Sei sulla pagina 1di 9

Almas gemelas

(Una historia de amor)


Jesús Campos García

1
Crujir de hojas secas en el parque.

MUJER.- ¿Quién hay ahí?


HOMBRE.- ¿Es usted?
MUJER.- Sí, soy yo.
HOMBRE.- ¿Pero dónde está?

MUJER.- Aquí, junto al pedestal.


HOMBRE.- No la veo.
MUJER.- Tampoco yo.
HOMBRE.- Salga, no se esconda.

MUJER.- ¿Para?
HOMBRE.- Para verla.
MUJER.- ¿Pero no habíamos quedado en que era una cita a
ciegas?

HOMBRE.- Sí, pero eso no quiere decir que tengamos que


hablar a escondidas.

MUJER.- ¡Ah, no? Pues yo había creído...


HOMBRE.- A ciegas significa que te citas sin verte. Vamos,
sin conocerte. Sin saber con quién.

MUJER.- Aun así, me gustaría ocultar mi identidad.


HOMBRE.- No le estoy pidiendo que se identifique, solo que
se deje ver.

MUJER.- M uéstrese usted primero.


HOMBRE.- No puedo. Ya sabe. No es que no quiera. Yo, lo
que pasa... es que no puedo.

MUJER.- ¿Y eso?

2
HOMBRE.- Ya... sabe. ¿No se acuerda? Lo p onía en el
anuncio.

MUJER.- Pues...
HOMBRE.- Soy el hombre invisible.

MUJER.- ¿En serio?


HOMBRE.- Le diré.
MUJER.- O sea que no era una broma.
HOMBRE.- ¿Creyó que era una broma?

MUJER.- Así, al pronto...


HOMBRE.- Sí, ya, entiendo que se lo pareciera; pero no, no
es una broma. Qué más hubiera querido yo. (Pausa.) En fin, ya
ve.

MUJER.- Pues no, no veo.

HOMBRE.- Estoy delante de usted.


MUJER.- ¿Dónde?
HOMBRE.- Aquí, en la escalinata.
MUJER.- Si no lo veo...

HOMBRE.- ¿Eh? ¿Qué me dice? ¿Ve como soy invisible?


MUJER.- Sí, sí, ya veo que es invisible.
HOMBRE.- Totalmente. Totalmente invisible. Y créame, no
es ninguna broma; más bien, una desgracia.

MUJER.- Tampoco es para que se lo tome así.


HOMBRE.- Ah, ¿no? ¡Ir por la vida sin que te vean! ¿Se
imagina?

MUJER.- M e hago una idea.


HOMBRE.- No me relaciono con nadie. Como mucho, si les
salpico cuando piso un charco.

MUJER.- Que no le vean no significa que no pueda hablarles.

3
HOMBRE.- ¡Hablarles? M i voz... caus a espanto. ¡Huyen
despavoridos! Y no le cuento si los toco. El contacto de mi
mano ha provocado ya más de media docena de infartos.

MUJER.- Le entiendo, claro que le entiendo, ¿cómo no le


voy a entender? Aun así, de verdad, hágame caso: ser invisible
no es ninguna desgracia.

HOMBRE.- ¿Ah, no? Pues dígaselo a los infartados.

MUJER.- Como mucho, un inconveniente. O mejor, una


peculiaridad. Es más, si me apura, yo le diría que es un
privilegio.

HOMBRE.- ¿Se burla de mí?


MUJER.- No ser visto le protege del mal de ojo.

HOMBRE.- Se burla de mí.


MUJER.- Y está exento de la declaración de la renta.
HOMBRE.- Ya. Y me cuelo sin pagar.
MUJER.- Además. (Breve pausa.) Aunque, para mí, lo mejor
es envejecer de incógnito.

HOMBRE.- Una bicoca, según lo cuenta.


MUJER.- Yo diría que sí.
HOMBRE.- Pues seré un privilegiado, si usted lo dice.
Ahora, admítalo: un privilegiado que da miedo.

MUJER.- ¿M iedo?

HOMBRE.- Sí, miedo. O si no, ¿por qué se esconde?


MUJER.- Estamos hablando, ¿no? ¿Qué más quiere que
haga?

HOMBRE.- Salir del escondrijo.


MUJER.- ¿Cómo?

HOMBRE.- Sí, podría dejarse ver.


MUJER.- Bueno, me temo que eso no va a ser posible.
HOMBRE.- ¿Y eso?

4
MUJER.- Verá... Soy la mujer invisible.
HOMBRE.- ¿Se burla de mí?
MUJER.- En absoluto.

HOMBRE.- Pues lo parece.


MUJER.- Sí, ent iendo que pueda parecer una broma, pero,
¿qué quiere? Soy invisible.

HOMBRE.- No la creo.
MUJER.- Se lo juro, soy invisible.

HOMBRE.- ¿Y por qué se esconde entonces?


MUJER.- ¿Quién se esconde?
HOMBRE.- Usted.
MUJER.- ¿Yo?

HOMBRE.- Sí, detrás del pedestal.


MUJER.- ¿Detrás? Estoy junto al pedestal, pero no detrás.
HOMBRE.- ¡Ah!, pues no sé. (Pausa.) Pero usted dijo que
estaba detrás.

MUJ ER.- Junto al pedestal, fue lo que dije. Pero no es t oy


detrás, estoy delante.

HOMBRE.- O sea, que es invisible.


MUJER.- Ya lo ve.
HOMBRE.- Increíble. Esto es increíble.
MUJER.- ¿Al hombre invisible le parece increíble que yo sea
invisible?

HOMBRE.- Es que es muy fuerte.


MUJER.- Y tan fuerte. Oiga, mire, yo también he s ufrido la
incomprensión de los demás, que ser distinto no es plato de
gusto para nadie; ahora...

HOMBRE.- Pues eso no era lo que decía antes.

5
MUJER.- Que yo lo lleve con alegría es otra cosa. Cuestión
de carácter. Pero la procesión va por dentro. Y no me corte, que
se me va el hilo. Yo puedo entender, ya le digo, que los visibles
no me vean con buenos ojos; ahora, que un semejante esté
poniendo en duda que soy como soy, me parece... inconcebible.

HOMBRE.- Ah, no, no; yo jamás he dudado de... Vamos,


que no me refería al hecho de que sea invisible; yo lo decía por
la casualidad.

MUJER.- Ahora arréglelo.

HOMBRE.- No estoy tratando de arreglar nada. A unque


convendrá conmigo que un encuentro así no se produce todos
los días. Admítalo, es mucha casualidad. Y con esto no es que
quiera disculparme. O bueno, sí, claro que quiero disculparme.
Verá, es que estoy confuso. En fin, no sé, póngase en mi lugar.

MUJER.- Póngase usted en el mío. ¿O qué cree, que yo no


estoy sorprendida? ¿Sabe lo que pensé cuando leí su anuncio?,
«hombre invisible busca media naranja». «No saben qué
inventar para llamar la atención», eso fue lo que pensé. De ahí
a estar aquí, hablando con una voz sin cuerpo...

HOMBRE.- ¿Ve? Luego me está dando la razón.

MUJER.- ¿Yo?
HOMBRE.- ¿Pero es que no se da cuenta? Usted misma lo
ha dicho.

MUJER.- Que he dicho, ¿qué?


HOMBRE.- Pues que es sorprendente.
MUJER.- Claro que es sorprendente. Sorprendente, sí.
Sorprendente, impensable, inesperado, pero no increíble. No
para usted. Al menos para usted, no puede ser increíble. No
señor, me niego.

HOMBRE.- ¿Sabe lo que pasa? La soledad puede a veces


jugarte una mala pasada. Y no quisiera equivocarme. Verá, no
quisiera...

MUJER.- ¿Piensa que puedo ser una invención de su mente?


HOMBRE.- Pues sí, es lo que pienso.
MUJER.- Igual podría ser al contrario.

6
HOMBRE.- ¿Cómo es eso?
MUJER.- Sí. ¿Qué le hace pensar que no sea yo la que le está
imaginando a usted?

HOMBRE.- Pues porque el que lo está pensando soy yo.

MUJER.- ¿M e está negando el derecho a que sea yo la que lo


piensa a usted?

HOMBRE.- Yo...
MUJER.- Eso es machismo.
HOMBRE.- No empecemos.

MUJER.- ¿Que no empecemos ? ¿Y acaba de decir que solo


existo porque us t ed me piensa? Pues dígame si no cómo le
llama a eso.

HOMBRE.- Oiga, pues mire, si soy un machista, procuraré


enmendarme. ¡M ujeres!

MUJER.- Sin pasarse, ¿eh?


HOMBRE.- Disculpe. Pero es que estoy tratando de entender
qué es lo que ocurre. Y no sé, no lo entiendo.

MUJER.- Pues está muy claro: somos la pareja invisible.


HOMBRE.- Sí, usted ríase, pero ha sido tan duro tener que
aceptar que soy invisible... No me gusta. Y ahora, de repente,
aparece usted, tan contenta, sin importarle lo más mínimo ser
invisible o no.

MUJER.- Al principio, pues choca. Hasta que me dije: «Tía,


eres invisible, esto es lo que hay, qué se le va a hacer».

HOMBRE.- Créame que envidio su entereza de ánimo.


MUJER.- M e gusta ver la parte positiva. ¿Se da cuenta? Una
entre un millón: esas eran las posibilidades que teníamos de
encontrarnos. Y ya ve.

HOMBRE.- Pero eso es lo que pasa, que no veo. Ni la veo,


ni me ve. Y hasta las voces podrían ser quimeras. Es todo tan
inconcreto...

MUJ ER .- Así es. Ni imagen ni sonido. Solo nos queda el


tacto.

7
HOMBRE.- ¿El tacto?
MUJER.- Un sentido muy poco cultural, sin t radición. Por
eso es tan sincero. Aún no ha sido enseñado a mentir.

HOMBRE.- Claro, el tacto, qué interesante. ¿Cómo no se me


habrá ocurrido antes?

MUJER.- Y eso que es usted el que piensa.


HOMBRE.- No se burle.
MUJER.- Pero si no me burlo.
HOMBRE.- Se me está ocurriendo...

MUJER.- ¿Sí?
HOMBRE.- Creo… no sé, que deberíamos acercarnos.
MUJER.- ¿Y eso?
HOMBRE.- Si le parece, puede seguir el borde del segundo
peldaño. Yo haré lo mismo.

MUJER.- Pero, ¿para qué?


HOMBRE.- Pues p ara encontrarnos. Tenemos que
asegurarnos de que somos reales.

MUJER.- Ya.
HOMBRE.- Es el único modo; usted lo ha dicho.

MUJER.- ¿M e está proponiendo que la primera vez que no


nos vemos ...? (Rompe a reír.) Perdone, no quería hacer un
chiste.

HOMBRE.- Es una cita a ciegas.


MUJER.- M ire, en eso no le falta razón.

HOMBRE.- ¿Y bien?
MUJER.- De acuerdo, vamos allá.

(A partir de este momento, las alteraciones respiratorias


pondrán de manifiesto la complejidad de las acciones.)

8
HOMBRE.- (Tras una pausa.) ¿Es usted?
MUJER.- Sí, claro, ¿quién quiere que sea?
HOMBRE.- O sea, que era verdad.

MUJER.- ¿Es que lo había dudado?


HOMBRE.- Pues...
MUJER.- Yo jamás lo dudé.
HOMBRE.- Oiga...

MUJER.- ¿Sí?
HOMBRE.- Tiene usted muy buen tipo.
MUJER.- Gracias. (Pausa.) Lo... mismo digo.
HOMBRE.- Pero que muy buen...

MUJER.- Ay, no, no. Eso no.


HOMBRE.- Perdone.
MUJ ER.- Perdóneme usted a mí, pero es que me cogió por
sorpresa.

HOMBRE.- ¿Sabe que tenía razón? Esto del tacto ahorra


muchas explicaciones.

MUJER.- Es mucho más concreto, dónde va a parar.


HOMBRE.- ¿Le parece que demos un paseo?
MUJER.- Ay, sí, sí, por favor, que aquí estamos muy a la
vista.

(Y cogidos de la mano, se adentran en la espesura del


parque para entregarse a los placeres del tacto, sin que
nadie los vea.)

(M adrid, 4 de mayo de 2003 -


M irones (Cantabria), 21 de agosto de 2003)

Potrebbero piacerti anche