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Honda felicidad

En punto de las nueve de la noche, el hombre se levantó de su asiento, tomó las


llaves y arrastró los pies hasta la puerta. ¿Cómo es que había terminado ahí?
Después de haber arrojado al suelo al pequeño hijo del patrón. ¡Qué no se puede
estar quieto, dijo, cuando los gritos y las carreras de éste lo hicieron perder la cabeza!
Cuidar del invernadero fue lo único que le ofrecieron y aceptó no porque le agradara
sino porque a sus cincuenta y cuatro años se sentía demasiado viejo y cansado como
para buscar otras opciones. La primera semana paso rápido y sin ningún sobresalto.
Plantas iban y venían. Fue en la cuarta semana que una vez más sintió que las fuerzas
lo abandonaban. Ni siquiera el verde de las hojas, el color exuberante de las flores,
el olor a tierra mojada, le devolvían el ánimo. Pero volvamos al principio, cuando en
punto de las nueve, nuestro hombre se levanta de su asiento, toma las llaves y
arrastra los pies hasta la puerta. Volvió la mirada y vio que todo estaba en orden,
ese orden que no era otra cosa más que su gran «negligencia». El invernadero, todos
los notaban menos él, moría lentamente. Al fondo, las luces de los arbotantes
iluminaban de manera tenue, distinguió la silueta de una muchacha. ¿Cómo entró?
¿Quién era? ¿Por qué estaba ahí? El hombre se volvió por completo y avanzó hacia
aquella imagen que se confundía con las hojas de los arbustos, pero no por eso dejaba
de ser hermosa, perfecta. ¿Acaso era la mujer de don Carlos, la mujer que mató hace
más de cuarenta años, cuando la encontró con Matías su sirviente? ¿El invernadero
era su casa entonces? Sobra decir que nuestro hombre, mientras se acercaba se volvía
fuerte, ágil, jovial. De pronto sintió dentro de su cuerpo la temperatura ardiente del
deseo y ya nada lo detuvo: se arrojó a los brazos abiertos de la muchacha desnuda y
los dos se ahogaron en un profundo aliento oscuro. Al día siguiente lo encontraron
abrazado a su propio cuerpo extinto. Su cara, dijeron, reflejaba la honda felicidad
que brinda el placer.

El inventor____________________________________

Trabajó años enteros en el proyecto: un teléfono que ayudaría a perfeccionar la


especie humana. Llevarlo prendido al cinturón o en el bolso, equivalía a dejar de
sentir dolor, inquietudes, sentimientos innecesarios. Sin repiquetear siquiera (el
celular conectado por medio de señales a una matriz altamente sofisticada, y esta a
su vez, con la corriente extrasensitiva y extranivelada del espacio), las aflicciones,
los recuerdos, la maldad, los prejuicios, desaparecerían. El inventor pensó en
hombres que, abandonando su estado de víctimas, fueran grandes comerciantes,
gerentes, empresarios, escritores, doctores, gobernantes.
Con animales, el experimento fue un éxito. Los conejos olvidaron el estrés y se
volvieron más amigables, incluso con los gatos y los perros. Por supuesto, para
sorpresa del inventor, la fama le dio un giro total a su vida: entrevistas, conferencias,
presentaciones y la postulación al Premio Nobel de las Ciencias. Sin embargo, de
pronto, como predestinado a esa misma fuerza que haría a los hombres exitosos y

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felices, su nombre fue detractado por la comunidad científica. La televisión, los
diarios y revistas, pronto mostraron interés en otros temas, según la declaración de
los mismos, de mayor importancia. Dicen que la aflicción lo llevó a abandonar su
proyecto y huir definitivamente de la ciudad. Vive en una cabaña muy pequeña,
allá, en medio del bosque solitario.

La despedida________________________________

Me pongo a pensar de otra manera sobre la despedida. Lo que me parece extraño es


que sus brazos rodearon mi cuello y los míos su cintura. Un par de segundos más
tarde, todo lo vivido caía de bruces al suelo. El otro día leí que lo más importante a
la hora de la ruptura es que el otro no vea tus lágrimas. Así, pues, di la vuelta y
caminé sin detenerme. Nunca jamás sospeché que la relación terminaría así. Los
últimos días había llorado bajo la regadera. Pese al llanto, a su cuerpo abatido por la
tristeza, se veía hermosa a través de la cortina transparente. ¿Qué sucedió? Todo
parecía normal. Eran pasadas las siete de la noche que yo llegaba a la casa. Entonces
iba de un lado a otro: me recibía, me ayudaba a quitarme la corbata, el saco,
guardaba el portafolio y me servía la cena. Los dos reunidos siempre a la misma
hora. Hubo tardes-noches que transcurrieron en absoluto silencio, sólo un gesto, una
pequeñísima intervención que le permitía alcanzar mis manos. Otras, en cambio,
eran alegres, vibrantes, diálogos que fluían hasta horas muy avanzadas. El lector
comprenderá que si ella, en esta evocación, está sentada a la mesa, hubo
circunstancias que la trajeron aquí. No quiero alterar el orden de la historia, pero en
este retroceso, ella está en mi cama, confiándome su cuerpo como nunca lo ha hecho
antes. Yo me movía nervioso y cuando terminamos, la cubrí celosamente con la
cobija. Nadie más, prométeme que nadie más, y ella asintió con una sonrisa que le
devolvió la infancia. Un paso hacia atrás y estoy parado justo en el cartel que anuncia
el espectáculo. No estoy convencido pero entro dejándome llevar por los aplausos.
Había demasiada gente. Las mujeres bailaban en el centro de la pista. Cuando
terminaron, una de ellas me tomó por la espalda, me dio un beso en la oreja. No
cobro caro, me dijo, incluso no cobro las chupaditas. En el hotel, le separé
suavemente las piernas y la penetré como quien descubre un continente. Un tumulto
de sensaciones se me vinieron encima. Puedo decir que me enamoré, sí, me enamoré.
Jenny se entregó completa y no dudé en invitarla a mi casa. Primero un día, luego
semanas, un año y el otro. Como ese primer día, no había mañana, tarde o noche que
termináramos jadeantes. Sin embargo, esa mañana, antes de salir al trabajo, la
escuché llorar bajo la regadera. La ensoñación había terminado. Me citó frente a la
plaza, junto a la luminaria que, en la promesa de vivir juntos el resto de la vida, nos
guiaría como un faro a los barcos. Nos abrazamos, nos despedimos. Sin comprender
lo sucedido, sé que terminaré por acostumbrarme nuevamente a mis cenas solitarias.

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Historia de los números.
A manera de ensayo____________________________

Pienso en un mundo habitado por el agua, mucho antes de la creación, cuando el ser
que lo verá todo, lo sabrá todo, lo dirá todo, aún no existía. Podemos decir, entonces, que
de esta misma agua, pero muchos siglos después, nacieron infinidad de seres. Dios,
por supuesto, también nació del agua. El hombre, que luego crearía su primera
fogata, su primera ciudad, su primera guerra, como lo escribe Fermín Petri Pardo,
también surgió de ésta. El hombre dijo llamarse Uno y a sus hijos los bautizó con el
nombre de Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Con su segunda esposa, nacieron Seis, Siete y
Ocho. No cabe en este brevísimo ensayo, explicar cómo estos primeros personajes-
números, se multiplicaron hasta lo infinito. Lo que sí es válido, es referirme al
hombre que en pleno siglo XXI y con el mayor avance tecnológico, deja de lado la
hoja garabateada y mira su reloj pulsera. A la pregunta expresa por parte de uno de
sus alumnos ¿pudiéramos existir sin números?, responde con un no categórico y,
sentado a la mesa, las noticias en el televisor, defiende de manera escrita su postura.
Lo que ahora se llama lento, rápido, largo, corto, divisible o extenso, el sueño, el
amor, el placer, el sexo, la fascinación y las medidas perfectas 90, 60, 90 de la mujer;
los 21 centímetros de largo y 17 de circunferencia del miembro masculino, serían
como en el principio: agua, nada. La luz, la fortuna y la eternidad (Dios y el diablo
¿cómo contarán los pecados, las vergüenzas, las infidelidades?) tampoco estarían a
nuestro alcance. No dudo, apreciable lector, que después de leer el pensamiento
disparatado del hombre, te sientas de pronto agobiado por el miedo. El mismo
miedo que nos provocan los genocidios, las enfermedades, los crímenes, la
explotación de recursos naturales… ¿Qué existiría, pues? O mejor dicho, los
números arrebatados ¿qué quedará de nosotros? El hombre mira la hora en el reloj
pulsera y pone punto final. Lo demás (eso que ya suprime, rompe, quema) es
definitivamente innecesario. Se levanta, se ajusta el abrigo, toma las llaves y cierra
la puerta. Aparecen la noche y sus estrellas palpitantes.

Mi vecina de enfrente y su gato


Mi vecina de enfrente, se llama Ana y tiene un gato blanco que se llama Pank. Es un
gato muy cariñoso pero es también un poco
fresco, se cuela por las ventanas de los vecinos de su planta y se va derechito a la
cocina jejeje tonto no es no, ahí empieza a reclamar su parte de festín y hasta que no
se lo das, el muy gamberro no se va a su casa... Me encanta el gato de mi vecina y
quiero una mascota igual, para criarlo desde pequeño, darle cariño, ser su amiga y
cuidar de él.
No sé si comprarlo con mis ahorros o pedirlo como regalo de cumpleaños... Lo que
sí sé y de lo que sí estoy muy segura es que quiero una mascota que sea gato y le
pondré por nombre.... emmm, no sé.... Rubaibal, sí, me gusta!! Ya os contaré si me la
regalan o yo me compro la mascota.

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CUENTO:
Los Geniecillos Holgazanes
Erase unos duendecillos que vivían en un lindo bosque. Su casita pudo haber sido
un primor, si se hubieran ocupado de limpiarla. Pero como eran tan holgazanes la
suciedad la hacía inhabitable.
-Un día se les apareció la Reina de las hadas y les dijo:
Voy a mandaros a la bruja gruñona para que cuide de vuestra casa. Desde luego no
os resultará simpática…
Y ‘llegó la Bruja Gruñona montada en su escoba. Llevaba seis pares de gafas para
ver mejor las motas de polvo y empezó a escobazos con todos. Los geniecillos
aburridos de tener que limpiar fueron a ver a un mago amigo para que les
transformase en pájaros. Y así, batiendo sus alas, se fueron muy lejos…
En lo sucesivo pasaron hambre y frío; a merced de los elementos y sin casa donde
cobijarse, recordaban con pena su acogedora morada del bosque. Bien castigados
estaban por su holgazanería, errando siempre por el espacio…
Jamás volvieron a disfrutar de su casita del bosque que fue habitada por otros
geniecillos más obedientes y trabajadores.
Fin

FÁBULA:
” EL GATO Y EL RATONCITO”
¡Qué lindo y gracioso eres!- le dijo el gato Micifuz a un pequeño ratoncito-.
ven conmigo, ratoncito lindo, ven…
-¡No vayas!- le dijo mamá ratona-.
Tú no sabes las mentiras que dice ese gato para atraparte.
-Ven, pequeño, ven –insistía el gato-.
¡Mira este rico queso y este jamón que tengo para ti!
-No vayas, hijito. Sé prudente.
Si obedeces lo que te digo, no te Arrepentirás.
-¡Bah! No lo creas. Mira, te daré este Bizcocho- continuó diciendo el gato.
Déjame ir, mamita. Él solo quiere regalarme comida es mi amigo –suplicó el
ratoncito ingenuamente.
Te repito hijo, no debes creer en él – dijo angustiada la mamá ratona.
Sin que su madre se diera cuenta, el ratoncito salió al encuentro del gato. Al instante,
gritó muy asustado:
¡Socorro, mamá socorro! ¡El gato me quiere comer!
Como pudo, el ratoncito corrió hasta su cueva y le pidió perdón a su mamá por
haberla desobedecido.
Quien escucha sabios consejos dirige sus pasos por buen camino.
Esopo

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LEYENDA:
La leyenda de Bochica
Hace mucho tiempo, un hombre se le apareció a los indios muiscas. Este hombre,
llamado Bochica, les enseñó a los indios a cultivar la tierra, a hacer ollas de barro
cocido, a utilizar el maíz y a tejer mantas en algodón.
Se dice que en un tiempo, los muiscas se dedicaron a tomar mucha chicha, tanta, que
esta situación disgustó al dios Chibchacum, quien como castigo mandó a llover
fuerte durante muchos meses.
De esta forma, se inundó la sabana de Bogotá, se acabaron los cultivos y murieron
muchos muiscas.
El sufrimiento del pueblo muisca era tan grande, que Bochica decidió ayudarlos. Fue
así como con su varita de oro rompió una roca y formó el Salto de Tequendama para
que saliera toda el agua de la sabana de Bogotá.

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches,
duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura
los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo
de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los
días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino.

Fábula “El caballo viejo”, de Esopo


Un caballo viejo fue vendido para darle vueltas a la piedra de un molino. Al verse
atado a la piedra, exclamó sollozando:
- ¡Después de las vueltas de las carreras, he aquí a que vueltas me he reducido!
Moraleja: No presumáis de la fortaleza de la juventud.
Para muchos, la vejez es un trabajo muy penoso.

Fragmento de La Eneida, de Virgilio


Canto las armas y a ese hombre que de lastas de Troya
llegó el primero a Italia prófugo por edo y a las playas
lavinias, sacudido por mar y por tierra la violencia
de los dioses a causa de la ira obstinada de lael Juno,
tras mucho sufrir también en la guerra, hasta que fundó
la ciudad y trajo sus dioses al Lacio; de ahí el pueblo latino
y los padres albanos y de la alta Roma las murallas.

El manuscrito de un loco de Charles Dickens


Las noches aqui son largas algunas veces, muy largas; pero nada son en comparacion
con las inquietas noches y terribles ensueños de aquel tiempo. Su recuerdo me
estremece. Grandes, sombríos fantasmas con maliciosos rostros se sentaban en los

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rincones de mi cuarto,y de noche se inclinaban sobre mi, incitándome á la locura.
Me decian en voces atronadoras que el suelo de la antigua casa en que murió el
padre de mi padre, estaba aun manchado de su sangre, derramada por su propia
mano en el furor de su locura. Me cubria los oidos con las manos, pero me gritaban
y me gritaban hasta que el cuarto se estremecia con sus acentos, y por todas partes
oia que en la generacion anterior á la suya la locura durmió, pero que su abuelo
habia vivido por años con sus manos entre grillos, para evitar que se hiciesen
pedazos. Sabia que decian la verdad, lo sabia bien. Lo habia descubierto años hacia,
aunque me lo quisieron ocultar.

Galerna, de Joaquín Dicenta


Así, esclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañés, canta
su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por el espacio en himno
de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.
¡Amanecer tibio de Julio, el aire te embellece con el musicar de sus besos sobre las
hierbas enjoyecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venir sobre las aguas del
Cantábrico, que se deshace contra el rocaje en caireles de espuma!...
A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.

Volar
Había una vez un rey muy caprichoso que tenia una hija muy hermosa y buena.
Quería casarla, aunque puso una condición algo absurda. Estableció que seria
elegido aquel hombre que fuera capaz de hacer volar un halcón que desde hace un
tiempo estaba posado en una rama.
Y nadie, absolutamente nadie hasta el presente había logrado hacerlo. Una cantidad
de personajes aparecieron en el palacio y con distintas mañas intentaron que el
pájaro volara, sin embargo ninguno lo consiguió.
Cuentan que una mañana el rey se levanto y vio volando al halcón por su jardín. Su
hija ya tenia pretendiente y cuando lo mandó llamar le pregunto como había hecho
semejante milagro. Cuando estuvo frente al campesino le dijo:
– ¿Tú hiciste volar al halcón?
– ¿Como lo hiciste?
– ¿Eres mago, acaso?
Entre feliz e intimidado, el hombrecito solo explico:
– No fue difícil, Su Alteza.
– Solo corté la rama.
– Entonces el halcón se dio cuenta que tenía alas y simplemente se largó a volar.

La confesión
En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por
la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que
había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.

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Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le
permitieron recibir a su mujer, en la celda.
-¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D’Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
-Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si
hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.

El samuray y los tres gatos


Un samurai tenia problemas a causa de un raton que habia decidido compartir su
habitacion. Alguien le dijo: Necesitas un gato. Busco uno en el vecindario y lo
encontro: era un gato impresionante, hermoso y fuerte. Pero el raton era mas listo
que el gato y se burlaba de su fuerza.
El samurai adopto un segundo gato, muy astuto. Desconfiado, el raton solo aparecia
cuando aquel se dormia.
Entonces le trajeron al samurai el gato de un templo zen.
Tenia aspecto distraido, era mediocre y parecia siempre soñoliento. El samurai
penso: no sera este el que me librara del raton.
Sin embargo, el gato, siempre soñoliento e indiferente, pronto dejo de inspirar
precauciones al raton, que pasaba junto a el sin apenas hacerle caso. Un dia,
subitamente, de un zarpazo, lo atrapo.

La seguridad de la ostra
Una ostra estaba muy orgullosa de su caparazón. Le decía a un pez:
– El mío es un castillo muy fuerte.
– Cuando lo cierro, nadie puede hacer más que apuntarme con el dedo.
Así, mientras estaban hablando, se sintió un chapoteo. El pez huyó rápidamente,
mientras que ella se encerró en su envoltorio. Pasó un buen rato y la ostra empezó a
preguntarse qué había sucedido. Como todo parecía muy tranquilo, abrió sus valvas
para indagar y notó que ya no se hallaba en su medio habitual.
Efectivamente, estaba junto a una gran cantidad de ostras, en un puesto de mercado,
debajo de un cartel que decía:
– 4,50 la docena

Circo pobre
En un circo pobre cada artista tiene que cumplir varias funciones. Si nos fijamos bien,
sin dejarnos engañar por el cambio de traje y maquillaje, veremos que muchos tratan
de aprovechar sus habilidades en varias suertes. Por ejemplo, la equilibrista es la
écuyère, los acróbatas son contorsionistas, el director del circo es el boletero y
también el mago (ante el público, ante los acreedores). Algunos son más difíciles de
descubrir, porque eligen papeles muy distintos entre sí, como la trapecista que hace
de mono amaestrado (o al revés), los elefantes que trabajan de acomodadores, los
payasos convertidos en aro de fuego. Pero la prueba más difícil es la del domador,
que es también el tigre, cuando tiene que meter la cabeza adentro de su propia boca.

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El emperador de china
Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio
imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus
órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre
ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un
año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró
al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo – Durante un año
un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el
emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan
perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.

El avaro y el oro
Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró
en la tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que
pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro,
robándosela.
El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se
lamentaba amargamente. Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja,
lo consoló diciéndole:
– Da gracias de que el asunto no es tan grave.
– Ve y trae una piedra y colócala en el hueco.
– Imagínate entonces que el oro aún está allí.
– Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca
ningún uso de él.

Los relojes
Me avergüenza confesar que hasta hace muy poco no he comprendido el reloj. No
me refiero a su engranaje interior- ni la radio, ni el teléfono,ni los discos de
gramófono los comprendo aún: para mí son magia pura por más que me los
expliquen innumerables veces-, si no a la cifra resultante de la posición de sus agujas.
Estas han sido para mí uno de los mayores y más fascinantes misterios, y aún me
atrevo a decir que lo son en muchas ocasiones. si me preguntan de improviso que
hora es y debo mirar un reloj rapidamente, creo que en muy contadas ocasiones
responderé con acierto. Sin embargo, si algo deseo de verdad, es tener un reloj.
Nunca en mi vida lo he tenido. De niña nunca lo pedí, porque siempre lo consideré,
algo fuera de mi alcance, más alla de mi comprensión y de mi ciencia. Me gustaban,
eso sí. Recuerdo un reloj alto, de carrillón, que daba las horas lentamente, precedidas
de una tonada popular:
Ya de van los pastores a la Expremadura.
Ya se queda la sierra triste y oscura…

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También me gustaba un reloj de sol, pintado en la fachada de una iglesia, en el
campo. Este reloj me parecía tan cabalístico y extraño que, a veces, tumbada bajo los
chopos, junto al rio, pasaba horas mirando como la sombra de la barrita de hierro
indicaba el paso del tiempo. Esto me angustiaba y me hundía, a la vez, en una
infinita pereza.
Cómo me inquieta y me atrae el tictac sonando en la oscuridad y el silencio, si me
despierto a medianoche. Es algo misterioso y enervante. Durante la enfermedad, si
es larga y debemos permanecer acostados, la compañía del reloj es una de las cosas
imprescindibles y a un tiempo aborrecidas. Me gustan los relojes, me fascinan, pero
creo que los odio. A veces, la sombra de los muebles contra la pared se convierte en
un reloj enorme, que nos indica el paso inevitable. Y acaso, nosotros mismos, ¿ no
somos un gran reloj implacable, venciendo nuestro tiempo cantando ?
Deseo tener un reloj. Muchas veces he pensado que me es nece-sario. No sé si llegaré
a comprarmelo algún día. ¿ Lo necesito de verdad? ¿ Lo entenderé acaso?

La leyenda china
Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una
mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito.
Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado:
Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos
como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse
nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que
también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este
caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un
semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí,
en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía
enfrente.

UNO

Martín, que es el hombre más triste de toda la galaxia, sale a comprar el pan a las
seis de la mañana todos los días junto a Malabar, su perro. Para llegar a la panadería,
ha de cruzar dos parques y toparse con igual número de amigos: a uno de ellos
siempre se lo ve regando las plantas de la entrada de su casa. Casi nunca se saludan.
Hoy Martín lleva al perro atado a una pequeña correa color amarillo. Juntos, doblan
una esquina, entran a la tienda y el hombre no demora en pedir lo usual: cinco panes
franceses y cien gramos de jamón. La vendedora anota el pedido sin prestar la mayor
atención y es allí que Martín se da cuenta de lo que le han hecho, y empieza a llorar.
Al menos deben pasar dos horas para que deje de hacerlo y, cuando esto ocurre, ya
no es más la hora del desayuno.
Martín se marcha, sin pan ni jamón.

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DOS

Diana ha decidido que hoy será el mejor día de su vida y por eso, al ir a encender el
auto, abre el capó, desconecta la batería sin mirar y piensa que no le queda otra cosa
por hacer que ir en busca de un taxi.
Cierra la puerta de casa y extiende su brazo y al poco tiempo un auto se detiene. El
chofer es un hombre atractivo como las fresas con crema y ella, al notarlo, se sube y
le pegunta si es que, antes de cumplir con lo que debe, le gustaría hacer el amor con
ella, pero él responde con un no grandazo y frío.
Y Diana se pregunta por qué, y luego se lo dice, entonces él saca del bolsillo un anillo
con un diamante grandísimo.
Diana mira, se deshace en silencio.

TRES

Javier sube a un bus muy temprano. Se va a la costa pues quiere encontrar el mejor
trabajo y la felicidad más perfecta y vivir y también morir tranquilo. Javier tiene
apenas dieciocho años, y es ciego.
Cuando ya está arriba, le dice al conductor que él mismo se dará cuenta cuando la
suerte esté rondándole, muy cerca y alrededor de todos, pero sobre todo de él.
El conductor lo mira y piensa muy fuerte que a mitad del camino estrellará el auto,
que seguro que lo hago, que por qué no podría.
Javier se sienta y se va quedando dormido en medio de oraciones a la Virgen,
prendado de un rosario. Veinte minutos después, el conductor cierra los ojos y
cambia de dirección mientras empiezan los gritos de las personas.

CUATRO

La mirada de Matías está clavada en el escenario. Está seguro que no podrá tocar ni
una sola de sus canciones. Por la radio han dicho que hay aproximadamente setenta
mil personas en el estadio y otras veinte esperando fuera. Matías suelta el mango de
su guitarra, voltea la mirada y se da cuenta que su banda ha desaparecido.
Asustado, se escabulle por donde puede y llega al camerino en apenas segundos.
Abre la puerta y observa que el baterista, el bajista y la chica que toca el saxofón
están cogiéndose a su novia, ella encima de las cajas de los equipos y los demás
encima suyo.
El chico da media vuelta y retorna al escenario, coge la guitarra y empieza a tocar
“The Murder Mistery” de los Velvet Underground.
Días después no se habla de otra cosa que del concierto.

CINCO

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Carlos apaga el cigarrillo veinte y bebe otro sorbo de gasolina. Tocan a la puerta.
Vienen a limpiar, piensa, pero no, no es la empleada del hotel sino una prostituta de
apellido alemán. Carlos no abre y la mujer le juega una pequeña broma a la
cerradura y la destroza y listo. El hombre cierra sus ojos y piensa fuerte en tener una
erección para asustar a la empleada cuando entre, pero no lo logra.
Y es gracias a eso que tiene el mejor sexo de su vida. Luego cae enfermo, sufre por
dos días y finalmente muere.

SEIS

Cristian y Cristina se conocieron hace un año y el día de navidad pelean por primera
vez. Cristina ha amenazado con dispararse en la sien y Cristian le ha prometido el
mejor funeral de la historia de los hombres. Esto a Cristina le ha parecido una frase
muy pesada y entonces, pum, se dispara. Al rato cae al suelo.
Cristian, por su parte, cumple: el funeral se realiza esa misma tarde, en medio de
gente con ropa recién estrenada y niños con juguetes y risas dibujadas con lapiceros
brillantes.

SIETE

La voz de Maria Paz dentro de un casette de audio es suave por momentos y fuerte
por momentos. Son siete canciones de cuna que le ha grabado a su hija de diez días
de nacida en una copia del “Kind of Blue” de Miles Davis.
Maria Paz está dentro del crucero que en unas pocas horas se estrellará contra un
iceberg o será bombardeado por los guardacostas del nuevo territorio (una de dos).
Maria piensa en su pequeña hija, y canta un pedacito de una canción para niños:
pollito asado/apimentado/a pucha/a pucha/que se ha quemado...
La recién nacida siente la voz de su madre y sus ojos se abren con tanta fuerza que
ahora tiene veinte años y baila desnuda frente a tipos tan pervertidos e infelices
como su padre.

OCHO

Martín está dentro de su tristeza, junto con la suerte de Javier y la felicidad de Diana.
Matías, Carlos, Cristian, Cristina y Maria Paz deciden no intervenir y cierran los ojos
y no piensan en nada. La tristeza de Martín, la suerte de Javier y la felicidad de Diana
se entremezclan y, en ese preciso instante, nace Ciro, el hombre más feo del mundo.
Ciro será actor de teatro, luego actor de cine, luego director de películas
pornográficas y luego morirá por una bomba nuclear que acabará con la mitad de
Europa. Él estará en Lyon.
Y no tendrá suerte, ni felicidad, ni tristeza: cargará apenas el espíritu de un pan
francés, la mirada de un diamante y la fe de un rosario de piedritas marrones.

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NUEVE

Llegan dos personas y tocan la puerta de la prostituta de apellido alemán. Son dos
policías de nombres rudos que le piden que por favor los acompañe. La mujer entra
un momento al baño y saca una botellita pequeña de su cartera y bebe. Tres minutos
después regresan y tocan a la puerta y ella piensa que vienen a limpiar el lugar, pero
se equivoca, porque los policías están al otro lado con los pantalones en el suelo y
con la mirada fija, más que fija.
La prostituta bebe lo último de gasolina con lo último de sus fuerzas y siente un
pequeño placer a la altura de su ombligo que tarda en desaparecer.

DIEZ

El bien y el mal se encuentran en un cuarto sin color. El bien dice: Me parece que
esto ha ocurrido anteriormente. El mal responde: Esto ha ocurrido toda la vida. El
bien dice: ¿Y tú, cómo lo sabes? El mal responde: No me digas nada, que no he hecho
nada malo.
El bien elige quedarse con Cristina y deja a los demás asustados en la esquina del
mal. El mal aparta su rostro y se sopla en la palma de la mano y se da cuenta que
tiene mal aliento, entonces obvia todo el discurso que había preparado y procede a
darle a cada uno lo que le corresponde.
Y luego el bien se arrepiente. Y vuelve. Pero es muy tarde.
Y Cristina abre los ojos, y nota que a un niño se le ha perdido su juguete. Y se levanta
y su mirada se parece a aquél anaquel de cristal que está cayendo de la mesa del
buffet.

La Princesa Gato.
Había una vez una Princesa que creía ser un lindo gatito, porque cada vez que
decía “Miau” sus sirvientes corrían para darle su comida favorita, o cuando quería
que la acariciaban hacía “purr, purr” y todos le daban cariño, también todos
aprendieron que cuando la Princesa mostraba sus uñas, era que estaba enojada y
que era mejor dejarla tranquila.
De esta forma, la Princesa vivió creyendo que era un gato por mucho tiempo, hasta
que un día una nuevo miembro de la Familia Real se apoderó del castillo. El
primogénito tan esperado y deseado que el Rey no había podido tener al fin había
llegado al castillo, y tan pronto entró por la puerta le quitó su lugar a la Princesa,
quien al ver que toda la atención de los sirvientes giraba en torno al nuevo bebé,
descubrió que en realidad nunca había sido una princesa, si no un simple, hermoso
y querido gatito.
Fin.

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La Lección del Charlatan.
Mientras veía como cubrían con tierra el ataúd de su mejor amigo, pensó que esa
era todo y, en su tristeza por haberlo perdido, empezó a hablar sobre él sin medir
sus palabras, así que en el pequeño discurso que dio reveló sin querer todo los
secretos del difunto.
Luego, cuando cayó en cuenta de lo que había dicho, se sintió culpable y lo único
que pudo tranquilizarlo era que ambos habían prometido guardar sus secretos
hasta la muerte, así que se dijo que, como su mejor amigo ya estaba muerto, había
cumplido su palabra.
Sin embargo, esa noche, mientras dormía plácidamente, un ruido muy fuerte lo
despertó a las 3 de la mañana. La puerta se había abierto de un plomazo. Asustado,
se sentó en la cama y, sintiendo un escalofrío, la sabana con la que estaba arropado
salió volando por la ventana como si le hubieran dado un jalón, justo como solía
despertarlo su amigo cuando estaba en vida.
- ¡Aaaaaah! -gritó, palideciendo-. ¡Lo siento! -se disculpó, llorando de miedo y de
culpa, convencido de que su amigo había vuelto para vengarse por haber roto su
promesa-. ¡De verdad! ¡Fue un accidente! ¡Recuerda que mi mayor problema
siempre ha sido hablar de más!
De pronto, la puerta se cerró fuertemente haciendo un gran estruendo y reinó la
calma de la noche nuevamente.
Desde entonces, comprendió que era hasta su muerte que tenía que guardar los
secretos de sus amigos y no la de ellos.
Fin.

La Pesadilla del Escritor.


- ¡No se me ocurre nada! -gritó, arrugando la hoja de papel en blanco y lanzándola
a la papelera-. ¡Me rindo!
Sin embargo, un par de minutos más tarde, metió la mano en la papelera y sacó la
hoja en blanco. Luego, hizo lo que pudo para estirarla y se quedó mirándola
fijamente. Tamborileando el escritorio con el lápiz que tenía en la mano, estaba
determinado a cumplir su sueño, pero después de un largo rato...
- ¡No se me ocurre nada! -gritó, arrugando la hoja de papel en blanco y lanzándola
a la papelera-. ¡Me rindo!
Sin embargo, un par de minutos más tarde...
Fin.

Abrazos Aleatorios.
Cuando nos conocimos, me sentía triste, así que me sorprendí cuando me abrazó
fuertemente y me hizo sentir mejor. Al preguntarle por qué lo había hecho, me dijo
que le gustaba dar Abrazos Aleatorios.
Desde entonces, como si supiera, cada vez que me sentía triste llegaba con un
Abrazo Aleatorio que me robaba mi tristeza. Y a pesar de que cada vez que lo

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hacía le preguntaba por qué lo había hecho, siempre me respondía lo mismo, que
era porque le gustaba dar abrazos aleatorios, pero yo nunca le creí, porque para mí
cada uno de sus abrazos fueron oportunos.
Fin.

El Bebecito de Mamá.
- ¡Eso era de él!, ¿Puedo...? -preguntó la dama vestida de negro, señalando y
acercándose al delicado osito de peluche que estaba enredado en el alambre de
púas que resguardaba la celda isolada de alta seguridad.
- No, señora, eso forma parte de la evidencia -respondió el oficial con un gruñido.
- ¿Sabe cómo llegó ahí?
- El prisionero lo lanzó desde su celda.
- ¿Por qué? ¿Qué pasó?
- Después de que el prisionero leyó la sentencia del juez, se volvió loco y empezó
llorar, patalear y a auto agredirse. Fue horrible, sus gritos, el sonido de los golpes
de su cabeza contra la pared...
- ¿Y por qué no lo detuvieron? ¡Él solo era un niño! -lo interrumpió la mujer,
secándose las lágrimas con un pañuelo blanco.
- El prisionero tenía 37 años, señora, no era un niño. ¿Está segura de que es su
familiar?
- Sí, soy su madre -respondió la dama, soltando un gemido-. ¿Por qué no lo
detuvieron? -repitió-. Si alguien hubiera entrado en su celda se hubiera calmado y
no se hubiera...
- El prisionero esperaba la muerte de todas maneras, señora, así que no se haga
muchas ilusiones, ¿o cree que los 307 asesinatos que cometió le serían perdonados?
- No lo sé, quizás, el era un buen niño -balbuceó la dama, mirando el osito de
peluche con melancolía.
Fin.

OLVIDO
La encontré una fría mañana de julio. La divisé de lejos y corrí a su encuentro, la
llamé por su nombre, pero no me escuchaba o, tal vez, no me quería escuchar, hasta
llegué a dudar que fuera ella… Se veía más flaca y en realidad su apariencia no era
la misma. Apuró el paso, pero yo no podía abandonar la intención de alcanzarla,
quería advertirle que no volviera… De repente, se detuvo, y pude llegar a ella… se
mostró distante, como si no me conociera. Llorando le conté que habían llegado a
buscarla al colegio y que el presidente del centro de alumnos pasó sala por sala
pidiéndonos que la denunciáramos si la veíamos y nos dio un número telefónico
para que avisáramos de su paradero. Entre lágrimas me contó haber escapado de
una detención domiciliaria, una ratonera.
Miré a mi alrededor, la calle estaba desierta, sin embargo sentí que era preferible
conversar a puerta cerrada, protegida de posibles miradas ocultas tras los visillos
que podían haber reparado en nuestro emocionado encuentro. La invité a pasar a mi

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casa que estaba cerca, confiada aceptó y compartimos un aromático café caliente que
nos reconfortó de la gélida mañana y permitió que las palabras fueran fluyendo
libremente y así fue hilvanando su historia que voy a narrarles ahora.
«Una noche en que la neblina lo envolvía todo dando un aspecto espectral y siniestro
a la ciudad como un presagio de lo que acaecería, me esperaban cerca del ascensor
dos señores de civil, altos, macizos, elegantemente vestidos. Subieron conmigo y se
presentaron de buena forma. Dentro del departamento, desde mi teléfono llamaron
al cuartel anunciando que la tarea estaba cumplida, y además, pidieron
instrucciones. Esa noche llegaron para quedarse…
Después del toque de queda llegó un pelotón de infantes de marina con las caras
pintadas y metralleta en mano, se tomaron el departamento… Registraron todo,
vaciaron los cajones, los closets, dieron vuelta los colchones, la despensa y cada día
fueron sacando bolsones grandes llenos de libros, diarios y revistas… Además, se
fueron llevando las cosas que más les gustaron, pipas, relojes, muñecas, loza… Así,
el espacio fue quedando cada vez más vacío y el eco se introdujo en punta de pie y
se encargó de rellenar los rincones.
Los días con sus noches fueron pasando muy lentamente… Para aparentar
normalidad, todas las mañanas me sacaban a la calle como si nada pasara,
estrechamente vigilada. Fueron días sin comer, noches sin dormir… El miedo se fue
instalando en mis tripas vacías y mis vísceras asustadas temblaban de pavor
haciendo girar mis rodillas como manecillas de un reloj. Caminaba por la calle como
un robot, no miraba a nadie, aterrada de encontrarme con algún compañero o
compañera que me saludara, es por eso que ahora no quería encontrarme contigo»,
dijo.
Pasaron varios años, y un día frío de invierno la encontré en el paseo Ahumada, una
espesa neblina lo envolvía todo, la saludé entusiasmada, me respondió y me pidió
que la ayudara a refrescar su memoria. Le hablé de nuestro último encuentro, se
quedó un momento en silencio y exclamó: «¡Esta vez invito yo!», nos fuimos a un
café y me contó como superó la angustia, la ansiedad que le provocaba el no querer
delatar a nadie. «Súbitamente, sin proponérmelo, ocurrió el milagro», ―dijo― «…mi
memoria se encargó de borrar todo, nombres, rostros, números de teléfono… quedé
como colgada, petrificada, muda, sin familia, sin relaciones a quienes pudiera
comprometer. Estos encuentros son maravillosos para mí, dijo, porque me permiten
rescatar de entre los pliegues ocultos de mi memoria a los amigos y amigas que aún
duermen en el olvido pero que gracias a él fueron salvados del horror»

CREYÓ
Pensó que lo iba a encontrar, ya no sabía dónde registrar. Tercer día desaparecido y
no quería creer que ya nunca más lo vería, hacía ocho años que la acompañaba, al
comienzo se sintió orgullosa de llevarlo consigo, gozaba al dejar que todo el mundo
lo viera y supiera que tenía uno, pero poco a poco el entusiasmo se fue enfriando al
extremo que últimamente ya casi ni se acordaba que lo llevaba, pero él seguía allí,
silencioso y fiel. Así que ¿para qué sacárselo?, ya no le molestaba, aunque el maldito

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anillo de matrimonio ya no significaba nada para ella, ¡era parte de su dedo!, sólo su
peso en oro podía serle útil. ¡Por eso lo único que quería era recuperarlo!

Microcuento 17:
Puedo oír las olas fragmentarse, mientras ella me observa. Me observa con sus ojos
cálidos, que crean una armonía perfecta con su sonrisa. Puedo sentir que soy
alguien, que soy importante. Puedo sentir mi corazón latir. Puedo sentir que estoy
vivo.
Luego ella toma con inconcebible delicadeza mi mano, su piel es suave. Ella coordina
su mirada con el horizonte, pero no presta atención al acto final del sol, pues
descansa sus ojos para dejar que la brisa acaricie su rostro. Y yo aún la observo.
La felicidad invade mis ojos, y una lágrima intenta escapar, pero la bloqueo con mi
mano cuando ella me pregunta con su dulce voz: "¿Qué momento puede ser más
feliz que este?"
Por qué recuerdo algo así, cuando el aire se siente frío. Cuando no puedo oir las olas.
Cuando no siento sus ojos observándome. Cuando aquella sonrisa se encuentra
apagada. Cuando me encuentro vacío, sin latidos para repartir. Cuando puedo sentir
que estoy muerto. Con estas lágrimas que no dejan de escaparse, mientras sujeto su
cuerpo: ¿Qué momento puede ser más triste que este?

Microcuento 18:
Él conoció a alguien especial. Sintió cosas que no conocía.
Sintió algo que algunos llamaban Felicidad.
Felicidad lo siguió a todas partes en su regreso a casa.
Y hacía que sonriera y riera sin razón.
Todo era nuevo, y le encantaba, ella le encantaba.
Al llegar a su hogar, todo estaba más limpio y más brillante, bailaban colores ante
sus ojos.
Volvió a reir pues creyó que se había equivocado de departamento.
Apoyó sus brazos sobre el límite de su balcón, intentando recordar algo importante
que debía hacer aquella noche, en aquel lugar.
Pero viendo las estrellas, tan bien vestidas, simplemente lo olvidó.

No tan Microcuento 16:


- Quítame estas vendas de los ojos, maniático pedazo de mierda - Le dijo mientras
forzaba las ataduras de sus muñecas y tobillos.
Pudo escuchar los pasos que chocaban con la madera, con un ritmo y armonía que
congelaban la sangre. Se acercaba mientras se reía suavemente, ruidosamente, de
algo que solo él entendía, variaba al igual que su personalidad. Se detuvo, y antes
de subir al escenario, tomó una de las muchas sillas que había en aquel teatro. Subió
lentamente los peldaños, dejando golpear en cada uno, las extremidades de la silla.
Cada impacto se calaba en su mente como los segunderos del reloj. Finalmente ubicó

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la silla frente a él con un estruendo que hizo vibrar al recinto entero. Y mientras
jugueteaba con las articulaciones de sus dedos le dijo:
- Mírate, tan miserable, tan impotente, el gran detective que pisaba mis talones, se
halla aquí, en mi humilde hogar, ¿No es eso lo que querías? - Le dijo entre risas.
- Me tienes atado y vendado, como era de esperarse, eres un cobarde, un asesino sin
remedio - Le dijo mientras la ira conquistaba espacio en su interior. Suéltame y
veremos lo que en realidad puedes hacer.
- Como siempre tan ingenuo, querido hermano. No hará diferencia alguna que te
libere de dichos enredos, aunque me veas con tus ojos, seguirás sin verme, aunque
me toques, seguirás sin sentirme. No comprendes lo que soy, ni lo que hago, aunque
me encuentre sentado frente a ti, a un paso, seguirás sin alcanzarme. Me llamas
maniático y no te das cuenta que estás utilizando hábilmente el hermoso concepto
de la sátira, pues, ambos sabemos que no fui yo el que decapitó a tu esposa, y
tampoco fui yo quien le quitó la vida a tu hija, ¡Oh! Una pequeña alma inocente, que
aún veía el mundo con su santo disfraz, le fue mostrada la realidad con el extremo
del frío metal. Me cubriste con el manto de la culpa, y seguiste mis pisadas para
luego ser atrapado por mí, lo que me hace pensar que eso es lo que buscabas, porque
tu mismo me encerraste aquí. ¡AHORA LO SÉ! Comprendes lo que hiciste, pero tu
cuerpo y alma no lo pueden soportar, por eso llegaste en busca de ayuda, una que
gustoso te voy a brindar.
Dejó descansar su discurso y se alejó, para luego volver casi de inmediato a su
asiento. Desató la muñeca derecha del prisionero, y en su mano depositó el revólver,
llevándolo a su cabeza:
- Siente, con el aro del cañón, mi frente. Esperaste mucho tiempo este momento, y
ahora yo te lo obsequio. ¿Qué esperas? Abraza el gatillo y todo el daño que corroe
tu mente se unirá con la brisa en una canción, no hagas esperar más a los
espectadores.
La bala atravesó su cráneo, quitándose la vida. Mientras el telón se sellaba, la
brillante sangre humedecía la madera para luego caer en forma de gotas desde el
filo del escenario, y se escucharon los sordos aplausos del público ausente, pues sus
ojos ciegos presenciaron el último acto del hombre solitario.

Microcuento 15:
En su lugar preferido llovía, donde él siempre se iba a acostar. Donde miraba las
nubes y el cielo de día, y las estrellas por la noche. Ahí es donde llovía, y él de todas
formas se acostaba. La lluvía era extraña, lo cubrían gotas negras y pesadas. Mientras
pensaba en lo pésimo que había sido aquel día, sus ropas empapadas le recordaban
que siempre se podía poner peor. Pero no le importaba, el embarrado e inundado
suelo seguía increíblemente cómodo.
Cuando se dispuso a dormir pudo sentir el término del diluvio, sin embargo no
advertía la calidez del sol. Al abrir lentamente los ojos pudo ver las paredes, el techo,
sentir las suaves sábanas, todo era dulce, pues la negra lluvia fue purificada por los
labios de Ella, que descansaban en la frente de Él.

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Microcuento 14:
Un hombre, luego de tanto tiempo soportando la suciedad de su mundo, y cuando
estaba siendo abrazado por la calidez de su cama, deseó con todo su corazón dormir
para no despertar jamás, porque cualquier sueño sería mejor que su realidad.
El Amo de la Falsedad, en ese momento, se presentó, jactándose de su habilidad
para cumplir aquel deseo.
- ¿Estás seguro? - Le preguntó con una tranquilidad escalofriante. Ten cuidado con
lo que deseas, ya que simplemente puedes obtenerlo.
Al ver el movimiento de aprobación del hombre, le permitió dormir, pero solamente
su cuerpo cayó bajo el hechizo. No podía respirar, algo presionaba su pecho.
Ninguno de sus miembros respondía, se sentía encerrado bajo sus sábanas. Sintió la
puerta de su habitación abriéndose, lentamente, crepitando.
Algo se acercaba.
En ese momento se dio cuenta que estaba equivocado, pues en el paraíso de los
sueños existen cosas peores de lo que se pueda imaginar.
Ahora estaba durmiendo, para no despertar jamás.

Microcuento 13:
El soplo del viento recorría con delicadeza las velas de su barco, sentía la madera
rechinar con armonía, sentía sus pasos tocar con ritmo las tablas del suelo, sentía la
suavidad del timón y su ligera rigidez al controlarlo. La brisa del mar acariciaba su
rostro, movía sus ropas, y obligaban a sus ojos sellarse, para poder oír las canciones
del océano y las olas. Pero también podía sentir en sus huesos y en su corazón los
tambores de la tripulación, las suelas de las botas galopaban al verso de la alegría y
la bebida. Todo eso recordó, mientras terminaba de atar el último nudo de su balsa.

Microcuento 12:
Él observaba el mar bailando silencioso, cantando con su fría voz. Sentía la arena
acariciar sus dedos, sentía la arena buscar refugio bajo sus uñas. Podía escuchar los
granitos que aprendían a volar. Pero él dejaba de sentir, él en otro lugar quería estar.
Cuando la luna se miraba en el espejo, él se levantó y ahora observaba el desierto,
bailando silencioso, cantando con su fría voz.

Microcuento 11:
Al Pequeño Caballero le encantaba dormir, pero nuevamente debía rescatar a la
doncella. Viajó por aire sobre su águila. Viajó por mar sobre su barco de chocolate.
Viajó por tierra sobre su caballo dorado. Como siempre en sus viajes, sus amigos
animales, de todas las especies, le ayudaban a encontrar el camino correcto. Hacía
nuevas amistades, y se reencontraba con antiguas. Cuando llegó hasta la doncella,
la rescató esta vez de las garras de un feroz león, ya que cuando vió al Pequeño
Caballero sintió un profundo remordimiento:
- Lo siento Pequeño, no volverá a ocurrir - Le dijo, desapareciendo en la selva.

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Entonces con su pequeña mano llevó de vuelta a la doncella a su enorme castillo. Y
cuando ella buscaba otro regalo para darle a su salvador dentro del gran salón, el
Pequeño Caballero se encontraba profundamente dormido sobre el piso de mármol,
con su sonrisa y rostro lleno de paz. El padre, entonces, cerró el libro y las luces se
apagaron.

Microcuento 10:
Aquella mujer jamás lloraba, y era la más feliz. Todos sus familiares y amigos
cercanos siempre le preguntaban cuál era su secreto, pues todos vivían en el mundo
infeliz y todos querían ser como ella.
Al final de cada día, luego de sobrevivir a todas las frustraciones, penas, errores,
impotencia, incapacidad, insuficiencia que emitía cada rincón de aquel mundo, ella
entraba a su habitación y jamás dejaba de llorar.

Microcuento 9:
Él estaba sentado sintiendo el aire fresco y la sombra acogedora, cuando en un
instante el tiempo se detuvo. Las verdes hojas que caían parecían ahora volar a
través de los dedos del viento, lentamente, tranquilamente. Su piel se erizaba. Aquel
día no se sentía bien, claro, era el típico resfrío de primavera, pero en ese momento
se sentía tan bien, se sentía cálido. Intentaba mover los labios, decir algo, pero su
cuerpo también se había detenido. No se podía mover y no se quería mover. Aquel
lugar era perfecto. Todo estaba estático, incluso el sonido mismo se había tomado
un descanso. Tan sólo su corazón corría, y él, la observaba.

Microcuento 8:
Un hombre caminaba solitario bajo la pesada lluvia destrozado en el corazón. Su
novia había terminado todo con él.
No supo leer las señales, de todo lo que debía cambiar de sí mismo. La perdió, y no
va a volver. No quería ser el mismo, quería volver en el tiempo y cambiar todo lo
que hizo, y todo lo que no hizo, quería ser otro, quería simplemente dejar de ser.
En ese momento, aparece una figura cruzando la calle. Una figura humana lo estaba
siguiendo. Días antes se había fracturado el tobillo, por lo que cojeaba, y aquella
figura parecía tener la misma lesión.
El hombre apuró lo más que pudo su paso, deseó en ese momento poder correr.
Correr de todo, no solo de aquella figura.
La figura seguía tras él incansable.
El hombre se detuvo y se posicionó frente a frente con la figura, copió todo sus
movimientos a la perfección.
Cansado de bromas, cruzó la calle, y cuando estuvieron frente a frente, entendió
todo y la abrazó.

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Microcuento 3:
Un niño amaba las películas de terror, pero por las noches pagaba las consecuencias.
Una de aquellas noches su madre nuevamente tuvo que tomar un turno de
emergencia, por lo que llegaría en la madrugada. A él no le importaba, ya estaba
acostumbrado.
Al no poder dormir, gracias a la nueva película sobre un asesino que descuartizaba
a sus víctimas a la entrada de sus casas, clavando los miembros en la puerta, esperó
despierto la hora en que debía llegar su madre.
Pero no llegó. Preocupado bajó las escaleras con su linterna y esperó frente a la
puerta, cuando estuvo a punto de rendirse, siente como alguien toca: ......Toc .....Toc,
Toc......Toc......Toc......, Toc......Toc, Toc......Toc, Toc.
Luego del último toque, algo cae con mucho peso contra el suelo, y un charco de
sangre comenzaba a asomarse por debajo de la puerta. El niño entendió el mensaje
en el momento que comenzaban a martillar en su entrada, y corrió.

Microcuento 2:
Un padre, una madre y un hijo. Una familia feliz y perfecta. El padre era muy alegre
y enérgico, la madre era tierna y amorosa, y el hijo era caballero y respetuoso.
Un día el padre llegó a su hogar, no saludó a su esposa ni su hijo. Lo mismo ocurrió
el día siguiente, y el siguiente. Por las noches, el padre bajaba las escaleras, solo para
sentarse en su sillón, mirando fijamente la televisión apagada. Otras noches bajaba
para ir a la puerta principal, y se quedaba frente a ella, mirándola.
Una de aquellas noches la madre bajó para hacer entrar en razón a su esposo de una
vez, pero solo encontró sangre por todos lados. Como estaba oscuro no se percató
que el rastro de sangre subía por las escaleras. Temió por la vida de su hijo, pero al
llegar a su puerta y ver que la sangre fluía desde arriba y culminaba en el suelo sobre
lo que eran cabellos, el pánico invadió su cuerpo, y solo pensó en esconderse en su
closet.
Podía sentir los pasos de la muerte buscándola, y pudo sentir también como entraba
a su habitación.
Cuando se tapó la boca con ambas manos para no hacer ruido, algo le impedía
moverse. El cadáver sin cabeza de su esposo la acompañaba dentro de su closet:
- ¿Dónde estás mami?

Microcuento 1:
Un ingeniero fue enviado lejos de su planeta. Una reparación simple, pero venía
cargado de muchos años de viaje.
Su esposa le envió una transmisión desde la Tierra, milagrosamente le había llegado.
- Solo una semana más y podré ir a verte - le dijo.
- Te esperaré con ansias - Respondió sin saber bien por qué, y esperando que llegara
su respuesta.
Luego de veinticuatro horas, era tiempo del desayuno rutinario. Tomó las bandejas
de alimento envasado, cuando llegó al comedor su esposa lo esperaba:

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- Que bueno que ya estamos juntos otra vez - le dijo sin mirarlo.
El ingeniero pasa por la puerta automática, y sin saber bien por qué se sienta en el
pasillo, sudando frío.

LA LLUVIA
Las gotas caen como un llanto incesante de esas manchas de aire que viven en el
cielo. Caen con fuerza, como si la ira y el suplicio las atormentara.
"¿Dónde estoy?". Me preguntaba como una extraña nueva costumbre.
"Al diablo, no lo sé", era la respuesta a esa fastidiosa pregunta. Siento un dolor en el
pecho. El tormento se hace, con el incansable pasar de los minutos, insoportable.
Mi calvario es como un clavo que atravesó mi pecho cual obrero martilla inagotable
para regresar pronto a su hogar, con su familia.
Una extraña humedad descendía de mi insalvable llaga como buscando un
desconocido albergue. No era la humedad de la poderosa lluvia, era mas bien un
líquido tibio y apaciguador.
"¿Qué es esta extraña sustancia?" pensaba. No lo podía saber, mi visión me
traicionaba.
Al intentar mover mis derrotadas manos entendí por qué me encontraba de rodillas.
Utilicé la insignificante fuerza que me quedaba para erguir mi cabeza, y observar mi
entorno. Me hallaba en mitad de una calle. No dejaba de sorprenderme la ausencia
de los autos. La luz de los postes se difuminaba como a un dibujo lo ataca una gota
de agua. Los edificios se extendían a lo alto como unas inextinguibles llamas negras.
"¿Estoy muriendo?".
Ya no tengo fuerzas, solo la indeseable necesidad de descansar.
Un pequeño empujón en mi olvidada espalda me hace perder el equilibrio.
No puedo resistirme, el contacto de mi rostro con el inundado suelo parece
inevitable. Finalmente me dejo llevar por el suave impulso.
Gotas de agua salieron disparadas a causa de mi impacto, como con miedo a ser
aplastadas.
Veía como caían aquellas gotas, de una forma tan peculiar, vencidas por la fuerza de
gravedad, pero bajaban como tratando de evitar su ineludible destino.
Se me acabó el tiempo, siento como se extingue la luz de mi alma.
"Es tarde, mi esposa me va a matar". Pensaba, olvidando por completo mi situación.
Creo que no consideré las consecuencias que me traería el tratar de detenerlo.
Siento una somnolencia muy inapropiada para el momento, solo tengo que cerrar
mis ojos, hacer un ultimo esfuerzo.
"¿Así es como termina?, Supongo que sí".

EL GIGANTE BONACHÓN
Sofía era una niña de apenas 9 años, llena de curiosidad pero muy tímida. Como no
tenía padres, vivía junto a otras niñas en un orfanato de Inglaterra. Le gustaba estar
sola y no tenía muchos amigos. Un día, o mejor dicho, una noche, algo le llamó la

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atención. Esa noche Sofía no podía dormir, y se asomó a la ventana. Entonces le vio:
era grande, muy grande... era un ¡gigante!
Al principio Sofía tuvo miedo. Pensó que el gigante le haría daño. Pero el gigante le
trató desde el principio con dulzura. Resultó ser un gigante bonachón.
El gigante le llevó hasta el mundo en donde vivía. Le enseñó todos los secretos sobre
su país y su gente. Por ejemplo, le contó por qué los gigantes tienen esas orejas tan
grandes... ¿Quieres saberlo? Chsss.... pero es un secreto: Los gigantes pueden oír
gracias a sus enormes orejas... ¡todos los secretos de las personas! Sí, los gigantes
oyen sonidos que nadie puede escuchar. Escuchan los pensamientos y son capaces
de oír a los corazones hablar.
Los gigantes son capaces de volar, siempre que se toman Gasipum, una bebida
especial. Además, corren muy deprisa, gracias a sus larguísimas piernas.
El gigante bonachón no lee cuentos, sino sueños. Sus libros están escritos con sueños
que consiguen cazar al vuelo. Gracias a los sueños que lee el gigante Bonachón, Sofía
duerme tranquila y sin pesadillas, y por muy tontos que parezcan esos sueños,
siempre funcionan. De hecho, el gigante Bonachón narra los sueños sobre los libros,
unos libros mágicos. Cuando empieza a contarlos, ya no pueden parar.
Pero no penséis que todos los gigantes son así de buenos. En el país de los gigantes,
también hay malos. De hecho, uno de ellos quería hacer daño a Sofía y a todos los
niños del planeta. El gigante bonachón decidió hacerles frente, con ayuda de Sofía y
de la mismísima reina de Inglaterra. Todos juntos (incluidos los sueños atrapados
por el gigante bonachón) pudieron parar a los gigantes malos.
Desde entonces, y par evitar nuevos problemas, los gigantes decidieron esconderse
en su mundo. Pero yo sé una cosa que muchos no saben: de vez en cuando, dejan
entrar a algún niño, para contarles todos sus secretos. Que además, son muchos.

UGA LA TORTUGA
- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente Uga, la tortuga.
Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi
nunca consigue premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus compañeros del
bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas
como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas de
camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es
hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo mejor
que sabes, pues siempre te quedará la recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.

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Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de
lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba:
alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo
intentaré.
Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles
metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes fines.
FIN

LA ESTRELLA Y SUS NUEVOS AMIGOS


Hace mucho tiempo una estrella se cayó del cielo en medio de un bosque. El golpe
fue tremendo y en el acto empezó a nacerle un chichón muy rojo.
Los animalitos que allí dormían pronto se despertaron con el ruido.
- ¿Qué ha pasado? -se preguntaban todos extrañados.
- Allí, en el medio del bosque, se ve una luz, pero la luz de las luciérnagas es más
pequeñita -dijo la señora Ardilla.
La señora Zorra, el señor Buho, el abuelo Pájaro Carpintero, la señora Comadreja y
la señora Ardilla se acercaron al momento para averiguar qué había pasado. La
estrella al despertarse vio que muchos ojos la estaban observando.
- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois vosotros? - dijo extrañada la estrella.
- Somos los amigos del bosque y estás en nuestra casa - contestó la señora
Comadreja.
- ¡Pero yo no puedo estar aquí!, debo colgar en el cielo junto a mi mamá la Luna y
mis hermanas las estrellas - explicó.
- ¡No te preocupes! nosotros te ayudaremos a subir al cielo - cantaron todos a la vez
-, pero primero te curaremos - añadió la señora Zorra.
Mientras celebraban una reunión bajo el viejo pino todos los animalitos del bosque,
para ver cómo podían subir a la estrella al cielo, la señora Ardilla vendó el chichón
de la estrella con un bonito lazo verde que había fabricado con las hojas de un haya.
Unos apuntaban a que el abuelo Pájaro Carpintero la subiera a su lomo y volara por
encima de los árboles, pero ya estaba viejo y sabía que no podría subir tan alto. Otros
querían que la señora Ardilla trepara con la estrella entre las ramas de los árboles
más altos, pero temían que ésta se volviera a golpear.
Estuvieron horas pensando en posibles soluciones, pero nada parecía funcionar.
El señor Buho, que había estado todo el tiempo callado, finalmente se atrevió a
hablar:

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- Estornudaremos todos a la vez y provocaremos que la tierra se mueva y así
expulsará hacia arriba a la estrella. Pero debemos estornudar muy fuerte, para que
nuestro resoplido la impulse muy alto.
Todos aplaudieron la idea y acordaron estornudar muy, pero muy fuerte, al contar
hasta tres.
- Una, dos y tres -contó el señor Buho.
- ¡Achisssssssssssssssssssssssssssssssss! - estornudaron los animalitos del bosque.
La estrella saltó por los aires y subió al cielo junto a sus hermanas gracias a la ayuda
de todos sus nuevos amigos del bosque.

EL PAJARITO PEREZOSO
Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la
hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se
levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi
no quedaba tiempo para hacerlo. Todos le advertían constantemente:
- ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora...
- Bah, pero si no pasa nada.-respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más que los
demás en hacer las cosas.
Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño
y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a
un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para
más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día,
cuando se levantó, ya no quedaba nadie.
Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había
respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había seguido
descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y las
normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran
miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría
hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le tocaría
pasar solo aquel largo y frío invierno.
Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había
hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a la
pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío del
invierno. Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre
unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego
trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase
comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina
dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba
perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni
beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que
durasen las nieves más severas.

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Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito
sobrevivir al invierno. Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de
arrepentirse por haber sido tan perezoso.
Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran
viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les parecía
mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar aquel
magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un
poquitín de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más
previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en encargarle la
organización del gran viaje para el siguiente año.
Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para
inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso
que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.

GRACIAS BISABUELA
Quedaban pocos kilómetros para llegar al pueblo. Guadalupe iba conocer a su
bisabuela. Estaba nerviosa. Había oído hablar de ella en casa y no podía creerse todo
lo que se decía de ella: que si había tenido que emigrar, que si había vivido la guerra,
que si se había enamorado de un mago... Al fin había llegado el gran momento.
Al descender del coche, Guadalupe vio a una mujer muy arrugada y chiquitita.
Parecía muy frágil y a punto de descomponerse. Sin embargo, sus grandes ojos
azules demostraban que aún quedaba mucha vida en ella. El abrazo entre ambas fue
largo y acogedor. Los brazos de su bisabuela le recordaron a los de su madre. Eran
cálidos.
Su bisabuela cogió a Guadalupe de la mano y la llevó al jardín. Allí le regaló el que
sería el mejor de los regalos: una colcha hecha con retales de la ropa de su bisabuela,
su abuela, su madre y de ella cuando era bebé. Cada trozo contaba una historia y al
tocarlo, podía descubrir las aventuras que habían vivido las mujeres de su familia y
cómo habían hecho frente a los problemas que se les presentaban.
Al llegar la noche, Guadalupe durmió en una pequeña cama cubierta por esa colcha
mágica. Desde ese día nunca más volvió a tener pesadillas y cada mañana se
levantaba sabiendo que podría hacer cuánto quisiera en la vida, porque contaba con
el apoyo y la fuerza de las mujeres de su familia. Si ellas habían podido cumplir sus
sueños, ella también lo lograría: deseaba ser escritora.
Y es que Guadalupe no solo recibió ese día una colcha, sino que adquirió un pasado,
el pasado de su familia. Fue así como su primer libro narró la vida de cuatro mujeres
que se llamaban Guadalupe. Cada una había vivido un momento histórico, una
situación económica diferente, distintos problemas; pero todas ellas habían tenido
la misma alegría: tener una hija a la que llamaban Guadalupe. El libro fue todo un
éxito y Guadalupe no olvidaba darle las gracias todos los días a su bisabuela por
haber sido siempre la memoria de su familia.

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LA LIEBRE Y LA TORTUGA
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no
cesaba de pregonar que ella era el animal más veloz del bosque, y que se pasaba el
día burlándose de la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto! Decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Liebre, ¿vamos hacer una carrera? Estoy segura de poder ganarte.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la
carrera.
La liebre, muy engreída, aceptó la apuesta prontamente.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho ha sido
el responsable de señalizar los puntos de partida y de llegada. Y así empezó la
carrera:
Astuta y muy confiada en sí misma, la liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó
atrás, tosiendo y envuelta en una nube de polvo. Cuando empezó a andar, la liebre
ya se había perdido de vista. Sin importarle la ventaja que tenía la liebre sobre ella,
la tortuga seguía su ritmo, sin parar.
La liebre, mientras tanto, confiando en que la tortuga tardaría mucho en alcanzarla,
se detuvo a la mitad del camino ante un frondoso y verde árbol, y se puso a
descansar antes de terminar la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga
seguía caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
No se sabe cuánto tiempo la liebre se quedó dormida, pero cuando ella se despertó,
vio con pavor que la tortuga se encontraba a tan solo tres pasos de la meta. En un
sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga
había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que
burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza y de
vanidad, es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie,
absolutamente nadie, es mejor que nadie.
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el
exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.

LAS MOSCAS
En un frondoso bosque, de un panal se derramó una rica y deliciosa miel, y las
moscas acudieron rápidamente y ansiosas a devorarla. Y la miel era tan dulce y
exquisita que las moscas no podían dejar de comerlas.
Lo que no se dieron cuenta las moscas es que sus patas se fueron prendiendo en la
miel y que ya no podían alzar el vuelo de nuevo.
A punto de ahogarse en su exquisito tesoro, las moscas exclamaron:
- ¡Nos morimos, desgraciadas nosotras, por quererlo tomar todo en un instante de
placer!

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CARRERA DE ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban
todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida
que no quería ser amiga de los demás animales.
La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con
moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto
de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le
dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos
diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos
cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga
que además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN

DANIEL Y LAS PALABRAS MAGICAS


Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy
aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su cumpleaños,
un regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes.
En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las
regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer
reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el
corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.
Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar.
Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias,
y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.

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Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.
Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos
días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te
quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir
bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara
de felicidad de la gente cuando las oye. Sabe bien que las palabras amables son
mágicas, son como llaves que te abren la puerta de los demás.
Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres
intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?
FIN

SARA Y LUCIA VAN DE COMPRAS


Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde que
eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.
Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a su
amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba cómo
le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.
Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a su
amiga.
Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.
No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.
Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su
amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.
Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de inmediato
con una gran sonrisa.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en la
sinceridad.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará sentado.
FIN

EL ARMARIO DE CARLA
Presumida y coqueta era la señorita Camiseta Rosa. Y, para mal de males, unas flores
la adornaban, con lo que alimentaba su soberbia. No quería que ninguna otra prenda
le rozara ni se pegara a ella, ya que no soportaba tener arrugas. Se sentía la preferida
de Carla y le gustaba presumir de ello. Dentro del armario era un verdadero
tormento.
A la señorita Camiseta Rosa le gustaba despreciar al señor Jersey Verde por su
aspecto áspero y gordo. Se reía de la señora Camisa a Cuadros por estar pasada de
moda. Le irritaba el señor Chándal Gris por acabar siempre con manchas de barro.

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Y al pobre y viejo señor Pijama Amarillo le entristecía diciéndole que nunca vería la
calle, que su sitio siempre sería estar entre las sábanas.
Pero lo que la señorita Camiseta Rosa no sabía es que el señor Jersey Verde conocía
la nieve, la señora Camisa a Cuadros siempre estaría con Carla porque era la favorita
de su mamá, el señor Chándal Gris sabía montar en bicicleta y el viejo Pijama
Amarillo vivía grandes aventuras con la pequeña en sus sueños. Así que ellos eran
felices y decidieron no hacer caso a los comentarios de la señorita Camiseta Rosa.
Con el paso del tiempo, la señorita Camiseta Rosa empezó a palidecer. Tantas
puestas y lavados estaban acabando con su color. Además, empezaba a nacerle en
las mangas una pequeña pelusilla que con los días acabaría convertida en pelotillas.
¡Horrorrrrrr! Fue así como la siempre alegre señorita Camiseta Rosa acabó sus días
triste en el fondo de un cajón.
El resto de la ropa dejó de oír sus desprecios, ahora era el sonido del llanto el que
inundaba el armario. Como el resto eran buenas prendas, quisieron animar a la
señorita Camiseta Rosa. Le recordaron todos los momentos buenos que había
pasado con Carla y la cantidad de fotografías en las que ella era la protagonista. Le
enseñaron a quedarse con las cosas buenas y a no darle importancia a las malas. Así
fue como la señorita Camiseta Rosa descubrió que no se debe despreciar a nadie y
que toda la ropa es importante y tiene su función. La armonía y la paz, desde
entonces, reinó en el armario de Carla.

UN CONEJO EN LA VIA
Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor, Carlos.
Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas
y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable. De pronto el
coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz
ronca:
- ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!
- ¿A quién, a quién?, le preguntó Daniel.
- No se preocupen, respondió su padre-. No es nada.
El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó
a sonar una canción de moda en los altavoces.
- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá
comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo.
- Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente.
- ¿Para qué?, responde su padre.
- ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido!
- Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal.
- No, no, para, para.
- Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de
animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes.

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- Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta
recogieron al conejo herido.
Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla de
la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera por
donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron a los
policías a retirar la roca.
Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al
veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a
llevarlo a su casa hasta que se curara
Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque.
Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz en
libertad.
FIN

SANTILIN
Santilin es un osito muy inteligente, bueno y respetuoso. Todos lo quieren mucho, y
sus amiguitos disfrutan jugando con él porque es muy divertido.
Le gusta dar largos paseos con su compañero, el elefantito. Después de la merienda
se reúnen y emprenden una larga caminata charlando y saludando a las mariposas
que revolotean coquetas, desplegando sus coloridas alitas.
Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata
de enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el césped,
sin destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.
Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y
enseguida invitó a jugar al puercoespín más pequeño.
Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte:
- Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman.
El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron
afligidos, menos Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución.
Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo:
- Esperen, ya vuelvo.
Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín.
Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas
para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.
Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y
cantaron felices.
FIN

EL SISTEMA SOLAR
Érase una vez, hace cientos de miles de años el Sol no era más que una nube muy
grande formada por gas y polvo y flotaba en el espacio. El sol se encontraba muy
solo, no tenía amigos con los que hablar.

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Un día decidió hacer algo para poder estar acompañado en un espacio tan vacío, así
que llamó a la señora Gravedad que era muy seria pero le ayudaba a que el polvo y
el gas estuvieran unidos sin que salieran de su nube.
A la señora Gravedad le dio pena que el Sol estuviera tan sólo así que hizo uso de
todas sus fuerzas para que el polvo y el gas se juntaran más y más y más. Tanto se
juntaron que empezó a arder. El sol entonces se convirtió en una súper llama,
enorme que daba mucha luz y mucho calor.
Justo en el momento en el que el sol comenzó a arder, muchas piedrecitas salieron
disparadas hacia el espacio vacío, pero para que no se alejaran demasiado la señora
Gravedad las dejó flotando en el espacio cerca de la gran bola de fuego que era ahora
el Sol. Así comenzaron a girar a su alrededor todos estos pequeños trocitos, unos
más cerca y otros más lejos.
Años después de que pasara esto, el sol seguía solo, así que la señora Gravedad
decidió ir juntando poco a poco todos estos trocitos de piedras y se fueron formando
bolas grandes, de diferentes colores y tamaños. Así consiguió juntar 8 bolas y así
nacieron los planetas.
El Sol estaba muy contento y ahora sólo tenía que dar nombre a sus nuevos amigos:
- Tu que estás más cercano a mi como te mueves muy muy rápido te llamaré
Mercurio.
- A ti, tan gracioso, que está detrás de Mercurio y giras al revés de tus hermanos te
pondré de nombre Venus.
- ¡Oh!- dijo sobresaltado al ver al siguiente lleno de agua y zonas de tierra- a ti te
llamaré Tierra.
- El siguiente planeta que veo es más pequeño que la tierra y es de color rojo, tu serás
Marte.
- A ti, que tienes unas rayas y tienes varias lunas te pondré de nombre Júpiter, eres
el más grande eh.
- Eh tu, el de los anillos alrededor, tu nombre será Saturno.
- Oye, ¿y tu por qué giras tan inclinado? - dijo el Sol - Un cometa me golpeó -
respondió el planeta. Bueno te daré un nombre muy bonito, serás Urano.
- Uy, y tu no te quedes ahí atrás, eres el último, giras tan lento alrededor del sol que
tardas 160 años en dar la vuelta completa y tu color también es azul. Pues bien, tu
nombre será Neptuno.
El Sol estaba radiante de contento pero antes de dejar que los planetas siguieran
girando y girando, la señora Gravedad les advirtió:
- No tengáis ningún miedo, yo estaré vigilando y cuidando de que nada os suceda.
Y desde entonces los 8 planetas giran alrededor del sol que ya está contento porque
sus amigos siempre están con él en el espacio.
FIN

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PINOCHO
En una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba un día
más de trabajo dando los últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que
había construido.
Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido hecho
de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho. Aquella noche, Geppeto se
fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad.
Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido,
llegó un hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso premiar al buen
carpintero, dando, con su varita mágica, vida al muñeco.
Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos: Pinocho
se movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo
carpintero.
Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que fuese un
niño muy listo y que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo,
el consejero que le había dado el hada buena.
Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos,
siguiendo sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En lugar de ir a la
escuela, Pinocho decidió seguir a sus nuevos amigos, buscando aventuras no muy
buenas.
Al ver esta situación, el hada buena le hechizó. Por no ir a la escuela, le colocó dos
orejas de burro, y por portarse mal, le dijo que cada vez que dijera una mentira, le
crecería la nariz, poniéndosele además colorada.
Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió
buscar a Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había
sido tragado por una enorme ballena. Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la
mar para rescatar al pobre viejecito.
Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero
la ballena abrió su enorme boca y se lo tragó también a él. Dentro de la tripa de la
ballena, Geppetto y Pinocho se reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de
allí.
Y gracias a Pepito Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizo
estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.
Todos se salvaron. Pinocho volvió a casa y al colegio, y a partir de ese día siempre
se comportó bien. Y en recompensa de su bondad, el hada buena lo convirtió en un
niño de carne y hueso, y fueron muy felices por muchos y muchos años.

MAGO DE OZ
Allí, encontraron unos extraños personajes y un hada que, respondiendo al deseo de
Dorita de encontrar el camino de vuelta a su casa, les aconsejaron a que fueran visitar
al mago de Oz. Les indicaron el camino de baldosas amarillas, y Dorita y Totó lo
siguieron.

32
En el camino, los dos se cruzaron con un espantapájaros que pedía, incesantemente,
un cerebro. Dorita le invitó a que la acompañara para ver lo que el mago de Oz
podría hacer por él. Y el espantapájaros aceptó. Más tarde, se encontraron a un
hombre de hojalata que, sentado debajo de un árbol, deseaba tener un corazón.
Dorita le llamó a que fuera con ellos a consultar al mago de Oz. Y continuaron en el
camino. Algún tiempo después, Dorita, el espantapájaros y el hombre de hojalata se
encontraron a un león rugiendo débilmente, asustado con los ladridos de Totó.
El león lloraba porque quería ser valiente. Así que todos decidieron seguir el
camino hacia el mago de Oz, con la esperanza de hacer realidad sus deseos. Cuando
llegaron al país de Oz, un guardián les abrió el portón, y finalmente pudieron
explicar al mago lo que deseaban. El mago de Oz les puso una condición: primero
tendrían que acabar con la bruja más cruel de reino, antes de ver solucionados sus
problemas. Ellos los aceptaron.
Al salir del castillo de Oz, Dorita y sus amigos pasaron por un campo de amapolas
y ese intenso aroma les hizo caer en un profundo sueño, siendo capturados por unos
monos voladores que venían de parte de la mala bruja. Cuando despertaron y vieron
a la bruja, lo único que se le ocurrió a Dorita fue arrojar un cubo de agua a la cara de
la bruja, sin saber que eso era lo que haría desaparecer a la bruja.
El cuerpo de la bruja se convirtió en un charco de agua, en un pis-pas. Rompiendo
así el hechizo de la bruja, todos pudieron ver como sus deseos eran convertidos en
realidad, excepto Dorita. Totó, como era muy curioso, descubrió que el mago no era
sino un anciano que se escondía tras su figura. El hombre llevaba allí muchos años
pero ya quería marcharse. Para ello había creado un globo mágico. Dorita decidió
irse con él. Durante la peligrosa travesía en globo, su perro se cayó y Dorita saltó
tras él para salvarle.
En su caída la niña soñó con todos sus amigos, y oyó cómo el hada le decía:
- Si quieres volver, piensa: “en ningún sitio se está como en casa”.
Y así lo hizo. Cuando despertó, oyó gritar a sus tíos y salió corriendo. ¡Todo había
sido un sueño! Un sueño que ella nunca olvidaría... ni tampoco sus amigos.
FIN

LA BOBINA MARAVILLOSA
Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido
una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo:
¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?
Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo
de oro de la que salió una débil voz:
Trátame con cuidado, príncipe.
Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira
soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de
desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás
ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.

33
El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un
apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey!
Con un nuevo tironcito, inquirió:
Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado.
Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas
hilo para saber como serian sus hijos de mayores.
De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos
cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina.
¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intento enrollar el
hilo en el carrete, pero sin lograrlo.
Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así:
Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos
no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin
molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer
nada de provecho.
FIN

EL MUÑECO DE NIEVE
Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y
empezaron a corretear por la blanca y mullida alfombra recién formada.
La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se entrego
a la tarea de moldearla.
Haré un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca.
La pequeña estaba entusiasmada con su obra y convirtió al muñeco en su
inseparable compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le hablaba, le
mimaba...
Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El
muñeco se fundió sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos
carbones y un botón rojo. La niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca
tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que
no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
FIN

EL CEDRO VANIDOSO
Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.

34
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo
podría compararse conmigo.
Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo alto
de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto.
Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo.
Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro,
no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa, que era
el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho
pesadamente.
¡A cuantos hombres, como el cedro, su demasiada ambición les arruina!
FIN

LA GATA ENCANTADA
Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban
tenerle por esposo. Pero el no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con
Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar.
Un día, dijo en voz alta:
Eres tan cariñosa y adorable que, si fueras mujer, me casaría contigo.
En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:
Príncipe tus deseos se han cumplido
El joven, deslumbrado, descubrió junto a el a Zapaquilda, convertida en una
bellísima muchacha.
Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que
acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia. Pero, de pronto,
vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y
zampárselo en cuanto lo hubo atrapado.
El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera
a su esposa en la gatita que había sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha
contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta de
todos los ratones de palacio.
FIN

EL NUEVO AMIGO
Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con
unos enanitos en el bosque. De pronto se escucho un largo aullido.
¿Que es eso? Pregunto la niña .
Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano sabio.
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda , apenada, pensó
que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salio, de la casita
y dejo sobre la nieve un cesto de comida.
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la muchacha a dar un paseo
y vio acercarse a un cordero blanco, precioso.
¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?

35
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el,
alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del
animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y
miedo.
Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de
gozo, mas que por haberse salvado, por haber ganado un amigo.
FIN

EL HONRADO LEÑADOR
Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de
duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayo el hacha al agua.
Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Como me ganare el sustento ahora que
no tengo hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traeré tu hacha.
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las
manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la
ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.
Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la
mentira y te mereces un premio.
FIN

LA SEPULTURA DEL LOBO


Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo mucho
que le sobraba. Sintiéndose viejo, empezó a pensar en su propia vida, sentado a la
puerta de su casa.
¿Podrías prestarme cuatro medidas de trigo, vecino? Le pregunto el burrito.
Te daré; ocho, si prometes velar por mi sepulcro en las tres noches siguientes a mi
entierro.
Murió el lobo pocos días después y el burrito fue a velar en su sepultura. Durante la
tercera noche se le unió el pato que no tenia casa. Y juntos estaban cuando, en medio
de una espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho que les dijo:
Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro.
Será suficiente si llenas una de mis botas. Dijo el pato que era muy astuto.
El aguilucho se marcho para regresar en seguida con un gran saco de oro, que
empezó a volcar sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como
no tenia suela y la fosa estaba vacía no acababa de llenarse. El aguilucho decidió ir
entonces en busca de todo el oro del mundo.
Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico, fue a
estrellarse sin remedio.

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Amigo burrito, ya somos ricos. Dijo el pato. La maldad del Aguilucho nos ha
beneficiado.
Y todos los pobres de la ciudad. Dijo el borrico, por que con ellos repartiremos el
oro.
FIN

EL CABALLO AMAESTRADO
Un ladrón que rondaba en torno a un campamento militar, robo un hermoso caballo
aprovechando la oscuridad de la noche. Por la mañana, cuando se dirigía a la ciudad,
paso por el camino un batallón de dragones que estaba de maniobras. Al escuchar
los tambores, el caballo escapo y, junto a los de las tropa, fue realizando los fabulosos
ejercicios para los que había sido amaestrado.
¡Este caballo es nuestro! Exclamo el capitán de dragones. De lo contrario no sabría
realizar los ejercicios. ¿Lo has robado tu? Le pregunto al ladrón.
¡Oh, yo...! Lo compre en la feria a un tratante...
Entonces, dime como se llama inmediatamente ese individuo para ir en su busca,
pues ya no hay duda que ha sido robado.
El ladrón se puso nervioso y no acertaba a articular palabra. Al fin, viéndose
descubierto, confeso la verdad.
¡Ya me parecía a mí exclamo el capitán Que este noble animal no podía pertenecer a
un rufián como tu!
El ladrón fue detenido, con lo que se demuestra que el robo y el engaño rara vez
quedan sin castigo.
FIN

LA OSTRA Y EL CANGREJO
Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en
el cielo, se pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirándola.
Desde su puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría
completamente en plenilunio y pensó comérsela.
A la noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro
una piedrecilla.
La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.
El astuto cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la
inocente ostra y se la comió.
Así sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que
lo apresa.
FIN

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EL PAPEL Y LA TINTA
Estaba una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella, cuando
una pluma, bañada en negrisima tinta, la mancho llenandola de palabras.
¿No podrias haberme ahorrado esta humillacion? Dijo enojada la hoja de papel a la
tinta. Tu negro infernal me ha arruinado para siempre.
No te he ensuciado. Repuso la tinta. Te he vestido de palabras. Desde ahora ya no
eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te
has convertido en algo precioso.
En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas esparcidas y las junto
para arrojarlas al fuego. Pero reparo en la hoja "sucia" de tinta y la devolvio a su
lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojo las demas
al fuego.
FIN

NUEZ DE ORO
La linda Maria, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en medio
del sendero.
-Veo que has encontrado mi nuez.
Devuélvemela -dijo una voz a su espalda.
María se volvió en redondo y fue a encontrarse frente a un ser diminuto, flaco,
vestido con jubón carmesí y un puntia-gudo gorro. Podría haber sido un niño por el
tamaño, pero por la astucia de su rostro comprendió la niña que se trataba de un
duendecillo.
-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió, inclinándose
con burla.
-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me la
quedaré, la venderé y podré comprar ropas para los niños pobres, porque el invierno
es muy crudo.
-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues!
María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los ojos, le
alargó la nuez.
-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando
necesites algo, pídeselo a la nuez de oro.
Sin más, el duendecillo desapareció.
Misteriosamente, la nuez de oro procuraba ropas y alimentos para todos los pobres
de la comarca. Y como María nunca se separaba de ella, en adelante la llamaron con
el encantador nombre de 'Nuez de Oro". FIN

CAPERUCITA Y LAS AVES


Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno
manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento

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Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía
granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin,
perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y compartían el
cálido refugio de su casita.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron
la aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -
respondieron algunos.
Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El avecilla,
con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje
en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y lanzó hacia lo alto a
la paloma blanca.
Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría
sucumbido bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos de la
aldea no podía ser más grave: sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban
dedicados a robar todas las provisiones.
De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos
envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los
atacantes.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le
tendió las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas
fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó
este mundo para siempre.
FIN

LA RATITA BLANCA
El Hada soberana de las cumbres invito un día a todas las hadas de las nieves a una
fiesta en su palacio. Todas acudieron envueltas en sus capas de armiño y guiando
sus carrozas de escarcha. Pero una de ellas, Alba, al oír llorar a unos niños que vivían
en una solitaria cabaña, se detuvo en el camino.
El hada entro en la pobre casa y encendió la chimenea. Los niños, calentándose junto
a las llamas, le contaron que sus padres hablan ido a trabajar a la ciudad y mientras
tanto, se morían de frío y miedo.
-Me quedare con vosotros hasta el regreso de vuestros padres -prometió ella.
Y así lo hizo; a la hora de marchar, nerviosa por el castigo que podía imponerle su
soberana por la tardanza, olvido la varita mágica en el interior de la cabaña. El Hada
de las cumbres contemplo con enojo a Alba.
Cómo? ,No solo te presentas tarde, sino que además lo haces sin tu varita? ¡Mereces
un buen castigo!
Las demás hadas defendían a su compañera en desgracia.

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-Ya se que Alba tiene cierta disculpa. Ha faltado, sí, pero por su buen corazón, el
castigo no será eterno. Solo durara cien años, durante los cuales vagara por el mundo
convertida en ratita blanca.
Amiguitos, si veis por casualidad a una ratita muy linda y de blancura
deslumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadita, que todavía no ha cumplido su
castigo...
FIN

EL GRANJERO BONDADOSO
Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna,
cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo,
donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo
concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante,
le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para
pasar la noche.
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada
en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras:
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar
refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por
haberme ayudado.
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando
éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos.
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió
recompensar al hombre si algún día recobraba el trono.
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al
caritativo labriego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores.
Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos
delicados del reino.
FIN

LA AVENTURA DE AGUA
Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió
el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego:
-Podrías tú ayudarme a subir mas, alto?
El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en
sutil vapor.
El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y
fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor,
ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más
pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia.
Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en
fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante
mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia.

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FIN

EL LOBO
Cauto, silencioso, el lobo salió una noche del bosque atraído por el olor del rebaño.
Con paso lento se acercó al redil lleno de ovejas, poniendo atención en donde ponía
la pata para no despertar con el más leve ruido al dormido perro.
Sin embargo, la puso sobre una tabla y la tabla se movió. Para castigarse por aquel
error, el lobo levantó la pata con que habla tropezado y se la mordió hasta hacerse
sangre.
¿Verdad, amiguitos, que este lobo fue el mejor juez de sí mismo?
FIN

EL EMIR CAPRICHOSO
Hubo una vez en un lugar de la Arabia un emir sumamente rico y muy caprichoso
en el comer. Los mejores cocineros de la región trabajaban para él, forzando cada día
su imaginación para satisfacer sus exigencias.
Harto ya de tiernos faisanes y pescados raros, un día llamó a su cocinero jefe y le
dijo:
-Ahmed, voy a pedirte que me busques algún manjar que no haya probado nunca,
porque mi apetito va decayendo. Si quieres seguir a mi servicio, tendrás que
ingeniarte cómo hacerlo.
-Si me ingenio y logro sorprenderos, ¿qué me daréis?
Aquel gran glotón, repuso:
-La mano de mi bellísima hija
Al día siguiente, el propio Ahmed sirvió al Emir en una bandeja de oro, el nuevo
manjar. Parecían muslos de ave adornados con una artística guarnición.
Comió el Emir y gritó entusiasmado:
-¡Bravo, Ahmed! Esto es lo más exquisito que he comido nunca. ¿Puedes decirme
qué es?
-El loro viejo que conservabais en su jaula de plata, señor.
-Tunante! Me has engañado. ¡No te casarás con mi hija!
El Gran Visir intervino en el pleito. Y puesto que el Emir había proclamado que el
manjar era exquisito, sentenció a favor del cocinero, que fue dichosísimo con su
hermosa princesa.
FIN

EL CASTIGO DEL AVARO


Erase un hombre muy rico, pero también muy avaro. Un día acudió a la feria, donde
le ofrecieron un jamón muy barato.
-Se, lo compro! Después de todo, hago un negocio, pues con ese dinero ni patatas
hubiera adquirido.
Y se dio el gran atracón de jamón, manjar que nunca probaba. Resultó que estaba
podrido y al día siguiente, aquejado de fuertes dolores, hubo de llamar al médico.

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-Qué habéis comido? -le preguntó el galeno
El avaro, entre suspiros, mencionó su compra barata.
-¡Buena la habéis hecho! -se burló el médico-.
Entre la factura de la botica y la mía, caro va a saliros el jamón podrido.
FIN

EL ASNO Y EL HIELO
Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito,
que estaba cansado, no se encontraba con ánimos para caminar hasta el establo.
-¡Ea, aquí me quedo! -se dijo, dejándose caer al suelo. Un aterido y hambriento
gorrioncillo fue a posarse cerca de su oreja y le dijo:
-Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado.
-Déjame, tengo sueño ! Y, con un largo bostezo, se quedó dormido.
Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto, se
rompió con un gran chasquido. El asno despertó al caer al agua y empezó a pedir
socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el gorrión bien lo hubiera querido.
La historia del asnito ahogado debería hacer reflexionar a muchos holgazanes.
Porque la pereza suele traer estas consecuencias.
FIN

LA GRATITUD DE LA FIERA
Un pobre esclavo de la antigua Roma, en un descuido de su amo, escapó al bosque.
Se llamaba Androcles. Buscando refugio seguro, encontró una cueva. A la débil luz
que llegaba del exterior, el muchacho descubrió un soberbio león. Se lamía la pata
derecha y rugía de vez en cuando. Androcles, sin sentir temor, se dijo:
-Este pobre animal debe estar herido. Parece como si el destino me hubiera guiado
hasta aquí para que pueda ayudarle. Vamos, amigo, no temas, vamos...
Así, hablándole con suavidad, Androcles venció el recelo de la fiera y tanteó su
herida hasta encontrar una flecha profundamente clavada. Se la extrajo y luego le
lavó la herida con agua fresca.
Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva. Hasta que
Androcles, creyendo que ya no le buscarían se decidió a salir. Varios centuriones
romanos armados con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo.
Pasados unos días, fue sacado de su pestilente mazmorra.
El recinto estaba lleno a rebosar de gentes ansiosas de contemplar la lucha.
Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto, con un
espantoso rugido, la fiera se detuvo en seco y comenzó a restregar cariñosamente su
cabezota contra el cuerpo del esclavo.
-íSublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues ha sojuzgado a la fiera! -
gritaron los espectadores
El emperador ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Lo que todos ignoraron
fue que Androcles no poseía ningún poder especial y que lo ocurrido no era sino la
demostración de la gratitud del animal.

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FIN

LOS GENIECILLOS HOLGAZANES


Erase unos duendecillos que vivían en un lindo bosque. Su casita pudo haber sido
un primor, si se hubieran ocupado de limpiarla. Pero como eran tan holgazanes la
suciedad la hacía inhabitable.
-Un día se les apareció la Reina de las hadas y les dijo:
Voy a mandaros a la bruja gruñona para que cuide de vuestra casa. Desde luego no
os resultará simpática...
Y llegó la Bruja Gruñona montada en su escoba. Llevaba seis pares de gafas para ver
mejor las motas de polvo y empezó a escobazos con todos. Los geniecillos aburridos
de tener que limpiar fueron a ver a un mago amigo para que les transformase en
pájaros.
Y así, batiendo sus alas, se fueron muy lejos...
En lo sucesivo pasaron hambre y frío; a merced de los elementos y sin casa donde
cobijarse, recordaban con pena su acogedora morada del bosque. Bien castigados
estaban por su holgazanería, errando siempre por el espacio...
Jamás volvieron a disfrutar de su casita del bosque que fue habitada por otros
geniecillos más obedientes y trabajadores.
FIN

LA FALSA APARIENCIA
Un día, por encargo de su abuelita, Adela fue al bosque en busca de setas para la
comida. Encontró unas muy bellas, grandes y de hermosos colores llenó con ellas su
cestillo.
-Mira abuelita -dijo al llegar a casa-, he traído las más hermosas...
¡mira qué bonito es su color escarlata!
Había otras más arrugadas, pero las he dejado.
-Hija mía -repuso la anciana-
Esas arrugadas son las que yo siempre he recogido. Te has dejado guiar por las y
apariencias engañosas y has traído a casa hongos que contienen veneno. Si los
comiéramos, enfermaríamos; quizás algo peor...
Adela comprendió entonces que no debía dejarse guiar por el bello aspecto de las
cosas, que a veces ocultan un mal desconocido.
FIN

EL VIAJERO EXTRAVIADO
Erase un campesino suizo, de violento carácter, poco simpático con sus semejantes
y cruel con los animales, especialmente los perros, a los que trataba a pedradas.
Un día de invierno, tuvo que aventurarse en las montañas nevadas para ir a recoger
la herencia de un pariente, pero se perdió en el camino. Era un día terrible y la
tempestad se abatió sobre él. En medio de la oscuridad, el hombre resbaló y fue a

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caer al abismo. Entonces llamó a gritos, pidiendo auxilio, pero nadie llegaba en su
socorro. Tenía una pierna rota y no podía salir de allí por sus propios medios.
-Dios mío, voy a morir congelado...
-se dijo.
Y de pronto, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, sintió un aliento
cálido en su cara. Un hermoso perrazo le estaba dando calor con inteligencia casi
humana. Llevaba una manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al cuello. El
campesino se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la manta. Después
se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le llevó hasta lugar
habitado, salvándole la vida.
¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia?
Pues fundar un hogar para perros como el que le había salvado, llamado San
Bernardo. Se dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los inviernos y
que adoraban a su dueño...
FIN

LA LEONA
Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban
silenciosamente.
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en seguida
el peligro.
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a herirla.
A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar. Y de repente pensó
que sus hijitos quedarían entonces a merced de los cazadores. Decidida a todo por
defenderlos, bajó la mirada para no ver las amenazadoras puntas de aquellos hierros
y, dando un salto desesperado, se lanzó sobre ellos, poniéndolos en fuga.
Su extraordinario coraje la salvó a ella y salvó a sus pequeñuelos. Porque nada hay
imposible cuando el amor guía las acciones.
FIN

PIEL DE OSO
Un joven soldado que atravesaba un bosque, fue a encontrarse con un mago. Este le
dijo:
-Si eres valiente, dispara contra el oso que está a tu espalda.
El joven disparó el arma y la piel del oso cayó al suelo. Este desapareció entre los
árboles.
-Si llevas esa piel durante tres años seguidos -le dijo el mago- te daré una bolsa de
monedas de oro que nunca quedará vacía. ¿Qué decides?
El joven se mostró de acuerdo. Disfrazado de oso y con dinero abundante, empezó
a recorrer el mundo. De todas partes le echaban a pedradas. Sólo Ilse, la hermosa
hija de un posadero, se apiadó de él y le dio de comer.
-Eres bella y buena, ¿quieres ser mi prometida? -dijo él.
-Sí, porque me necesitas, ya que no puedes valerte por ti mismo -repuso llse.

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El soldado, enamorado de la joven, deseaba que el tiempo pasase pronto para
librarse de su disfraz. Transcurridos los tres años, fue en busca del mago.
-Veo que has cumplido tu promesa -dijo éste-.
Yo también cumpliré la mía. Quédate con la bolsa de oro, que nunca se vaciará y sé
feliz.
En todo aquel tiempo, llse lloraba con desconsuelo.
-Mi novio se ha ido y no sé dónde está.
-Eres tonta -le decía la gente-; siendo tan hermosa, encontrarás otro novio mejor.
-Sólo me casaré con "Piel de Oso"
-respondía ella.
Entonces apareció un apuesto soldado y pidió al posadero la mano de su hija. Como
la muchacha se negara a aceptarle, él dijo sonriente:
-¿No te dice el corazón que "Piel de Oso" soy yo?
Se casaron y no sólo ellos fueron felices sino que, con su generosidad, hicieron
también dichosos a los pobres de la ciudad.
FIN

EL AVARO MERCADER
Erase un mercader tan avaro que, para ahorrarse la comida de su asno, al que hacía
trabajar duramente en el transporte de mercancías, le cubría la cabeza con una piel
de león y como la gente huía asustada, el asno podía pastar en los campos de alfalfa.
Un día los campesinos decidieron armarse de palos y hacer frente al león. El pobre
asno, que estaba dándose el gran atracón, rebuznó espantado al ver el número de
sus enemigos.
-Es un borrico! -dijeron los campesinos-.
Pero la culpa del engaño debe ser cosa de su amo.
Sigámosle y descubriremos al tunante.
El pobre asno emprendió la gran carrera hasta la cuadra del mercader; y tras él
llegaron los campesinos armados con sus palos propinando tal paliza al avaro, que
en varios días no pudo moverse. Al menos la lección sirvió para que aquel avaricioso
alimentase a su asno con pienso comprado con el dinero que el fiel animal le daba a
ganar.
FIN

LA HUMILDE FLOR
Cuando Dios creó el mundo, dio nombre y color a todas las flores.
Y sucedió que una florecita pequeña le suplicó repetidamente con voz temblorosa:
-i No me olvides! ¡No me olvides!
Como su voz era tan fina, Dios no la oía. Por fin, cuando el Creador hubo terminado
su tarea, pudo escuchar aquella vocecilla y se volvió hacia la planta. Mas todos los
nombres estaban ya dados. La plantita no cesaba de llorar y el Señor la consoló así:
-No tengo nombre para ti, pero te llamarás "Nomeolvides".

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Y por colores te daré el azul del cielo y el rojo de la sangre. Consolarás a los vivos
y acompañaras a los muertos.
Así nació el "nomeolvides" o miosota, pequeña florecilla de color azul y rojo.
FIN

LA VERDADERO JUSTICIA
Hubo una vez un califa en Bagdad que deseaba sobre todas las cosas ser un soberano
justo. Indagó entre los cortesanos y sus súbditos y todos aseguraron que no existía
califa más justo que él.
-¿Se expresarán así por temor? -se preguntó el califa.
Entonces se dedicó a recorrer las ciudades disfrazado de pastor y jamás escuchó la
menor murmuración contra él. Y sucedió que también el califa de Ranchipur sentía
los mismos temores y realizó las mismas averiguaciones, sin encontrar a nadie que
criticase su justicia.
-Puede que me alaben por temor -se dijo-.
Tendré que indagar lejos de mi reino.
Quiso el destino que los lujosos carruajes de ambos califas fueran a encontrarse en
un estrecho camino.
-Paso al califa de Bagdad! -pidió el visir de éste.
-Paso al califa de Ranchipur! .-exigió el del segundo.
Como ninguno quisiera ceder, los visires de los dos soberanos trataron de encontrar
una fórmula para salir del paso.
-Demos preferencia al de más edad -acordaron.
Pero los califas tenían los mismos años, igual amplitud de posesiones e idénticos
ejércitos. Para zanjar la cuestión, el visir del califa de Bagdad preguntó al otro:
-¿Cómo es de justo tu amo?
-Con los buenos es bondadoso -replicó el visir de Ranchipur-, justo con los que aman
la justicia e inflexible con los duros de corazón.
-Pues mi amo es suave con los inflexibles, bondadoso con los malos, con los injustos
es justo, y con los buenos aún más bondadoso
-replicó el otro visir.
Oyendo esto el califa de Ranchipur, ordenó a su cochero apartarse humilde-mente,
porque el de Bagdad era más digno de cruzar el primero, especialmente por la
lección que le había dado de lo que era la verdadera justicia.
FIN

SECRETO A VOCES
Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía
guardar un secreto.
-Qué hablabas con el Gobernador?
-le preguntó a su padre, después de observar una larga conversación entre los dos
hombres.

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-Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar en el
Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo.
Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza con todas
sus compañeras de la escuela para ver colocar el reloj en el ayuntamiento.
¡Ay!, el tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad que
fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios
años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo.
FIN

LA VENTA DEL ASNO


Erase un chicuelo astuto que salió un día de casa dispuesto a vender a buen precio
un asno astroso. Con las tijeras le hizo caprichosos dibujos en ancas y cabeza y luego
le cubrió con una albarda recamada de oro. Dorados cascabeles pendían de los
adornos, poniendo música a su paso.
Viendo pasar el animal tan ricamente enjaezado, el alfarero llamó a su dueño:
-Qué quieres por tu asno muchacho?
-iAh, señor, no está en venta! Es como de la familia y no podría separarme de él,
aunque siento disgustaros...
Tan buena maña se dio el chicuelo, que consiguió el alto precio que se había
propuesto. Soltó el borrico, tomó el dinero y puso tierra por medio.
La gente del pueblo se fue arremolinando en torno al elegante asnito.
¡Que elegancia! ¡Qué lujo! -decían las mujeres.
-El caso es... -opuso tímidamente el panadero-, que lo importante no es el traje, sino
lo que va dentro.
-insinúas que el borrico no es bueno? -preguntó molesto el alfarero.
Y para demostrar su buen ojo en materia de adquisiciones, arrancó de golpe la
albarda del animal. Los vecinos estallaron en carcajadas. Al carnicero, que era muy
gordo, la barriga se le bamboleaba de tanto reír. Porque debajo de tanto adorno,
cascabel y lazo no aparecieron más que cicatrices y la agrietada piel de un jumento
que se caía de viejo.
El alfarero, avergonzado, reconoció:
-Para borrico, yo!
FIN

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