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TURNO NOCHE. AULA 17.

CUENTOS COMISION AGUSTINA FULGUEIRAS

LOS MEJORES PAPÁS DEL MUNDO


Tamara Sparti
tamarasparti@gmail.com

Antes de antes yo sentía que mi mamá y mi papá eran los mejores del mundo. Creo que casi todos los chicos
sienten eso. Digo casi todos porque por ejemplo mi amiga Mili no conoció a su papá y ella dice que no lo
quiere (cosa que es rara porque no lo conoce…) y a mi amigo Ignacio su mamá lo reta muchísimo y le dice
cosas medio feas, así que le gustaría que su mamá fuera más buena con él y con sus hermanos. Bueno, menos
para Mili y para Ignacio, para todos mis amigos, para mi hermanita, para mis primos y para mí los papás de
cada uno eran los mejores del mundo.
Y no porque yo los viera perfectos, siempre supe que tenían muchos defectos, pero me parecían maravillosos
igual.
Pero pasó que un día, cuando yo tenía seis años y Camila, mi hermanita solo dos años, mi papa y mi mamá
nos dijeron que se iban a separar. Cami no entendía mucho, pero yo si. Y los miré muy muy enojado, tambén
triste creo. Y les pregunté por qué.
Ellos me dijeron que se querían y que se respetaban mucho, pero que no podían ni querían seguir viviendo
en la misma casa. Que cuando fuéramos mas grandes lo íbamos a entender
Y cuando nos explicaron así, más bronca me dio:
Primero: se quieren y se respetan, pero no quieren vivir juntos. No entiendo.
Segundo: no me explican, pero saben que no voy a entender, solo porque soy chico.
Tercero: todos los papás de mis amigos antes de separarse s e llevaban mal, se peleaban. Algunos hasta
lloraban. ¿Como puede ser que parece que está todo bien y está todo mal?
¿O es que está todo bien pero no quieren que esté todo bien?
¿O está todo mal y no me doy cuenta?
Bueno, todo eso lo pensé pero no se los dije. Solo pedí que si ahora no entendía que me explicaran todo
cuando fuera mas grande.
Creo que quería que todo terminara rápido. Como si fuera un capítulo de una serie de dibujitos. Así
pasábamos al siguiente.
En ese momento pensé que soy un papanatas como dice mi abuela. Pero un reverendo papanatas. Mis papás
son un cachivache. Así que así, en un abrir y cerrar de ojos pasaron de maravillosos a cachivaches.
Nosotros nos quedamos en casa y papá se fue a la casa de un amigo.
Al principio era todo muy raro. Todos comenzamos a hacer cosas que antes no hacíamos. Mi mamá aprendió
a manejar. Mi papá me empezó a ayudar con las tareas de la escuela. Al poquito tiempo Cami dejó los pañales.
Yo empecé a juntar la mesa después de comer..
Recuerdo que estuve muchos días con dolor de panza. Fui al médico con mi mamá y después fui al médico
con mi papá. Un día mi papá que es psicólogo, me dijo que lo que yo tenía era angustia.
Y no se que pasó, pero no tuve más dolor de panza.
De a poco, aunque yo no entendía demasiado, las cosas se fueron acomodando.
Yo iba a la casa de papá, que en realidad era la casa de Nico y la pasaba muy bien y en casa con mamá también.
Cuando ya tenía siete años una noche mi mamá nos dijo a Cami y a mi que tenía que contarnos algo
importante y que lo quería compartir con nosotros. Daba vueltas y vueltas y nos preguntaba si sabíamos, si
nos imaginábamos de que se trataba. Iba y venía… hasta que Cami le dijo: “ya se mamá: tenés novio”. Nos
reímos mucho los tres y yo me di cuenta de que yo no sabía que ya sabía que mi mamá tenía novio y quien
era y como era. Y aunque fue raro para mí, sentí que eso era bueno para ella y también para nosotros.
Después de un tiempo, una noche mi papá nos dijo a Cami y a mí que tenía que contarnos algo importante y
que lo quería compartir con nosotros. Daba vueltas y vueltas y nos preguntaba si sabíamos, si nos
imaginábamos de qué se trataba. Iba y venía… hasta que yo le dije: “ya se papá: tenés novio” nos reimos
mucho los tres y yo me di cuenta de que yo no sabía que ya sabía que mi papá tenía novio y quien era y cómo
era. Y aunque fue raro para mí, sentí que eso era bueno para él y también para nosotros.
Y desde entonces siento que mis papás no son los mejores del mundo, pero sin duda son los que yo hubiera
elegido…
TURNO NOCHE. AULA 17. CUENTOS COMISION AGUSTINA FULGUEIRAS

DEL OTRO LADO DEL TILO


Maite Diorio - Santiago Diorio
maitediorio@gmail.com

El intendente del pueblo Azulino y la intendenta de Naranjolandia se disputaron el antiguo árbol de Tilo,
pero como no se podían poner de acuerdo y todo lo que cada uno decía, al otro le parecía mal, en lo único
que pudieron ponerse de acuerdo fue en hacer una muralla bien larga que por fin los separara. Así, la tierra
y sus habitantes quedaron divididos, incluso familias que justo ese día habían ido de compras al pueblo
lindero.
Con el tiempo llegaron también otras reglas y los pobladores, antiguamente hermanos y vecinos, se
fueron distanciando. En Azulino estaba prohibido bailar, no fuera cosa que las personas tuvieran mucho
contacto y tramaran cosas. Allí vivía Rogerio, un niño sagaz e inquieto al que le gustaba mucho la música,
pero sabía que no podía moverse mucho, porque de lo contrario podrían castigarlo. A Rogerio le encantaba
tocar el mayembé, un instrumento mezcla de guitarra, flauta y tambor que él mismo había inventado. A
veces, cuando lo tocaba, los piecitos se le movían solos.
En Naranjolandia ya no se podía hacer música, no fuera cosa que la gente pudiera alzar su voz con las
canciones. Ahí vivía Anela, una niña curiosa y movediza que bailaba a escondidas al ritmo del canto de los
pájaros, a falta de otra música. A veces le daban ganas de acompañar cantando, pero luego se acordaba que
sería castigada y se iba silbando bajito.
Un día como cualquier otro, Anela quiso ir a escribir bajo la sombra del tilo, sin saber que al mismo tiempo
y del otro lado de la muralla, Rogerio se dirigía hacia la misma sombra. De no ser por la muralla, podían
sentarse espalda con espalda. Rogerio sacó el mayembé y empezó a tocar unas notas, Anela se paró de un
salto y comenzó a moverse, sentía una extraña sensación que la invadía, era la música. Anela tomó una hoja
del cuaderno, escribió unas líneas, lo convirtió en avioncito y lo tiró para el otro lado. A Rogerio le cayó en
los pies que se movían contentos cuando el avioncito los interrumpió. Leyó el mensaje y se paró de un salto,
sorprendido. Se puso el mayembé al hombro y empezó a trepar la muralla. Cuando llegó a la copa del árbol
la vio: ella estaba bailando del otro lado. Rogerio, espontáneamente, decidió acompañar con su instrumento.
Y ahí, sin querer, ni pretenderlo, en la frontera de la muralla y el árbol, se compartieron la música y la danza
que del otro lado les negaban.
Así volvían cada tarde: Anela le enseñaba unos pasos, Rogerio unos acordes, y entre unos y otros se iban
haciendo amigos e iban aprendiendo el uno del otro.
Un día Rogerio no apareció, al otro tampoco, ni al siguiente. Anela se preocupó con el silencio. Tomó
coraje, trepó el muro y saltó al otro lado. Corrió y corrió y lo encontró encerrado en una jaula en la plaza
principal de Azulino. A Rogerio lo habían visto bailando y alguien lo había delatado. Anela le preguntó dónde
estaba su mayembé y se fue a buscarlo. Al rato volvió con el instrumento y juntos idearon una canción que
contaba su historia. La gente empezó a agolparse para escucharlos. La música llegó al otro lado de la muralla
y los habitantes de Naranjolandia de a poco fueron llegando a la plaza vecina. Unidos, ambos pueblos
comenzaron a reclamar lo que les correspondía: dejar de estar separados por la ridícula muralla y disfrutar
libremente de la música y la danza, sin restricciones. Tanto fue el clamor de la gente que ambos intendentes
tuvieron que ponerse de acuerdo, esta vez para derribar la muralla.
Desde ese momento, todos los eneros se juntan alrededor del Tilo para bailar y festejar al son del
mayembé, en el nuevo pueblo: Azulanja… o Naranjino. Todavía no se pusieron de acuerdo.
TURNO NOCHE. AULA 17. CUENTOS COMISION AGUSTINA FULGUEIRAS

DIARIO DE UN ÁRBOL
Maite Diorio
maitediorio@gmail.com

Querido diario:
Hoy el viento me ha despeinado fuerte. Mis hojas bailan su ritmo incesante. El sol de otoño entibia
mi cuerpo y puedo sentir a los seres que habitan en mi interior resguardarse. Las hormigas están más
movedizas que de costumbre, no sé qué les pasa.
Un pajarito comenzó a hacer su nido. La verdad que no terminó muy bien la vez anterior. ¡Estos pájaros
atrevidos! Se creen que pueden armar su casa en cualquier árbol. ¡Puff, que tupé!
Esta mañana un grupo de pequeños me despertaron temprano cuando pasearon corretearon. Del
grupo se desprendió una niña que volvió sobre sus pasos para abrazarme. Con todos los años que tengo
encima, aun me sorprenden estos humanos.
Ayer por la noche aullaban los lobos. Me parece que le hablaban a la luna, que redondísima iluminaba
el rio y convertía en plateadas las pocas hojas que me quedan. Que altiva se la ve cuando está llena, hasta
parece que sonríe.
Querido diario, hoy si que estoy preocupado. Escucho ruidos a lo lejos, no puedo identificarlos pero
mis raíces me dicen que algo no está bien. Le pregunto a mis vecinos si pueden ver algo. Abuelo ombú me
echa una mirada extraña pero no dice nada.
La lluvia baña mi tronco y las ramas vacías. La tierra se convierte en barro de a poco. Me quedo
dormido y cuando despierto, veo unas huellas, creo que son de hombre, no quiero que se me acerquen. Los
huevos siguen ahí y la pareja aun no regresa. ¿Les habrá pasado algo?
Amanecí ansioso, inquieto, percibo algo. Señora y señor pájaro salieron, sus huevitos quedaron sobre
mi rama. Yo los miro de reojo, no sea cosa de que se caigan.
Un poco envidio a los pájaros porque pueden volar. Yo en cambio estoy anclado y lo único que se mueve es
la nube gigante que pasa y saluda. Hay días que sueño que también puedo volar.
En este atardecer puedo sentir la primavera acercarse, el aire en el bosque ya es distinto. Escucho
una música, viene de la orilla del río. Me parece haber escuchado que se llama bombo, me resulta familiar
¿Habrá sido antes un árbol?
Hoy volvió a salir el sol y su luz se filtra por mis hojas verdes. ¡Esperá! ¡Escucho algo! Es la vida de los
pequeños pájaros que está comenzando. Tal vez los deje quedarse.
Al fin y al cabo, soy un árbol.
TURNO NOCHE. AULA 17. CUENTOS COMISION AGUSTINA FULGUEIRAS

LA MUCHACHA DE LOS TULIPANES


Santiago Bardi
santiagobardi1@gmail.com

Joan era francés. Sus ojos azules de mirada penetrante observaban el lienzo color blanco que reposaba sobre
el atril. Sobre aquella tela, el francés había hecho un boceto con lápiz. Un gran ventanal iluminaba la
habitación repleta de las obras de arte creadas por el pintor. Invadían cada rincón del cuarto.
Estaba inspirado. El hombre, con una barba que rodeaba su boca y caía hacia su pecho, sostenía en una mano
un pincel y en la otra una paleta con una armoniosa gama de colores. Mojó un poco los cabellos amarillentos
del pincel y tocó el lienzo. La herramienta que Joan sujetaba entre sus dedos bailaba en la tela y formaba
figuras de diferentes colores. No comía, no bebía, solo quería dedicarse a pintar. Esa sería su obra maestra.
Los cuatro días subsiguientes fueron iguales. Solo se escuchaba el sonido del pincel rozando la superficie del
lienzo. Al quinto día, la obra ya estaba finalizada.
Se sentó en un viejo y polvoriento sillón para observar la pintura. Había representado un hermoso campo de
tulipanes amarillos en el que mujer con un largo vestido rosa paseaba y arrancaba algunas flores. La joven
tenía el cabello rubio y una nariz perfectamente respingada. El pintor tomó un pincel más fino, lo empapó
con pintura negra y garabateó su firma en un rincón del cuadro. Todavía no decidía que título ponerle a su
obra.
Minutos más tarde soltó un suspiro de alivio y decidió ir a la cocina para comer algo. Pero el cuadro de la
mujer de los tulipanes no se lo permitía. Por alguna razón inexplicable Joan no podía dejar de observar a la
muchacha. Estaba apresado. Encadenado.
Se acercó aún más al lienzo y pudo observar como la chica volteaba la cabeza y lo miraba fijo, sonriendo.
Ahora los tulipanes se movían al compás del viento mientras la protagonista del cuadro avanzaba hacia Joan.
El francés a pesar del miedo se arrimaba cada vez más al cuadro, casi hasta lograr que su gran nariz tocara la
tela. Se sentía completamente hipnotizado por la muchacha. Cuando la rubia le extendió la mano, él la agarró
con confianza y pudo sentir que la piel de la mujer era tan suave como la seda. La chica tiró de él y sin dudarlo
Joan avanzó. De un momento a otro estaba en un hermoso campo de tulipanes. El aire placentero, ni frio ni
cálido, envolvía sus ropajes. Miró hacía su derecha y allí estaba la muchacha contemplándolo con sus ojos de
esmeralda.
- Hola - le dijo él en francés. Pero la muchacha no respondió, solo lo siguió observando con curiosidad.
Al dar media vuelta ya no estaba aquel pasaje por donde había entrado. Busco en todas direcciones alguna
salida, pero lo único que veía eran tulipanes. Estaba atrapado, junto a una mujer que no hablaba, en un lugar
desconocido. Estaba atrapado en su propia creación.
Un siglo y medio más tarde una mujer de anchas caderas vestida con un elegante traje rojo caminaba por los
pasillos del Museo de Louvre en Paris, Francia. Un grupo de quince personas la seguían como unos patitos a
su madre. La guía hablaba en inglés:
- Y por aquí podrán observar la obra de Joan Leblanc titulada ‘La muchacha de los tulipanes’ - decía la mujer
señalando un cuadro - El autor desapareció luego de pintarse junto a una muchacha en un campo de
tulipanes. Nunca se supo el paradero del artista.
Los turistas fotografiaban el lienzo en donde un hombre con una boina y una barba grisácea que le llegaba
hasta el pecho acompañaba a una hermosa mujer rubia con un vestido rosáceo. Mientras la muchacha
sonreía y sostenía algunas flores amarillas, el hombre, arrodillado en el suelo y con la boca abierta, parecía
pedir auxilio.
TURNO NOCHE. AULA 17. CUENTOS COMISION AGUSTINA FULGUEIRAS

LOS LUNES, PLANCHO.


Beatriz Rivas
lunamaritains@gmail.com

7.00 am. Los chicos toman la leche y mi marido, mate amargo. La radio y la tele suenan a todo volumen.
Agustín se derrama la leche en el guardapolvo. Se acabó el quitamanchas. Macarena está despeinada y con
el uniforme desprolijo. Le acomodo las trenzas y le emprolijo el uniforme. Jorge se olvidó las llaves del auto.
No atiende el teléfono. Vuelve a buscar las llaves. Empezó a lloviznar.
8.00. am. Dejo a Macarena en la puerta del colegio. La monja quiere hablar conmigo. Macarena se porta mal
y no hace la tarea. Mucha televisión, señora. Se niega a aprender las tablas. Y no reza el padrenuestro a la
entrada. Su nena es inteligente pero rebelde, señora. Rebelde. ¿A qué se rebela?. A las normas, señora. La
primera educación es la de la casa, señora. Llueve un poco más fuerte.
8.30. am. Dejo a Agustín en la puerta del jardín. La maestra me pide un minuto para hablar. Agustín les tira
del pelo a los compañeritos. La maestra me mira, acusadora. Agustín llora. ¿Porqué no te podés portar bien
como los demás nenes, hijo? Agustín sigue llorando. La maestra se encoge de hombros. Cierra la puerta de
golpe.
10.00. am. Hago las compras. Llevo carne y verduras para el almuerzo. Pago la luz. Hay cola de veinte
personas. Voy al cajero a sacar plata. Ocho personas adelante. La lluvia sigue, constante pero tranquila. En el
camino, la bolsa de las verduras se rompe. Las papas y tomates ruedan en el barro. Compro cigarrillos. Dejé
de fumar cuando quedé embarazada de Agustín.
11.00. am. Me pongo a ordenar. Los juguetes de Agustín alfombran el piso del comedor. Macarena dejó la
toalla y la ropa tirada en la pieza. Todavía no se seca la ropa del tender. Llega mi mamá. Que desorden, hija.
¿Cuándo vas a educar a tus hijos? Vos no eras así. Llama mi suegra. Vienen el fin de semana. Llueve.
12. 00.pm. Traigo a los chicos del colegio. Macarena odia la carne. Agustín, la verdura. Mamá sermonea a
gritos: Nena, ponéle límites a estos chicos. Afuera sigue lloviendo. Lavo los platos, los seco y los guardo. Barro
y trapeo el piso. Encero los muebles y hago las camas. Sigue lloviendo.
4. 00.pm. Agustín y Macarena desparraman los juguetes en el piso. Preparo la merienda y plancho la ropa.
Una camisa de Jorge tiene manchas color rosa. Es blanca. Alguna remera de Macarena que destiñe. Plancho.
Los lunes, plancho. Y pienso.
5. 00. pm. Macarena y Agustín miran la tele a todo volumen. Aplico litros de quitamanchas en la camisa, pero
una mancha no se va. Trato de quitar esa mancha. No se va. Me pongo la camisa y me miro al espejo. Parece
una flor o un balazo en el pecho. La huelo. Quitamanchas, suavizante y jabón. Si tuvo otro perfume, ya no
está. Sólo queda esa mancha a la altura del corazón.
8.00.pm. Afuera diluvia. Jorge llega del trabajo y escucha el partido en la radio. Llama mi suegra. Llama mamá.
Se queja del ruido de la tele. Pongo la olla en el fuego y tiendo el mantel en la mesa. Sirvo los fideos con una
cucharada de manteca y queso rallado. Cenamos mirando la tele.
12.00 pm. Dejo la camisa planchada en la tabla, con la plancha encendida encima. Esa mancha se va, como
sea. Abro la ventana para que entre la lluvia, el viento. El aire. Y con la casa ordenada, la cena servida y la
familia dormida, enciendo un cigarrillo. Fumo hasta la marquilla y lo tiro. La brasa cae dejando una estela de
luz que se estrella contra las alcantarillas. Dejo que la lluvia me moje el rostro de agua helada y como si de
repente me brotaran alas, vuelo...

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