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Primer borrador documento político

CONSTRUYENDO LA NUEVA OLEADA


Las transformaciones se dan por oleadas, la gente se articula, se unifica,
crea sentido común, tiene ideas fuerza, se convierte en ser universal -es
decir, en un ser que pelea por todos- logra derechos, acuerdos, Estado,
políticas. Pero luego pasa la vida cotidiana, no puede estar en asamblea
todos los días. Tienes que ir a ver que va a pasar con tu hijo, que va a
pasar con el crédito de la casa: viene el reflujo. Pero luego, mas temprano
que tarde, puede venir otro flujo. ¿Cuándo vendrá ese flujo? No lo
sabemos. No está definido ni por una ley sociológica, ni por una ley
mecánica. ¿De qué depende? De muchas cosas, en particular de lo que tú
puedas hacer: de lo que tu haces hoy en tu barrio, en tu universidad, en tu
medio de comunicación, en tu poema o en tu teatro para articular sentido
común, para impulsar ideas de lo colectivo, de lo comunitario. Y si en
algún momento eso, por algo no calculado, se articula con otras iniciativas
comunitarias, puede dar lugar a otro flujo, en una semana, en un año, en
diez años. Lo importante es que tu luches sin importar a ver si va a ser en
una semana, sino que tú le metas, que te organices y te organices. Y, con
suerte, verás que ese esfuerzo se ve en una articulación que te lleva a un
nuevo flujo social. Y si no te alcanza la vida, vendrá el siguiente que se
sumará a lo que tu hiciste, para, él, sí ver que nuevamente venga un flujo.
Las revoluciones son así. Cundo tú ves la historia por flujos y no por
ciclos, reivindicas otra vez el papel del sujeto, de la persona, de la
subjetividad, que no inventa el mundo según lo que le da la gana, pero que
ayuda a construir mundo. Me gusta la frase de Sartre: “uno hace al mundo
en la misma medida que el mundo lo hace a uno”. Entonces hay algo de
objetividad, pero también hay otro pedazo de subjetividad. Y en esa
comprensión de una objetividad, que has heredado, y subjetividad activa
que modifica la objetividad, está la praxis, la capacidad de transformación
del ser humano de su entorno, de su vida.
Álvaro García Linera

Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia

Nuestra generación política tiene un miedo que la persigue: todo termina muy rápido.
Vimos morir el socialismo real. Vimos llegar las mayores transformaciones tecnológicas, y
también las vemos perecer ante otras más grandes. Vimos surgir el proceso político más
importante de la región, a los pueblos luchar, vencer y ser Estado; ahora vemos, una vez
más, que esa etapa parece morir ante una nueva ilusión neoliberal. Vimos al capitalismo
entrar y permanecer, incólumne, en la mayor crisis de su historia: y ahora lo vemos
reacomodarse quién sabe cómo. Vimos al médico, la maestra, el político, el científico, el
intelectual, el periodista y otras instituciones sociales desvalorizarse sin pena ni gloria.

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Vimos nuestros mandatos derretirse bajo el calor de la ola feminista. El cambio es, sin
duda, el signo más claro de la época, y por eso su nombre gana elecciones. Tantas derrotas
después, no caer en el escepticismo es una habilidad extraordinaria, casi una valentía. Pero
también tenemos una certeza que ninguna otra generación política tuvo: se puede ganar otra
vez. ¿Cómo articulamos sentido común para que cuando eso pase ganemos mucho más que
unas elecciones?

1. La cabeza piensa donde los pies pisan

Aunque el cambio es ley, su orientación marcadamente reaccionaria merece mucha


atención. Estamos ante una transformación muy importante del modo de acumulación de
riqueza en el mundo: La inmensa mayoría de la población vive en las ciudades, y el capital
financiero es el principal protagonista de la valorización mundial. Los/las trabajadores/as se
nuclean, mayormente, en el sector de los servicios, es decir, donde se realiza el valor
(consumo) no en la vieja fábrica (producción). Las relaciones laborales, costumbres,
consumos y culturas se transformaron radicalmente, junto con los soportes y las formas
sociales de circulación de la información. Un porcentaje muy grande de trabajadores y
trabajadoras no serán absorbidos por el mercado laboral – están al margen del derecho y la
ley- y la inmensa mayoría de los empresarios tiende a desaparecer (pequeños, medianos y
grandes) ante la concentración y la trasnacionalización. La dispersión salarial es inmensa,
las nuevas conflictividades urbanas no responden a los viejos diagnósticos y las estructuras
comunitarias, sindicales y políticas del siglo XX se muestran oxidadas para las nuevas
necesidades del siglo XXI. Nuestros pies pisan en otro mundo: si no capturamos esa
experiencia para organizar a las personas en el sueño eterno de transformar la vida, vamos a
seguir hablando para pueblos que ya no existen.

Un primer problema para pensar en el mundo de aquí y ahora es que hay otro sujeto a
organizar. La vieja idea de un sujeto colectivo homogéneo entró en crisis con la
transformación radical de la vida y la fractura social. Los procesos políticos más relevantes
de la actualidad, desde Bolivia hasta el mismo Cambiemos, nos han mostrado que la
llegada a la experiencia subjetiva, a la fibra identitaria de las personas es una variable
política muy relevante. Los pueblos votan según deseos, expectativas, representaciones, y
no según un análisis pormenorizado de sus condiciones materiales e intereses objetivos, es

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decir, no votan solamente con la tabla que contrasta el monto de la inflación y el de la


paritaria. Ya no existe una sola forma de representar al pueblo, ni un solo tipo de demandas
que exigir. No existe una mayoría social uniforme, sino una serie dispersa de mayorías
heterogéneas y dinámicas que convocar, conocer y reconocer. Las estructuras políticas
tradicionales ya no conectamos con la experiencia cotidiana de nuestros pueblos: hay
subjetividades conformadas en torno del consumo y el acceso tecnológico, hay formas del
trabajo diversas y dispersas con infinidad de niveles y tipos de precariedad, y una necesidad
imperiosa de nuevas formas de percibir el malestar social y organizar las demandas que
existen de una forma nueva. Un ejemplo de luchas que se adaptan a la época es la creación
de la CTEP. La economía mundial no puede crear trabajo para toda esa gente porque tiende
a la concentración y a eliminar mano de obra. Entonces, ese sujeto se para para decir que la
exclusión le niega la dignidad y a su vez desnuda una verdad económica totalmente actual
que nos obliga a repensar el trabajo, el mercado y, sobre todo, el estado.

Un segundo problema que tiene que preocuparnos si queremos pensar donde pisan nuestros
pies, es en la herramienta política. Antes estábamos ante un mundo que tenía formas del
trabajo de disciplinamiento homogenizantes -la fábrica, la escuela- y al que nos
enfrentábamos con herramientas políticas de las mismas características –el sindicato, el
partido- La transformación del mundo del trabajo y de las características de la acumulación
nos exigen formas de organización más descentralizadas, en las que haya otra
permeabilidad para las subjetividades contemporáneas: formas políticas en las que la
individualidad y el deseo sean una variable positiva. En las que se valore la unicidad, el
disfrute, la identidad. Eso han demostrado los procesos políticos más relevantes de los
últimos años, como el movimiento feminista, cuyo rasgo más notorio es haber conectado
con la experiencia individual y colectiva de millones de mujeres que le dan la masividad y
la capacidad inagotable de marcar agenda. El feminismo no es un fenómeno mundial
porque la pegó, sino porque logró penetrar y politizar una dimensión muy valorada y
entronizada por el reinado del consumo individualiznte: la subjetividad, la individualidad,
lo personal. No niega la individualidad como las viejas tradiciones emancipatorias, sino
que la asume en toda su complejidad. Y su radicalidad es, justamente, volver lo personal
político. Pero tiene un mérito adicional: no pudo ser encapsulada en ninguna estructura fija;

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ni partido, ni corriente, ni líder. Desde ya que es impensable sin colectivos concretos que
conduzcan el proceso, pero su potencia está en que los desborda.

2. La única verdad es la realidad

La primera verdad que tenemos que asumir es que Cambiemos es la más importante
expresión de novedad en el arco político actual. El gobierno todavía no logra estabilizarse
en términos de plan económico, producto de que su proyecto es de saqueo y se basa
fundamentalmente en otorgar vía libre al capital financiero. Sin embargo, Cambiemos logró
construir una superficie de proyecto de país PRO que resultó seductora, aggiornada y
simple. Sus ideas fuerza son la modernidad, la eficiencia, la austeridad, la ética pública, el
enfrentamiento con las mafias y fin de los privilegios. Todos conceptos de doble vía,
amplios, que pueden albergar orientaciones de la más diversa naturaleza. A pesar de que,
objetivamente, hacen uso de las estructuras del Estado y de la economía para sus intereses
económicos inmediatos, han construido su legitimidad sobre la base de una crítica abierta a
la política tradicional muy enraizada en el sentido común de los últimos 20 años –
conformado tanto por el rechazo neoliberal a la política, como por el rechazo popular y
antisistémico a la clase política expresado en el “que se vayan todos”-.

Después de una década de ascenso social, en Argentina y en América Latina, se terminó


por erosionar la alianza que supieron tejer los gobiernos populares y progresistas con los
sectores medios sobre la base de políticas orientadas al consumo popular. El giro de
muchos votantes de nuevos sectores urbanos a opciones neoliberales en su programa
económico es una muestra del éxito que tiene la cultura de lo nuevo y la idea de cambio.
Cambiar para un mundo nuevo es la consigna de la derecha. Las izquierdas y los proyectos
populares, viejos defensores de los derechos de las mayorías y del pensamiento crítico,
hemos perdido nuestro rol, pues exigimos nuestro viejo derecho a ser el futuro y en algunos
casos, muy a nuestro pesar, somos el pasado. No nos hemos planteado abiertamente una
crítica a las estructuras políticas tradicionales, mucho menos hemos asumido que la crisis
de representación que estalló en el 2001 también nos cabía a nosotros. De más está decir
que hay sectores del progresismo que han optado por volver al viejo diagnóstico que los

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pueblos se merecen los gobiernos que votan, desarrollando un enfrentamiento abierto con la
mayoría electoral que votó por por Cambiemos.

La segunda verdad es que Cambiemos gana elecciones. ¿Cómo lo lograron? La primera


respuesta que se nos aparece es la misma que ellos y ellas pregonan desde el gobierno: se
asumieron como una nueva generación política. El resultado de la última elección nacional
resolvió lo que hasta hace poco era una incógnita: Cambiemos avanza a paso firme en todo
el país en la consolidación de una nueva hegemonía política, económica y cultural. El
triunfo en la mayoría de las provincias, incluso en aquellas con gobiernos que se mostraron
dóciles, muestra que, a pesar de que haya políticas de ajuste, tiene el apoyo de la
ciudadanía. El bolsillo no definió estas elecciones, pues todas las encuestas, incluso las
oficiales, muestran que el poder adquisitivo empeoró. Fue otra fibra sensible la que guío a
la mayoría de los argentinos y argentinas a votar por un proyecto económico de
desigualdad: no se puede negar que sembró la esperanza, ganó con felicidad, con promesas
de futuro y de estabilidad.

3. El futuro ya llegó

¿Qué define el voto en las elecciones? Esa es una pregunta que deberíamos hacernos. No
por fanatismo electoralista, sino por razonabilidad: ya no hay dudas de que si habrá
proyecto emancipatorio, este se impondrá mediante las urnas. Por eso tenemos que
enamorar a las mayorías de hoy. Aunque nos empeñemos en hablarle a un electorado
imaginario que quiere programas, razones, tácticas y estrategias, vamos a tener que asumir
que le hablamos a una diversidad de deseos que buscan sin tregua superar la incesante
precarización de la vida y tienen otro vínculo con la información y con la política en
general. Ya no se trata de explicar las razones de la injusticia y del saqueo, sino de brindar
esperanzas de progreso en un mundo que no las otorga. La arena de la batalla por el sentido
común no es más el eje pasado-presente (como lo fue, por ejemplo, en todos los peronismos
con el debate historia oficial-revisionismo) sino el presente-futuro. ¿Quién es capaz de traer
un poco de esperanza donde casi no hay? ¿quiénes tienen derecho a disfrutar
cotidianamente de la vida, del ocio, de algunos privilegios? Los procesos políticos que vive
América Latina nos muestran que fomentar una retórica y una política de amigos y

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enemigos es fulminar la esperanza. Claro que un proceso de cambio verdadero se enfrentará


a grandes poderes, pero no podemos seguir construyendo una retórica de la austeridad, del
sacrificio y del sufrimiento, en la que el disfrute del presente y el derecho al ocio sean
prerrogativa exclusiva de las elites.

El desafío de un proyecto popular es construir nuevas estructuras políticas con nuevas


formas de comunicación y de participación que sepan hablar en el idioma de este siglo: su
brevedad, su imagen, su picardía. Que empujen ideas de transformación radical que se
reconozcan en este mundo y parezcan de aquí y ahora. Por alguna razón, el cambio
tecnológico y productivo avasallante que se dio en del mundo dejó de ser considerado una
posibilidad para los proyectos emancipatorios, y empezó a ser un límite. Antes, la
modernidad era nuestra aliada, no nuestra enemiga. Hoy, en cambio, la mayoría de los
discursos emancipatorios condenan el avance tecnológico y su impacto negativo. Sin
embargo, ¿es lo único que tenemos para decir de la modernización acelerada? ¿No hay una
versión de la modernidad y el desarrollo tecnológico que pueda pensarse al servicio de los
sujetos, de sus sueños y de su felicidad? Esa vieja confianza en el desarrollo de las fuerzas
productivas fue reemplazada por una orientación conservadora en la que “el pasado fue
mejor”, ya sea el precolombino o el primer peronismo.

Tenemos la obligación de creer en nuevos imaginarios de felicidad: los proyectos populares


no pueden convocar siempre a una batalla. La metáfora política del siglo XX está agotada.
No se trata de despolitizar, se trata de asumir una política distinta: hay que lograr expresar
las inquietudes, necesidades, y ambiciones de quienes tienen imágenes de felicidad ligados
a su progreso individual. Ese progreso era una posibilidad real en la Argentina del pleno
empleo. Pero esa Argentina ya no existe y es imposible de reconstruir. Las mayorías de hoy
tienen derecho a soñar una cotidianidad de mayor bienestar; con una democratización del
placer y una modernidad eficiente que ponga la tecnología al servicio de las necesidades de
la ciudadanía. La tarea que tenemos es pensar qué formas tiene la Patria Liberada del siglo
XXI.

4. Dos orientaciones para empezar a andar

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1. El objetivo es igual, la estrategia desigual. El objetivo principal sigue siendo llegar al


gobierno a través de la lucha política electoral, por lo tanto, es importante comprender que
la acumulación electoral en función de la lucha por el gobierno es una tarea de primer
orden. Sin embargo, no aspiramos a representar una totalidad homogénea y muchos menos
a integrar gobiernos sobre los que no tenemos posibilidades de incidir por una correlación
de fuerzas desfavorable o inexistente. Esa totalidad ya no es UNA, no tiene “al pueblo”, a
“los humildes” a “los trabajadores” o a “los peronistas” como un sujeto acabado y
homogéneo, sino que es una multitud de sujetos colectivos y de herramientas organizativas
combinadas. Por eso, el objetivo es construir un bloque social que, al día de hoy, no tiene
una representación electoral clara, pero puede constituir la nueva mayoría. Las muchas y
los muchos son diversos, son únicos, y sólo la amplia articulación de diferentes sectores
sociales y políticos que se paren sobre una nueva agenda de planteos podrá hacerle frente a
esta maquinaria política que significa el nuevo gobierno.

En la composición de ese bloque tenemos, por un lado, a los últimos de la fila, los
trabajadores y trabajadoras de le Economía popular, que ya tienen una herramienta para
agruparse y luchar: la CTEP. En segundo lugar, existen viejas estructuras políticas y
sindicales que expresan a un sector de la sociedad que difícilmente pueda encuadrarse o
tener nuevas expresiones políticas que estén por fuera del tan amplio peronismo tradicional
que atraviesa hoy una fuerte crisis pero que debate su propia reconstrucción. Sin esos dos
sectores no habrá nueva mayoría, hasta podemos decir que son condición sine qua non de
cualquier proyecto de poder de mayorías.

Por último, es fundamental dar una respuesta popular a los nuevos emergentes políticos y
sociales, tener una política clara sobre sectores antisistema que hoy son parte de nuestra
realidad, como el movimiento de mujeres, sectores estudiantiles, sectores culturales,
sectores vinculados a las demandas ambientales a las nuevas formas de la comunicación, es
decir, esa diversidad de sectores medios urbanos que han estado en la calle en muchos
momentos y que actualmente están en disputa con la hegemonía de Cambiemos.
Trabajadores y trabajadoras integrados, precarizados en la mayoría de los casos, con sus
derechos vulnerados y sin expresión política. Ese es el sujeto que falta organizar en esta
etapa y que tiene que ser parte del proyecto de nación que tenemos que reconstruir. Ese es
el sujeto que nosotros y nosotras queremos acercar a un activismo de nuevo tipo, que

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implique aspectos vinculados a la identidad, la cultura, la lucha reivindicativa y la lucha


político-electoral.

2. La modernidad política y estatal no es nuestra enemiga, sino nuestra mayor aliada:


El proyecto emancipatorio del siglo XXI no puede estar reñido con la eficiencia y la ética
pública que rechaza privilegios y corrupción; no puede estar reñido con la flexibilidad
horaria y espacial de las nuevas relaciones sociales. No puede estar reñido con la libertad de
expresión. No puede estar reñido con las urnas. Eso significa proponer diversas formas de
participación y conducciones dinámicas. Significa respetar las identidades políticas sociales
y culturales diversas. No es casualidad que el feminismo diverso, las luchas ambientales y
culturales, las luchas por el buen vivir, etc. hayan crecido en esta época. Son luchas que han
encontrado su cauce y su potencia en este siglo, luchas cuya agenda básica de
reivindicaciones es incompatible con este modelo de Estado y que proyectan una imagen
concreta de felicidad y bienestar. No podemos hacer política con la idea de que hay algún
lugar al que volver, en cambio, tenemos que volver a expresar un proyecto de futuro que
hoy, y por nuestras propias falencias, está menos claro que nunca.

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