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4.

3 LA EUCARISTIA COMO SACRIFICIO


Habiendo concluido la explicación de la Eucaristía como sacramento, se estudia ahora bajo su otra consideración
fundamental: la Eucaristía como sacrificio.
Aunque el sacramento y el sacrificio de la Eucaristía se realizan por medio de la misma consagración, existe entre ellos una
distinción conceptual. La Eucaristía es sacramento en cuanto Cristo se nos da en Ella como manjar del alma, y es sacrificio
en cuanto que en Ella Cristo se ofrece a Dios como oblación (cfr. S. Th. III, q. 75, a. 5).
El sacramento tiene por fin primario la santificación del hombre; el sacrificio tiene por fin primario la glorificación de Dios.
También Santo Tomás señala que el sacramento de la Eucaristía se realiza en la consagración, en la que se ofrece el sacrificio
a Dios (cfr. S. Th. III, q. 82, a. 10, ad.1). Con estas palabras indica que el sacrificio y el sacramento son una misma realidad,
aunque podemos considerarlos por separado en cuanto que la razón de sacrificio está en que lo realizado tiene a Dios como
destinatario, mientras que la razón de sacramento contempla al hombre, a quien se da Cristo como alimento.
La Eucaristía como sacramento es una realidad permanente (res permanens), como sacrificio es una realidad transitoria
(actio transiens). Se entiende como sacramento la Hostia ya consagrada en la comunión, en la reserva del sagrario, en la
exposición del Santísimo, etc.; se entiende como sacrificio en la Santa Misa, esto es, cuando se lleva a cabo la consagración.
"La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia". La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa de la ofrenda de su
Cabeza. Con El, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres.
En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su
alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo.
El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones la posibilidad de unirse a su ofrenda (Catecismo,
n. 1368).
4.3.1 Del Sacrificio en general
Por sacrificio se entiende:
a) el ofrecimiento a Dios,
b) de una cosa sensible que se destruye o inmola,
c) hecha por el ministro legítimo,
d) en reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre las criaturas.
El sacrificio es el acto principal de la religión. Ya desde los tiempos más remotos ha sentido el hombre la necesidad de
rendir a Dios homenajes debidos, y le manifiesta esta convicción sacrificando en su honor algunas criaturas: las mejores y
las más apropiadas. Además, el hombre buscó también así aplacar a Dios por los pecados cometidos, privándose de objetos
que le resultaban valiosos.
El sacrificio requiere la destrucción o inmolación de la víctima, pues sólo así se testifica el dominio de Dios sobre lo creado:
de aquello que se destruye nada queda; el hombre se priva de un bien que ofrece del todo para el solo honor de Dios.
Adán y sus hijos sacrificaban las primicias del campo y del rebaño para honrar a Dios (cfr. Gen. 4, 3). Noé, al salir del Arca,
sacrificó animales para dar gracias a Dios (cfr. Gen. 8, 20). David hizo un sacrificio cuando se privó del agua que sus
soldados le ofrecían, y la echó al suelo en honor de Dios (cfr. I Paralip. 11, 17). La inmolación del cordero pascual sirvió
para librar de la muerte a los israelitas (cfr. Ex. 12). Los judíos, en fin, ofrecían de continuo oblaciones y holocaustos en el
Templo de Jerusalén.
Todos estos sacrificios llamados sacrificios de la Antigua Ley, anunciaban y prefiguraban el verdadero y perfecto sacrificio,
el sacrificio de la Nueva Ley realizado por Jesucristo con su muerte en la Cruz.
4.3.2 El Sacrificio de la Misa
En el Antiguo Testamento Dios había manifestado a su pueblo con qué sacrificios quería ser honrado. Sin embargo, esos
sacrificios eran aún imperfectos, sombra y figura del sacrificio perfecto que le ofrecería su Hijo al venir al mundo y morir
en la Cruz: sacrificio único y de valor infinito.
En el año 420 A. C., Dios envió al último profeta, Malaquías, quien habló así en su Nombre:
"Se acabó ya mi benevolencia para con vosotros, oh sacerdotes hebreos, que me ofrecéis sacrificios en el Templo! Porque
he aquí que (la mirada del profeta escudriñaba aquí el porvenir) desde Oriente hasta Occidente mi gloria se difunde entre
todos los pueblos y en todo lugar se me ofrece una Víctima que es toda ella pura. Porque grande es mi gloria entre los
pueblos, dice el Señor "(Mal. 1, 10-11).
Este nuevo sacrificio no puede ser ninguno de la Antigua Ley. Primero, por el rechazo a los sacerdotes hebreos. Luego,
porque en la antigua alianza sólo se ofrecían sacrificios en el Templo de Jerusalén; ahora se ofrecer en todo lugar. En el
Templo, las víctimas no eran necesariamente gratas a Dios; ahora será una Víctima siempre pura y grata a su presencia, al
tratarse del mismo Hijo de Dios. Por último, los sacrificios antiguos se reservaban sólo a los judíos; ahora se extenderá entre
todos los pueblos.
Este sacrificio de la Nueva Ley es el sacrificio que Cristo realizó en la Cruz. En él se cumplen todas las condiciones del
sacrificio: el Sacerdote y la Víctima son el mismo Cristo, la inmolación consiste en la muerte del Redentor, y el holocausto
del Hijo tiene por fin la gloria de Dios Padre. Este sacrificio es del todo agradable a Dios y lo satisface de modo pleno y
sobreabundante por los pecados de todos los hombres.
En virtud de la expresa voluntad del Señor, este único sacrificio es renovado bajo las especies de pan y vino, cada vez que
se celebra la Santa Misa. El sacrificio de la Misa fue instituido en la Ultima Cena, cuando Cristo convirtió el pan y el vino
en su Cuerpo y Sangre, ordenando a los Apóstoles: Haced esto en memoria mía (Lc. 22, 19). Aquello que iba a suceder al
día siguiente -su muerte cruenta en la Cruz, para obtener el perdón de los pecados- quedaría perpetuamente renovada con la
oblación incruenta de las especies sacramentales, para que se aplicaran esos méritos infinitos obtenidos por Jesucristo con
su inmolación.
4.3.3 Relación entre el Sacrificio de la Misa y el de la Cruz
La Misa no es una simple representación, sino que es una renovación del sacrificio de la Cruz.
El Concilio de Trento (Dz. 938, 940) enseña que el sacrificio de la Misa es esencialmente el mismo de la Cruz (es una
misma la Víctima, el Sacerdote y los fines); sólo difiere en el modo como se ofrece (en la Cruz, de modo cruento, con
derramamiento de Sangre; incruentamente en la Eucaristía).
Hay también una íntima relación entre la Misa y la Ultima Cena (cfr. Dz. 938ss., 949, 957, 961, 963):
La consagración del pan y del vino hecha en la Ultima Cena tuvo principalmente carácter de sacramento, porque lo que
pretendió Cristo fue especialmente darse como alimento. Pero tuvo también carácter de sacrificio. En efecto, si la Víctima
no fue inmolada en ese momento, sí fue ofrecida para ser inmolada en la Cruz (esto es mi Cuerpo, que ser entregado por
vosotros. Esta es mi sangre, que será derramada por vosotros""; Lc. 22, 19-20). Se ve, pues, que su Cuerpo y su Sangre
tuvieron ya carácter de víctima inmolada; y por eso si la Misa es la renovación del sacrificio de la Cruz, la Ultima Cena fue
la anticipación de él.
La Santa Misa remite directamente al Sacrificio de la Cruz, anunciado y sacramentalmente anticipado, pero aún no
consumado, en la Última Cena. La Santa Misa fue instituida en la Ultima Cena, no para perpetuarla, sino para perpetuar el
Sacrificio de la Cruz. Por eso, en sentido estricto, la primera Misa sólo pudo celebrarse después del Sacrificio del Calvario,
aunque se pudo hacer en virtud de la institución sacramental de la noche anterior.
4.3.4 La esencia del Sacrificio de la Misa
En la estructura de la Misa encontramos las siguientes partes (cfr. Catecismo, nn. 1348 a 1355):
- los ritos iniciales;
- la liturgia de la palabra (lectura de los libros sagrados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento);
- la liturgia eucarística (desde el ofrecimiento del pan y del vino hasta la comunión del sacerdote, teniendo como parte
central la consagración);
- el rito de comunión;
- los ritos de conclusión.
La esencia de la Santa Misa como sacrificio consiste en la consagración de las dos especies, que se ofrecen a Dios como
oblación (cfr. S. Th. III, q. 82, a. 10). Con la doble consagración se manifiesta la cruenta separación del Cuerpo y la Sangre
de Jesucristo en la Cruz.
"La divina Sabiduría ha hallado un modo admirable para hacer manifiesto el Sacrificio de nuestro Redentor, con señales
inequívocas que son símbolo de muerte, ya que gracias a la transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre
de Cristo, las especies eucarísticas simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre" (Pío XII, Enc. Mediator
Dei).
De acuerdo a lo anterior, no constituye la esencia de la Misa la parte didáctica o de la palabra (error protestante), ni la sola
comunión (cfr. Dz. 948), ni se requiere para el sacrificio la presencia de los fieles (cfr. Dz. 944), ni el asentamiento de la
comunidad para que la Misa tenga lugar, etc.: la esencia de la Misa es la doble consagración.
4.3.5 Fines del Sacrificio de la Misa
Siendo el Sacrificio de la Misa el mismo Sacrificio del Calvario, sus fines resultan también idénticos. De acuerdo a la
enseñanza del Concilio de Trento (cfr. Dz. 940 y 950) son cuatro los fines de la Misa:
1) Alabar a Dios, reconociéndolo como Ser Supremo (fin latréutico).
El fin principal de la Misa es dar a Dios la adoración y alabanza que sólo El merece. Este acto se realiza por la inmolación
en su honor de la Víctima de infinito valor: el Hombre-Dios.
Cuando la Iglesia celebra misas en honor de los santos, no ofrece el sacrificio a los santos, sino sólo a Dios. La Iglesia hace
tan sólo conmemoración de los santos con el fin de agradecer a Dios la gracia y la gloria concedidas a ellos, y con el
propósito de invocar su intercesión: Dz. 941, 952.
2) Darle gracias por los beneficios recibidos (fin eucarístico).
La Misa realiza de manera excelente el deber de agradecimiento, pues sólo Cristo, en nuestro nombre, es capaz de retribuir
a Dios sus innumerables beneficios para con nosotros.
3) Moverlo al perdón de los pecados (fin propiciatorio), toda vez que el mismo Cristo dijo: Esta es mi sangre, que será
derramada para el perdón de los pecados"" (Mt. 26, 28).
A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante, méritos remisores de los pecados de vivos y
difuntos.
Trento declaró que, según tradición apostólica, la propiciación puede aplicarse también por las almas del purgatorio (cfr.
Dz. 940, 950).
4) Pedirle gracias o favores (fin impetratorio), pues la Misa tiene la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.
¿Qué es la misa?
– La Santa Misa es:
· La celebración del misterio-sacrificio Pascual (pasión, muerte, resurrección) de Jesucristo. Hecho presente y eficaz al
interno de la comunidad cristiana: “Celebramos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!”;
· La presencia verdadera, real, sustancial de Cristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad: verdadero Dios y verdadero
Hombre;
· El baquete-comunión con Cristo y, gracias a Él, con los hermanos: mediante su sacrificio, Cristo nos une maravillosamente
a sí mismo y entre nosotros, a modo de constituir una “sola cosa”;
– Cristo en la misa:
· Alaba y da gracias a Dios Padre (eucaristía);
· Actualiza su sacrificio Pascual (memorial);
· Se hace presente realmente con su Cuerpo y con su Sangre en el pan y el vino consagrados con el poder del Espíritu Santo
(transustanciación);
· Se convierte en comida y bebida para nuestra salvación eterna (banquete).
¿Quién ha instituido la misa?
Cristo Señor ha instituido la Misa el jueves Santo, la noche en que fue entregado.
¿Qué quiere decir que la misa es el memorial del sacrificio de Cristo?
La Santa Misa es un memorial porque hace presente y eficaz sobre el altar, de modo incruento, el sacrifico que Cristo, en
modo cruento, ha ofrecido al Padre en el Calvario por la salvación de todos los hombres.
La Santa Misa no es, por tanto, solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino que hace presente y actual
aquel único sacrificio perfecto de Cristo sobre la Cruz.
Idénticos son la víctima y el oferente: Cristo. Idéntica la finalidad: la salvación de todos. Diverso es el modo de ofrecerse:
cruento sobre la Cruz del Calvario, incruento en la Santa Misa.
¿Qué quiere decir ‘transubstanciación’?
Significa que en la Misa, gracias al poder del Espíritu Santo, el pan de grano y el vino de uva se convierten, sustancialmente,
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Tridentineelevation ¿Qué relación existe entre la Misa y la Iglesia?
– La Eucaristía expresa y constituye la Iglesia, como auténtica comunión del pueblo de Dios, en su rica pluralidad y en su
íntima unidad. El mismo pan eucarístico, hecho a base de muchos granos, y el vino eucarístico, hecho de muchas uvas,
significan la unidad y la pluralidad del pueblo cristianos que celebra la Eucaristía.
– La Eucaristía hace la Iglesia, en el sentido que la Eucaristía la reúne, la manifiesta, la nutre, la fortalece, la hace crecer en
calidad y la envía a toda la humanidad.
– Y al mismo tiempo, la Iglesia hace la Eucaristía, la celebra, la ofrece al Padre, unida a Cristo en el Espíritu Santo.
– La Eucaristía es el culmen de la liturgia. Es el compendio y la síntesis de nuestra fe. Contiene todo el tesoro espiritual de
la Iglesia, es decir, a Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro pan vivo. Es el lugar privilegiado en el cual la Iglesia confiesa
su fe y la confiesa en el modo más alto y más completo.
¿Cuál es la relación entre la misa y la vida cotidiana?
– La Misa constituye el centro de toda la verdad cristiana para la comunidad cristina, universal y local, y para cada uno de
los cristianos.
De hecho la Misa:
· Es el culmen de la acción con la cual Dios santifica al mundo en Cristo, y del culto que los hombres dan al Padre;
· Es fuente y vértice de toda la vida cristiana. Se pone al centro de la vida eclesial. Ella une el cielo y la tierra. Abarca y
penetra toda la creación;
· Es el punto de llegada y de partida de toda actividad de la comunidad cristiana y de cada fiel. De la Misa que se va al
mundo, o sea, se va hacia la propia actividad cotidiana con el propósito de vivir lo que se ha celebrado (Misa – enviados –
misión en el mundo).
Y a la Misa que se regresa, o sea, todos llenos del propio trabajo (Eucaristía, ofrecimiento y alabanza por todo y de todo
que se ha hecho por medio de Cristo);
· Es el centro, la norma, el modelo y el momento más sublime de toda oración de la Iglesia y de cada cristiano;
· Es la cita de amor semanal, o cotidiana, con Aquel che se ha entregado totalmente por nosotros;
· Es el sacramento en el cual se manifiesta y se actualiza el misterio de Cristo, el misterio de la Iglesia, el misterio de la
persona humana, la cual se expresa y se realiza completamente en la celebración de la Misa;
– Es la luz y la fuerza para nuestro peregrinar terreno y suscita y alimenta nuestro deseo de vida eterna: el paraíso.
¿Existe una oración que sea igual o supere a la misa?
Absolutamente no. La Santa Misa supera la cualquier oración, y más aún, ninguna otra acción de la Iglesia iguala su eficacia
al mismo título y al mismo grado. La Misa es lo más hermoso que la Iglesia pueda tener en su camino por la historia. En
ella se encierra todo el bien espiritual de la Iglesia.
¿Es obligatorio participar en la misa?
Los cristianos tienen la obligación de participar en la Misa todos los domingos y en las otras fiestas de precepto, a menos
que haya graves motivos (enfermedad…). En el caso de que no haya motivo grave, el cristiano que no cumple con esta
obligación comete un pecado mortal.
¿Por qué es una obligación asistir los domingos?
Porque Cristo Jesús resucitó el domingo. Y la resurrección de Cristo es el evento central de toda la vida de Cristo y de
nuestra fe cristiana: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor. 15,14).
¿Cómo se santifica el domingo?
– Participando en la Santa Misa.
– Dedicándose a aquellas actividades que permiten:
· Dar culto a Dios (mayor tiempo dedicado a las oraciones personales y familiares, a los encuentros y a las lecturas de
profundización religiosa; visitando el cementerio…);
· Atender la propia vida familiar, conyugal;
· Asegurar el justo y necesario descanso del cuerpo y del espíritu;
· Dedicarse a las obras de caridad, sobre todo en el servicio a los enfermos, a los ancianos, a los pobres…
¿Cuál debe ser nuestra actitud en relación con la Santa Misa?
La Santa Misa, por lo que es en sí misma, requiere de nuestra parte:
– Una fe grande (“misterio de la fe”) que lleva a acoger toda la riqueza del misterio;
– Una disponibilidad continua para profundizar, mediante la catequesis, aquello que se celebra, de modo que pueda
convertirse en Vida para nuestra vida.
– Una formación adecuada, en favor de una participación plena, consciente y activa en la celebración eucarística.
– Una participación festiva y comunitaria. Precisamente debido a este carácter comunitario de la Misa, son de gran
importancia:
· Los diálogos entre el celebrante y la asamblea;
· El canto: signo de la alegría del corazón: “El que canta, ora dos veces”;
· Los gestos y las actitudes (estar de pie, de rodillas, sentados…), que expresan y favorecen la intención y los sentimientos
interiores de participación, y que son signo de la unidad de espíritu de todos los participantes;
– Una pureza de conciencia: sólo quien está en paz con Dios y los hermanos participa plena y eficazmente en la Misa;
– Una participación completa. Lo cual exige:
· Puntualidad para llegar al inicio de la Misa;
· Participación atenta a la mesa de la Palabra de Dios;
· Participar del banquete del Cuerpo de Cristo (Tomad y comed todos de él…”);
¿Es necesario comulgar cuando vamos a la Misa?
Es una cosa muy buena que los católicos, cada vez que participan en la Santa Misa, se acerquen a tomar la Sagrada
Comunión. Sin embargo, no se permite comulgar más de dos veces al día.
¿Quién puede comulgar?
Puede comulgar todo católico que esté en gracia de Dios, esto es, quien después de haber examinado atentamente su
conciencia, sepa que no está en pecado mortal, ya que en tal caso cometería un sacrilegio: “Quien come de modo indigno
el pan o bebe el cáliz del Señor… come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,27-29).
¿Cómo acercarse a la comunión?
– Con respeto: también con las actitudes del cuerpo (los gestos, vestiduras dignas…) se expresa el respeto, la solemnidad,
la alegría de este encuentro con el Señor;
– Con el ayuno por lo menos de una hora;
– Después de haber participado, desde el inicio, de la celebración de la Misa, y comprometiéndose a agradecer a Dios per
el gran don recibido, aún después de la Misa, a lo largo de todo el día y durante toda la semana.
¿Por qué es importante respetar las normas litúrgicas en la Santa Misa?
– Las normas litúrgicas:
· Expresan y tutelan la Santa Misa, la cual, en cuanto obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es la acción
sagrada por excelencia;
· Permiten respetar y actualizar el intrínseco vínculo entre profesión y celebración de la fe, entre la lex orandi y la lex
credendi. La sagrada Liturgia, en efecto, está íntimamente unida con los principios de la doctrina, y el uso de textos y ritos
no aprobados conlleva, por consecuencia, que se debilite o se pierda el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi
· Los fieles tienen el derecho de exigir de sus pastores que se celebre en modo íntegro el sacrificio de la Santa Misa, en
plena conformidad con la doctrina del Magisterio de la Iglesia.
· Son expresiones del auténtico sentido eclesial. A través de ellas pasa todo el flujo de la fe y de la tradición de la Iglesia.
La misa no es propiedad privada de nadie, ni del celebrante, ni de la comunidad en la cual se celebran los Misterios. La
obediencia a las normas litúrgicas de descubre y se valora como el reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, hecha
presente en toda celebración eucarística.
· Garantizan la validez, la dignidad, el decoro de la acción litúrgica, y con ello también el “hacerse presente” de Cristo.
· Conducen a la conformidad de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo, que se expresan en las palabras y en
los ritos litúrgicos.
· Exprimen y garantizan el “derecho” de los fieles a una celebración digna, y por tanto, también su derecho a exigirla. En
caso de que haya incumplimientos y abusos, deben señalarse, en la verdad y con caridad, a la legítima autoridad (al Obispo
o a la Santa Sede).
¿Qué daños causan los abusos litúrgicos?
– Los abusos litúrgicos no sólo deforman la celebración, sino que provocan inseguridad doctrinal, perplejidad y escándalo
en el pueblo de Dios. No respetar las normas litúrgicas contribuye a oscurecer la recta fe y la doctrina católica en lo que
respecta a este Sacramento admirable. Los abusos litúrgicos, más que una expresión de libertad, manifiestan un
conocimiento superficial o bien una ignorancia de la gran tradición bíblica y eclesiástica relativa a la Eucaristía, que se
expresa en tales normas.
– El Misterio confiado a nuestras manos es demasiado grande para que alguien se permita tratarlo con tal arbitrio personal,
que no respete su carácter sacro y su dimensión universal.
¿Que han dicho algunos santos acerca de la Eucaristía?
– “Si vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros, entonces vuestro mismo misterio se encuentra sobre la mesa
eucarística. Debéis ser lo que veis y debéis recibir los que sois” (San Agustín).
– “Solamente la Iglesia puede ofrecer al Creador esta oblación pura (la Eucaristía), ofreciéndole con agradecimiento lo que
proviene de su misma creación” (San Irineo).
– “La Palabra de Cristo, que pudo crear de la nada lo que no existía, ¿no puede transformar en una sustancia diversa aquello
que existe? (San Ambrosio).
– “La Eucaristía es casi la coronación de toda la vida espiritual y el fin hacia el cual tienden todos los sacramentos” (Santo
Tomás).

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