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“LA ODISEA” Homero


(Versión adaptada)
Exordio

INVOCACIÓN

Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos recursos que anduvo errante largo
tiempo, después de asolar la sagrada Troya. Vio ciudades de muchas gentes y conoció sus
costumbres, sufrió muchas penalidades en el mar luchando por su vida y por el retorno al
hogar de sus compañeros. Pero ni aun así logró salvarlos, a pesar de su empeño, pues
sucumbieron víctimas de sus propias locuras. ¡Qué insensatos! Pues se comieron las vacas
del dios Sol, y concluyó para ellos el día del regreso. Cuéntanos también a nosotros, diosa
hija de Zeus, algunos de estos sucesos.

EN ÍTACA, PENÉLOPE Y TELÉMACO

Todos los demás héroes griegos que combatieron en la guerra de Troya habían regresado
ya a sus hogares, tan sólo Ulises, rey de Ítaca, seguía ausente, retenido por la ninfa
Calipso en su alejada y solitaria isla. Penélope, la esposa de Ulises, había aguardado en
Ítaca durante veinte años manteniendo vivo su recuerdo y la esperanza de su retorno.
Pero día tras día se tenía que enfrentar a la presencia de unos pretendientes que acudían
a palacio acosándola para que eligiera un nuevo marido. Durante mucho tiempo los
engañó con un ingenioso ardid: alegaba que debía tejer un sudario para su suegro antes
de contraer nuevas nupcias, durante el día tejía y por la noche destejía casi toda la labor
diaria. Así ganaba tiempo para seguir esperando el retorno de Ulises. Hasta que una
criada desleal la delató y el enojo de los pretendientes se convirtió e
soberbia. Estos se complacían ahora jugando ociosos a los dados delante de las puertas
de palacio, sentados sobre pieles de bueyes que ellos mismos habían sacrificado de entre
el ganado. Sus sirvientes se afanaban en prepararles vino y comida consumiendo los
bienes de la casa real.
Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, que no había llegado a conocer a su padre,
contemplaba impotente la osadía de los pretendientes que se burlaban de sus amenazas
juveniles.

ISLA DE CALIPSO

Mientras tanto, en el otro extremo del mar, Hermes, el mensajero de los dioses, se
dirigía a la isla de Calipso para transmitirle el deseo de Zeus de que dejara partir a Ulises.
Difícil sería hallar otro lugar de cautiverio más agradable. El rey de Ítaca se encontraba en
los altos acantilados donde, desde hacía siete años, pasaba el tiempo mirando el mar

añorando las colinas de su patria y esperando ver un barco en el horizonte. Nadie se había
adentrado nunca en aquellos parajes tan alejados del mundo de los hombres.
Calipso recibió a Hermes con cortesía y aunque tuvo que aceptar la resolución de Zeus se
irritó contra los dioses del Olimpo y le reprochó al mensajero que ellos, celosos y crueles,
no le permitieran quedarse con el hombre al que amaba. Pero Ulises no le correspondía.
Ella, con afectuosos cuidados, atendía todas sus necesidades e incluso le había ofrecido el
don de la inmortalidad que él rechazó prefiriendo sufrir y gozar la vida como hombre
mortal. Perduraba en él el recuerdo imborrable de su esposa y de su patria. La ninfa
Calipso, de hermosas trenzas, con un largo suspiro dolorido anunció a Ulises que podía
irse si así lo deseaba. La propia ninfa, resignada, le facilitó las herramientas y el material
para construir una balsa y le orientó en el rumbo que debía seguir.
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LA TORMENTA

Navegó durante diecisiete días sin ver tierra ni nave alguna. Y cuando ya le pareció
vislumbrar un mundo que le era familiar, el dios Posidón, encolerizado, desencadenó una
espantosa tormenta. Con su tridente removió el océano y desató una multitud de vientos
huracanados que zarandearon la nave de Ulises como una cáscara de nuez. Luego, una
violenta ráfaga de viento quebró el mástil y la vela desapareció en el mar. Instantes
después Ulises cayó por la borda, sin poder sujetar con las manos el remo que le servía
de timón. La violencia de las olas lo hundía cada vez más, y quedaba sumergido largo rato
sin fuerzas para volver a la superficie, abrumado por el empuje del mar y el peso de sus
ropas. Pero luchaba hasta volver a flote, respirar con ansia y escupir el amargo licor de
las olas.
Ulises tuvo que nadar durante días entre el rápido viento del norte que enviaba
Atenea, para que le llevara en buena dirección hacia la costa. Una vez allí, siguiendo un
trecho la orilla del río, buscó refugio y descansó entre las hojas secas junto a unos olivos.
La diosa Atenea le cerró los ojos para que durmiera.

EN EL PAÍS DE LOS FEACIOS

Dormía también en su palacio Nausícaa, la hija de Alcínoo, el rey de los feacios,


cuando Atenea se le presentó en sueños y le animó a ir a la desembocadura del río a lavar
la ropa. Después tomó los alimentos que su madre había puesto en las cestas. Mientras la
ropa se secaba, las muchachas jugaban a pasarse una pelota. Sus risas y gritos sacaron
del sueño a Ulises, que se despertó sin saber a qué tierra había llegado, y si esas voces
femeninas eran de diosas o de muchachas.
Decidido a averiguarlo y a pedir ayuda se presentó ante ellas. Todas se
dispersaron asustadas por su horrible aspecto, afeado por el salitre y el cansancio. Tan
sólo la princesa se mantuvo inmóvil y serena, y a ella le suplicó ayuda con cortesía.
Cuando Ulises se hubo vestido, su apariencia despertó la admiración de Nausícaa, y
entonces, sin revelar su identidad, le contó su infortunio en el mar.
Siguiendo los prudentes consejos de Nausícaa, Ulises llegó a palacio, se puso a los
pies de la reina y solicitó su ayuda, pues a todo extranjero se le debe hospitalidad por
mandato de Zeus. El rey Alcínoo y la reina Arete mandaron preparar un banquete de
bienvenida, en el que un poeta el cantó los sucesos de la toma de Troya. Ulises no pudo
contener las lágrimas al oír el relato de sus propios recuerdos, en especial el pasaje del
enorme caballo de madera, artimaña ideada por él mismo para que dentro se ocultaran
los soldados griegos que iban a tomar de noche la ciudad.

Relato de Ulises
PRESENTACIÓN
Alcínoo advirtió la emoción que embargaba al forastero. Después el rey le preguntó
su identidad. Los presentes quedaron sorprendidos al saber que se trataba del mismísimo
Ulises, de quien ya difundían historias los poetas. Todos estaban deseosos de conocer por
boca de su protagonista algunas de esas aventuras y peripecias. Y dijo así: «Suele ser
muy agradable para un invitado escuchar la divina voz de un cantor, mientras le llenan su
copa de vino, pero, rey Alcínoo, sólo tú has advertido las lágrimas que manaban de mis
ojos, has hecho silenciar la melodiosa cítara y me has pedido que te contara mis penas,

pero ¿por dónde empezar, si son muchas las desventuras que me han enviado los
dioses? Ante todo, decir que soy Ulises, el hijo de Laertes, por mi astucia bien conocido;
mi patriaes Ítaca, y no lograron disuadirme de volver a ella, ni la divina Calipso ni la
engañosa Circe, pues no hay nada más triste que estar en tierra extraña y lejos de los
tuyos. Pero, ¡venga!, sin más demora empezaré mi relato:

LOS CICONES

Después de dejar Troya, mis hombres y yo nos dirigimos a la ciudad de los


Cicones, que durante la guerra habían sido aliados de los troyanos. Asolamos la ciudad y
tomamos abundantes riquezas para repartirlas entre todos como botín, pero, ante la
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demora de mis hombres, los Cicones se reagruparon y casi lograron abatirnos. Mas, en el
último momento, conseguimos huir.

LOS LOTÓFAGOS

Nos hicimos a la mar y al doblar el cabo Malea una tempestad nos arrastró
durante nueve días; al décimo desembarcamos en el país de los Lotófagos, que se
alimentan de la flor de loto. Mis hombres probaron ese fruto de un sabor muy dulce y al
instante se olvidaron del regreso. Yo, a duras penas, logré llevármelos por la fuerza.

LOS CÍCLOPES
Poco después llegamos a la tierra de los Cíclopes, donde vimos una cueva elevada
próxima al mar. Elegí a doce de mis mejores hombres para explorarla. Me llevé un odre
de piel de cabra con vino negro, dulce como la miel, del que difícilmente podía apartarse
quien lo probaba, pues presentía que podía toparme con un hombre de fuerza descomunal
y sin noción de las leyes humanas ni divinas. Al llegar, la cueva estaba vacía, pero repleta
de quesos y de rediles de corderos y cabritos; mis hombres me suplicaron que lo
cogiéramos todo y regresáramos a las naves, pero yo, ansioso por conocer a su dueño, no
hice caso. Tras entrar su rebaño, un monstruo con un solo ojo en la frente se introdujo en
la cueva e hizo rodar una enorme piedra, cerrándonos así la única salida. Cuando nos
descubrió, dijo con una voz sobrecogedora:

-“¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Andáis errantes o sois piratas que vagan
sin rumbo, llevando las desgracias a otras gentes?”
Yo le contesté:
-“ Mi nombre es Nadie. Somos aqueos y venimos errantes desde Troya. Como muestra de
respeto, nos postramos de rodillas ante ti, esperando hospitalidad y un obsequio, como es
norma entre los huéspedes.”
Mis palabras le irritaron mucho y dijo:
-“Los cíclopes no se preocupan de Zeus ni de los dioses bienaventurados, pues somos
mucho más fuertes.”
Y él, sin mediar palabra, cogió a dos de mis hombres, los golpeó contra el suelo y se los
comió para cenar. Horrorizado, ideé un plan. Le ofrecí vino, y al probarlo, pidió más, y
muy pronto estuvo tan ebrio que se quedó profundamente dormido. Con la ayuda de mis
hombres le clavé una estaca bien afilada en el único ojo que tenía en la frente. Lanzó un
alarido espantoso e hizo rodar la piedra de la entrada mientras gritaba pidiendo ayuda a
los otros cíclopes:
-“¡Amigos! ¡Nadie me está matando con engaños!”
Ellos le contestaron que si nadie le estaba agrediendo y estaba solo, entonces no
tenía por qué gritar. Se colocó en la entrada para evitar nuestra salida, pero nosotros nos
ocultamos debajo del velludo vientre de los carneros y logramos llegar a la nave a salvo.
Ya desde el mar le increpé y le revelé mi verdadera identidad; él contestó a mis
provocadoras palabras lanzando un peñasco que casi alcanza la nave, pero, como no nos
causó ningún daño, suplicó a su padre Posidón que le vengara haciéndome sufrir todo tipo
de penalidades en mi regreso a Ítaca.

EOLIA
Desde allí seguimos adelante hasta alcanzar la isla de Eolia, reino de Eolo, el dios de los
vientos. Éste nos acogió con gran hospitalidad y nos ofreció como regalo un odre en el
que había encerrado a todos los vientos adversos. Tras diez días, partimos y, cuando las
naves ya estaban cerca de Ítaca, mis hombres abrieron el odre mientras yo dormía,
movidos por la curiosidad y la codicia. Al instante se desencadenó una terrible tempestad
que nos condujo de nuevo a la isla de Eolo. Quien al reconocer la intervención divina en
nuestras desgracias, se negó a recibirnos.

TELÉPILO: LOS LESTRIGONES

Seguimos adelante y, cuando ya casi se había agotado el ánimo de mis hombres de tanto
remar, llegamos a Telépilo, excelsa ciudad de los gigantescos Lestrigones, que resultaron
ser antropófagos. Sólo mi nave, que aún no había atracado en el puerto, consiguió
escapar.
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ISLA DE EA: LA MAGA CIRCE


De nuevo navegamos hasta llegar a otra isla, Ea, donde moraba la temible maga
Circe. Mis hombres, atraídos por su hermosa voz, entraron en su palacio y, tras beber y
comer de sus manjares, ella los convirtió en cerdos y los encerró en sus pocilgas. El dios
Hermes me proporcionó un antídoto para resistir el encantamiento y me aconsejó cómo
actuar. Al llegar al palacio de Circe, la hechicera salió a recibirme. Me hizo entrar y me
ofreció en una copa de oro un brebaje en el que había echado la droga. Se quedó
asombrada cuando comprobó que la poción no me había hechizado. Al instante cambió de
táctica e intentó seducirme, pero yo antes logré arrancarle el juramento de liberar del
hechizo a todos mis hombres. Pasamos el resto del año disfrutando de la hospitalidad de
Circe, pero tan pronto como llegó la primavera, nos entró a todos el deseo de partir. La
diosa me reveló que debíamos viajar al Hades, el reino de los muertos, y consultar al
adivino Tiresias, y me explicó cómo llegar hasta allí.

EL HADES: TIRESIAS Y ANTICLEA


Después de un día de navegación, llegamos a la entrada del tenebroso Hades. En
cuanto cumplí los ritos y sacrificios prescritos, se congregaron a mi alrededor las almas de
los difuntos. Pronto acudió el espíritu del adivino Tiresias y me predijo mis circunstancias
futuras, pero sobre todo me advirtió del peligro que correríamos si en la isla de Trinacia
mis hombres no respetaban las vacas del dios Helio Esa actuación podría suponer la
perdición de mi nave y la de los míos, y aunque yo llegara a salvarme, regresaría tarde y
solo. Además, al llegar a mi casa encontraría a unos hombres insolentes que pretenderían
apoderarse de mi esposa y de mis bienes.
Cuando me disponía a salir, me encontré a mi madre Anticlea. Ella me acarició y me
consoló, a la vez que me explicaba la situación en la que se encontraba Ítaca y mi familia.
La multitud de muertos, que se congregaron allí, y su vocerío acabaron asustándome y
regresé a mi nave.

SIRENAS, ESCILA Y CARIBDIS


Tras navegar alguna jornada, nos aproximamos a la isla de las Sirenas. Y con las
indicaciones de Circe preparé uno tapones de cera para mis hombres e hice que me
ataran al palo del barco. Les rogué también que no me desataran, aunque se lo suplicar
con todas mis fuerzas. Pronto escuché la melodiosa voz de las Sirenas, que intentaban
seducirme con sus palabras, pero, aunque yo grité y gesticulé para que me soltaran, mis
hombres no lo hicieron y así pudimos pasar de largo y logramos que la nave no encallara
en las rocas. Todavía nos aguardaba el peligro de cruzar el estrecho que custodian las
monstruosas Escila y Caribdis. Y aunque perdimos a un puñado de mis mejores hombres,
también este reto lo conseguimos superar.

TRINACIA: LAS VACAS DE HELIO


Tras todo este periplo llegamos a la isla de Trinacia, donde pacen las vacas sagradas
del dios Helio. Yo no quería detenerme, pues recordaba las palabras de Tiresias. Ante la
insistencia de mis hombres y, después de que me prometieran que respetarían los
animales sagrados, atraqué mi barco. Durante un mes los vientos contrarios nos
acompañaron y mis hombres, desesperados por el hambre, incumplieron su juramento.
Helio, muy contrariado por nuestra osadía, exigió venganza a los dioses. Entonces el
todopoderoso Zeus desencadenó tal tormenta que todos mis hombres perecieron y sólo yo
logré salvarme, asido a una viga del barco que me llevó hasta la isla de Calipso.»
En Ítaca

REGRESO AL HOGAR
Concluido el relato, todos se retiraron a dormir. A la mañana siguiente los hospitalarios
feacios cargaron la nave con todo lo necesario y llevaron a Ulises, todavía dormido, de
vuelta a Ítaca.
Solo, bajo un olivo, con la única compañía de los regalos obtenidos, Ulises despertó
en una costa brumosa, dudando de que los feacios hubieran cumplido su palabra y le
hubieran abandonado en cualquier otro lugar. Atenea acudió para informarle de que
estaba en Ítaca, de la situación en que se encontraba la isla y para explicarle los
sufrimientos de Penélope y Telémaco. La diosa, mediante un hechizo, disfrazó a Ulises
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como a un viejo mendigo andrajoso. Ulises se dirigió así a la granja del porquero
Eumeo, un fiel amigo con el que podía alojarse.
ENCUENTRO CON TELÉMACO
Cuando Ulises y su hijo Telémaco se encontraron en la granja, se fundieron en un largo
abrazo y decidieron que, para que su plan pudiera triunfar, nadie debería conocer su
verdadera identidad, ni siquiera la reina Penélope.
ARGO
A la mañana siguiente, Eumeo y Ulises se presentaron en el palacio, donde los
pretendientes seguían campando a sus anchas. Allí, junto a la puerta, encontraron un
viejo perro echado sobre un montón de estiércol, que empezó a mover el rabo. Se trataba
de su fiel perro Argo, quien falleció de emoción, tras reconocer a su amo, a quien
esperaba desde hacía diecinueve años. Ulises se quedó sentado junto a él mientras
Eumeo le traía algo para comer. Después penetró en la casa pidiendo limosna, para
comprobar si quedaba algún pretendiente de buen corazón, pero sólo encontró desprecio
y burla.
LA RECEPCIÓN DE PENÉLOPE
La reina Penélope, indignada por la escena, pidió que se ofreciera al mendigo la
misma hospitalidad con la que se había tratado a todos en palacio, pues esa era la
costumbre de su esposo. Cuando al final de la jornada los pretendientes abandonaron el
palacio para descansar, Ulises y su hijo recogieron las armas y las llevaron a una
habitación apartada. La reina se sentó junto a él para conversar.
Ulises mantuvo el engaño de su identidad y contó a la reina que él había conocido
a su esposo. Le describió su aspecto, le habló de su valor y le aseguró que seguía vivo y
que estaba muy cerca el momento de su regreso. Penélope lloró al oír al mendigo y,
agradecida, llamó a su anciana nodriza Euriclea, para que ayudara al mendigo a asearse y
así curar sus malheridos pies. Entonces la sirvienta reconoció una cicatriz en el muslo del
extranjero, la misma que un jabalí había provocado en la pierna de Ulises cuando era niño
y, al reconocer a su amo, rompió a llorar. Él le pidió que no revelara nada por el momento
y que le ayudara a preparar su estrategia. Debía someter a los pretendientes a una
prueba de tiro con su arco, que muy pocos hombres habían sido capaces de tensar. Aquel
que pudiera hacerlo y con una sola flecha atravesara las anillas de doce hachas puestas
en hilera, sería proclamado rey de Ítaca.

LA PRUEBA DEL ARCO


A la mañana siguiente, las criadas comenzaron a limpiar y disponer todo como
cada día. Los sirvientes traían cerdos y cabras para preparar el banquete. Se
presentaron después los pretendientes y el joven Telémaco empuñando una lanza.
Entonces apareció la reina Penélope con el gran arco de suesposo, un carcaj repleto de
flechas y un cofre con doce hachas que traían sus sirvientas. Planteó el desafío a los
asistentes y prometió casarse con aquel que resultara ganador. Desesperado por la
noticia, Telémaco reclamó su derecho de ser el primero en lanzar, para evitar que ninguno
de los pretendientes obtuviera la mano de su madre. Pero, por más que intentaba tensar
el arco, sus fuerzas no bastaron para conseguirlo. Uno tras otro, todos los pretendientes
probaban y no lo conseguían. En medio de tal desconcierto, el viejo mendigo pidió que se
le diera la misma oportunidad, y todos los presentes estallaron en carcajadas y
desprecios.
Pero la reina les recordó que, como huésped, tenía el mismo derecho a competir.
Mientras Eumeo le entregaba el arco y las flechas, Ulises susurró a la sirvienta Euriclea,
que cerrara todas las puertas que conducían a los aposentos de las mujeres. Tensó el arco
sin gran esfuerzo y después lanzó la flecha atravesando con gran puntería todas y cada
una de las doce anillas.
LA MATANZA DE LOS PRETENDIENTES
A continuación y ante el gran desconcierto general, atravesó a Antínoo con otra flecha
exclamando:
“¡Cobardes! Creísteis que jamás regresaría y deshonrasteis a mi esposa y a mi casa.
Ahora pereceréis uno tras otro ante mí.”
Con la ayuda de sus fieles sirvientes y de su hijo se abalanzó sobre todos ellos y,
protegido nuevamente por la diosa Atenea, les provocó la muerte. Después mandó a los
sirvientes que sacaran a los muertos al patio, que limpiaran de polvo y sangre el suelo y
las paredes, y que quemaran azufre para purificar la casa.
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REENCUENTRO DE LOS ESPOSOS


Al abrirse la puerta, las mujeres entraron en la habitación, atónitas al reconocer a su
amo. Penélope, a quien Atenea había sumido en un profundo sueño antes del combate,
bajó con Euriclea, desconfiada ante la noticia del regreso de su esperado esposo, y
encontró a Ulises despojado ya de su apariencia de mendigo y vestido con su túnica y su
manto. La reina seguía sin creer lo que veían sus ojos y prefirió someter a una última
prueba al recién llegado. Pidió que le prepararan un lecho sacando la cama que había en
la habitación nupcial. Al instante Ulises comprendió las dudas de la reina y contestó:
-“No es posible, pues yo mismo fabriqué la cama utilizando el tronco vivo de un olivo.
Sólo cortándolo podría hacerse.”
Penélope comenzó a llorar, se abrazó a Ulises besándole y le dijo:
-"Perdona mi desconfianza, amado esposo. Afligida He esperado durante largos años tu
regreso y siempre he temido las falsas razones de algún impostor. Ya no me cabe ninguna
duda de que tú eres mi esposo, el hombre por quien tanto esperé y con quien deseo
envejecer hasta el final de mis días."
Por su parte Ulises lloró también de felicidad, abrazando a su leal esposa. Después,
pacientemente, relató las aventuras y episodios que había sufrido en el camino y ordenó
que en palacio se celebrara una gran fiesta. Mientras todos bailaban y festejaban el
regreso del rey, Palas Atenea, la de ojos de lechuza, procuró que esa noche se
apaciguaran las viejas disputas y que en Ítaca y en las islas vecinas reinara por siempre la
paz.
La Odisea ARGUMENTO
La Odisea comienza en Grecia, años después de la guerra de Troya. Ulises(
Odiseo), el rey de Ítaca, no ha logrado volver a casa y muchos lo creen muerto, hecho que no
es cierto, la diosa Calipso lo retiene. Además Poseidón (dios del mar) no está dispuesto a
dejarle volver a casa por haber cegado a su hijo.
Mientras tanto, en Ítaca, su esposa Penélope es asediada de pretendientes que quieren
casarse con ella ahora que Ulises no está. La diosa Atenea guía a Telémaco, hijo de Ulises,
para que busque información sobre su padre.
Telémaco visita al rey Nestor en Pilos, este le recibe bien y le aconseja visitar al rey Menelao
en Esparta. Una vez allí este le informa que su padre está vivo y es prisionero de Calipso.
Mientras Telémaco está fuera los pretendientes de Penélope hacen planes para matarle a
su regreso. En Olimpos, Atenea ruega a su padre Zeus que tenga piedad de Ulises y que
haga que Calipso lo deje marchar. Zeus accede y Ulises emprende su viaje de regreso a
Ítaca. Entonces la barca de Ulises chocará en la tierra de los feacios, donde lo ayuda Atenea
haciendo que la princesa se enamore de Ulises y convenza a sus padres para ofrecerle
refugio y comida. A cambio los feacios le piden que cuente su historia. Es aquí donde da
comienzo el largo relato de las aventuras de Ulises.
Contará como salieron de Troya y llegaron, primero, a una tierra extranjera que
saquearon, luego llegarían a la tierra de los lotófagos (donde todo el que prueba el loto se
olvida de su hogar). Llegarían después a la isla de los Cíclopes donde ciegan a Polifemo para
poder huir, hecho que provoca la ira de su padre Poseidón. Más tarde llegarían a la isla le
Heolo, quien les ayuda metiendo en un odre los vientos desfavorables que les impiden llegar
a Ítaca, pero los hombres de Ulises lo abren, cuando ya se ve Ítaca, creyendo que contenía
un tesoro y vuelven las tempestades alejándolos de su tierra. Llegarán, de este modo, a la
tierra de Circe, hechicera que convierte a algunos de sus hombres en cerdos. Ulises, con la
ayuda de los dioses, consigue devolverlos a su forma humana y permanece con Circe un
año. Antes de irse, Circe le dice a Ulises que debe hablar con Tiresias para saber el camino
de regreso a casa. Ulises habla con él y este le profetiza que llegará a Ítaca pero con muchas
dificultades. También habla con sus amigos muertos Aquiles y Agamenón y con el espíritu de
su madre muerta de pena por su ausencia.
Tendrá que pasar por las sirenas, que con su canto atraen a los hombres hacía la muerte,
por los monstruos Escila y Caribdis que matarán a seis de sus hombres. Llegarán, después a
la isla de Helios, donde, a pesar de las advertencias de no comer las vacas que allí vivían, los
hombres de Ulises lo harán y morirán todos en una tempestad. Solo Ulises se salvará
llegando a la isla de Calipso, que lo retendrá siete años. Así termina el relato de Ulises a los
feacios, que conmovidos, lo llevarán a Ítaca. Llegará disfrazado de mendigo y con la ayuda
de su hijo Telémaco matará a todos los pretendientes de Penélope, esto provocará la ira de
muchos pero la intervención de Atenea y Zeus hará que todo vuelva a la paz.

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