ‘negocio
causal’ depende -la razón es obvia- del concepto de causa en el negocio jurídico”.
Esta norma guarda correspondencia y eleva de categoría, al llevarla al seno del Código Civil y
Comercial, a una regla con la que ya contaban las legislaciones procesales provinciales en
materia de juicio ejecutivo: art. 544, inc. 4, CPCC, que en la excepción de inhabilidad del
título con que se pide dispone que ella se limitará a las formas extrínsecas del título, sin que
pueda discutirse la legitimidad de la causa.
Tales artículos, ubicados en la parte general y atinentes a la causa del negocio jurídico se
complementan con otros dos ubica-dos en el capítulo atinente a las obligaciones, los arts. 726
y 727.
El art. 726 CCC edicta:
Causa. No hay obligación sin causa, es decir, sin que derive de algún hecho idóneo para
producirla, de conformidad con el ordenamiento jurídico”.
Apréciese que el legislador aquí no habla de hecho lícito o fuente lícita, ni enumera cuáles
serían esas fuentes, lo que deja librado a la interpretación del juez cuáles serían ellas. La
terminología empleada (“hecho idóneo”) es heterodoxa, novedosa pero no precisa, y había
otras mucho mejores a la mano, como la que emplea De Castro (“causa suficiente”), que
cuenta con el respaldo de la elaboración dogmática luminosa de este autor.
Esta formulación de la norma no es ni una cosa ni la otra: no es enumerativa como el art.
499 del CC, ni tampoco precisa, como otras formulaciones que remiten a concepciones
precisas y previsibles. Esta expresión es una caja de Pandora librada a cada juez que la abra,
lo que genera una enorme inseguridad jurídica porque no faltarán jueces que creen fuentes,
que les parezcan admisibles, aun sin serlo verdaderamente.
El art. 727 CCC establece:
Prueba de la existencia de la obligación. Presunción de fuente legítima. La existencia de la
obligación no se presume. La interpretación respecto de la existencia y extensión de la
obligación es restrictiva. Probada la obligación, se presume que nace de fuente legítima
mientras no se acredite lo contrario”.
Esta norma viene a establecer reglas sobre la carga de la prueba de la obligación y a facilitar
la atribución de las responsabilidades derivadas de esa prueba o de esa falta de prueba.
Cabe recordar un agudo párrafo del maestro Carnelutti: “La carga de la prueba no es sino la
repartición del riesgo de la falta de prueba”.
Y como dijéramos en un voto, la carga de la prueba que pesa sobre una parte no es otra cosa
que un deber procesal de acreditación, que en caso de ser defraudado por el obligado torna
aplicable el correlato de esa carga: si la carga de la prueba no es otra cosa que la necesidad
de probar para vencer, puede hablarse con asidero del riesgo de la prueba antes que de su
carga, pues el precio de no probar es perder el litigio.
Al amparo de estos conceptos se comprende mejor la norma anotada: como la existencia de
la obligación no se presume, quien la afirme debe probarla, así como su extensión y alcance.
Si lo hace, no hay inconveniente alguno, presumiéndose que tal obligación ha nacido de
fuente legítima.
También del principio de que la existencia de la obligación no se presume surge otro
corolario: que la interpretación respecto de la existencia y extensión de la obligación es
restrictiva. Ello implica que en la duda debe estarse en favor de la inexistencia de la
obligación o, probada ésta, pero no su extensión, en favor de la menor extensión posible de
la obligación.
Llegado a este punto, cabe señalar qué es una presunción y qué función tiene: como
declaramos en un fallo, la presunción puede emplearse en una causa, a condición de que ella
no fuera desvirtuada por prueba en contrario. Al tratarse de una presunción relativa, que
obviamente admite prueba en contrario, su aplicación se justifica sólo como ultima ratio, esto
es, en la medida en que no exista prueba directa sobre el punto discutido. Existiendo prueba
sobre los extremos debatidos, la razón misma de ser de la presunción decae.
Agregamos allí que presunción y prueba de los hechos tienen entre sí una relación necesaria y
excluyente. La última desplaza a la primera. Sólo cuando no existe prueba directa entran a
jugar las presunciones, dado que se trata de evidencias indirectas -en alguna medida
conjeturales- que no pueden entronizarse en el lugar de la verdad probada, más que a falta
absoluta de ésta.
En esta línea ha enseñado el maestro Alsina que “no siempre es posible la prueba directa de
los hechos, porque muchas veces ellos acaecen sin la presencia de testigos y desaparecen sin
que pueda constatarse su existencia por la inspección ocular, ni aun con el auxilio de una
diligencia pericial. Ante el resultado negativo de la prueba de confesión, el juez se vería
privado de elementos de juicio, si la naturaleza no viniese en su auxilio proporcionándole
ciertos datos que le permiten, mediante el raciocinio, reconstruir los hechos tal como han
ocurrido. Los hechos, en efecto, ocupan un lugar en el tiempo y en el espacio y aun aquellos
cuya existencia ha sido transitoria dejan generalmente huellas que, combinadas entre sí,
hacen posible descubrir sus caracteres. “Estas circunstancias, dice Mittermaier, son otros
tantos testigos mudos, que parece haber colocado la providencia para hacer resaltar la luz de
la sombra en que el criminal se ha esforzado en ocultar el hecho principal; son como un fanal
que alumbra el entendimiento del juez y le dirige hacia los seguros vestigios que basta seguir
para llegar a la verdad”.
Agrega luego el mismo autor: “De ello resulta que a diferencia de otras pruebas, en que la
apreciación es inmediata, por lo cual se les llama directas, en la presunción es mediata o
indirecta. En presencia, por ejemplo, de un documento, el juez puede establecer
instantáneamente su valor probatorio, pero frente a un indicio sólo se llega a establecer una
presunción a través de un razonamiento en que las probabilidades aparecen y desaparecen,
variando al infinito. Por eso se le llama también prueba circunstancial o artificial, no porque
sea arbitraria, sino porque en más o en menos es obra del hombre... Se ha discutido si la
presunción constituye realmente una prueba, pero la duda se aclara si se tienen en cuenta
sus efectos procesales, que no son otros que los de invertir la carga de la prueba. Al que la
invoca le basta probar el antecedente para que la presunción actúe, y al que pretende
destruir sus efectos corresponde la prueba en contrario”.
Pero lo que resulta indudable es que aplicar presunciones cuando ellas se encuentran
desmentidas por prueba directa implica un yerro.
Allí entra a jugar el in fine del art. 727 CCC: cuando se ha probado la obligación, la
presunción de que ella ha nacido de fuente legítima impera hasta que se haya acreditado lo
contrario, momento en el que ella cae, ya que se ha demostrado falaz la presunción y, como
tal, ella no puede sostenerse.
Por último, el art. 735 CCC estatuye:
Reconocimiento causal. Si el acto del reconocimiento agrava la prestación original, o la
modifica en perjuicio del deudor, debe estarse al título originario, si no hay una nueva y lícita
causa de deber”.
Ésta es la norma que introduce el requisito de la causa lícita en el nuevo ordenamiento.
Si bien es cierto que en otras normas el nuevo Código no introduce el requisito de licitud de la
causa, entendemos que es suficiente la mención que se hace en el art. 735 CCC, bien
interpretada la cuestión en un ensamble normativo adecuado y no por normas sueltas, para
que por imperio de esta regla el juez tenga ahora la potestad de utilizar la noción de causa
para hacer un control de la conformidad de los actos, negocios y contratos generadores de
obligaciones con el orden público, político, moral, económico y social, para lo cual debe
considerar el magistrado, no sólo los fines inmediatos, abstractos, objetivos, que el contrato o
acto celebrado conlleva necesariamente, sino, a la par, los motivos o móviles individuales,
personales, concretos, que impulsaron a cada parte a celebrar el acto o a contratar.
Seguidamente, analizaremos un poco más el esquema causal del nuevo Código, valiéndonos
de alguna jurisprudencia edificada en torno a los arts. 500, 501 y 502 del Código de Vélez,
aquella que entendemos que sigue siendo aplicable con el nuevo articulado.
Jurisprudencialmente, se ha dicho sobre esta norma lo siguiente:
1. Presunción de causa, a) La presunción de causa que establece esta norma es iuris tantum
y, como tal, pude ser desvirtuada por prueba en contrario. Cuando el legislador establece
presunciones absolutas, también llamadas iuris et de jure, debe expresarlo claramente, de
modo de no dejar dudas. Si no surge indudable del texto legal que se trata de una presunción
absoluta o iuris et de jure, la regla es que se trata de una presunción relativa y, por ende,
pasible de desvirtuación. La formulación del principio podría sintetizarse así: en la duda, a
favor del carácter relativo de la presunción.
b) Del principio de que no hay obligación sin causa (art. 499 CC) deriva otro secundario,
cual es, su presunción aunque ésta no esté expresada en la obligación; en tanto y en cuanto
el deudor no demuestre lo contrario (art. 500 CC). Si bien tal presunción es iuris tantum,
decide una cuestión de prueba, y es que quien aduce la falta de causa quien debe probarla.
c) Caída la presunción iuris tantum de causa que establece el art. 500 CC, corresponde al
acreedor acreditar que, pese a carecer el débito efectuado de una causa verdadera, existía
otra alternativa y válida que sí le daba apoyatura y respaldo. Al no haber probado ello el
banco demandado, la aplicación al caso de este artículo confirma la carencia de causa del
débito us.
d) Tanto la buena fe en la tenencia de pagarés como la existencia y licitud de la causa de
la obligación debe presumirse hasta tanto los deudores de la obligación logren mediante
prueba concluyente y precisa acreditar lo contrario, según lo señalan las propias reglas del
onus probandi. En las obligaciones abstractas, en virtud del art. 500 CC, se presume la
existencia de una causa y a fortiori su licitud, mientras no se pruebe lo contrario. Dado que la
causa es un elemento esencial de la obligación, si el documento hecho valer por el acreedor
sirve de título a una obligación cuya causa no se encuentra expresada en el texto, cabe
presumir su existencia a tenor de lo dispuesto por el art. 500 CC. Si el demandado ha
desconocido la deuda, pero no ha negado la suscripción del documento cuya ejecución se
pretende, rige la presunción del art. 500 CC. No puede presumirse en el obligado actitudes
contrarias a su propio interés que carezcan de causa o factor sustancial determinante.
e) Es válida la obligación contenida en el pagaré en el que no se expresa la causa y quien
la invoca está liberado de producir prueba para acreditarla. Aun en el supuesto de que el
acreedor no logre probar la causa de la obligación no significa que ésta no exista, pues de
conformidad con los arts. 500 a 502 CC, a partir del reconocimiento de la obligación por el
deudor se presume la causa lícita, en tanto aquél no demuestre lo contrario.
2. Alcances de la norma, a) La presunción legal de la existencia de la causa de la obligación se
refiere a toda razón determinante de la voluntad manifestada en el acto jurídico de que se
trate. Así, justificada la existencia de una obligación voluntaria, se presume que la voluntad
jurídica desplegada en el acto creador ha sido determinada por razones suficientes e idóneas
para servir de soporte a su validez.
b) La omisión de la expresión de la causa de la obligación original, su importancia y el tiempo en
que fue contraída no produce la invalidez del reconocimiento del crédito en actuación notarial,
pues dichas enumeraciones son de carácter dispositivo y no imperativo y constituyen una
recomendación destinada a hacer más claro e indudable a aquél.
c) En el art. 500 CC, el sustantivo “obligación” alude, indebidamente, al instrumento en que ella
consta, de manera que el precepto rige sin dudas para las obligaciones documentadas,
aunque es extensivo a las debidamente probadas enjuicio.
d) Además, la inteligencia de la presunción de causa no puede entorpecer la célebre discusión
acerca de si este artículo y los dos siguientes se refieren a la causa-fuente, o a la causa final,
pues la presunción legal ha de referirse a toda razón determinante de la voluntad: sea final o
sea presupuesta justificada que sea la existencia de una obligación,
e) Se presume que la voluntad jurídica desplegada en el acto creador ha sido determinada por
razones suficientes e idóneas para servir de soporte a su validez. Establecida la existencia de
la relación obligacional se presume que el acto tiene causa. Peroquien aparece como deudor
puede probar que no La tiene, por-que lo contrario de lo normal es, eso sí, objeto de prueba.
) La calidad de abstracto del título no modifica la sustancia del razonamiento precedente: no es
que el acto abstracto carezca de causa-fin -elemento de todo acto jurídico-, sino que lo
relativo a ella no obsta al éxito de un reclamo del acreedor fundado en un título suficiente y
sólo puede ser debatido con posterioridad e independientemente de aquel reclamo, pues, en
síntesis, cuando el acto es causado, la existencia, licitud y veracidad de la causa fin se
presumen iuris tantum, y cuando el acto es abstracto, tales circunstancias sólo son discutibles
luego del cumplimiento por el obligado. En suma, la circunstancia de que el acreedor no haya
probado la causa de la obligación no sería obstativa al decreto de la quiebra, pues ha debido
ser el deudor quien probara la inexistencia de ella.
3. Incorrecta interpretación de la norma. Constituye una in-adecuada interpretación del art. 500
CC, que altera su verdadero sentido y la torna inoperante. La sentencia que concluye que la
causa debe ser acreditada para mantener la validez de las obligaciones contraídas, pues
invierte el principio de carga de la prueba, según el cual se presume la existencia de la misma
mientras el deudor no pruebe lo contrario.
4. Causa-fin y causa-motivo, a) Todo acto jurídico tiene una intención empírica, que está dada
por la representación in mente de los efectos económicos que el acto ha de acarrear a quien
lo celebra.
b) Fin del contrato es el propósito básico de una de las partes, conocido y aceptado por la otra,
de manera tal que se objetiva y se convierte en fin para ambas partes; no es necesario que la
finalidad en cuestión se haya convertido en contenido del contrato por encontrarse
mencionada expresamente, pero sí que haya sido tenida en cuenta por ambas partes al
determinar tal contenido y manifestarse, al menos, mediatamente en el mismo.
c) No debe confundirse la naturaleza de la prestación debida, u objeto inmediato de la obligación
(comportamiento asumido, con el objeto mediato del negocio o acto jurídico, que era la cosa
o hecho con el cual se cumplía el compromiso); aquélla era de valor, porque importaba un
hacer dando el objeto mediato o propio del contenido del acto, la cosa o hecho. La prestación
obligacional no es el objeto de este último y ella tenía condición no dineraria en sí misma,
pues se identificaba con el cumplimiento total de la encomienda, de la índole del mandato u
obligaciones de hacer.
El problema de la frustración del fin del contrato.
La doctrina de la frustración del fin del contrato, que acaba de ser receptada expresamente
en el nuevo art. 1090 CCCN., no constituye una novedad en el derecho argentino, ya que
estaba ella presente desde hace mucho en fallos judiciales, conclusiones y debates de
congresos, doctrina autoral, etc.
Por caso, en las XIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil, desarrolladas en 1991 en la
Universidad Notarial Argentina, en Buenos Aires, Comisión n°3, se debatió sobre este tema,
aprobándose la siguiente conclusión, por mayoría:
1) La frustración del contrato es capítulo inherente a la causa; entendida ésta como móvil
determinante, razón de ser o fin individual o subjetivo que las partes han tenido en vista al
momento formativo del negocio.
2) La teoría de la “frustración” debe distinguirse de la imprevisión, de la imposibilidad de
cumplimiento, o del caso fortuito o fuerza mayor, del error y de la cláusula resolutoria, en
razón de tratarse de un instituto autónomo.
3) Presupuestos de admisibilidad.
a) Existencia de un contrato válidamente constituido;
b) Existencia de un acontecimiento anormal; sobreviniente; ajeno a la voluntad de las
partes; que no haya sido provocado por ninguna de ellas; que no haya sido generado en la
mora de ellas; que incida sobre la finalidad del contrato de manera que malogre el motivo
que impulsó a contratar, al punto que desaparezca interés o utilidad en la subsistencia del
contrato.
c) La causa debe haber sido declarada en el “campo” jurídico, conocida y aceptada por las
partes.
4) Ámbito de aplicación
La frustración del fin del contrato se desenvuelve en el marco de los contratos bilaterales, de
ejecución diferida, o de tracto sucesivo.
5) Efectos:
a) La frustración del fin del contrato, en tanto importa la de-aparición de la causa, sirve de
presupuesto para el ejercicio de la acción resolutoria.
b) La resolución importará: a) que las prestaciones cumplidas por una de las partes, antes
de producido el acontecimiento frustrante, serán repetibles, con excepción de los gastos
realizados por la otra, en la medida de su relación causal con la prestación a su cargo; b) que
las prestaciones cumplidas y equivalentes en los contratos de ejecución continuada o
periódica, de carácter divisible, se tendrán por firmes.
c) No es factible la revisión del contrato pues al haber desaparecido los móviles (causa
impulsora) que determinaron a una o a ambas partes a contratar, al acto le faltaría un
elemento estructural, la causa, que es precisamente la que sirve de soporte a la prestación
malograda.
6) La frustración del fin del contrato y la contratación predispuesta.
En los negocios con cláusulas predispuestas el predisponente no podrá exigir la resolución ante la
frustración de finalidades propias no previstas en el instrumento contractual, por tratarse
deun alea implícitamente asumida.
7) Conclusiones de lege ferenda.
Se considera conveniente la consagración legislativa de la frustración del fin del contrato.Un
ejemplo permite comprender mejor la problemática involucrada: en una provincia patagónica
(Neuquén), en 1994, se dictó una ley provincial que autorizaba la instalación en una de sus
ciudades (Cutral Co) de una planta productora de fertilizantes sobre la base del gas. Se
estableció por ley un régimen especial de promoción, la propaganda institucional del gobierno
de entonces daba cuenta de una gran inversión y un extraordinario futuro para la zona (lo
que hubiera sido cierto, de instalarse la planta y no terminar ella instalada en Bahía Blanca,
como luego ocurrió, dando trabajo a miles de personas).
Supongamos que una empresa de transporte pesado hubiera alquilado un predio rústico en las
afueras de la ciudad de Cutral Co, teniendo en vista el desarrollo futuro de la zona, en la
actividad a que se dedica la empresa. Si un empresario cuenta con una ley que establece que
la provincia va a acompañar un determinado desarrollo, fomentarlo, etc., que se va a producir
cierto producto (fertilizantes), en determinadas condiciones, para determinado fin, no sería
descabellado pensar que hay ciertas garantías para el inversor, lo que se conoce como
seguridad jurídica.
El razonamiento implícito del inversor es “yo voy a alquilar, porque me dedico al transporte de
carga y maquinaria pesada. Si se va a instalar una empresa productora de fertilizante,
evidentemente tengo que irme posicionando, para no llegar tarde, entonces nosotros que
hacemos transporte de carga pesada, vamos a tener allí un mercado interesante”. Se trata de
la causa motivo del contrato.
El empresario alquila, con base en ese razonamiento y teniendo en mira la ley sancionada, un
inmueble de cinco o seis hectáreas en la ciudad de nuestro ejemplo para armar la base, poner
galpones, casilla, cartel, etc. Normalmente, digamos que esa ciudad no es un lugar donde
uno vaya a alquilar un predio de seis hectáreas para dedicarse a nada en particular, porque
hasta carece de agua en cantidad, en tanto no se construya y termine la presa de Chihuidos,
lo que llevará muchos años todavía.
En este ejemplo, la causa fuente es el contrato de locación que celebra el dueño de la tierra con
la empresa de transporte. La causa-fin sería para la empresa de transporte pesado que el
locador le entregue el uso de la tierra y para la otra parte que la transportista le pague
mensualmente el precio establecido. Y la causa motivo sería para la transportista que, como
la empresa de fertilizantes y la provincia van a hacer determinadas inversiones en esa ciudad,
poner una sucursal de sus transportes de carga pesada le genera la expectativa de una buena
ganancia, al posicionarse primero en un nicho de mercado que puede tener gran desarrollo.
Si luego la inversión provincial queda sin efecto, porque el gobierno siguiente al que dictó la ley
la hace derogar -y la inversión y la propia planta de fertilizantes queda en la nada, siendo
instalada en Bahía Blanca, en donde industrializa el mismo gas que se extrae en Neuquén y
que se traslada al lugar de procesamiento por el gasoducto Loma de la Lata, Bahía Blanca-, si
la causa motivo del locatario fuera reconocible (como posiblemente lo sería) ante el cambio
de circunstancias y realidad económica, se podría invocar con éxito la frustración del fin del
contrato o la carencia de interés del contratante en continuar con él.
El juez, en la interpretación de los contratos, debe tender al esclarecimiento del motivo o fin que
ha guiado a los contratantes, valorando las circunstancias que rodearon al acto, los
antecedentes que pudieron haber influido y la conducta de los interesados. Lo que interesa
es, mediante una actividad lógica indagar la causa individual, impulsiva y determinante que
los llevó a la contratación, es decir, buscar y fijar los alcances de la manifestación de voluntad
con el fin de establecer su contenido135.
Si el objetivo buscado por una de las partes, sin culpa suya, ya no puede cumplirse, el
mantenimiento de la vigencia del contrato equivale a rendir tributo a una forma vacía de
contenido real y de interés, lo que no cabe admitir.
Nuevamente, estamos en presencia de una indagación causal, y determinar la causa-motivo
reconocible del contrato es fundamental para determinar cuáles serán sus efectos.
Pueden también citarse otros elementos de interés, como fallos o doctrina. Pero la sanción del
nuevo Código Civil y Comercial, que recepta expresamente la herramienta de la frustración
del fin, hace que todo lo anterior sean meros antecedentes y deba enfocarse especialmente el
nuevo texto y su interpretación.Dice el art. 1090 CCC:“Frustración de la finalidad. La
frustración definitiva de la finalidad del contrato autoriza a la parte perjudicada a declarar su
resolución, si tiene su causa en una alteración de carácter extraordinario de las circunstancias
existentes al tiempo de su celebración, ajena a las partes y que supera el riesgo asumido por
la que es afectada.
La resolución es operativa cuando esta parte comunica su declaración extintiva a la otra. Si la
frustración de la finalidad es temporaria, hay derecho a resolución sólo si se impide el
cumplimiento oportuno de una obligación cuyo tiempo de ejecución es esencial”.Como
corolario de las nuevas normas se puede extraer lo siguiente:
1) La doctrina de la frustración del fin del contrato que recepta la norma es una versión
reducida de tal doctrina, ya que solamente se autoriza a la parte perjudicada a declarar
su reso-lución, cuando ella tiene su causa en una alteración de carácter extraordinario
de las circunstancias, ajena a las partes y que supera el riesgo asumido por la que es
afectada. No es la versión más amplia de la doctrina la que se ha acogido.
2) La alteración de circunstancias que amerita invocar la doctrina debe ser de carácter
extraordinario y de circunstancias sobrevinientes, que alteren fuera de lo común la situación
existente al tiempo de celebración del contrato.
3) Tal alteración de circunstancias debe ser ajena a las partes y superar el riesgo asumido por la
parte afectada.
4) La resolución se vuelve operativa recién cuando la parte afectada comunica su declaración
extintiva a la otra.
5) Para la plena aplicabilidad de la herramienta de la frustración del fin, tal frustración
debe ser permanente. Esque si ella es temporaria, se concede derecho a resolución
solamente cuando tal demora impide el cumplimiento oportuno de una obligación cuyo tiempo
de ejecución es esencial.

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